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La Viuda

Prólogo.

Las puertas de hierro forjado de la mansión Cox, fue abierta de par en par. El auto negro blindado con el logo de la policía de Texas, siguió su camino por la brecha hasta llegar a los enormes puertas de aquella casona.

Un hombre de piel morena, estatura de 1,79, complexión delgada, bajo del auto. Camino hasta la puerta que inmediatamente fue abierta por una señora de cabellos blancos, ya grande de edad.

—Ama de llaves—Buenas noches, detective. La señora Cox lo atenderá en un minuto.

El detective asintió. La encargada de la servidumbre lo llevó por un pasillo largo, él observaba todo con curiosidad, el lugar era pulcro, los objetos que había a su alrededor parecían costosos y antiguos. Las paredes estaban decoradas con bellas y raras pinturas.

El ama de llaves abrió una puerta que estaba al final del pasillo, que parecía ser la de un despacho.

—Ama de llaves —Pase por favor. ¿Puedo servirle algo de tomar?

—Charles Davis—Un vaso de agua por favor.

La mujer salió del lugar con pasos acelerados, cerrando la puerta detrás de ella.

El detective giró a su alrededor, todo en ese lugar era lujoso, no podría ser menos que el resto de la casa.

Sobre el escritorio de aquel sitio había dos fotografías, la primera que noto era la imagen de Edwards Cox.

Un gran ser humano, muy amado en esa ciudad por sus grandes obras comunitarias y sus cuantiosas donaciones a fundaciones, dedicadas en su mayoría a la mujer.

A lado de ese retrato estaba la fotografía de una hermosa mujer de unos ojos verdes hipnóticos y cabello castaño.

La curiosidad por ver mejor aquella imagen, le hizo tomar aquel retrato en sus manos.

—Helena Cox—Buenas noches, detective.

El detective Davis dejó caer el retrato al suelo.

—Charles—¡Maldición!

Se inclinó hasta el suelo para tomarlo, el cristal estaba quebrado en muchos fragmentos.

—Charles—Lo lamento, no era mi intención.

—Helena—Déjelo. La servidumbre se hará cargo de limpiar.

Él asintió, se levantó y quedo de frente a la dueña de esos ojos verdes hipnóticos.

—Helena—Por favor tome asiento.

—Charles—Gracias.

El ama de llaves entró con el vaso de agua para el detective Davis. Miró el retrato que aún estaba en el suelo y se inclinó a tomarlo.

—Helena—Por favor encárgate de limpiar.

Le ordenó Helena con voz sueve.

—Ama de llaves—Como usted ordene señora Cox.

El detective Davis poso su mirada en los ojos de Helena, a simple vista se podría notar la tristeza en los ojos de aquella bella mujer. Y como no podría ser así, si su esposo llevaba tres días desaparecido.

Cuando la mujer del servicio salió del despacho, el detective Davis sacó una libreta de su saco.

—Charles—Como le había dicho por teléfono, mi nombre es Charles Davis, el detective que lleva el caso de la desaparición de su marido.

—Helena—¿Han podido dar con él? ¿Dónde está mi marido? Quiero verlo.

Helena tenía un rostro lleno de angustia. Davis sintió una opresión en su corazón al ver la desesperación de la señora Cox.

Como parte de su trabajo estaba dar las malas noticias a los familiares, algo que se le había hecho rutina con el tiempo, pero esta vez era un caso diferente, o más bien era la belleza de esa mujer lo que le impedía tener una actitud gélida.

—Charles—Señora Cox, lamento mucho ser el portador de malas noticias. Pero es mi deber informarle que encontramos a su esposo Edwards Cox, sin vida.

—Helena—¿Qué?... No, no, no puede ser.

—Charles— Su cuerpo fue hallado en una de las plantaciones de su familia, ya sin vida. En su cuerpo no había ningún rastro de agresión física, pero sí tenía dos disparos, uno en la costilla izquierda y otro en el pecho cerca del corazón.

Helena se levantó alterada, lloraba destrozada por la noticia de la muerte de su esposo.

Charles se acercó a ella y la abrazo para darle consuelo, un error que no debió cometer. Ella se aferró a él mientras lloraba con dolor, su llanto era tan desgarrador, que Charles lo podía sentir.

—Charles—Lo lamento mucho, señora Cox.

Repetía Charles.

Después de mucho, Helena se tranquilizó, sus ojos estaban muy rojos he hinchados y su nariz irritada.

—Charles—Necesito que me acompañe.

Helena levantó la mirada hasta el detective y lo miró con preocupación.

—Charles—Debe reconocer el cuerpo del señor Cox, para continuar con los trámites de su defunción.

