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La Mujer Más Hermosa Del Mundo

Capítulo 1

I

Como todos los días, se asomaba por la mirilla de la puerta para así poder ver cómo era que él dictaba su clase. Verlo moverse con esa gracia y soltura le hacía sonreír y, de alguna manera, se convertía en su motor para

soportar la jornada. Los estudiantes lucían exhaustos, mientras él apenas si se notaba cansado. Era su deber formar los mejores bailarines del país, los que harían parte del mejor ballet del mundo y danzarían hasta que sus pies sangraran. O al menos esa era la atemorizante publicidad de su salón.

—Choi, ¿Otra vez viendo a donde no debes?

Uno de los mejores amigos que Dan Choi hizo en su estadía en ese lugar, Fito Dobargo, le dio un golpecito en la espalda hablándole en tono burlón. Era el único en el mundo que sabía lo mucho que a Dan le gustaba ese hombre.

—Es hipnótico verlo moverse así, es casi como si flotara, y mi cuerpo siente electricidad cada vez que danza —replicó ese de ojos tan sesgados,  sin despegar un minuto los ojos del hombre, aprovechando que la ventanilla no permitía ver hacia fuera. De no ser por eso lo habría descubierto hacía mucho tiempo, y era bien sabido que el profesor Greco no se llevaba con nadie—. Con un beso podría conformarme el resto de mi vida.

—Dan, por favor, hemos hablado de esto ya muchas veces, él jamás te va a dirigir la palabra para otra cosa que no sea el trabajo. Además, sabes de su especial carácter. Es un amargado.

—Quizás lleva un dolor muy grande, nadie se amarga así porque sí.

—Tal vez sea cierto —respondió su amigo recostándose en una pared junto a él—. Pero igual, ese hombre no se va a fijar en otro, ha manifestado infinidad de veces que le gustan las mujeres. Y mucho. Que no encuentra la

esclava que desea, es otra cosa. —Dan viró para verlo con una mueca—.  Lo sabes, tú no tendrás opción. Espero que lo tengas muy claro.

Dan Choi,  un poco apenado, bajó la cabeza y le dio la razón a su colega y amigo. Acomodó mejor su maleta al hombro y se dirigió a su salón para impartir la asignatura que le correspondía. Sus alumnos le querían mucho por su carácter dulce, y por hacer las clases dinámicas, a pesar de tener la estricta educación surcoreana.

Hacía un año que trabajaba en esa Universidad en Rusia. Estaba feliz, pues el estar ahí le subía muchísimo en el escalafón al que aspiraba. Fue seleccionado de entre muchos maestros en la Universidad de Estados Unidos dónde dictaba su cátedra, y luego de presentar una tesis impresionante, fue elegido para ir hasta San Petersburgo. La paga era buena, y podía dictar sus clases en inglés, ya que la mayoría eran alumnos extranjeros.

Pese a eso, su tiempo de práctica estaba por terminar y tendría que salir de allí para regresar de nuevo a Estados Unidos, seguir con su vida, y quizás aspirar a ser decano del departamento de Historia, sin importar lo joven que fuera. Sin embargo, algo no le permitía estar en paz con la universidad, ni con él mismo. Era ese hombre. Alexandro Greco. El antiguamente bailarín de ballet más afamado de todo el mundo, y ahora profesor de esa misma Universidad. Cuando se hizo la presentación oficial de todos los maestros, Dan quedó prendado por el magnetismo de esa mirada. Ese azul no lo había visto jamás en otros hombres, y había algo que aún no podía explicarse que lo atraía a él como un imán.

Pero Alexandro Greco era un ser muy especial. Amargado, mejor. Las muchas veces que Dan intentó acercarse para charlar de lo que fuera, él apenas si asomaba su mirada por sobre sus lentes y lo ignoraba groseramente. Creyó que quizás era un caso de xenofobia, no obstante, luego se enteró que él era así con todas y cada una de las personas de la tierra. Sin embargo, Dan intentó por todos los medios hablar con él, hasta que su amigo lo detuvo, podía revelar su condición sexual y eso quizás no caería muy bien en las directivas, y Greco podría acusarlo de acoso. Entonces se empezó a conformar con verlo desde la puerta. Aun así, el rendirse no era una característica de Choi. A él le encantaba escalar los volcanes en erupción.

