Tic tac, sonaba el reloj en la pared, acompañado por las pisadas de un joven de cabello azabache que corría desesperado por los pasillos del hospital.
Sin saber qué era lo que estaba pasando, la gente a su alrededor lo miraba con lástima, pues las lágrimas inevitablemente no dejaban de escurrir por sus mejillas desde que recibió aquella llamada, una en donde le dijeron que su novio, el chico al que amaba, el chico que conocía desde hacía años, el chico que le daba luz a su vida, había tenido un accidente.
—Señorita— le habló a una enfermera con la voz entrecortada por el llanto— ¿El paciente William Jonson?
La mujer, de cabellos negros y expresión sorprendida, revisó en unos documentos que tenía en la mano y asintió con la cabeza, comprendiendo al instante el motivo de aquellas lágrimas.
—Aún está en cirugía.
—¿Qué fue lo que pasó?— preguntó el joven desesperado.
—Pues, parece ser que fue atropellado por un vehículo particular. Un muchacho lo trajo hasta aquí, pero no se quedó, cuando lo buscamos ya no estaba, así que registramos al joven Jonson con la credencial que traía en la cartera, y pudimos contactarlo a usted, gracias al registro que ya se tenía en el hospital.
El mundo del joven de piel pálida se estaba viniendo abajo, su querido novio estaba en ese lugar, herido, y no sabía la gravedad del asunto, tampoco sabía qué era lo que sucedería, pero rogaba al cielo que William estuviera bien, que saliera adelante.
—¿No podría decirme usted su estado?
—Lo siento joven, pero esa información aún no me ha sido brindada, tendrá que esperar al doctor para que le de una respuesta en cuanto acabe la cirugía.
El joven, roto en llanto, tuvo que sentarse en una silla de la sala de espera, rogando por buenas noticias. No podía creer lo que estaba pasando, su novio, su ángel, el amor de su vida, su todo, no podía dejarlo, no ahora, no sabía lo que haría si no lo tenía a su lado.
—Por favor— sollozó— Por favor, que todo salga bien.
Y entonces sacó de su chaqueta una pequeña caja de color guinda aterciopelada, la abrió, y de allí sacó la sortija que pertenecía a su difunta madre, pues ya que ahora el matrimonio homosexual había sido aprobado, tenía pensado proponerle matrimonio ese fin de semana....La vida no podía ser tan cruel como para arrebatarselo así... Él no lo aceptaría.
Las cosas debían mejorar, no empeorar, pero conforme pasaban los minutos, la ansiedad y la incertidumbre crecían cada vez más, hasta que finalmente luego de una larga espera, el personal médico salió del quirófano, pero sus rostros no se veían bien.
—Familiares de William Jonson.
El joven se levantó de inmediato y caminó hacia el médico con notorio nerviosismo, pues sus manos no podían estarse quietas, y la sonrisa temblorosa de sus labios reflejaba el miedo que sentía, junto con una mirada ansiosa y ojos llorosos.
—¿Cómo está?— preguntó no queriendo escuchar la respuesta.
El médico suspiró y posó su mano en el hombro del joven de cabellera azabache, pues dar malas noticias no era algo fácil de hacer.
—Hicimos todo lo que pudimos... Lamentablemente él no sobrevivió, llegó en un estado bastante delicado, el automóvil le golpeó demasiado fuerte, perdió mucha sangre, y me cuesta mucho trabajo decírselo, pero las heridas muestran que no sólo le golpeó, debió seguir avanzando aún con él en el camino.
Y entonces el joven se quedó callado, en un estado de shock, tratando de asimilar lo que el hombre de vestimenta azul acababa de decirle, pero no fue así, no podía asimilarlo, por más que el tiempo pasaba, y pronto las voces se volvieron ecos, su corazón latió con fuerza y su visión se volvió borrosa debido a las lágrimas. Esperaba escuchar que aquello sólo había sido una cruel broma, y que su lindo ángel se encontraba esperándolo con aquella sonrisa que tanto amaba, pero no fue así.