Helena se levantó despacio, su rostro reflejaba dolor y tristeza.

Llegando a la morgue, el detective Davis entró con Helena.

Helena se acercó poco a poco al cuerpo sin vida de hombre que fue su marido. Charles removió la sabana blanca y los ojos de Helena se abrieron de par en par.

Y ahí estaba, postrado en una plancha fría sin vida, un gran hombre, un esposo amoroso y fiel.

Las lágrimas de Helena no tardaron en salir nuevamente. Charles volvió a cubrir el rostro de Edwards Cox, para después pedirle al médico forense que lo retiraran de ahí.

—Helena—Es mi esposo.

Decía Helena entre el llanto.

—Charles—Ahora necesito que me acompañe a mi oficina, para tomar nuevamente sus declaraciones.

—Helena—Ahora no... no es buen momento detective. Yo, yo... Yo debo de hacerme cargo de la sepultura de mi esposo y...

Charles se compadeció de Helena Cox, era lógico que la pobre mujer no tuviera cabeza para otra cosa que no fuera darla cristiana sepultura, a su amado esposo.

—Charles—Sé que es muy doloroso para usted, pero debe entender que su declaración es muy importante para darle seguimiento al caso y encontrar al asesino de su esposo.

Helena asintió, acompaño al detective Davis a su oficina, donde declaró nuevamente.

Era madrugada cuando por fin Helena llegó a su mansión, el ama de llaves la atendió de inmediato.

—Ama de llaves—Lamento mucho la muerte del señor Edwards, señora Cox. Él era un gran hombre, muy querido por nosotros.

Dijo la mujer, con algunas lágrimas.

—Helena—Gracias.

Respondió sin darle importancia.

—Ama de llaves—El señor Nicolás Cox, llego hace una hora, espera por usted en el despacho, del señor Edwards.

Helena respiro hondo y camino por el pasillo largo hasta llegar a la puerta del despacho.

Lo primero que diviso Helena al abrir la puerta, fue a un hombre de espalda ancha, una pustora recta y cabello color negro azabache.

—Nicolás—¿Por qué tuve que enterarme por tu servidumbre, de la muerte de mi hermano?

Le reprocho Nicolás. Su era voz sonaba áspera, agria y dolorosa.

—Helena—Yo, yo lo siento. Pero no tengo cabeza para nada...

Dijo ella casi en un susurro.

Nicolás giró su rostro para verla. Los ojos verdes de Helena lucían apagados.

Ahora extrañaba ver esa chispa de alegría que tenía hace ocho años, cuando la vio por última vez, en la celebración de su boda con su hermano Edwards.

Helena levantó su vista, hasta los ojos fríos de Nicolás Cox, el hermano menor de Edwards.

El hombre que siempre la vio con desprecio y que nunca dejó de llamarla cazafortunas.

Capítulo I

Nicolás dio algunos pasos hasta Helena, ella desvió la mirada en cuanto él centró sus ojos en ella, para observarla más detalladamente.

—Helena—El ama de llaves te llevará a una habitación de huéspedes.

Dijo Helena antes de salir del despacho. Nicolás se quedó mirando su bella figura salir por la puerta, mientras aspiraba el dulce aroma que había dejado a su pasó.

Helena subió a su habitación y se detuvo frente al espejo, se miró por varios segundos y luego acomodo un mechón de su cabello sobre la pequeña cicatriz que tenía en la frente.

Horas más tarde, Helena vestía un vestido negro y un velo del mismo color, que ocultaba muy poco su rostro.

—Ama de llaves—El señor Nicolás me mando a avisarle que espera por usted.

Helena asintió y bajo las escaleras.

Nicolás esperaba por ella en los últimos escalones, llevaba un traje negro, que se ajustaba a su atlético cuerpo.

—Nicolás—Vamos.

Le dijo con rudeza y le extendió la mano. Helena dudó en tomarla, lo que molesto a Nicolás.

—Helena—No hace falta que te esfuerzes en tener un trato cordial conmigo.

Espeto Helena.

Nicolás tenso la quijada y se dio media vuelta para caminar hasta el auto.

Ella cerró los ojos y exhalo con fuerzas, antes de caminar hasta el auto.

Innumerables personas habían asistido al funeral de Edwards Cox. Las personas que le daban el pésame a la viuda de Cox, en su mayoría era por interés alguno.

Edwards Cox era el principal productor de algodón en Texas. Era dueño de extensas tierras de plantaciones.

Su familia era dueña de la más grande industria textil en Estados Unidos.

Charles estaba a varios metros de Helena, observaba la opulencia en todo su resplandor. Los más importantes empresarios y personas pesadas en el mundo de los negocios estaban ahí, intentando ganar la simpatía de la viuda, para obtener una tajada de la gran fortuna que había dejado Cox.

