Cuando Ilay y Alay eran pequeños, siempre hacían todo juntos.
Ilay siempre solía ser un poco más paciente, pero Alay siempre era más agresivo y le gustaba pelear con todos. Siempre tenía una sonrisa demostrando que era el mejor de todos y nadie se atrevía a discutirle aquello, a excepción de su gemelo.
Cuando Éley llegó, cada vez que unos chicos lo molestaban, él iba donde sus hermanos. Acudía donde Ilay para que lo abrace y lo haga sentir tranquilo y acusaba a esos chicos con su hermano Alay que siempre les daba una enorme paliza por haberlo molestado o hecho llorar. Siempre lo protegían de todo sin siquiera dudarlo y lo vigilaban desde lejos. Éley a veces no les contaba algunas cosas, pero ellos eran muy bueno preguntándole cosas a otros y sacándole información a la fuerza.
Ilay era bueno convenciendo a las personas con palabras, pero Alay era bueno atemorizando y nadie se atrevía a decirle que no a ninguna de sus peticiones.
Eran los demonios de la familia y Éley era el pequeño angelito que les daba tranquilidad a sus padres de día y noche.
Como Alfas dominantes, fueron creciendo sin duda alguna y fueron descubriendo muchas más cosas juntos. Con Éley siempre jugaban y lo invitaban a muchos lugares, pero comenzaron a ver lugares donde no lo podían invitar o cosas que no le podían mostrar en lo más mínimo y, de aquella manera, se iban cubriendo las maldades y secretos solos.
Habían prometido que siempre lo iban a compartir todo, entonces, un día llegó un Omega para acercarse a Alay porque le gustaba, pero él no dudó en decirle a su gemelo y las palabras para el Omega habían sido claras aquella vez:
—Si yo te gusto, entonces mi hermano también.
El Omega se quedó medio dudoso. Era obvio el hecho de que eran iguales. Nunca antes había visto unos gemelos tan idénticos, pero no entendía muy bien a qué se refería con aquello.
—Eh..., yo...
—Alay, no seas tonto, es diferente a compartir una pelota de fútbol —le recordó Ilay.
—Ay, que aguafiestas. Podrás tener dos novios por el precio de uno, ¿no te gustaría?
—No lo sé —susurró el Omega viéndolos.
—Ilay es más tierno, él te daría flores, pero yo soy más agresivo, así que te protegería de todo y todos siempre.
Al Omega eso no le pareció nada mal. Había unos chicos que lo molestaban un poco, así que no quiso desaprovechar aquella oportunidad, entonces, Alay e Ilay tuvieron su primer novio. Ese Omega fue el primer beso de ambos y para el Omega, ellos fueron su primer beso.
Eran niños aún, así que su noviazgo les duro un mes, pero, al ir descubriendo más cosas y sus feromonas ir aumentando, al igual que su olfato, llegó el segundo Omega a sus diecisiete años. Aquello fue diferente, el ambiente fue diferente y ya estaban mucho más grandes sabiendo donde iba todo y cómo se debían poner las pelotas en el hoyo, así que estuvieron con ese Omega por cinco meses y vino el tercero.
Los rumores sobre ellos y sus enredos siempre andaban dando vueltas por todos lados, pero siempre se encargaban de mantener todo a raya de su familia.
—¿Quién dijo eso? —preguntó Alay mientras pateaba una pelota hacia el arco.
Ilay levantó sus hombros.
—No lo sé, creo que fue Sanders. Siempre hace lo mismo y ya me tiene cansado.
Alay pateó la pelota con fuerza al arco y soltó una sonrisa.
—Bien, pues démosle una lección —opinó y se acercó a su gemelo.
—¿Qué lección? Ya no quiero meterme en peleas, nuestros papás nos van a castigar por tercera vez en el mes.
—Lo he visto hablar con un lindo Omega estos últimos días. Siempre se van juntos a casa.
