NovelToon NovelToon

La Emperatriz Bruja.

Cap. 1

El Renacer de Leonor

Alguna vez, ¿se han preguntado por qué en la vida siempre hay personas más favorecidas que otras?

Esta es la historia de Leonor, una joven princesa, hija del emperador Maximus, soberano de Atenea: el imperio más temido en los últimos doscientos años.

Fiel a su nombre, Atenea había sido bendecido por la diosa de la guerra, y generación tras generación, sus emperadores habían sido temidos no solo por su habilidad en la batalla, sino también por su dominio de la magia.

Maximus, siguiendo el legado de sus ancestros, conquistó tres reinos y tomó a sus reinas como concubinas, buscando fortalecer su linaje. Sin embargo, de todas sus uniones, solo nacieron dos hijos: un niño y una niña, fruto de su Emperatriz y una de su reina.

Con los años, la diferencia de trato hacia Leonor se volvió evidente. Mientras su hermano, David, se mostraba como un príncipe caprichoso, más interesado en fiestas y mujeres que en el bienestar del imperio, Leonor dedicaba su tiempo a estudiar, a perfeccionarse y a buscar mejoras para su pueblo.

Los nobles de la corte, testigos de esta diferencia, comenzaron a ver en la princesa una futura soberana más digna que en el heredero oficial.

El emperador Maximus, aunque renuente al principio, empezó a dudar de su decisión de sucesión. Leonor, con su inteligencia y nobleza, lo hacía cuestionarse si en verdad su hijo merecía el trono.

Sin embargo, no todos compartían ese pensamiento. La emperatriz, madre de David, al enterarse de la posible amenaza contra su hijo, urdió un plan vil. Durante la fiesta de mayoría de edad de Leonor, la drogaron y, con ayuda de un viejo aliado, la llevaron a una habitación, donde fue brutalmente ultrajada por un miembro anciano de la corte.

Al amanecer, fue el propio emperador quien descubrió la escena. Para evitar un escándalo público que manchara su imagen y la del imperio, Maximus obligó a su hija a casarse con su agresor. Sin saberlo, condenó a Leonor a una vida de horror.

Fuera del palacio, la joven fue reducida a una sirvienta. Sufría abusos físicos y sexuales constantes, recibiendo golpes y humillaciones sin poder defenderse. Su espíritu, antes noble y luminoso, se apagó lentamente hasta que, en un intento desesperado por escapar, fue golpeada hasta la muerte.

En sus últimos momentos, Leonor, rota y desangrada, apenas pudo preguntarse por qué había merecido tal destino. ¿Por qué sus padres nunca fueron a buscarla? ¿Por qué nadie la salvó? Con su último aliento, juró al universo que, si alguna vez se le daba otra oportunidad, todos pagarían por su sufrimiento.

La oscuridad la envolvió. No supo cuánto tiempo pasó en ese vacío, hasta que una luz resplandeciente la cegó, y una voz maternal y poderosa la llamó:

—Cuánto has sufrido, hija mía...

No te preocupes, yo te ayudaré. Volverás y podrás tomar tu venganza.

Leonor, atónita, reconoció la presencia y balbuceó:

—¿Atenea?

—Es una forma de llamarme —respondió la diosa, con una sonrisa velada en su voz—. Despierta tu poder... y sobrevive, Leonor.

La luz desapareció y Leonor despertó, jadeando de forma desesperada. Llevó una mano a su pecho. Su voz... era diferente. Miró sus pequeñas manos, corrió hacia el espejo y, al ver su reflejo, cayó de rodillas.

Ya no era la mujer rota que había muerto, sino una niña de apenas seis años.

Lágrimas de impotencia resbalaron por sus mejillas mientras murmuraba:

—Entonces... fue verdad... Todo lo que viví no fue un sueño.

Su corazón, antes bondadoso, comenzó a endurecerse. El odio y el rencor crecieron en su interior como un fuego implacable.

La mañana llegó, y Leonor aún permanecía en el suelo cuando una doncella abrió la puerta.

—Princesa, ¿se encuentra usted bien?

Leonor alzó la vista hacia aquella mujer. Recordaba demasiado bien que, en su vida pasada, esta sirvienta la había traicionado, vendiéndola por unas pocas monedas. Su rostro se ensombreció, pero con una voz dulce, contestó:

—Tuve una pesadilla.

La sirvienta se acercó para ayudarla a levantarse, pero justo en ese momento la reina Maribel, madre de Leonor, entró a la habitación.

Leonor, sin dudarlo, comenzó a gritar con desesperación:

—¡Basta! ¡Basta! ¡No me pegues, por favor, mamá!

La reina, alarmada, empujó a la doncella y corrió hacia su hija.

—¿Qué está pasando aquí?

La doncella, paralizada, apenas balbuceó:

—Princesa, yo... yo no hice nada...

