ABRÁZAME es una historia escrita por IRWIN SAUDADE (CHICO LITERARIO)
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La presente es una obra de ficción romántica. Aunque se mencionan nombres de lugares reales, estos tienen una pizca de ficción. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.
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...🌼🌼🌼...
...**ABRÁZAME **...
...UN NOVIO...
La música seguía sonando, mi primo se había casado y me sentí bastante genial por su invitación a la boda. ¡La pasamos muy bien! Ahora era momento de regresar a casa, sobre todo por la hora.
El taxi había llegado y nos esperaba en la entrada del salón de fiestas. ¡Era momento de irnos! Adán tomó mi mano, se sentía cansado. Ambos caminábamos por el pasto, quise quitarme los tacones porque mis pies parecían explotar de tanto esfuerzo y la noche era fresca.
—¿Te divertiste? —Pregunté a Adán.
Mi hermano se giró a mirarme y sonrío de repente.
—Si, me gustó mucho la mesa de dulces y el pastel. Aunque, hubiese preferido que las fuentes de chocolate no se hubiesen secado tan rápido.
—Lo bueno que estuviste pegado a ellas todo el tiempo.
Dejo escapar una carcajada. Lo único que le falto hacer fue llenar su lengua directamente de la fuente. ¡Algo épico se hubiera visto!
—Si. Pero la verdad ya tengo sueño, me siento muy cansado —dio un gran bostezo.
—Bueno pues, por eso es que ya vamos para la casa. Puedes estar tranquilo, ahorita que llegues te acuestas. Pero, por favor, quiero que aguantes el sueño, no te me vayas a dormir en el taxi.
Y mi pequeño hermano negó con la cabeza. ¡Obvio que le daba pena dormirse en el taxi! Abordamos el vehículo, eran las once de la noche y el domingo se había acabado para nosotros. Yo estaba a punto de subir, cuando su exclamación capturó mi atención.
—¡Te vas a arrepentir! Te prometo que te vas a arrepentir Manuel.
—¡Cálmate Regina! Todo esto es un malentendido. ¡Tú no me gustas!
¡Hasta a mí me cayó como balde de agua fría aquella frase! Que despiadados estos personajes.
—¡Pero tú sí me gustas!
¡Qué horror! Seguro que ella estaba cegada por él. ¡No tenía caso seguir aquí! Subí al taxi. Adán me compartió una paleta de cupido y al taxista le regalo un chicle de menta.
—¡Gracias pequeño! —Dijo el hombre al mirar de reojo a mi hermano.
—¡De nada señor!
—Parecía muy intensa la discusión atrás ¿no le parece? —Preguntó el chofer.
—Si, la verdad si estaban un poco intensos. ¡Qué bueno que no los conocemos! Allá que arreglen sus problemas.
¿Una pelea de novios? ¿Pelear por asuntos del corazón? Al menos yo no me sentía lista para algo así.
—¿Usted tiene novio señorita?
El chofer era agradable, un conocido del esposo de Silvia y por eso es que había confianza. No me molesto su pregunta, de hecho, me causo un poco de curiosidad. Últimamente mi hermano había estado molestándome con que ya debo conseguir novio, que porque supuestamente, no quiere verme sola el resto de la vida.
—Cuando yo tenga novio, ya no voy a necesitar de su servicio como chofer.
—¿Buscará novio con coche?
—O puede que mi novio ideal tenga motocicleta. Ya de perdido, aunque sea que tenga bicicleta para que me lleve en el portabultos.
—Es cómodo viajar en el portabultos.
Reímos un poco.
—¿Ari? —Interrumpió mi hermano.
—Qué pasó.
—¿Ya quieres tener novio?
—No, solo estoy bromeando.
—¡Ah! Yo pensé. Aunque si estaría bien que pudieras tener un novio. Así él te cuida y tú me cuidas a mí. ¡Todos salimos ganando!
—No había pensado en eso. ¡Que abusado me saliste!
Intercambiamos sonrisas.
—Pues ahora ya puedes pensar. Si quieres, yo te puedo ayudar a encontrar novio. ¿Cómo ves?
El gesto de mi hermano me conmovió mucho, me limité a acariciar su cabello.
Cuando llegamos a casa, encendí las luces de la sala. Adán no dudo en correr hacia su habitación y de sus bolsillos se desparramaban los dulces. Le ayude a quitarse su traje, prepare su cama, lo acompañe a que se cepillara los dientes y le di las buenas noches.
—¡Descansa chimuelo! —Dije tras darle un beso en la frente.
—¡Hasta mañana, bonita!
Tras cerrar la puerta de su habitación, camine por el pasillo hasta llegar a mi cuarto. ¡También me sentía agotada!
Mi habitación no era muy grande, pero si era lo que yo necesitaba para estar a gusto. Me solté el cabello, me quité la falda y me vestí con mi ropa de dormir.
A la mañana siguiente, mi reloj sonó a las 5:50. Abrí los ojos sin dudar, ya estaba acostumbrada a esta rutina madrugadora. Camine hacia el baño para deshacerme de todos los restos de la noche. Me puse un pantalón de mezclilla azul, a juego con una playera blanca con flores pintadas. Trence mi cabello y acomode unos listones rojos y amarillos sobre mi peinado. Salí de mi habitación para ir a verlo, según yo, Adán aún no había despertado. Fui a su habitación, prendí la luz y me sorprendió verlo sentado en su cama.
Parecía tecolote, con los ojos bien sumidos en desvelo.
—¡Buenos días! —Dije—. Tu uniforme está en el clóset, no tardes en cambiarte.
Prepare las cosas para el día. Tome mi bolso y aliste mis cuadernos. Salimos de casa a las 6:30. Los rayos del sol apenas comenzaban a disipar la noche, la mañana estaba fresca y escuchamos un gallo cantar.
