Nir era una niña de ocho años que había resultado huérfana, sus padres murieron debido a un ataque perpetrado a la aldea dónde habían decidido formar una familia.
Ella con tan corta edad, no tuvo otro remedio que internarse en la inmensidad del bosque en busca de algo de refugio o, por lo menos, de huir de las manos asesinas de aquellos hombres, que no hacían otra cosa que arrasar con todo a su paso. Destruir, matar, esas eran sus banderas, la muerte estaba impresa en sus ojos.
De esa manera, Nir vago durante semanas. Adelgazo y vio la muerte aproximarse nuevamente, solo que está vez de una manera más silenciosa. Aunque, no del todo, su estómago rugía producto del hambre que sentía. Comía frutos que encontraba en escasas ocasiones y un poco de agua de la orilla del río. ¿Pero cuánto más soportaría?
Parecía no tratarse de mucho tiempo más, por cómo se sentía. Era como si su vitalidad estuviese abandonando su pequeño cuerpo lentamente. Hasta que llegó a una aldea, no supo qué tan lejana estaba de la anterior, pero se asentó en ese lugar, busco un refugio, encontrando únicamente lástima y desprecio.
—¡Mira que sucia está esa niña!
—¡Y ni siquiera habla!—dijo otro.
Todo en ella parecía estar lleno de defectos, puesto que, luego del trauma que vivió el día en que mataron a su familia, Nir quedó muda, su voz parecía haberla abandonado para siempre. Ya no era aquella niña risueña que cantaba mientras recogía flores, ahora solo era una sombra, un lamentable fantasma de lo que un día fue.
Y de esa manera pasaron los meses, viviendo de las sobras, sintiéndose una molestia en esa aldea, pero sin tener otra opción que permanecer ahí. Era mera supervivencia.
—¡Esa niña tiene mala suerte, traerá la desgracia con ella!
—Lo sé, me he fijado en sus ojos.
Esa y otras murmuraciones Nir tuvo que escuchar a diario, razón por la que prefería quedarse merodeando en el bosque y regresar cuando ya el sol desaparecía en el cielo. Hasta que un día las cosas cambiaron…
La niña se sorprendió, ante lo que veían sus ojos infantiles. Era un hombre alto y hermoso, se encontraba escorado en el tallo de un árbol, su cabellera era larga y tan blanca que parecía nieve, al igual que sus ropas tan inmaculadas.
El hombre parecía dormir y ella se acercó cautelosa. Tenía miedo de despertarlo, de hacer algo malo y que ese sujeto se uniera a esos tantos que no hacían otra cosa que despreciarla. Sin embargo, el tan solo mover de su pie fue suficiente para que aquel sujeto abriera sus ojos rojos como el fuego y soltará un gruñido que la habían hecho saltar del susto.
Nir puso una mano en su corazón, la había asustado. Pero no sé dejó acobardar, rápidamente se acercó al notar que había sangre a su alrededor, que una gran herida se formaba en su hombro. ¿Qué le había sucedido?
Él siguió gruñendo un rato más, pero sin conseguir los resultados deseados, porque ella no estaba huyendo, por el contrario, se sentía obligada a ayudarlo.
—No necesito tu ayuda, niña. Márchate de aquí.
Le había dicho con aquella voz firme, dejándole en claro una advertencia, era como si le dijera: "Márchate, no quiero tener que matarte"
Pero ella fue desobediente y siguió viniendo, trajo comida, un poco de lo que conseguía. De hecho, había dejado de comer por esos días con tal de ofrecérselo a él, seguramente lo necesitaba más que ella.
Lo que Nir no sabía era que aquel no era un ser humano, sino una criatura que se ocultaba tras la imagen de un hombre de gran belleza.
Así fueron pasando los días mientras él se recuperaba lentamente, había tenido una pelea donde puso a prueba toda su fuerza y como resultado había terminado gravemente herido.
Una noche la aldea dónde Nir vivía había sido atacada, eran los mismos hombres que habían destruido la anterior, buscaban robar, saquear esa también.
