ADVERTENCIA: Está obra está EN EMISIÓN. Trato de subir un capítulo por día, pero a veces la vida se me atraviesa y puedo tardar un poco más en actualizar. Si a usted no le gusta esperar a la actualización de capítulos, NO comience a leer esta novela y guárdela, ya cuando esté más avanzada o completa la puede leer después. Mientras tanto, los invito a leer mis otras tres novelas ya completas que están en mi perfil. Gracias.
Con cariño,
Yeinand.
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A mi único y verdadero amor:
No pensé que estar en mi lecho de muerte me haría madurar y hacerme entender lo que realmente pasó. Si tan solo hubiera sido un poco más inteligente nunca habría caído en su trampa.
Mi arrepentimiento más grande fue pensar en que todas las personas son buenas y confiar en los equivocados. Al menos, espero descansar de este infierno y poder morir pronto en paz. Lamento todo el daño que mis decisiones le hicieron a este reino.
Mi querido amor, siento mucho dejarte de esta manera, pero dejé este libro, en el cual, muestro nuestra historia. Quisiera que las cosas hubieran sido diferentes, así nos ahorrábamos muchos sufrimientos. Espero que pronto seas feliz, aunque yo ya no esté.
Con amor,
A.
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Alicent era una chica de 17 años, cabello largo y rojo como el fuego. Sus ojos parecían tallados en jade, nariz pequeña, rostro amable.
Ella vivía en el campo en la parte más alejada Arendel con sus padres, arriba en las montañas. Apenas hace unos pocos meses la madre de Alicent murió de una extraña enfermedad, por lo que su padre y ella estaban bastante deprimidos.
Vivían como ermitaños, Alicent no tenía amigos. Su única compañía eran sus cabras, con las que pasaba la mayor parte del día. Nunca había conocido otros lugares, aunque toda la vida había tenido mucha curiosidad por conocer otras ciudades y culturas.
Le gustaba mucho leer, eso la transportaba a todos esos lugares maravillosos que nunca había visto. Desde que era muy pequeña, su padre se había dado a la tarea de traer libros cada vez que bajaba al pueblo o tenía que salir a otra ciudad. Por lo que habían logrado tener una enorme biblioteca.
Cuando estaba regresando de alimentar a las cabras, su padre le dió la noticia que había llegado una carta de la capital. El sobre se veía grande y elegante, lo cual aumentó la curiosidad de la chica. Jamás había visto un papel tan fino y con un sello oficial.
- Y que dice la carta papá? - preguntó Alicent ansiosa.
- Ali, tu siempre tan curiosa. Es una carta de la reina invitándonos al palacio. - Contestó su padre con la carta en mano.
- Al palacio? La reina? Por qué nos invitaría a nosotros si sólo somos unos simples campesinos? - dijo Alicent confundida.
- Ali, no te lo habíamos dicho. Pero tu madre era una dama de la corte y la mejor amiga de la princesa Rocío, en paz descanse. La reina la quería mucho y la carta dice, que quiere conocerte. Tu eres su ahijada. - reveló Bastián el padre de Alicent.
- Soy ahijada de la reina? Esta es otra de tus bromas no? - dijo Alicent incrédula.
- No, no lo es. Bien sabes que tu madre es hija del conde Dumont. Su padre la desterró de su vida, porque ella se enamoró de mí y es por eso que nos fuimos lejos de la corte y todas sus intrigas. La reina fue la única que apoyo nuestro matrimonio y nos ayudó con un poco de dinero para comprar esta cabaña. Es por eso que al nacer tú, la hicimos tu madrina.- contestó Bastián.
- No puedo creer que en 17 años no me hubieran dicho nada de esto. Quiero saber más de la vida de mi madre cuando era joven. Podemos aceptar la invitación de la reina? Así podré sentirme más cerca de mi madre. - dijo decidida Alicent.
