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Corazón De Piedra

DEUDA ANTIGUA

...EVANS:...

Heredé el trono de Adalania a la temprana edad de diecisiete años, quedando a cargo de un reino que estaba casi en ruinas. Mi padre había gastado mucho oro en la guerra contra el reino de Perfi pero al final se declaró la paz gracias a un tratado.

Lamentablemente mi padre murió a causa de una enfermedad mortal y yo siendo un chiquillo fui coronado un día después de su entierro. No solamente tuve que encargarme de la pobreza del país sino también de mi pequeño hermano.

Lamentablemente mi madre había muerto dos años antes de que mi padre también lo hiciera. Estaba solo y con mucha responsabilidad en mis hombros pero tenía la fuerza suficiente para sobrellevar a mi reino.

Con el pasar del tiempo y gracias a mis buenas decisiones el país próspero y surgió. Me encargué de que la gente cumpliera las leyes, destruí la esclavitud, la piratería y muchos otros crímenes que tenían podrido al reino.

La mala gestión de mi padre no se repetiría. El reino pasó de ser un país pobre a uno de los reinos más prósperos y ricos del continente.

Ahora, a mis treinta y seis años era el rey más querido por el pueblo, envidiado por los demás reyes y el más deseado por las mujeres, no solamente por mi poder, sino por mi belleza y mi sensualidad, era el mejor amante, ninguna mujer se resistía a mis dotes de seducción y satisfacción en la cama.

Era el mejor gobernante de mi dinastía.

Mi nombre era Evans Asgarria, Rey supremo de Adalania.

Estaba muy tranquilo, creyendo que todo estaba resuelto y en orden, hasta un día, estaba revisando unos documentos en mi estudio y con mi hermano cuando hallé un pergamino antiguo escondido en el último cajón.

— ¿ Qué hallaste ahí ? — Preguntó Eidan — El mapa de un tesoro.

Abrí el pergamino y me sorprendo al encontrar una lista de préstamos que mi padre otorgó a campesinos de la zona, era un documento de hace más de veinte años.

— Mi padre otorgó muchos préstamos, es una lista de deudores — Dije enojado — Los deudores son campesinos... Solo a él se le ocurre entregarle gran cantidad de piezas de oro a unos miserables campesinos.

¿ Qué rayos le pasaba a mi padre?

Había muchos nombres de tontos campesinos que seguramente eran magnates en este momento y todo a costa de la riqueza real.

— Si mi padre entregó esos préstamos, sus razones tuvo — Dijo Eidan mientras se cruzaba de brazos.

— Se aprovecharon de su bondad, nadie de ésta lista canceló, estamos hablando de más de viente años... No pienso quedarme de brazos cruzados.

Enrollo el pergamino y me levanto.

— ¿ Qué piensas hacer? — Pregunta Eidan con rostro pálido.

— Primero, enviaré cartas de advertencia como una última oportunidad y esperaré unas dos semanas, terminado el lapso sino hay respuesta yo mismo iré a dónde se encuentran esos vividores y les cobraré de un modo nada pacífico.

Eidan se tensa.

— Olvida eso, seguramente esas personas ya murieron... El reino ya no está arruinado, no necesitamos ese oro.

Niego con la cabeza — No puedo dejarlo pasar, ya fue suficiente con veinte años de deuda... Esa gente tiene que pagar y está lista me da la información necesaria para que mi espía averigue dónde se encuentran ahora esos desgraciados.

— Si los encuentras... ¿ Vas a asesinarlos? — Jadea espantado.

— Si lo amerita la situación, si lo haré... Sabes muy bien que soy capaz de eso y más.

LA CARTA

...LILIAM:...

Un cartero había llegado a la entrada de la hacienda.

Lo recibí dudosa, hacía tiempo que no llegaban cartas, no desde que entramos en banca rota. La hacienda estaba quebrada desde hace un año, cuando mi padre había sido estafado por un supuesto socio que prometió maximizar las ganancias y hacerla más productiva, pero robó todos los ahorros y también toda la mercancía, desapareciendo de inmediato.

Lo poco que quedó se vendió para las necesidades básicas pero se esfumaron rápidamente. Ahora nuestra hacienda acumulaba polvo y deterioro, nuestro terreno solo producía maleza y plagas. Además de que no teníamos para comer, todas las desgracias se fueron juntando ya que las amistades de mi padre dejaron de frecuentar y no nos ayudaron y los pretendientes de mis hermanas también dejaron de visitar la hacienda.