Nir corrió al bosque huyendo de aquellas espadas que buscaban matar, pero no era solamente ella, habían otros aldeanos que también corrían por sus vidas y no dudaron en ofrecerla a ella como sacrificio.
—¡Es culpa de esta niña, ha traído la mala suerte a nuestra aldea!
Y de esa forma la habían atado a mitad de camino como una distracción, para los posibles perseguidores. Nir contempló su muerte en aquel momento, sabía que todo acabaría y no sabía exactamente cómo sentirse al respecto. ¿Aliviada? ¿Dolida?
Por una parte, la idea de volver a ver a sus padres le reconfortaba, pero, por otro lado, tenía miedo, miedo a lo desconocido, a no encontrarlos realmente.
—¿Y esto qué es?—se sorprendió uno de los hombres que iba a caballo.
Habían marchado en busca de aquellos aldeanos cobardes que habían huido, y, en cambio, se habían encontrado con una niña escuálida atada al pie de un árbol.
—Parece que nos han dejado este regalo.
—¡Vaya regalo!—se burló otro.
—Mejor matémosla y sigamos con nuestra búsqueda.
Un hombre la había apuntado con su espada y Nir cerró los ojos, esperando que el filo de aquella arma la atravesara y acabará con su miserable existencia. Sin embargo, los segundos transcurrieron y nada ocurrió.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Hasta que abrió sus ojos y lo vio. Él estaba de pie frente a ella, sostenía una espada en su mano y a su alrededor había sangre, las personas que antes iban a atacarla yacían muertas en el suelo.
Ese hombre de larga cabellera plateada y de vestiduras extrañas le había salvado la vida, le había dado una segunda oportunidad para vivir.
Sus ojos dorados la miraron intensamente, como diciéndole sin palabras: "esta es mi forma de agradecer tus atenciones, ahora levántate y procura tener una larga vida"
La vida de Nir cambió desde ese momento, ya nunca más se sintió sola ni desechada, era como si en las sombras tuviese la certeza de que alguien la resguardaba. Y, efectivamente así era, Yako apareció una mañana delante de ella y le dijo que no podía seguir vagando por el bosque, que debía de hacer su vida en conjunto con los otros humanos.
—¿Pero a dónde puedo ir?—había preguntado, afortunadamente su voz había regresado y Yako se había encargado de proporcionarle vestimenta y comida.
—Hay una aldea humana cerca de aquí—dijo él—, está todo resuelto para que te quedes a vivir allí.
—Oh, muchas gracias, señor Yako.
Su amigo no respondió, solamente asintió ante su agradecimiento. Pero, de pronto, Nir sintió cierto temor, ¿aquello era una despedida definitiva?
—Por favor, prométame que vendrá a visitarme—osó a solicitar la niña.
El hombre la miró con el ceño fruncido, ¿visitarla? ¿Por qué debería hacer una cosa como esa?
Lo cierto era que Nir había hecho despertar una bondad en su ser que creía no existir, la niña con su sonrisa le había dado una gran lección y sentía que su deber desde ese momento era protegerla. Así que, asintió, aceptó aquel compromiso como algo adicional a su longeva existencia.
Había pasado un tiempo desde que Nir vivía en aquella aldea, se trataba exactamente de seis años. Ahora era una jovencita de dieciséis años, en edad de casarse.
La señora Kaede había sido como su madre adoptiva, una mujer de avanzada edad que le había enseñado muchas cosas a lo largo de su estancia en ese lugar.
Para Kaede su especialidad era la siembra de plantas medicinales, era la curandera del pueblo, siempre solían buscarla para atender diversos casos, una lesión, una picadura de serpiente o la gripe más insignificante. La gente era muy supersticiosa en aquel entonces, creían que cualquier enfermedad acarreaba una desgracia muy grande.
Nir había aprendido de las técnicas curativas, y en muchas ocasiones era ella la que atendía aquellos casos.
—No se preocupe, aplique un poco de este ungüento y le aseguro se recuperará en seguida—solía decir ella con una sonrisa.
