Curso el último año de mi secundaria y mi sueño es ser arquitecta. Me la pasó dibujando y haciendo diseños de casas. La verdad es que me quedan muy bien.
Mi vida transcurre en un colegio donde los hijos de la familia más ricas asisten y la verdad no me interesa tener amistades. Lo único que quería era terminar la escuela con un perfil bajo.
Mi gran sueño es ir a estudiar a Harvard, si, yo Lucía Wheeler quiero ser una gran arquitecta.
Mi escuela era inmensa. Mi lugar favorito era la azotea, ahí nadie iba y me encantaba estar sola, siempre caminaba con un moleskine que me había regalado mi padre. Me sentaba en el piso de la azotea, abría mi libreta y empezaba a diseñar.
Un día mientras terminaba de dibujar y me disponía a bajar las escaleras un chico estaba ahí. Si, un chico y no era cualquier chico, el hijo del hombre más rico de la ciudad, John Walton.
— Hola. ¿Esos son tus diseños?
Di el primer paso para bajar al siguiente piso. No quería que ese chico pedante me hablara, además tenía mala fama de mujeriego y no quería ser una más de la lista.
— Oye, te hablé. Te llamas Lucía Wheeler.
Me paré en seco.
— Disculpa cómo sabes mi nombre.
— Te llamé y no me contestaste.
— Disculpa es que no te escuché.
— Pero si me tenías al frente.
— Perdón. No te escuché. Me retiro pronto el timbre sonará y necesito llegar a mi aula.
— Soy John Walton. Y quería decirte que me gustas.
— Estás loco, si ni siquiera me conoces.
— Si te conozco. Eres Lucía Wheeler. Tienes 16, eres sagitario y quieres estudiar arquitectura en Harvard.
— Eres un acosador o que. Todo eso está en mi expediente. Andabas revisando mi información personal.
— Me gustas. ¿Quieres ser mi novia?
— Es una broma. Espera donde están tus amigos idiotas, me están tomando un vídeo y luego seguro lo vas a subir a YouTube. No soy tu broma.
— No es una broma. Desde que entraste al colegio me llamaste la atención y aunque no estamos en la misma aula quería confesarme. Este es nuestro último año.
Lo dejé con la palabra en la boca y bajé las escaleras.
No podía creer que John Walton, el famoso John Walton se me acaba de declarar. No voy a negar que tiene una belleza extraordinaria, alto, ojos azules, sus labios carnosos, de tez blanca y con buen cuerpo, pero no debo distraerme. Lo único que quiere es que sea parte de su historial y yo no quiero ser eso.
A la salida de la escuela, John me toma de mano. Las miradas de todos los estudiantes estaba sobre nosotros.
— ¿Te acompaño a tu casa?
— Ey, Suéltame. ¿Qué haces?
— Quiero llevarte a tu casa.
Me señala su carro, un Ferrari SF90 Stardale.
— No gracias.
Lo dejé y seguí caminando. Pronto mi padre vendría a recogerme. Yo que solo quería pasar mi último año con un perfil bajo, ahora estoy en la mira de todos. No me imagino como será mi día mañana con todas las enamoradas que tiene.
Y así fue. Siempre llegaba temprano a la escuela. Cuando una chica compañera de él me arrastró hasta los baños, cerró la puerta.
— ¿Qué eres de John? Vi que ayer él te tomó la mano. Si no quieres problemas conmigo es mejor que te alejes de él— me tomó del cabello, desarreglandolo todo.
— No sabía que al colegio venían delincuentes. Te voy a reportar en la dirección.
— Estás advertida. La próxima vez no será una jalada de pelo.
— ¿Quién te crees? Si soy o no soy novia de John es mi problema no el tuyo— le agarré el pelo— y a mi no me andes tocando maldita prostituta.
Salí empujándola. Tenía el cabello desarreglado. Con mis manos me iba arreglando el cabello mientras me dirigía a mi aula. Y alli estaba él, John, en la entrada de mi aula con un ramo de rosas rojas. En cuanto lo vi, di la media vuelta. Él me siguió y tomó mi mano.
— Espera Lucía.
— Ya he tenido demasiado sabes. Y todo por tu culpa.
El vio mi cabello desarreglado.
—¿Quién te hizo esto?
— Alguna de tus noviecitas. Así que déjame en paz.
Caminé otra vez en dirección a mi aula. Mis compañeros no paraban de verme. John se fue a su aula.
John cada día me llevaba rosas, tarjetas y al final terminé cediendo ante él.
***John Walton***
Desde la ventana de mi aula podía ver a Lucía que siempre en la hora del descanso estaba en la azotea del edificio de su aula. (El colegio estaba dividido en tres grandes edificios A, B y C. Mi edificio A estaba frente al B y ella estaba en ese, en el B.)
