Las familias de Lucrecia, Mark y Nicolás eran vecinas por lo que a menudo se encontraban en el parque mientras sus Nanas los llevaban de paseo. Claramente nunca eran los únicos en ese lugar. Pero las Nanas de ellos eran amigas por lo que con el paso de tiempo ellos se hicieron amigos también.
Todo empezó en un día soleado. Mientras todos los niños estaban disfrutando los juegos una tremenda lluvia se vino. La madre de Nicolás era una mujer muy precavida y siempre le pedía a su empleada que llevará un impermeable y un paraguas para su hijo.
Nicolás se puso el impermeables y vio a una niña temblando de frío. Se acercó a ella y puso el paraguas bajó su cabeza.
— Gracias. — Dijo Lucrecia con una sonrisa. Una tan linda que Nicolás sintió cómo su corazón palpitaba más rápido que de costumbre.
— De nada. — Los dos caminaron y observaron a otro niño que disfrutaba jugar bajó la lluvia. Los dos siguieron su ejemplo. Cosa que terminó con tres niños enfermos de gripe.
Pero era un recuerdo muy bonito para los tres. Era el recuerdo de la forma en que empezó su amistad.
Mark y Nicolás siempre cuidaron de Lucrecia
cómo si fuera su hermana pequeña. Con el paso de los años Lucrecia creció y se convirtió en una hermosa jovencita. Nicolás hacía mucho que se sentía enamorado de ella, pero ahora también Mark se sentía de ese modo. Ambos querían confesarse. Pero no sabían en que momento hacerlo.
En la secundaria Nicolás decidió declararse. Reunió el valor suficiente y fue a su salón de clases. Le dedicó una sonrisa a Lucrecia y antes de cruzar la puerta un profesor lo detuvo.
— ¿Le toca está clase señor Brown.?
— No pero...
— Entonces retirese, el timbre ya sonó.
— Sólo quiero...
— Por favor retirese.— Nicolás no pudo entregar la carta que había tardado tanto tiempo en escribir. Pero vió la luz cuándo encontró a Valeria, la prima de Lucrecia. A ella si le tocaba la clase por lo que el profesor si la dejaría entrar.
— ¿Puedes hacerme un favor.? — Pidió Nicolás a Valeria.
— Claro. El que quieras.
— ¿Le puedes dar ésto a Lucrecia.? — Le pasó su carta. — Dile que la lea, la voy a esperar en el gimnasio.
— Nico, ¿tú sabes que a ella le gusta Mark.?
— Prefiero que ella misma me lo diga. — Nicolás se retiró a su salón. En toda la clase no dejó de ver el reloj que estaba detrás de profesor.
— ¿Qué tanto le ves al reloj.? — Preguntó Mark.
— Nada.
Las clases finalizaron y Nicolás salió del salón primero, se detuvo un segundo para comprar una flor en un puesto cercano a la escuela. Después se apresuró al gimnasio. Vió a Lucrecia pero ella no estaba sola. Mark estaba junto a ella y un minuto después la estaba besando. Nicolás no entendía porque ella se había besado con el si leyó su carta. Supuso que ella no tenía los mismos sentimientos que el y se marchó. Más tarde la vió entrar a la cafetería de la escuela. Venía tomada de la mano con su mejor amigo. Algo que sólo podía significar una cosa.
— Te dije que a ella le gustaba el. — Le dijo Valeria.
— Supongo que tenías razón.
— No estés triste. Yo no le entregué tú carta. Lo iba hacer pero ella me dijo que tenía que verse con Mark y que ésto podía esperar.
— Qué bueno que no se la diste. — Nicolás tomó la carta y la rompió.
— Siempre me tendrás a tú lado.
— Gracias. — Valeria tomó su rostro y lo besó. Mark y Lucrecia se acercaron a ellos.
— ¿Así que también decidiste declararte.? — Dice Mark con un tono amistoso.
— Algo así. — Observa las manos de su amigo unidad a las de su mejor amiga. — Felicidades.
— Gracias. — Dice Lucrecia con una sonrisa.
Los años pasan y Mark le propone matrimonio a Lucrecia. Toda la familia y amigos estan en el lugar dónde se está llevando a cabo la pedida de mano.
Lucrecia lo acepta. Nicolás también es testigo de esta escena, aunque hubiera deseado no serlo. El a pesar de que se siente feliz por sus amigos, también le tiene un poco de envidia a Mark. Ya qué aún conserva sentimientos por su mejor amiga.
Días antes de la boda Lucrecia vista a Nicolás. El abre la puerta y se sorprende al verla.
— Hola. ¿Qué haces aquí.?
