La tierra está hecha para que exista la vida, para que las personas la llenen y vivan en paz y armonía en ella, con recursos suficientes, recursos inagotables, en donde no existiera la muerte, ni el dolor, ni ninguna clase de sufrimiento.
¡Que mentira!
Quien quiera que haya dicho que las cosas iban a ser así desde el principio, quiero decirle que le debe muchas cosas a las generaciones que se avecinaban, la vida me quedó a deber mucho, me quedó a deber eso que tanto prometieron y eso que tanto llegué a anhelar, algo que no existe.
Esperanzas y sueños que se desvanecieron en el primer momento que hubo oportunidad.
El mundo entero se vino cuesta abajo cuando la avaricia del ser humano fue mayor que las ganas de querer vivir en una aparente paz.
Las enfermedades siempre existieron, los accidentes también, eran esas cosas las que me daban de comer, y aunque no me alegraba de ver a las personas sufrir, vaya que me gustaba ayudarlas a sanar.
Fue un simple virus, algo que todos pensábamos que no duraría demasiado, y no lo fue; se fue tan rápido como llegó y el alivio que le llegó a la humanidad se pudo palpar, pero... no esperábamos lo que se vino a continuación, cuando todo comenzaba a ser malo de verdad.
Cuando un virus muta, sabes que las cosas empeoran, sabes que no todo fue tan bueno como te prometieron, eso fue lo que pasó; la pandemia que había llegado a su final se convirtió en una pandemia que no tenía precedentes, peor de lo que llegó a ser una de las más horribles, peor aún que la peste negra.
La cantidad de muertos subía cada vez más, los hospitales se volvían inaccesibles para algo tan sencillo como una apendicitis. Las personas comenzaban en entrar en crisis y no podía negar que yo me comenzaba a preocupar.
Después de la calma viene la tormenta, todos lo experimentamos en su debido tiempo, yo lo pude ver de primera mano. Una vez más, cuando creíamos que las cosas comenzaban a ser diferentes y el miedo inicial comenzaba a bajar, supe que no. Supe que la vida como la había llegado a conocer llegaba a su final... y yo no quería ser parte de ese final.
Mi nombre es Maryam Jokébed, un nombre demasiado largo como la historia que está escrita, un nombre lo suficientemente extraño como la situación. Lo odio, a ambos, pero fue lo único que pude conservar de mi antigua vida, de lo que alguna vez fui, de mis padres, de mi familia... del mundo en general porque todo en todo lo que se convirtió mi pasado fue en polvora y muerte y él.
Él era lo único que me sujetaba a la tierra después de que ambos perdimos todo.
Esta es mi historia, nuestra historia... LA historia que parece sacada de una horrible película de terror.
I I I I I I I I I I I I I I I I
Extrañamente, los días viernes no eran mis favoritos, y la razón más sencilla para que los odiara era que, a la mayoría de las personas normales, un fin de semana indicaba fiestas, ruido, mucho ruido, en conclusión, mis paredes retumbarían toda la noche por el ruido de las bocinas de mis vecinos, sin importarle que yo fuera la única persona que podría salvarles el trasero, desvelarse cuando ya lo estás no es lo mejor para un médico.
Mi trabajo era en el MedStar Washington Hospital Center. Me iba bien en ello, no me quejaba, y tenía grandes amigos como lo eran Alice y Andrew, podían ser un poco excéntricos, pero sin duda eran un gran apoyo y soporte en mi vida.
A pesar de la pandemia, la sala de urgencias parecía estar bastante tranquila a comparación de otras veces, pero todos sabemos que el decir esa clase de cosas en voz alta traían una mala vibra, no quería ver esta sala llena de enfermos llenos de lepra, no otra vez.
Desde que aquel virus mutó, las cosas cambiaron bastante, como el cambio de humor en los pacientes y las múltiples heridas en la carne que asemejaban a úlceras de lepra, sabíamos que no era eso, fue una buena deducción el pensar así, pero al ver que la bacteria que lo provocaba no se encontraba presente lo descartamos.
Puedo dejar en claro, que el trabajar con toda esa clase de cosas me ponían ligeramente mal, pero con el tiempo aprendí a soportarlo. Los guantes que tenemos que usar todo el tiempo han comenzado a provocarme alergia, no sabría por qué; cada vez me cuesta más trabajo respirar cuando le añaden capas y capas de mascarilla, antes, no era necesario trabajar con tanto, pero lo acepto, he tenido que ver a varios compañeros míos marcharse por el simple hecho de haber tenido un contacto un poco más directo que el que debería de ser.
