Mariana miraba por la ventana de su habitación, fuera comenzaban a caer las primeras gotas de una lluvia anunciada en la televisión.
Mientras sus ojos deambulaban sin rumbo por el asfalto mojado su mente iniciaba un paseo por los recuerdos de un amor que había terminado abruptamente hace solo unos meses atrás.
Su historia había sido tierna y especialmente romántica, pero el destino se encargó de separarlos para siempre. Aunque ella deseaba con todas sus fuerzas que todo volviera a ser como antes, no podía cambiar el presente y solo tenía sus recuerdos, recuerdos que atesoraría por el resto de sus días.
Luis había sido su primera pareja, con él sintió sus primeras mariposas en el estómago, dio su primer beso y conoció los placeres carnales de un amor intenso y romántico en todo su esplendor.
Cada día, al despertar, miraba por la ventana rememorando todas esas caricias, todos esos besos y todas esas palabras apasionadas que la hacían estremecerse cada vez que su amado se las susurraba al oído.
El punto era que ahora no estaba y solo le quedan esos recuerdos hermosos y a la vez tristes, ya que el solo hecho de verlo en su mente y no poder volver a tocarlo, a besar esos labios, a acariciar su piel y a oler su perfume la desesperaba. Muchas veces después de perderlo y ver esas imágenes en su mente se sumía en la depresión más profunda, llorando y pegándole a todo lo que tenía en frente mientras gritaba enloquecida.
Cuánto había sufrido todos estos meses, pero al fin comenzaba a superarlo y recordar cada momento que vivió a su lado sin la amargura de su pérdida irreparable.
Cuando despertó en el hospital, en un comienzo, no lograba enfocar las imágenes. Hasta que tras algunos pestañazos dejó de ver manchas negras en un fondo blanco y pudo distinguir claramente que estaba sola en una habitación, a su derecha una bolsa de suero colgaba de un atril y permanecía conectado a su brazo. Levantó su mano libre y vio que en su índice derecho tenía instalado un artefacto blanco; al tocarse la cara con esa misma mano se percató de que unos tubos finos le rodeaban sus mejillas y entraban por sus orificios nasales. ¿Qué era todo eso?, ¿por qué estaba allí? Fueron sus primeras preguntas, las que su propia mente respondió tras la
repentina aparición de imágenes que le recordaron «el accidente».
¿Cómo se encontraría Luis?, saber sobre su estado era su prioridad. Por lo que se quitó todos los artefactos que tenía encima mientras se sentaba sobre la cama. Al intentar pararse sus piernas no le respondieron, por suerte un mueble estaba cerca y consiguió afirmarse de él.
—¡Señorita! —Sintió unas manos rodeándola—.No debe levantarse...
—¡No, suélteme!
Intentó resistirse, pero no tenía fuerzas y fue rápidamente reducida e introducida bajo las mantas de la cama.
—¿Dónde está Luis?... Necesito saber de él... ¿Cómo está?
La enfermera la miró temerosa.
—No estoy autorizada para darle esa información —contestó—.Usted no es familiar cercano y...
—Yo tuve el accidente junto a él y es mi novio.
—No existe ningún papel legal que diga que usted es familiar de aquel joven —repitió.
—¿Cómo está?
—¡Marianita!, ¡hija al fin has despertado! —Su madre entraba al cuarto seguida de su padre—. Estábamos tan preocupados...
—¿Cómo está Luis? —la atajó—. ¿Ha despertado?, ¡quiero verlo!
Sus padres compartieron una mirada de complicidad que era una mezcla de miedo, inseguridad y resignación.
—¿Qué sucede?
—Hija —pronunció su padre con voz seca—, Luis ya no está con nosotros... él pereció en el accidente y sus funerales fueron hace más de dos meses atrás.
—¡¿Qué?!
—Hija —escuchó la voz de su madre a lo lejos—, hija...
Después de esa brutal información no recordaba nada. Fue verdaderamente un lapsus de tiempo en que su mente se perdió y no supo más de la vida hasta que un día despertó acostada sobre un suelo extremadamente blando en un cuarto de cuatro paredes blancas. Allí, al intentar moverse descubrió que sus brazos estaban inmovilizados por una ajustada camisa de fuerza.
Mariana intentó erguirse, pero la camisa estaba tan apretada que no se lo permitió, haciéndola caer sobre su espalda. En ese momento la puerta se abrió dejando ver a una enfermera, la cual traía una bandeja con el desayuno. La profesional la dejó sobre el suelo y procedió a levantar a su paciente, acomodando su espalda en la pared.
—¿Desde cuándo estoy aquí? —le preguntó cuando le acercaba una taza con
boquilla plástica—,¿lo sabe?
—¿Recuerdas cuál es tu nombre? —le preguntó la mujer un tanto sorprendida.
—Mariana Campos.
—¿Tu edad?
—Diez y nueve años.
—Hablaré con el doctor —dijo parándose y saliendo del cuarto a toda
prisa con la bandeja entre sus manos.
Al cabo de un rato, que le pareció eterno, un enfermero fue por ella y la llevaron a una sala donde un siquiatra la interrogó durante horas, al cabo de las cuales fue trasladada a una sala común con otros enfermos y no volvió a
pisar ese cuarto blanco. Aunque habría preferido seguir en él, pues el estado de demencia de sus nuevos compañeros la sobrecogía y en otros casos la asustaba.