— Vine a visitarte.
— ¿Y Mark.? — Observa para todos lados. Pero no lo visualiza.
— Está arreglando su traje. ¿Puedo pasar.?
— Claro. Lo siento. — Se hace a un lado para que ella pueda entrar.
— ¿Estás sólo.?
— Si. ¿Con quién iba a estar.?
— No sé. Pensé que tal vez estarías con Valeria.
— ¿Porqué iba a estar con ella.?
— Pensé que es tú novia.
Nicolás se ríe.
— Sólo me acosté una vez con ella. Y no pienso repetir. Nunca lo hago.
— ¿Nunca has pensado en tener una relación seria.?
— No. Ni siquiera por un momento.
— ¿Porqué.?
— Me gusta mi soltería y tener una chica diferente cada noche.
— ¿Y Valeria lo sabe.?
— Siempre ha sabido. Por eso le dije que la quería lejos. No quiero lastimarla.
— ¿Si no querías porque te acostarte con ella.?
— Tal vez te suene cómo un patán pero ni siquiera recuerdo haberlo hecho. Ese día estaba borracho.
— Ya veo. — Lo observa y después bajá la mirada. — Nico. ¿Nunca te has enamorado.?
— ¿Porqué me preguntas eso.?
— Me da curiosidad.
Nicolás no sabe que decirle. Por primera vez siente la necesidad de contarle.
— Me enamoré una vez.— Dice con pesar.
— ¿Y qué pasó.?
— Ella se enamoró de mí mejor amigo.
Lucrecia lo mira con impresión. Nicolás sólo sonríe.
— Yo no sabía. — Se sobresalta un poco.
— ¿Qué.? ¿Qué una vez te amé.? ¿O qué tal vez aún lo hago.?
— Nico.
— Yo sé que no me amas y estoy bien con eso. Lo único que quería era que tú lo supieras. Sabía que nada cambiaría pero ...
— Me gustaría que amaras a alguien más.
— Algún día lo haré.
— Eso espero. Quiero que seas feliz.
— Lo soy. Mis mejores amigos son felices así que lo seré por ellos también.
— Gracias. Ya me voy.
— Adiós.
Lucrecia sale del departamento.
Nicolás se siente liberado. Por fin va dejar de cargar con ese secreto que lo estaba matando por dentro.
Para sentirse aún más liberado decide salir a un bar.
— ¿De fiesta otra vez.? — Le pregunta su vecina.
— Me gusta divertirme.
— ¿Porqué no te diviertes conmigo hoy.? — le lanza una mirada provocativa.
— No creó que pueda.
Camina unos pasos y ve a Valeria.
— Lo pensé mejor. — Retrocede. — Qué la fiesta sea en tú casa hoy. — Sonríe y se mete al departamento de su vecina. Tienen sexo por varías horas.
— Sabía que eras bueno pero no imaginé que tanto. — Dice ella con la respiración agitada.
— Esto no es nada.
— ¿Podemos repetir.?
— Me gustaste pero nunca repito con nadie. — Le da un beso y sale del departamento.
Nicolás Brown.
Mark Jones.
Lucrecia Miller.
...Nicolás....
Hoy es la boda de mis mejores amigos. Estoy triste pero también contento. Mark ama a Lucrecia y se que la va hacer feliz. Si no lo hace se las verá conmigo.
— ¿Cómo está el novio.? — Le pregunté a mi amigo mientras arreglaba su traje. Se ve un poco nervioso. No debería estarlo. Se va casar con la mujer que ama. ¿Hay motivos para estar nervioso si te casas por amor.?
— Nervioso.
— No tenías que decírmelo. Ya lo noté. Pero no tienes de que preocuparte. Lo haras bien.
— ¿De verdad lo creés.?
— Claro que sí.
— Nico. ¿Amas a Valeria.?
— Obvio no. — ¿Porqué me preguntaba una estupidez cómo esa.? Sí con alguien he sido mas o menos honesto es con Mark. Le dejé claro una vez que por Valeria y por ninguna chica he tenido sentimientos. Bueno sólo una. Pero mi amigo no tiene porqué saberlo. Tal vez quiera terminar su amistad conmigo, y tal vez le pida a Lucrecia que dejé de ser mi amiga. No puedo permitir que eso pasé. Sí no puedo tener su amor al menos quiero seguir siendo su amigo.
— ¿Puedes guardarme un secreto.? — Siempre he sido una tumba.
— Claro.
— Me acosté con ella.
— ¿Qué.? — La impresión se apoderó de mí.— ¿Te acostaste con Valeria.?
— Ella me provocó. Llegó a mi departamento y se desnudó frente a mi. ¿Qué querías que hiciera.?— Se justificó el.