Al llegar al restaurante, Silvia estaba ya preparando todo para la venta del día.
—¡Hola chamacos, buenos días! ¿Descansaron bien?
Adán se acercó a ella y le beso la mejilla.
—¡Buenos días Silvia! —Besé su mejilla.
—¿Cómo te fue ayer mi niña? —Preguntó.
—En realidad la fiesta estuvo…
—Hubo tres fuentes de chocolate en la mesa de dulces —interrumpió Adán.
¡Mi hermano no podía superar la mesa de dulces! Le conté a Silvia sobre la boda y cómo fue que la diversión estuvo algo apagada. Muchos de mis tíos se la pasaron quejándose y criticando a la nueva esposa de Rafael, mi primo de sangre. ¡Canija familia que tenemos!
Comenzamos a preparar el desayuno, los comensales empezaron a llegar a las 7:30, así que los menús debían estar listos para nuestro público. Cuando papá abrió el restaurante nunca imaginamos que tuviera tanto éxito, recuerdo que yo tenía 11 años cuando la cocina abrió sus puertas al público y ahora hemos cambiado mucho.
—¡Buenos días! —La voz de Antonio nos hizo sonreír.
Él solía sentarse todas las mañanas a la mesa donde Adán desayunaba. Les serví su desayuno a los muchachos y ellos parecían disfrutarlo. Unos clientes no tardaron en llegar después de eso y el día laboral pareció haber comenzado de forma muy activa. ¡Así era nuestra vida! Trabajábamos de lunes a sábado, de las 7:30 hasta las 3 de la tarde.
—¡Ari, ya me voy! —Adán llevo su plato al fregadero.
—Espero que te vaya bien. Te cuidas y pones mucha atención, al rato voy por ti.
Antonio me hacia el favor de llevar a Adán a la escuela todas las mañanas. No es que yo se lo pidiera, pero desde el principio, Toño se ofreció en querer apoyarme de esa forma y muchas otras formas, desde la partida de mis padres.
—¡Gracias! —Dije a Toño.
Me miraba con entusiasmo y sonrío.
—No hay de que Ari. ¡Ya sabes!
Tal vez parezca sorprendente que una chica de dieciocho años sea la dueña y la responsable de un restaurante. ¡Pero esta es mi vida! Hay días en los que me sorprende el hecho de seguir con vida, aun cuando mis padres desaparecieron de nuestro lado, la vida parecía ser más complicada cuando aparentemente quedamos solos.
Ya han pasado siete años desde que todo cambio y no hay día en el que no me sienta de lo más contenta por las cosas que tengo, que estoy viva y tengo a Adán, y que también tenemos amigos que nos quieren mucho.
—¿Qué prepararemos de comer para nosotros? —Preguntó Silvia.
—Podríamos guisar un mole —dije y sonreí.
—Si, estaría delicioso. Comenzare a prepararlo.
Silvia llevaba puesto un mandil de tela de cuadritos y tenía flores bordadas en colores azules y verdes. Mi babero era parecido, salvo que las flores eran de muchos colores. ¿Cómo se supone que debe lucir la belleza de una persona?
Cuando el reloj marcaba la 1:45 de la tarde, siempre solía quitarme el delantal y acomodaba mi cabello para ir a recoger a Adán a la secundaria. Mi pequeño hermano tiene casi doce años y es cierto que ya no esta tan pequeño como antes, pero, para mí aún sigue siendo aquel niño indefenso que quedó a la deriva después de la tragedia que nos pasó. ¡Esa es la razón por la que quizá lo mimo mucho!
Mamá tenía la costumbre de ir a recogernos todos los días a la escuela. Ahora yo hago lo mismo con Adán, atravieso el pueblo y avanzo rumbo al cerro para llegar a su escuela.
Casi al llegar a la vereda, veo a un grupo de albañiles construyendo los muros que serán una enorme casa bonita.
—¡Guapa! —Gritaron y algunos hasta silbaron, como era costumbre de los albañiles.
Seguí caminando, por el campo había muchas flores rosas y los chapulines saltaban de acá para allá por todo el camino.
—¿Cómo te fue hoy? —Me dio mucho gusto ver a mi hermano.
—¡Muy bien! Saque un nueve en matemáticas y el maestro nos dejó hacer una maqueta del sistema solar.
—Me da gusto chamaco.
Ambos bajamos del cerro un poco acalorados, Adán corría por la vereda y los saltamontes le seguían por el camino. Casi llegábamos a la zona de los albañiles en construcción, cuando vi que uno de ellos, un muchacho joven, con la ropa llena de cemento, estaba en el camino con una flor en la mano.
—¡Hola! —Saludó el muchacho.
Adán se me quedo mirando muy sacado de onda al ver el gesto del joven.
—¡Buenas tardes! —Respondí.
—¿Cómo te llamas?
¡Caramba! Este chico sí que era directo con sus intereses.
—¡María Félix! —Dije sin pensar y mi hermano se me quedo mirando de forma curiosa, sonrío.
—¿Te llamas igual que la actriz de blanco y negro? Corte una flor para ti porque creo que eres muy bonita —dijo el muchacho y acepte el detalle.
—¡Gracias! —Me despedí.
Seguro que a sus compañeros les sorprendió ver lo que acababa de pasar. ¡Escuche un barullo como resultado de la escena! Nosotros continuamos con nuestro camino hasta el restaurante.
Puse la mesa y nos sentamos a comer. Adán le contó a Silvia con lujo de detalle lo que me había ocurrido con el Albañil y bueno, ella empezó a especular sobre cuando seria mi etapa para tener novio y salir con algún chico.