—Alexandro, hora de almorzar —indicó su amigo Chris, asomándose a la puerta—. Dicen que las albóndigas hoy están deliciosas.

—Más te vale, tengo mucha hambre. Hoy los alumnos estuvieron especialmente torpes y me han cansado más de lo normal.

—Eres muy rudo con ellos, de verdad dan todo de sí, los he visto practicar mucho fuera de tu clase para poder llegar a complacerte, debes ser un poco menos estricto. —Chris le tomó por un hombro como si le consolara. En

verdad en ocasiones parecía que su amigo quisiera morir en uno de sus bailes.

—Tienen que saber que afuera la competencia es real. Que habrá tiburones por doquier esperando que fallen para poder pararse sobre el cadáver de sus carreras y arrebatarles todo por lo que han trabajado.

Chris no quiso hablar más. Siempre terminaban en una discusión sobre su particular forma de ver la vida profesional. Cuándo eran más jóvenes, ambos compartieron glorias en los escenario, no obstante, un día sin más, Alexandro decidió retirarse con el argumento de estar cansado y agobiado. Chris creyó que todo era temporal, pero cuando llegó el momento de retirarse él mismo, se dio cuenta que lo de Alexandro no tenía vuelta atrás. Pese a eso, su cambio abismal sí lo tomó por sorpresa ya que de ese hombre gentil y feliz, apenas quedaban las cenizas. Por eso se sintió muy honrado que le permitiera seguir siendo su amigo.

—¿Cómo te fue con la chica con la que saliste la otra noche? —preguntó Chris mientras llevaba el tenedor a la boca—. Parecía muy linda.

—Tú los has dicho, parecía. No dejó de hablar ni un segundo de su familia y lo mucho que habían apoyado su vida, para que ahora pudiera tener su propia empresa… fue muy molesto que no se callara un momento.

—Quizás, de vez en cuando, escuchar a las mujeres no es tan malo Alexandro.Tu búsqueda está fallando porque tú mismo estás saboteándola. —Chris soltó un momento el tenedor, y sacó del bolsillo de su camisa una tarjeta, parecía la publicidad de un página Web—. Intenta en este sitio, puedes llevarte una sorpresa. —Alexandro tomó la tarjeta y luego de leerla se echó a reír un poco.

—¿Es en serio? Esto es algo para quinceañeras...

—Todo lo contrario Alexandro, es para personas solitarias que como tú, esperan encontrar en un mar de rostros el que quieren que les acompañe en resto de la vida. Además, será un excelente filtro para ti, así ya no pasaré vergüenzas cada vez que te presento una chica y esperas que sea la versión terrenal de Venus. Hay algo extraño en tu excesiva búsqueda de la perfección. ¿No será que las mujeres no son realmente lo que quieres?

Alexandro levantó una ceja. Sabía por dónde iba la conversación y que terminaría muy mal. Él buscaba una compañera para su vida y punto. Nada más. Una esposa amorosa que le esperara todas las tardes con una cena

caliente, que cuidara de sus hijos y mantuviera la casa limpia y ordenada. Una que le escuchara todo lo que tuviera que contarle acerca de su día en el trabajo. Más o menos una mujer de 1950. Parecía que había llegado tarde a buscarla.

Dan en cambio, buscaba amor. Pero lo hacía también equivocadamente en amantes casuales que aunque muy bellos, jamás serían Alexandro. Sentía un temor enorme en que si lograba tenerlo un día en su cama, ya no quererlo más y sacarlo de su vida. Que todo se tratara de un capricho por su indiscutible belleza física, sus ojos de zafiro y sus cabellos de sol. Como fuese, lo estaba volviendo loco.

Una semana después, era muy tarde ya y la Universidad se encontraba casi vacía. Dan se había quedado dormido en el salón de profesores subiendo una información a la plataforma, pero esta fallaba y mientras esperaba que se arreglara, se tomó una siesta. Solo despertó ante las maldiciones que escuchó al otro lado del salón.