—¿Joven, está bien?— preguntó el médico, pero él no respondió nada, simplemente empezó a caminar hacia el quirófano, ignorando las palabras, y aunque trataron de detenerlo, él avanzó sin mirar atrás, entrando bruscamente y viendo el cuerpo cubierto con una manta blanca, en ese momento, sus ojos se llenaron de más lágrimas al acercarse y destaparlo.
Los ojos de William estaban cerrados, su piel se veía tan pálida, casi blanca, y al tocarlo, sintió lo fría que estaba. Su corazón se pulverizó en el momento en que no percibió los latidos del corazón ajeno.
—No mi amor... Por favor no me dejes... ¡No me dejes Will, por favor!— sollozó aferrándose al cuerpo inerte de su novio.
Los guardias de seguridad del hospital hicieron acto de presencia, sin embargo, el médico les ordenó que se retiraran, sabía que el chico necesitaba estar a solas y despedirse, no se podía hacer nada más.
Pasaron algunos días después del accidente, el funeral había sido algo muy doloroso, y Jake, el joven de cabello azabache, no paraba de llorar, y cuando empezaron a echar tierra sobre el ataúd, un vacío se instaló en su corazón. No sabía cómo continuar sin él, sin William. El lugar poco a poco quedó vacío, sólo se encontraba Jake, de pie entre la lápida de su novio y la de su madre, quizo que estuvieran juntas las dos personas que más había amado en su vida.
[...]
Tres meses después, Jake salía de su departamento como cada domingo desde que fue el entierro de su pareja; con su abrigo negro, un chocolate y dos ramos de flores.
Manejó hasta el cementerio, y de allí caminó hacia las tumbas de sus personas más amadas en el mundo.
—Hola mamá, hola Will— les saludó sentándose entre éstas—, sé lo mucho que te gustan los chocolates mi amor, así que te traje uno... Espero que lo comas tú y no los perros del cementerio— rió bajo y suspiró, mirando al cielo— deben estarse preguntando si me alimento bien, es lo que más les preocupaba en todo el día, si yo me alimentaba bien, y recuerdo que aveces ni siquiera comía hasta la hora de la cena, y ustedes se enojaban conmigo, pero solo para que estén tranquilos, sí, he comido bien todos los días— levantó la mano— lo juro. Aunque he de admitir que mi comida sabe terrible comparada con la de ustedes.
Y así, el azabache se quedó hablando por algunas horas, riendo solo, llorando solo, contándoles sobre su semana y lo difícil del trabajo, hasta que finalmente anocheció.
—Bueno— limpió sus mejillas—, ya es momento de que me vaya, antes de que vengan a sacarme por la fuerza, vendré pronto a visitarlos nuevamente, así que, adiós mamá, adiós Will... los amo.
Se levantó, beso los dedos de su mano y la colocó encima de la lapida de su madre, y después hizo lo mismo en la de su novio. Cuando terminó de despedirse, caminó lentamente hasta llegar a su auto para volver a su departamento, mismo al que consideraba solo un lugar deprimente, pero para su sorpresa, al llegar ahí, vió varios hombres bajando cosas de un camión de mudanza, y subiendolas al edificio, aunque realmente no le dió tanta importancia, hasta que al estar en su pasillo correspondiente, un jovencito de cabellera castaña, unos centímetros más bajo que él, chocó en su espalda.
—Oh, lo siento— se disculpó e hizo una reverencia—. Soy Taylor Becker, acabo de mudarme al departamento 101.
—Jake Moore— respondió con seriedad y desinterés.
—Es un placer, ¿Sabes? eres la primer persona del edificio que conozco y...
—Oye, no quiero ser grosero, pero no me interesa— le interrumpió—, yo no soy el tipo de persona con quien quieras relacionarte, así que evitemos un problema.
Jake siguió su camino, hasta pararse delante del departamento 100, que estaba justo delante del 101, dejando a Taylor desconcertado; sin embargo, también quedó un poco intrigado por aquella personalidad. Él era un chico persistente, y no se rendiría tan fácil, aunque tampoco era consciente del porque de aquella actitud.
La semana había comenzado como siempre desde aquel suceso, y la rutina era siempre la misma; Jake se levantaba a las seis de la mañana para salir a correr al parque que había cerca de su edificio, volvía, se duchaba, comía algo y se iba a trabajar, para volver a las siete u ocho de la noche a su departamento, y quedarse dormido en el sillón mirando fotografías que lo transportaban al pasado.