—¿Le quieres quitar al Omega? —preguntó Ilay dándole una breve mirada.
—Sí, así nos dejará en paz por idiota.
—Yo considero que con eso será peor.
—Pues que venga y nos enfrente. Todos hablan mucho, pero cuando nos encuentran salen corriendo. ¿Tanto miedo doy?
—Das risa —le recordó su gemelo.
—Voy a ignorar eso nada más porque estoy de buen humor. Oye, ¿qué tal si hacemos un juramento de hermanos?
Ilay asintió sin dudarlo porque siempre hacían todo juntos y se tenían el uno al otro sin importar nada. El otro no iba a un lado sin el otro y siempre estaban pensando y diciendo lo mismo. Eran gemelos, pero, aparte de eso, eran mejores amigos y, de sus diecisiete años, jamás habían tenido una discusión o se habían dejado de hablar por algo.
—Prometamos que siempre lo vamos a compartir todo sin importar nada. Prometamos que nunca nos vamos a separar por nada ni nadie y que nunca nos vamos a golpear —habló Alay estirando su mano hacia Ilay.
Él asintió y estiro su mano también para darse un fuerte apretón.
—Lo prometo.
—Lo único que realmente nos debe importar es nuestra familia y ya. Siempre seremos familia, jamás seremos enemigos.
Ilay asintió totalmente seguro y siguieron jugando a la pelota. Los años fueron pasando, pero nunca imaginaron lo que les esperaba en el futuro. Asumieron que para ellos siempre iba a ser el libertinaje su única relación y que, a diferencia de su hermano Éley, nunca iban a estar babosos por alguien, pero se equivocaron.
Porque estaban próximos a conocer a un Omega que, después de tanto, solo quería a uno. Un Omega dominante que no dudaba en nada, que era todo un chico malo, egocéntrico, grosero y hermoso que tuvo la capacidad de hacerlos enfrentarse más de una vez.
**********
Hola, ¿qué tal a todos?
Para los que no saben, Alay e Ilay son personajes de Un dulce aroma a flores. Así que, aquí vamos a conocer su historia y las cosillas que hacen. Espero que les guste y los entretenga igual que mis otras historias.
Como habrán leído, aquí habrá un Omega dominante. No es mucha la diferencia con los Omegas, pero suelen ser menos sumisos, no temen enfrentarse a alguien, son mucho más fértiles y sus feromonas son totalmente intensas que pueden hacer que los Alfas se vuelvan locos por completo, peor de lo que un Omega podría.
Los cap van a comenzar cuando termine mi historia que está en proceso, pero dejo esto por aquí para que lo guarden y se preparen para este trío amoroso.
A propósito, ¿les gusta leer manhwas o manhuas? Yo soy una fujoshi totalmente😏, así que si tienen algunos buenos, dejen aquí los nombres para leerlos.
Y, ¿de qué país son? Yo soy de Chile.
—¡Alay e Ilay están peleando! —gritó un chico, pero a nadie le sorprendía.
En la secundaria solían pelearse con todos como si nada. Aunque era siempre Alay quien comenzaba todo e Ilay se esforzaba en que su hermano terminará la peleas porque luego sabía que iban a tener que estar castigados.
Los profesores llegaron para intentar separarlos. Eran cuatro, así que dos contra dos estaban peleando. Cada uno tomó a uno intentando poder sacarlo. Alejar a Ilay no les tomó mucho esfuerzo porque entendía rápido, pero sacar a su gemelo era otro problema mucho peor. Con diecisiete años, ya había perdido la cuenta de cuántas veces se había peleado con alguien.
Golpeaba el rostro del chico sin la más mínima gota de culpabilidad y, lo peor de todo, es que tenía una sonrisa en el rostro mientras veía como la sangre salpicaba para todos lados.
El único momento en que se apartó fue porque se aburrió y ya.