Sentada en la silla de la estación de enfermería mientras escribía un reporte, sentí el dolor en mi espalada y trasero, estar la mayor parte del tiempo encorvada escribiendo no me hacía bien, y cuando me levantaba de la silla, parecía haber desaparecido lo poco de trasero que me quedaba en mi retaguardia.
Una vez más, suspiré y levanté mis brazos al techo en busca de una especie de liberación cuando hacía esto. Vi a Alice llegar hacía mí con cansancio, se podía notar en las ojeras debajo de sus ojos que había tenido una noche pesada, que no había podido dormir lo suficiente y que estaba anhelando a que su turno terminara. Unos cuantos cabellos de color chocolate caían en su rostro, sus dos trenzas, una a cada lado de su rostro, estaban casi desechas; dejó caer la carpeta en la estación, y después recostó su cabeza en esta misma.
—Estoy harta —dijo en un suspiro para después bostezar— sólo unas horas más y todo mi martirio habrá terminado.
—¿Te mandaron a urgencias? —pregunté, sin mirarla, estaba casi terminando mi reporte.
—Sí, no entienden que ya me quería ir, urgencias esta tan tranquilo.
—¡Cállate! —la miré mal— eso trae mala suerte, en unos momentos esta sala estará de llena de personas que requieren de tu atención.
—¡No! ¡No más leprosos! —se quejó, levantó su rostro e hizo una pataleta— no quiero ver más úlceras supurando.
—Debiste de haberte callado, en cualquier momento sonarán las ambulancias.
Y así como lo dije, las sirenas de las ambulancias comenzaron a sonar cada vez más cerca. Terminé de escribir mis últimas líneas mientras escuchaba a Alice quejarse, cuando terminé, cerré todo y amarré mi cabello en un moño alto lo mejor peinado; Alice hizo lo mismo, a diferencia de que hizo uno con cada trenza, quedando estos por debajo de sus orejas.
Alice Smith era apenas dos años menor que yo, ella tenía 29 años, y a pesar de parecer muy infantil, era muy inteligente, logró muchas cosas en un periodo corto de tiempo, siendo ella una cirujana ortopedista en busca de que especializarse.
Cruzó los dedos y cerró sus ojos mientras repetía la oración "Sin huesos rotos, sin huesos rotos" una y otra vez, observé las pocas pecas en su rostro, las que se podían ver en donde las mascarillas y protecciones no cubrían. Yo sonreí al verla, ella era mi mejor amiga, mi más grande compañía.
Me acerqué a la puerta de emergencias, esperando a los pacientes, fue impresionante la manera en la que una tras otra, tras otra ambulancia llegaba, un sentimiento extraño me produjo náuseas, algo que nunca me había sucedido.
El primer paciente lo recibí yo, con sólo mirarlo, sabía que iba a necesitar de ayuda. Como esperaba, era una de las personas infectadas por el virus mutado, pero lo sorprendente, fueron las marcas de mordidas y los trozos faltantes de carne.
¿Qué se podía hacer en una sala de emergencias abarrotada? Necesitaba una cirugía, aquello se había vuelto de vida o muerte en el momento en el que su corazón falló.
Alice, Andrew un par de enfermeras y más equipo, subió a la sala de operaciones. Tratamos de hacer todo lo posible, la sangre salpicaba, pues las úlceras se reventaban, las secreciones ensuciaban todo a su paso, por primera vez, agradecía que estaba rodeada por muchas capas de protectores.
A pesar de los protectores, podría deducir que Alice se veía enferma, esta clase de cosas no eran lo suyo, pero a pesar de eso, se quedó hasta el final. Andrew no había dicho ni una sola palabra que no fuera sobre la cirugía, pero lo poco que podía ver de él, me decía que igual que Alice, se sentía enfermo, nunca nos había tocado algo como esto.
Yo tenía la ventaja sobre todo aquello, tanto tiempo en la sala de urgencias me ha llevado a ver cosas peores, cosas más sangrientas y un poco más... extrañas.
