"Lo siento mucho, Ana, pero ya no tenemos opciones. La única solución que nos queda es que busques al padre de Lucas, y, lamentablemente, no tenemos mucho tiempo," dijo Juan, el médico que ha estado atendiendo a mi hijo todo este tiempo. Mis lágrimas corrían sin parar, como lo han hecho todos estos últimos días, mientras mi pequeño ha empeorado. Él sufre de leucemia aguda.
Al principio, todo marchaba bien; los médicos me dijeron que, con tratamiento, mi bebé estaría bien. Pero todo cambió hace aproximadamente tres meses, cuando comenzó a tener mucha fiebre y dolores intensos en todo su cuerpo.
Fue entonces cuando me informaron que posiblemente necesitaría donantes. Me tomaron muestras a mí, pero, lamentablemente, no era compatible.
Como no tenía contacto con el padre de mi hijo, Juan había buscado otras alternativas, pero ya no quedaban opciones. Necesitaba de él, y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para que mi bebé esté bien.
Tan solo tiene 7 años, y no entiendo cómo la vida puede ser tan injusta conmigo. No sé qué hice tan mal para que Dios me castigara de esta manera.
Apoyando su brazo sobre el escritorio de Juan, quien se ha vuelto alguien importante desde que supo que su bebé estaba enfermo, Ana suspiró. Él ha sido quien la ha ayudado en todo momento; es un hombre de 60 años que se ha convertido en el abuelo de su pequeño.
"¿Qué voy a hacer, Juan? Necesito mucho dinero para ir a buscar a Óscar. Además, hace más de 7 años que no sé nada de él. Lo único que sé es que se fue a Estados Unidos para casarse con una mujer adinerada," dijo Anastasia, pasando su mano por su rostro.
"Ni siquiera sabemos si el nombre que usó es el verdadero. Sabes que me encantaría ayudarte, Ana, pero también sabes que con el tema del dinero estoy complicado. Aunque gano bien en esta clínica, no me alcanza para pagar la deuda que nos dejó la libertad de mi esposa. Además, mi sobrino no me perdona ni una hora de atraso," respondió Juan, tomando la mano de Anastasia, que estaba apoyada en su escritorio.
Doña Emma, la esposa de Juan, también era médica. Digo "era" porque, hace algunos años, lamentablemente suministró incorrectamente un medicamento a uno de sus pacientes, quien falleció por sobredosis. Tanto la clínica en la que trabajaba como los familiares del paciente la demandaron, y en la corte la declararon culpable. La condenaron a 30 años de cárcel, pero si pagaba una buena cantidad de dinero, la dejarían en prisión domiciliaria.
Tomaron prestado el dinero del sobrino de Juan, quien suele venir mensualmente al pueblo. Según dicen, es un ser sin escrúpulos ni sentimientos, que no siente pena ni remordimiento por nada ni por nadie, aunque Juan afirma todo lo contrario. Yo no sé; nunca lo he visto.
En el pueblo se dice que él asesinó a su propio hijo. Tiene una hacienda enorme y suele venir mensualmente para supervisarla.
"Eso jamás lo aceptaría, Juan. Tú ya has hecho tanto por mí y por mi hijo, que la que tendría que darte dinero sería yo. Pero cada día mi situación empeora," dijo Anastasia, limpiando sus lágrimas.
"Ten fe, Ana. Sé que vamos a encontrar una solución a todo esto, y antes de que nos demos cuenta, tendremos al pequeño Lucas jugando por la casa," contestó el doctor con una pequeña sonrisa en sus labios.
"¿Fe? Por favor, Juan, creo que Dios hace mucho tiempo se olvidó de mí," sentenció la joven, que ya no sabía cómo ayudar a su pequeño.
"No digas eso, Ana. Dios está para todos. Confío en que pronto todo estará bien," trató de animarla el viejo doctor, que le había tomado mucho cariño a Ana y a su hijo.
"Pues yo pienso todo lo contrario, y la verdad es que, como él se olvidó de mí, yo también haré lo mismo con él. Iré a ver a mi hijo; pronto tengo que irme a trabajar," dijo la hermosa mujer, que, a pesar de ser tan joven, ha sobrellevado todos los obstáculos que la vida le ha puesto. Aunque el viejo doctor era muy devoto de Dios, a veces se preguntaba por qué la vida era tan dura con personas que no lo merecían.
La mujer, con su imponente cabellera rizada de color rojizo, caminaba por el largo pasillo hasta llegar a la puerta trasera, donde se encontraba el jardín.
...
Cuando salgo por la puerta, me encuentro con varios niños esparcidos por todo el jardín; algunos jugaban con la pelota, otros con bloques. Justo en un banco, bajo un árbol, estaba mi pequeño con un folio y una caja llena de lápices de colores a su lado. Le encantaba pintar, pintaba todo lo que veía.