Maribel, al ver el estado en el que estaba su hija, perdió el control.

De una bofetada apartó a la sirvienta y gritó:

—¡Guardias! ¡A esta mujer!

Dos soldados entraron corriendo a la habitación. La reina, con el rostro desencajado, ordenó:

—Arresten a esta mujer. Atacó a la princesa. Yo misma informaré al emperador.

—Sí, majestad.

Mientras los guardias se llevaban a la mujer, que gritaba y rogaba por su vida, la reina se arrodilló junto a su hija.

—Tranquila, cariño, ya estoy aquí. ¿Dónde te hizo daño?

Leonor, temblando, murmuró:

—Me jaló el cabello... y me tiró al piso porque no quise levantarme... Mami, no dejes que vuelva...

El corazón de la reina Maribel se rompió al escuchar esas palabras. Acarició con ternura la cabeza de su hija.

—Tranquila, cielo, mami se encargará de todo. Nadie volverá a lastimarte jamás.

Leonor, aferrándose al calor de su madre, lloró de verdad. En su vida anterior, había anhelado oír esas palabras, recibir esa protección.

Aunque su mente sabía que, en algún momento, algo la había separado de su madre, por ahora decidió dejarse llevar por ese instante de amor.

—Vamos —dijo la reina, besándole la frente—. Te ayudaré a cambiarte y luego iremos a contarle a tu padre.

Al escuchar mencionar a Maximus, la mirada de Leonor se ensombreció, pero asintió en silencio. Sabía que su verdadero enemigo era mucho más grande. Y esta vez, nadie la obligaría a sufrir de nuevo.

cap. 2

En el jardín, donde el emperador desayunaba junto a la emperatriz y el príncipe, pronto vieron acercarse a la reina Maribel con la princesa en brazos. La niña tenía los ojos hinchados y la nariz roja. Al verla, Maximus preguntó:

—Buenos días, reina Maribel. ¿Qué le sucede a la princesa?

—Buenos días, majestades, alteza —respondió ella, inclinándose—. No es mi intención interrumpir su desayuno, pero ocurrió un hecho gravísimo.

La emperatriz la miró con indiferencia, pero el emperador insistió:

—¿Qué sucede?

—La doncella de la princesa parece haber perdido la cabeza esta mañana. Se atrevió a golpear a nuestra hija, la arrastró de los cabellos hasta hacerla caer de la cama. Si yo no hubiera llegado a tiempo, quién sabe qué más podría haberle hecho.

El emperador observó el rostro de la niña, que se acurrucaba temerosa en el hombro de su madre. Pero antes de que pudiera decir algo, la emperatriz intervino:

—Que traigan a la sirvienta. Yo misma seleccioné al personal encargado de los niños y no creo que la doncella haya actuado de forma tan severa sin un motivo...

—¿Motivo? —interrumpió Maribel, alzando la voz—. ¿Está diciendo que cualquier persona puede venir a levantarle la mano a los hijos de su majestad? Me encantaría saber qué haría la emperatriz si esto le hubiera sucedido al príncipe. ¿También pensaría que él merecía semejante correctivo?

La emperatriz la miró con odio, y antes de que comenzaran a discutir, el emperador ordenó con firmeza:

—¡Suficiente las dos! La reina tiene razón: nadie tiene permitido levantar la mano a mis hijos. Si yo, que soy su padre y su emperador, no los golpeo ni los lastimo, nadie más tiene ese derecho.

Maribel sonrió satisfecha mientras Marcus añadió:

—Guardias, denle treinta azotes a la doncella y córtenle una mano.

—Majestad, creo que está siendo algo excesivo con el castigo —protestó la emperatriz, aún reacia a ceder ante Maribel.

Pero el emperador contestó de manera frívola:

—Es lo menos que merece.

La reina sonrió más ampliamente y dijo:

—Gracias, majestad. Nos retiramos...

—Siéntense a desayunar con nosotros —propuso Maximus, antes de que se marcharan—. Me gustaría saber cómo van los estudios de la princesa.

La reina, entusiasmada porque el emperador rara vez mostraba interés por su hija, tomó asiento con la niña entre ambos y respondió:

—Muy bien. Ya está avanzando en sus clases de etiqueta y...

—A su edad ya debería saber comportarse —interrumpió la emperatriz con desdén.

Leonor, mostrando gran compostura, tomó una servilleta, la colocó sobre su falda, esperó que le sirvieran té y lo bebió con delicadeza. Su postura era perfecta, su agarre refinado: toda una señorita. Esto sorprendió tanto a la reina como al emperador, mientras que el príncipe, que era un año mayor, jugaba con su comida, ensuciándose la ropa.

