MIGUEL
Soy Miguel Cerato, actualmente soy un hombre de 35 años y felizmente casado con una mujer hermosa y muy inteligente, Vanessa. Ella es la mujer más perfecta, amable y caritativa. Tengo una hija de 2 años, Elizabeth, que es el sueño de todo padre, es una niña muy dulce.
Vanessa y yo trabajamos para la empresa que fundaron nuestros padres, a pesar que fue un matrimonio arreglado, el amor surgió a penas nos vimos. Ella era la relacionista pública de la empresa y yo el CEO de ella.
Mi empresa se dedica a la tecnología en PC y dispositivos móviles. Ha sido duro mantenerse en el mercado donde hay una competencia increíble pero hemos sabido llevar la empresa con ayuda de Vanessa.
Mi vida con Vanessa empezó desde hace 15 años, cuando yo tenía 20 años y ella 19. Nuestros padres arreglaron nuestra boda.
Ellos eran grandes amigos desde su niñez e hicieron la promesa que el día que ellos fueran padres si tenían una niña y un niño nos iban a casar para mantener la familiaridad y la hermandad entre ellos. Y así fue, del matrimonio de los Mondragón nació Vanessa y del matrimonio Cerato nací yo.
Con el pasar de los años, nuestros padres fundaron lo que hoy es la empresa " Company Cerato- Mondragón".Al inicio todo iba bien, las familias tenían buena comunicación y habían encuentro cada domingo pero de un momento a otro cuando empezamos la escuela y la empresa tuvo sus primeros problemas dejamos esos encuentro para después y ese después fueron años.
El anuncio de la boda se dio cuando cumplí 20 años. Cómo joven renuente me negaba a la idea de casarme tan joven. Apenas terminaba la universidad y quería vivir un poco más juventud como todo joven de mi edad.
Llegó el día que las familias se unieron de nuevo en un encuentro dominical. Me presentan a la que será mi esposa, una chica rubia, de ojos color miel y con unas curvas muy bien trabajada por el gimnasio. Mi corazón empezó a palpitar de emoción. Si ella iba a ser mi esposa con todo el gusto me casaba.
— Hijo te presento a Vanessa, tu prometida y futura esposa— dijo mi padre José.
— Es un gusto.
— Te acuerdas que ellos les encantaba jugar con tierra José— dice el padre de Vanessa, don Erasmo.
— Fijemos la fecha de la boda— dijo mi papá.
— Papá. Ya te dije que no soy un objeto. Si me voy a casar obligada por lo menos deja que nosotros decidamos el día y la hora.
— Okey okey hija.
Vanessa se levantó y tomó mi mano.
— Vamos.
Nuestros padres se tiraron la carcajadas.
— Mira, la verdad yo ni me acuerdo de vos pero déjame preguntarte, estás de acuerdo que ellos decidan nuestro futuro.
— Vanessa. Yo estoy de acuerdo. Me gustas.
Ella abrió sus ojos como platos y se sonrojó.
— Tú también estás loco.
— Casémonos.
— Esto será imposible. No me gusta que decidan por mi.
— No te agrado ni un poco.
— Estás guapo, no se niega eso. Esta bien. En un mes.
Ella se fue a sentar y yo la seguí.
MIGUEL
Vanessa finalmente se convenció de casarse conmigo. No puedo negar que me enamoré de Vanessa casi a lo inmediato y creo que con ella ocurrió lo mismo.
Nuestros padres estaban que brincaban de la felicidad porque su sueño se les hacía una realidad.
La boda se llevó acabo tan glamurosa y con tantos invitados. Nuestros padres no escatimaron gastos, habían invitado a media ciudad y los medios de comunicación estaban presentes.
Esperaba a Vanessa en el altar. Ella entraba tan bella, con tanto glamour, con tanta perfección.
Dimos el tan esperado si por todos.
Al año de habernos casado nuestros padres nos cedieron la empresa. Yo asumí el rol de CEO y Vanessa de relacionista pública.
Cada día, cada momento de nuestra vida marchaba tranquila hasta que quisimos ser padres, tener nuestra familia. Vanessa con 25 años y yo con 26 años, a esa edad experimentamos ansiedad y tristeza por no poder ser padres. Olvidamos el tema de hijos y nos dedicamos al trabajo y a realizar viajes cortos conociendo diferentes lugares donde la naturaleza estuviera presente.
El tiempo transcurrió rápido. Vanessa comenzó a sentirse mal, vomitaba y se mareaba casi todos los días. Decidimos ir al médico. Quién nos dio la maravillosa sorpresa que estábamos en espera de un bebé, en nuestro caso de una bebé.
— No lo puedo creer— Vanessa lloraba como una niña.
Mi felicidad era completa. Llevaba años pidiéndole a Dios un milagro.
Vanessa tenía que cuidarse. Así que por decisión de ambos, ella se iba a quedar en casa.
El momento llegó. Nació nuestra bebé Elizabeth, una niña hermosa.
Vanessa quedó agotada después de varias horas de parto.