Me acerco lentamente hasta donde él estaba, y justo cuando estaba a punto de llegar, levanta su cabecita y me observa.
Cuando me ve, su expresión seria cambia a una muy sonriente. Deja todo lo que tenía en las manos para correr hacia mí, y sin pensarlo, se lanza a mis brazos. Como puedo, lo atrapo, aunque cada día su peso es menor.
Lo alzo bien, y él hunde su cabecita en el hueco de mi cuello.
"Te extrañé, mami," dijo mi pequeño, levantando un poco su cabeza y soplando mi cuello. Era una de las cosas que le encantaba hacer.
"Yo también te extrañé muchísimo, mi amor," le dije mirándolo, y luego dejando un beso en su mejilla.
"¿Cuándo voy a volver a la casa del abuelo Juan, mami?" preguntó el pequeño, acariciando levemente la mejilla de su mamá.
Es un niño muy inteligente y muy cariñoso.
"Pronto, mi amor, hay que esperar un poquito más, ¿sí?" dijo Anastasia, que no sabía qué responder a lo que su hijo había preguntado. Luego, ambos se dirigieron hacia el banco donde estaba pintando.
"Extraño a Lula, mami," volvió a decir el pequeño.
Lula era su gatita. Una vez, cuando regresábamos de la clínica, la encontramos en el camino y decidimos hacerla parte de nuestra familia.
"Muy pronto te llevaré a verla, mi amor, ¿sí? Sabes que solo puedes verla, ¿verdad?" dijo la preocupada mamá, acariciando suavemente la cabecita pelada de su bebé.
Aunque su cabello aún no se había caído por completo, decidí cortárselo para que no se asustara al ver cómo caía en grandes cantidades.
No importa nada; haré lo que sea para poder viajar a Estados Unidos y buscar a su papá, para que mi bebé se cure.
"Todo por ti, mi amor," dijo la hermosa mujer, dejando un pequeño beso en la cabeza de su hijo.
-
Después de pasar un rato con mi hijo, llegó la hora de irme a trabajar. Llevaba un tiempo trabajando en la peluquería del pueblo, y como era la única que había, siempre estaba llena de gente, lo que me permitía ganar bien.
Sin embargo, aunque ganaba bien allí, el dinero no me alcanzaba para nada, ya que los medicamentos y tratamientos para la enfermedad de mi hijo eran muy caros.
Toda mi vida ha sido un desastre. Vivo en la casa de Juan y su esposa desde hace más de un año.
Mi madre falleció cuando yo nací, por complicaciones en el parto. Según mi abuelo, ella nunca habló de quién la dejó embarazada, por lo que nadie sabe quién es mi padre.
Desde que nací, me quedé con mis abuelos, pero lamentablemente, cuando tenía 10 años, mi abuela falleció, y nos quedamos solos mi abuelo y yo.
Cuando estaba cursando el último año de la escuela, conocí a Óscar. Él era sobrino de una señora que vivía en el pueblo, y nos conocimos en una feria organizada por mi colegio.
Después de esa noche, comenzamos a vernos. Él me acompañaba todos los días camino al colegio, y así surgió algo entre nosotros.
Cada día, ambos nos enamorábamos más, o al menos eso pensaba yo.
Anduvimos enamorados de esa manera por casi un año. Él era muy atento, cariñoso, y detallista.
Un sábado, me invitó a la casa de su tía, me dijo que no habría nadie, así que acepté.
Ese día me entregué a él por primera vez. Fue algo increíble para mí, y también, ese mismo día, él puso en mi dedo un hermoso anillo de compromiso.
Los dos soñábamos con formar una familia juntos algún día. Y el anillo que puso en mi dedo era uno de los pasos que nos guiaría a cumplir nuestro sueño.
Pero todo era una completa mentira. Una semana después de lo que pasó, recibí un mensaje de él diciéndome que tenía que viajar a Estados Unidos para ver a sus padres. Me dijo que regresaría en un mes para organizar nuestra boda.
Pero eso nunca pasó. Dos meses después de que se fue, fui a la casa de su tía a preguntar por él.
La señora Mercedes me mostró una foto que destruyó mi vida por completo.
Era Óscar, tomado de la mano con una mujer vestida de novia, ambos muy sonrientes. En la foto se podía notar que la mujer era mucho mayor que él.
Su tía me contó que se había casado con esa mujer, y que lo nuestro solo fue un capricho de Óscar, ya que él ya estaba comprometido con ella.
Después de eso, no volví a saber nada más de él, hasta que, tres meses después, cuando estaba trabajando en la peluquería, comencé a sentirme mal. Me llevaron a la clínica y allí me dijeron que estaba embarazada, ya tenía 5 meses de gestación. Con todo lo que había pasado, ni siquiera me di cuenta de que no me había venido la regla. Después de lo que pasó con Óscar, lo único que hice fue enfocarme en mi trabajo en la peluquería, para no pensar en él.