- Está bien, de cualquier manera hay varios asuntos que debo hacer en la capital y por la muerte de tu madre he aplazado. Podemos partir mañana al amanecer. Pero yo debo volver pronto. El invierno se acerca y debemos prepararnos. - contestó Bastián.
- Gracias papá, qué emoción. Voy a empezar a hacer mis maletas. - Ali estaba muy emocionada.
Se levantó y empezó a llenar unas maletas con su ropa y a preparar comida para el viaje. Al fin conocería algo más que las montañas y el pequeño pueblo que había debajo de éstas.
El viaje a la capital era de dos días, ya que ellos vivían en la parte más lejana del pequeño reino de Arendel.
A la mañana siguiente, Alicent y su padre partieron de casa rumbo a la capital en la carreta de la familia. No era nada lujosa y era incomoda en viajes largos, pero nada de eso importaba, ella estaba ansiosa por comenzar su aventura.
Dos días habían pasado y al fin, podían ver la entrada a la capital. Alicent se maravillaba con las enormes murallas que rodeaban la ciudad.
En la entrada fueron detenidos por unos soldados, a lo que el padre de Alicent, les mostró la carta de su Majestad y de inmediato los hicieron pasar y les indicaron dónde se encontraba la entrada del castillo.
Cuando Alicent estuvo frente a las puertas del precioso castillo, no lo podía creer, era lo más magnífico que había visto en toda su vida. Alicent era innatamente inocente y curiosa. Le fascinaba averigüar todo.
Abrió bien los ojos y comenzó a observar hasta los más pequeños detalles del castillo y a la gente que había en él. Cada cuadro, mueble o adorno la tenían fascinada.
Una mucama los escoltó hasta una de las salas de invitados, dónde ambos aguardarían a la reina.
Por favor Alicent, ven a sentarte, qué dirá la reina si te encuentra husmeando por toda la sala? - dijo Bastián, ya que desde que llegaron, Alicent se había empeñado en ver cada rincón de la salita.
- Diré que sólo es una joven curiosa. A ver permíteme verte Alicent. - dijo la reina.
La reina era una mujer de casi 60 años, tenía porte y elegancia y era imponente, sin embargo al mismo tiempo parecía amable y se veía que estaba contenta por tener a su ahijada ahí.
Tanto Alicent cómo su padre se levantaron a hacerle una reverencia a la reina que acababa de entrar a la habitación. Después, por petición de la reina, Alicent se acercó a su Majestad.
- Eres preciosa ahijada mía. Me da mucho gusto tenerlos en el palacio. Ustedes son mis invitados de honor, mandaré pedir una habitación a cada uno y ropas apropiadas y cómodas para que estén en el palacio. - dijo la reina.
- Muchas gracias su majestad, pero eso no será necesario. Sólo vinimos a saludarla. Tengo algunos pendientes en la ciudad y en un pueblo vecino y no puedo quedarme mucho tiempo. - contestó Bastián.
- Ya veo, pero mientras tú estás en tus pendientes, puedes dejar a Alicent aquí a mi cargo. Quiero conocer a mi ahijada y cuando termines regresas por ella. - sugirió la reina.
- Estaré fuera por al menos una semana, está segura que no será una molestia?
- Para nada. Puedes estar tranquilo, aquí Alicent estará como en casa. Además recuerda que mi nieta es de la misma edad de Alicent. Ella ahora está un poco deprimida y la compañía de mi ahijada le ayudará bastante. - comentó la reina.
- Y por qué está deprimida? - interrumpió Alicent.
- Ali! - dijo Bastián.
- Está bien Bastián. No la regañes. La curiosidad no es un pecado. Celeste se acaba de enterar que está comprometida y no quiere casarse. Si por mi fuera tampoco dejaría que se la llevaran, es la única familia que me queda.- contestó la reina.
- Es muy entendible, al menos su prometido es guapo?- preguntó Alicent.
- No lo sé, no lo hemos visto desde hace 18 años cuando el niño en ese entonces tenía 3 años. Pero sé que pronto regresarán, él y su padre. - dijo esto último la reina con pesar.