Pasados cinco días de haber recuperado la conciencia, recibió la primera visita de sus padres. Verlos esperándola sentados en una banca en el jardín del sanatorio la quebró por un instante, pero logró recomponerse antes de que la vieran.
—Hijita —dijeron al unísono, envolviéndola en un abrazo grupal.
—¡Mamá, papá! —musitó entre aquel abrazo afectuoso—,¿qué sucedió?, ¿por qué estoy aquí?
—Bueno —comenzó su padre—,creo que debemos comenzar por saber qué es lo que recuerdas tú…
—Lo último que recuerdo es cuando me informó de la muerte de Luis —pronunciar ese nombre le hizo sentir un nudo en la garganta—.Después de eso, solo...solo recuerdo que mamá me hablaba y mi mente se desconectaba lentamente.
Sus padres compartieron una mirada de preocupación.
—Detesto cuando se miran así —expresó—.Siempre que lo hacen es un indicio de malas noticias. ¿Qué sucedió después?, ¿pueden decirme?
—No sabemos si podemos hacerlo. —Su padre tragó saliva—.El doctor nos dijo que estabas en proceso de recuperación y que cualquier...
—Al menos díganme cuanto tiempo llevo aquí, ¿puede ser?
—Un mes y dieciséis días —respondió su madre—.En verdad creímos que no volverías, pero nos alegra que hayas vuelto, querida.
—¿Qué hice en el hospital?
—No podemos...
—¡Necesito entender la razón por la que estoy aquí y por qué estaba en una sala acolchonada con una ajustada camisa de fuerza!
—Cálmate, cálmate —le pidió su madre abrazándola—,no te descontroles, por favor.
—¿Tuve un ataque de ira?
—Hija —la llamó su padre tomándole de las manos cuando su madre la dejó en libertad—,me he sentido terrible.
—¿Por qué?
—Porque no tuve tacto para contarte de una manera menos brutal sobre la muerte de Luis.
—Les pediré que no lo mencionen. —Le soltó las manos—. Aún no lo supero y escuchar su nombre. —Se tapó la boca—. Me es insoportable...
—Hijita. —La abrazó nuevamente su madre—. Lo sentimos.
—¿Cómo fue mi ataque de ira?
—Extraño —opinó la mujer—,pues pareció que por unos minutos tu mente se fue, el brillo de tus ojos se opacó y de pronto saltaste de tu cama y comenzaste a pegarle a todo… rompiste no sé cuántos objetos y sacaste una
fuerza descomunal... le pegaste a la enfermera cuando trató de reducirte y tu padre intentó detenerte, pero esa fuerza...
—Finalmente dos encargados de seguridad pudieron contra ti mientras un
enfermero te inyectaba un sedante.
—¿Cómo está esa enfermera?
—Está bien —le informó el hombre.
—Si está bien, ¿por qué estoy aquí?
—Porque era el procedimiento habitual —aseguró su madre—. Además, cuando volviste a despertar mirabas el vacío, no hablabas ni reconocías a nadie.
—Cuando salga de aquí quiero verla y disculparme.
Sus padres continuaron visitándola diariamente por alrededor de dos meses, luego de los cuales le dieron el alta y volvió a su casa. Claro, con tratamiento psiquiátrico diario y medicamentos para el control de sus crisis psicóticas depresivas.
Al entrar a su cuarto vio que las cosas en él habían cambiado. Pues sus padres se encargaron de eliminar toda evidencia de que Luis existió. Ya no estaban las fotos, ni los peluches y ni hablar del mural que ambos habían hecho juntos, pues todo el cuarto estaba pintado de morado.
Este cambio en su entorno preferido, en su refugio, no le molestó. Es más, le produjo un alivio, pues sabía que si todos esos recuerdos hubiesen estado allí cuando llegó lo más probable habría sido que otra vez perdiera la conciencia. Al menos eso creía, aunque no entendía por qué su mente reaccionaba de ese modo ante la perdida de Luis y esa incertidumbre de que en cualquier momento podría perder la noción de su realidad frente a otro hecho traumático le aterraba.
El día en que regresó a su hogar, poco a poco comenzó a inspeccionar su nueva habitación y descubrió que su laptop, diarios de vida y álbumes de fotos no estaban.
—Mamá —salió del cuarto—, ¿dónde están mis cosas?
—¿Qué cosas, cariño? —le preguntó sin perder la concentración en la decoración de la torta que cocinaba.
—¿Dónde está mi laptop, mi celular y mi diario de vida?
—Cariño —musitó dejando el lápiz decorador a un lado del pastel y luego la miró a los ojos—,no es bueno para ti utilizarlos, al menos por unos meses más.
—¡Se supone que tener un diario de vida me haría bien! —levantó el tono de su voz mientras cerraba sus manos en puños—,¡eso dijo el psiquiatra!
—Claro, cariño. —Le sonrió—.Por eso te dejé una agenda nueva sobre tu escritorio, desde hoy puedes comenzar uno nuevo.
—Espero que no los hayan leído…
—No, no lo hicimos. Despreocúpate.