La desesperación me corría por el cuerpo, el hombre sobre aquella mesa de metal estaba perdiendo la vida y no sabíamos porque, todo lo estábamos haciendo como se debía.
Una taquicardia, llegó de repente, fue eso lo que se lo llevó, cuando el monitor dejó de sonar, suspiré, estaba tan manchada de sangre que mi bata había dejado de ser azul. Todos nos miramos, las cosas habían pasado de una manera tan extraña que nadie sabía por donde empezar. Mantuve mis manos arriba, esperando que algo me iluminara, por alguna extraña razón, estaba en una especie de shock.
Pero no fue una luz lo que me iluminó, sino un sonido, el pitido del monitor que nos decía que el pulso había regresado a aquella persona. Miramos desconcertados la máquina, como este subió de uno hasta tener una taquicardia y después bajó de repente, hasta permanecer vivo, en un numero imposible. Su corazón latía dos veces cada 10 segundos y su respiración... parecía que no lo hacía.
Miré a Andrew, desconcertada por lo que estaba pasando, pero supe que no había respuesta cuando él me regresó la mirada. Por su parte, Alice estaba muy impresionada, todos lo estaban, pero nadie decía nada, nadie tenía el valor de preguntar que era lo que sucedía.
De un momento a otro, el paciente abrió sus ojos, estos se veían rojos, pero solía ser normal en algunos casos. Con el corazón latiéndome fuertemente, me acerqué con cuidado y por fin se escuchó una voz entre ese silencio.
—Disculpe, ¿Se encuentra bien?
Su parpadeo fue rápido, pero fuerte al mismo tiempo; todos nos quedamos estupefactos cuando se sentó en la mesa de operaciones, me miró y se dirigió a mí, retrocedí unos pasos por la manera extraña en la que él se dirigía a mí.
—Señor, le pido de favor que regrese a su lugar porque...
Un sonido raro que provenía de su boca me alertó aún más, a pasos inestables se acercó a mí, nadie hizo nada, todos estábamos sorprendidos por todo. Todo lo que estaba conectado a su cuerpo se desprendió sin más, su carne había pasado a estar abierta a comenzar un estado de putrefacción inmediato.
Estuve a nada de salir corriendo cuando Andrew empujó sin algún escrúpulo al paciente.
—Le están diciendo que regrese a su lugar y...
Fue cuando todo pasó tan rápido, el señor Mike se abalanzó sobre Andrew, así que mi reacción fue rápida, tomé el bisturí de la bandeja del instrumental y lo clave en la cabeza del paciente, este cayó al suelo con un sonido sordo, como un objeto pesado.
El susto inicial pasó, todos nos mirábamos preocupados, esta era una situación que se debía de alertar primero antes de tomar cualquier decisión. Todos se quedaron callados, creo que nadie había asimilado nada aún.
El pánico regresó cuando escuchamos un grito afuera y vimos a alguien pasar corriendo.
Fui la primera en acercarse a la puerta sin importarme lo manchadas que estaban mis manos, vi a Angelina, una de las practicantes, pasar corriendo junto a la puerta mientras gritaba, detrás de ella, uno de los pacientes que habían llegado en las ambulancias, lucía igual que el señor Mike, su carne en estado de descomposición, las úlceras salpicaban sangre, así como emitían un ruido extraño.
De un momento a otro, todo se escuchó silencioso, salí al pasillo que daba a las demás salas de cirugía; las blancas paredes tenían marcas de manos en color rojo, estaba el rastro de sangre fresca que el paciente de Angelina había dejado. Caminé a la sala contigua, encontrándome a Barbara, un médico general con la que solía ir a tomar café por las noches después del trabajo; estaba tirada en el suelo, sus ojos abiertos, y una mordida en el rostro, los dientes habían perforado las protecciones y habían llegado a la cara de Barbara.
Reí por lo hilarante de la situación, aunque en verdad, trataba de no gritar.
Una pandemia, una mutación, lepra, marcas de dientes, a alguien se le había parado el corazón y de repente tuvo pulso otra vez, vi a una compañera salir corriendo con su paciente detrás mientras sangraba, a Andrew estuvieron a punto de morderlo.
—Maryam —escuche la voz temblorosa de Alice detrás de mí— ¿porqué estás en mi pesadilla?
Suspiré ante las palabras de mi amiga y la tomé de sus hombros, manchando su bata.