Desde que entró al colegio hace un par de años, cuando yo tenía 14 años, ese día quedé impactado por ella. Siempre me mantuve observándola desde lejos. Pero hoy después de dos años de estar enamorado de ella, tomé el valor para confesar mi amor.
La vi que estaba en la azotea con una libreta en la mano. Me pasé al edificio B y subí hasta llegar a la azotea, me quedé ahí detrás de la puerta viéndola. Esperando que mi valor llegara al límite.
Lucía salió y le hablé, pero ella hizo como que no me vio.
No puedo creer que yo, John Walton, el hijo del hombre más rico y más respetado de esta ciudad, esté siendo ignorado por una chica.
Así que cada día por casi 6 meses la esperaba en la puerta de su aula con un ramo de rosas o con chocolates, a veces le llevaba tarjetas con poesía romantica, la invitaba a salir, le pedía acompañarla a su casa y todas sus respuestas eran negativas, Lucía cogía las rosas y la ponía en la basura y los chocolates los regalaba.
Nunca en mis 16 años me había enamorado. Y siendo está mi primera vez no quería quedar en el intento. Insistí e insistí. Hasta que un día ella me dijo que si, ahí en su lugar favorito, en la azotea.
Lucía estaba sentada en el piso de la azotea con su libreta en las manos.
— Eres un fastidio, me sigues a todos lados.
— Hasta que no me digas que quieres salir conmigo, entonces te seguiré. ¿No te gusto ni un poquito?
Ella me miraba con sus hermosos ojos color avellana. No dije nada y solo la besé. Me dejé guiar por el impulso y ella igual se dejó besar.
— Sé mi novia. Si quieres hasta me pongo de rodilla si lo deseas.
Ella no me decía nada. Estaba toda colorada y nerviosa.
— Di algo. Que yo también me muero de los nervios.
— Pero yo no quiero ser solo una más de tu lista.
— Entonces siempre me desprecias por qué crees que tengo una lista de chicas. Que ellas andén detrás de mí y yo sea amable no significa que yo que tenga interés o que me gustan.
Ella se quedó viéndome fijamente.
— Te preguntó entonces, ¿Quieres ser mi novia?
Ella suspiró.
— Está bien. Solo te voy a pedir que no juegues conmigo.
Por dios, después de 6 largos meses insistiendo, por fin ella acepta. La chica que amo en secreto desde hace más de 2 años, por fin me dio el sí.
Cada día hasta que nos graduamos de la secundaria, yo la iba dejar a su casa y en ese diciembre, fui a pedir permiso a sus padres para salir con ella.
***Lucía***
Me gradué junto con John del colegio. Me sentía total enamorada de él. Mi felicidad fue completa cuando recibí la aceptación de la universidad que tanto había soñado. Si, ahora soy estudiante arquitectura de la universidad de Harvard.
John heredó casi de inmediato algunos negocios hoteleros de su padre, compró una mansión y un par de autos Ferrari.
John siempre me decía que no había necesidad de que estudiara que con el trabajo de él era suficiente, él me daría todos los lujos y lo que quisiera.
Estando en el tercer año de mi carrera, decidí irme a vivir con él. Se los dije a mis padres y ellos se negaron, no estaban de acuerdo pero al final no me importó por que era mi vida y yo lo amaba a él ciegamente. A mis 19 años, en mi tercer año de arquitectura dejé todo por irme a vivir con él.
El primer día que llegué, John me recibió con tanta alegría. Me llevó al cuarto.
— Este será nuestro nido de amor. Esta es tu casa y siéntete libre de hacer los cambios que quieras.
— Es hermosa.
John me toma en sus brazos y me empieza a dar unos besos tan profundos. Ese día al hacer el amor con el, perdí mi virginidad.
Sentía que lo amaba aún más. Él me trataba como una reina, siempre amoroso.
En la mansión me trataban como la ama y dueña de todo. John estudiaba y trabajaba y yo simplemente me quedaba en la casa. Esa mansión era como mi castillo.
El tiempo no se detiene y así pasaron dos años, si, dos años junto a John. El logró graduarse y yo me quedé en el camino, me sentía alegre por él pero de cierta forma, yo Lucía, me sentía vacía, como que algo había perdido.
John comenzó a invertir más en las construcciones de hoteles y en poco menos de dos años él era el hombre más influyente en el área de hotelería.
Llevo con John desde los 16 años, a los 19 años me mudé con él y hoy cuatro años después, con 23 años siento que algo me falta. No dudo del amor que yo siento por él y él siempre me da todo lo que pido y aunque no lo pida.
Algunas veces John salía por cuestiones de trabajo con mujeres, otra veces llegaba con labial en las camisas. Nunca decía nada, por qué él me decía que todo lo hacía por la empresa, por nuestro futuro y que nunca ha tenido sexo con nadie y que yo soy la mujer que él adora y ama.