—¿Por qué no puedo usar mi celular?
—Tienes muchos recuerdos de ya sabes quién en él y las redes sociales no te ayudarán mucho en eso, ya sabes por las fotos y esas cosas...
—Ok. —Volteó, aún tenía sus manos en puños—. Hay algo que me inquieta —recordó girando para ver a su madre—:¿Sabes algo de mis amigas?
—¿Tus amigas?
—Ana, Stela y Mariela, ya las conoces... ¿por qué nunca me visitaron?
—No lo sé, querida.
—Supongo que las viste en el funeral. —Su madre rehuyó, enfocando su atención en la torta—.¿Qué sucede?
—Nada.
—Mamá, dime...
—¡Oh, mira la hora! —exclamó mirando su reloj de muñeca—,ya es hora de tu medicina.
—¡Mamá, primero respóndeme!
—Ten, debes tomártelas.
Le entregó un vaso con agua y tres pastillas.
—Las detesto porque siempre me dejan dopada.
—Lo sé, querida. Pero debes seguir el tratamiento.
—Creo que lo haces para cambiar el tema —dijo después de tragarse los medicamentos—.¿Ahora me dirás qué sucede? —Terminada la oración debió sentarse, pues los efectos de las drogas habían comenzado.
—Marianita. —Su madre se sentó frente a ella y le tomó de las manos—.La verdad es que prefería no contestar esa pregunta porque no estás preparada para saber toda la verdad, no todavía.
—Aunque esté a punto de sucumbir por los efectos de estas malditas pastillas quiero que sepas que tengo el derecho de saber qué sucede y no descansaré hasta enterarme de la verdad. Así es que tienes dos opciones: responder a mis preguntas o yo las descubriré luego.
—La verdad es que no fuimos al funeral, por eso no las he visto.
—Pero ellas pudieron comunicarse con ustedes, ¿no lo hicieron? —su madre negó—.Aquí hay gato encerrado, dime lo que sabes...
Su frase se apagó lentamente junto a la noción de la realidad, pues las drogas acababan de tomar posesión de su sistema.
Las siguientes veces que intentó tocar el tema frente a su madre o su padre, ambos optaban por darle sus medicamentos y esperar a que los efectos terminaran por silenciar sus preguntas.
25 de octubre
No confío en la privacidad de este diario, por eso me he limitado a escribir muy poco y hoy no será la excepción. Solo diré que el juego ha comenzado y he comprendido que nada consigo con preguntarles a mis padres sobre mis amigas. Sé que me esconden algo y hoy descubriré qué es.
Ya no me trago el cuento de que no puedo usar mi laptop y celular porque me haría daño ver las fotos que hay en ellos y las que me pueden proporcionar mis redes sociales.
Cerró su diario y lo escondió en el único lugar que sus padres no conocían: el hoyo tras la cómoda, el cual mantenía cubierto por un póster de Beto Cuevas, su cantante preferido.
Estaba segura que aún no descubrían ese nuevo escondite, pues lo había hecho el mismo día en que regresó a casa y descubrió que su intimidad había sido profanada y todos sus escondites descubiertos.
Bajó sigilosamente la escalera, el primer piso estaba desierto. Sin dificultad abrió la puerta que daba al ante jardín. Afuera no estaba su madre, seguro se encontraba en el patio trasero, pero no se quedó para cerciorarse. Solo se limitó a salir lo más rápido de la casa.
6 de Octubre
Sé que esto es extraño, pues ayer dije que haría todo para enterarme de la verdad que mis padres me ocultan, pero hoy desperté en mi cuarto y no sé cómo llegué aquí. Ni siquiera recuerdo qué paso después de salir de la casa y... ¿salí realmente?
Esto es extraño, no recuerdo nada. Mi mente está totalmente en blanco. ¿Habré perdido la conciencia en el camino hacia la verdad? Seguramente sí, porque de otro modo recordaría lo que hice y qué sucedió.
Lo peor es que no puedo preguntarle a mis padres, ya que, seguramente, lo negarán todo y me darán esas malditas pastillas para silenciar mis preguntas.
Debo recordar a dónde fui y qué fue lo que me impactó tanto como para que otra vez haya perdido mi conciencia.... de algún modo recordaré lo que hice antes de sufrir este lapsus, no me la ganará.
7 de octubre
Durante todo el día de ayer leí cada párrafo escrito por mí en este diario y debo reconocer que no me ayudó en lo más mínimo, pues escribo solo lo justo y necesario. No hay detalles que me ayuden a recordar mis planes al salir de esta casa.
Solo agradezco a mi mente el hecho de recordarme la desconfianza que tengo hacia mis padres y lo de las pastillas. Por suerte eso lo conservo y el diario me ayudará a recordarlo si es que se me olvida en algún futuro.
Por otro lado, y ante estos lapsus sin conciencia que suelen atacarme sin previo aviso, ideé un método que me recordará lo que hice, ojalá funcione.
Escuchó un portazo en el primer piso y zapatos pisando duro en cada escalón que conducía al piso donde ella se encontraba. Su reacción fue cerrar su diario y esconderlo en el orificio tras el póster.
—No, por favor. —Escuchó las súplicas de su madre—.Ella no está en condiciones de un interrogatorio.