—Tranquila, Alice, saldremos de lo que sea que haya sucedido aquí —ella asintió, como una niña pequeña.
Andrew me miró desde la entrada de la sala de cirugías en la que estábamos; él era el mayor de la mayoría de los que estaban en esa sala, con 50 años, era alguien que ya había vivido muchas cosas en plenas cirugías, pero su rostro me decía que nada parecido a esto.
Suspiré nuevamente, tratando de liberar mi frustración.
Con mucho cuidado fui a cambiar lo que traía por mi uniforme del hospital, el de siempre; a Andrew le había costado trabajo dejarnos ir solas; cada que avanzábamos podíamos notar el como las paredes tenían cada vez más manchas de sangre.
Traté de pensar en otra cosa, así que mi mente divago mientras me colocaba mi uniforme, me cambie los 4 pares de guantes y las mascarillas. Tomé el celular que tenía entre mis cosas, y con la poca señal que me quedaba le llamé a mi madre, buzón.
Alice había cerrado la puerta y observaba por la pequeña ventanilla de la puerta, asustada, miraba de un lado al otro.
Espantada, se alejó de la puerta, la miré raro y entendí cuando escuché los gritos desgarradores, con cuidado me acerqué a la puerta y el rostro de la jefa de enfermeras, Giselle, se estampaba contra el vidrio y lo manchaba con sangre, su rostro me pedía ayuda y me sentí terrible cuando no quise hacerlo, cuando la alarma en mi cerebro me decía que arriesgaría mi vida por ella, así que, tirada en el suelo, vi como una mujer que se parecía mucho a mi paciente y al que vi en el pasillo, le mordía una de las mejillas con gran fuerza, arrancando el pedazo de carne. Los ojos de Giselle se pusieron blancos y se dejó caer.
Me giré, y vi a Alice llorando del miedo, no podía hacerme la fuerte todo el tiempo, en cualquier momento iba a explotar, pero quería encontrar a mi familia primero.
Se escucharon unos gritos, y el sonido de como alguien comía, el sonido chicloso de la carne cruda y sangre en exceso me hizo vomitar.
No supe cuanto tiempo pasó, pero cuando no escuché nada, me di la vuelta, entre las manchas de mi vómito en mi uniforme y las mascarillas algo manchadas a un lado de mí, vi un charco de sangre por debajo de la puerta.
Respiré con fuerza, si Alice me veía llorar, ella perdería el control. Llamé a mi madre, no contesto, a la policía... líneas saturadas. Sólo quedaban mi hermano y padre, ambos militares, ambos en diferentes lugares.
Llamé primero a Jacob y después de tres tonos me contestó.
—Jay... —casi grité.
—Jokébed ¿Dónde estás? —su tono de voz era preocupado.
—En el hospital, yo, he visto cosas horribles aquí adentro ¿Qué está sucediendo?
—Aún no lo sé, mi padre sabe, el me llamó, me dijo que era necesario que fuéramos a una de las bases militares escondidas, no le entendí, pero me dijo que tratara de contactarte, que el lo haría con mamá... Jokébed, no puedo ir en este mismo momento en donde tu estás, tengo problemas ¿Puedes sobrevivir ahí? Trata de que sus fluidos no entren en tus ojos, nariz, boca y orejas, trata de reunir a todos los que puedas, no infectados... iré por ti hermanita —en la otra línea, escuché el sonido extraño de los pacientes— me tengo que ir, estaré ahí mañana, por la tarde o en la noche, escóndete, consigue comida si puedes y no hagas ruido, mantén tu celular con batería, ¿entendiste?
—Sí, Jay, cuídate, no me importa si llegas en 4 días, pero te quiero bien ¿oíste?
—Sí, niña, lo prometo.
La llamada se cortó en ese momento, y con el celular apretado en una de mis manos ayudé a Alice a levantarse, vacíe mi mochila y la suya y se la di.
—Tenemos que buscar a los demás y resguardarnos en la cafetería, mi hermano vendrá, al parecer, él sabe todo lo que está sucediendo.
Ella limpió sus lágrimas y aceptó; cambié mis mascarillas y metí todos los pares de guantes y mascarillas que había en mi mochila.
Nos acercamos a la puerta, y el golpe que vino de afuera nos asustó.
Giselle nos estaba mirando.
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