— Gracias mi bella dama por darme este regalo y el privilegio de ser padre. Tú eres mi vida entera. Te amo.
— Miguel Cerato Te amo.
Le dieron de alta a las dos mujeres mas importante de mi vida, Vanessa y Elizabeth.
Vanessa quería asumir la maternidad completamente el primer año de Elizabeth y después de ese año regresaría al trabajo.
En el momento que Vanessa regresó al trabajo buscamos una niñera para Elizabeth.
Se puede pedir a Dios algo más, no. Tenía una familia amorosa, una esposa que daba todo por su familia, una hija que es un regalo, una empresa que le iba bien financieramente.
Elizabeth estaba a dias de cumplir sus dos años y Vanessa quería hacerle una pequeña celebración. Así que se movía de un lado a otro buscando ella algunas cosas.
Estando en el trabajo recibí una llamada de Vanessa.
— Buenas tardes señor— la voz de un hombre llamaba del celular de mi esposa.
— ¿Quién habla?
— La señora Vanessa Mondragón acaba de tener un accidente. Y lamento decirle esto, mientras la trasladaban al hospital San Benito, ella falleció.
No puedo comprender que está diciendo este señor. Mis piernas aflojaron. Mi corazón empezó a bombardear sangre como loco. Sentía una desesperación acompañada de lágrimas.
Tartamudee.
— ¿Qué acaba de decir? Es una broma de muy mal gusto.
— Señor, venga al hospital—El hombre colgó.
Caí de rodilla al piso. Hasta hace poco agradecía por todo lo bueno que he recibido y hoy Vanessa es arrebatada de mi lado.
Ella solo tiene 34 años, tenía un futuro brillante, era una madre ejemplar, una esposa cariñosa, era una hija que adoraba a sus padres.
Salí de mi oficina con lágrimas. No sé si mis empleados notaron o no, pero sentía como que me quitaban la vida.
Llegué al hospital. Llamé a los padres de Vanessa.
Vanessa está en una sala donde están las personas recién fallecidas. Le quité la sábana blanca que cubría su cuerpo. Me cayó un balde de agua fría al ver su cara llena de sangre.
— Vanessa, mi vida. Esto no es real. Levántate de ahí. Elizabeth te espera en casa, yo te amo, abre esos ojos. No puede pasarme esto.
— Señor— me habló una enfermera— Venga un momento por acá. Necesita calmarse.
— Me pide que me calme. No ves que mi esposa está ahí. No ves que mi mujer está en esa cama.
Entraron los papás de Vanessa. La mamá incontrolable gritaba y el padre la abrazaba con fuerza. En un momento de ver tanto dolor y sentir tanto dolor, quedé ahí quieto, las lágrimas dejaron de salir.
Tenía que ser fuerte por mi hija. Así que recobré la postura. Salí de esa sala y completé el papeleo.
No podía creer que Vanessa estaba en ese ataúd. Ver cómo caían las paladas de tierra en el ataúd me dolía y desde mi ser le dije adiós a mi gran amor.
Llegué a casa, abracé a Elizabeth. Ella preguntaba por su mamá.
— Mamá. Mamá está en un viaje hacia el cielo.
— El cielo.
Le dejé a la niñera, María, el cuido de Elizabeth. Fui a mi cuarto a llorar. Golpee la pared hasta que de mis puños salían sangre. Sentir está maldita impotencia me ponía enojado. Era una mezcla de emociones que juro que no podía controlarla.
Estuve en mi cuarto una semana sin comer ni beber nada, eso incluía no ver a mi hija.
— Abre la puerta hijo— la voz de mi madre.
Me levanté y abrí la puerta.
— Hijo— traía en sus brazos a Elizabeth— Ella te necesita. Así que ya es suficiente de estar encerrado. Es duro lo que te voy a decir pero la vida continua. Así que, levantate de esa cama, afeitate la barba y atiende a tu hija, ahora está sin mamá y sin papá.
Esas palabras me llegaron al corazon. Ya es hora de asumir mi rol de adulto. Debo de aceptar que Vanessa ya no está y que Elizabeth solo me tiene a mi.
— Tienes razón madre. La vida continua. Me voy a bañar y pronto bajo.
Me metí al baño. Me afeité. Me di una larga ducha. Prometí no llorar más y enterrar a Vanessa en mi mente y en mi corazón.
Soy Andrea, una mujer ordinaria que trabaja en el área financiera de la empresa Cerato-Mondragón, tengo 25 años y recién divorciada.
Recordar mi vida con Dylan Reyes me da cierta tristeza, él era hombre que al inicio de la relación era amoroso y muy atento, fue mi primer amor.
Me casé con él muy enamorada cuando tenía tan solo 19 años y cursaba mi cuarto año de mi carrera universitaria. Dylan era 6 años mayor, tenía 25 años y trabajaba de oficinista en un call center.
Al año de casada él dio un giro de 180 grados, cambió su manera de tratarme, me ofendía todo el tiempo, me celaba con todos mis compañeros de clases y hasta con hombres que no conocía.
