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Abortivo. Qué Logró Nacer

La tierna majayura

Mi madre María Ascensión González; a la que todos sus familiares y amistades llamaban Asunción; en ocasiones, acostumbraba en medio de los habituales quehaceres del hogar- relatarme en amena charla, a la que yo prestaba reverente atención; el lugar de su procedencia y también el de su madre, mi abuela, Rosa González, quién nació en una fecha aproximadamente en el año de 1900 en la extensa geografía de la alta Guajira; región perteneciente a la Península homónima. Eran sus padres indígenas; miembros de la casta Ipuana. Su niñez transcurriria en medio de un clima soleado, desértico azotado por el viento del mar entre cactus, sembradíos de yuca y maíz, cabras y ovejas; hábitos y costumbres inducidos por sus progenitores, quienes la iban enseñando e incorporando a esos y otros quehaceres domésticos conforme la pequeña majayura iba avanzando en edad. Esta cultura era muy cuidadosa de que sus cabras y sus ovejas no fueran a abortar mientras duraba el tiempo de su preñez; pues para ellos no era de buen Agüero si las hembras del ganado llegaban a abortar.

Los padres de Rosa tenían la bendición de su Dios al que llamaban Maleiwa por que sus cabras y ovejas nunca tuvieron episodios de aborto.

Mi abuela Rosa vivía bajo los oficios domésticos, del campo en la siembra de tubérculos y la cría de ganado caprino y vacunó. Más adelante conforme se fue aproximando al tiempo de salir de la infancia y siguiendo la tradicional costumbre de su etnia guayu; al acercarse la época de su transición de niña a mujer; ella era sometida a la costumbre ancestral ordenada por Maleiwa (Dios de todos los wayuu), denominada ceremonia de las doce lunas. Esta consistía en el encierro dentro de una pequeña habitación hecha de barro, caña y techo de paja. En dicho encierro practicaba los siguientes ritos: era despojada de aquellas cosas que la identificaban como niña. Primero se le cortaban su cabello hasta por encima de la nuca; luego se le despojaba de muñecas y otros tipos de cosas que como niña al fin utilizaba para su entretenimiento infantil, entre los que no faltaría alguna mascota. Les suministraban los mejores alimentos; para que su piel amerindia adquiriera un tono más claro; haciéndola embellecer aún más.

Este proceso llega a su culminación

al experimentar su primera menstruación. Con ello sale de su reclusión y estaría en las condiciones idóneas para ser ofertada al guajiro que pudiera pagar por la majayura.

Así dentro de esta práctica cultural indígena, Rosa González llegó a experimentar el significado de su primera intimidad conyugal y a convertirse en la concubina del guajiro que estuvo en la capacidad de entregar los bienes estipulados por su adquisición.

Más luego transcurrido este escenario; Rosa junto a su marido continuó viviendo en la alta guajira; aproximadamente 18 años. Tiempo al cabo del cuál se desataría la gripe española; la región fue alcanzada en la segunda oleada.

Rosa comienza a sentir los síntomas del contagio, pero logró sobrevivir gracias a los esmerados cuidados de su marido. Toda esta alarmante situación y atizada por su mal carácter; decide tomar la decisión -para ese entonces- de abandonar aquella su región, con el consentimiento de su marido.

Rosa emigró hacía el estado Zulia, se estableció en la periferia de la ciudad de Maracaibo; donde conoció a un militar retirado, a un tal general Zuleta; quién fuera un combatiente en la guerra civil iniciada por el Mocho Hernández.

Con el general Zuleta, Rosa comenzó vida concubinaria y con él, además de asumir el apellido Zuleta; también procreó dos hijos varones Julio y Luis Alberto; y además, le parió a otro hombre dueño de una ferretería ubicada en la Calle Ciencias; llamado Héctor Peña. El fruto de este desliz extramarital de Rosa Zuleta; fue una niña a la que bautizaron con el nombre de María Ascensión González. Quién llegó a ser una niña precoz para el aprendizaje; debido a que a los cinco años de edad, aprendió a leer y escribir. Su condición de hija natural, no permitió que fuera creada en un hogar estable; apenas alcanzó el tercer grado de instrucción primaria.

Así que fueron pasando los años donde a duras penas se convirtió en hija de crianza del general Zuleta; quién realmente se encariñó con la niña a pesar de que no era su hija biológica; hasta el punto de pródigo auténtico amor paterno que a su concubina y madre de esa niña le hizo prometer que nunca la negociara conforme a la costumbre de los guajiros; recordándole siempre con palabras quejumbrosas: "Rosa no me vais a vender la muchachita, es lo único que te pido por amor a Dios", le expresó en tono suplicante.

