Una noche, Lowen Anderson se encontraba inmerso en una acalorada discusión con su expareja, Victoria Smith, mientras su padre, Antonio Anderson, tomaba la defensa de ella. En el otro extremo, su hermano Gwen lo respaldaba firmemente.
—¿De verdad, papá? ¿Estás tomando partido por esta mujer que me traicionó con otro? — expresó Lowen Anderson, su voz repleta de furia.
—Sí, y te lo mereces. Siempre me incomodó que dedicaras más tiempo a tu hija que a tu pareja — respondió Antonio Anderson con calma.
—Vamos, no puedes estar respaldando a esta mujer despreciable — intervino Ana White, elevando la voz.
—Déjalo estar, mamá. No vale la pena — intercedió Gwen Anderson con un tono sereno.
La tensión alcanzó su punto máximo y Lowen, cegado por la ira, agarró un cuchillo en un arrebato de emociones violentas y apuñaló a su padre sin pensarlo dos veces.
—¡Aahh! ¡¿Qué has hecho?! — exclamó Victoria, horrorizada por la sangrienta escena.
—¡¿Hijo, qué estás haciendo?! ¡No! — gritó Ana White, lleno de desesperación.
—¡Cállate, Victoria! — rugió Lowen, su rostro enrojecido por la rabia.
En ese instante, Victoria tomó su teléfono y llamó a la policía, buscando frenéticamente ayuda ante la tragedia que se desplegaba frente a ella. El caos continuó, y en un intento por proteger a su hermano, Gwen llegó al extremo de quitarle la vida a uno de los oficiales que llegaron al lugar. La situación escaló aún más cuando otro policía llegó en auxilio y finalmente, tanto Lowen como Gwen fueron detenidos y llevados bajo custodia policial.
La oscuridad de la prisión se cernió sobre los hermanos Anderson, sellando sus destinos y marcando el inicio de un nuevo y sombrío capítulo en sus vidas.
Cada prisionero en la oscura prisión portaba en su uniforme un número distintivo, un código silencioso que revelaba la naturaleza de su crimen. Los primeros números, del uno al diez, denotaban delincuentes de menor peligrosidad, individuos que habían cometido actos menos graves y cuyas presencias no generaban mayores preocupaciones. Entre los números once y veinte, se encontraban aquellos de crímenes más comunes, individuos que habían perdido su camino en la sociedad pero aún mantenían un cierto grado de normalidad. Sin embargo, los números del treinta al cuarenta en adelante representaban a los prisioneros más temidos y peligrosos, aquellos cuyos crímenes y comportamientos habían alcanzado niveles alarmantes.
En el interior de sus celdas, los ojos de los prisioneros se dirigieron hacia la entrada cuando vieron a Lowen siendo conducido esposado. Lowen, conocido por su desequilibrio mental, su peligrosidad y sus estallidos de violencia, capturó la atención de todos. En un escalón aún más peligroso se encontraba Gwen, identificado con el número treinta y nueve, mientras que Lowen llevaba el ominoso número cuarenta. Estos números eran una advertencia silenciosa para todos los presentes: estos eran los reclusos más peligrosos, los que habían cruzado límites inimaginables.
Gwen Anderson fue llevado a su celda designada. Dentro de los confines de aquel pequeño espacio, se entregó a su hábito de fumar, dejando que el humo se mezclara con el aire viciado. Sus pensamientos se convirtieron en una tormenta, sus emociones se agitaron en un mar de ira. Las paredes parecían cerrarse a su alrededor, como si la prisión misma quisiera sofocarlo. En su interior, el resentimiento creció, alimentado por las circunstancias que lo habían llevado hasta allí y el deseo ardiente de escapar de esta pesadilla interminable.
Las celdas silenciosas se llenaron con el eco de las vidas rotas y las historias desgarradas, mientras los números en los uniformes de los prisioneros seguían siendo una fría pero reveladora representación de los pecados que habían cometido. Y en medio de todo eso, Gwen Anderson enfrentaba sus propios demonios, envuelto en el humo y el tumulto de sus pensamientos.
—¡Odio esta vida, te juro que si salgo de esta maldita celda los mataré a todos, Lowen! —Gritó Gwen Anderson.
Las palabras de Gwen resonaron en la celda, cargadas de amargura y desesperación. El eco de su grito se perdió entre las frías paredes, una expresión de la intensa frustración que sentía por su situación. La vida en prisión había erosionado su paciencia y había avivado un fuego de ira dentro de él.
Lowen, sentado en la celda contigua, miró a su hermano con una mezcla de preocupación y resignación. Conocía la tormenta que arremolinaba dentro de Gwen, las promesas envenenadas que profería en momentos de rabia. Era un recordatorio constante de la furia y el deseo de venganza que vivían en ese entorno opresivo.
—Gwen, tranquilo. Sabes que estas paredes escuchan más de lo que crees. No te dejes consumir por la ira —Lowen respondió con una voz cargada de cansancio, como un intento de disuadir a su hermano de sus impulsos destructivos.
Gwen dejó escapar un suspiro pesado, su mirada clavada en el suelo. Las palabras de Lowen eran una dosis de realidad en medio de la tormenta emocional que lo abrazaba. Sabía que sucumbir al odio y la violencia solo lo mantendría prisionero de sus propios demonios, perpetuando el ciclo de dolor en el que se encontraba atrapado.
La prisión había arrebatado mucho de lo que eran, pero Gwen y Lowen todavía se aferraban a los fragmentos de su conexión fraternal. En un lugar donde la violencia y la oscuridad eran moneda corriente, encontrar una manera de mantener su humanidad intacta se volvía cada vez más desafiante. Sin embargo, en medio de la penumbra, existía la posibilidad de encontrar una chispa de redención, de resistir contra la marea de odio que amenazaba con arrastrarlos por completo.
—Ya cállense y hagan silencio —dijo el oficial Murphy Walls.
La voz del oficial Murphy Walls resonó en el corredor de celdas, poniendo fin a la tensión que había llenado el aire. Su tono autoritario no dejaba lugar a dudas: era el encargado de mantener el orden en ese lugar sombrío.
Las palabras de Walls eran una advertencia clara para todos los reclusos, recordándoles su posición y la autoridad que él representaba. En medio de ese mundo de desesperación y confinamiento, los guardias eran las figuras que imponían su voluntad, estableciendo las reglas que todos debían obedecer.
Gwen y Lowen intercambiaron una mirada fugaz, una pausa en su conversación cargada de emociones. Aunque las palabras del oficial Walls eran abruptas, también eran un recordatorio de la dura realidad que enfrentaban día a día. La vida en prisión estaba marcada por la constante lucha por el control y la supervivencia, y las palabras del oficial eran un eco constante de esa lucha.
En ese instante, el silencio descendió sobre las celdas, un recordatorio silencioso de que, en ese mundo de sombras, las voces individuales se perdían ante el poder de las autoridades y las circunstancias. Cada prisionero regresó a sus propios pensamientos, sumergiéndose en sus reflexiones mientras el eco de las palabras del oficial Walls se desvanecía en el aire.
Alison y Gabriela, con los números once y uno respectivamente, compartían una amistad que se había forjado desde sus días de infancia. A pesar de sus circunstancias sombrías, habían encontrado consuelo y compañía en la presencia una de la otra. Los números que llevaban en sus uniformes eran una marca visible de los crímenes que habían cometido y las vidas que habían sido alteradas para siempre.
Gabriela, con su triste historia de abandono y crimen involuntario, tenía el peso de la fatalidad sobre sus hombros. El crimen que había cometido había arrebatado la vida de un oficial, y su falta de padres la dejaba aún más vulnerable en ese entorno despiadado. Su hermana, Melanie Moon, compartía el mismo destino en celdas separadas, ambos arrastrados por las sombras de sus acciones pasadas.
Alison, el número once, también llevaba la carga de sus decisiones. Había participado en un robo y, en medio del caos, había tomado una vida. El arrepentimiento la perseguía, tejiendo una tristeza profunda en su ser. Aunque sus crímenes los habían unido, la culpa y el deseo de enmendar sus acciones también los diferenciaban.
En ese oscuro entorno, las voces de Alison y Gabriela rompieron el silencio de sus celdas, compartiendo pensamientos mundanos sobre el hambre que sentían. A medida que sus palabras flotaban en el aire, el oficial Murphy Walls interrumpió con su característica dureza, recordándoles que estaban sometidos a un rígido horario y controlados por su autoridad.
La relación entre los prisioneros y los oficiales era una danza delicada, una lucha constante por la dignidad y la supervivencia en un mundo donde el poder estaba desequilibrado. Las voces de Alison y Gabriela se acallaron, sus palabras reemplazadas por la sombría realidad que enfrentaban día tras día.