Como siempre, fueron enviados a la dirección donde tuvieron que esperar a sus padres para que fueran por ellos y, en menos de un año, habían sido expulsados de otra secundaria y los comentarios de ellos rondaban por todos lados.
Que los gemelos se peleaban.
Que los gemelos molestaban a otros.
Que los gemelos le quitaban los Omegas a otros y más, aunque lo último, más que molestarlos, los hacía sentir orgullosos y lo hacían con muchas más ganas para fastidiar a todos esos Alfas que se creían mejores que ellos dos.
Cuando sus padres llegaron, ambos se fueron de la secundaria con sus cosas. Obtuvieron el regaño de sus vidas y, a la semana siguiente, estaban en otra secundaria. Nuevas personas, nadie los conocía y llamaron la atención de muchos. Caminaban por el pasillo como si fueran los reyes del lugar y nada les importaba. No buscaban amigos porque tenían un mejor amigo en el otro y eso les bastaba.
Comían los dos en una mesa donde nadie se atrevía a acercarse a ellos. Y, después de dos meses de no hacer nada malo, Alay centró su mirada en alguien mientras Ilay intentaba terminar sus ejercicios para luego hacer los de su hermano. Él era bueno en matemáticas, así que siempre hacía los trabajos de ambos y Alay era bueno en inglés, por ende ambos tenían buenas notas en esas dos materias.
Se quedó mirando a una mesa donde había un chico que indudablemente era Alfa y otro que era Omega. Ambos hablaban felices, pero, para la desgracia de ese Alfa, compartía clase con los gemelos y había cometido el gran error de hacerle una broma al peor de ambos.
Soltó una sonrisa viendo al Omega porque era lindo.
—Listo, ya los terminé —anunció Ilay soltando un suspiro.
—Genial, más décimas.
—¿Qué miras? —inquirió mirando en su dirección.
—Nada, solo que me dieron ganas de probar algo nuevo. Ese imbécil me hizo la jodida broma de moverme la silla cuando me iba a sentar, así que ahora, ¿qué tal si nosotros le movemos a su lindo Omega?
Ilay lo quedó mirando. El Omega era de piel morena y cabello negro. Sonriendo se veía lindo y era más pequeño que ellos.
Ninguno dijo algo y los vieron como salían fuera. Entre ellos no era muy necesario el hablar para saber lo que el otro pensaba, así que nada más se pusieron de pie también. Los vieron a donde se iba y como entraba a un aula porque las clases estaban por empezar otra vez.
No dijeron nada, solamente observaron pensando en lo que iban a hacer y, cuando llego la hora de irse a casa, salieron con un objetivo más que claro. Los fueron siguiendo hasta que cada uno se fue por un camino diferente y, para buena o mala suerte del Omega, ellos no tardaron en acercarse a él.
El chico se quedó esperando a que un semáforo en rojo cambiara a verde cuando vio como dos personas se ganaban a cada lado de su cuerpo. Solo siguió mirando al frente cuando escuchó:
—¿Qué hace un Omega tan lindo como tú caminando solo?
Miró a su derecha, viendo a Alay que le regaló una sonrisa llena de perversidad.
—¿Ese novio tuyo no te acompaña a casa? —preguntó Ilay a su otro lado —. Eso no es bueno, las calles son peligrosas, debería cuidarte más y mucho más debido a que eres tan bonito.
Al mirar al otro lado, se quedó pestañeando un par de veces. Había visto a los gemelos en la secundaria, pero verlos de tan cerca y grandes lo dejo atónito y más por el parecido tan enorme que ambos tenían. Era como estar viendo un espejo y ya. Y no supo qué hacer. Nada más se quedó ahí en medio, sintiendo la presencia de ambos.
—¿Cuánto llevas con ese chico? —inquirió Alay acercándose un poco.
El Omega quiso retroceder y chocó con Ilay.
—Eh..., tres meses.
