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Sara, La Hija Del Jinete De La Muerte.

Sara.

Esta historia no trata de una joven perfecta, ni la más hermosa, ni del corazón más puro. Trata sobre una chica común, que no es del todo buena, pero tampoco es mala, pues si me preguntan no hay personas completamente puras o totalmente perversas, no siempre es blanco y negro, hay veces que hay matices grises, verdes, azules, violetas o al color del arcoíris, pues al final del día son acciones lo que nos definen.

Sara era niña, era muy peculiar, era una niña con ojos cambiantes cómo un camaleón, si sentía alegría, amor o emoción, sus ojos eran de un hermoso tono marrón, pero sí estaba triste, con rabia o dolor, cambiaban a un color vibrante, tan rojo como un rubí. Era una condición un poco extraña, una que ni los doctores lo graban descifrar. Cambiaban en situaciones especiales, cuando sus pequeños amigos venían de visita, de esos amigos que traspasan las puertas, de esos, que les gusta esconderse en lugares obscuros, de esos, que te roban el aliento cuando duermes, pues sus cuerpos están fríos, tan blancos, tan pálidos, y buscan refugiarse en el calor de la carne.

Sara sabía que tenía un problema, pues César, el hombre al que llamaba padre, enloquecía cuando la miraba charlar sola, pues creía que se estaba volviendo loca y eso lo hacía feliz, pues era la oportunidad perfecta para deshacerse de ella y en un hospital psiquiátrico la quería internar. Ella no comprendía por qué su padre no la quería, si siempre era obediente, recogía su plato de la mesa y juntaba sus juguetes, hacía silencio, si veía televisión. No comprendía por qué su papá se mostraba irritado cada vez que su madre se acercaba, pues ella al mirarla sonreía espléndidamente, pues sus facciones le hacían recordar a una persona de su pasado, un hombre encantador del cual se había enamorado. Sara comprendió que sus amigos traerían problemas, puesto que, desde que sus padres descubrieron que los podía ver, se la pasaban encerrados en su habitación y aunque la puerta estaba cerrada, se podían oír los gritos en cada parte de la casa, por lo que decidió que lo correcto sería ignorarlos. Pues si charlar con ellos traería tristeza, lo mejor sería que estos se fueran y a partir de ahí los comenzó a ignorar.

Aunque había algo que nadie sabía y era que una vez al año por las noches un extraño ser venía, uno que era semejante a ella, con ojos tan rojos como un rubí, alguien que la miraba con ternura, mientras tomaba su pequeña manita y la llevaba a bailar, que le enseñaba lo hermoso del cielo, lo extenso de las montañas, lo maravilloso del mar. Un hermoso ser, que se sentía nostálgico al llegar la mañana, pues sabía que con la luz del sol se debía marchar. Como muestra de que su presencia había sido real, le dejaba a Sara un hermoso libro ilustrado con historias escalofriantes, historias de terror. Pronto los años transcurrieron y ella se olvidó de aquel ser, con el tiempo aprendió a esconder su extraño don, mientras perfeccionaba en secreto el arte de crear vividas pesadillas.

Desde pequeña, siempre fue tímida y muy reservada, rara vez salía de casa, se la pasaba la mayor parte del tiempo inmersa en la gran biblioteca que su padre había construido para ella. Pues tanto ella como sus hermanos fueron educados en casa. Le encantaban las novelas especialmente de amor, pues se imaginaba recorriendo el mundo en un caballo blanco, acompañada de un joven perfecto, como los que leía en los libros que más le gustaban.

Los días trascurrieron y su madre enferma, Sara no le dio importancia, puesto que su madre era enfermiza y después de varios días siempre se recuperaba, así que pacientemente espero a su padre quien la subió al auto para después llevarla al hospital, Sara se despidió con un beso en la mejilla sin saber que esa tarde sería la última vez que la vería.

Semanas después comenzó a sospechar que algo andaba mal, puesto que su madre no volvía y fue entonces que se enteró del horrible diagnóstico, su madre tenía lupus. El lupus era una enfermedad crónica que no tenía cura, aparte se le detectó leucemia. Lamentablemente, ya estaba muy avanzado, por lo que la mayoría de los órganos internos fueron afectados, Sara, a petición de su madre mientras estaba hospitalizada, quedo bajo el cuidado de sus abuelos maternos, mientras que sus dos hermanos pequeños se quedaron al cuidado de su padre.