—¿Hola? ¿Alguien más con problemas para subir información? —El salón estaba oscuro, solo iluminado por las propias luces de las pantallas. Dan se dirigió hasta donde se encontraba la persona en apuros y casi se desmaya al ver que se trataba de Alexandro Greco. Sabiendo que no iba a recibir nada positivo de él, inclinó un poco la cabeza, en señal de despedida.

—¿Tiene usted también problemas, profesor Choi? Llevo horas acá, si no subo la programación esta noche, tendré problemas con el rector. —Alexandro parecía preocupado, Dan de forma precavida se acercó al asiento del hombre y vio a la pantalla.

Y aunque increíble, Greco le invitó a sentarse cerca. Dan le dijo que a pesar de que la plataforma fallaba, él estaba entrando por el lugar incorrecto. Con habilidad tomó las riendas del teclado y le llevó hasta el enlace debido, cosa que el de ojos de cielo le agradeció muchísimo. Al parecer lo que él necesitaba hacer funcionaba correctamente, y con la ayuda de Dan, terminó muy pronto.

Alexandro viró a verlo y algo en su aroma le llamó la atención, siendo interrumpido cuando su móvil empezó a sonar y se levantó para atender la llamada. Dan entretanto terminaba de ayudarlo, cuando vio una cosa curiosa en otra de las pestañas del navegador y, asegurándose que no estuviera cerca, entró rápidamente a la página y con igual velocidad salió.

—Muchas gracias, profesor Choi, me ha sido de gran ayuda. Un día le invitaré un café.

Dan, impresionado, le dio las gracias por la invitación, corrió a su puesto y sacó sus cosas lo más rápido posible. Una vez afuera, llamó de inmediato a su amigo, tenía que contarle lo que sabía y que podía ser por fin su oportunidad.

—Dan, nos veremos en media hora en tu departamento, por favor, no hagas nada estúpido.

—Date prisa Fit, ¡debes ayudarme! ¡Creo que por fin voy a poder acercarme a este hombre!

***

Cuando abrió la puerta de su departamento, Fito por poco se  desmayar de lo agitado que se encontraba. Corrió por muchas cuadras ante la impotencia de no encontrar transporte. Sabía que Dan cometería una estupidez. y al menos tenía que ser el amigo que le diría a futuro «te lo advertí».

Dan lo llevó hasta su laptop y le mostró una página de citas. Fit estaba sorprendido, parecía que su amigo quería buscar otras alternativas  y así dejar tantos amoríos fugaces. Pero, todo quedó en supuestos, cuando Dan le contó lo que había pasado horas atrás en la sala de profesores, y el entonces se echó a reír. Era imposible que Greco recurriera a eso para encontrar una pareja. Sin embargo, y con asombro, vio la página del perfil que él al parecer había hecho y la fotografía que había puesto. Aquella era la fotografía de alguien que buscaba trabajo de vendedor, más que otra cosa. Empezó a leer el perfil en voz alta y movía su cabeza de un lado al otro, en señal de negativa con todo lo que se encontraba.

—«Busco MUJER para entablar relación seria. No damas de compañía ni sexo casual. De edades entre 25 y 35 años; alta, delgada, con intereses y aficiones diferentes a ella misma. Que sepa hacerse cargo de una casa, que cocine aceptablemente. —Fito levantó una ceja y miró a Dan mientras leía esa parte—. Que tenga estudios universitarios. Que sea prolija en su aspecto personal, si habla inglés sería mucho mejor. Por favor, no estudiantes universitarias, ni jovencitas sin intereses más allá de noches de juerga. Escribirme por interno para pactar una cita. Vkt192117.» —¿Quién demonios usa la palabra 'Juerga' en este siglo?

—Es mi oportunidad, Fito, es ahora o nunca —intervino Dan recostado en la ventana, mirando a la calle, con aspecto ansioso y ojos casi enloquecidos.

—Creo que no has leído el mensaje correctamente, Dan, dice: ¡BUSCO MUJER! —gritó el otro profesor muy fuerte, sacando a Dan de su nebulosa—. No hay oportunidad para nada, lo único que hay es la oportunidad de burlarnos un poco de este hombre. Y mira, a pesar de ese horror de mensaje, tiene muchas visitas y peticiones para «pactar» una cita... —Fito se detuvo, sabía que para poder ver ese perfil, tenía que ser desde adentro, o sea, estar registrado—.  ¿Creaste un perfil para espiarlo, verdad? —Dan miró intensamente a su amigo. Fito sintió cómo un frío le recorría la espalda, al parecer el hombre quería llegar muy lejos en esa historia.