Ellas dos también estaban huérfanas, al igual que Melanie, cuyo número era veintiuno. Había cometido un crimen en defensa propia al matar a un ladrón, pero había sido enviada a prisión debido a la indiferencia de los oficiales hacia su justificación.
Mia, con el número ocho en su uniforme por su delito de robo, inició la conversación:
—¿Sabías que a los recién llegados les hacen una entrevista? — preguntó Mia Petters.
—Sí, lo sabía —respondió Melanie Moon.
En ese momento, el oficial John se acercó a Lowen:
—Oye, Lowen, ven. Te llevaremos a una entrevista —dijo el oficial John.
Dos policías lo escoltaron con las esposas puestas. Lowen, un individuo con tendencias sociópatas y comportamiento errático, inicialmente respondió de manera insolente.
—Aquí estamos —dijo el oficial Kelly Wang.
—Váyanse al infierno —respondió Lowen Anderson.
—Cállate, no seas insolente —intervino Murphy Walls.
Durante la entrevista con otro policía, Óscar Bells, la situación se tornó tensa:
—Te haré unas preguntas, ¿entendido? —dijo Óscar Bells.
Lowen le escupió en la cara, lo que provocó una bofetada por parte del oficial.
—Vuelve a hacer eso y verás lo que pasa. Responde adecuadamente, imbécil —advirtió Murphy Walls.
—Idiota —masculló Lowen Anderson.
—Ya deja de responder de manera inapropiada y coopera —añadió Óscar Bells.
—Está bien, está bien, responderé tus estúpidas preguntas —se rindió Lowen Anderson.
La entrevista comenzó finalmente:
—De acuerdo, empecemos de una vez. ¿Por qué estás aquí?
—Tuve un altercado con mi ex Victoria, mi padre intervino para defenderla y me llené de rabia, así que lo asesiné. Fue un impulso —confesó Lowen.
—¿Y tu hermano Gwen? ¿Por qué está aquí? —indagó Óscar Bells.
—Él fue cómplice en mi crimen y también asesinó a un oficial —respondió Lowen Anderson.
Óscar continuó con sus preguntas:
— ¿Y tu ex y tu padre? ¿Cuáles son sus nombres?
—Victoria Smith y... Antonio Anderson.
—Está bien, ¿cuántos años tienes? —preguntó Óscar Bells.
—Tengo veinticuatro años y mi hermano tiene veintidós —contestó Lowen Anderson.
— ¿Y la edad de tu ex? ¿Y la de tu padre?
—Victoria tiene veintitrés años y mi padre cuarenta y ocho —respondió Lowen Anderson.
— ¿Y tu madre?
—En casa, ella es Ana White y tiene cuarenta y siete años.
—Bien, eso es suficiente. Puedes regresar a tu celda.
Lowen fue llevado de vuelta a su celda.
Más tarde, durante la hora libre...
—Ese tipo no va a arrebatar mi posición de liderazgo aquí —declaró Sky Black, avanzando hacia Lowen.
—Oye, ¿a dónde crees que vas? —preguntó Luz Brown.
Luz, con el número veinticinco en su uniforme debido al oscuro episodio en el que mató a sus padres que la maltrataban, y Sky, cuyo número treinta y cinco denotaba la violencia en su historial de crímenes, intervinieron en la escena.
—Voy a hablar con ese recién llegado —respondió Sky Black. Se aproximó a Lowen y lo empujó por detrás.
—¿Qué te pasa, idiota? —exclamó Lowen Anderson.
—No te atrevas a usurpar mi posición de liderazgo aquí. Desprecio a los novatos —advirtió Sky Black.
—Y si lo hago, ¿qué?
—Entonces tendrás problemas conmigo.
Los dos hombres se enfrentaron cara a cara.
—¿Ah, en serio? Hazlo, te desafío —respondió Lowen.
Sky le propinó una cachetada a Lowen, quien respondió con un golpe, desencadenando una pelea en el suelo.
—¡Eh, deténganse! —intervino Oliver Charles, otro oficial.
—¡Tranquilos, basta ya! —añadió el oficial Aiden Kelly.
Finalmente, lograron separarlos y los contuvieron.
—¡Si vuelves a tocarme, juro que te mataré! —gritó Lowen, lleno de rabia.
—¡Idiota! —respondió Sky Black.
—¡Ya es suficiente! —exclamó Aiden Kelly.
—¡La hora libre ha terminado! Vayan a cenar —anunció Óscar Walls.
La tensión que se había acumulado en ese enfrentamiento se dispersó conforme los oficiales intervenían y ponían fin a la pelea. Los reclusos regresaron a la realidad opresiva de la prisión, recordando que, incluso en momentos de supuesta libertad, estaban atrapados en un mundo donde la violencia y la autoridad siempre estaban presentes.
Después de eso...
—Esta comida no es de mi agrado —comentó Jackson Henderson.
—Lo sé, pero es lo que hay —respondió Nick Collins.
—Sí, es verdad.
Jackson y Nick formaban una pareja homosexual. Sin embargo, debido a las restricciones de la prisión, evitaban mostrar su relación en público y rara vez usaban términos cariñosos entre ellos en ese entorno. La prisión no permitía que se expresaran como pareja, al menos no en público. Solo encontraban consuelo en su celda, donde podían ser auténticos. La tragedia que los había llevado hasta allí había sido un acto de defensa en el que, sin intención, habían tomado la vida de dos personas mientras intentaban protegerse de un ladrón.
—¿Has visto la pelea? —preguntó Alison Morgan.
—Sí, la vi —respondió Gabriela Moon.
En el mismo entorno, Lowen compartió sus pensamientos:
—Ese idiota comenzó la pelea, por eso me involucré —dijo Lowen.
—No le prestes atención —aconsejó Gwen—. Bueno, nos vemos luego.
Lowen se sentó solo en una mesa mientras comía, su expresión seria y perturbada.
—Hola —saludó Leo Roberts.
Lowen levantó la mirada.
—Hola —respondió con desgano.
—Soy Leo, Leo Roberts.
—Y yo soy Lowen Anderson.
—Si te molestan, no les prestes atención.
—Está bien —contestó Lowen.
Leo, al igual que los demás, tenía su propia historia en la prisión debido a un trágico incidente:
Leo explicó su situación:
—Oye, ¿por qué estás aquí?
—Atropellé accidentalmente a una persona y murió. Me arrepiento profundamente, pero preferiría no hablar de eso —dijo Leo Roberts.
—Vaya, qué terrible situación.
Más tarde, Lowen se encontraba profundamente dormido en su celda, ajeno a lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Mientras tanto, una pelea estallaba entre Sky y Gwen. Sky, con una navaja en mano, enfrentaba a Gwen, rodeados por los demás reclusos que observaban la escena con una mezcla de excitación y temor.
—Oye, estúpido, ¿de dónde sacaste esa navaja? —le preguntó Gwen, su tono lleno de indignación.
—Sé que eres el hermano del otro idiota —respondió Sky Black con una sonrisa desafiante.
—¡Oye, baja esa navaja! —intervino Gabriela Moon.
—¡Ya es suficiente, Sky! —exclamó Alison Morgan.
—Ni se te ocurra, idiota —advirtió Gwen Anderson.
—¡Baja eso, estás loco! —exclamó Nick Collins.
Los gritos de "pelea, pelea" resonaban en el pasillo, atrayendo la atención de los reclusos circundantes.
—¿Qué es todo ese ruido? —se preguntó el oficial Kelly.
—No lo sé, pero vamos a averiguarlo —respondió el oficial Murphy Walls.
En medio del caos, Luz Brown exclamó:
—¡Sky, baja esa navaja, por favor!
En ese momento, Lowen se despertó y se dirigió al pasillo, donde vio a su hermano en peligro.
—¿Qué está pasando aquí? —inquirió Lowen.
—¿De dónde sacaste esa navaja, Sky? —dijo Murphy Walls, preocupado.
—¡Te mataré! —gritó Sky Black, furioso.
Gwen logró conectar un golpe en el rostro de Sky, pero en su intento de defenderse, Sky hirió el brazo de Gwen con la navaja, causándole un corte. El dolor se apoderó de Gwen, quien sostuvo su brazo herido. Mia, desde atrás, rápidamente le arrebató la navaja a Sky, sin que él lo notara. Al ver la situación, Lowen se llenó de rabia.
—Maldito, ¿no tienes nada mejor que hacer? —dijo Lowen, su enojo evidente.
—¡No, idiota! —gritó Sky como respuesta.