Los meses trascurrieron y su madre no volvía y ella la extrañaba más que nunca, puesto que tanto sus abuelos, como su padre, le negaban el acceso a la sala para que pudiera verla, puesto que su condición era muy lamentable. No querían que los últimos recuerdos que tuviera de ella fueran tristes, quería que la recordarán hermosa llena de vida y no como un cuerpo inerte en una cama tendida. Ya que su madre, antes irradiante de belleza, con su cabellera azabache, ojos obscuros y tez morena clara, que irradiaba de vida. Ahora se encontraba atrapada un cuarto blanco, con cortinas ligeras que daban vista a un precioso cielo azul y a un encantador jardín con flores fragantes de muchos colores. Flores que no podía tocar, pues estaba postrada en la cama, con sus brazos llenos de sangre molida por las agujas en sus venas, sus labios secos, su cabello marchito, la piel pegada a los huesos mientras era alimentada a través de sondas, puesto que sus órganos estaban desechos y el hecho de comer era insoportable.

En ese momento quería saltar por la ventana y ¡Tocar el cielo azul!, ¡Saborear las nubes!, ¡Volver a caminar!, sentir la tierra con sus pies descalzos, ¡Abrazar a sus hijos, sus pequeños y adorables hijos!, que dependían solo de ella. Se lamentó amargamente por no verlos crecer, por dejarlos solos en la crueldad de este mundo, por no poder brindarles consuelo en su tristeza, ni festejas sus triunfos con alegría, pues sus pequeños solo tenían 10 y 11 años de edad y Sara era muy inmadura como para cuidar de ellos. Fue entonces cuando decidió. ¡Quería vivir!, ¡Aferrarse a la vida! Así que tomo toda su fe y rezo a todos los santos de día y de noche. Se forzó a comer soportando el dolor, pero no fue suficiente, ya era demasiado tarde. Así que mientras agonizaba ya en su lecho de muerte, mando llamar a su hermana y le pidió que llevara pluma y papel, puesto que ella no podía escribir, quería dictar una carta a su padre donde decía el motivo atroz por el cual después de su muerte, su hija debía quedarse bajo su cuidado.

Muerte.

Al día siguiente Sara se encontraba dormida y al despertar noto que algo andaba mal, pues en la pequeña alcoba que se quedaba se encontraban todos sus tíos, hermanos de su madre y sus abuelos, todos la miraban fijamente con expresión sería, haciendo que reinara un silencio absoluto.

-          ¿Que ha pasado?, ¿Por qué están tan serios? - pregunto Sara un poco nerviosa, pues sin duda pasaba algo, algo que ninguno se atrevía a decir.

-          Sara verás, tu madre estaba muy enferma y anoche fue sometida a una operación de emergencia, la operación salió bien. Pero el cuerpo de tu madre al estar muy débil no soporto la recuperación y ha muerto en la madrugada - dijo su abuelo fríamente.

De repente, Sara sintió como si su cuerpo se desplomara. Todos se acercaron para buscar consolarla, pero ella no escuchaba palabras, sus sentidos estaban dormidos. Su abuela lentamente le coloco un par de calcetines en sus pies descalzos, mientras ella se encontraba inmóvil sin ser capaz de moverse, pues sentía que si se movía su ser se rompería en tantos fragmentos que sería imposible volver a reconstruirse. De sus ojos brotaban enormes gotas cristalinas que corrían por sus mejillas humedeciendo su rostro, de repente su tía Gema se acercó lentamente, la tomo gentilmente por su cabeza y la recostó en su pecho mientras la consolaba con palabras dulces.

Sara sintió el palpitar de su corazón, lo suave de su piel y lo sutil de su perfume, lo que le entristeció a un más, pues le recordaba a su madre y el hecho de que le había perdido para siempre, pero la calidez de su abrazo brindaba consuelo a su roto corazón. 