—Buen día joven— le saludó el guardia el edificio.
—Buen día Alfred— respondió Jake al hombre mayor, de cabello canoso y una sonrisa que hacía más visibles las arrugas de su cara—. Volveré en una hora.
El guardia asintió con la cabeza y Jake salió del edificio colocándose sus audífonos antes de comenzar a estirarse, para posteriormente, comenzar a trotar, y conforme pasaban los minutos, el sudor poco a poco empezó a manchar su ropa deportiva, pero él no se detuvo en ningún momento, pues el ejercicio era algo que lo distraía, ya que despertaba muy temprano y aveces no podía dormir debido a las pesadillas, o por el simple dolor que en ocasiones invadía su pecho.
Corrió sin detenerse, pero el aire pronto comenzó a faltarle y fue entonces que al fin se detuvo por un momento, apoyando sus manos en las rodillas mientras trataba de normalizar su respiración.
»—No seas flojo Jake... Te estoy ganando.
—Vamos Will, no soy tan ágil como tú.
—Eres un lindo perezoso— el jovencito de cabello rubio y mejillas rosadas soltó una risa al ver como su novio no podía ni siquiera caminar —. Vamos, vamos, que llegaré tarde a la universidad y tú al trabajo.
—Sólo un segundo más. Déjame tomar aire.
—A éste paso acabaré cargandote.
—No es mala idea, amor.
Jake rió, y en un rápido movimiento, tomó al joven de menor edad entre sus brazos y lo levantó, comenzando a dar vueltas con él cargando. William también rió estruendosamente y abrazó el cuello de su novio para besar sus labios.
—Te amo Jake.. Aunque seas un perezoso.
—Te amo más, Will.«
El joven de cabello azabache no pudo evitar soltar algunas lágrimas cuando esa imagen apareció en su cabeza, los recuerdos le venían en montones cada vez que pasaba cerca de un lugar donde estuvieron juntos, por lo que prácticamente todo le recordaba a su difunto novio.
No podía dejar de pensar en él, no podía dejar de pensar en lo que no pudieron seguir viviendo, en las cosas que les faltaron experimentar, en todo el tiempo que les fue robado, pero no podía hacer nada, lo único que hacía, era aferrarse a esos recuerdos sin intención de dejarlos ir nunca.
—Suficiente— murmuró mientras limpiaba el sudor, y al mismo tiempo, las lágrimas.
No podía seguir corriendo en esa condición, así que optó por volver al edificio, pero cuando llegó, nuevamente se encontró con aquel chico de cabellera castaña en el elevador. El jovencito le brindó una amplia sonrisa mostrándole esos dientes blancos como perlas y totalmente derechos, incluso pensó que debieron haberlos acomodado con una regla, cada uno en su espacio, eran perfectos.
—¡Hola!— lo saludó animadamente.
—Hola— contestó Jake algo fastidiado, mirando para otra parte que no fuera aquella deslumbrante sonrisa.
—¡Oye, adoro tu cabello!
El chico de piel pálida lo miró extraño, se preguntaba qué estaba mal con él, es decir, sonreía como tonto, parecía como si no tuviera problemas, además era bastante confiando a su parecer, y en cambio Jake en ese momento sólo conocía el dolor, la desgracia, la monotonía y la desconfianza. Sabía que la vida no era perfecta, y el sólo ver esa sonrisa en el castaño le provocaba unas tremendas ganas de gritar.
—No me interesa— desvío la mirada y siguió serio, tratando de ignorarlo, pero el castaño no parecía tener intención de dejarlo en paz.
—Eres muy pálido— mencionó Taylor ignorando la respuesta grosera del azabache—. Me gusta.
Y en ese instante, los ojos de Jake se abrieron de sobremanera y escuchó claramente la voz de William diciendo esas palabras en aquel momento.
»—¿Estás bien?— le preguntó Jake a un jovencito de cabello rubio que permanecía en el suelo con unos cuantos raspones y su bicicleta tirada a un lado, lo ayudó a levantarse y luego recogió su "Vehículo".