Corría el año de 1935, en medio de la apacible cotidianidad de un día domingo del mes de marzo; por aquel entonces, la ciudad recibía la luz del sol que ya declinaba y un hombre que residia en una Quinta lujosa; suspirando se dispone a abordar su automóvil, acciona el encendido y saliendo enfila rumbo hacia el norte; inquiriendo ansioso en su memoria cierta dirección; que debido a la emoción que lo embargaba olvidó anotarla en su libreta.

El Sol ya descendía plácidamente a la vista de los habitantes de aquella barriada formada a fuerza de trazos irregulares; circundando la periferia de la ciudad de Maracaibo. Deseoso el astro rey en demostrar una vez más la suprema belleza de su crepúsculo; sobre la tarde acariciada por los tenues destellos rojizos del límpido atardecer y por la suave brisa vespertina. Cuando a una considerable distancia, donde se hallaba el primer poste del tendido eléctrico del alumbrado público; podía astibarse, sin el resquicio de alguna duda, la inconfundible silueta en pausado crecimiento de un carro que se aproximaba casi de manera furtiva, y hasta podría decirse que presuntamente inadvertida; como si su conductor, abrigara el deseo de que no fueran a notar su presencia. De hecho en su ser interior experimentaba cierta conflictividad con el que dirán de sus padres, familiares, amistades, vecinos, compañeros de trabajo, relacionados y allegados. Los cuales hasta donde era suyo el natural conocimiento de sus respectivas conductas. De modo que pensando consigo mismo aseguraba no eran capaces de cometer la osadía de atreverse a traspasar el sólido lindero de las normas sociales y las no menos rígidas costumbres culturales, por las que todos se regían según los estrictos códigos de ética, moral y religión; y que él estaba más que consciente de que sus padres solían afirmar con orgullo y fervor, que eran cristianos católicos romanos tradicionales y devotos. Los cuales le habían enseñado muy seriamente estás normas y patrones de conducta ética; e inclusive, también había escuchado no solamente en las homilías del párroco; sino también del laico. Sintiendo un no pequeño escrúpulo mortificante al ir aproximándose con su vehículo nuevo azul eléctrico modelo Ford; al que la misteriosamente ululante brisa cómplice de aquella tarde conjurada, oscilaba hacia los lados; dibujando serpientes arenosas que se desvanecían sobre aquella trilla complaciente; desplazándose sutilmente que, además, de acariciar suavemente confino polvo, arena y minúsculas piedrecillas que, por resistirse temerariamente al indetenible rodante paso del vehículo azul, fueron sin contemplación cruelmente trituradas. Todo lo que fue levantado por la cómplice brisa de aquella trilla sorda muda indiferente; también lo empujaba. De modo que, en su raudo movimiento, se desplazaba aquél vehículo cuyo conductor haciendo sonar el claxon, pidiendo paso, haciendo gestos con sus manos para que se apartaran aquellos sorprendidos niños; que corrían, brincaban, y gritaban; saltando con entusiasmo a su alrededor. Algunos de ellos colocaban sus manos a los lados del automóvil; lo iban franqueando. Pues no era habitual que los vehículos transitarán por esa irregular vía.

Asimismo, el inusitado tránsito del incógnito Ford acompañado de aquél inesperado, inocente y tierno cortejo infantil; inmersos en su alegría totalmente ajenos a los anónimos motivos que habían traído al conductor de aquél vehículo adentrarse hasta esa trilla.

Pero no eran únicamente los entusiastas niños pendientes del visitante.

También estaba siendo muy inquisitivamente observado por aquellas maliciosas miradas propias de las madres cautelosas que prodigaban el cuidado de sus hijos más pequeños; y de sus hijas que salían de la pubertad. Ellas al paso del vehículo, asomadas por las puertas y ventanas de sus casas; se persignaban, pues intuían unas, sabían otras a que venía aquél hombre que conducía el vehículo con moderada velocidad por aquella calle carente de brocales, aceras y sin asfaltar; una tosca y burda trilla asfaltada de piedrecillas de ojo y de colores que, crujientes bajo el aplastante peso de los cuatro cauchos del Ford azul. Aquellos crujidos parecían dolorosos quejidos de pequeñísimas explosiones, unas con más fuerza que otros.