—Voy a ser esa que tanto anhela y quiero tú ayuda. Por un beso de ese hombre soy capaz de lo que sea. Por favor, Fito, no me dejes solo en esto, dime que estoy loco, enfermo, que merezco la muerte, pero que me ayudarás. Un beso y saldré corriendo como cenicienta.

—Estás loco, enfermo y mereces la muerte. —Dan lo miró con nostalgia—. Será solo hasta que consigas un beso y dejaremos esto para siempre. Si no es así, te olvidarás de mí como amigo. Si vas más allá, lo dañarás de forma profunda y no voy a hacerme responsable de eso. —Dan sonrió enormemente. Había encontrado un cómplice para la locura, a quien le estaría agradecido toda su vida—. Quiero que me expliques cómo lo harás.

Después de esa conversación, pasó una semana más. En un café muy conocido, donde miles de parejas se encontraban para darse afecto y estrechar su amor,  Alexandro Greco estaba sentado bebiendo un vaso de agua, esperando a alguien que quizás se convertiría en otra decepción, más aún, cuando no había visto una fotografía de ella. Sería quizás una mujer vieja en busca de una aventura, o una horrenda solterona que nadie quería. No se encontraba ansioso, algo curioso, quizás. De repente, una sombra lo cubrió.

—¿Vkt192117?

Alexandro levantó la mirada y quedó muy sorprendido con lo que veía. De momento los supuestos que era una anciana o una solterona fea desesperada, quedaban descartados. Se levantó rápidamente de su silla, y le ayudó a ella a que tomara asiento. Era muy hermosa, y juró que ese aroma que percibía de la chica, ya lo había sentido antes. La mujer sonrió y él se emocionó mucho.

—Soy yo. Es un placer conocerte y me alegra que hayas venido.

—El placer es mío —respondió la bonita niña.

Así iniciaba entonces, su desdichada historia.

***

Fin capítulo 1

Capítulo 2

II

Ansioso a más no poder, corrió por las escaleras de la Universidad para poder llegar a la cafetería donde su amigo lo esperaba. Leer un mensaje de su parte que dijera: «me fue muy bien», era más de lo que podría esperar de su parte. Evadiendo estudiantes y colegas, por fin, en la parte más iluminada y viendo que tomaba un café, estaba él.

—Quiero que me cuentes paso a paso, todo lo que sucedió. No te guardes nada, necesito saber qué fue eso tan maravilloso.

—Yo no dije maravilloso —espetó Alexandro a Chris—. Te dije que me fue muy bien. — Chris lo miró con algo de decepción, parecía entonces que la historia se iba a repetir con esta chica.

—Entonces, ¿seguirás aceptando citas de ese sitio? —Alexandro se rio un tanto

—Déjame por favor te cuento. Como siempre tenía las expectativas muy bajas, sobre todo porque al confirmar la cita ella no puso su fotografía. No obstante, había una razón para que no lo hiciera, ella creía que habían robado mi información y estaban haciéndome una broma. De ser así, ella se iría de inmediato, eso me dijo. La razón es que... no creyó que un hombre como yo pusiera ese mensaje en el perfil. —Chris lo miró con un «te lo dije» en el rostro—. Es muy hermosa, tiene el cabello negro, no muy largo, sus ojos son castaños y tiene una muy linda figura, y no creerás esto, es coreana.

—¿Coreana? —preguntó Chris muy sorprendido—. ¿Y pudiste hablar con ella así, no más?

—Eres un tonto. En fin, empezamos a charlar y resultó muy educada,

sabe muchísimo de Historia, fue muy graciosa; parecía algo incómoda con sus senos, no me preguntes, pero así era. Y algo me llamó mucho más la atención, sin conocerme parecía muy feliz de estar ahí, me miraba y sonreía a todo lo que yo decía, en verdad estaba interesada en escucharme. Solo hubo un detalle, al final, que no fue de mi agrado. Chris volteó los ojos hacia arriba. Ya sabía que no todo podía ser tan lindo.