Al contrario, de la aldea dónde había vivido anteriormente, en ese lugar sí era querida y respetada como una persona valiosa, ella no sabía si eso se debía a la señora Kaede o al gran demonio que cada cierta temporada la visitaba.
Lo cierto era que se sentía muy afortunada, feliz. También en ese tiempo habían conocido al lacallo del señor Yako, era un ser bajito, de color verdoso, muy parecido a un sapo, se llamaba Jaén, pero también solía ser muy chistoso así que le agradaba.
Su señor tenía un medio de transporte que muy poco utilizaba, se trataba de un dragón de dos cabezas, que se llamaba Ho-La, los dos se habían hecho muy amigo en ese tipo, y, en ocasiones, agarraba al dragón y solía dar una vuelta por el bosque…
A pesar de Nir era feliz, solía tener pensamientos, que no podía controlar:
"Ha pasado un tiempo desde que empecé a vivir en la aldea. Aquí todos son muy amables conmigo, nada comparado a lo que anteriormente viví siendo niña. La señora Kaede me ha tratado como si fuese su propia hija, y aunque estoy feliz y agradecida con todos, mi corazón sigue anhelando estar en otro lugar. Ese lugar está al lado del señor Yako, Jaén y Ho-La. Creo que finalmente ha llegado el momento, es hora de decidir mi destino"
Tenía una idea de cuál era ese destino que tanto quería elegir, pero el momento para hacerlo parecía tardarse cada vez más.
[…]
Los primeros rayos del sol empezaban a ser visibles en el horizonte. Se daba la bienvenida a un nuevo día, pero este no era cualquier día, puesto que una hermosa joven cumpliría un año más de vida.
—Nir despierta, el sol ya ha salido—la movía la anciana ligeramente—. Recuerda que debes darte prisa, vendrán por ti pronto.
La joven dió un brincó al recordar aquello.
—¡Es cierto, el señor Yako vendrá pronto!—exclamó con mucha emoción, mientras corría hacia la tina, le urgía darse un baño.
Kaede solo la vio marcharse, a esa niña la idea de ver a Yako sin duda la hacía sentir muy feliz. La bestia había evitado venir desde que la había dejado a su cuidado, una vez al año se presentaba y el resto del tiempo enviaba a su sirviente Jaén a traerle a Nir algún regalo. Aunque, Yako no se presentaba ante Nir, siempre permanecía cerca y vigilante, ya que así lo afirmaba Yasha, su medio hermano, que tenía también un olfato de perro y podía percibir su aroma de vez en cuando.
[...]
Lejos de allí, en la inmensidad del bosque, se encontraba Yako en la búsqueda de una cueva que ocultaba un mineral muy interesante. El mismo poseía un enorme poder de protección. Pero tras largos días de búsqueda aún no daban con su paradero.
—Amo Yako, hoy es el cumpleaños de la chiquilla. ¿Usted irá a la aldea a visitarla?—le interrogó su fiel lacayo.
Yako ante tal cuestionamiento solo le dirigió una leve mirada a su sirviente, y continúo con su camino. No es que hubiese olvidado el cumpleaños de Nir, pero la idea de ir a la aldea humana no le agradaba. Pero sin duda, aunque no lo demostrara, también sentía deseo de volver a verla. Esa niña con su sonrisa, hacía sentir calidez en su frío corazón.
Entonces sin previo aviso, emprendió el vuelo con dirección a la aldea, dejando a su sirviente desorientado por escasos segundos, hasta que lo comprendió, su amo iba a aquel lugar.
Jaén se subió al dragón y dió la orden a la criatura de darle alcance a su amo. Lo cierto era que las habilidades de su señor eran superiores a la de cualquier otra criatura, era capaz de transformarse en una esfera de luz y volar a una velocidad inaudita. Sin embargo, a pesar de la clara desventaja, Jaén sabía a dónde dirigirse para darle alcance enseguida…
[...]
Luego de un largo rato cambiándose de ropa y arreglándose, al fin la emocionada joven se siente satisfecha con el resultado. Había maquillado un poco su rostro, y recogido una parte de su cabello. Sin duda que esos pequeños toques le daban un aire diferente.