Terminar mi quinto año en la universidad fue una tortura. Recuerdo que una vez le escribió a mi profesor tutor reclamando el hecho de mandarme mensaje.
Mi vida con Dylan me iba opacando. No se si por el hecho de él ser mayor ejercía cierta mando sobre mi. Tanto malos tratos que me daba que hacía que la intimidad entre ambos fuera la peor experiencia. Ya no lo deseaba.
A mis 21 años tomé el valor y le pedí el divorcio, ya no quería vivir ese infierno y lo único que gané fueron golpes en mi cara, en mi vientre y en mi piernas.
Lo que más me dolió fueron sus palabras. " Eres una maldita zorra, quieres dejarme por qué tienes a otro" " Tú no vales nada, si no fuera por mí ni siquiera hubieses terminado la carrera"
Esa noche para que no olvidará quien era el que mandaba, me violó una y otra vez, mi cara estaba llena de sangre y mi cuerpo a punto de colapsar. Dejé de sentir dolor hasta que me desmayé.
A la mañana siguiente como si no pasó nada, se despidió de mi y se fue a su trabajo, dejándome encerrada en la casa sin celular.
Sentía miedo. Sentí asco de él. Vivía un infierno con tan solo 21 años, con la persona que juró amarme. Viví esto hasta los 23 años cuando decidí ponerle fin a esta relación.
Hui de la casa después de pegarle con un jarrón en la cabeza. Esa noche él llegó con una mujer prepago a la casa. Después que le reclamé me dio una paliza y en medio de sus maltratos, tomé un jarrón que estaba cerca y se lo estrellé en la frente. Salí corriendo de la casa sin saber si estaba vivo o muerto. Salí sin nada, sin ropa sin documentos. Necesitaba empezar a poner mi vida como una prioridad y tal ves mi poca experiencia, mi joven edad y mi miedo me llevó a aguantar tanto.
Me refugié en una estación de policía y le conté todo. Una patrulla se movilizó hasta la casa y lo llevó detenido. Una policía me trajo ropa y mis documentos.
Él hizo una llamada a un abogado y como si nada hubiese pasado salió bajo fianza.
Me quedé con una amiga, Violeta, varios meses hasta que empecé a trabajar en la compañía Cerato-Mondragón.
Poco a poco ese mundo oscuro, incierto y sin esperanza daba señales de vida.
Tres meses después de haber empezado a trabajar, me fui a alquilar un pequeño departamento que estaba cerca a la empresa.
Toda esta experiencia me ha hecho olvidarme que el amor existe. No quiero ni por cerca volver a vivir algo parecido.
Han pasado dos años y el divorcio por fin salió. Oficialmente soy una mujer de 25 años libre. Llevo una vida pacífica, tengo un trabajo y un lugar donde estar. No dependo de un hombre para ser feliz.
En mi trabajo casi todas mis compañeras de trabajo, por no decir todas, le atrae el CEO, el señor Miguel Cerato, es un hombre muy llamativo, casado y 10 años mayor que yo.
Lo he visto un par de veces nadamas.
Salí a tomar con mi amiga Violeta, quería festejar que por fin la vida era justa conmigo. Entramos a una discoteca a bailar un poco aprovechando que era viernes y no teníamos trabajo al día siguiente.
No sé si el destino o una simple casualidad hizo que me encontrará con Dylan en ese mismo lugar.
— Esto es lo que tanto querías, ser una mujerzuela regalada.
Tomé la mano de Violeta y la jalé a la puerta.
— Vámonos violeta, no quiero estar en el mismo espacio que ese hombre.
Dylan me siguió.
— Aunque estemos divorciados, tú siempre serás mia. Pronto vendrás a mi suplicando que te perdone.
— Estás re loco.
Violeta y yo subimos al primer taxi que se detuvo.
— Tu ex necesita ayuda psicológica. Es un enfermo. Debería ver su partida de nacimiento y ver que no es un niño, es un hombre de 31 años.
— No tiene remedio. Yo a su lado jamás voy a regresar. Recordar todo lo que viví con él hace que mi corazón se ponga chiquito.
— Tal ves en un futuro te enamoras de alguien que realmente te ame.
— No lo creo. Además no quiero saber de hombres.
Llegué a mi departamento. Puse llave y tranqué la puerta con un sillón. Tenía miedo que por esa puerta entrara Dylan. Esto era todos los días.
Tomaba pastilla para poder dormir. El mismo miedo no me dejaba descansar. Cada dia me levantaba como si mi cuerpo y mi cerebro no habían descansado ni un poquito.
Me levanté después que la alarma sonó. Me di un baño y me alisté para ir a mi trabajo.
Mi oficina estaba en la planta de abajo. Así que no me relacionaba con los altos ejecutivos de la empresa, cumplía con mi trabajo lo mejor que podía.
Una tarde vi como el señor Miguel salió de prisa de la empresa, no se si vi mal, pero iba llorando. Es raro ver a un hombre llorar más si ese hombre tiene un imperio, un apellido o millones de dólares a su disposición. Me quedó ese sentimiento de querer saber que le pasaba.
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