Y al otro lado de la Universidad, la versión parecía ser otra.

—Fue horrible, Fit, horrible. No podía caminar bien, la falda se me levantaba con cualquier viento y ni qué hablar de ese maldito sostén con relleno, se movía tanto que casi me ahorca. —Por supuesto, estaba exagerando, pero hizo reír mucho a Fito—. Todo el momento fue muy incómodo, él me observaba tan detenidamente que pensé que sería descubierto, solo le hablé de lo que sé, que es la historia, y adivina, no llevaba un nombre preparado para «ella». La cita duró exactamente lo que él estipuló en el mensaje, a los treinta minutos se levantó, se despidió y yo tuve que acabar mi limonada de una sola bocanada. Me acerqué, te lo juro que quería un beso en la mejilla y me miró como si fuera una cucaracha. Ese hombre es terriblemente intimidante.

—Al menos ya sabes que todo esto se acabó.

Dan bajó su cabeza con toda la nostalgia del mundo acumulada en su cuerpo. Era cierto, ya todo había terminado, porque de seguro Alexandro le encontró defecto a «ella», obviamente. Se sintió un perdedor, no pudo acercarse a él ni como hombre ni como mujer, y eso era muy frustrante. De verdad soñaba con al menos poder estar a su lado así fuera un poco y ser su amigo, pero ese era otro imposible, lo intentó y también fracasó. Estaba en esos momentos de la vida en que quería algo con toda intensidad, que de verdad se había esforzado por lograrlo, pero en donde el destino, Dios, las circunstancias o como fuera su nombre, hacían imposible el cumplir las metas. Dobargo le hablaba intentando consolar su alma, Dan le agradecía muchísimo el que estuviera ahí con él y le hubiera seguido en esa locura. Ya tenía que dejar la obsesión por Alexandro Greco.

A pesar de que para él fue un fracaso, agradeció mucho esos treinta minutos que pasó con el maestro de ballet. Por primera vez pudo escuchar su voz sin que estuviera dando órdenes, o hablando de su guía de estudio. Lo vio sonreír, vio la expresión relajada de su rostro, el vaivén de sus manos cuando quería decir una palabra y no la encontraba, su risa, muy tenue, pero tranquila. Esos treinta minutos que Alexandro pasó con esa mujer, los guardaría para siempre en su memoria.

El día pasó en contrastes. Alexandro tranquilo, con la expresión relajada, y Dan triste con el rostro tenso. Era una ironía, pues, debería ser todo al revés. De lejos, Alexandro vio a Dan y recordó a la dama, que también era coreana. Y esa sería quizás toda la atención que Dan recibiría de él.

Ya era algo tarde en la noche. Dan cuando estaba muy triste, cuando sentía que el corazón le pesaba más de lo normal y quería literalmente arrancárselo del pecho y tirarlo a la basura, pues no parecía servirle de nada, se escurría al salón de ballet donde Alexandro dictaba su clase. Cuando era más joven, él también llegó a hacerlo de manera profesional, pero el apoyo no fue el suficiente y tuvo que dedicarse a algo que le trajera comida a la mesa, que pagara las cuentas y le dejara una pensión para el futuro. El ballet, como todo en su vida, parecía haberse quedado en ilusiones.

Se cercioró que no hubiera nadie alrededor y encendió el equipo de sonido lo más bajo que pudo para no ser sorprendido. Hizo unos ejercicios de barra para calentar un poco el cuerpo y luego, a la melodía de un piano, empezó a mover su ser como solo él sabía hacerlo. Intentando contar su propia historia, esa de fracasos y desesperanzas. Luego, en cada salto, quería alcanzar el cielo, intentaba hacer atrás la realidad que pesaba como un bloque de cemento y, elevarse al infinito. Llegaba entonces esa parte de la melodía en que había furia. Esa en la que debía criticarle al destino por no ser ese que quiso ser. Luego, el regreso a la realidad.