—¡Creo que aún no estoy lista para eso! —Dije y saboreé un poco de mole.
—Eso es muy cierto Ari. Eres muy joven para ponerte de novia con alguien.
—Y yo no permitiré que ningún muchacho se le acerque a mi Ari. ¡No quiero que me la roben! —Dijo Adán.
—¡Pues no que quieres que ya tenga novio! ¿Quién te entiende?
—Bueno, es que, no sé, como que eso que hizo el albañil me dio como escalofrió. No pensé que así de intensa fuese la escena cuando un chico le da una propuesta romántica a una chica.
No pude evitar reírme.
Así eran nuestras comidas. Nosotros dos, Silvia y su esposo. A veces se nos unía Toño, eso pasaba cuando él andaba libre. Y para que la gente no nos molestará mientras comíamos, colgábamos el letrero de CERRADO frente a la entrada del restaurante.
—Pero Adán, algún día se robarán a Ari. ¡Es más! Tú también tendrás que robarte a alguna chica para casarte con ella —dijo el esposo de Silvia.
—¡No! ¡Eso jamás! Robar no es bueno.
No pudimos evitar dejar escapar unas carcajadas.
De pronto, el sonido de la puerta abriéndose nos hizo callar. Pensamos que era Toño, pero nos equivocamos.
—¡Buenas tardes! —Saludó una mujer.
Escuchamos que se acercaba por el sonido de sus tacones y la sorpresa fue mía cuando vi que era la tía Arabela quien había venido al restaurante. Vestía un vestido negro, tacones a juego en color plata, lápiz labial rojo y su cabello estaba peinado en una cola alta. ¡Era una mujer despampanante!
—¡Ari, querida! —Saludó ella y beso mi mejilla—. ¿Cómo has estado? Ayer ya no pude saludarte en la boda de Rafa.
—Hola tía Arabela. ¡Que inesperada sorpresa! Pues verá que estoy muy bien y parece que usted también. No se preocupe por ayer, la vimos que andaba muy ocupada con lo del pastel y los fuegos artificiales.
Le invite a que tomara asiento. Silvia no tardo en traerle agua a la tía Arabela, nos sentamos en una mesa aparte de mi familia.
En su semblante irradiaba la sensación de que algo no andaba del todo correcto.
—Mi niña. Algo no está bien con tu abuelo.
—¿Qué ha pasado esta vez?
Ella tomo mi mano y sonrío.
—Él está enfermo y temo que le pase algo grave. Mi padre también tiene miedo y es por ello que me pidió que viniera a verte. Le preocupas.
—¿Qué tiene el abuelo? —Pregunté preocupada.
—La vejez. Tiene la vejez y no es fácil porque, afronta esta etapa en compañía de su soledad. Extraña mucho a la abuela. Por eso ayer no fue a la boda de tu primo, porque dice que las bodas le recuerdan que él es desdichado.
¡Y era verdad! El abuelo llevaba mucho tiempo viudo y ayer no lo pude ver en la fiesta. ¿Cómo son los sentimientos de una persona que ha quedado en la viudez?
—Cuando le dije que ustedes habían venido a la boda de tu primo se alegró mucho, parecía feliz y entonces por eso me pidió que viniera a verte. ¡Quiere que vayas a verlo! Te necesita Ari.
Lo que dijo me sorprendió. Miré a la tía Arabela y pensé un poco. El abuelo y la tía eran los únicos que nos apreciaban, tanto a mi madre, a mi hermano y a mí. Fuera de ellos, los otros hermanos de mi padre nos odiaban por completo.
—Papá necesita hablarte de algo muy importante.
—¿Qué me dirá?
—¡No lo sé exactamente! Pero, quizá ya es el tiempo para que tu vida tenga buenos cambios.
¿Más cambios para mi vida? El restaurante fue el primer cambio que tuve que aceptar para poder seguir viviendo, cuidar de Adán fue otro cambio, dejar la escuela, dedicarme a la vida adulta antes de tiempo había sido el cambio más fuerte. Y ahora. ¿Qué más podría cambiar?
—Está bien tía, iré contigo a ver a mi abuelo.
Fui con Silvia y le expliqué la situación. Adán no podría venir conmigo, pero le prometí que Silvia y su esposo cuidarían de él. Le hablé por teléfono a Toño y le pedí un favor.
—Saldré a casa de mi abuelo, pero Adán se quedará aquí. ¿Puedes cuidarlo por mí mientras no estoy en casa? ¡Por favor!
Escuché la respiración de Toño a través de la bocina de mi celular.
—Ari, tú sabes que sí. ¿Todo está bien?
—Si, solo son algunos detalles con mi abuelo.
—Entonces ve con cuidado.
—Te escribiré por cualquier cosa.
—Está bien.
Subí a la camioneta, era enorme y de color negro.
Fue un viaje de una hora. Durante el camino, la tía Arabela me venía explicando cosas sobre cómo es que la casa del abuelo había cambiado tanto en estos últimos años, también me hablo sobre mamá y en cómo es que yo me parecía a la abuela. Después de estar en el pueblo, termine viajando por la ciudad, hasta un lugar al que no imagine volver.
La última vez que yo había venido, tenía diez años y fue porque el abuelo había invitado a mamá a que pasáramos el verano juntos como familia.
—¿Cómo te sientes? —Preguntó ella.
—Me siento bien. Un poco lejos de casa, pero…
—¡Tranquila! Todo saldrá bien.
La camioneta se estaciono frente a una casa enorme. La fachada era de color blanco y había unos árboles que pintaban de verde la entrada. Bajamos de la camioneta.
—¿Cuánto tiempo cree que él me necesite aquí?
—El tiempo que sea necesario, supongo —respondió ella.
El chófer llevo la camioneta a la cochera y un hombre nos abrió la puerta de la reja.