—Que feo, me imagino que, en tres meses más, ni siquiera te enviará un mensaje —susurró Ilay detrás de él.
—¿Cómo te llamas? Yo soy Alay y él es Ilay.
—Soy Sam.
—Que lindo, ¿no crees que Sam y Alay suenan bien?
—O, tal vez Ilay y Sam —siguió diciendo el otro.
El Omega no supo que decir sintiendo que su cabeza estaba dando vueltas, pero los gemelos eran inteligentes y lo acompañaron a casa comportándose de buena manera donde el Omega quedó más que embobado.
Al otro día, ellos siguieron igual que siempre. En las clases no hablaban con nadie, pero siempre hacían sus tareas. Los profesores no tenían mucho que decirles porque, a pesar de que se podían considerar unos diablillos, eran malditamente inteligentes y nada se les escapa. Siempre eran los primeros en terminar.
Llevaban dos meses sin darle problemas a sus padres, pero eso estaba por cambiar muy pronto.
Al llegar al comedor, se sentaron solos igual que siempre. No tenían tarea alguna, así que nada más estaban comiendo cuando vieron pasar al Omega. No lo vieron con el Alfa y lo vieron haciendo la fila para tomar su bandeja. Se quedaron sentados unos segundos hasta que vieron como el Omega miraba a todos lados. Ellos ya habían terminado de comer, pero no dudaron en ponerse de pie.
—Hola, y, ¿tu novio? —preguntó Alay tomando su bandeja para ayudarle.
—Tiene entrenamiento de fútbol —contesto sintiendo como Ilay apoyaba su mano en su espalda.
—¿Es más importante el fútbol que venir a dejarte sentado? Eso no es muy caballeroso de su parte —comentó Ilay mientras todos se sentaban en una mesa.
No dijeron nada más y solo lo quedaron mirando.
—Y..., ¿ustedes no tienen novio?
—No, pero tendremos pronto —respondió Alay mientras estiraba sus brazos detrás de su cabeza.
Sam asintió y comió un poco.
—A propósito, te trajimos un regalo.
—¿Regalo a mí?
Ambos asintieron.
El Omega vio una enorme caja de chocolates donde no era necesario preguntar para saber que eran los más caros de todos.
—Oh, gracias.
—Vimos que estás en tercer año de secundaria, ¿no tienes problema con alguna asignatura? Nosotros somos buenos en todas. Podríamos ayudarte.
—¿Ayudarme? ¿Por qué querrían ayudarme?
—Porque nos gustas —dijeron ambos al unísono y Sam no supo a cuál de los dos mirar tras oír aquello.
En un nuevo día de clases, ambos se sentaron donde siempre.
Estaban solo mirando al frente cuando a Ilay le llego un papel a la cabeza. Él simplemente lo ignoró porque tenía más paciencia que Alay y siguió escuchando lo que el profesor decía. Sin embargo, los papeles siguieron llegando.
Al mirar sobre su hombro, no vio a nadie sospechoso, pero pudo escuchar las risas de algunas personas.
Giró su rostro cuando un papel le llegó a la cabeza de Alay. Él no se quedó sentado y se puso de pie, inmediatamente, mirando hacia atrás, donde todos se quedaron callados. Ninguno ni siquiera respiro porque esa había sido una reacción que los había asustado. Él los miró a todos examinando sus rostros y, de forma demasiado calmada, preguntó:
—¿Quién fue?
Nadie respondió.
—¡¿Quién carajos fue, eh?! ¡Digan quién fue o los voy a golpear a todos!
—Alay, siéntate. Estás en una sala de clases —advirtió el profesor, pero él ni siquiera a un profesor le temía.
—Me sentaré cuando el maldito imbécil se ponga de pie también.
Vio como un chico soltaba una pequeña sonrisa y no dudo en mover la mesa hacia el lado haciendo que provoque ruido y lo tomó del cuello de su ropa.