Las personas hablaban del maravilloso hombre que era Edwards. Un gran ejemplo para la sociedad.

Pasadas las horas, llevaron las cenizas de Edwards Cox al mausoleo de la familia.

Helena se acercó a la urna de madera, que contenían las cenizas de su amado esposo y susurro unas palabras antes de darle un beso frío.

Nicolás quiso acercarse más para poder escuchar algo, pero fue interrumpido por el detective Davis.

—Charles—Señor Cox, espero me dé algunos minutos, para hablar del caso de su hermano el señor Edwards Cox.

—Nicolás—Acompáñame.

Nicolás caminó hasta el auto con el detective detrás de él.

—Nicolás—Lo escucho.

—Charles—Como le informé ayer a la señora Helena, el señor Edwards fue asesinado.

—Nicolás—¿Cómo?

Pregunto él con una mirada llena de dolor.

—Charles—Con un arma de fuego. En su cuerpo había dos disparos, uno en la costilla izquierda y otro en el pecho, cerca del corazón.

—Nicolás—¿Saben quien fue?

—Charles—No, aún no encontramos a un sospechoso. Solo encontramos esto en el bolsillo de su saco.

Charles sacó una bolsa transparente sellada, con una numeración. Y se la mostró a Nicolás.

—Charles—¿Le parece conocido?

Era un anillo de oro, con un diamante en el centro, en forma de corazón.

Nicolás abrió sus ojos en grande.

—Nicolás —El anillo era de mi madre.

Nicolás recordó la discusión acalorada que había tenido años atrás, con su hermano Edwards, por la desaparición del anillo de su madre.

—Charles—En ese caso, ¿existe la posibilidad de que le pertenezca a la señora Cox?

Pregunto Charles con miedo, pues en el fondo él esperaba que Helena no estuviera involucrada en el asesinato de su esposo.

—Nicolás—No.

Afirmó Nicolás.

—Nicolás—Ese anillo se había extraviado poco antes de que Edwards, conociera a Helena.

Charles asintió.

—Charles—Seguiremos investigando, cuando tenga más información se la haré saber.

—Nicolas—Gracias.

Cuando Nicolas se quedó solo, su mente lo llevó de vuelta a aquel día de la discusión con su hermano Edwards.

El anillo había sido un regalo de su madre, ese anillo había estado en la familia Cox, por tres generaciones.

Nicolás lo había buscado como loco, pues pensaba hacer uso de el, entregándoselo a la mujer que amaba y con la que quería pasar el resto de su vida.

Nicolás esbozo una sonrisa amarga. Mujer que amaba y que le rompió el corazón de la manera más vil.

Recuerda que el anillo estaba guardado en la caja fuerte de la familia, que tenían en el banco y de donde extrañamente desapareció.

Los únicos que tenían acceso eran Edwards y él por supuesto, los únicos Herederos de la familia Cox.

Edwards había negado todo, incluso había interpuesto una demanda en contra del banco.

Charles buscó con la mirada a Helena, tenía el deseo de verla antes de irse. Entre toda la gente pudo ver su figura desaparecer y apresuró su paso logrando chocar con algunas personas.

Siguió su figura hasta el final de aquel lugar, donde yacían las tumbas de los infantes.

Charles se quedó a una distancia prudente, donde Helena Cox no pudiera darse cuenta de su presencia.

Helena se inclino hasta el suelo, frente a una tumba, deslizó sus manos por la lápida y sollozo. Dejó una rosa blanca sobre ella y se levantó.

Cuando Helena se alejo, Charles se acercó a aquella lápida con curiosidad.

En la lapida sólo tenía escrito una fecha y Charles dedujo que justamente hace tres días se había cumplido un año, del lamentable fallecimiento del infante.

Frunció el entrecejo, preguntándose de quien podría tratarse, pues en su investigación sobre el matrimonio Cox, no había información de qué hayan procreado hijos.

Capítulo II

Helena se desvistio frente al espejo, había dejado en el suelo el vestido negro y el velo.

Miró con atención sus ojeras, no había dormido casi nada desde hace cuatro días, pues las pesadillas habían aumentado las últimas noches.

—Ama de llaves—Señora Cox, el abogado del señor Edwards está abajo en el despacho.

Le aviso el Ama de llaves, al otro lado de la puerta.

—Helena—Enseguida bajo.

Dijo ella, con esa voz afable que le deba un buen toque a su dulce carácter.

La puerta del despacho se abrió, Nicolás y el abogado Earl, desviaron su mirada hasta ella.