Lowen respondió con dos golpes, y el oficial Kelly se acercó para intervenir. Aunque los detuvieron, Lowen hizo un último intento por liberarse y atacar de nuevo.
Murphy Walls agarró a Lowen con una expresión de furia en su rostro.
—¡Si te vuelves a meter con Gwen, te arrepentirás! ¡Con mi hermano no te metes!
La situación se caldeó mientras los oficiales intentaban controlar la situación y restaurar el orden. Finalmente, volvieron a sus celdas, pero esta vez, separados como castigo por la pelea.
—Maldito loco, ¿de dónde sacaste esa navaja? —dijo Gwen, aún enojado.
—¡Ya es suficiente, cállense y vuelvan a sus celdas! —ordenó Murphy Walls.
La violencia había desencadenado una serie de eventos que resultaron en el aislamiento de los involucrados en sus celdas, obligados a enfrentar las consecuencias de sus acciones.
—Vaya, es increíble... —comentó Mia Petters, todavía impactada por lo ocurrido.
—Sí, es verdad —respondió Alison Morgan, reflexiva.
—¿Qué acaba de pasar? —exclamó Leo Roberts, desconcertado por la pelea.
—Realmente fue una pelea intensa, ¿no crees? —añadió Jackson, sorprendido.
Unos días más tarde, llegaron dos nuevas personas a la prisión: Victoria y Miley Petters, la hermana de Mia.
Victoria, la madre de la hija de Lowen, nunca había tenido un vínculo afectivo con su hija y nunca había mostrado amor hacia ella.
—Mamá, mamá, quiero ver a papá —insistía Liza Anderson, la hija de Lowen y Victoria.
—Cállate, deja de molestarme. No vamos a ver a ese idiota, aléjate de mí —respondió Victoria Smith, con desdén hacia su propia hija.
A pesar de las súplicas de Liza, Victoria perdió la paciencia y tomó un cuchillo, clavándoselo en el hombro. Liza soltó un grito de dolor y cayó al suelo, la sangre brotando enseguida.
—¡Lizaaaa! ¡No, por favor! ¡Maldita sea! —gritó Ana White, la madre de Lowen, desesperada.
Liza fue llevada al hospital y quedó en estado de coma. El acto de violencia de Victoria la había dejado gravemente herida. Como resultado, Victoria fue condenada y enviada a prisión por intento de asesinato.
La tragedia en la vida de Liza y la brutalidad de las acciones de Victoria ejemplificaban la oscuridad y el dolor que habitaban en esa prisión, una comunidad donde las historias de sufrimiento y violencia se entrelazaban en un tejido complejo y sombrío.
—¿Qué hace ella aquí? —dijo Lowen Anderson.
—¡¿Hermana?! —exclamó Mia Petters, sorprendida.
Miley, la hermana mayor de Mia, estaba entre las recién llegadas. Miley, con el número treinta en su uniforme, tenía un oscuro historial: había asesinado a varias personas en un asalto.
—¿Son nuevas aquí? —preguntó Gabriela.
—Sí —respondió Kelly Wang.
—Una cometió homicidio durante un robo y la otra intentó asesinar a su hija, Liza, la que tiene con Lowen —dijo John.
La noticia llegó a Lowen, desencadenando una reacción de locura. Gritó y se descontroló, haciendo un escándalo en su celda.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué hizo?! ¡Maldita! ¡Maldita! —Gritó Lowen, furioso, desde su celda. Quería salir, gritaba y golpeaba las paredes, mostrando signos de locura.
—¡Hey, tranquilízate! —dijo el oficial John, tratando de calmarlo.
—¡¿Qué le hiciste a nuestra hija?! ¡Me pagarás por esto! ¡Bastarda! —Gritó Lowen, completamente enloquecido.
—¡Cálmate de una vez!
Los oficiales abrieron la celda y llevaron a Lowen a otra, sosteniéndolo entre dos oficiales mientras él continuaba gritando.
—¡¿Por qué mi hija?! ¡No a mi hija! ¡Sueltenme! —Golpeó a los policías y se lanzó furioso hacia Victoria. Otro oficial se interpuso para detenerlo.
De nuevo en una nueva celda, Lowen seguía gritando.
—¡Sáquenme de aquí! ¡Quiero a mi hija! ¡Hijos de puta! —Gritó Lowen, expresando su rabia y desesperación. Finalmente, arrojó un objeto de vidrio, rompiéndolo. Abatido, se hundió en un rincón de la celda, donde lloró en silencio. No había nada que deseara más que estar con su hija.
Horas después, llegó el momento de la hora libre. Los reclusos podían salir de sus celdas, interactuar con otros prisioneros y visitarlos, excepto Victoria, quien estaba siendo castigada.
Lowen permanecía sentado en su cama, sumido en la tristeza. Gabriela fue a visitarlo, y así se conocieron.
—Hola —dijo Gabriela Moon—. Me enteré de lo que pasó. Lo siento mucho. Soy Gabriela Moon.
—Ah... hola, soy Lowen Anderson.
—No puedo creer que Victoria haya intentado matar a nuestra hija, es una verdadera maldita.
Gabriela, con su naturaleza tierna y amable, obedecía y se comportaba adecuadamente, por lo que los oficiales rara vez le reprendían.
—Toma, aquí tienes un pañuelo para secar tus lágrimas —ofreció Gabriela Moon.
—Gracias, es muy amable de tu parte.
Gabriela le sonrió.
—No es nada. Espero que ella pague por lo que hizo —dijo Gabriela, dándole palmaditas en la espalda—. Bien, nos vemos después —y se fue.
—Es una chica realmente amable... —pensó Lowen.
Mientras tanto, Nick acompañaba a Gwen, quien tenía el brazo vendado por la herida causada por la navaja de Sky.
—Ese idiota, ya verá lo que le espera —dijo Gwen Anderson.
—Es lamentable lo de Sky, ¿verdad? —comentó Nick Collins.
—"Lamentable" es como lo dejaré yo.
—Vamos, tranquilo.
El oficial Kelly se encargó de llevar a las nuevas reclusas a la entrevista que se realizaba a los recién llegados. Victoria fue la primera en ser entrevistada. Lowen, lleno de furia, intentó dirigirse hacia ella, pero Murphy Walls lo detuvo.
—¡Déjenme! ¡Suéltenme! —gritó Lowen, desesperado.
—Ya es suficiente, cálmate —lo detuvo Murphy Walls.
—¡Maldita, eres una perra! —gritó Lowen, furioso.
—¡Cálmate ya! O te llevaré de vuelta a tu celda —amenazó Murphy.
La prisión era un lugar de emociones intensas y conflictos latentes, donde las acciones pasadas seguían afectando el presente de los reclusos, alimentando sus impulsos y enfrentamientos.
En la entrevista...
—Bien, Victoria, ¿puedes explicar lo que sucedió? Cuéntame —dijo Kelly, adoptando un papel dual de policía y psicólogo.
—Bueno, después de lo ocurrido con Antonio y Lowen, porque yo lo engañé... estaba de mal humor —suspiró—. Mi hija... no dejaba de insistir en ver a su padre y... la apuñalé en el hombro. Fue un arrebato de emoción violenta, fue un accidente —dijo Victoria Smith, falseando los hechos. No quería admitir su falta de amor hacia su hija.
—Entiendo. Pero sabes que ese tipo de acciones no son aceptables, ¿verdad? —preguntó Kelly.
—Lo sé, no era mi intención. Estoy profundamente arrepentida.
—Muy bien. ¿Cuántos años tiene tu hija?
—Ella tiene ocho años.
—De acuerdo, eso será todo. Traeré a Miley, puedes retirarte.
Con Miley...
—Ahora es tu turno. Cuéntame, ¿cómo sucedió todo?
—Robé un banco porque necesitaba el dinero, estaba en una situación desesperada... y sé que dirán que eso no justifica robar, pero... lo siento, no tenía otra opción —dijo Miley Petters.
—¿Por qué mataste a esas personas? —preguntó Kelly.
—Eran policías, me sentí amenazada y creí que iban a atacarme. Todo sucedió después de lo que le pasó a mi hermana Mia —explicó Miley Petters.
—Entiendo. ¿Y cuántos años tienes?
—Tengo veintiún años.
—Entendido, ya puedes retirarte.
Dentro de la prisión, Victoria era objeto de rechazo y hostigamiento por parte de los demás reclusos debido a sus acciones. En los momentos de la hora libre, recibía insultos y burlas de los demás prisioneros.
En la prisión también había niños pequeños que acompañaban a los prisioneros. Eran hijos de los reclusos menores de edad, quienes podían permanecer en la prisión hasta los cinco años.