—¿Fuiste tú quién tiro ese jodido papel?
El chico no supo qué decir y el miedo lo dominó, así que decidió simplemente apuntar en dirección a donde estaba la persona que había estado tirando los papeles y, a pesar de que él no había hecho nada, no dudo en golpearlo y lo tiró al suelo con fuerza.
El otro chico, al sentir su mirada, se puso nervioso e intentó quedarse tranquilo, pero no podía lograr la tranquilidad deseada cuando podía oír los pasos de Alay que se acercaban a él con lentitud haciéndole saber que, sus últimos minutos de vida, se estaban acabando por haberle tirado aquello. Pensó en que, el mostrar valentía, le iba a servir, así que se puso de pie también para sostenerle la mirada.
—Fui yo, ¿qué pasa con eso? No me das miedo. Siempre vas por ahí caminando demasiado seguro porque tienes a tu gemelo que te cubre de todo, pero eso me da igual.
Él soltó una carcajada.
—Creo que te equivocas porque yo no necesito que me cubran ni una sola mierda.
El chico pestañeó unos segundos al sentir el aroma que estaba inundando la sala y que le provocó enormes cantidades de miedo. Retrocedió porque era un Alfa también y, aunque aún no eran adultos, las feromonas de Alay se expandieron por todo el lugar.
—¡Alay, basta ya! ¡Soltar feromonas en la sala de clases está prohibido!
Era un intenso olor a fuego donde los Alfas comenzaron a sentir que se podían morir quemados y que el fuego se estaba acercando a ellos con fuerza, pero que los Omegas lo comenzaron a sentir como una caricia que les iba calentando todo el cuerpo. Y no habría sido problema que nada más hubieran sido los de su aula, pero, los Omegas y Alfas que estaban en las aulas vecinas también comenzaron a reaccionar.
Los Omegas entraron en celo sin poder evitarlo y los Alfas casi vomitaban e intentaban alejarse sintiendo que sus cuerpos se quemaban.
Y, debido a eso, una vez más, los gemelos terminaron siendo castigados, aunque claro, por más tiempo Alay que Ilay. Sus padres no entendían que habían hecho mal para que fueran unos diablillos y no sabían como explicarle a Alay que, el provocar todo ese alboroto, no estaba bien en lo absoluto.
Para él fue algo divertido, pero para los profesores no fue divertido en lo absoluto porque, tener que controlar a los Omegas y Alfas, fue algo totalmente complicado.
Y, a pesar de que estaban castigados, siempre se escapaban de casa para hacer sus cosas turbias y que, para ellos, eran más que divertidas. Se quedaron en una esquina esperando paciente cuando vieron al Omega que querían tener para ellos. Él caminaba solo otra vez, así que no les fue muy difícil el acercarse. Y lo invitaron a su casa porque estaban solos.
El Omega aceptó sin saber lo que le esperaba. Ellos le enseñaron la casa y lo entretuvieron bastante, pero ellos nunca hacían las cosas de mala manera. Alay tenía el lema de preparar siempre muy bien la comida que se iban a comer, así que pasaron muchos días ayudándole en sus tareas y más.
Y, conforme los días fueron avanzando, el Omega se fue acercando más a ellos y alejándose de quién era su novio. Cuando regresaron a clases de nuevo, los profesores tomaron la decisión de dejar a cada uno en una sala imaginando que, si no estaban juntos, entonces no habrían travesuras qué hacer.
En las clases deportivas siempre eran los mejores y luego en los recesos estaban juntos.
Entonces, vieron al Omega acercarse a ellos.
—Hola, yo les compré una bebida a ambos.
—Gracias, Sam, eres muy lindo —dijo Ilay con dulzura.
—Justo lo que deseaba —escuchó al segundo viendo que tomaba la botella y no dijo nada más, pero el Omega de tan solo verlo sonreírle de aquella manera mientras le guiñaba el ojo, le dio nerviosismo.