—Señora —repuso una voz masculina áspera y segura—,ella debe dar su testimonio.
—Pero ella está en tratamiento y…
—Conozco sus antecedentes clínicos —aseguró el hombre.
—¿Entonces por qué la expone a esto?
—Porque, casualmente, ella está en los lugares donde ocurren este tipo de accidentes.
Sacó la grabadora de voz de la gaveta de su mesita de noche y la encendió.
—Un hombre viene a interrogarme —susurró cerca del micrófono—.Por suerte te encontré. Ojalá funciones.
La depositó encendida en el mismo cajón, dejándolo entreabierto para que grabara la conversación.
20 de Octubre
Tuve otra crisis de pérdida de conciencia, y cuando desperté estaba otra vez en ese lúgubre sanatorio mental. Pero esta vez no me encontré en esa sala acolchonada con camisa de fuerza, solo miraba por la ventana hacia el jardín desde primera fila, pues estaba sentada en una cómoda silla.
La verdad no sé qué sucedió, ni cómo, ni cuándo y mucho menos qué fue lo que me causó esta nueva pérdida de conciencia. Lo que sí tengo claro es que esto es sumamente preocupante.
Ya leí lo último que escribí en este diario y con ello me enteré de que ideé un plan para recordar las cosas que haría si esto sucedía, pero no sé cuál era el plan. Así es que estamos igual que al comienzo.
Ayer en la tarde volví a casa. Mis padres me dijeron que estuve casi dos semanas internada y pensaban que esta vez no me recuperarían, pero rezaban para que volviera. Yo no creo en esas cosas religiosas, pero ellos son tan devotos y creyentes.
—Hija. —Su madre golpeaba en la puerta—.Es hora, debemos ir a tu cita con el doctor.
—Querrás decir psiquiatra —le contestó, guardando el diario en su escondite—. Ya voy.
—No me gusta que te encierres, ¿ábreme?
—Ya voy —anunció corriendo el cerrojo y abriéndole.
—¿Qué hacías? —preguntó metiendo su cabeza al cuarto.
—Solo quería un poco de privacidad, ¿ahora no puedo tenerla?
—El doctor dijo...
—Con todo respeto, mamá. Creo que ya es hora de dejar de escudarse en el doctor.
—¿Cómo dices?
—Es suficiente de avalar sus peticiones por medio de la frase «es que el doctor dijo».
—¿Qué te sucede?
—Estoy harta, mamá.
—¿Harta de qué?
—De que cada vez que les pregunto algo me silencien dándome los medicamentos, de que insistan en profanar la poca privacidad que tengo en mi cuarto y que me mantengan incomunicada y presa en esta casa.
—¿Presa?
—¡Por favor! ¡Si ni al patio trasero me dejan sacar la nariz! —Tiró un resoplido—. Solo falta que tapicen la ventana de este cuarto y entonces me tendrán 100 % prisionera.
—¡Hija!
—¿Qué? Sí es cierto... antes que sucediera todo esto mi ventana no estaba enrejada y ahora lo está.
—Es por tu seguridad...
—Vámonos, prefiero respirar un poco de aire fresco de camino al auto. —Salió cerrando la puerta—. ¿Qué
esperas? —Le preguntó, aunque intuía que quería quedarse un rato en el pasillo con el propósito de entrar y hurgar en sus cosas.
—Nada, cariño. —Le sonrió—. Espérame en el living.
—Prefiero esperarte en mi cuarto. —Le contestó devolviéndose—.Me avisas cuando estés lista y yo bajo.
—Mejor bajemos de una vez. —Su progenitora pasó por su lado y comenzó a bajar la escalera—.Vamos.
—Claro.
Al intentar abrir la puerta del comedor se percató de que estaba cerrada con llave.
—Voy por un abrigo —le anunció su madre—. ¿Quieres algo?
—Solo salir de aquí.
—Ya regreso.
Se dejó caer sobre un sofá y prendió la televisión con ayuda del control remoto. Comenzó a ver la parrilla de programación y se decidió por un canal, en el cual estaban pasando videos de gente y animales en situaciones «chistosas».
—¿Cómo pueden reírse de la desgracia ajena? —rezongó y miró el reloj de la pared. Ya habían pasado diez minutos desde que su madre se fue por un «abrigo»—. No me huele bien.
Se levantó y caminó hacia el cuarto de su madre, pero al entrar en él no la encontró.
Miró hacia su espalda y como no vio a nadie, optó por cerrar la puerta tras de sí.
¿Sería el momento ideal para hurgar en sus cosas y encontrar las evidencias que deseaba?
Miró en derredor, todo estaba tal cual lo recordaba. Entonces abrió las puertas del ropero e inició la búsqueda por todos los cajones que pudo abrir, pero no encontró nada.
Colocó una mano sobre su frente y tiró un resoplido. Ya estaba cansada y no tenía claro qué buscaba exactamente.
—Un momento. —Miró hacia el único cajón que no abrió—.Falta uno.
Colocó una silla y subió en ella. Ganó la altura que le faltaba para alcanzarlo, pero no pudo abrirlo, pues estaba cerrado con doble llave.
—Secretos, ¿eh? —Bajó de la silla—.Veremos qué hay aquí.