Jamás se hubiera imaginado que fuera del salón, estaba siendo observado. Alexandro vio desde el otro lado del patio que la luz de su estudio se encendía y se molestó mucho, les había dicho a los alumnos que esa sala era exclusiva para las clases y que no debían usarla de forma extracurricular. Subía decidido a gritar y amenazar, pero cuando se asomó a la ventanilla vio claramente de quién se trataba y que lo hacía muy bien. No pudo detenerlo, quiso seguirlo con los ojos e intentar leer con sus pasos la historia que estaba contando.

Obviamente, Dan no lo veía, la ventanilla no permitía ver hacia afuera. Dio un salto y cayó algo fuerte sobre su pie, intentó seguir ignorando eso y la puerta se abrió. Se detuvo en seco, corrió hasta una pared y aterrorizado totalmente, como un cachorrito al que van a golpear, agachó la cabeza y extendió los brazos con las manos abiertas como si intentara evitar un puño en la cara.

—¡Discúlpeme, por favor, profesor Greco! ¡Le juro que nunca más usaré esta sala, por favor, discúlpeme! —Dan estaba temblando, Alexandro se acercó, lo tomó por una muñeca y le bajó el brazo.

—Veo que mi pésima fama me precede, pero no creo que le hayan dicho que golpeo a la gente.—Alexandro lo miraba y se sentía mal por ese rostro asustado—. La verdad entré porque vi que hizo un movimiento algo peligroso, que puede hacer que su pie se desgaste y tenga calambres. ¿Puedo verlo? Me refiero a su pie.

Dan se calmó un poco, Sin embargo, supo que estaba en problemas. Se sentó en el piso y Alexandro empezó a masajear su pie y hubo un punto en el que dolió un infierno. El de ojos zafiro le dijo que a eso se refería cuando le habló del posible calambre. De haber seguido, podía haber pasado una muy mala noche. Dan lo veía mientras masajeaba su talón y su planta. Solo en ese momento se dio cuenta de que estaba muy cerca de ese hombre al que creyó jamás poder dirigirle la palabra. Era una ocasión única que tal vez no se repetiría, y así como esa media hora con "ella", agradeció al cielo.

***

Fin capítulo 2

Capítulo 3

III

—Lo hace usted muy bien, profesor Choi.

—Puede decirme Dan —Alexandro le regaló una pequeña sonrisa—. Cuando era joven lo intenté hacer de manera profesional, pero pues, no tuve el apoyo suficiente, así que ahora es solo un hobby. Es una vergüenza que usted, el maestro me haya visto hacerlo.

Alexandro le hizo levantarse y probar con un pequeño brinco cómo sentía su pie. La verdad lo sentía diferente, no se explicaba cómo, pero parecía más flexible. Le dio las gracias, sin embargo, la sorpresa mayor se dio en el instante en el que Alexandro tomó por la cintura a Dan y le dijo que practicaría con él unos movimientos menos bruscos, que eso que él intentaba hacer generalmente era usado para cuando una pareja lo elevaba. Dan no podía creer que su suerte estuviera mejorando y tenía que aprovechar esa oportunidad, aunque esa expresión adusta en el rostro de Greco, no cambiara.

Empezó de nuevo la música y comenzaron a danzar. Era increíble lo fácil que lo hacía parecer Alexandro y la enorme fuerza que tenía, lo levantó por la cintura más de una vez y lo lanzaba con sutileza para que él aprendiera a caer sin lastimarse. Todo el momento era casi que irreal. Dan estaba siendo tocado por el hombre que le gustaba tanto y creía que no podía resistirlo. Pero para Alexandro parecía que era solo una clase más que estaba dictando. Su expresión no cambiaba a pesar del momento. Dan quiso creer que sí, que en algún momento habría una sonrisa, un trato especial, diferente, pero con ese hombre resultaba imposible.

La pieza estaba por terminar, ambos se veían en el espejo en su improvisación y Alexandro daba instrucciones como un militar. Dan se daba cuenta de que estaba siendo tratado como la ballerina. En ese momento no le importó lo machista que pudiera ser Alexandro, estaba con él bailando y eso tal vez no se repetiría jamás en esta vida. Dos pasos más, un último movimiento y la música terminó mientras Alexandro lo sostenía por la cintura y lo inclinaba lo suficiente como para que su cabeza tocara el piso. Era el final y la clase al parecer había salido muy bien.