Después de vestirse fue acompañada por su tía y su abuela a lo que ella llamaba hogar. Era una casa grande, espaciosa, con paredes blancas y habitaciones grises, los muebles eran color chocolate, negros, lo que hacía un contraste perfecto, dejando ver un gusto exquisito. En la mesa había un jarrón de aragonito, un mineral de hermosos colores naranjas y tonos rojizos, repleto de fragantes rosas blancas que en vida eran las preferidas de su madre.

Su abuela estaba sorprendida, pues era la primera vez que visitaba la casa de su hija, pronto entraron a la habitación de su madre y abrieron un amplio y sofisticado closet de madera, buscaban un vestido blanco, pues sería lo que llevaría antes de ser enterrada. 

Una vez escogiendo el vestido volvieron a la casa de su abuela, quien lucía inquieta ante la llegada del cuerpo de su hija, en eso entraron dos pequeños, se trataba de los hermanos menores de Sara, Julián y Diego, Julián tenía 10 años de edad, era un niño pequeño y reservado de tez blanca con ojos negros y cabellera azabache, al igual que su madre. Diego por su parte era un poco más alto, tenía piel blanca, labios delgados y ojos color miel como su padre, su cabellera rubia era rebelde con preciosas ondas.

- ¡Hermana!, ¡Hermana!, ¡Estoy tan feliz!, ¡Mama vuelve! - exclamo sonriente Julián, que ya extrañaba bastante a su madre.

- Creo que es momento de comprar pastel, ¡Compraremos la tarta más grande!, ¡La más deliciosa!, para la llegada de mama -exclamaba Diego mientras gritaban emocionados.

Sara sintió una puñalada en su pecho, mordiéndose el labio para evitar llorar. No podía permitirse verse rota, no ante ellos, para esos dos pequeños, ella era su pilar, su fuerza. Sara, afligida, volteo la mirada hacia su tía, quien ahora comprendía que nadie se había tomado la molestia de comentarles a los niños del fallecimiento de su madre.

Su tía y abuela salieron dejándolos solos en la habitación, para después de unos minutos ver a los niños correr mientras sus llantos desgarradores inundaban la enorme casa.

Esa noche, al velar el cuerpo, había algo sumamente extraño, el aire se sentía pesado, las luces parpadeaban, y de repente las lámparas de la habitación explotaron sin más. Un corto circuito pensaron. El alojamiento se quedó completamente en la penumbra. Los ojos de Sara se volvieron tan rojos como un rubí, mientras miraba el bailar del creciente fuego, de la luz de las velas. En la habitación se presentó un hermoso ser, un caballero galante, quien levito hasta el féretro de su madre, para gentilmente tomar su mano, para posteriormente llevarse su alma. 

La bella joven, de cabellera castaña, estaba sorprendida, pues era la primera vez en muchos años que vislumbraba a un ser de otro plano. Se acercó lentamente, al cuerpo de su madre, mientras una lágrima caía por sus mejillas. Contemplo el cadáver, y se sintió tranquila, pues tenía dibujada una sutil sonrisa.

-Ten un buen viaje mama - exclamo Sara, afligida.

Momentos después se anunció la llegada de cuatro hombres, todos altos, de piel blanca como su padre, de cabellera rubia y ojos de color. Se trataba de sus tíos, pero a pesar de compartir lazos sanguíneos era la primera vez que los veía.

 Al día siguiente, su madre fue enterrada. Y esa misma tarde Sara se mudó a la casa de su abuela. La casa era mucho más sencilla que la suya, el piso tenía ladrillos de color rojizo pegados con cemento, las paredes tenían colores turquesa, de las cuales colgaban jaulas con hermosos canarios, también tenía gallinas, gallos, vacas y ovejas, pues la familia de su madre era de campo.

Por la noche Sara se recostó en una pequeña cama individual en el cuarto de sus abuelos, pues en esa pequeña casa no sobraban habitaciones.