—¡Gracias! —Pronuncie y el hombre asintió.
Avanzamos por el camino de piedra que conducía a la puerta principal de la entrada de la casa, un hombre abrió la puerta principal y la tía Arabela ingreso primero.
¿Cómo describirías la sensación de tener inseguridad? Horas antes estaba cocinando comida y ahora, me encontraba caminando en el interior de la casa del abuelo Max.
—¿Estas lista?
—¡Seguro! —Asentí un poco temblorosa.
Entramos a la casa.
No sé por qué mis manos comenzaron a sudar de repente. ¡Era como si mis emociones me estuvieran derritiendo!
Subimos por una escalera forrada de madera y su barandal era de cristal, en su interior, la casa lucia realmente muy bonita. Llegamos a un pasillo amplio donde había varias pinturas que no lograba entender (ya sabes que a veces el arte moderno no se entiende tan fácil a la primera), pero que seguramente colgaban de las paredes porque eran pinturas modernas y con estilo. ¡Ese no era mi estilo!
Nos detuvimos justo enfrente de una puerta. Era de color gris y la tía Arabela toco antes de entrar.
—¡Adelante! —Exclamaron desde adentro.
La tía Arabela puso su mano sobre la perilla y antes de abrir, me miró por algunos segundos.
—Todo estará bien Ari. Ya vi que andas un poco nerviosa. El Abuelo solo quiere hablar contigo de algo que te beneficiará —dijo ella.
¿Algo para mi beneficio? ¡Así que ella sabía el motivo! Y no quiso decirme. ¡Ella fue astuta!
La puerta se abrió. Era una habitación enorme, las paredes eran de color blanco y al entrar, topabas con una cama gigante. Un clóset, un espejo, un perchero, una pintura campestre, un… la habitación olía a cítricos.
—¡Papá! —Saludó mi tía.
El abuelo se encontraba mirando a través de su enorme balcón. Su chaleco de rombos cafés con blanco fue lo primero que vi cuando nos detuvimos detrás de él. Se giro a mirarme y cuando sus ojos encontraron mi rostro, no pudo evitar sonreír. ¡Yo tampoco! Mis nervios se transformaron en una sonrisa amplia. El efecto era similar en mi abuelo. Aquellos labios colgados por las arrugas se alzaron para formar una sonrisa tenue y brillante que irradiaba tranquilidad.
—¡Ariadna! —Exclamó muy emocionado y comenzó a avanzar hacia a mí.
—¡Abuelito! —Me acerque a él para poder abrazarlo y regalarle un beso en la mejilla.
Mi corazón comenzó a latir muy rápidamente y la inseguridad que sentía en mi interior desapareció justo al momento en que sus brazos me resguardaron. ¡Se sentía bien la sensación de recibir abrazos!
—Los dejare a solas para que platiquen —dijo la tía Arabela y se encamino a salir de la habitación.
—Mi niña ¿cómo has estado? Te veo más grande y bonita. ¡Ya eres toda una señorita! —La voz del abuelo era tranquila—. Ven, sentémonos afuera, es más fresco allí.
Y nos acomodamos en el balcón. Tenía una mesa y un par de sillas de herrería que eran cubiertos por una sombra del fresno que estaba sembrado frente a nosotros.
—¿Adán vino contigo?
—Tuvo que quedarse en casa por la escuela. Pero él está muy bien, le manda saludos.
El viento de la tarde era fresco.
—El pequeño Adán siempre me manda saludos, espero verlo pronto.
—Si, quizá pueda traerlo la próxima vez que yo venga.
La idea pareció ser de su agrado.
—A ti no te había visto desde hace un año y mira cuanto cambiaste. Te pareces mucho a tu padre y tu padre se parecía a tu abuela y tú eres lo único que me queda de ellos. ¡Qué bueno que viniste!
Mi abuelito parecía sentir fragilidad en su corazón. Le tome la mano. Estaba suave y arrugada como las pasas. ¡Su calor era un abrigo a mi frialdad!
—¡Lamento no haber venido en todo este tiempo! —Me disculpé.
—No tienes por qué disculparte conmigo. Yo he sido un ingrato con ustedes dos, perdóname tú a mí por no visitarlos. A veces si me preocupa mucho que estén solos.
—No se preocupe abuelito, hemos estado bien.
Una ola de viento nos refresco, algunas hojas amarillentas cayeron del árbol.
—Me imagino que sí. ¡Mis nietos son demasiado fuertes! Pero también sé que debe haber cosas que les inquietan.
—Bueno eso sí, pero no es nada del otro mundo.
—Aunque no sean cosas del otro mundo, por ello es que le pedí a tu tía a que fuera por ti. Necesito hablarte de algo.
Asentí.
—¿Como van las cosas con el restaurante? —Preguntó, se rasco la barbilla—. Trabajas muy duro allí.
—Tenemos muchos clientes y el trabajo, bueno, usted sabe que el trabajo no se acaba nunca.
Sonrió.
—¿Sigues en la escuela?
—Estoy tomando un curso por internet de computación y las materias del bachiller. Tuve que dejar la escuela para poder cuidar bien de Adán y del restaurante.
—¿Y no te cansas de la rutina que llevas?
—La verdad no. Ya me acostumbré, al principio, si había días en los que sentía mucho cansancio y sueño, pero después se me quito. Silvia me ayuda bastante y Toño también.
Cuando el abuelo escucho el nombre masculino arqueo sus cejas y sonrió. ¡Su sonrisa se pintó de picardía!
—¿Toño es tu novio? —Preguntó con curiosidad.
Sonreí y le negué con la cabeza.
—No abuelito. Toño es un amigo de muchos años.