Los vio beber sus bebidas y se sintió bien porque estaban cansados. Pensó en que ellos siempre se preocupaban de él, así que deseaba hacer lo mismo.
—Vamos a ir al baño, ¿quieres acompañarnos? —preguntó Alay.
Asintió y caminó a sus lados mientras ellos le contaban algunas cosas que eran divertidas, así que sonrió. Al entrar, vio que Ilay le mostraba algo para luego lavarse las manos, sin embargo, al mirar detrás de su hombro, vio como el otro cerraba la puerta con seguro.
Lo vio caminar abriendo las puertas de los cubículos para asegurarse que no hubiera nadie. No supo lo que eso significaba, pero comenzó a sentirse nervioso.
Entonces, lo vio acercarse a él y se sintió pequeño al lado de ambos porque eran altos, sin duda alguna. Sus cabellos pelirrojos eran intensos y sus ojos eran negros llenos de cosas que no sabía como interpretar.
—Oye, Sam —susurró uno con lentitud —. Los dos tenemos un regalo para ti, pero, a cambio del regalo, tú también no debes dar algo.
—Dijiste que te gustaban los chocolates —dijo Ilay —, así que yo te compre tu favorito.
Se lo entregó y Sam estiró su mano para tomarlo, pero vio como se alejaba.
—Pero, para tenerlo, debes darme un beso.
No supo qué decir ante eso. Lo quedó mirando porque su mirada era intensa y tragó saliva sintiéndose nervioso.
—¿U-un... beso?
—Sí, si tú me gustas y yo te gusto, deberíamos besarnos, ¿no crees? Ese chico con el que estás ni siquiera le importas. Si de verdad sintiera algo por ti, no te dejaría tanto tiempo solo. En cambio, yo siempre te doy obsequios.
—Y yo te cuido de que alguien no te moleste —susurró Alay cerca de su oído —. Por eso, te compré las galletas que tanto dijiste que te gustaba comer.
Sam vio las galletas y quiso tomarlas también, pero se alejaron de su alcance.
—Pero, si las quieres, tendrás que besarme también. Si nos besas ahora, estaremos contigo por mucho tiempo.
—¿Besarlos a los dos? —preguntó.
Ambos asintieron.
—¿No quieres el chocolate? —lo tentó uno.
—¿Tampoco las galletas? —provocó el otro.
Trago saliva y los miró a ambos porque solo estaban ahí esperando.
—Sí, las quiero.
—¿Qué quieres primero? —preguntó Alay.
—El chocolate —respondió.
—Entonces, tienes que besarme —le recordó Ilay.
Sam era más bajo, así que se puso de puntillas para alcanzar sus labios. Fue un toque pequeño. Tomó el chocolate y luego se movió para besar a Alay poniéndose de puntillas también, pero él no lo dejó escapar tan fácil. Él lo besó bien.
Sam sintió su lengua en su boca y Alay lo besó con ganas. Abrió sus ojos y miró a su hermano para acercarse y lo besó también. Los besos eran intensos y no tuvo tiempo de nada cuando los sintió casi encima de su cuerpo. Ilay estaba besando sus labios, mientras el otro besó su cuello. Sintió sus manos tocando su cuerpo y como uno dejaba de besarlo para hacerlo el otro.
Se perdió en todas esas caricias que ambos le daban y los gemelos le hicieron todo lo que quisieron. Lo escucharon respirar aceleradamente y eso les gustó. Ambos sonrieron hasta que escucharon la puerta ser tocada.
Alay abrió la puerta con un rostro serio cuando vio a un chico que lo hizo sonreír de oreja a oreja.
—¿Qué se te perdió? —preguntó.
El chico lo miró de mala gana.
—¿Sam está aquí?
—¿Qué Sam? —inquirió haciéndose el tonto.
Lo empujó para entrar y se quedó mirando afuera unos segundos para luego cerrar la puerta también.