Un día sentada en el comedor, recibí la visita de su padre, Leonard.
— Puedes retirarte José— le dije al mayordomo.
José se retiró.
— Hola Lucía. Quiero que hablemos.
— Si, digame señor Leonard.
— Yo se que mi hijo te adora. Pero espero me comprendas lo que te voy a decir. No se si John ya te dijo.
Mi corazón en un instante se agitó tanto que sentía que dolía.
— John está comprometido desde los 15 años con la hija de mi amigo y ya es hora de formalizar ese compromiso. Entenderás que son millones de dólares perdidos si él no se casa con su prometida de verdad. Tú puedes vivir aquí y seguir como siguen.
Él no había terminado de hablar cuando mi cara estaba llenas de lágrimas.
—Espero lo entiendas pero hay cosas más importante y el honor de los Walton está en juego con esa boda.
— Y John sabe que usted iba a venir a decirme esto. Él sabe de su compromiso.
— Él lo sabe y también sabía que tarde o temprano él tenía que cumplir con el compromiso que tenía con Luisa Ricalde.
El señor Leonard se levantó y se fue. Yo quedé sentada en un mar de lágrimas. No podía creer lo que me acaba de decir.
Me levanté y el mayordomo vino ayudarme porque seguramente me vio mal.
— Señorita Lucía, usted sabe que el señor John la ama, usted es la luz de sus ojos. Hablé con él.
Subí al cuarto, me acosté. Lloré y lloré mucho. Tomé mi celular y entré al navegador. Puse el nombre que el señor Leonard me dijo, Luisa Ricalde. Y habían muchos artículos de ella. "Hija del empresario Mario Ricalde, se luce en las pasarelas" "Luisa Ricalde la modelo mejor pagada del momento". Luisa Ricalde es modelo, tiene 21 años, graduada en artes escénicas, modelo y actriz... Habían tanto de ella, era muy hermosa y su cuerpo era como el de una diosa.
Me parece que todo esto es una pesadilla, la ambición y la avaricia de los millonarios siempre es así, entre más tienen mas quieren y los Walton no era la excepción.
Mi mundo se venía abajo. Ese vacío que sentía se hacía más y más grande. Y la única culpable siempre he sido yo, por dejar de hacer lo que tanto amaba, por dejar que alguien más me diga que hacer, por creer que John me amaba. Yo si lo amo y lo amo de verdad. Yo siempre he sacrificado todo por él. Y el que ha hecho por hecho por mí. Nada.
Cuántas veces lo he esperado hasta muy noche porque él anda en reuniones de negocios, cuántas veces ha venido borracho, cuántas veces ha venido con labial el cuello de la camisa, cuántas malditas veces ha sido. Y yo aquí esperando por él, sin salir, sin estudiar y sin ver a mi familia.
.....Toc Toc....
— Señorita, ¿puedo pasar?— dijo José el mayordomo.
— Puedes.
José entró y me traía un vaso con agua y un calmante.
— Señorita, dejé de llorar. No me gusta verla así. Le traje unos calmantes. Toméselo y descanse.
Me tomé el calmante. Puse mi cabeza en la almohada. José salió. Pensé y pensé y ese día tomé una decisión.
Cuando John llegó a la casa eran como las 8 de la noche. Entró al cuarto, yo estaba acostada medio dormida, los calmantes no ayudaron mucho, si estaba relajada pero mi corazón estaba intranquilo.
— Lucía necesito que hablemos.
— Si, dime.
— Mi padre me contó que vino a verte. Y te juro que yo no quiero ese compromiso.
— Bueno. Esta bien John.
— ¿Es lo único que vas a decir? Dime qué estás molestas.
— Comprendo la situación.
— Sabes que me voy a casar y no te importa. Hoy tuve una discusión con mi padre, Lucía yo no me quiero casar.
— Entonces no lo hagas.
La verdad es que estaba en un punto que sentía que me valía todo porque al final del día de hoy en mi corazón y en mi mente le estaba diciendo adiós.
— Lucia puedes verme mientras te hablo.
Me senté en la cama y lo miré.
— Dime, ya te estoy viendo.
— Ese matrimonio es por conveniencia, es como un contrato. Entre nosotros no cambiará nada. Yo seguiré aquí contigo porque a la única mujer que amo es a ti. Tú eres mi mujer mi única mujer.
— Te creo— sonreí— es un contrato comercial, asi que no te preocupes.
Se acercó y me abrazó. Yo le devolví el abrazo y le di un beso. Me iré de su lado pero no hoy, fingiré que todo está bien y en el momento menos indicado, me marcharé.
— Gracias Lucía, yo sabía que me entenderías porque sabes que te amo y te amo de verdad. Tú eres mía y nadie te va a separar de mi lado.