La reina, con una sonrisa burlona, miró al príncipe y luego a la emperatriz antes de comentar:

—Lleva apenas tres clases de etiqueta y ya sabe comportarse mejor que otros niños de su edad.

Maximus, observando que la niña permanecía callada, le preguntó:

—Cuéntame, Leonor, ¿cómo te va en tus clases de historia?

Leonor dejó su taza y, sonriendo inocentemente, respondió:

—Muy bien, majestad.

El emperador frunció el ceño.

—Leonor, soy tu padre. Puedes llamarme así...

—No es correcto, majestad. Mi profesora de etiqueta dice que a la realeza debe tratársele siempre por su título —dijo con seriedad.

Maximus sonrió y aclaró:

—Eso está bien en público, pero en privado puedes llamarme padre...

—Entiendo, majestad.

Maribel, notando la incomodidad de su esposo, intervino:

—Es mejor así. Aún está aprendiendo y podría confundirse.

El emperador asintió y, dirigiendo su mirada a su hijo, observó el desastre que hacía al comer. Llamando su atención, señaló:

—Tal vez la misma maestra podría enseñarle al príncipe también, puesto que cada vez sus modales empeoran.

La emperatriz frunció el rostro, pero no replicó.

La reina, sonriente, añadió:

—Luego le pediré a la maestra que pase por su despacho, majestad.

De pronto, Leonor miró al emperador y dijo:

—Majestad...

Maximus la miró atento, y la niña continuó:

—Me gustaría entrenar junto con el príncipe. Hoy me sentí muy débil ante la agresión de la sirvienta y... —las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos— no quiero que eso vuelva a pasar. Tal vez la próxima vez nadie esté para ayudarme, y quiero saber cómo defenderme sola.

Los tres adultos la observaron con diferentes expresiones: Maribel la miró con pena, la emperatriz con disgusto y el emperador, sorprendido.

Tras un momento de silencio, Maximus respondió:

—Tal vez no sea conveniente. Las artes de defensa y el manejo de la espada son cosas reservadas para los hombres...

La reina intervino con firmeza:

—Pues a mí me parece correcto. Si bien no es común que una princesa porte una espada, podría serle beneficioso en el futuro.

—¿Eso cree? Muy bien, buscaré a alguien calificado para enseñarle a la princesa —aceptó finalmente el emperador.

La emperatriz, indignada, protestó:

—Majestad, con reforzar su guardia sería suficiente. No es correcto que una princesa aprenda el dominio de la espada. Eso sería poco femenino y...

—Y si la princesa quiere practicar, la dejaré —interrumpió el emperador—. Nunca sabemos cuándo puede estallar una guerra. Es bueno que ambos hijos sepan defenderse.

Leonor sonrió, limpiándose las lágrimas, y dijo:

—Gracias, majestad. Mami, ¿podemos ir a la biblioteca? Quiero leer un poco.

Maximus la miró con cierta tristeza: la niña hablaba con cariño a su madre, pero lo trataba a él con fría distancia. Aun así, no dijo nada. La reina sonrió, acarició la cabeza de su hija y respondió:

—Claro, cariño. Majestad, nos retiramos. Muchas gracias por la invitación y por todo.

Madre e hija se levantaron, se inclinaron respetuosamente y se despidieron, dejando a los emperadores enojados por diferentes razones: una, porque su mañana había sido arruinada; el otro, porque sentía que su hija ya no lo miraba con el mismo amor de antes.

Sin más, los tres continuaron desayunando en silencio y, al terminar, cada uno siguió con sus respectivas actividades.

cap. 3

Los días siguientes, Leonor fue llamada por su padre y, acompañada de su nueva doncella, se dirigió a su oficina. Una vez llegó, fue anunciada y el emperador la dejó pasar, pidiéndole que tomara asiento.

—Leonor, te mandé llamar porque ya conseguí quién te entrene. —Una mujer muy alta salió de una esquina de la oficina y se presentó—. Ella es la capitana Sara Milton. Se encargará de instruirte en todo lo necesario para que puedas defenderte. También compartirás clases con tu hermano para aprender sobre tu magia, aunque me han informado que aún no ha despertado.

—Así es, majestad, pero he leído en la biblioteca real que con una roca mineral podría despertar mi poder. Me gustaría conseguir una. ¿Usted sabe dónde se encuentran?

La risa de la capitana resonó en la oficina, seguida por la de Maximus.

—Majestad, veo que tenía razón, la princesa en verdad quiere convertirse en una guerrera. Será un honor instruirla, alteza.

Maximus sonrió.

—Lo mejor será que esperes a que tu don despierte por sí solo. Pero si llegado el caso no sucede, te conseguiré la roca, no te preocupes.

—Muy bien, majestad, gracias. ¿Capitana Milton, cuándo empezamos?

La mujer sonrió.