—Si, eso creo— sonrió logrando que sus lindos ojos azules captarán la completa atención del desconocido—. Gracias por ayudarme.
Jake abrió la boca para hablar, pero la belleza de aquel muchacho lo había dejado totalmente mudo. Nunca había visto a un chico tan hermoso como él, realmente era precioso, y solo para no perder la oportunidad de estar a su lado solo un poco más, lo acompañó hasta su departamento. Inevitablemente sus ojos se desviaban de vez en cuando para mirarlo, quedando totalmente cautivado por la fragilidad y la inocencia que desprendía.
—¿Estás bien? ¿Puedes caminar?— preguntó luego de unos pasos, pues su rodilla estaba completamente raspada.
—Oh, sí, gracias... Puedo caminar bien, no te preocupes.
El azabache asintió con la cabeza, y el silencio nuevamente se instaló al rededor de ellos, pero no era un silencio incómodo, sino más bien tranquilo, agradable, que los acompañó el resto del camino hasta que finalmente llegaron a un edificio de color rojo.
—Bueno, aquí vivo— informó el chico.
—Oh, linda zona.
—Sí...
Ninguno sabía realmente qué decir, pero el sonrojo en las mejillas del chico rubio fueron una señal para Jake de que tal vez su compañía no le desagradaba, así que ante la ausencia de palabras, ambos se sonrieron mutuamente, y el corazón del peli negro se aceleró de sobre manera.
—Soy Jake, por cierto.
—Un gusto Jake, soy William— estrecharon sus manos y se sonrojaron al instante—Oye... eres muy pálido... Me gusta.«
Los ojos de Jake se inundaron al recordar aquella escena, el día en que lo había conocido.
—¿Oye, estás bien?— preguntó el castaño un poco preocupado al ver que el peli negro palideció aún más de lo que ya estaba.
—Por favor— la voz de Jake se quebró y se volvió ronca—... Por favor no me hables más.
Las puertas del elevador se abrieron y Jake salió corriendo, dejando a Taylor algo confundido de nuevo, pero eso no fue suficiente para alejarlo, sino al contrario, lo motivó a querer acercarse aún más, por lo que la noche siguiente, cuando Jake volvía de su trabajo a las siete de la noche, al llegar a su departamento, encontró a Taylor frente a la puerta con un pastel en manos.
—¡Hola blanquito!— le saludó animadamente, como siempre—¡Te he traído éste pastel, es delicioso!
Por un instante, el ceño de Jake se frunció, y estaba dispuesto a rechazarlo, pero al ver el brillo en los ojos verdes de aquel joven, no se sintió capaz de hacerlo, pues estaban llenos de emoción y alegría, y a pesar de que no se sentía muy bien, entendía que no tenía el derecho de hacer sentir mal a otros.
—Supongo que, gracias— respondió con el ceño aún fruncido y lo tomó en sus manos. Después, sin decir nada más, se adentró al departamento azotando la puerta detrás de sí.
—¿Pero qué le pasa?—se preguntó Taylor con el ceño fruncido— ¿Qué le hice? aunque me alegra que recibiera el pastel, eso es un avance... o eso creo.
El castaño se encogió de hombros y se adentró a su departamento, ignorando que Jake estaba recargado en la puerta escuchándolo hablar.
—No me hiciste nada... pero tú me lo recuerdas bastante— murmuró, para después alejarse de ahí e ir directamente a la cocina.
Esa noche no tenía hambre, pero un trozo de pastel no le haría daño, así que cortó un pedazo pequeño y lo sirvió en un plato, acompañado con un vaso de leche. Después de eso, caminó hacia la sala y se sentó en su sillón favorito, uno individual de color café oscuro, mirando una fotografía en dónde estaba su mamá, William y él.
—No sé qué hacer— murmuró y tomó el primer bocado del pastel, sorprendiendose del sabor, era fresa, era su favorito— ¿Cómo supo?
Negó con la cabeza. Definitivamente era una coincidencia, pero ya estaba empezando a asustarse, y aún así decidió no darle tanta importancia, por lo que terminó la rebanada de pastel y tomó la fotografía entre sus manos, mirando detalladamente cada parte de ella, y poco a poco comenzó a quedarse dormido, igual que siempre.