— ¿Lucrecia sabe.? — Lo dudó. No querría casarse si supiera.
— No y no debe enterarse.
— ¿Cómo pudiste hacerle eso.? ¿No sé supone que la amas.? — Ahora empezaba a dudar de ese amor que dice tenerle. Cuándo amas no engañas. Y el la engañó.
— La amó. Lo de su prima fue un error.
Me decepcioné mucho de el.
— ¿Error.?
— Me ganaron mis impulsos y mis deseos carnales.
— Le hiciste eso y todavía piensas seguir con los planes de boda.
— No es que piense. Lo voy hacer. Yo la quiero cómo mi esposa.
No si yo lo impedía. Apenas llegará Lucrecia le diría la verdad. No puedo dejar que ella se casé engañada. Esté es un secreto que no le pienso guardar. Será decisión de ella si elige quedarse después de saber eso.
— Si soy yo. ¿Qué pasó con ella.? — Mark se alteró un poco. — En esté momento voy.
— ¿Qué pasó.?
— Lucrecia tuvo un accidente.
Mi corazón latía con fuerza. Fuí con Mark al lugar del accidente. Los policías y médicos forenses limpiaban la escena.
— ¿Dónde está la persona que viajaba en éste auto.? — Mark preguntó primero.
— En la morgue. Si es familiar debe ir a reconocer el cuerpo.
...Mark....
Llegamos a la morgue y no tuve el valor de entrar. Por suerte los padres de Lucrecia llegaron y ellos lo hicieron.
Tardaron unos minutos en salir. Apenas lo hicieron pregunté por ella. Mi corazón se destruyó al saber que si era Lucrecia quién estaba ahí. Tenía la esperanza de que fuera alguien más.
Cometí un error y parece que la vida me lo cobró caro. No imaginé que el día más feliz de mi vida se convertiría en el más infeliz.
...En México....
...Un mes antes....
...Cristina....
Lo bonito de saber que pronto vas a morir es que no te preocupan muchas cosas. Ni el dinero, ni la escuela, ni el amor. Sólo me preocupa que mis padres y hermanito sufran mucho. Ojalá que superen mi muerte pronto.
— Buenos días. — Mi madre entró a mi habitación.
— Hola mami.
— ¿Qué tienes en el rostro.?. — Tomó una toalla húmeda y trató de quitarme el maquillaje.
— Por favor déjalo. — Suplique antes de que ella logrará quitarme la base.
— Hija.
— Por favor. No me gusta parecer una muerta.
— No pareces una muerta. Eres hermosa.
Si claro, eso sólo lo dice para que yo no me sienta mal. Pero se que si parezco una muerta.
...Sabel....
¿De todas la personas que hay en el mundo porque tubo que ser mi hija.?
Se supone que son los hijos los que entierran a los padres. No al revés. Yo no quiero que ella muera. Tengo dos hijos pero ninguno puede reemplazar al otro. A los dos los amo con la misma intensidad.
— No pareces una muerta. Eres hermosa.
— Por favor. Quiero conservarlo. — Me hizo pucheros y no pude negarme.
— Está bien. ¿Quieres ir a algún lugar.?
— Al parque. Me gusta respirar aire fresco.
— Está bien. — Hice dos sandwiches y los puse en una lonchera.
— ¿Podemos llevar a Rodrigo.? — Preguntó mi hija. Pero no me gusta que el nos acompañe porqué es un niño muy inquieto. Tengo que estar detrás de el y al estar enferma Cristina también debo cuidarla.
— Ya sabes que ...
— Por favor mami. Rodri también querrá ir.
— Hija..
— El se portará bien. La última vez que fuimos se portó bien. ¿Te acuerdas.?
— Está bien.
— Gracias. Eres la mejor. — Me dió un beso.
Preparé un sándwich más y pasamos a la primaria por Rodrigo. Después fuimos al parque y ella se sentó a leer un libro. Es con lo que más le gusta pasar el tiempo. Cada dos semanas voy a la biblioteca a alquilar un libro para ella. Novelas de amor en especial, lo bueno de estás es que no se acaban.
...Cristina....
Las novelas de amor son tan lindas. Ojalá yo pudiera experimentar esas cosas antes de morir. Pero me queda poco tiempo. En ocasiones veo noticias de personas suicidándose y me da mucho coraje.
Me preguntó que tan mala es su vida para que hagan eso.
Yo anheló vivir, viajar, amar, ver crecer a mi enano. Jugar con el sín sentir que me estoy asfixiando.