En un instante, Victoria se encontraba en su celda cuando Lowen aprovechó la oportunidad para acercarse.
—¿Qué demonios le hiciste a mi hija? Estúpida.
—Fue un accidente —respondió Victoria.
—Claro, un accidente. Ojalá te pudras aquí.
—Vete al infierno, Lowen.
—Lowen, por favor, déjala, será mejor si la ignoras —intervino Leo, tratando de evitar una confrontación.
Lowen golpeó la celda de Victoria con furia.
—¡Te odio, te odio! —gritó, volviéndose frenético mientras Leo trataba de contenerlo.
—¡Suéltame! ¡Maldita, pagarás por esto! ¡Suéltame!
Lowen le dio un puñetazo a un oficial y fue llevado de regreso a su celda.
—¡Sáquenme de aquí! ¡Los mataré a todos! ¡Hijos de su madre! ¡Sáquenme de aquí! —gritó Lowen desde su celda.
—Mañana será finalmente sábado —comentó Jackson.
—Sí, el mejor día para descansar, ¿no crees? —respondió Nick Collins.
—Exacto, por fin.
—Aún no puedo creer que Victoria haya intentado matar a su propia hija —dijo Gabriela Moon.
—Es una maldita, en serio —afirmó Alison.
—Es increíble lo que sucedió —añadió Melanie Moon.
—¿Por qué le hiciste eso a tu propia hija? —preguntó Miley a Victoria.
—No fue mi intención, fue un error y me arrepiento... —respondió Victoria.
—Eres una idiota —replicó Miley Petters, visiblemente enojada.
—Gabriela es tan presumida y empalagosa, no la soporto. Ella es la "buenita" de la cárcel —dijo Luz.
—Simplemente ignórala, tanto ella como Lowen son un par de idiotas —comentó Sky.
—Tienes razón —respondió Luz Brown.
Gwen dormía en su celda cuando Mia pasó cerca. Gwen se cayó de la cama y Mia fue a ayudarla.
—¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? —preguntó Mia.
—Sí, gracias. Me duele un poco.
—Hola, soy Mia Petters.
—Yo soy Gwen Anderson, un placer Mia.
—El placer es mío —dijo Mia con una sonrisa.
—¿Te gustaría venir a mi celda a leer algo? Tengo algunos libros —ofreció Gwen.
—Claro, suena bien.
Al día siguiente, que era sábado y hora libre, todos estaban fuera de sus celdas excepto Victoria, que estaba castigada.
—Lowen, ¿puedes barrer el comedor? Toma la escoba y ayúdame —dijo John Adels, otro oficial.
—Está bien.
Mientras Lowen barría, Sky aprovechó para molestarlo.
—Aquí tenemos al inútil de siempre —dijo Sky black
Lowen levantó la mirada al escucharlo.
—¿Otra vez tú? Eres un cobarde. Deja de molestar —dijo Lowen, persiguiendo a Sky con la escoba y golpeándolo de paso—. Ven aquí, cobarde.
—No, no, espera —dijo Sky, escapando de la escoba.
—Ven, ¿vas a huir como un cobarde?
Lowen continuó persiguiendo a Sky hasta que finalmente Ski se alejó.
—Estúpido, no estoy de humor —dijo Lowen, volviendo a barrer.
—Hola, Lowen —lo saludó Gabriela, sonriente.
—Hola, Gabriela.
—Oh, disculpa, estás ocupado barriendo.
—No te preocupes, está bien.
—Supongo que debes sentirte mal.
—Sí, me enoja mucho lo que pasó con mi hija —respondió Lowen, apretando la escoba con fuerza mientras recordaba lo que Victoria había hecho.
Mientras Lowen y Gabriela conversaban, Sky regresó acompañado por Luz para molestarlos.
—Miren a Lowensito, protegido por esta tonta —dijo Sky black.
—Déjala tranquila, idiota. No te metas en conversaciones ajenas —respondió Lowen, frunciendo el ceño.
—Tranquilo, yo me encargo —dijo Gabriela Moon—. ¿Quién es el estúpido que se entromete en conversaciones ajenas porque no tiene nada mejor que hacer?
—Es tan tierno que sepa defenderse solo —comentó Sky black.
—Sí, ¿y qué? —respondió Gabriela, enfrentándolo.
—Si sigues molestando, te golpearé, idiota —advirtió Lowen.
—¿De verdad? Me gustaría verte intentarlo.
Enfadado, Lowen estuvo a punto de golpear a Sky, pero Gabriela lo detuvo poniéndose frente a él y colocando sus manos en su pecho.
—Tranquilo, no le hagas caso —le dijo Gabriela.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el oficial Kelly.
—Estos dos idiotas están molestando de nuevo —contestó Lowen, mirando a Sky—. Si Gabriela no me hubiera detenido, ya lo habría golpeado.
—Cálmate, Lowen, y tú, madura de una vez, Sky. Vayan a sus celdas, en un rato todos deben ir a ducharse —ordenó el oficial Kelly.
.
Una brisa cargada de tensión recorría los pasillos de la prisión Fallen Ángel mientras la nueva reclusa, Bella Connor, era escoltada por el oficial Oliver Charles. La joven caminaba con cautela, sus ojos escudriñando el entorno, tratando de asimilar el lugar al que había llegado. Las cadenas resonaban con cada paso que daba, marcando su entrada a un mundo de rejas y barrotes.
—Camina, vamos —indicó Oliver con voz firme, mientras abría la celda asignada a Bella. La joven obedeció, entrando en su nueva morada temporal con resignación.
—Después te hará una entrevista el oficial Oscar —añadió Oliver, ofreciendo un atisbo de orientación en medio de la incertidumbre—. Está bien.
La celda quedó cerrada, dejando a Bella a solas con sus pensamientos. A sus veintitrés años, había cometido actos de violencia que la habían llevado a ser considerada peligrosa. Ahora, se encontraba en un lugar donde tendría que enfrentar las consecuencias de sus acciones.
Mientras tanto, en el patio de la prisión, los reclusos compartían momentos de ocio en la hora libre. Alison Morgan y Melanie Moon intercambiaban palabras sobre la llegada de la nueva interna.
—Parece que trajeron a otra nueva —mencionó Alison, observando con curiosidad la escena.
—Así parece —respondió Melanie, con una pizca de intriga en su tono.
—Después vamos a conocerla —dijo Alison, anticipando un posible encuentro en el futuro cercano.
En otro rincón del patio, Miley Petters, acompañada por Mia y Jackson, no pudo evitar notar a la recién llegada.
—¿Y ella quién es? —preguntó Miley, mientras seguía con la mirada a Bella.
—No sé, pero es el número treinta —respondió Mia, haciendo referencia al sistema de numeración que identificaba a los reclusos según la gravedad de sus crímenes.
—Vaya, treinta… —musitó Jackson, reflejando la percepción de la posible peligrosidad de Bella.
—Sí, la veo —confirmó Nick, uniéndose a la observación.
Antes de que la conversación pudiera avanzar, la oficial Eva Rhis intervino, recordando la necesidad de mantener la disciplina.
—Chicos, vayan a bañarse, hombres y mujeres separados —anunció la oficial, recordando la rutina carcelaria.
Mientras tanto, en un escenario distinto, Ana, la madre de Lowen, se encontraba inquieta en su hogar. Decidió tomar acción y marcó el número de su sobrina Jessica Evans, quien había compartido una relación cercana con Lowen y Gwen.
—Jessica, ¿podrías ir a visitar a Lowen y Gwen a la prisión? Yo no puedo ir, tengo que estar ocupada con la casa, pero mándales un saludo de mi parte —suplicó Ana, transmitiendo su preocupación.
—Seguro, planeaba ir a verlos de todos modos —respondió Jessica con empatía en su voz, sintiendo la responsabilidad de apoyar a sus primos.
A pesar de su propia inquietud, Ana se sentía aliviada al saber que Jessica estaría allí para brindarles apoyo. La joven salió de su casa con determinación y se dirigió a la prisión, llevando consigo un regalo especial para Lowen, sabiendo que un pequeño gesto podría significar mucho para él.
En medio de la prisión Fallen Ángel, una nueva presencia llegó a sacudir el ambiente. Jessica Evans, la prima de Lowen, atravesaba los pasillos con determinación en busca de su ser querido. Su encuentro con la oficial Rose marcó el inicio de una visita que prometía cambiar el día de Lowen.
—Hola, ¿necesitas ayuda? ¿Qué buscas? —preguntó amablemente la oficial Rose, mostrando una faceta menos rígida de la vida en la cárcel.
—Hola, sí, busco a mi primo Lowen Anderson, ¿puede ser? —dijo Jessica, expresando su motivo de visita con una pizca de esperanza.