- Pero si no lo conoce y no le gusta por qué la obligan a casarse con un desconocido? Eso es muy injusto para ella. - comentó Alicent.
- Ali, no puedes hablarle así a su Majestad. No creo que sea una buena idea que Alicent se quede. Como pudo observar ella es muy curiosa y no tiene filtro a sus palabras.- contestó Bastián.
- Lo siento, trataré de no inmiscuirme en lo que no es mi asunto, pero me quiero quedar. Por favor papá. - rogó Alicent.
- Vamos Bastián. Sólo serán unos días y después ambos podrán volver a su vida normal en su cabaña. - pidió la reina.
- De acuerdo, puedes quedarte unos días Ali. Me despido entonces. Si me necesitan estaré en la posada del pueblo vecino. - Bastián hizo una reverencia a la reina y se retiró.
- Muy bien señorita, ahora vamos a asignarte una habitación. Estoy muy contenta que estés aquí. Me recuerda cuando tu madre y mi hija estaban por todo el palacio haciendo de las suyas. - agregó la reina con nostalgia.
- Me encantaría escuchar algunas de esas historias. - dijo Alicent.
- Por supuesto. Pero ahora señorita me gustaría que te cambiarás de ropa para que nos acompañes a cenar. - dijo la reina.
Ella le hizo un gesto a una de las mucamas y ésta se acercó.
- Lleva por favor a mi ahijada a su habitación y que le lleven vestidos, joyas y todo lo que necesite para que se vea como toda una princesa. - dijo la reina.
- Claro que sí Majestad. Sígame por favor señorita. - dijo la mucama indicando el camino.
Ambas caminaron por el palacio cerca de donde estaban las habitaciones reales. Alicent estaba embobada. Los pasillos, y las salas abiertas que alcanzaba a ver la impresionaban mucho.
Llegaron a un alcoba y la mucama la abrió.
- Llegamos señorita, esta es su habitación. Pase por favor. Si gusta puedo mandar prepararle un baño de agua caliente para que pueda descansar del viaje tan pesado que hizo y traeré los vestidos. Mientras puede descansar.- sugirió la mucama.
- Eso estaría muy bien. Muchas gracias. - contestó Alicent.
La mucama salió de la habitación y Alicent entro a ver el resto de la alcoba. Tenía un baño con una tina enorme. Los roperos estaban vacíos pero eran muy grandes. La cómoda tenía cepillos e instrumentos de belleza.
Después se acercó a la cama. La colcha era de la mejor calidad. Se tiró hacia el colchón y era la cosa más deliciosa que había probado en su vida. Era extremadamente cómodo. En casa ella dormía en un colchón de paja y no era ni la mitad de cómodo que este.
Las puertas se abrieron y entraron varias mucamas con toallas y palanganas llenas de agua caliente. Entre todas llenaron rápidamente la bañera.
Alicent entró a la bañera y la sensación del agua caliente en sus músculos, hizo que se relajarán y pudiera descansar. El agua tenía pétalos te rosa que emanaban una deliciosa fragancia y la mucama ayudaba a Alicent a lavar bien su cabello, que había acumulado algo de suciedad por el viaje.
Después del baño llegaron más mucamas con muchos vestidos. Todos muy hermosos. Era como un sueño para Alicent. Ahora no sabía cómo iba a volver a su pequeña cabaña en la montañas después de esto.
Se probó varios vestidos, pero al final escogió uno color verde esmeralda que combinaba con sus ojos.
Cuando peinaron su cabello y ella estuvo lista, fue conducida por la mucama abajo al comedor. Ahí ya se encontraba su Majestad y a un lado está a una chica rubia con ojos azules. Era alta pero muy hermosa.
- Ah Alicent querida, veo que ya has llegado. Que hermosa te ves con ese vestido. Permíteme presentarte a mi nieta Celeste. Le he hablado de ti desde hace un tiempo. - dijo la reina.