—¡Ah! Yo pensé que ya tenías novio. Con eso de que los jóvenes se están casando. Ya ves a tu primo Rafael.
—Si, pues es que yo creo que ya se sienten capaces de mantener una relación amorosa.
—¿Tienes pretendientes?
—¡Quien sabe! La verdad es que yo siento que aún no es tiempo para que yo tenga novio.
Me miró con curiosidad.
—Tienes razón hija, aun no es tiempo. Pero ¿qué harías si algún muchacho quiere ayudarte más que como un amigo?
Me detuve a pensar.
—¡Pues lo rechazaría! Que claro tendría que averiguar sus verdaderos motivos y así ya podría decidir. Aunque, siendo sincera, hay algo que no sé, cómo que no me siento con la necesidad de tener a un hombre romántico en mi vida. Ya sea que él fuese una buena persona, no podría cambiar una amistad por un noviazgo que me va a quitar el tiempo que no tengo. Supongo que solo mantendría las cosas en la amistad.
Sonrió.
—Muy bien hija. Me parece que eres muy firme en tus pensamientos así que no dudes que lograras cosas grandes —se me quedó mirando por algunos segundos—. ¡Pero a veces no debemos desaprovechar las oportunidades que nos presenta la vida! Ariadna, sé que eres una niña muy trabajadora y responsable, eres diferente a los hijos de mis otros hijos. Por eso necesitaba verte, necesito hablarte de algo urgente.
—Si abuelito, usted dígame.
Volvió a sonreír.
—Yo estoy viejo, tengo ochenta y cuatro años y aunque mi corazón es de un chamaco de veinticinco, mi cuerpo ya no tiene esa fuerza de antes. ¡Quizá algún día me puedas entender! Se que tus tíos no estarán de acuerdo con lo que te voy a decir, pero no me importa, ellos me han tenido toda la vida y no me han valorado, tú que no me has tenido, aquí estás hablando conmigo.
—Usted siempre será joven y yo estaré con usted, a veces de cerca y en otras ocasiones de lejos. ¡Pero siempre contara con mi cariño!
—¡Lo sé mi niña! Eso lo sé perfectamente. Y por eso, quiero darte la hacienda que era de tu abuela.
Aquella noticia me hizo abrir los ojos por completo y todo parecía ser algo inesperado. ¡Una sorpresa demasiado inesperada!
—¿La hacienda de la abuela? —Pregunté curiosa.
Asintió y tomó mi mano.
—Si mi niña. La hacienda que era de tu abuela será para ti.
—Pero abuelito, eso es…
—Antes de que ella muriera me hizo prometerle que se la daría a alguien que supiera valorarla tal y como ella la había cuidado. ¡Es una herencia de generaciones! Algún día, te tocará a ti heredarla.
Sentí el viento golpear y menear los listones de mi cabeza. Pensé en Adán de repente.
—¿Y por qué yo abuelito? —Pregunté muy sacada de onda—. ¿Qué es lo que vio usted en mí que no ve en mis otros primos?
—Humildad. Humildad es lo que veo en ti. Tú brillas porque tu sonrisa es sencilla y fresca, iluminas de alegría a quien te rodea. En el caso de tus primos, ellos no pueden brillar, su arrogancia es más grande que la fortuna que poseen.
Alguien toco la puerta de la habitación y el abuelo hizo pasar a un mayordomo. El hombre llevaba un traje negro y parecía no ser muy grande. El mayordomo llamó al abuelo para que tomáramos la cena.
—Muchas gracias Luis. Vamos en un instante.
Luis, asintió y salió de la habitación. El abuelo se levantó de su silla y yo le imite, caminó un poco y se detuvo frente al barandal.
—Necesito que te quedes conmigo de ahora en adelante Ariadna, mañana habrá una fiesta que hará la tía Arabela en honor de tu llegada.
Y de momento me pareció que era mucha fiesta para tan pronto. Ayer estuve en una boda y mañana en una fiesta para darme la bienvenida. ¡Que curiosa la vida!
—Abuelo. ¿No cree que soy muy joven para dirigir una hacienda?
—Eres muy joven para dirigir una hacienda, pero te digo algo, también eres muy joven como para haber sobrevivido todos estos años sin tus padres y sin la ayuda mía. ¿No es así?
—¿Y si yo...? —Pregunte y el abuelo me interrumpió de repente.
—Tranquila Ariadna. No te inquietes por lo que será el día de mañana o dentro de un mes. Tranquila, todo saldrá bien. Háblale a tu amigo Toño, dile que venga mañana a la fiesta y que traiga Adán para que lo vea. ¡Tengo muchas ganas de ver a mi nieto menor!
Y entonces, con cosas como esta, te das cuenta de que existen momentos en la vida que nunca esperas que sucedan, pero ocurren y el momento de estar viva te hace pensar en querer decidir lo que más te convenga. Tengo dieciocho años, mi nombre completo es Ariadna María de la Mora Hernández, soy huérfana y gracias a Dios, nunca nada me ha faltado, salvo, mis padres.
—Está bien abuelito, hablare con Toño.
Asintió complacido.
—¡Muy bien! Hay otra cosa que quiero contarte.
—¿Que es abuelito?
...🌼🌼🌼...
...Al día siguiente, en la fiesta…...
Aún no lograba comprender como es que había terminado aquí, rodeada de un montón de personas que nunca había visto en la vida y que nunca imaginé ver.
Toño se había puesto un pantalón de mezclilla negro y usaba una camisa de cuadros, parecía todo un galán. Adán parecía estar demasiado despreocupado, le pedí que se pusiera lo más cómodo para la fiesta de la tía Arabela, que, en realidad, era mi fiesta de bienvenida. Yo, por mi parte, estaba usando un vestido en corte circular de color vainilla.