—¿Cómo me veo, señora Kaede? ¿Estoy bien?—preguntaba mientras daba vuelta, para mostrar el hermoso kimono rosa que había seleccionado.
—Oh, Nir, mi pequeña ha crecido demasiado—exclamó la mujer con cierto dramatismo—. La verdad es que te ves preciosa—agregó procediendo a acercarse para abrazarla.
—Gracias, señora Kaede—expresó la joven casi en lágrimas, visiblemente conmovida por aquel abrazo.
De pronto se escucharon ruidos, voces y algo de alboroto proveniente del exterior. Y aquel momento tan emotivo fue drásticamente interrumpido. Kaede y Nir salieron de prisa de la cabaña para ver qué pasaba.
—Estúpidos niños, les he dicho un millón de veces que no soy ninguna rana—gritaba Jaén visiblemente irritado aún grupo de niños.
—Claro que sí, eres la rana que visita a Nir—concluyó uno de ellos entre risas.
—Ya verán mocosos, los voy asar con mi báculo—Jaén se disponía a atacarlos.
—No, señor Jaén, por favor no lo haga—suplicó Nir con una voz completamente aterrorizada, la joven corrió hasta él mientras le suplicaba para que no cometiera una atrocidad como esa.
El señor Jaén era alguien con muy poca paciencia, y muy fácil de hacer irritar. Pero a pesar de su carácter siempre había sido incondicional y fiel con ella. Era sin duda como su padre o, al menos así, lo siente Nir.
Jaén quien había olvidado el enojo de hace un momento, se quedó completamente asombrado ante la figura que estaba ante sus ojos. «¿Es acaso es esta la jovencita Nir?» se preguntaba mientras la observaba. Sin duda en este año esa chamaca se había estirado demasiado y ahora dejaba ver una esbelta figura de mujer.
—¿Nir, niña, eres tú?—la miró por un largo rato—Has crecido mucho muchacha, ya pareces toda una mujer.
Nir se sintió apenada ante tal afirmación.
—¿Qué cosas dice, señor Jaén? Soy la misma de siempre.
—El amo Yako seguramente no te va a reconocer.
—¿Usted cree?—preguntó Nir, emocionada.
—Bueno, si no contará con su olfato seguramente no te reconocería—le respondió éste.
La chica sonrió ante la idea, últimamente el hecho de convertirse en toda una mujer le llamaba mucho la atención, quería verse grande ante los ojos del señor Yako.
—Dígame por favor, ¿dónde está el señor Yako? Quisiera verlo.
—El amo no está aquí, me ha enviado a buscarte. Ho-La nos espera, vamos Nir.
Nir se dirigió a despedirse de la anciana Kaede con un abrazo. Esta había permanecido en el lugar, observando todo lo acontecido.
—Volveré pronto—le dijo, entusiasmada.
—Cuídate mi niña, aquí te estaré esperando—se despidió de ella en medio de una cálida sonrisa.
[...]
Luego de un largo rato de vuelo sobre la espalda de Ho-La por fin el dragón se disponía a aterrizar en un hermoso prado. El color verde inundaba aquel lugar, y en el aire podía percibirse mucha paz. Sin duda era ese un lugar magnífico para pasar su cumpleaños.
Recostado de un árbol, estaba él, si él, el señor Yako. Al verlo el corazón de Nir dio un vuelco, sus latidos se habían acelerado. La emoción de volver a ver a su señor, se había hecho presente.
Con movimientos torpes y algo de dificultad, Nir bajo de la espalda de Ah-un. A esa distancia podía observar perfectamente el rostro de su señor, quien mantiene los ojos cerrados y un semblante de plena tranquilidad. Éste parecía no haberse percató de su llegada.
—Vamos Nir, allá está el amo.
Jaén caminaba de prisa, en la dirección donde él se encontraba.
Nir le siguió el paso. Se encontraba emocionada, y a su vez muy asustada. Se preguntaba dentro de sí, ¿será que el amo Yako estará feliz de verme?, ¿Acaso notara lo mucho que he crecido?, Esos cuestionamientos le preocupaban.