— ¿ De dónde es la carta ? — Pregunté al joven de la carreta, lo noté observando mi cuerpo con desagrado.

No me afectaba ya que estaba acostumbrada a esas malas miradas, yo no le agradaba a los chicos, me gustaba estar en la hacienda, sembrando y cabalgando, ayudando a mi padre. Yo no vestía como señorita, parecía más bien un campesino con mi sombrero, mis pantalones de cuero mi camisa de botones y las botas de cuero marrón que me gustaba.

— Viene directo de la oficina de correos de Urla — Dijo mientras me daba otra mirada.

— Pero... ¿ Quién la manda ? — Exigí.

— No lo sé, vea el sello, eso le dará una idea... Con permiso... Señora — Hizo una reverencia y me enojó.

El cartero esperó su propina con su mano tendida hacia mí, yo no tenía ni una moneda de cobre, de todas formas no le iba dar nada por insultarme de esa forma.

— ¡ No voy a darle nada por faltarme el respeto, yo no soy señora !

El hombre suelta un gruñido y sube molesto a la carreta.

— Ni pareces una dama... No sé diferencia si eres mujer o hombre.

— ¡ Cállate, tu no te diferencias de un grillo disecado...! — No termino la frase, tomo una piedra y se la lanzo.

El cartero la esquiva y pone en movimiento la carreta para huir.

— ¡ Estás loca ! — Grita.

Vuelvo adentro enojada mientras observo el sello de la carta y me desconcierto.

— Es una carta de la realeza.

Entro rápidamente en la casa, me quedo en la sala.

— ¿ Qué fue ese grito? — Pregunta Clara en el mueble, deteniendo la atención del libro en sus manos.

— Nada, un cartero grosero — Gruño.

Mi hermana menor puso los ojos en blanco y volvió sus ojos al libro. Le apasionaba tanto la lectura que parecía obsesionada con ella. Tan solo tenía quince años, era rubia y de piel blanca, sus ojos azules y figura esbelta la hacían ser una belleza.

— Eso si es una novedad — Dijo Sandra mientras entraba en la sala.

Mi otra hermana menor, era mayor que Clara. Ella también era muy favorecida, tenía dieciocho años, era pelirroja y de piel blanca, con los ojos verdes y un cuerpo favorecido con curvas y senos firmes. Llevaba un vestido gris, al contrario de Clara y de mí, a Sandra le gustaba pintar y era muy obsesiva con los hábitos de higiene y etiqueta, incluso siendo pobre se preocupaba en lucir espléndida.

La más desastrosa de todas era yo.

— Si, a mí también me sorprendió... Aquí dice que es para papá y lo más sorprendente es que es una carta escrita por el rey.

Ambas se tensa.

— ¿ El rey ? ¿ Qué querrá con mi padre ? — Jadea Sandra.

— ¿ Qué tiene que ver mi padre con el rey ? — Pregunta Sandra.

— No lo sé, hay que preguntarle — Dije mientras apretaba el sobre — ¡ Papá, ven acá! — Grité de forma escandalosa.

— Liliam no grites — Se quejó Sandra.

Escuché los pasos de mi padre, llegó a la sala rápidamente.

— ¿ Qué es todo ese escándalo?

— Papá, llegó una carta para ti — Avisé y se la entregué.

La tomó desconcertado — ¿ Una carta? Por fin alguien se acordó de nosotros.

— Y no te imaginas quién, el mismísimo Rey Evans Asgarria — Dije y mi padre se tornó extrañamente pálido, todas nos quedamos extrañadas cuando se tuvo que apoyar en una columna.

Su piel oscura se aclaró un poco con el susto. No comprendíamos nada.

— ¿ Qué sucede papá? — Pregunté cuando se sentó en una silla.

Me tendió la carta — Abre la carta y léela por mí... Dejé mis gafas en el estudio.

Su tono de preocupación me indicaba que ya se esperaba la carta. Abrí el sobre y saqué la carta. Empecé a leer en voz alta y cada palabra me desconcertaba más y más, hablaba sobre una deuda que mi padre tenía, el había solicitado un préstamo hace más de veinte años al pasado rey y mi padre al parecer no había cancelado aquella deuda. Ahora el actual rey se la estaba cobrando, amenazando con venir a personalmente a acabar con él.