—¡Mi querida! —Escuché la voz del abuelo.
Toda la gente que había venido iba vestida en traje y saco, vestidos elegantes y tacones. Cuando miraban a Toño, podías darte cuenta del desprecio con el que la gente nos miraba, como si fuésemos objetos raros.
—¡No pertenecemos aquí! —Dije a Toño.
—Pero, aun así, estamos aquí —dio un trago a su copa.
—¿Podríamos irnos a casa? —Pregunté.
—Si podríamos. Pero parece que tu abuelo aún no te libera de este bochorno. ¿De verdad te pidió eso?
Acerco su mano a mi frente y sus dedos tomaron un mechón de mi fleco. Lo acomodo detrás de mi oreja. No fui capaz de responder su pregunta, yo aun no lo asimilaba del todo.
—Entonces hay que seguir fingiendo que todo está súper bien aquí.
—Parece que no tengo otra opción. Igual no quiero que él se ponga triste.
Había un pianista tocando melodías agradables. Había bocadillos en variedad y los meseros estaban mejor arreglados que cualquier otra persona en servicio, aquí en la casa. Mi abuelo había preferido usar un pantalón casual y una camisa de franela de cuadros a combinación de Toño. Él hablaba con un grupo de personas y entonces escuché mi nombre.
—Ariadna —llamó—. ¿Puedes venir por favor?
Toño se giró a mirarme y asintió para darme ánimo. Vi como movía sus labios y susurraba suavemente, decía "la liberación".
—Si abuelo, dígame.
Había dos parejas de personas adultas y justo en medio de las parejas había un sujeto que se me quedo mirando con cierta curiosidad. ¿Qué cosas pasaron por su mente?
¡Esa fue la primera vez que lo vi!
—Amigos. Les presento a mi nieta, la señorita Ariadna de la Mora.
Las personas que me rodeaban me miraban y parecían sonreír. En mi mente retumbaba la otra petición del abuelo. ¿Qué petición? Mi querido viejito quería emparejarme con un muchacho pavo-real de no sé qué familia de alcurnia. ¿La razón? Mi papá le hizo esa promesa.
—¡Un gusto! —Dije sonriendo y acomodé mis manos detrás de mi espalda.
—¿Qué edad tiene señorita? —Preguntó el joven.
Vestía un traje de color negro, una camisa blanca y un moño que combinaba con el negro de su abundante barba.
—Tengo dieciocho años, ¿y usted?
Las personas miraban al abuelo.
—Soy mayor que usted señorita. Tengo veintitrés.
Me causo curiosidad que nos estuviéramos hablando de “usted”. Aunque bueno, en realidad él no parecía tener veintitrés años, la barba lo hacía ver más viejo.
Toño estaba platicando con un par de muchachas vestidas muy elegantemente. Adán había hecho un amigo y jugaba en el patio de la casa.
—Erick, ¿por qué no baila con mi nieta? —Sugirió mi abuelo y la música que sonaba de fondo era un danzón.
Erick me miro, atravesó el circulo que habían formado las personas a mi lado y se detuvo frente a mí. Vi como su mano se extendió, sus labios se movieron de una manera tan precisa para invitarme a bailar esa pieza. Extendí mi mano y ambos nos abrimos paso hasta la pista de baile donde algunas parejas, principalmente, personas mayores de edad bailaban muy a gusto
—¿Como es que nunca la había visto cerca del señor Máximo? —Preguntó con curiosidad.
—Lo que pasa es que apenas llegue a vivir a casa de mi abuelo.
—Si bueno, a lo que me refiero es que a usted no la había visto. Por ejemplo, a sus otros nietos los ubico perfectamente, pero a usted…
—Yo prefiero ser invisible. Digo, es bueno pasar desapercibida y no me gusta ser el centro de atención.
Sus cejas se movieron de forma curiosa.
—Entiendo.
—¿A usted le gusta ser el centro de atención?
Mi pregunta le tomo desprevenido.
—Bueno no realmente.
—¡Genial! Entonces usted me cae bien.
Sonreí de forma sincera, el correspondió.
—Es interesante hablar con usted.
—¿Le parezco interesante?
—Un poco, sí.
—Creo que eso es bueno.
—¿Donde aprendió a bailar tan bien?
—En casa es común que hagamos fiestas para divertirnos y así podemos bailar con nuestros amigos. Claro que, las fiestas allá son muy diferentes a todo esto.
Mi comentario causo sorpresa en él, su entrecejo se arrugo ligeramente un poco.
—¿De dónde es usted? —Sus cejas se arquearon un poco.
—Vivo como a treinta minutos de aquí. ¿Y en su caso?
—Vivo a diez minutos, ¿ubicas Cholula?
—Un poco, la verdad casi no suelo venir por aquí.
—¿Y por qué no?
—Porque no tengo ningún motivo de peso para frecuentar aquí.
—¿Y su abuelo no es un motivo por el cual debería frecuentar esta casa?
Su mano estaba en mi cintura y mis manos, una en su hombro derecho y la otra entrelazada con su mano.
—Realmente no. O sea, quiero a mi abuelo y todo, pero a causa de las circunstancias no puedo venir a verlo frecuentemente.
—¿Y cuáles son sus circunstancias? —Preguntó y la música termino.
¿Este era el hombre con el mi abuelo quería emparejarme?
—¿Podríamos dejar de hablarnos en tono muy formal? Ya me choqué de estar hablándonos de usted —admití.
Note que sonreía.
—Está bien. Sin problema.
—Genial.
—¿Y entonces?
—¿Entonces que? —Me saque un poco de onda.
—Sobre tus circunstancias, ¿cuales son?