La mañana siguiente, después de haber vuelto de su rutina de ejercicio diario, se ducho y enlistó, por lo que media hora después salía hacia su trabajo, y al encender el auto, la radio se encendió también, y como si el destino quisiera verlo sufrir, la canción que William siempre le cantaba estaba sonando.
Una canción muy infantil de hecho, pues siempre reía al verlo cantar y bailar igual que un niño, pues a pesar de tener veintitrés años, era bastante divertido, muy carismático y alegre, otra razón más por la que lo amaba tanto, porque era lo opuesto a él, y siempre alegraba sus días con ese encanto.
—Maldita sea— apretó el volante con fuerza y quiso mantenerse bien, quiso controlarse, pero las lágrimas lo vencieron y empezó a llorar.
De pronto escuchó un golpeteo en el cristal de la ventana, por lo que, con rapidez limpió los rastros de lágrimas y miró sólo para encontrarse con Taylor saludando desde afuera.
No entendía porque siempre tenía que encontrarse con ese chico, pero por simple educación bajó el vidrio y le miró fijamente sin hacer ninguna expresión.
—Hola blanquito, sé que dijiste que no te hablara y eso, pero eres la única persona que conozco del edificio.
—¿Y? ¿Qué es lo que quieres?- preguntó con fastidio.
—Bueno, mi auto no arranca y necesito de verdad llegar a mi trabajo.
—¿Y luego?
—Bueno, pues... Me pregunto si podrías llevarme.
Jake frunció el ceño.
—Lo siento, pero no me voy a desviar de mi camino sólo por...
—¡No, no, no!— le interrumpió moviendo las manos de un lado a otro negando— Sólo hasta donde puedas llevarme, después caminaré o tomaré el autobús, pero es que como sabes, por aquí cerca no hay paradas y tendría que caminar un montón, y de verdad es urgente.
Jake lo pensó por unos segundos, se sentía algo incómodo con la presencia del chico, especialmente desde que probó el pastel la noche anterior, pero realmente parecía apresurado en llegar.
—Bien... sube.
Taylor sonrió ampliamente mostrando sus dientes y con rapidez subió al auto, colocándose el cinturón de seguridad y soltando un suspiro de alivio.
—De verdad te lo agradezco.
—Está bien, pero no te acostumbres demasiado, es solo por esta ocasión— mencionó arrancando el vehículo.
El trayecto fue silencioso. Excepto por la música del radio, ninguno de los dos decía nada, Taylor miraba por la ventana mientras que Jake iba concentrado en el camino, y al llegar al primer semáforo, el peli negro se detuvo y buscó otra estación del radio, no porque le desagradaba ese tipo de música, sino porque le recordaba a William. La luz del semáforo cambió y avanzó de nuevo. Unos metros más adelante, por segunda vez la misma canción empezó a sonar, aquella canción que para su gusto resultaba algo infantil.
—¡Oh, adoro esa canción!— exclamó el castaño.
»-¡Adoro esa canción!- gritó William emocionado y empezó a cantar.
Era la segunda cita que Jake tenía con él, y a decir verdad, la pasaban muy bien juntos, podría decirse que eran totalmente compatibles, y para Jake, era realmente perfecto cada instante, riendo, conversando, incluso mirando maravillado las expresiones de William, el cómo cantaba con su voz angelical.
—Hmm, es algo infantil.
—Oh vamos, no seas amargado, la canción es muy alegre y además si la cantas en voz alta es divertido... ¿Por qué no lo intentas?
—¿Qué?
—¡Canta conmigo!
—No, ¿estás loco?— rió suavemente, pero ante la insistente mirada de William, no tuvo más opción que suspirar y entonces comenzó a cantar también.
—¡Sí! ¡Estupendo!
El auto se llenó de risas y música a todo volumen.
—Creo que empieza a gustarme también- mencionó el peli negro con una sonrisa, causándole un sonrojo al rubio.«
Jake frenó repentinamente el vehículo e inevitablemente las lágrimas de nuevo habían nublado su vista al recordar aquel momento.
—¿Oye, estás bien?— preguntó Taylor algo confundido y preocupado al ver aquella reacción— ¿Dije algo malo?