— Esto no puede ser cierto — Dije mientras arrugo la carta — ¿ Tu no tienes esa deuda verdad ?

El silencio de mi padre me dice lo contrario. Se queda observando apenado.

— ¿ Es verdad padre ? — Murmura Clara, a dejado el libro en el sofá y se a levantado.

— Papá — Exige Sandra.

Mi padre se frota la sien y luego asiente con la cabeza.

— Fue hace tanto tiempo, el Rey Elliot Asgarria aceptó mi petición, yo estaba viviendo en la calle y... No tenía trabajo... Fui al palacio y le suplique al rey su ayuda... Muchos estaban en la misma situación que yo y acudieron a él. Fue muy generoso con el préstamo, con eso pude comprar estás tierras y levantar la hacienda — Empieza a temblar llorando — Me anotó en una lista y firme como costa de que debía...Le iba pagar... Pero después vino la guerra y... murió... Yo nunca pude reunir el préstamo.

Nos observamos preocupadas.

— ¿ Cuánto le debes ? — Pregunté.

— Cien monedas de oro.

— ¿ Qué ? — Jadeamos las tres al mismo tiempo.

— Pero esto es mío, no tengo porque pagarle a Evans, todo lo hice con mi esfuerzo, me tomó mucho tiempo hacer de este lugar el mejor productor de legumbres.

— Ahora estamos en la quiebra de nuevo, no tenemos nada... — Me cruzo de brazos — Papá, pediste un préstamo y en veinte años no lo cancelaste... Eso no es honesto.

— Eso no es nada comparado con la fortuna que tiene el rey, él no necesita ese oro... Es un ambicioso, quiere destruirnos más de lo que ya lo estamos.

— ¿ Creiste que esa deuda sería olvidada ? La gente de la realeza no deja escapar nada, ni siquiera una moneda de cobre — Sandra pisa con su zapatilla la carta echa bola en el suelo.

Me agacho frente a mi padre y apoyo mis manos de sus rodillas.

— Papá, no quiero echarte la culpa pero tú mismo estás cavando tu propia tumba... Primero al pedir ese préstamo, segundo al no cancelar esa deuda que tiene más años que nosotras tres y tercero al confiar en ese socio que nos arruinó — Se me salen las lágrimas y a él también.

Toma mi mano — Lo siento, les fallé... Ustedes no tienen la culpa de esto.

— Sugiero que huir es lo más inteligente, si nos quedamos nos ejecutarán... Nos dieron dos semanas para cancelar la deuda, obviamente no podremos hacerlo — Suplico, mi padre niega con la cabeza.

— No, no me iré... No quiero dormir bajo un puente... Ese rey no me quitará lo poco que tengo... No pienso huir — Me suelta las manos — Ese rey no se atreverá a venir aquí.

— Si lo hará, tiene suficiente poder y no amenaza en vano — Comenta Sandra con enojo.

— Lo siento, no me iré... Y ustedes tampoco.

UNO MENOS EN LA LISTA

...EVANS:...

Después de dos semanas de espera incursione en un viaje por todo el reino en busca de los deudores que no respondieron a mi advertencia, afortunadamente la mayoría de los deudores fueron al palacio y con mucho miedo entregaron lo que debían. Pero hubieron siete deudores que no llegaron, unos respondieron las cartas con alevosía y despreocupación, otros se hicieron de la vista gorda. Al parecer querían una visita personal e iba dárselas.

Después de cuatro visitas exitosas que terminaron en asesinato y apropiación de tierras que por derecho reclamé, me hallé frente a la penúltima propiedad.

El amanecer se abrió paso junto con mi andar.

Un sirviente se apresuró a abrir la reja de la propiedad del señor Rocer. No preguntó, ni opuso resistencia, palideció al percatarse de que estaba ante la presencia del mismísimo Rey de Adalania y empezó a temblar al ver a mis hombres, una pequeña tropa de soldados y caballos, listos para mis órdenes.