Por suerte recordaba dónde guardaban las llaves de ese cajón, el punto era que ahora permanecía cerrado y antes siempre estaba abierto.
Se arrodilló y metió sus brazos bajo la cama. Ellos también tenían su escondite bajo la tabla suelta del piso. La corrió y sacó un cofre, el cual salió acompañado de una grabadora de audio.
—Mi grabadora —musitó—.¿Qué hace aquí?
La escondió rápidamente en el bolsillo interno de su capucha, y procedió a sacar las llaves del cofre.
—¡Excelente! —susurró para sí, mientras se subía a la silla—.Esta oportunidad no creo que se repita, ojalá encuentre algo.
Con dedos torpes introdujo la llave en la cerradora y tras dos vueltas se abrió. Ansiosa introdujo sus manos y una se topó con un artefacto duro, el cual al tacto le era familiar. Mientras que la otra tocaba cuadernos.
Sacó sus manos: en la izquierda mantenía su celular y en la otra uno de sus diarios de vida, casualmente era el último que escribió antes de que todo esto sucediera.
Estos hallazgos le produjeron euforia y a la vez miedo. Aun con esa mezcla de emociones quiso seguir con la búsqueda de la verdad y los guardó en sus bolsillos internos.
Luego sacó sus otros diarios, pero no podía llevárselos, pues de seguro sus padres revisaban ese cajón y descubrirían que alguien los sacó, además no tenía dónde ocultarlos hasta llegar a su pieza. Así es que le pasó el seguro, al cajón, con doble llave y cerró el armario, luego la dejó en el cofre y este bajo la tabla del piso.
Ahora quedaba descubrir dónde se encontraba su madre.
Salió del cuarto y sigilosamente subió la escalera que daba al segundo piso. Cuando estaba a punto de alcanzar el pomo de su puerta, escuchó un portazo proveniente del interior de la misma y el piso se estremeció.
Entonces abrió la puerta y entró. Estaba algo sobresaltada y respiraba de manera agitada. Le pasó el cerrojo y comenzó a mirar cada rincón del cuarto hasta que sus ojos se detuvieron en el póster, este estaba suelto. Al acercarse vio que en la cinta adhesiva quedaban residuos de la pintura de uñas que su madre usaba.
Definitivamente había estado allí, pero por dónde entró y cómo salió, le intrigaba. Estaba segura que la puerta que escuchó cerrarse estaba por algún lado de esta habitación y debía descubrir dónde.
—Marianita, querida. —Escuchó el llamado de su madre proveniente de la escalera—.¿Estás en tu cuarto?
—¡Sí! —le gritó y abrió la puerta—. Me aburrí de esperarte y subí —dijo, mientras bajaba a toda prisa la escalera—.¿Vamos?
—Claro.
Su madre abrió la puerta del comedor y salieron al patio delantero.
—Marianita, camina —le pidió—. No te quedes atrás.
—Déjame respirar un poco.
Mariana irguió su espalda, estirando sus brazos por sobre su cabeza, mientras respiraba profundamente.
Al abrir sus ojos se dio cuenta de que su madre la observaba desde el interior del automóvil con esa mirada que
a ella le producía incomodidad.
—Mariana, sube de una vez —le ordenó con su cara de malas pulgas—.Ya vamos atrasadas.
—Eso no es mi culpa —dijo aproximándose al vehículo—.Tú te fuiste no sé a dónde...
—Solo súbete.
—¡Ash!, que malas pulgas andas hoy.
Se subió en la parte trasera del automóvil y su madre tuvo que estirarse para cerrar la puerta del copiloto, pues la había abierto para que su hija se subiera.
Durante todo el viaje ninguna se dirigió la palabra. Eso a Mariana no le molestaba, ya que solo deseaba sentir el aire golpeándole el rostro. Ese sueño lo realizó durante todo el trayecto hacia su cita con el psiquiatra; y, por otro
lado, no tenía ganas de hablar.
El aire golpeándole el rostro le producía placer y sosiego. La hacía sentirse viva y libre. Aunque tenía claro que, en realidad, su vida era un absoluto cautiverio desde que despertó después del accidente. Recordar eso le produjo amargura y unas imágenes aparecieron en su mente.
Estaba con Luis en su casa. Él le sostenía el rostro y la miraba preocupado. Ella se sentía mareada y un sopor helado le recorría cada rincón de su cuerpo.
—Sácame de aquí —le pedía casi sin voz—.Me siento mal.
—Mariana, Mariana —escuchaba la preocupada voz de Luis y veía como sus labios se movían—. Mariana...
—¡Mariana, ya despierta! —Su madre la zarandeaba en el asiento desde el exterior del auto con la puerta, junto a ella, abierta. La aludida miró su entorno, dándose cuenta de que estaban en el estacionamiento del sanatorio—: Sal del auto ahora.
—¿Qué te sucede?
—Nada... es solo que me… no me hagas caso.
—Entonces me quedo en el auto —bromeó.
—No te pases de lista —refunfuñó entre dientes— y bájate de una vez.
—Ok.
Salió del auto mientras su madre cerraba la puerta y le ponía la alarma contra robos al mismo.