En ese preciso momento en el que todo había quedado en silencio y la pose aún se mantenía, solo se escuchaban las muy agitadas respiraciones de ambos. Solo eran segundos, aun así, algo era diferente en el ambiente y Dan lo notó cuando sintió en su cuello el aliento cálido de Alexandro. Movió la cabeza y se encontró con los ojos azules más profundos que había visto en su vida. Apenas unos segundos habían corrido y pese a eso, sintió esa mirada como si quisiera atravesarlo. Sin saber qué hacer, acercó un poco más su rostro y casi llegó a rozar al de su maestro. Fue ahí cuando Alexandro le ayudó a ponerse de pie y le sonrió ligeramente.

—Eso estuvo muy bien, Dan. Tiene mucho potencial, debería intentar practicarlo más seguido —dijo Alexandro, que se puso sus zapatos rápidamente y se dirigió a la puerta—. Puede volver cuando desee, yo podría enseñarle más cuando guste. Por favor, cuando termine cierre con seguro y que las luces queden apagadas. Hasta pronto.

Salió de ahí dejando a Dan algo triste. Ese hombre estaba hecho de hierro definitivamente y el momento que parecía tan romántico era simplemente una rutina para Greco. Aun así, Dan agradeció la oportunidad de sentir las manos de él sobre sí, quizás no cómo deseaba, pero al fin y al cabo era un contacto. Quedaba claro que ya no regresaría a ese estudio a practicar, esta vez solo había tenido suerte de encontrar a Alexandro de buen humor.

Pero al contrario de lo que creía Dan, Alexandro salió corriendo directo al baño a lavarse la cara. Ese contacto con el profesor de historia le había perturbado más de lo que podía soportar. Tenerlo tan cerca, sentir el aroma de su sudor entrando por su nariz, lejos de ser una simple rutina, hizo que el corazón y la entrepierna le palpitaran de manera anormal. Y el golpeteo de recuerdos llegó a su mente. Se miró en el espejo con furia y se repitió mentalmente que no permitiría que eso pasara de nuevo. Nunca.

Dan sintió que su celular vibraba con insistencia mientras iba en el vagón del tren. No se preocupó mucho, así que esperó hasta llegar a su departamento para ver de qué se trataba. Casi se desmayó al ver que era una notificación de la página de parejas, dónde Vkt192117 le pedía otra cita. Por supuesto, a ella. Gritó de la alegría, tendría una oportunidad más de estar con su profesor y esta vez quizás sí le robaría un beso. Cumpliría la promesa a su amigo y regresaría a Estados Unidos con el corazón, algo sacudido, pero satisfecho. Dan parecía no haberse dado cuenta que ese momento en el estudio de baile, había sido tenso para su maestro.

—¡Dobargo! ¡Alexandro pidió otra cita conmigo! ¿Me acompañarás a comprar ropa para ella? ¡Tiene que verse muy linda!

—Púdrete. —Aquello fue lo único que escuchó de su amigo. Luego el sonido típico de una llamada que terminaba. Sonrió. Supo que Fito odiaba con su vida esa situación, pero que lo apoyaría en su locura. Siempre.

***

En ese momento, en el que se concentraban parejas conformadas de hombres y mujeres, supo que estaba enloqueciendo y que lo que hacía estaba muy mal. El día era hermoso. Con ayuda de la asesora de la tienda había comprado una ropa que resaltaba su figura, claro, la mujer creía que lo compraba para su novia. Fito también había dado su opinión y odiaba la situación, pero cuando lo vio vestido, supo que sí podría engañar a cualquiera. Las facciones finas de su rostro le ayudaban aún más y solo tuvo que resaltar mucho sus ojos, cosa que aprendió después de ver tutoriales en Youtube, y su voz, nada más, la hizo un poco más baja y todo estaba perfecto. Asqueroso.

Pero en ese preciso instante, en el que esperaba por Alexandro, la sensatez le llegó al alma. No era posible. Ya no era graciosillo, ya no era la treta de telenovela para salir con alguien, era un horrible juego de suplantación y manipulación. Había caído muy bajo, estaba ahí fingiendo ser algo que nunca sería, solo por la absurda idea de robarle un beso.