Que palabras más ilógicas. Me ama pero su ambición es más grande que su amor. No cuesta nada revelarse a ese compromiso.
Esa noche hicimos el amor como un par de locos hasta quedarnos totalmente exhaustos. Iba a disfrutar los ultimos momentos con él. De alguna manera era como despedirme de su amor, de su cuerpo y de sus caricias.
— La boda es el sábado. Ese día solo firmó y me regreso a la casa para estar contigo.
— Está bien John.
Se casa el sábado, en tres días el amor que tanto me profesó se termina. No puedo seguir viviendo este engaño, no puedo seguir en este castillo de cristal porque al final este castillo bonito y lujoso es mi cárcel.
Durante esos tres días cada vez que él llegaba del trabajo hacíamos el amor con tanta pasión. John estaba lejos de saber que el día de su boda, ese día jamás me volvería a ver.
Llegó el sábado. Una llamada en el celular de John nos despertó.
— Ni buenos días me dices papá. Ya se lo que tengo que hacer por favor déjame de presionar. Te dije que a las 10 estaba ahí.
La llamada se terminó. John se levantó muy molesto.
— Mi amor me tengo que ir, pero regresó en la tarde.
— Si mi amor. No te preocupes.
John me besó. Disfruté ese último beso y desde mis adentros mi corazón se quebraba en miles de pedacitos.
John salió vestido con un smokin blanco. Se veía tan guapo. No puedo creer que lo vea vestirse para su boda.
Posiblemente yo sea una egoísta porque ese compromiso fue antes que nuestro noviazgo. Llamé a mi madre y le dije que pasaría por la casa un rato. Ella se extrañó porque desde hace algunos meses no iba a verlos pero sabía por qué iba. Si en todos lados la boda más famosa de la historia se anunciaba.
Me paré junto a la ventana y desde ahí observaba como él se subió a su Ferrari y se iba, mis lágrimas no paraban de salir.
¿Qué me llevo? Me hacía esa pregunta. Y mi respuesta fue tan sencilla. Nada. Aunque él me dio todo y todo lo que había en el cuarto era mío, todo el clóset lleno de hermosas ropas que casi nunca usé porque no salía, tenía un estante lleno de zapatos de todos los colores, tenía carteras de todas las marcas y diseños, pero todo esto no era mío, solo eran adornos para este cuarto que durante varios años fue el nido de los dos.
Así que me vestí como normalmente lo hago, con mi jeans azul, una camisa rosa y mis tenis del mismo color. Tomé las llaves de uno sus autos y bajé del cuarto.
— Señorita, ¿va a salir? ¿Le avisó al joven John?
Se me había olvidado que todo se le decía a John. No había nada en esta casa que el no supiera.
— Se me olvidó decirle que iba a casa de mi mamá. Pero no tardo.
— Está bien.
Seguramente ya le dijo que salí. Odiaba esa forma en que mantenía.
Salí de la mansión sin nada. Llamé otra vez a mi madre.
— Madre— me solté a llorar.
— Hija. Siento que todo esto termine así. Tu padre está molesto con ese idiota.
— Me voy pero antes quiero darte un abrazo a ti y a mi padre.
— Pero no hay necesidad de irte, regresa, ésta es tu casa. Aquí tu padre y yo te vamos a apoyar.
— Creo que mejor aquí nos despedimos. Voy a empezar de nuevo en otro lado y no quiero que John me busque, no quiero verlo más.
— Hija. Piensa las cosas. Aquí está tu hogar y no dejaremos que ese imbécil te moleste.
— Mamá te amo, y dile a papá que lo quiero y que algún día los visitaré de nuevo cuando esté lista para regresar.
Colgué la llamada. Conduje hasta el supermercado del centro de New York. Y ahí dejé el auto y el celular. Caminé varias cuadras y tomé un taxi hasta el aeropuerto. Y con un poco de dinero que tenía en la mano, viaje a Los Ángeles. Ahí viví durante 1 mes. Trabajé en un bar y recogí dinero para cambiarme el apellido de mi padre por el apellido de mi madre y quitarme el primer nombre y dejarme el segundo, ahora ya no mas Lucía Wheeler, ya no mas la hija del empresario Wheeler, mi nueva identidad Valentine Smith.
Me cambié de ciudad, ésta vez me fui a Chicago, ya no como Lucía Wheeler sino como Valentine Smith, ahí estuve otro mes y trabajé de mesera en un restaurante, ahorré lo que pude y compré un boleto de avión a Madrid.
Al subir al avión, lo hice con lagrimas en mis ojos, me despedí de la travesía que había vivido en New York, les dije adiós a mis padres desde mi corazón, le dije adiós a John Walton, el único hombre al que amado desde mis entrañas.
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