La chica, luego, le siguió los pasos hacia el hospital. Aunque se sabía el camino, prefería seguir a su madre, pues si iba tras ella podía darse el lujo de caminar más lento y disfrutar del calor que le proporcionaba el sol, y sentir la brisa cálida del viento primaveral.
—Buenos días, señora Verónica —la saludaba la secretaria tras el mueble de recepción—, viene un poco atrasada a su cita.
—Sí, lo siento mucho.
—El doctor Opazo se fue hace quince minutos.
—¡Oh, qué mal!
—Pero el doctor Ramírez puede atenderla.
—No, no —negó Verónica—,mejor deme la hora de atención más próxima que tenga …
—El doctor Ramírez estará reemplazándolo por alrededor de un mes, puesto que el doctor Opazo tuvo un viaje imprevisto a Holanda y la hora más cercana con él podría ser el quince de diciembre —le informó, revisando en su computador—.Es mucha espera para su hija.
—Prefiero esperar...
—Mamá, no me molesta que otro doctor me atienda —la atajó Mariana—. Total, todos son iguales.
—Bien, pues iré a avisarle al doctor —dijo, saliendo del mostrador—.No tardo.
—¿Por qué me miras así? —la interpeló, pues su cara de escandalizada la incomodaba—.Das miedo, ¿te lo han dicho?
—Es que el doctor Opazo te ha tratado desde tu ingreso al sanatorio y un cambio tan repentino podría causarte más inestabilidad, inseguridad y desconfianza...
—No te ofendas, pero quien, en estos momentos, me está causando desconfianza eres tú.
—¿Yo?
—Sí, primero con los repentinos cambios de humor que has experimentado hoy y segundo con esta forma rara de reaccionar al enterarte de que no me atenderá ese doctor. Cualquiera pensaría que ocultas algo.
—¿Yo? … qué locuras dices, Marianita...
—Seré entonces una loca paranoica —bromeó—, pero juraría que tienes miedo.
—Ay, hija. —Hizo un ademán con sus manos—. Que historias te inventas...
—El doctor Ramírez te espera, Mariana.
—Espere. —Las detuvo Verónica—. Quisiera hablar con el doctor antes que Marianita entre para explicarle...
—El doctor ya leyó su ficha clínica, no se preocupe.
—Pero, yo...
—Mariana, mucho gusto. Ven, entra.
El doctor acababa de abrir la puerta de su oficina y la invitaba a entrar con un ademán amigable acompañado de con una sonrisa sincera y cálida. Lo que a la chica le provocó, de inmediato, confianza.
Era un tipo de estatura promedio, tes blanca, iris café y cabello castaño levantado en un jopo. Una capa blanca le cubría hasta las rodillas y su perfume era mentolado.
—¿Cómo te sientes hoy? —le preguntó besándole una mejilla—. Adelante.
—Doctor. —Se inmiscuyó Verónica entre los dos—.Quisiera hablar con usted antes que comience con esta sesión...
—Tranquilícese. —Le sonrió carismático—.Su hija está en buenas manos.
—Pero es que...
—Mamá, no te preocupes estaré bien. —Miró al doctor—.Él me da más confianza que el doctor Opazo.
—¡Eso está muy bien! —enfatizó con optimismo—. Hemos comenzado con el pie derecho entonces. ¿Ve, señora Verónica? No tiene de qué preocuparse, estará bien su hija. —Miró a Mariana—.Comencemos, pues. —El doctor Ramírez cerró la puerta sin más—. Bien, toma asiento. —La invitó con un ademán—. ¿Cómo te has sentido estos días?
—¿Si le digo la verdad usted se lo dirá a mis padres?
—Existe algo llamado secreto profesional.
—El otro doctor le contaba todo a mis padres después de cada cesión.
—Nosotros estamos autorizados a romper el secreto profesional si la vida de nuestro paciente está en riesgo.
—Usted me da confianza, pero quisiera que me prometiera que no le contará a mis padres.
—Te prometo que lo que digas en esta sala y durante nuestras cesiones no lo divulgaré al mundo, eso incluye a tus padre, a menos que el no hacerlo te ponga en peligro —prometió con su palma derecha levantada y una amplia sonrisa iluminándole el rostro—.Es una promesa.
—¿Qué es para usted, exactamente, algo que me ponga en peligro?
—Depende del contexto —contestó sentándose en un sillón, frente a ella—.Pero resumiéndolo serían pensamientos que atenten contra tu integridad física y vida.
—¿Se refiere a heridas autoinfligidas? —él asintió—.Despreocúpese, eso no ha ocurrido y no ocurrirá.
El tomó entre sus manos la ficha clínica y la hojeó.
—Dime, ¿cómo te has sentido con tus medicamentos?
—Dopada.
Ramírez rio por lo bajo.
—Entiendo. —Tragó saliva—. Son los efectos en un principio, pero ya llevas casi dos meses y eso debe ir disminuyendo.
—Pues eso no ha cambiado, aunque puede ser porque me dan todas las pastillas juntas.
—¿Te las dan todas de una vez?
—Sí.
—Mm... —exclamó mirando los papeles—. Tu tratamiento consta de una Cymbalta de 60 mg y una Seroquel de 150 mg cada doce horas.