Con su dedo índice rodeaba el borde del vaso plástico en el que pidió la limonada, miró a una chica y se sintió una rata. Pretender ser una mujer por querer acaparar la atención de alguien, era tema para ir a un psicólogo. Se sintió un misógino. Sintió que le estaba robando a una mujer real, la oportunidad de estar con ese hombre tan especial, pretendiendo ser una chica ideal para Alexandro. La mujer que él esperaba sí debía existir, sí debía estar caminando por ahí, con hermosísimos pechos reales, grandes o pequeños, pero reales, no con rellenos de espuma bajo el sostén como él.

Sintió que no podía seguir con eso. Era absurdo, ridículo. Parecía una pésima broma para cobrar algo que Alexandro había hecho mal, sin embargo, el hombre de cabellos claros no había hecho nada contra él más que vivir su vida ignorándolo y eso no era un pecado. Si no le gustaba como persona, debió dejar de pensar que era un reto, Alexandro no estaba obligado a simpatizar con él, así de fácil. Miró sus zapatos, había escogido unas sandalias que se le veían muy bien. Recordó las palabras de su amigo: «termina con esto hoy, por favor, antes que avances tanto, que ya sea imposible regresar».  Y de un sobresalto se puso en pie, dispuesto a salir de ahí y olvidarlo todo, dejar plantado a Alexandro que solo se molestaría una semana y luego la vida continuaría. Aún no era tarde, aún podía volver.

Tomó el vaso de plástico, dio unos pasos fuera de la mesa, dispuesto a escapar de ahí, no obstante, una mano lo tomó fuertemente de una de sus muñecas. Viró a ver y era él, algo confundido.

—Lo siento mucho, pensé que la cita era a las once, incluso llegué diez minutos antes, si te hice esperar y por eso te vas, lo siento. —Alexandro aún no soltaba su muñeca. Estaba ahí esperando una razón para que ella, quisiera irse. Estaba asustado.

—¡Hola! —respondió finalmente Dan, sonriendo—. No iba a irme, solo iba a tirar el envase. Yo llegué hace poco, creí que el tráfico iba a estar peor, pero fue muy rápido desde mi casa. —Dan dirigió su vista hasta la muñeca que aún era sujetada—. No te preocupes, no voy a escapar. —Alexandro la soltó algo apenado.

Y era cierto. Se había metido en ese huracán de errores y ya no había forma de escapar, por mucho que lo deseara. Toda la sensatez inicial se esfumó en el aire cuando lo vio a él, cuando lo tocó. Naufragaría, se hundiría y moriría seguramente humillado y solo. La mentira aún podía detenerse, pero ya no quiso y pensó ingenuamente que la próxima cita sí la rechazaría, y si no era la siguiente, quizás la que le seguía. Y por dentro rogó que fuera Alexandro quien acabara con todo eso.

Se sentaron, y ya «ella» se apropió de su papel. Alexandro pidió un café y Dan otra limonada. Suni, era su nombre de mujer. A Alexandro le encantó su significado. Bondad, en Coreano. Hablaron a cerca de muchas cosas sin sentido, el clima, el tráfico, el medio ambiente. El profesor le llevó una postal de la playa en Busan, se le hizo muy apropiado, ella la recibió y empezó a contarle la historia del lugar. Suni sonrió en agradecimiento, vio su celular y de una bocanada se tomó la limonada que le quedaba, extendiendo su mano para despedirse de Alexandro.

—¿Por qué tienes que irte? ¿Debes trabajar o algo así? —preguntó Alexandro algo sorprendido.

—Pero qué dices, han pasado ya los treinta minutos que estipulaste de nuevo para esta cita. Esta vez quería estar lista. —Sonrió un poco y de nuevo extendió su mano.

—Es ahora cuando me doy cuenta de lo detestable que puedo llegar a ser. Me disculpo por eso.

Alexandro estaba contrariado consigo mismo. Recordó las muchas veces que Chris se lo dijo, que debía ser un poco más flexible en el trato con los demás, que no podía tratarlos a todos como si fueran sus alumnos, porque eso lo condenaría a la soledad. Le pidió a «ella» que se quedara otra media hora. Por supuesto, Suni aceptó.

***

Fin capítulo 3

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