Y no puedo hacer nada de eso. Nunca he podido. Mi corazón no funciona correctamente.. Me diagnosticaron un problema cuándo tenía 13 años. Los doctores dijeron que moriría pronto si no recibía tratamiento. Mis papás se empeñaron en salvarme. Y de eso ya pasaron 7 años. Ahora tengo 20 y vivo con un marcapasos en el corazón. No puedo tener un teléfono o computadora cerca y menos correr o caminar largas distancias.
Con lo único que pasó el tiempo es con leer libros, ver televisión 15 minutos al día, salir al parque y hacer cerámica. Es algo que me encanta. Trabajó tres días a la semana en eso. Mis padres no querían pero los convencí. El señor con el que trabajó es muy comprensivo, sabe de mi enfermedad y no me presiona para hacer las cosas rápido. Al contrario. Siempre me dice que no me esfuerce demasiado y me ayuda a cargar si siente que algo es demasiado pesado.
Supongo que tuve suerte. Conocí personas buenas en mi vida. Además viví más de lo que los médicos predecían.
Foto de Cristina.
...Sabel....
Rodrigo se acercó a Cristina y tuve miedo de que le pidiera jugar. El es un niño y por mucho que me esfuerzo en explicarle que ella no puede hacer esas cosas el no entiende.
Me acerque a mis hijos para ver que pasaba.
— Lo siento enano. No puedo. — Dijo Cristina con tristeza, y yo entendí de inmediato la conversación.
— Por favor. Tú sólo me avientas la pelota. ¿Sí.? — Suplicó El.
— ¿Qué estás haciendo hijo.? — Terminé de acercarme para que dejará de hacer lo que estaba haciendo.
— Sólo le estoy preguntando si puede jugar conmigo. — Parecía que en lugar de recibir una pregunta estaba recibiendo un regaño.
— Cristina no puede hacer eso. — Suavice mi voz, así el se daría cuenta de que no estoy enojada. Sólo estoy preocupada por la salud de mi hija.
— ¿Porqué.? Otras hermanas si pueden. — Ese comen sin duda iba herir el frágil corazón de mi hija.
— Lo siento enano. Yo no soy cómo esas hermanas. — Sus ojitos se pusieron rojos y me sentí muy mal. Ojalá pudiera darle mi corazón para que ella viva.
— Ya está atardeciendo. Volvamos. — Era mejor irnos que seguir haciendo sentir mal a mi hija. Por ésto no me gusta que Rodrigo nos acompañe. Siempre hace comentarios descuidados. Cómo todo niño.
— Pero yo quiero jugar un poco más. — Dijo Rodrigo.
— Mamá quedemos nos un rato más. — Cristina quería interferir.
— No. Vendremos otro día. — Llamé un Uber.
— Lo siento enano. — Le dijo Cristina en el viaje de regreso.
— No te preocupes. Yo sé que mamá me trajo porqué tú le dijiste. Gracias. — Le dijo con voz suave pero escuché.
— De nada. — Respondió ella en el oído de el.
— Te quiero hermana. — La abrazó y ella rodeó los hombros de el son un brazo.
— Y yo te adoro chaparro. — Le dió un beso en la frente. Me gusta que se lleven bien. Hay tantos hermanos que se llevan de la patada, ellos son lo que deberían perderlos. Rodrigo merece tener a su hermana por mucho tiempo. Yo merezco tener a mi hija.
— Mamá.
— ¿Mm.?
— Ya estamos en casa. — Obseve la calle y me dí cuenta de que tenía razón. Al parecer perdí la noción del tiempo. Ellos bajaron primero y después lo hice yo. Pagué y entramos a la casa.
— ¿En qué pensabas mamá.? — Preguntó mi hija.
— Tonterías.
— Mmm.— Pareció no creerme.
— En verdad no era nada importante.
— Bueno. Te creó. — Me dió un abrazo. — ¿Te ayudó con la cena.?
— Sólo a picar las verduras.
— Esa parte me da flojera. Prácticamente no hago nada.
— Es mejor que no hacer nada.
— Tal vez tiene razón. — Reímos y después fuimos a la cocina.
Unos días después Cristina regresó de su trabajo y la noté mal durante la cena. Ella insistía en que estaba bien pero al momento de caminar a su habitación se desmoronó.
Su papá y yo la llevamos al hospital de inmediato. Los doctores la revisaron y dijeron que debía quedarse internada unos días.
— Dígame la verdad. ¿Ella se va poner bien.? — También soy doctora y aunque llevó tiempo sin ejercer a mí nadie me engaña. Y menos mi ex compañero de universidad.
— Sabel. — Qué Francisco dijera mi nombre no podía significar nada bueno. — Tú sabes la condición de Cristina. Nadie se explica porqué todavía sigue viva.