- Mucho gusto Princesa Celeste. - dijo Alicent haciendo una reverencia.
La princesa no contestó, se limitó a dar una tímida sonrisa y siguió comiendo.
- Pero hija no te quedes ahí. Ven siéntate a mi lado. - ordenó la reina.
Alicent hizo lo que la reina dijo y se sentó a lado de ella, quedando justo al frente de Celeste.
- Alicent, estará con nosotros unos días. Espero que ambas se lleven muy bien. Sus madres eran las mejores amigas. Espero que ustedes se hagan amigas también. - comenzó a decir la reina.
- Abuela quieres que haga una nueva amiga? Es en serio? Para qué? Si yo me voy a ir en unos días. Fui vendida. O más bien di que ya encontraste mi remplazo para cuando me vaya y por eso la mandaste traer y no quedarte sola. - Celeste se veía muy afectada con todo. Comenzó a llorar y se levantó de la mesa y se fué.
- Celeste por favor regresa. - suplicó la reina con lágrimas en los ojos.
Lamento que hayas tenido que ver eso Alicent. Cómo puedes ver mi nieta está muy afectada por lo que pasa. - explicó la reina.
- No se preocupe Majestad. Entiendo lo que debe estar sintiendo su nieta Celeste. Si yo estuviera en su lugar, pienso que reaccionarias de la misma manera, si no es que peor. - dijo Alicent.
- Gracias por comprenderlo. Es una situación muy difícil. - contestó la reina.
- Pero veo que tanto Celeste como usted sufren respecto a este matrimonio. No hay algo que usted pueda hacer para terminar este compromiso? Tal vez si lo habla con el prometido y el padre de él, puedan llegar a un acuerdo. - sugirió Alicent.
- Ese hombre jamás lo aceptaría. Esto es un poco más complicado de lo que parece. Creo que es mejor que nos vayamos a dormir. Mañana me gustaría enseñarte algunas cosas de tu madre que quedaron en la bodega. - dijo la reina.
- Por supuesto Majestad, me encantaría. Que descanse. Hasta mañana.
Con una reverencia Alicent se retiró del comedor y subió hacia su habitación para dormir. Estaba aún muy cansada, pues en el viaje no había podido dormir muy bien. Así que pronto se quedó dormida en aquella cama tan cómoda.
A la mañana siguiente, Alicent se despertó muy temprano, estaba acostumbrada a madrugar en casa, por lo que decidió levantarse y empezarse a arreglar.
El hecho de saber que ese día vería algunas cosas de su madre la hacía muy felíz.
Cuando estuvo lista bajó las escaleras y empezó a recorrer los jardines. Los sirvientes corrían de un lado a otro y se sentía mucha tensión en el aire.
Alicent tenía bastante curiosidad por saber qué es lo que estaba pasando. La atmósfera de esa día no era igual a la del día anterior. Podía percibir que algo estaba pasando. Así que detuvo a una de las mucamas y le preguntó qué sucedía.
- Acaba de llegar hace unas horas el prometido de la princesa y su padre. El Conde es un tipo muy exigente y ha requerido muchas cosas. Estamos exhaustos. - comentó la mucama.
- Ya veo, muchas gracias. - contestó Alicent y dejó a la mucama retirarse.
Ahora entendía todo el ajetreo en el palacio tan temprano. Alicent empezó a sentirse mal por Celeste y por la reina. Estaba segura que pronto iban a ser separadas, ya que Celeste se tendría que ir con esos hombres, que, por lo que dijo la mucama, no eran nada agradables.
Se dirigió a desayunar después de un largo paseo y ahí se encontró a Celeste. Estaba mucho más triste que el día anterior. Seguramente sabía que su prometido y su suegro ya habían llegado.
- Buenos días Princesa Celeste. - saludó Alicent con una reverencia.