El individuo al volante del vehículo, un sujeto de treinta años, considerado en aquellos tiempos un hombre suficiente maduro; del cuál nadie, supone él, imaginaba que iba derecho y decidido a negociar con la guajira la hija de ella; apenas una pequeña majayura.

Él pensaba en lo que iba a decir; a como sería el palabreo. Sabía que los guajiros apelaban a las capacidades de dicción de otros guajiros; al que solían llamar palabrero y que hablaba el idioma español como si fueran doctores; para hacer negocios; principalmente deudas de sangre con el fin de evitar venganzas. Y pensaba que si él debió de haber utilizado a uno de estos palabreros; aunque el empleo de ese recurso humano hubiera significado gastar mucho más dinero.

Aunque al fin de cuentas poseía entre sus bienes y haberes; aquellas morocotas que le cediera su padre con el propósito de que él las negociara con el banco. Estas monedas de oro fueron halladas en un escondrijo.

Mientras pensaba en todo esto; su ego llegó a la conclusión de que, con toda seguridad podría él solo con las inéditas características emocionales y seductoras del negocio. De manera que en su mente ya se deleitaba imaginando un pronto escenario amoroso con esa pequeña majayura. En qué haría primero al concluir el negocio y la guajira madre de la niña, se la entregará. Sin importar que se trataba de una menor de edad; con apenas diez años. Si llevarla a la prefectura y formalizar las nupcias de una buena vez o trasladarla hasta su casa y hacerla su mujer.

Anticipando pensamientos ansiosos, que se reflejaban en sus largas manos sudorosas, ansiosas; apretando y abriendo los dedos sujetando firmemente la docilidad del volante

De repente los aturdidores pensamientos que revoloteaban en su cabeza se vieron interrumpidos, al encontrarse que ya estaba a corta distancia, podía ver el frente de la vivienda.

Eran tanto lo ensimismado que se hallaba en sus elucubraciones que, no se había percatado que ya estaba arribando hasta el lugar que lo trajeron sus propósitos y oscuros deseos.

Hacía mucho tiempo que se sentía muy atraído por está mestizita atrapada en la tradición de los guajiros.

Tenía mucho tiempo observándola; con su aspecto triste, algunas veces u otras alegre; caminando por la avenida Bella Vista; con el semblante triste como la oscura luna de aquella noche calurosa; cargada de suspiros y melancolía.

El ansiado encuentro

De imprevisto aquel torbellino asfixiante de mortificantes ideas y oscuros pensamientos incitantes y excitantes; colmados de cínica mezquindad qué, le hacían elevar la natural temperatura de su cabeza, a tan altos niveles, como si tuviera dos mil demonios chillando en el interior; de su hipotálamo; generandole intensos vértigos martirizantes, que enturbiaban su afiebrada cabeza, hicieron emerger al escenario real qué debía afrontar de tal modo que en un abrir y cerrar de ojos, en un brevísimo y preciso instante sus acuciante pensamientos perturbadores, sintieron que eran interrumpidos, de manera abrupta; como cuando parece que alguien se despierta de la perfidia de una pesadilla, que le sacudía la mente al encontrarse que al mirar fijamente a través del vidrio delantero de su nuevo automóvil, pudo observar con amplia claridad que tenía delante de sus narices el típico perfil de una muy humilde vivienda, a la que había estado deseando llegar con tan desmedido y a su vez cauteloso anhelo; desde que se despertara por la mañana de ese domingo.

...Lo inesperado de esta inédita sorpresa que le imponía despertar de su ensueño y desertar de aquellas fantasías que suelen emerger en los hombres cuando se hallan en estado de vigilia. Qué le hacen zarandear haciéndole salir de ese lapsus mental, de ese éxtasis místico. En qué, había estado sumido, todo ese tiempo desde que salió de su Quinta. Así que, era pues obvio, qué seducido por ese ensimismamiento en que se hallaba; Todo ese enjambre de sensaciones lo impulsa súbitamente de manera frenética a pisar con impericia y extremado ímpetu, los frenos de su automóvil. Pensando él, en voz alta, no me importa si se destrozan mis zapatos nuevos aunque me costaron muy caros. Para eso tengo suficiente dinero...

Así qué, dada está conmoción sufrida por este foráneo conductor, hace que lo sienta hallarse entre conmovido y estupefacto. Cuando al adquirir la patente conciencia que lo hace conoce el sabor de esta amarga experiencia; no podía creerse a si mismo, la dimensión de la realidad por la que estaba pasando, por esta imprevista situación tan absurda; diciéndose a sí mismo.