¿Debía presentarme de forma completa ante este muchacho? ¿Cuáles serían sus pensamientos sobre mí? Sus ojos esperaban una respuesta y aunque la música había terminado, seguíamos de pie en una orilla de la pista de baile. ¿Qué estábamos esperando? Terminar una conversación.
—Pues veras, realmente yo soy una pueblerina. Vivo en un pueblito que se llama San Francisco, soy huérfana y cuido de mi hermano menor. Podría decirte más cosas, pero, eso será para contarte en el futuro.
Parecía que él no esperaba una respuesta tan directa y fuerte de mi parte. ¿Directa? Directa la forma en que yo no tenía miedo de mostrarme tal cual.
Una nueva pieza musical empezó a sonar. Comenzamos a bailar.
—¿Eres huérfana?
—Si. Mis padres murieron hace ya algunos años.
—¿Y cómo es que…?
—¿He sobrevivido?
—Bueno tú…
—No te preocupes, no me lo tomo como un tema delicado. En realidad, yo tuve que hacerme cargo de muchas cosas a una edad temprana y de cierto modo, mi padre siempre vio la forma de inculcarme buenas costumbres para no sufrir tanto. Como si me hubiese entrenado para vivir sola.
Sus ojos se pintaron de curiosidad.
—¿Y extrañas a tus padres?
¿Por qué sincerarme con un hombre al que nunca había visto? ¿Qué caso tenía? ¿Valía la pena decir más sobre mí? Tan solo pensar en la oferta, la propuesta que mi abuelo me hizo, me hacía temblar. ¡Él había preparado un catálogo de chicos! Bueno no tanto así, pero mi viejito enfermo quería que yo ya me casara porque supuestamente él se casó a esta edad con mi abuela. ¿Te lo puedes creer?
¡Todo esto parece muy incierto!
—La verdad si los extrañaba, hoy ya no tanto como antes, pero, pues creo que es normal acordarte de vez en cuando de algún ser querido que ha muerto.
—De acuerdo.
—¿No sé si me entiendas?
—De cierto modo comprendo un poco. Yo perdí a mi padre cuando tenía diez años.
Eso me sorprendió mucho. ¿Perdió a su padre? El brillo de sus ojos se había tornado invisible.
—Entonces si me entiendes un poco. Tenemos algo en común, aunque se trate de un tema triste.
¿Triste? La muerte es bien desdichada. ¿Era bueno que coincidiéramos en tener una perdida? Como que nos estábamos poniendo un poco intensos y demasiado grises.
—Si, bueno y ¿te gusta vivir en el pueblo? —Cambio de tema.
—Es un buen lugar. Yo creo que es más bonito que todo esto.
—¿Todo esto?
—Sí. ¡Ya sabes! La ciudad.
—¿No te gusta estar cerca de la ciudad?
El baile había pasado de forma rápida y la canción había terminado. Ni siquiera había durado tanto como la anterior.
—¡Gracias por invitarme a bailar! —Ya no respondí su pregunta.
—No fue nada. Espero poder bailar más esta noche.
—Seguro que si lo harás. Eres un chico muy guapo. Las pocas chicas reunidas esta noche, solo te miran como un bocadillo.
—¿Como bocadillo?
Asentí.
—Si volteas ligeramente, notaras que detrás de ti hay una chica que solo te mira con intenciones de que bailes con ella.
Su discreción fue nula, literalmente los ojos de la chica se prendieron cuando las pupilas de Erick se encontraron con ella.
—¡Tienes razón!
—Pues sí. Aunque hubieses sido más discreto. Ahora ella está más derretida por ti que antes.
Algo genial de mi forma de ser, es que regularmente (a veces no, porque luego me chiqueo) siempre me gustaba decir las cosas sin miedo. Que si algo no me gustaba, lo decía. Que si me sentía un poco molesta, les decía que mejor no se acercaran a mí.
Mamá me había enseñado que era bueno siempre decir las cosas.
—¿Crees que soy guapo? —Parecía no creer en lo que yo le había dicho antes de compararlo como a un bocadillo.
—¡Pues sí! Tengo que admitir que me gustan mucho tus cejas. ¡Se ven bien bonitas! Parecen como dos gusanos azotadores bien pachones. ¡Chulada!
Sus mejillas se pintaron de rubor y la expresión en su rostro fue lo mejor. ¿Dos gusanos azotadores? Bueno, mejor dicho, parecían dos orugas de color negro.
—¿Dos gusanos azota...?
—Sí, bueno, hay unos que...
Comenzaron a tocar otra melodía para bailar. ¡Qué bonito bailar música de gente mayor!
—¡Ari! —Escuché la voz de mi hermano.
El canijo traía un montón de dulces en las manos.
—¿Qué pasó?
—Te traje unos dulces porque ya se acabaron los que estaban en la mesa. ¿Quieres chicles o paletas de corazón?
Lo que más le gustaba de las fiestas a mi chamaco, eran las mesas de dulces. ¡Su delirio absoluto! Y pronto dejaría de comportarse así, estaba por entrar a la adolescencia. ¡Un cambio más en nuestras vidas!
—Dame unos chicles.
Me dio un puño de chicles Canel's de varios sabores.
—¡Gracias! Por cierto, Adán. Quiero presentarte a este muchacho —tomé de la muñeca a Erick y este se sorprendió un poco por mi movimiento—. Su nombre es Erick.
—¡Hola Erick! —Correspondió mi hermano—. Yo me llamó Adán.
—¡Un gusto Adán!
—Él es mi hermano.
Ambos intercambiaron un saludo de mano. Y en ese instante, un trueno anunció que llovería. La gente en el salón se estremeció un poco.
—¡Va a llover Ari! —La emoción no cabía en mi pequeño.
—¡Ya sé! ¿Quieres que salgamos a mojarnos?