Esa noche soñó con su madre, soñó que la tomaba en sus brazos mientras acariciaba su castaño cabello, soñó que la conducía por un callejón obscuro, tan negro como la noche, no había cielo, ni tierra, solo el callejón que parecía estar hecho de piedras preciosas, tan negras como el basalto. Al final se detuvo, y al fondo se apreciaba un caballero realmente apuesto, el mismo, que había presenciado una noche antes.  Estaba envuelto por un aura negra, tenía la piel tan pálida como un cadáver, cabellera castaña como la suya, sus ojos eran grandes y almendrados de color tan rojo como un rubí, se trataba de uno de los cuatro jinetes de la calamidad, el jinete de la muerte, su padre.

Encuentro.

Sara sintió como un escalofrío recorría cada parte de su blanca piel, al voltear vio su reflejo, tenía la piel tan pálida como aquel joven y sus ojos antes marrones eran tan rojos como un rubí, sombras espectrales salían del hermoso hombre, mientras su madre soltaba su mano para tomar la suya.

Su madre lucia radiante, sus negros cabellos caían como cascada por su pequeña espalda, sus ojos negros, profundos, lucían expresivos e iluminados cada vez que miraba aquel ser, como si una adolescente enamorada se tratara, lucía un vestido ajustado color escarlata, que dejaba ver lo esbelta de su figura, mientras bailaba alrededor del cómo si estuviera hipnotizada.

De repente el hombre levanto su mano, extendiéndose lentamente hacia Sara, ella, sin saber lo que estaba pasando, comenzó a moverse lentamente con pequeños pasos, en dirección al hombre que la estaba esperando, mientras su madre esbozaba una enorme sonrisa, ella no tenía miedo, se sentía cautivada, por lo misterioso de aquel ser.

Al tocar su mano su pijama se transformó en un hermoso vestido color azul celeste, con destellos traslúcidos y brillo iridiscente, en sus pies descalzos aparecieron unas zapatillas plateadas exactamente a su medida, su cabello castaño cayó hasta su cintura, mientras en su frente había una corona hecha de pequeñas gotas de cristal aqua aura que irradiaba de luz de encantadores y vibrantes colores, Sara abrió sus ojos por la sorpresa, mientras la helada mano de aquel que decía ser su padre la jalaba hacia su pecho dándole un gentil abrazo.

- mi pequeña niña, has crecido tanto - decía mientras besaba su frente.

De repente la alarma comenzó a sonar, haciendo que esta se despertara con sobresalto.

- qué demonios ha sido eso en definitiva debo posponer un poco las novelas de terror, ese sueño fue un poco inquietante - exclamaba Sara mientras buscaba algo en el closet para vestirse.

En ese momento entro su abuela.

- Sara, debo comentarte algo, a partir de hoy ya no estudiarás, puesto que tu abuelo y yo no contamos con el presupuesto para pagar tus tutores privados y no queremos nada del miserable de tu padre - exclamo su abuela con molestia.

- pero abuela, tengo mis constancias y he escuchado que por aquí cercas hay una secundaria en la que puedo terminar mi tercer año, al menos eso, era lo que mama hubiera querido - propuso Sara.

- además, tus tíos me dejan a tus primos pequeños para cuidarlos y pesé que son 2, es para mí complicado cuidarlos, aparte de atender el local de desayunos para los niños de la escuela, por eso a partir de hoy te quedarás para ayudarme - ordeno la abuela.

Sara se quedó en silencio, sin duda se las debía ingeniar para que uno de sus tíos pagara su constancia, he hiciera el trámite para su escuela, puesto que su abuela había dicho que no, eso no la detendría, pues a pesar de ser bonita no quería atenerse a eso para engatusar a un joven rico para que la mantuviera.

En los días siguientes hablo con todos sus tíos, ya que sabía que si estos se lo pedían ella accedería, puesto que sus hijos tenían gran influencia sobre ella.

Para el fin de semana sus tíos hablaron con su abuela y está de mala gana tuvo que aceptar, Sara estaba más que feliz mientras que su abuela se encontraba rabiosa, esta contuvo la compostura hasta que sus hijos se fueron y al quedarse solas le dio tremenda bofetada.