Esto se parece como sí me hubiera estado emborrachando; como si hubiera pasado todo el fin de semana bebiéndome cuatro cajas de cervezas y un litro de ron.

De manera que, Arquímedes el don Juan, el Casanova; ahora empezaba a dudar dé su integra y reconocida proverbial cordura, de su carácter tan mesurado y propenso a sopesar los escenarios que se le presentarán. Donde demostraba siempre un escepticismo que, de ningún modo llegará a permitir alguna vez demostrará mucha indulgencia con aquellas, personas excéntricas histéricas e importunas las cuales gustaban exponerse con las falacias de sus excentricidades. Pero ahora eso era cuestiones que lo abrumaban a él.

Asi era tanto lo que, habitualmente pensaba fantasíando con imaginarios escenarios en que la bella mestizita le pertenecía. De verdad, su escepticismo le impedía creer contra todo juicio; asimilar en su mente, en su inteligencia, llegar a creer, que con esa estatura heredada de su padre biológico de piel blanca. Haciéndola ver más alta, qué el promedio normal de las otras muchachas de su etnia. Eran sus cabellos negros, largos, lustrosos y semi ondulado; cayendo sobre sus hombros. Le daban un aspecto con ese continente; con esa tez entre amerindia y blanca. Solo hace algunos meses atrás que, le celebraron su cumpleaños. Díez pequeñas velas rosadas sobre la torta, indicaban el número de años de cumplidos; plenos de dulce ternura.

El despertar de su realidad obraron un digamos milagro en él; porque ahora fueron abiertos sus oídos y ojos. Empezó a ver los niños entusiasmados que lo había escoltado, hasta el frente de la vivienda, a escuchar el alboroto de su algarabía.

También comprobó que la acuciante mirada de las señoras se mantenía fijando sus ojos en él; mirando casi descaradamente; después de todo era un hombre adinerado del que sospechaban algunas daban por cierto las otras que Rosa Zuleta, había conseguido para que le comprará su majayura.

...Decían que este hombre no espero a que la niña cumpliera los doce años, cuando le viniera su primer periodo menstrual. Quería adelantarse antes que otro hombre viniera a ofrecer una cierta cantidad de dinero; quizás mucho más que la que él iba a ofrecer....

Entonces Arquímedes concluye su trayectoria al estacionarse frente a aquella muy sencilla casa. Así que bajándose de su vehículo; y cerrar la puerta tras de sí. Dirige sus pasos hacia la casa, ante la cual se detiene por un momento para así observarla con sumo detenimiento. Puede comprobar muy bien que, se trata de una de esas típicas y simples casas que solamente construyen personas con escasísimos recursos económicos.

Qué él o los propietarios son capaces ellos mismos edificar con sus propias manos a base de barro y caña. Colocando como techo paja. El piso lo hacen con arena roja echando agua y aplanando utilizando un artilugio plano de madera hasta endurecer el piso como sí fuera de cemento.

Aquél panorama lo hizo sentir en verdad un poco avergonzado. Pues aquel tipo de casa, invitaba a manifestar una obra de caridad; reconstruyendo una nueva digna y no a la adquisición de una niña de apenas diez tiernos años de edad. Como si aquello fuera una operación comercial más; a las que él estaba acostumbrado. Pero ya estaba allí, en un punto sin retorno. De manera que, se deshizo de sus falsos escrúpulos y procedió dirigiéndose hacia la puerta principal. Acto seguido alzó su mano derecha y tocando con los nudillos de su puño cerrado; respirando profundamente para tomar aire y darse valor, elevando un poco el tono de su voz; llamó casi sin fuerzas; con una exhalación; ! señora Rosa !