Yako quien había percibido el aroma de Nir desde mucho antes que esta llegará, permanecía sereno con sus ojos cerrados. Percibir nuevamente su aroma, le generaba una paz que ni el mismo podía entender.
—¡Amo Yako, amo Yako! ¡Ya hemos llegado!—gritaba Jaén mientras se acercaba a éste.
Yako quien se sintió interrumpido de su momento de paz, por la escandalosa voz de su sirviente, abrió lentamente sus ojos mientras mantenía su mirada fija hacia el horizonte.
—Ya estamos aquí amo—se inclinó en forma de reverencia ante su amo.
—Señor Yako, gracias por acordarse de mi cumpleaños y por enviar al señor Jaén a buscarme. Estoy muy feliz de volver a verle—dijo la joven mientras le sonreía.
Yako al escuchar la voz de Nir volteo su vista ligeramente hacia ella. La observó con detenimiento mientras expresaba cada palabra, sin duda escuchar su voz era algo que por alguna razón había extrañado.
—Nir, no hay nada que agradecer.
—Por supuesto que sí, señor Yako. Usted siempre ha sido muy bueno con Nir. Yo... No tengo como agradecerle todo lo que ha hecho, y aún un día como este saca tiempo para verme—expreso mientras se le salían las lágrimas.
Yako se sintió visible incómodo, ¿por qué es que ella lloraba? ¿No estaba diciendo que se sentía feliz? Las emociones humanas eran todo un enigma para él. Se dispuso a ponerse de pie, y una vez frente a ella extendió su mano, y le entrego una pequeña caja.
—Feliz cumpleaños, Nir—expreso finalmente.
Nir abrió muy grande sus ojos. Se frotó con sus manos para secar las lágrimas. Y con una expresión de asombro tomo aquella caja, sin apartar la mirada, lentamente la abrió. Al destaparla sus ojos reflejaron una mayor sorpresa.
—Señor Yako, esto es mucho para mí.
—Es solo un regalo. Tómalo.
—No sé si deba usar algo como esto—se debatía internamente por el obsequio, sin duda era un collar muy costoso. Pero finalmente, lo acepto—¡Muchas gracias, señor Yako!
Yako asintió como respuesta, dio media vuelta y se dispuso a recostarse nuevamente en el árbol. Mientras tanto Nir sacaba aquel collar dorado de hermoso dije en forma de mariposa, y se lo colocaba en el cuello.
—Señor Jaén, ¿cómo se ve?—le preguntaba insistentemente—. ¿Me queda bonito?, ¿Dígame, por favor?
Jaén quien aún se encontraba atónito por las atenciones de su amo para con la joven. Le respondió.
—Se ve bien, Nir—en un tono bastante seco.
—Este lugar es tan hermoso—dijo la joven ignorando su respuesta cortante, mientras miraba con atención los alrededores—. Mire, señor Jaén, hay hermosas flores aquí.
—Si, Nir, sabemos que te gustan los lugares así. Por eso te hemos traído.
Las horas fueron pasando, entre pláticas y risas con su buen amigo Jaén. Corriendo y recogiendo flores, jugando con Ho-La como hacía algún tiempo lo había hecho. Nir se sentía plena al estar con ellos, su familia.
El sol empezaban a descender, anunciando que la tarde estaba por finalizar. El corazón de Nir empezó a sentir una leve nostalgia y se cuestionaba, por qué el día no podía durar más. No quería irse, quería permanecer ahí, junto a ellos. Tomando un poco de valor, se dirigió dónde estaba su señor.
—Señor Yako, ¿cuándo será el día que pueda decidir?—cuestionó recordando una promesa que él le había hecho.
"Cuando seas mayor podrás decidir si deseas quedarte con los humanos o venir conmigo"
Yako la miró fijamente por un momento, mientras pensaba y analizaba aquella pregunta. Sin duda ya Nir no era una niña, tenía ahora delante de sus ojos una hermosa, muy hermosa joven. Pero acaso ¿era conveniente traerla consigo?, ¿era este el momento para que ella decidiera?
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