—Sí, esas dos, pero falta una.
—¿Una?
—Sí, mis padres me dan tres pastillas.
—¿Cuál es el nombre del medicamento que no nombré?
—No lo sé —contestó—, el envase es una botellita plástica de color blanco.
—¿Qué color tienen?
—No lo sé, porque son capsulas.
—Capsulas, ¿eh?
—Sí.
—¿Y esa pastilla te la dan cada doce horas?
—En general, cada vez que hago demasiadas preguntas.
—¿O sea que no regularmente?
—No. —Se irguió en su silla—.Ahora que lo pienso, eso es bastante raro.
—Tal vez sea un medicamento que el doctor te recetó en casos especiales.
—¿Cómo para cuáles?
—Si te la suministran cada vez que haces muchas preguntas debe ser para controlar tu ira en casos especiales.
—Puede ser.
—El doctor debió olvidar escribirla aquí. —Sacó la cabeza de los papeles—. Le pediré a Claudia que la verifique en el sistema. —Se levantó y apretó un botón en el teléfono—.Claudia.
—¿Sí, doctor? —se escuchó la voz de la secretaria saliendo del artefacto.
—Busca en el sistema todos los medicamentos prescritos a Mariana, por favor.
—Están todos especificados en la ficha que le entregué.
—Creo que el doctor olvidó uno, por favor, busca.
—Lo haré, pero estoy segura que están todos en la ficha que le entregué.
—Mariana —dijo acercándosele—,¿puedes recordar el nombre de esa pastilla?
—Ya le dije, en el envase no sale nombre.
—¿Y tus padres nunca te han dicho su nombre?
—No, de hecho, no me han dicho el de ninguna. Sé los nombres de las otras porque los he leído de sus cajas —él asintió.
—Doctor. —Se escuchó, nuevamente, la voz de Claudia saliendo del altavoz—.Ya busqué y, como le dije antes, aparecen dos medicamentos: Cymbalta de 60 mg y Seroquel de 150 mg que deben ser suministradas cada doce horas.
—Haciendo memoria —recordó Mariana—, ayer escuché a mi madre decirle a mi padre que quedaban pocas «Escopolaminas», tal vez se referían a esas pastillas, ¿podrías ser?
—Hagamos algo. —Su cara de preocupación cambió drásticamente a una sonrisa sincera—: Le diré a Claudia que te dé una hora para mañana para que me traigas una de esas pastillas de «Escopolamina», ¿lo harías?
—Por supuesto.
21 de Octubre
Ayer tuve mi primera sesión con un doctor que me dio mucha confianza, su nombre es Alejandro Ramírez, él no debe tener más de treinta y cinco años, y en cuanto lo vi me sentí segura y cómoda... no sé por qué, pero me recordó en parte a Luis. Tal vez tenga relación con su forma de ser y de tratarme.
En fin, de lo único que hablamos fue de los medicamentos que me dan mis padres, y me enteré que tengo solo dos prescritos oficialmente y legalmente. Algo me dice que esta pastilla que tengo en mi mano, la cual, por cierto, fingí tomármela ayer después de una buena actuación de ira descontrolada. Es la causante de mis pérdidas de conciencia.
*Te diré que al tomarme solo las otras dos pastillas y no esta, ese efecto de adormecimiento nunca me atacó, pero debí fingirlo, pues mis padres comenzaron a mirarme raro.
Hoy tengo hora con el doctor, aunque mi mamá no quería que me dieran otra hora con él, igual me la dio Claudia, pues yo me impuse y eso fue suficiente para que ella consiguiera su propósito.*
—¿Dónde puedo esconderte? —susurró al cerrar su diario—. ¡Ya sé! —Saltó de su cama y se encaramó en el ropero de pared, hasta llegar a la separación más alta y cercana al techo—. Eres mi último recurso —murmuró, mientras introducía la punta de una filosa cuchilla en la pared de poligip del fondo, hasta hacer la forma de un rectángulo—. Bien. —Introdujo casi a la fuerza los cuadernos y tapó el orificio con el mismo pedazo de poligip—. Perfecto. —Bajó con cuidado—. Ahora a la segunda parte de mi plan.
Tomó otra agenda de tapa roja, similar a la que acababa de esconder, y salió del cuarto.
A bajo se metió en la cocina y con ayuda de unos fósforos prendió el fogón más grande y en él comenzó a tirar las
hojas que arrancaba del cuaderno, hasta que no quedó ni una sola.
—¡Hija! —Verónica le gritó desde algún lugar, pues el humo era tan denso que no podía ver—. ¿Qué haces?
Sintió que le quitaban las tapas del cuaderno.
—Quemé el diario, pues ya no quiero escribir nada más sobre mi vida.
—¡Pudiste quemar la casa! —escuchó el abrir de una puerta.
—Pero no lo hice —dijo—.¿A qué hora nos vamos?
—¿A dónde piensas ir?
—A mi cita con el doctor.
—No creo que vayamos.
—¿Por qué?
—Tengo cosas que hacer.
El humo era menos denso, por lo que podía ver dónde estaba su madre.
—¿Qué cosas tienes que hacer?
—Unos trámites —le sonrió—,tu abuela Alberta vendrá a cuidarte, no quedarás sola.