- Buenos días Alicent. Disculpa por lo que viste anoche. He estado bajo mucha presión. Sé que no es tu culpa y solo eres una invitada de mi abuela. - dijo Celeste.
- No hay problema, yo entiendo. Sé que no debe ser fácil para tí saber que te tienes que casar con un desconocido. - dijo Alicent.
- Si, mi único consuelo es saber que este reino de salvará cuando yo me haya ido. - dijo Celeste.
- Pero de qué lo vas a salvar? Está pasando algo en el Reino? - preguntó Alicent. Ella no tenía idea del peligro que acechaba al reino de Arendel.
- No importa ya eso Alicent. Sólo que todos estarán seguros mañana cuando me vaya. - contestó Celeste.
- Mañana? Tan pronto? No puedes quedarte un poco más? - Alicent estaba en shock.
- Tengo entendido que mi prometido y su padre quieren irse lo más pronto posible de aquí y yo me iré con ellos. Ya viene mi abuela. Por favor no menciones nada de esto frente a ella. No quiero que ella siga sufriendo. - dijo Celeste, ya resignada a su suerte.
- Buenos días señoritas. Veo que se han estado conociendo. Me da mucho gusto. - saludó la reina.
- Si su Majestad. Hemos platicado un poco antes de que llegara. - contestó Alicent.
- Me da mucho gusto. El día de hoy he mandado sacar algunas cosas de la bodega que eran de sus madres cuando tenían su edad. Están en el salón azul. Por si quieren ir a verlas después del desayuno. - dijo la reina.
- Por supuesto que sí, Majestad. - contestó Alicent.
- Yo iré más tarde. Quiero descansar un rato en mi habitación. - contestó Celeste.
- Por supuesto hija. Te veremos más tarde. Los invitados llegaron hace unas horas. En este momento deben estar descansando. Así que puedes descansar todo lo que quieras. - dijo la reina.
Celeste solo dió una triste sonrisa y continuó desayunando. El desayuno de volvió muy callado e incómodo de pronto. Cuando hubieron terminado. Las tres se levantaron y Celeste se fue a su habitación, mientras Alicent y la reina fueron hacia el cuarto azul.
Dentro del cuarto había un baúl enorme y Alicent emocionada fue de inmediato a abrirlo. La tapa era pesada, pero nada que una chica del campo acostumbrada a hacer tareas pesadas no pudiera manejar.
Adentro del baúl había muchísimas cosas. Había joyas, ropa, libros y hasta cartas de su madre y la princesa.
Poco a poco fue sacando las cosas que había en el baúl. Quería conocer todos los secretos que éste contenía.
- Mira Alicent. Ese es el vestido de novia de tu madre cuando se casó con tu papá. Aún está muy bien conservado. Recuerdo bien ese día, teníamos miedo que tu abuelo se enterara y viniera a impedir la boda. - comentó la reina sonriendo.
- Es precioso. Cree que a mí me quede? Me lo puedo medir? - preguntó Alicent.
- Por supuesto hija. Es tuyo, al igual que muchas de las cosas de este baúl. - dijo la reina.
Alicent de inmediato se levantó y fue atrás de una mampara a cambiarse de ropa.
Una mucama entró a la habitación.
- Su Majestad. El Conde Neville quiere hablar con usted. - dijo la mucama.
La reina suspiró ante la petición del Conde y se levantó del sofá.
- Dígale que de inmediato iré a verlo. - dijo la reina.
- No hace falta que se mueva su Majestad. He venido a verla yo directamente. - dijo el hombre con una voz rasposa.
Entró a la habitación un hombre alto e imponente. Cabello y ojos negros como la noche y una cicatriz en la mejilla que deformaba su rostro ya ajado por el tiempo. Su aura era oscura y llena de malicia.
- Ya estoy lista. - salió Alicent detrás de la mampara con el vestido de novia puesto.
El hombre le dedicó una mirada oscura y Alicent, tan sólo de estar frente a la presencia de ese hombre sintió miedo.
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