En ese momento, no sabía si era algo bueno o malo. Mi abuelo siempre fue un hombre justo y comprensivo, y me apoyó en todo momento durante mi embarazo.
Cuando nació mi hijo, decidí llamarlo Lucas, en honor a mi abuelo, quien falleció seis meses después del nacimiento del pequeño Lucas.
Después de que mi bebé nació, se convirtió en mi tesoro más preciado. Fue lo único bueno que saqué de mi relación con Óscar. Ese pequeño angelito que nació de mí es mi motor para todo. Sin él, no soy nadie; podría decir que mi mundo gira completamente alrededor de él.
Después de que mi abuelo falleció, me quedé sola con mi hijo. La verdad es que al principio me costó mucho lidiar con un hijo y mi trabajo. Solamente terminé la escuela, nunca tuve la oportunidad de entrar a la universidad. Mientras cursaba la escuela, hice un curso de peluquería, y gracias a eso, trabajo como peluquera.
Mi bebé nació muy sano, pero, lamentablemente, cuando cumplió 5 años, le diagnosticaron leucemia aguda. Desde entonces, conocemos a Juan y a su esposa.
Aunque ganaba bien en la peluquería, el dinero no me alcanzaba para cubrir los tratamientos y medicamentos que mi hijo necesitaba.
Todo lo relacionado con su enfermedad era costoso.
Tuve que vender la casa que me dejó mi abuelo para cubrir los gastos de mi bebé.
En el pueblo hay una clínica especializada en todo tipo de cáncer.
Y es allí donde mi bebé está internado. Desde que vendí la casa, vivo con Juan y su esposa.
La verdad es que ellos son lo mejor que me ha pasado. Si no fuera por ellos, no sé qué sería de mí ni de mi hijo.
Gracias a Juan, conseguí ayuda de una comisión solidaria llamada Fundación, que me provee algunos medicamentos, lo que ha reducido los gastos.
Mientras estaba trabajando, recibí un mensaje de Juan en mi celular.
- Hola Ana, discúlpame que te moleste, pero hay un medicamento que Lucas va a necesitar y la Fundación no lo tiene -
- Bien, Juan, cuando salga del trabajo iré a verte. Gracias -
Guardé el celular y me concentré en mi trabajo.
La verdad, no me sorprendería que uno de estos días dejara calva a alguna de las clientas. Mi cabeza no está bien para nada.
Pero tampoco puedo dejar de trabajar porque necesito el dinero, además de que el dinero de la venta de la casa ya se está terminando.
Encontraré una solución, de eso estoy segura, porque mi hijo tiene que curarse. Eso lo juro, cueste lo que cueste.
Después de que terminó mi jornada de trabajo, me fui a la clínica para llevar el medicamento. Juan me había enviado una foto de la receta, así que, de camino, pasé por la farmacia y lo compré.
Cuando llegué a la clínica, me dirigí directamente a la oficina de Juan. Al entrar, él ya estaba preparando sus cosas para marcharse también.
—Hola, Ana, ¿qué tal te fue, hija? —me dijo Juan al verme.
—Bien, como siempre. ¿Cómo está mi bebé?
—Bien, Ana. Ya sabes, es fuerte. Ahora todo depende de que encontremos un donante.
Solté un largo suspiro en respuesta. Tengo que pensar en cómo conseguir el dinero para viajar a Estados Unidos.
—Ahora iré a hablar con Mercedes, para ver si ella sabe en qué parte de ese país se encuentra Óscar, y mañana iré al banco a ver cuánto me pueden dar de crédito.
—Ana, sabes que no vas a sacar información de esa señora.
—Gratis, no. Pero con un poco de dinero, esa señora me dirá hasta la dirección de su casa.
—En eso tienes razón. Solo ten cuidado con ella.
—No te preocupes, Juan, estaré bien.
Le dije, dejando un beso en su mejilla y sonriendo un poco. He aprendido a quererlo muchísimo; durante todo este tiempo, ha sido como ese padre que nunca tuve.
—¿Y tú? ¿Ya te irás a casa?
—Sí, pero de camino iré a pagarle a mi sobrino. Está en el pueblo.
—Joder, ¿cuánto tiempo más seguirán así? Ya le han pagado muchísimo dinero.
—Mucho tiempo más, hija. Pero no me quejo, gracias a él mi esposa está libre.
—Sí, pero es tu sobrino. ¿Acaso no le importa dejarte casi sin un peso?
—Ya sabes que eso no le importa. Lo único que lo mueve es el dinero, el poder y tener el control de todo.