—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —le gritó viéndolo al lado de uno de los gemelos.
—Bájale una rayita a tu show y no le grites —advirtió Alay —. ¿No te gustó molestarme? ¿Creíste que te tenía miedo porque nunca decía nada?
—Imbécil, ¿estás loco? —le preguntó el Alfa con enojo.
No le importó mucho que ellos dos estaban ahí y solo pensó en llevarse al Omega. Creyó que Sam se iba a ir con él porque eran novios, pero se equivocó.
—Él no se va a ir contigo.
—Par de locos.
Ignoró quién estaba al lado del Omega y lo tomó del brazo con fuerza que lo hizo soltar un quejido.
—Oye, no lo trates así.
—¡Lo trato como me da la gana porque es mi novio! ¡Camina de una buena vez! ¡¿Qué se supone que haces?!
El Omega no dijo nada, nada más lo quedó viendo unos segundos y vio que estiraba su mano para tomarlo otra vez cuando Ilay lo empujo.
—Lárgate, don cornudo —dijo Alay mientras estaba cruzado de brazos, apoyando su espalda en la pared —. Es para que sepas lo que pasa cuando alguien me molesta. Por idiota, te quedaste solo.
Vio como los dos gemelos estaban al lado del Omega y sintió tanto enojo que únicamente quería golpearlo.
—Perdiste —susurró Alay con una sonrisa llena de burla —. ¿Por qué querría estar contigo cuando nosotros lo hemos hecho sentir mejor en menos de tres semanas?
El Alfa estaba más que furioso. Su pecho subió y bajo y, al ver como uno lo besaba en los labios, fue algo que le desagrado, pero ver que el otro también lo hacía lo hizo casi enloquecer.
Los gemelos lo vieron salir y Alay se encargó de reírse mucho mientras Ilay le decía algunas cosas al Omega para que no se sintiera mal.
Y, al otro día, todos los vieron comiendo juntos y como el Omega era cuidado por ambos y hubo Alfas a quiénes le provocó enojo, pero también hubo Omegas que sintieron celos. Y, de aquella manera, transcurrieron cinco meses donde el Omega tenía todo lo que quería y donde nadie se atrevía a decirle algo.
Entonces, de los besos, las cosas fueron evolucionando a mucho más. Y, cuando el Omega cumplió dieciocho años, dos meses después de que lo habían hecho los gemelos, justo en una tarde de verano, ambos le quisieron dar un premio.
Imaginó que serían más regalos igual que siempre y no pensó en nada más porque estaba perdido en todo. Hace tiempo que sentía las feromonas de Alay que le calentaban todo el cuerpo donde casi podía sentir el ruido del fuego cuando se formaban esas chispas por quemar la madera y las feromonas de Ilay que tenía un intenso olor a mar.
Eran dos olores intensos, abrumadores, que casi lo dejaban sin respirar, pero que lo calentaban y lo refrescaban. Besó a uno y luego a otro, sintió las manos de ambos por su cuerpo, tocando partes que le gustaba y lo hacían estremecer.
Alay lo besaba siempre con ganas y fuerzas y, de la misma manera, lo tocaba, haciéndole saber que era suyo, pero su gemelo no se quedaba atrás. No sabía en quién concentrarse realmente porque era demasiado de todo y ambos lo hacían gemir.
Entonces, mientras él estaba tirado en la cama, vio lo que ambos sacaban de su pantalón y se quedó sin aliento.
—Si ambos te gustamos, tendrás que hacerlo con los dos al mismo tiempo o por turnos —habló Alay mientras sonreía preparándose porque sabía que lo iba a disfrutar.
—Seremos buenos —le aseguró Ilay en su oído mientras comenzaba a besar su cuello.
—Y te haremos sentir bien —agregó el otro mientras besaba sobre sus costillas y las manos de ambos entraron en su ropa interior para tocar lo que el Omega tenía.
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