—Pero ella me puede llevar.
—¡Estás loca!
—Y vuelves a repetírmelo, sabes que sí. Por algo tengo terapia con el psiquiatra.
—Lo siento, chiquita.
—No importa —aseguró saliendo de la cocina.
Su abuela llegó a eso de las dos de la tarde, justo cuando su madre servía
el almuerzo.
—Vero. —La abrazó, luego se dirigió a su nieta—. Preciosa mía. —La asfixió entre sus senos enormes, al apretarla con sus brazos—. Lo siento tanto, en serio.
—Mamá, ya siéntese —le ordenó irritada.
—Sí, hijita.
—¿Cómo te sientes, Marianita?
—Dentro de este cautiverio, bien.
—¿Y cómo llevas lo de Luis?
—¡Mamá! —intervino Verónica—. ¡No le preguntes eso!
—Pero es que las chicas quieren saber cómo está...
—¿Las chica? —repitió Mariana—. ¿Te refieres a mis amigas?
—Sí —confirmó—. Ellas quieren verte, creo que ya es tiempo de que vuelvas a verlas.
—¡Mamá, cierre su boca!
—¿Por qué la tratas así? —interpeló a Verónica—. ¡Es tu madre!
—Es que es un tema sensible para ti...
—En verdad quiero verlas, abue, tiene razón, ya ha pasado mucho tiempo y no me vendría mal volver a verlas....
Sintió que una mano le sobaba su antebrazo derecho. Al mirar en esa
dirección, vio que su madre le acariciaba el brazo.
—Hija, sé lo que es bueno para ti y volver a verlas no es lo correcto.
Mariana despertó sobre su cama, aun estaba claro y al erguirse un repentino mareo la atacó, pero aun así se levantó, alcanzando su diario comenzó a escribir.
¡Mi dios, qué dolor de cabeza! Nunca pensé que volvería a usar esa expresión tan religiosa, pero no sé cómo expresar esto... ¿Qué día es hoy?.... Lo último que recuerdo es que almorzábamos con mi abuela y mi madre la hacía callar a cada palabra que decía. En verdad, no recordaba que antes la tratara de ese modo... para qué estoy con cosas si ni siquiera recuerdo con exactitud mi vida antes del accidente, pues hay muchas partes que están borradas o bloqueadas.
Acabo de escuchar la voz de mi abuela en la primera planta y... ¡no puede ser!, esa se parece mucho a la voz de Stela. Iré a ver qué sucede.
—Hija entiende, Mariana tiene derecho a saber la verdad.
—¡No es justo que la mantenga apartada e incomunicada del mundo!
Escuchaba la discusión mientras bajaba la escalera intentando que los escalones no crujieran con su peso. Por ello, bajaba sin zapatos.
—Mariana ya ha sufrido bastante —aseguraba su abuela—,ella debe enterarse de que Luis...
—¡Cállate! —gritó encolerizada—. Ustedes, se van. —Comenzó a empujarlas—.Se van, lárguense.
—Parece que se le olvida que el responsable legal de Mariana no es usted...
—Yo soy su madre, por tanto, soy legalmente quien puede tomar las decisiones respecto a su bienestar.
—No, señora... —Stela luchaba por soltarse, mientras era empujada fuera de la casa—.Luis es el responsable legal desde que se casaron, no se haga la desentendida....
—Ese muchacho no es nada de ella.
—Luis es el marido de Mariana y desde que se casaron él pasó a ser quien debería velar por su bienestar.
—¡Ese moco está muerto!
—¿Cómo es eso de que me casé con Luis? —Su boca se movió sin que ella se lo ordenara—.¿Qué me perdí?
—¡Mariana! —Stela la observó atónita y a la vez emocionada—. ¡Mariana!
Verónica aprovechó que Stela bajó la guardia para echarla definitivamente de la casa y cerrarle la puerta en la cara.
—Hija.
—¡Ya basta! —Tenía sus manos en puños—.¡Quiero que me digas toda la verdad!
—Ya sabes toda la verdad. —Verónica se le acercaba despacio—.Luis murió en el accidente.
—¡Accidente que apenas recuerdo! —gritó—. Solo veo imágenes de un choque en su auto que ni siquiera sé si en verdad pasó.
—Marianita, cálmate. —Sacaba de su delantal la botella blanca y vertía un montón de pastillas en su mano izquierda—.Toma tu medicina.
—¡No quiero nada! —graznó, pegándole un manotazo a las manos de Verónica. Con eso consiguió botar todas las pastillas al suelo—. ¡No tomaré ninguna otra maldita pastilla que ustedes me den! —Caminó amenazante en su dirección—. Dime qué sucede...
—Mariana, cálmate....
—Me calmaré cuando comiences a decirme toda la verdad... ¿Cuándo me casé con
Luis?, ¿por qué no lo recuerdo?, ¿por qué casi todos mis recuerdos anteriores
al accidente están bloqueados? ¡Responde!
Sintió un brazo que le inmovilizaba los suyos, y una
mano que le tapaba la nariz y la boca. Entre su lucha por soltarse, aspiró y
tragó el polvo que aquella mano tenía. Con ello, poco a poco su fuerza
disminuyó, hasta que perdió el conocimiento.
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