— Cállate. No hables así. — ¿Cómo puede decir cosas tan a la ligera.?
— Ambos somos médicos. Sabes que a tú hija no le queda mucho tiempo. Es mejor que te empieces a resignar.
— Jamas. No importa si soy médico. Antes que eso soy madre. Y no le puedes pedir a una madre que se resigné a ver morir a su hija.
— Lo siento si sone cruel. No lo hubiera sido si se tratase de alguien más.
...Tres semanas después....
...Cristina....
Yo sé que me voy a morir pronto. Lo siento, lo veo en las miradas de mis padres. De los médicos. No deberían verme con tristeza. Tal vez tengo una edad muy corta pero he sido mas feliz de lo que muchos a una edad avanzada no.
— Mamá sólo quiero flores blancas en mi tumba. Las de colores no me gustan. — Dije tratando de bromear con ella. No quiero verla así de triste como luce ahora.
— No digas tonterías. — Me dió un golpe en la cabeza.
— Auu. Mami eso dolió. — No esperaba que me golpeara.
— No bromes así. Tú no te vas a morir.
— Claro que si. De lo único que me arrepiento es de nunca haber echo eso que hacen tu y papá en las noches. — Soy una mala hija. — Mami te juró que lo escuché por accidente.
— ¡Hija.! — Me regañó. Y yo que le había jurado para que no se enojará. Parece que no lo logré.
— Hay mamá no soy inocente. Acuérdate que si terminé la secundaria. Y estudié el primer año de preparatoria.
— ¿Ponías atención en clases.? La directora siempre me llamaba para decirme que te salias del salón.
Reí divertida. Recordar eso me alegró el corazón inservible que tengo.
— Pero en esas cosas si puse atención mamá.
— Eres tremenda.
— Lastima que ningún hombre sabrá eso nunca.— Me hubiera gustado probar los placeres carnales.
— Ya hija.
— Es la verdad mamá.
— ¿No crees en los milagros.?
— Sí. Yo tuve uno. Viví 7 años más de los que debía.
— Y vas a vivir muchos más. Te lo prometo.
— ¿Sabes que me choca de los chicos de mis libros.? — Ella sabe. Siempre que leo un libro y el personaje actúa de una forma que no me agrada voy corriendo con mi madre y le digo que ese chico es un tonto.
— Qué no cumplen sus promesas.
— Si. No seas cómo ellos por favor.
— Yo soy tú madre. Y una madre siempre cumple sus promesas. — Me dió un beso en la frente y salió de la habitación.
...Un año después....
...Nicolás....
Vine a México para cerrar un negocio. Pasé por una tienda de cerámica y ví varias qué me gustaron. Recuerdo que a Lucrecia le gustaban mucho. Si ella estuviera le compraría alguna.
Entré a la tienda por curiosidad. Ví varias cerámicas muy bien elaboradas.
— Buenas tardes joven. ¿En qué lo puedo ayudar.? — Preguntó un hombre mayor.
— Yo sólo...
— Don José ya me voy. — Escuché una voz idéntica a la de Lucrecia. Giré y la ví ahí. Viva, hermosa tal cuál la recordaba. Sólo que con un estilo que ella no utilizaría.
— ¿Terminaste tan rápido.? — Le preguntó el hombre mayor.
— No pude. Pero se me hace tarde para la escuela. Vendré mañana.
— ¿Lucrecia.? — La miré de arriba a bajó. Era idéntica a ella. — ¿Qué haces aquí.? — Pregunté.
— Heee. — Me observó. — Yo aquí trabajo. — Sonrió. — Nos vemos dos José.
— Adiós Cristina. Cuídate mucho. Sabes que no debes ... — ¿Cristina.?
— Correr, ya lo sé. Mamá me lo recuerda todos los días. — Salió de la tienda. Sentí el impulso de seguirla. De abrazarla, de sentir que en verdad era ella y no un fantasma.
— ¿Señor va llevar algo.? — El hombre mayor Interrumpió mis pensamientos.
— Volveré después. — Salí de la tienda y traté de alcanzar a esa chica. Ella subió a un autobús y no logré nada. ¿Lucrecia en un autobús.? Tal vez la confundí. Pensé en ella recién y seguro por eso mi error.
Me consolé haciéndome creer que todo era producto de mi imaginación y regresé al hotel dónde me estaba hospedando.
No pude dormir en toda la noche pensando en si fue mi imaginación o todo era real. Para salir de dudas pensé en ir a esa tienda en la mañana. Así confirmaría si la chica se era Lucrecia o sólo se le parecía.
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