Llegando a la puerta

El reloj de su automóvil marcaba las cuatro y cincuenta y cinco. Abrían transcurrido apenas algunos cinco minutos; que a Arquímedes le parecieron cinco horas o tal vez mucho más. Breve tiempo durante el cual se hallaba que estaba tocando firmemente y por segunda vez consecutiva a la puerta con los nudillos de su puño derecho; quizás hasta pensó él, debiera hacerlo con más fuerza. Tal vez no lo han escuchado o se están haciendo madre e hija las que no le oyen o por alguna risible y desconocida razón no alcanzan a escuchar los constantes golpes a la puerta qué, él ha estado haciendo desde hace cinco interminables minutos. Por lo que, entonces Arquímedes haciendo acopio de valor; toma una decisión y tragando grueso, asimismo se acomodá con mucho nerviosismo el nudo de la corbata; gesticula ajustándose mejor su Flux con ambas manos. Y por un momento el se olvida que es un ciudadano con mucha educación de buena familia y actuando como si se tratara de algún sujeto con siniestras y malas, intenciones. Procede acortar aquella distancia que haciendo gala de discreción él mismo se fijó; entre su persona y el umbral de la puerta. Por lo que, inclinando su torso se acerca un poco más a la puerta dispone a girar su cabeza hacia la izquierda; como si fuera un muñeco mecánico, para escuchar con su oído derecho en el intento de que a sus órganos auditivos alcanzarán a escuchar el timbre diáfano de algunas voces humanas, con acento de candor femenino. Qué sea el tono grave de una mujer madura y el timbre de voz, como de un ruiseñor el de la niña de diez años de edad. Pero no, no es lo que, el deseo que con tanta y con tanto vehementemente anhelo anida en su alma. Es lo que, Arquímedes se imaginase y se decepcióna terriblemente; se siente muy frustrado al no escuchar, lo que más que sus oídos; es su alma llena de deseos y ansías la que quiere escuchar. Tristemente para él las ondas de los sonidos que captaban el pabellón de sus orejas y llegaban penetrando hasta sus oídos y el tímpano. No eran ciertamente humanas; le parecieron como cierto parecido al zumbido de abejas. No eran sonidos comunes; era los sonidos exóticos y novedosos de un aparato radio receptor de ondas hertzianas. Para colmo de males la radio trasmitía una voz muy masculina qué daba la hora haciendo sonar un timbre: ding dong "las cinco de la tarde en punto".

Más a todas estas la ansiedad se negaba a abandonar el espíritu de Arquímedes; así qué, ahora con verdadero ímpetu; nuevamente respira hondo y vuelve de manera resuelta y a su vez respetuosa de emprender la ahora repetitiva y mecánica actitud de continuar tocando la puerta con los nudillos de su puño derecho cerrado: "toc toc toc". El conocía el código Morse; pero la señora Rosa no sabía nada más que el rosario; se decía asimismo.

La niña que él venía a comprar tampoco entiende nada del código Morse; si tan solo una de las dos lo supiera; aunque sea el SOS; se los comunicaría por medio de los toques en la puerta. "Auxilió por favor abre mí amor".

Entonces de súbito en Arquímedes cunde la alarma en su espíritu, alma, mente y cuerpo. Haciendo emerger una hipótesis que, sacude estremecedoramente su corazón. Pensando, y si ya vino otro hombre a comprar a la dulce niña María Ascensión González. Quizás algún otro alijuna cómo nos dicen ellos a nosotros en su idioma a los que no somos guajiros. Y sí tal vez entonces sucedió que le ofrecieron una cantidad importante, mucho más copiosa que la mía. Porque y sí además de aparté de alguna cantidad de dinero le ofrecieron a la señora Rosa construirle una casa muchísimo mejor que este rancho de barro, caña y techo de paja; la cual un fuerte viento la derriba.

De manera que, diferentes hipótesis acudían a la mente de Arquímedes; ante la aparente negativa de que no le abrieran la puerta. Pero entonces logró escuchar una voz femenina, de mujer madura, que surgió del interior de aquella humilde vivienda qué le respondía diciéndole: "ya va señor Arquímedes, espere un momento por favor". Esas palabras se lo dijo una voz con acento de guajira

Entonces debido al ansiado y esperado giró que ahora tomaron las cosas; provocó que en Arquímedes sintiera una cálida y magnífica sensación de bienestar la cual recorría todo su alma y cuerpo; experimentando un éxtasis como si fuera la fresca brisa de la mañana.

Desapareciendo de este modo tan agradable y exquisito la zozobra y angustia que hasta ese mismo y preciso instante lo había estado agobiando por causa de este asunto dé la adquisición de esa niña tan tierna de apenas diez años de edad; por la vía extraviada del estupro; a la que él esperaba con ansías hacerla mujer suya en alma y cuerpo. Aunque no anidara en su voluntad y su ánimo, la inevitable cuestión legal como el contraer nupcias con aquella tierna majayura. Para que así en definitiva sería suya en toda la extensión del término.

Entonces todos estos pensamientos tan sórdidos y dispares fueron interrumpidos por el sonido sordo y quejumbroso producido por la puerta al momento de ser abierta.

Él enseguida saludo al ser contemplado por la anfitriona de aquélla humildisima vivienda construida a fuerza de barro, caña, techo de paja, piso de barro y pobreza.

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