El espía me había dado toda la información sobre aquel hombre, el señor Rocer llevó a su familia a la ruina, debía muchos impuestos a parte de la deuda que nunca pagó, también tenía que pagar por su atroz comportamiento hacia sus hijos y su mujer. Los golpeaba sin piedad y abusaba de su esposa. Las pocas ganancias se las gastaba en licor.

Ordené a mis hombres que esperarán afuera, ocultos ante la vista. La mayoría de las veces les ordenaba rodear y atacar pero hoy sería diferente, iba actuar de una forma silenciosa.

El sirviente aprovechó para escapar, corriendo hacia los árboles y arbusto. Por una parte era estúpido que huyera, yo no asesinaba ni a los sirvientes, ni familiares, solo a los deudores.

Caminé y maldije cuando mis botas se llenaron de lodo. Había frutos podridos de una cosecha pasada en el suelo. Un perro salió ladrando, me detuve y le di una mirada asesina que lo hizo retroceder chillando y volver a su escondite.

Llegué al viejo pórtico de la casa y toqué la puerta.

Se abrió después de unos minutos pero fruncí el ceño al no encontrar a nadie del otro lado.

— ¿ Quién eres ? — Preguntó una voz de tono chillón.

Bajé mi mirada y encontré a un pequeño de unos seis años. Estaba delgado y con los brazos llenos de moretones. Sus ojos grandes me evaluaron con asombro y una pizca de miedo. Mis ropas eran sencillas, una túnica y pantalones negros, pero lo que advertía de mi amenaza era mi espada enfundada en el cinturón.

Mi identidad estaba oculta, no solía llegar con capa y corona, anunciando que era el Rey de Adalania, prefería darle sorpresas a mis deudores.

— ¿ Está el señor Rocer? — Pregunté.

— Si... ¿ Viene a matarlo ? — Preguntó el niño, bastante inteligente.

— Vengo a tratar un asunto con él — Dije para no asustarlo.

— Tiene una espada... Si viene a matarlo — Estrechó sus pequeños ojos.

Sonreí — Eres muy inteligente.

Sus ojos se abrieron de par en par con susto.

Una mujer apareció, llevaba un vestido gris y el cabello recogido, estaba pálida y con ojeras bajo sus párpados inferiores.

— Ya te he dicho que no abras la puerta a desconocidos, a tu padre no le gusta — Gruñó la mujer mientras cargaba al pequeño, el niño se aferró a su cuello sin dejar de mirarme.

— ¿ Quién es usted? — Preguntó la mujer mientras me observaba con desconfianza.

— Vengo a tratar un asunto con su esposo... Seré breve — Dije y frunció el ceño.

— ¿ Él le debe dinero?

Asiento con la cabeza.

— Puede pasar, le informaré de su llegada, ya es el cuarto hombre está semana que viene a cobrar algo, aunque dudo que le pague, está ebrio — Avisó.

— Muchas gracias y descuide, va resolverse.

Avancé con mis manos en los bolsillos, me quedé de pie en la sala de estar, estaba oscuro y olía a humedad, tan deteriorada que no servía de nada. El suelo estaba lleno de arenilla negra debido a las termitas que devoraban el lugar.

La mujer cerró la puerta.

— Puede ponerse cómodo si gusta — Dijo mientras mantenía al pequeño en sus brazos.

— Tiene una espada — Señaló el niño y me mantuve neutral.

La mujer lo mandó a callar.

— Disculpe, a veces mi hijo es muy observador.

— Entiendo, no debe darle importancia — Sonreí.

La mujer se sonrojó al notar mi encanto y mi atractivo abrumador. Caminó hacia un pasillo y desapareció.

Las escaleras se quejaron, observé en seguida en dirección al sonido. Dos chicos estaban sentados en uno de los escalones, manteniendo sus ojos en mí con desconfianza, ambos con sus rostros sumergidos en las sombras.

Se quedaron allí, ni modo, iban a presenciar el deceso de su padre.

Los pasos inestables se acercaron y luego el Señor Rocer apareció en la sala de estar. Era un hombre delgado con barba descuidada. Vestía ropas harapientas y llevaba una botella de vino colgada en la mano.

Se tambaleó, acercándose a mí. Me mantuve firme cuando se detuvo frente a mí.

— ¿ Quién rayos es usted? — Gruñó con voz de ebrio — Mi mujer me acaba de decir que le debo... Pero jamás había visto rostro — Me reparó de pies a cabeza.