—Sí, al fondo, la puerta número cuarenta —indicó la oficial Rose, señalando la dirección que Jessica debía seguir.
Siguiendo las indicaciones, Jessica avanzó por los pasillos hasta llegar a la celda de su primo. Al abrir la puerta número cuarenta, se encontró con Lowen acostado en su cama, quien al escuchar su voz, volteó sorprendido.
—¿Lowen? —lo llamó Jessica, su voz llena de cariño y emoción.
La sorpresa se reflejó en los ojos de Lowen al ver a su prima parada ante él.
—¡Jessica! ¿Qué haces aquí!? —exclamó Lowen, su sorpresa contagiándose en su voz.
Jessica sonrió y le entregó un paquete a Lowen. La curiosidad se apoderó de él mientras desempacaba el regalo, revelando una chaqueta de cuero negro, guantes y lentes, todos del mismo tono.
— ¡Qué bonita chaqueta! Gracias Jessica, todo es fantástico, me encanta —exclamó Lowen, sus ojos brillando de gratitud y alegría.
—De nada —respondió Jessica, con una sonrisa cálida—, todo para mi primo favorito.
El tiempo pasó mientras compartían conversaciones y risas. Sin embargo, llegó el momento de despedirse y Jessica se preparó para partir.
Al quedarse solo en su celda, Lowen no pudo resistir la tentación de probarse los regalos de Jessica. Se puso la chaqueta de cuero, se colocó los guantes y ajustó los lentes con una sonrisa satisfecha.
—Me encanta todo —murmuró para sí mismo, admirando su nueva apariencia con orgullo—. Voy a presumir.
Decidido a mostrar sus obsequios, Lowen salió de la celda. La hora libre había comenzado y los reclusos se movían por los pasillos y patios. Al caminar con paso seguro y una actitud arrogante, Lowen no pasó desapercibido. Las miradas curiosas y admiradoras se dirigieron hacia él, causando un alboroto de murmullos y comentarios.
La chaqueta de cuero, los guantes y los lentes, regalos de su prima, no solo transformaron su apariencia física, sino también su actitud. Confiado y decidido, Lowen se convirtió en el centro de atención, dejando en claro que estaba listo para enfrentar cualquier desafío que la prisión pudiera presentarle.
(Comienzan la canción de fondo “money – Lisa”).
La transformación de Lowen no pasó desapercibida en la prisión. Su nueva chaqueta de cuero, guantes y lentes negros le daban una apariencia distinta y confiada, que generó una mezcla de admiración y comentarios entre los reclusos.
Mientras caminaba por el pasillo, pasó junto a Sky, su eterno rival, y no pudo evitar mostrarle el dedo del medio. Sky quedó con la boca abierta, sorprendido por la audacia de Lowen. Al llegar a una pared, Lowen se detuvo para encender un cigarrillo, quitándose los lentes mientras lo hacía.
En ese momento, Sky se acercó a Lowen, y ambos se enfrentaron cara a cara. La tensión entre ellos era palpable.
—Vaya, qué arrogante —comentó Jackson, observando la escena.
—Sí, lo he visto —respondió Nick Collins.
—Vaya, se cree muy listo —dijo Luz Brown, con un dejo de sarcasmo.
Mientras la confrontación continuaba, Gabriela se acercó a Lowen y se paró a su lado, demostrando su apoyo.
—Oye estúpido, te crees muy listo, ¿verdad? —provocó Sky.
—No, no me creo, lo soy —respondió Lowen, su respuesta llena de confianza.
Gabriela no tardó en intervenir.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó, desafiante.
—Nada que te importe.
—Oye, no le hables así, eh —advirtió Lowen, demostrando que no permitiría que Gabriela fuera menospreciada.
Sky continuó sus provocaciones, insinuando la relación entre Lowen y Gabriela.
—¿Por qué la defiendes? ¿Acabas de llegar y ya tienes novia?
—¿Qué diablos te importa? Es mi amiga, porque tengo amigos, a diferencia de ti —respondió Lowen, defendiendo a Gabriela y dejando en claro que su amistad era genuina.
La tensión escaló cuando Sky decidió marcharse, pero antes de que pudiera alejarse, Gabriela tomó medidas drásticas. Con un rápido movimiento, pateó a Sky en su entrepierna, provocando un grito de dolor.
—¡¡Ahh!! Hija de tu maldita madre —Sky gritó, doblándose por el dolor.
La reacción de Sky no solo causó risas en Lowen, sino que también dejó clara la victoria de Gabriela en ese enfrentamiento.
—Siempre molestando, no lo soporto —concluyó Lowen, refiriéndose a Sky con una mezcla de desprecio y burla.
Después de recibir el golpe, Sky se alejó furioso, dejando atrás una situación que había quedado completamente bajo control gracias a la determinación y valentía de Gabriela.
El ambiente en la prisión estaba lleno de interacciones, vínculos y tensiones. Mientras Gabriela charlaba con Lowen, su hermana Melanie se acercó a saludar. Lowen les presentó y las hermanas tuvieron la oportunidad de conocerlo un poco más.
—Ah, hola Melanie, él es mi amigo Lowen —dijo Gabriela—. Lowen, ella es mi hermana Melanie.
—Hola, es un placer —la saludó Lowen.
—El placer es mío —respondió Melanie— ¿Por qué estás aquí? —preguntó con curiosidad.
—Pues, mate a mi padre. Era una mala persona que me despreciaba y defendía a mi ex, Victoria.
—Ah, que mal —dijo Melanie, comprendiendo la difícil situación de Lowen.
La conversación se movió hacia el descontento con la vida en prisión.
—Odio estar aquí, los oficiales nos tratan muy mal —se quejó Alison.
—Lo sé, pero es obligación estar aquí, sabes —dijo Mía, tratando de encontrar una perspectiva positiva.
—Ah, cada día aquí es un infierno —añadió Miley, compartiendo el sentimiento de frustración.
Mientras tanto, Bella, la nueva reclusa, se encontraba sola en el patio, sumergida en su libro. Su actitud seria y malhumorada la hacía destacar entre los demás.
—Hola, tú eres nueva, ¿cierto? —Jackson se acercó a saludar.
—Ah, hola, sí —respondió Bella Connor con su característico tono serio.
—Mmm, pues, un gusto. ¿Por qué estás aquí?
La interacción con Bella no resultó como Jackson esperaba.
—¿Qué te importa? Deja de preguntarme estupideces —respondió Bella, dejando clara su desaprobación.
—Qué desubicada, te he hablado bien.
—Oye, tiene mal carácter, cuidado con hablar con ella —advirtió la oficial Rose.
—Ah, no sabía —murmuró Jackson, retrocediendo con cautela.
En otro rincón de la prisión, Jackson encontró a Gwen, el chico nuevo, mirando la televisión en su celda. Intrigado por la actitud de Gwen, decidió acercarse para charlar.
—Hola, ¿por qué no sales? —preguntó Jackson, curioso pero tratando de ser respetuoso—. Perdón, sé que no me incumbe.
—No, no, espera, no hay problema —respondió Gwen—. No salgo porque no tengo ganas, y quiero estar aquí.
—Ah bueno, un gusto conocerte —dijo Jackson, entendiendo que cada uno tenía sus propias razones y experiencias en ese lugar.
La prisión continuaba siendo un escenario de encuentros y contrastes, donde las personalidades y circunstancias de cada recluso se entrelazaban en una compleja red de relaciones y conflictos.
Mía, decidida a conocer más a Gwen, se acercó a su celda mientras él estaba dentro. A pesar de su actitud reservada, Gwen la recibió con amabilidad y permitió que entrara.
—Ah, después les hablo chicas —dijo Mía, despidiéndose de sus amigas—. Hola, Gwen.
—Bueno, los dejo —dijo Jackson al percibir la conversación en curso.
—Hola Mía.
—¿Puedo pasar? —preguntó Mía con gentileza.
—Sí, claro.
—¿Qué haces aquí?
—Pues, como le decía a Jackson, no tengo ganas de salir.
—Ah, bueno —dijo Mía, sentándose a su lado en la cama.
—Mi hermano está triste por lo de su hija. Tú lo ves bien porque está fingiendo, no quiere que lo vean así de mal, dentro de él hay odio y tristeza.
—Vaya que mal, ¿qué le pasó a su hija?
—Victoria, su ex y madre de su hija, intentó matarla.
—Por dios, qué maldita. ¿Cómo se llama la niña?
—Liza, y tiene ocho años.
—Pobrecita, es tan pequeña.
—Sí, lo sé.
La conversación entre Mía y Gwen permitió que se conocieran mejor y compartieran sus inquietudes.