Mi sugerencia hizo que él se emocionara.
—¡Pues eso es obvio! Iré a buscar a Toño para que juguemos una ronda.
Mi hermano desapareció con su puño de dulces en busca de nuestro amigo.
—¿Mojarse? —Erick estaba muy sacado de onda.
—¿Nunca lo has hecho?
—En realidad no. A propósito, no.
Sonreí.
—Entonces te falta mucho por vivir.
—¿Tú crees?
Un hombre se acercó a Erick, creo que él se iría de mí.
—Por supuesto. Si tú quieres acompañarnos a mojarnos, estaremos en el patio.
—¡Lo pensaré!
—Sabes dónde encontrarnos.
La lluvia estaba intensa. Lo mejor, es que no había mucha carga eléctrica en las nubes y pudimos divertirnos sin miedo a que nos cayera un rayo. ¡Morir achicharrados no! Ni siquiera estaba lista para morir, bueno es que en realidad nunca nadie está listo para su muerte.
El jardín de la casa era muy grande, terreno amplio y arbolitos que nos permitían protección del otro jugador. ¿Jugador? Los tres estábamos en una partida de las traes, ya sabes, ese juego de antaño que te da diversión sin tanta complicación. Corres un poco, tocas a un jugador y ahora este se encarga de perseguir a todos. ¡Una locura!
—¡No me alcanzas! —Adán le hacía burla a Toño.
Tremendo chamaco que corría a toda velocidad. Vi resbalarse a mi hermano y Toño aprovechó para tocarlo. Adán se levantó rápidamente y comenzó a perseguirme.
—No corras tanto Ari, te voy a alcanzar.
Mientras la gente de sociedad bailaba y se paseaba por una sala llena de aparente lujo; mi costumbre era más divertida que el vestido pomposo que traía puesto.
Resbale, me golpee contra el pasto y no pude evitar soltar unas carcajadas de esas potentes. Mis manos acariciaron el pasto mojado, sentí unas cosquillas internas bien agradables y esto era muy bueno en realidad.
Adán me tocó y echó a correr. No me levante al instante, tuve que obligarme a calmar mis emociones.
—¿Estas bien?
Me sorprendió tanto verlo tendiendo su mano para ayudarme.
—Si, solo estamos jugando —tomé su mano y nuestros ojos se observaron fijamente por algunos segundos, no podía dejar pasar esta oportunidad—. Ahora las traes.
Empecé a correr como loca. Erick pareció no captar el punto del juego.
—Tienes que perseguir a alguien para tocarlo y así te liberas —le dijo Adán escondido desde un arbusto.
La lluvia había bajado la intensidad. ¿Te puedes imaginar a un grupo de chicos bien vestidos jugando bajo la lluvia? Un juego de gala.
—¡Pues iré por ti! —Advirtió a mi hermano.
Comenzó la persecución y todo era diversión. Pasamos más minutos afuera que adentro, la noche era muy agradable, las farolas alumbraban bien y de pronto, vi a la tía Arabela contemplándome desde una puerta del salón.
—¡Ari! —Llamó ella.
—¿Que pasó tía?
—Tu abuelo te busca. ¿No se van a enfermar por andarse mojando? Eres una cascada de tela. Mira ese vestido. ¡Que genial es ser joven!
Una sonrisa brilló en su rostro. Tuvimos que detener el juego.
—¿Nunca jugó bajo la lluvia?
—Tu padre y yo siempre solíamos divertirnos en cada lluvia. ¡Qué momentos!
—¡Que padre! Seguro la pasaban muy bien.
Mi padre también se había encargado de enseñarnos a jugar bajo la lluvia. Recuerdo muy bien cada detalle de su risa bajo las gotas de agua. ¡Buenas lluvias para nosotros!
—Si, fueron buenos tiempos, que bueno que se diviertan así.
Asentí. Cuando entramos al salón, me sorprendió ver que ya estaba un poco vacío. Parecía que la gente se había ido y eso nos daba la oportunidad de pasar desapercibidos.
—Quiero que vayas a tu habitación y te cambies, yo iré a ver al abuelo —dije a mi hermano.
Toño acompaño a mi pequeño mocoso. Por mi parte, fui a buscar al abuelo, me causo un poco de curiosidad ver a Erick caminar detrás de mí.
—¡Estas escurriendo mucho! —Dijo tocando la tela de mi vestido.
Su mano se deslizo por mi hombro
—¡Y tú estas igual que yo! —También toque su hombro.
Su camisa estaba pegada a su cuerpo, podías ver un poco del color de su piel.
Cuando mi abuelo nos vio, la sorpresa era la definición perfecta para describir su semblante. Estaba en compañía de unas personas que se nos quedaron mirando de forma seria. ¡Mis tíos!
—¿Me quería ver abuelito? ¡Buenas noches! —Saludé a los demás.
—Si, que bueno que llegas. Estoy hablando con tus tíos de la gran posibilidad de que te quedes a vivir conmigo.
Noté el bochorno de esta situación.
—¿Eso es cierto? —Preguntó un hombre cuarentón. Parecía molesto, todos en realidad tenían una cara bien fea.
¡Amargados! Bola de gente interesada.
—Si, lo más probable que sí. Por un tiempo, en lo que el abuelo se recupera.
En realidad el abuelo tenía varios achaques y a su edad, era muy poco probable que se recuperara.
—Erick, que bueno que te quedaste hasta el final. Veo que se divirtieron jugando, los vi hace ratito —le dijo mi abuelito.
—La pase muy bien, en verdad. Sus nietos si saben divertirse.
¿Divertirnos? Sus ojos volvieron a brillar cuando mis pupilas le observaban con detenimiento. ¡Su rostro escurría en lluvia! Se veía muy mono, todo mojado.
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