- ¡maldita mocosa, crees que te has salido con la tuya!, sé bien lo que has hecho, a partir del lunes que comienzan tus preciadas clases, deberás levantarte a las 4 de la mañana y barreras el patio dejándolo sin una sola hoja, también barreras las gradas de la escuela y la calle y solo si terminas podrás asistir - exclamo con rabia la vieja.

- si abuela - exclamo Sara.

Pues sabía que debía ser paciente, solo serían tres años, ya que anteriormente su abuelo le habría dicho que solo podría quedarse en su casa hasta su primavera número 18, a partir de ahí debería buscar otro lugar para vivir.

En esos tres años debería prepararse formidablemente y sacar buenas notas, si bien el primer round lo había ganado ella, puesto que asistiría a la escuela para terminar sus estudios y eso le serviría a su futuro, mientras que la bofetada dolería solo un momento y lo peor que podía pasar era dejar un morete que en pocos días desaparecería.

El día esperado había llegado, se levantó sigilosamente como un gato, eran las cuatro de la mañana tal y como había indicado su abuela, el cielo estaba despejado con cientos de estrellas, la luna estaba llena, invadía cada rincón con su preciosa luz plateada.

En el centro del patio de la abuela había un hermoso jazmín, lleno de fragantes flores rosas, la vista era preciosa, Sara busco la escoba quien se asomaba de tras de una esquina a un lado de los gallos, y comenzó a barrer, empezó con el patio, siguió con las gradas y termino con la calle.

Para cuando termino ya eran las seis de la mañana, el cielo cambio un poco, pues se coloreaba de tonos naranjas y rojizos anunciando la llegada del sol, rápido se metió a tomar un baño, pues entraba a la 7 y debía darse prisa si no quería llegar tarde su primer día, se vistió con el uniforme, que era un suéter color vino, blusa blanca y falda gris, en silencio agradeció a su prima que le había pasado su uniforme puesto se abría graduado el año pasado.

Era la primera vez que usaba algo usado, puesto que su madre siempre le compraba las mejores prendas, pero bueno, era mejor que nada.

Ya solo le faltaba peinarse y en eso sí que se esmeraría, puesto que le encantaba atar sus cabellos de manera hermosa, con trenzas elaboradas, en eso, noto que el espejo estaba cubierto con una manta, cosa que le sorprendió, quien en su sano juicio compra un espejo tan grande para luego cubrirlo - pensó.

En eso entro su abuela, quien al ver su espejo descubierto se llenó de ira.

- que haces, la manta nunca se debe retirar -refuto la abuela.

- no lo sabía, es solo que lo necesitaba para arreglarme el cabello - respondió Sara.

-¿y para qué?, si de igual forma eres horrible, solo te estoy haciendo un favor, quítate esas trenzas, son repulsivas - decía mientras se las desbarataba a tirones.

En eso algo extraño sucedió, sus ojos marrones se volvieron tan rojos como un rubí, y en eso una visión vino a su mente, se trataba de su abuela, siendo una joven, era la menor de 7 hermanas, su madre, mi bisabuela era una mujer blanca, alta, rubia, de inigualable belleza, pero extremadamente pobre por lo que sus padres la obligaron a casarse con mi bisabuelo, cosa que lleno a mi bisabuela de rabia, puesto que ya amaba a alguien, de sus 7 hijas las 6 mayores se parecían a ella, y mi abuela se parecía a su padre, cosa que hizo que mi bisabuela la menospreciara, pues veía en ella el rostro del hombre que evito que su gran amor se realizara.

Repitiendo cada día lo horrible que era, aunque era mentira, pues mi abuela era realmente bella.

Sara se quedó sorprendida, aunque al ver la hora sintió que la sangre se le bajó a los pies, pues faltaban 10 minutos para entrar a la escuela, y se hacían 20 de camino, así que se zafo de su abuela como pudo y se escapó corriendo mientras se hacía una simple coleta.

- ¿para qué vas si no llegaras a tiempo?- grito su abuela aún molesta mientras le arrojaba la escoba entre los pies.

Pero no importaba, si corría lo suficientemente rápido llegaría a tiempo, y solo tendría que salir más temprano al día siguiente para peinarse antes de entrar a clase y deshacerse las trenzas a la salida, para que así su abuela no la descubriera.

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