Unos días después, Ana, la madre de Lowen y Gwen, tomó la decisión de visitar a sus hijos en la prisión. Mientras tanto, en el ambiente carcelario, la hostilidad hacia Victoria continuaba, con los prisioneros lanzándole insultos y manifestando su repudio.
—¡Asesina! ¡Estúpida! ¡Intentó matar a su hija! ¡Pagarás por eso! —los gritos llenaban el espacio, dirigidos hacia Victoria.
La mujer se sentía avergonzada y abatida, tratando de mantenerse fuerte frente a las provocaciones.
—Cállense ya —intervino el oficial Kelly, tratando de poner fin a la situación, aunque la tensión en el aire seguía palpable.
...
—Vaya, miren lo que tenemos aquí —dijo Luz Brown con sarcasmo.
—El tonto uno y la tonta dos —añadió Sky, buscando provocar.
—¿Qué te pasa, idiota? ¿Otra vez tú? Ya no te soporto —respondió Lowen, visiblemente frustrado.
—Es que me divierte molestarte —dijo Sky, con una sonrisa desafiante.
—Estos dos son un par de perdedores —se burló Luz, agregando combustible al fuego.
—Oye, ya déjenlos en paz, métanse con alguien de su tamaño —intervino Melanie, defendiendo a Lowen y a Gabriela.
—¿Y ustedes quiénes son para meterse en conversaciones que no les incumben? —respondió Luz.
—Soy la hermana de Gabriela —dijo Melanie, enfrentando la situación.
—Entonces eres la tercera perdedora —replicó Sky con desprecio.
—Oye, no le hables así a mi hermana —advirtió Gabriela con un tono amenazante.
—Pero si es una perdedora como tú —respondió Luz, tratando de mantener su actitud despectiva.
La tensión en la sala aumentó rápidamente hasta que Gabriela, harta de los comentarios de Luz, no aguantó más y le propinó una cachetada. Luz reaccionó rápidamente, tomándola del cabello y derribándola al suelo. Un enfrentamiento físico entre ambas prisioneras estalló en medio de la algarabía de los demás internos.
—¡Hey, no! Basta —exclamó Lowen, intentando detener la pelea.
—¿Qué está pasando aquí? —se acercó Leo Roberts, sorprendido por la escena.
—¡Están peleando! —gritó Alison Morgan, tratando de mantener la calma.
Los demás prisioneros se aglomeraron alrededor, alentando el conflicto con sus gritos y vítores, mientras los oficiales corrían para separar a Gabriela y Luz.
—¡Separadas ya! —ordenó el oficial Murphy Walls, empujando a los espectadores para abrir espacio.
—No vuelvas a meterte con Melanie, estúpida —dijo Gabriela con ira, una vez que lograron separarlas.
—¡Te odio! —le gritó Luz, luchando por liberarse del agarre de los oficiales.
El enfrentamiento dejó un ambiente tenso y desagradable en el aire, mientras los prisioneros regresaban a sus actividades tratando de asimilar lo ocurrido.
Más tarde, en la calma de las celdas...
—Hola —dijo Victoria Smith, con voz insegura.
—¿Qué quieres, perra? —respondió Lowen con amargura en su voz.
—Sé que me odias por lo que hice, pero quiero pedirte perdón —dijo Victoria, intentando disculparse.
—¿Perdón? Eres una hipócrita. Después de todo lo que has hecho, ¿ahora te atreves a pedir perdón? —exclamó Lowen, lleno de rabia—. Ojalá algún día pagues por lo que hiciste. ¡Es nuestra hija! ¡Nuestra Liza! ¡Nuestro amor! Yo te adoraba, Victoria, te amaba con todo mi ser y me traicionaste. ¿Y luego intentas matar a nuestra hija? No quiero volver a verte nunca más. Me das asco, Victoria. ¡Asco!
Victoria, sin atreverse a responder, abandonó la celda de Lowen en silencio. Mientras tanto, Ana, la madre de Lowen y Gwen, llegó para visitarlos.
—¡Lowen! Hijo mío —exclamó Ana White, emocionada, mientras se acercaba a él para abrazarlo.
—¡Mamá! ¿Qué haces aquí? —preguntó Lowen, con una sonrisa genuina iluminando su rostro.
—Vine a verlos, cariño —respondió Ana, abrazándolo con fuerza.
—Me alegra mucho que vinieras, madre —dijo Lowen, con gratitud en su voz.
—A mí también, los extraño mucho. ¿Dónde está tu hermano? —preguntó Ana, mirando a su alrededor.
—En la celda cuarenta, donde también estoy yo. Ven, te llevo —dijo Lowen, guiando a su madre hacia la celda que compartía con Gwen.
Una vez dentro, Gwen se emocionó al ver a su madre. Corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.
—¡Mama! ¡Qué sorpresa! —exclamó Gwen, emocionado.
—Hola, cariño. Extrañaba verlos a ambos —respondió Ana, devolviendo el abrazo con ternura.
Ana se quedó un rato en la celda, conversando y poniéndose al tanto de cómo estaban sus hijos en la prisión.
—No sabes cuánto extraño a Liza, mamá —dijo Lowen, con un dejo de tristeza en su voz.
—Lo sé, yo también la extraño. Voy al hospital todos los días, los doctores dicen que hay que tener paciencia y esperar a que despierte. —Ana intentó reconfortar a su hijo, aunque también se sentía devastada por la situación.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Lowen al recordar a su hija y la difícil situación que estaban viviendo.
—Victoria es una maldita desgraciada —dijo Gwen, lleno de indignación.
La conversación continuó entre madre e hijos, compartiendo sus preocupaciones, deseos y frustraciones. La celda, aunque austera y fría, se convirtió en un lugar de encuentro lleno de emociones y afecto mientras compartían sus pensamientos y esperanzas en medio de las circunstancias adversas que los rodeaban.
La conversación continuó entre los prisioneros, cada uno compartiendo sus opiniones y pensamientos sobre la situación de Victoria y su hija Liza. Las emociones estaban a flor de piel, y aunque había desacuerdos, todos parecían unirse en la preocupación por la pequeña.
Mientras tanto, Lowen estaba solo en su celda, lidiando con sus propias emociones. La frustración y el dolor lo abrumaban, llevándolo a un ataque de ira. Arrojó objetos con fuerza, rompiendo vasos y desahogando su dolor en la destrucción. Gwen intervino para calmarlo, preocupado por el estado emocional de su hermano. La cercanía de Gwen y sus palabras lograron tranquilizar a Lowen, aunque sus lágrimas seguían fluyendo.
En otra parte de la prisión, las chicas se reunieron en su celda con la intención de practicar un baile. Sin embargo, su intento se vio interrumpido por el oficial John, quien les ordenó apagar la música. A pesar de la frustración, decidieron no darle importancia y seguir adelante.
Más tarde, Jackson intentó acercarse a la nueva prisionera, Bella, en busca de amistad. Sin embargo, la respuesta de Bella fue brusca y agresiva, golpeándolo en el miembro como advertencia. Mia corrió en su ayuda, y ambos comentaron sobre el carácter de Bella.
La noche cayó sobre la prisión y todos fueron a sus celdas para descansar. Cada uno lidiaba con sus pensamientos y emociones mientras se preparaban para dormir en medio de las frías y duras realidades de su vida en prisión.
En un soleado domingo por la mañana, un rayo de esperanza iluminó la vida de Lowen cuando finalmente recibió la noticia que tanto había ansiado: su pequeña Liza había despertado. Después de un período de inconsciencia debido a la herida que le infligió su propia madre, Victoria, Liza había luchado valientemente y finalmente estaba en condiciones de recibir visitas. Los médicos habían completado todos los estudios necesarios y dieron la aprobación para que familiares y amigos la visitaran.
La primera en enterarse de esta emocionante noticia fue Ana, la madre de Lowen y Gwen. Su voz temblaba de emoción al llamar a la prisión para compartir la increíble noticia con su hijo. La alegría en la voz de Lowen fue palpable cuando escuchó las palabras de su madre. Había estado esperando este momento con ansias, y ahora finalmente podía reunirse con su amada hija.
Después de una insistente negociación con las autoridades penitenciarias, se acordó que Lowen y Gabriela tendrían la oportunidad de visitar a Liza en el hospital. Acompañados por varios policías, se dirigieron al lugar donde se encontraba la niña, cargando una mezcla de emociones que iban desde la felicidad hasta la aprensión.
La anticipación en el aire era palpable mientras Liza se preparaba para la visita de su padre. En su habitación de hospital, se miró en el espejo y se aseguró de verse lo mejor posible para su encuentro. Limpio su rostro y se arregló con cuidado, emocionada por el reencuentro con su amado padre.