Helena llevaba un vestido negro, menos recatado que el anterior, le daba un aspecto más jovial, como de una mujer de veintitantos años.

Nicolás le dio un recorrido a su figura, Helena no era una mujer esbelta, pero tampoco había kilos de más en su cuerpo, las curvas de sus caderas estaban bien pronunciadas y sus pechos eran redondos, seguramente del tamaño de su grandes manos, era simplemente perfecta según los pensamientos de Nicolás.

El abogado se levantó de la silla.

—Abogado Earl—Señora Cox, por favor tome asiento.

Helena tomó asiento en la silla que estaba a lado de Nicolás Cox.

—Abogado—La lectura del testamento del señor Edwards Cox será rápida. Entiendo que por la situación usted debe de continuar con su luto.

—Helena—Así es.

—Abogado Earl—Bien, Última voluntad y testamento de Edwards Cox; Hallándome en pleno uso de mis facultades mentales expresó mi última voluntad y deseo. Para mi amada y fiel esposa Helena de Cox, heredará en su totalidad las tierras de plantaciones, las joyas de mi familia que me fueron heredarás en la muerte de mi madre, el treinta y cinco % de la acciones de la empresa familiar que me corresponde. La mansion Cox que perteneció a mi familia por generaciones, sera dividida en dos dueños, mi amada esposa Helena Cox y mi querido hermano Nicolás Cox. Finalizando, espero que se cumpla cada uno de mis deseos.

Nicolas apretó la quijada.

—Nicolás—¡Ese testamento debe de ser un mal chiste!.

Se levantó de golpe, empujando la silla al suelo.

—Abagodo Earl—Por favor señor Cox. Esta fue la última voluntad de su hermano Edwards.

—Nicolás—No. La herencia de mi familia no quedará en las manos de esta caza fortunas.

Helena estaba en silencio, con un rostro inexpresivo.

—Nicolás —Impugnare ese testamento.

—Abogado Earl—Como abogado le diré que esta en su derecho en querer hacerlo. Pero no le aseguro que pueda ganar la demanda. El testamento fue hecho con puño y letra del señor Edwards Cox, incluso lleva su firma y sello familiar.

Nicolás salió hecho una fiera del despacho.

—Abogado Earl—Lo lamento señora Cox.

—Helena—No se preocupe, señor Earl. Era de esperar que Nicolás actuaría de tal forma. El siempre pensó que yo no era digna de su hermano.

—Abogado Earl— A mi pensar nadie es digno de usted, Señora Cox. Usted es una mujer muy hermosa y de corazón noble, algo muy escasos en estos tiempos.

Helena le sonrío.

—Helena—Gracias, abogado Earl.

—Abogado Earl—Mañana volveré para hacerle entrega de los títulos de propiedad. Y del código de la caja de seguridad que hay en el banco, donde se encuentran las joyas de familia.

—Helena—Claro, se lo agradezco.

El abogado asintió y salió del despacho.

Helena salió minutos después y camino hasta el enorme jardín, para tomar un poco de aire.

—Nicolás—Felicidades Helena. Tu ambición te llevó lejos, ahora eres la gran Viuda de Cox.

Dijo éste, detrás de ella.

—Helena—Nunca estuve interesada en el dinero de tu hermano. Yo estaba enamorada de él.

—Nicolás—Las mujeres como tú no se enamoran, tienen un solo interés en la vida. Enamorar hombres ricos para vivir de su fortuna. Ahora no dudo que hayas tenido algo que ver en su muerte.

Espetó Nicolas entre dientes.

Helena giro su cuerpo hasta quedar frente a Nicolás.

Los ojos de Nicolás radiaban ira.

—Helena—Esta es la última vez que permito que me humilles, Nicolás.

Nicolas la tomó del brazo y apretó su agarré.

—Nicolás—Impugnare ese testamento.

—Helena—Por mi puedes hacer un rábano de lo que te venga en gana.

La mirada de Helena era altiva, por primera vez usaba un tono arisco con él y sus ojos verdes expresaban enojo.

Nicolás tiro de su brazo y la pego a su pecho, la boca de Helena estaba a poco centímetros de la suya, el deseo de querer besarla le nubló la mente.

El corazón de Helena retumbaba con fuerza, por la cercanía de Nicolás.

—Helena—¡Sueltame!.

Le exigió, se deshizo de su agarre con las pocas fuerzas que tenía en su cuerpo.

—Helena—Te prohibo que vuelvas a acercarte a mí.

Paso por el costado de Nicolás, dejando su dulce aroma en el aire.

Nicolás cerró los ojos, se sentía un idiota por desear besar la tentadora boca de Helena, la vuida de su hermano. Y probablemente, la asesina de Edwards Cox.

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