El peli negro apagó la radio abruptamente y miró al chico a su lado, quien le observaba con algo de angustia, pues los sollozos que dejaba salir eran muy lastimosos, y no iba a negar que sintió vergüenza de ser visto, pero no podía evitarlo.
—N-No— habló con la voz entre cortada—. Es... Es sólo que...me recuerdas a alguien y...
—Y te duele, ¿Cierto?— Jake sorbió su nariz y asintió con la cabeza— Lo siento— soltó Taylor de la nada, con la cabeza baja—. Mi intensión no era incomodarte, y mucho menos hacerte sentir mal— miró hacia sus manos y permaneció en silencio por unos segundos antes de tomar la manija del auto— De verdad lo siento, espero que pronto estés mejor.
Sin decir nada más, salió del auto y Jake solo pudo verlo cruzar la calle para empezar a caminar en dirección contraria a donde él se dirigía.
No hubo más palabras, mucho menos pensó que el chico de cabello azabache lo detendría, simplemente Taylor comenzó a caminar por la banqueta, con las manos dentro de los bolsillos, pensando en ese chico de piel pálida que antes lo había mirando con aquellos ojos acuosos de color gris que desbordaban infelicidad y tristeza.
No tenía idea de lo que había pasado, tampoco tenía idea de a quién era que le recordaba y tampoco iba a preguntarle, pero parecía bastante afectado por ello. Anteriormente ya lo había notado, y no era porque se la pasara espiando a su vecino, pero lo oía al salir todas las mañanas, y los domingos se percató de que salía prácticamente todo el día, volviendo tarde, llorando, con una expresión abatida, perdido, completamente solo siempre, y aunque sabía que no era de su incumbencia, de alguna manera le preocupaba.
De pronto, el claxon de un automóvil lo hizo salir de sus pensamientos con un pequeño brinco del susto, por lo que giró inmediatamente para reclamar al gracioso que le había hecho eso, pero grande fue su sorpresa cuando atrás de él no encontró el vehículo de algún extraño que le había querido gastar una broma, sino que estaba el vehículo de su vecino, Jake; así que se detuvo y esperó a que la ventana del auto quedara a su lado.
—¿Ocurre algo?— preguntó confundido.
—Es la primera y última vez que te llevó, ¿Entiendes?—sentenció el azabache con una mirada seria, a lo que Taylor únicamente asintió con la cabeza.
—Gracias.
Una vez más, subió al vehículo, y mientras este arrancaba, trató de no hacer ningún comentario, ni de hacer ninguna pregunta, simplemente trató, durante todo el camino, no decir nada, pues no quería incomodar a Jake, tampoco estaba seguro de si sus comentarios podrían hacerlo sentir mal nuevamente, por lo que prefirió quedarse callado, y para lo único que abría la boca, era para darle las indicaciones del hospital donde trabajaba como enfermero.
—Es allí enfrente— señaló, aunque ni bien terminó de decir aquella frase, el auto se detuvo abruptamente unos metros antes de llegar a la entrada.
No hizo falta que le dijeran nada, Taylor sabía que era momento de bajarse, así que desabrochó el cinturón, tomó sus cosas y bajó del vehículo, pero cuando cerró la puerta y se inclinó hacia la ventana para dar las gracias, Jake arrancó igual de repentino, dejando al joven enfermero con la palabra en la boca y una expresión de total desconcierto.
—Gracias— murmuró finalmente al aire, soltando después un suspiro, mientras se encaminaba dentro del lugar.
Por su parte, Jake manejaba casi desesperado lejos de aquel sitio, pues la razón de su repentina huida había sido precisamente el hospital; odiaba los hospitales desde el horrible día en que había perdido a William, y pese a saber que no fue culpa de los médicos, no soportaba estar ahí dentro, pues el dolor volvía como al principio y quemaba desde adentro,
—Cálmate— se dijo a sí mismo bajando la velocidad, deteniéndose en la esquina solo para calmar sus nervios, ya que no podía manejar en ese estado de alteración o podría causar un accidente. Cerró los ojos y recargó su cabeza sobre el volante, permitiendo que mechones de su flequillo se movieran desordenados sobre su frente. No quería recordarlo en esa camilla cubierto con una manta, porque le dolía demasiado.