—Oye, hablando de él, ¿tú crees que sea cierto lo que dicen de él?
—¿Qué cosa?
—Que él mató a su hijo.
—No, eso no es cierto.
—Si tú lo dices, te creo.
Le dije encogiéndome de hombros, y ambos salimos de su oficina.
De esta manera, me dirigí a la casa de la señora Mercedes. Solo espero que me diga algo.
Cuando llegué al frente de su casa, vi que la luz estaba encendida, lo que significaba que estaba en casa. Al observar su casa, no pude evitar recordar el pasado y todo lo que viví allí. Se me escapó una sonrisa, no porque estuviera feliz de recordar, sino por darme cuenta de lo ingenua que fui al creer en alguien tan miserable. Moví la cabeza de lado a lado para volver a la realidad y concentrarme en lo que vine a hacer.
Me acerqué a la puerta y toqué el timbre. Después de unos segundos, escuché cómo se acercaba a la puerta.
Cuando la abrió y me vio, se sorprendió tanto que dejó caer lo que tenía en la mano, y ni qué decir de cómo se transformó su rostro.
—Anastasia... —dijo tartamudeando. Pobre, se notaba que mi visita la había sorprendido bastante.
—Sí, la misma.
Le respondí mirándola fijamente.
—¿Puedo pasar, señora Mercedes?
Volví a hablar, ya que parecía estar en las nubes.
—¿Qué haces aquí? —me dijo entrecortadamente.
—Vine porque quiero hablar contigo sobre tu sobrino.
Le dije tajante y decidida.
—¿Tienes tiempo?
Me mostró una sonrisa antes de decirme:
—Mi tiempo cuesta, querida Anastasia.
—Eso lo sé —le respondí, mostrándole el dinero que ya había apartado para ella.
Tomando el dinero, me dejó pasar a su casa.
—Sé breve, querida Anastasia. Dentro de poco tengo una cita.
Dijo, mirando su reloj de mano y levantando las cejas.
Era una persona que vivía de eso, vendiendo su cuerpo a cualquiera que le diera dinero.
—Quiero saber en qué parte de Estados Unidos se encuentra Óscar.
Le dije sin rodeos. La verdad, no creo que soportaría estar tanto tiempo cerca de ella.
—¿Y para qué quieres saber dónde está mi sobrino? —me dijo con una estúpida sonrisa.
—Eso no es tu problema. ¿Lo sabes o no?
—Claro que lo sé. Es mi sobrino.
Me dijo, tomando un sorbo de café de una taza que tenía sobre un pequeño mueble.
—Entonces, ¿me lo vas a decir o no?
—¿Por qué tendría que decirte eso?
No había caso con esta señora. La verdad, no pude evitar poner los ojos en blanco por lo que dijo, y no me quedó otra opción que pagarle más.
Volví a sacar dinero de mi cartera y se lo mostré.
Era una buena cantidad, por lo que se sorprendió bastante. Estiró la mano para agarrarlo, pero justo cuando lo iba a tomar, lo alejé.
—Primero dime lo que quiero saber, y todo este dinero será tuyo.
—Bien, te lo diré, pero después de esto, tú y yo nunca nos volvimos a ver, ¿entendido?
—No te preocupes, mi tiempo también vale mucho, así que habla.
Le dije, tajante y cansada de su actitud.
—Está en Miami. Para ser más exacta, lo encontrarás en la empresa SYO. Es de su esposa, pero él es el presidente.
—¿Cómo sé que no me estás mintiendo? —le dije, dudosa. Ella es capaz de decirme cualquier cosa con tal de que le dé el dinero.
Caminó hacia una puerta, entró y al poco tiempo regresó con una revista en la mano. Me la pasó para que la viera.
Justo en la primera plana aparecía Óscar, y a su lado estaba una mujer mucho mayor que él. La foto tenía como título: "La empresa nacional SYO lanza una nueva línea de audífonos superavanzados para personas con problemas de audición."
Me fijé en la fecha, y la revista había sido lanzada hace poco más de un mes. Era de una famosa editorial de Miami, lo que significaba que ella decía la verdad.
Le devolví la revista y también le di el dinero que había sacado.
—Fue un gusto hacer negocios contigo, querida Anastasia.
Con eso, salí de su casa para dirigirme a la casa de Juan y descansar un poco. Mañana sería un nuevo día para luchar por mi bebé.
Si me preguntaran qué sentí cuando vi la foto de Óscar con otra, diría que no sentí absolutamente nada. El día que nació mi bebé, comprendí que lo que sentía por él no era nada. Simplemente, yo carecía de lo que llamamos amor, cariño, respeto, y me conformé con lo poco que él me había dado.
Sin embargo, cuando nació Lucas, comprendí, sentí y experimenté el verdadero amor.
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