—A partir de hoy, princesa. Cambiese de ropa, póngase el uniforme que está en esta bolsa y la espero en el campo de entrenamiento.

Leonor tomó la bolsa y asintió con decisión.

—Muy bien. Majestad, con su permiso.

No tuvo tiempo de decir más, ya que salió a toda prisa de la oficina.

—Veo que en verdad está deseosa de empezar —comentó la capitana.

—Sí, eso parece —respondió Maximus.

—Le recomiendo que le consiga esa roca. Si leyó sobre el despertar de la magia, también habrá leído sobre los otros métodos. Por lo que vi, ella está decidida a despertar su poder, no creo que espere mucho.

Maximus frunció el ceño.

—Entiendo. Hablaré con el mago de la torre.

—Muy bien, majestad. Me retiro.

Sara salió de la oficina, y el emperador, pensativo, se sentó, mirando la puerta por la que su hija había salido. Leonor había cambiado radicalmente, y él no lograba entender la razón. Sin más, tomó pluma y papel para escribir una carta al mago.

***

En el campo de entrenamiento, Leonor llegó luciendo su uniforme, llamando la atención de muchos soldados que la veían adorable. Sara, seria, la puso a calentar y luego comenzó a enseñarle lo básico.

Años después...

En el campo, una joven albina luchaba contra varios soldados a la vez. Su dominio de la espada y su habilidad en combate eran excepcionales. Sara observaba sentada junto al emperador, quien había decidido asistir al entrenamiento.

—Veo que le has enseñado bien —dijo Maximus.

—No puedo llevarme todo el crédito. Su alteza es mejor guerrera de lo que yo fui. Es como si tuviera sed de venganza. Cada golpe, cada práctica, aprende y mejora para que nadie pueda vencerla.

—El mago de la torre dijo algo parecido la última vez que la examinó.

Ambos vieron cómo cinco soldados yacían adoloridos en el suelo mientras Leonor sonreía y, burlona, se inclinaba hacia su improvisado público.

—Gracias, gracias. Aunque me duele sacarles su dinero, es momento de que paguen.

Los soldados refunfuñaron, pero entregaron las monedas sin rechistar. Leonor le pasó el botín a su doncella y dijo:

—Para la próxima, apuesten por mí.

Muchos rieron, pero el rostro de la joven se tornó serio al ver acercarse a su padre. Se puso firme y, al llegar frente a él, se inclinó.

—Majestad.

—Leonor, ya te he dicho que puedes decirme padre...

—No es correcto, majestad.

Maximus suspiró, dejando pasar el asunto.

—Veo que tus habilidades han mejorado mucho.

—Gracias a las enseñanzas de la capitana.

—Eso he oído.

El emperador, buscando un acercamiento, preguntó:

—Tu madre me dijo que pronto será tu cumpleaños número dieciocho. ¿Qué te gustaría hacer ese día?

—Nada. No tengo deseos de festejarlo.

Sara arqueó una ceja y Maximus frunció el ceño.

—Leonor, es tu mayoría de edad. Es necesario hacer una celebración en tu honor para presentarte ante los jóvenes y...

—¿Tan pronto desea deshacerse de mí? —Su voz era neutra, pero sus palabras filosas. Maximus abrió los ojos, sorprendido, y Leonor continuó—: Lamento informarle, majestad, que no estoy interesada en contraer nupcias por el momento. Tampoco me interesa celebrar esta fecha. Si usted desea hacer una fiesta, hágala, pero yo no me presentaré. Eso de sonreír falsamente y entablar conversaciones con señoritas huecas que solo saben hablar de vestidos y joyas no es lo mío. Ahora, si me disculpa, majestad, tengo clases de magia.

Se inclinó levemente, saludó a la capitana y se alejó con paso firme, ignorando las miradas de asombro.

Sara, divertida, comentó:

—Veo que la princesa no está dispuesta a casarse. Dejará muchos corazones rotos.

—Cállate —gruñó Maximus—. Esta niña... iré a hablar con su madre. Ella sabrá qué hacer.

—Majestad, créame cuando le digo que no es buena idea obligarla. Solo ganará su odio.

—Ya parece que lo tiene. No entiendo el motivo. Le he dado todo lo que ha pedido y más, y aun así... —Maximus suspiró con frustración—. Pero esto se acaba hoy. He sido muy blando.

—No creo que lo odie —Sara se corrigió rápidamente ante la mirada del emperador—. Bueno, tal vez sí, pero aun así lo respeta. Si la fuerza a algo, la perderá del todo.

Maximus apretó los puños.

—Hablaré con la reina.

—Muy bien, majestad. Entonces me retiro. Y... suerte con la princesa, la va a necesitar.

Sara se marchó, y el emperador, con el ceño fruncido, se dirigió hacia los aposentos de la reina. No podía permitir que su hija hiciera lo que quisiera.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play