Finalmente, el momento llegó. Lowen entró a la habitación del hospital con una sonrisa radiante en su rostro. Corrió hacia la cama de su hija y la abrazó con fuerza, incapaz de contener la emoción que le embargaba.
—¡Liza! ¡Mi amor! —exclamó Lowen, con lágrimas en los ojos—. No sabes cuánto he deseado este momento.
—¡Papá! —respondió Liza, su voz llena de alegría y alivio.
Los brazos de Lowen rodearon a su hija, sosteniéndola con ternura y amor. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras se abrazaban, celebrando su reencuentro.
—No puedo creerlo, mi amor. Tenía tanto miedo de perderte —dijo Lowen con la voz quebrada por la emoción.
—Tranquilo, papá. Estoy bien, estás aquí conmigo —respondió Liza, tratando de calmarlo.
Los momentos de abrazos y lágrimas compartidos dieron paso a una sonrisa compartida entre padre e hija. Liza notó la presencia de Gabriela, quien también había ingresado a la habitación con ellos.
—¿Y ella quién es? —preguntó Liza, curiosa al ver a Gabriela.
—Es una amiga, mi niña. Ella es Gabriela Moon, y estoy seguro de que se llevarán bien —dijo Lowen con una sonrisa, presentando a las dos mujeres importantes en su vida.
—Hola, Liza. Me alegro mucho de que estés bien —dijo Gabriela con una sonrisa cálida—. Tu padre me ha hablado mucho de ti. Te pareces mucho a él.
Las palabras de Gabriela trajeron una sonrisa tímida a los labios de Liza y de su padre. A pesar de las circunstancias difíciles, el ambiente en la habitación estaba lleno de amor y conexión. Era un momento de alivio y felicidad en medio de la adversidad que enfrentaban.
—Papá, ¿puedo visitarte en la prisión? —preguntó Liza con esperanza en sus ojos.
Lowen reflexionó por un momento, consciente de la complejidad de la situación.
—Pues, hija, eso es algo que tendrás que hablar con tu abuela cuando te den el alta. No quiero que estés en un lugar como ese si no es necesario. Pero lo hablaremos y veremos qué es lo mejor, ¿de acuerdo?
—Está bien, papá. Gracias por estar aquí —respondió Liza, sintiéndose reconfortada por la presencia de su padre.
El abrazo entre padre e hija continuó, sellando un momento de conexión y amor que trascendía las dificultades que enfrentaban. En medio de las preocupaciones y los desafíos, ese domingo por la mañana, Lowen y Liza encontraron un rayo de esperanza y consuelo en su profundo vínculo familiar.
Unos días después, los médicos finalmente dieron el alta a Liza, permitiéndole visitar a Lowen en la prisión. Acompañada de su abuela, Liza entró a la prisión con una mezcla de emociones. Ver a su padre era un rayo de esperanza en medio de las dificultades que habían enfrentado.
La presencia de Liza en la prisión causó sorpresa entre los prisioneros. Muchos de ellos se asomaron a ver a la joven que había sido el motivo de felicidad para Lowen. Entre los comentarios positivos y admirativos, una voz discordante se alzó desde una celda cercana.
—¡Ohh, es su hija! —exclamó Melanie Moon.
—Es hermosa —agregó Miley Petters.
Desde su celda, Victoria Smith, la madre de Liza, intentó hacerse notar.
—Es mi hija, está viva… —dijo Victoria, con un tono que mezclaba envidia y descontento.
Lowen no pudo evitar responder ante las palabras de su ex, mostrándole el dedo del medio en un gesto de desprecio. El ambiente estaba cargado de emociones y reacciones diversas ante la presencia de Liza.
Gwen no perdió tiempo y corrió a abrazar a su sobrina con alegría y alivio.
—¡Ohh, Liza! ¡Estás bien! —exclamó Gwen emocionado.
Lowen observó a su hija y a su hermano abrazándose, una sonrisa de felicidad adornando su rostro.
—Sí, me llena de felicidad verte bien —dijo Lowen, su voz cargada de amor paternal.
La emoción se palpaba en el aire mientras todos expresaban su alegría por el bienestar de Liza. Incluso Gabriela, quien había estado apoyando a Lowen, compartió unas palabras de aliento.
—Nos alegra mucho verte bien, pequeña —dijo Gabriela con una sonrisa sincera.
Sin embargo, el tiempo pasó rápido y Liza tuvo que despedirse para regresar con su abuela. Lowen agradeció a Gabriela por su apoyo incondicional en un momento tan difícil.
—Oye, gracias por estar a mi lado durante estos momentos difíciles. Fuiste increíblemente buena y amable conmigo.
Gabriela sonrió, apreciando las palabras de agradecimiento.
—No tienes que agradecerme, Lowen. Estoy aquí para apoyarte en lo que necesites.
Lowen insistió en expresar su gratitud.
—De verdad, te debo mucho. Te lo agradezco de corazón.
Gabriela respondió con humildad.
—No hace falta, estoy aquí porque quiero estarlo.
Antes de que pudieran continuar su conversación, la oficial Rose intervino, llamando a Gabriela de regreso a su celda para la hora de la siesta.
—Gabriela, a tu celda, hora de la siesta.
—Está bien. Bueno, nos vemos luego —se despidió Gabriela con una sonrisa, antes de retirarse.
El ambiente en la prisión se calmó mientras todos se entregaban al descanso de la siesta, y los oficiales vigilaban los pasillos.
—Hasta ahora no ha pasado nada fuera de lo común —comentó la oficial Rose.
—Ese sociópata puede ser impredecible, pero de alguna manera es un elemento positivo aquí —dijo Oscar Bels.
—Sí, es cierto. Y es increíble que su hija haya sobrevivido, después de todo lo que ha pasado —añadió el oficial Oliver Charles, reflexionando sobre la fortaleza de Liza y su familia en medio de las adversidades.
La vida en la prisión continuaba su curso, con momentos de esperanza y desafíos que unían a los prisioneros en formas inesperadas.
—Tenemos que mantenernos alerta y seguir vigilando —dijo Rose Byrne con determinación, recordando la importancia de su responsabilidad como oficial de la prisión.
Horas después, el ambiente en la prisión comenzó a animarse nuevamente. Jackson y Nick se despertaron, estirándose tras el descanso.
—Dormí como un tronco —bostezó Jackson mientras se levantaba de la cama.
—Sí, un buen descanso siempre es necesario —asintió Nick—. Por cierto, ¿qué planeabas con Bella, esa chica nueva?
Jackson reflexionó por un momento antes de responder.
—Nada en particular, solo quería entablar amistad con ella, pero parece ser bastante cerrada a la idea de relacionarse con los demás.
Nick asintió, entendiendo la situación.
—Ah, entiendo. Bueno, quizás con el tiempo cambie de actitud.
A medida que los prisioneros iban despertando, las conversaciones se reanudaban.
—¿Has visto a la nueva? —preguntó Alison Morgan.
—Sí, la he visto, pero parece que es mejor mantener cierta distancia —respondió Gabriela Moon.
—¿Por qué dices eso?
—Tiene un carácter complicado.
—Vaya, qué mal —comentó Alison.
—Sí, es una lástima. De todas formas, Lowen está muy contento por el bienestar de su hija. Incluso me agradeció por haberlo apoyado.
—Eso es muy bueno. Parece que te has ganado su confianza.
—Sí, pero le he dicho que no hace falta que me agradezca.
Las conversaciones continuaban mientras los prisioneros compartían sus pensamientos y perspectivas sobre la situación en la prisión.
—Me alegra mucho que la hija de Lowen esté bien —dijo Melanie.
—Sí, es un alivio saber que está mejorando —respondió Mía—. ¿Tienes alguna idea de qué pasará a continuación?
—No, todavía no hemos recibido indicaciones claras de los oficiales. Supongo que nos informarán en su momento.
Mientras tanto, Victoria seguía inmersa en sus propios pensamientos y deseos.
—Ahora que la hija del tonto está fuera de peligro, deberían permitirme salir de aquí —dijo Victoria con cierta esperanza.
—Lo dudo, y más considerando cómo te odia Lowen. Dudo que quiera verte cerca de su hija —respondió Miley Petters.
—Sí, tienes razón, pero eso no me importa.
Conversaciones y pensamientos se entrelazaban en la prisión, revelando las dinámicas y relaciones entre los prisioneros.
—Así que la hija del idiota está bien —comentó Sky Black.
—Sí, parece que está recuperándose —respondió Luz Brown—. Y no soporto a Gabriela, parece que los oficiales la prefieren y la tratan de manera especial.