«Cálmate» repitió en su cabeza, tomando y sacando aire lentamente, hasta que se calmó, y fue entonces que arrancó nuevamente el auto. Para ese momento llegar tarde ya no era su mayor preocupación, por lo que manejó despacio, hasta que finalmente llegó a un edificio grande, de unos veinte pisos que por fuera lucía muy elegante y ostentoso, con cristales tornasol por todas partes, y con unas letras enormes en la entrada principal que decían “Red Queen", nombre de la revista en la cual trabajaba como fotógrafo; una revista bastante popular entre los adolescentes.
—Buen día— saludó como si nada estuviera pasando en su cabeza, a pesar de que todos sabían su situación.
No era que le tuvieran lastima, simplemente sentían empatía y comprendían su tristeza disfrazada con tranquilidad.
—Buen día— respondieron sus compañeros viéndolo llamar al ascensor.
Las puertas se abrieron y antes de subir, Jake se encontró con una mujer, Elizabeth Jonson, una modelo poco reconocida a la que solía fotografiar de vez en cuando para algunos artículos o propagandas de la misma compañía, aunque Elizabeth no era solo una modelo, sino que también era su amiga y hermana de su difunto novio.
—Oh, Jake— le habló la chica rubia sonriéndole suavemente—, ¿Cómo estás? — preguntó de manera cuidadosa, sabiendo lo que eso provocaba en él.
—Bien— respondió al instante, pero ella sabía que era mentira.
—Ahora dime la verdad... ¿Cómo estás?
Jake la miró a la cara, y sus ojos se nublaron, pues Elizabeth se parecía demasiado a William, tenían los mismos ojos azules y redondos, grandes y llenos de brillo, tenían el mismo color de piel claro y el cabello rubio, la nariz respingada, los labios rosados y delgados, con una sonrisa gentil en ellos, así que no pudo evitar llorar frente a ella.
—Lo extraño mucho— confesó entre pequeños sollozos, y la mujer, al ver aquello, inmediatamente lo abrazó.
—Perdóname por preguntar... Yo también lo extraño, ¿Sabes?, pero Will era un chico muy alegre, siempre estaba sonriendo y miraba lo positivo de todas las cosas, incluso en los días más lluviosos, encontraba la manera de que fueran alegres y divertidos, por eso, odiaria verte con esa cara.
—¿Y qué hago? Dime... Antes de conocerlo, mi vida era totalmente solitaria, triste... y ahora que él se fue, simplemente he vuelto a dónde estaba al principio.
—No Jake, no puedes decir eso... mi hermano te amaba, amaba que a pesar de las dificultades siempre te ponías de pie. Sé que es muy difícil, a mi también me cuesta, pero por Will, estoy tratando de seguir adelante, mamá y papá también lo están intentando, porque sabemos que él no querría vernos llorando todo el tiempo, deprimidos, infelices, detenidos, así que no puedes solamente aferrarte a los recuerdos, no puedes aferrarte a Will... Jake— lo tomó de los hombros y sonrió sutilmente—Tienes que soltar el pasado y vivir el presente.
El azabache la miró fijamente y negó con la cabeza. Quería mucho a Elizabeth y siempre la consideró una persona sensata que sabía lo que tenía qué decir en todas las situaciones, pero por primera vez difería con sus pensamientos, pues estaba claro que él no quería superarlo, no quería olvidar nada, no quería dejarlo ir, quería aferrarse a esos recuerdos, pues a veces llegaba a pensar que el dolor que sentía era lo que lo mantenía a William vivo dentro de él.
—No puedo Liz, de verdad, no puedo.
Las puertas del ascensor se abrieron, y sin dar tiempo a más palabras, Jake salió rápidamente y comenzó a caminar sin detenerse, pese a que aún escuchó a Elizabeth gritar su nombre varias veces.
No quería soltarlo, y no le importaba lo que pasara...se prometió y se juró a sí mismo que jamás volvería a enamorarse, pues su corazón y su amor, le pertenecería por siempre a una sola persona...
Pero a veces las promesas y los juramentos tienden a romperse.
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