Retrocedo cuando su aliento rancio roza mi nariz.

— Su mujer no mintió Señor Rocer... Pero tiene razón, es la primera vez que me ve y sino fuera así dudo que tampoco me recordara estando borracho — Entrelace mis manos.

Frunció el ceño y se dejó caer en uno de los sillones.

— Lamentablemente no tengo nada de valor... Al menos que prefiera esos dos inútiles — Señaló hacia la escalera y los dos chicos se sobresaltaron de miedo — Puede ser de los que prefiere a los hombres — Insinuó mientras soltaba una carcajada — O peor aún... Los niños... Ya conoció a mi esposa... Esa no vale nada... Así que no tengo nada de valor para pagarle.

Siguió riéndose, me mantuve serio así que rápidamente guardo silencio.

— No vengo a escuchar sus chistes de mal gusto... Hace un mes recibió una carta con el sello real... Si leyó su contenido...

— ¿ Leer ? — Me interrumpió mientras se llevaba la botella a la boca — Todo lo que respecta al maldito Rey de Adalania me importa una mierda... ¿ Sabe lo que hice con la carta? La usé para limpiarme el trasero...Con gusto puedo enseñársela

Me mantengo sereno mientras ríe grotescamente pero lucho con mis impulsos de golpearlo por insolente.

— Tiene una deuda de hace viente años, yo que usted me preocuparía bastante y no me lo tomaría tan ligeramente... Obviamente está en banca rota... No tiene con que pagar, así que solo le queda su vida para saldarla.

— El préstamo me lo dió el Rey Elliot, su estúpido hijo ambicioso no tiene que ver en esto... Si se murió no es mi problema, yo ya no tengo ninguna deuda.

— Es un malagradecido, gracias a el fallecido Rey Elliot usted pudo obtener lo que tiene, lo hizo a costa de la fortuna real, no tiene dignidad para decir que ya no tiene deuda que saldar — Gruño mientras tenso mis hombros.

Me señala con el dedo índice y aprieto mi mandíbula.

— Usted debe ser uno de esos perros falderos lame botas del rey... Incluso pienso que se dejan follar por él.

Se ríe de nuevo y yo me río sarcásticamente.

Saco mi espada y la blando rápidamente contra la botella en su mano. La mitad del vaso cae al piso y quiebra, derramando vino en su interior. El hombre se tensa palideciendo, sus hijos sueltan gemidos de asombro. Coloco la punta de mi espada en su garganta y se queda inmóvil.

— Le diré algo que su ebriedad no le deja ver... Hay viente hombres rodeando la propiedad, listos para arrasar con su hacienda y su familia cuando yo de la orden.

Solo lo estaba asustando, él era el único que iba perecer.

Los dos chicos bajan las escaleras, los fulmino con la mirada cuando intentan acercarse.

— Cualquier resistencia será penada con la muerte.

Ambos desisten.

— Puede ser uno de esos charlatanes — Gruñe y encajo mi punta un poco más.

— ¿ Esto le parece un juego ?

Guío la punta de mi espada a su dedo y lo corto con una sola blandida.

Grita, agonizando y me reí.

— ¡ No, no me mate ! — Súplica mientras trata de parar la sangre.

Le doy una patada, cae al suelo y se queda allí.

La mujer aparece en la sala de estar y observa aterrada la escena, el niño en sus brazos observa con terror.

— ¿ Quién rayos es usted? — Reclama la mujer — ¿ Por qué hace esto ?

El hombre se levanta.

— ¡ Hijos ! — Grita, ambos chicos se tensan — ¡ Ataquen a ese infeliz!

Ninguno se mueve.

— ¡ Par de inútiles! — Grita mientras lo señala despectivo.

— Eres el responsable de esa deuda y de nuestra miseria, así que resuelve solo — Dice uno de ellos y me río.

Eso es lo que se gana por ser un mal padre.

— ¡ Malditos! — Grita y se dirige a ellos, todos retroceden, coloco mi bota en su camino y tropieza, estampando su rostro en el suelo.

Se coloca de rodillas y me fulmina con la mirada.

— ¿ Quién te crees que eres para venir aquí a humillarme ?

— Soy Evans Asgarria — Dije con voz firme y todos se sorprenden.

El rostro del señor Rocer palidece.

— El rey tirano.

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