—No te preocupes, tú eres mucho mejor que ella —dijo Sky con una sonrisa.
—Hehe, tú también lo eres —respondió Luz, compartiendo un momento de camaradería con Sky.
La vida en la prisión continuaba con sus altibajos, relaciones complicadas y momentos de reflexión para todos los prisioneros involucrados.
…
Después de un rato, Gabriela y Lowen se encontraban charlando en la celda de Gabriela, compartiendo un momento de tranquilidad en medio de la prisión.
—Oye, tu hija se parece mucho a ti —dijo Gabriela, observando a Lowen con interés.
—Sí, me alegra que haya heredado mis rasgos y no los de Victoria —respondió Lowen con una sonrisa, reflejando su alivio por ese detalle.
—Es una niña bonita —añadió Gabriela Moon, mostrando su aprecio por la pequeña Liza.
—Gracias, me hace feliz que pienses así —dijo Lowen, agradecido por su comentario—. ¿Quieres algo para beber? Tengo un poco de agua.
—No, gracias, estoy bien —respondió Gabriela, rechazando la oferta amablemente.
Lowen se puso de pie, pero en un momento de distracción, tropezó con un objeto en el suelo y terminó cayendo sobre Gabriela, quienes quedaron en una posición comprometedora en el suelo de la celda.
Ambos se miraron sorprendidos, sus rostros muy cerca uno del otro.
—Lo-lowen… —dijo Gabriela, un tanto nerviosa ante la situación inesperada.
Lowen se apresuró a levantarse, visiblemente avergonzado por la torpeza.
—Emm, perdón, no sé qué me pasó, soy un poco torpe a veces —dijo Lowen, tratando de aligerar la situación con una sonrisa nerviosa.
Gabriela también se puso de pie, tratando de recobrar la compostura.
—No hay problema —respondió Gabriela con una sonrisa amigable—. Me voy, ya hablaremos después.
Gabriela se retiró de la celda, dejando a Lowen solo con sus pensamientos y emociones en ese momento embarazoso. Mientras tanto, la vida en la prisión continuaba con sus altibajos, momentos inesperados y conexiones entre los prisioneros.
Sky apareció en el momento menos oportuno, interrumpiendo la conversación entre las chicas. Sus palabras provocaron reacciones de molestia y descontento por parte de Gabriela, Alison y Gwen.
—Vaya, hablando de ese Lowensito… —dijo Sky black, interrumpiendo el momento.
—¿Y tú qué quieres? —respondió Alison, molesta por su intromisión.
—¿Otra vez tú, idiota? —agregó Gabriela, frunciendo el ceño ante la presencia de Sky.
—Todos conocen a ese idiota, dos perdedoras aquí hablando de él. Ya me tienen harto con Lowen —continuó Sky, provocando a las chicas.
Sky empujó a Alison y ella respondió con una cachetada firme.
—No vuelvas a tocarme —advirtió Alison con determinación.
—Tú siempre molestando a Lowen, no hables mal de él, ¿okay? —dijo Gabriela, mostrando su apoyo a Lowen.
Gwen, al escuchar la discusión, se acercó a la escena para defender a las chicas y a su hermano.
—Y qué si hablan de mi hermano Lowen, ¿eh? Dime, ¿qué problema tienes con él? —intervino Gwen con firmeza.
—Que es un idiota insoportable, ya me tiene harto —respondió Sky en tono despectivo.
—¿Qué pasa conmigo? —preguntó Lowen, acercándose a Sky con una mirada desafiante.
—Pasa que está molestándolas y de paso habla mal de ti a tus espaldas, el cobarde —afirmó Gwen con determinación.
—¿Qué tienes conmigo? ¿Eh? ¿Eh? Dime —dijo Lowen, enfrentándolo directamente mientras Sky retrocedía hacia la pared, mostrando su cobardía.
Lowen tomó a Sky de su camiseta, manteniéndolo contra la pared.
—Deja de molestar a los demás, imbécil —dijo Lowen con firmeza, golpeándolo en el abdomen antes de soltarlo y alejarse.
Sky se quejó de dolor y se retiró furioso, derrotado en ese encuentro.
Mientras tanto, en otro lugar de la prisión, los oficiales Rose y Murphy se preparaban para llevar a cabo las pruebas de resistencia física, una actividad que involucraría a todos los prisioneros y pondría a prueba sus capacidades físicas y mentales.
—Ya es hora de hacerles a todos las pruebas de resistencia física de las que hablamos —anunció la oficial Rose.
—Bien, vamos a avisarles —respondió el oficial Murphy, mientras se preparaban para poner en marcha esta actividad que podría tener un impacto en la dinámica de la prisión.
La escena se traslada al patio de la prisión donde los prisioneros se preparan para enfrentar la prueba de obstáculos propuesta por la oficial Rose Byrne. Algunos de los prisioneros expresan sus dudas y nerviosismo ante la dificultad del ejercicio.
—Bien chicos, estamos aquí para hacerles una prueba, es un ejercicio —explicó Rose Byrne—. Van a pasar unos obstáculos un poco complicados, pero sé que podrán.
—Pero oficial, eso es difícil, ¿crees que podremos? —preguntó Jackson, mostrando inseguridad.
—Estoy nerviosa —comentó Miley, reflejando sus preocupaciones.
—¡Comiencen! —ordenó Rose, dando inicio al ejercicio.
Lowen se adelantó rápidamente y empujó a Sky para comenzar primero, lo que generó cierta molestia entre los prisioneros y la oficial.
—¿Qué? ¡Oigan, no, no! ¡Lowen! —se quejó la oficial Rose—. Hay, dios, qué egoísta eh, siempre él primero y el otro no —pensó, frustrada por su actitud.
—Oye imbécil, qué tramposo —comentó Sky Black, evidenciando su descontento.
Los demás prisioneros también enfrentaban los obstáculos con determinación, mientras Rose los alentaba a continuar y avanzar.
—¡Rápido, Mía! Te has quedado atrás —instó la oficial—. Miley, Jackson, rápido también.
A medida que avanzaba la prueba, algunos prisioneros comenzaron a sentir el cansancio y expresaron su agotamiento.
—Ah, me estoy cansando —dijo Nick Collins.
—Yo igual —dijo Melanie Moon.
Entre tanto, los focos de atención se dirigieron hacia Lowen y Sky, quienes protagonizaron una disputa por llegar primero a la meta, dejando en evidencia su inmadurez y rivalidad constante.
—Oye, ¿qué están haciendo esos dos? —se preguntó Alison, preocupada por la pelea que estaba ocurriendo.
—¿Quiénes? ¿Lowen y Sky? —respondió Gabriela Moon, observando la escena.
—Sí, ¿qué mierda? Oye, no pueden ser tan inmaduros.
—Haha, están peleando por llegar primero a la meta —se rió Gabriela, asumiendo con ironía la situación.
—¡Oigan! Ya dejen de pelear —les gritó Gwen—, estos dos me dan vergüenza.
—No puede ser que estén peleando por llegar primero —dijo Jackson, incrédulo ante la actitud de ambos.
La disputa entre Lowen y Sky alcanzó un punto en el que Lowen puso el pie para hacer que Sky cayera al suelo. A pesar de la caída, Lowen continuó avanzando hacia la meta mientras Sky quedaba molesto en el suelo.
—¡¡Oye!! —gritó Sky, evidenciando su enojo.
Finalmente, ambos llegaron a la meta, pero terminaron cayendo al suelo exhaustos.
—Eres un tramposo —dijo Sky, reprochando a Lowen.
—Tiempo, Lowen. ¿Qué fue eso? No se vale hacer trampa —intervino la oficial Rose, cuestionando su comportamiento.
—Es que soy el mejor, por eso debo comenzar primero —respondió Lowen, tratando de justificarse.
—Sí, el mejor de los idiotas. Comenzaste primero porque me empujaste —replicó Sky, exponiendo la realidad.
—Haha, muy gracioso, jódete —dijo Lowen, restando importancia a la situación.
La oficial Rose intercedió para poner fin a la discusión.
—No comiencen a pelear, por favor un poco de paz. Vayan a sus celdas —ordenó la oficial, buscando restablecer el orden.
Horas después, Liza conversaba con su abuela Ana, expresando su deseo de poder visitar a su padre, Lowen.
—Me gustó ver a papá, ojalá me pudiera visitar —dijo Liza, con nostalgia.
—Sí, mi nieta, pero no puede salir de la prisión —respondió Ana— ¿quieres tomar algo?
—No, gracias, abuela —dijo Liza—. Ahh, como quisiera ver a papá, añorando el contacto con su padre en medio de las circunstancias que los rodean.
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