Capítulo 1: Primavera 2023
Los rayos del sol traspasaban el vidrio de la ventana, Mariana se encontraba arreglando la cama de la habitación. Ella levantó la mirada hacia la ventana y vio como una mariposa azul con algunos puntos blancos volaban por detrás del vidrio. Mariana se incorporó, caminó hasta la ventana y la abrió de par en par. Un fresco, pero agradable viento entró.
—Qué bello día —dijo mientras miraba el azulado cielo y sonrió.
Una campanilla sonó. Mariana se inclinó sobre la ventana y miró la calle. Un hombre con un uniforme verde, se encontraba pedaleando una bicicleta toda vieja. Un bolso le cruzaba. El hombre se detuvo frente a la casa de la joven y miró directo hacia la ventana en la que Mariana se encontraba, esta última le sonrió y agitó su brazo como muestra de saludo, y luego desapareció de la vista del sujeto.
—¿A dónde vas? —preguntó una mujer de unos cuarenta años, que estaba en la cocina. Mariana hizo omiso a aquella pregunta y salió por la puerta principal.
—Señor, ¿trajo algo para mí? —habló con una sutil sonrisa
—Mmmmmm —bajó de la bicicleta, abrió su bolsa y luego le dirigió una mirada seria—. No, no hay nada para ti.
La sonrisa de la joven desapareció de un momento a otro, su rostro solo reflejaba decepción.
—¿De verdad? —su tono de voz era triste
El hombre se echó a reír
—¿Por qué te ríes?
—Toma —extendió su brazo hasta la chica, esta última agarró un sobre.
—¿Qué es esto?
—¿No estabas esperando una carta de admisión?
—¿Eso es cierto? —miró el sobre y vio una firma con un sello rojo—. No puedo creerlo, ya se estaban tardando —levantó la carta hacia el cielo y luego la llevó hasta el pecho—. Muchas gracias, señor —dio media vuelta y caminó hasta su casa.
—Suerte —gritó el hombre mientras se ponía en marcha
—¿Hija qué sucede? —la mujer se acercó a Mariana.
—Mamá —abrazó con mucha fuerza a su madre y luego comenzó a dar unos pequeños saltos. La madre hizo lo mismo.
—¿Por qué estamos saltando?
—Después te digo —dijo y se dirigió a su habitación. Mariana se sentó en la cama y abrió a toda velocidad el sobre, y se puso a leer el papel
Señorita Mariana Sandoval, hemos leído su solicitud y junto con sus perfectas calificaciones, hemos tomado la decisión de darle la beca completa. Es un orgullo que alguien como usted sea parte de esta Universidad.
De la boca de Mariana salió un grito que parecía sacudir todo el pueblo costero en la que ella nació.
—¿Hija, te lastimaste? —preguntó la madre, quien se había asustado del grito y por ello, corrió hasta la hija.
—No, estoy bien
—Entonces, ¿qué fue ese grito?
—Mamá, mira —le enseñó el papel.
La mujer se puso a leer la carta.
—Hija, qué buena noticia. Me alegro mucho por ti.
—La carta dice que debo estar en el campus la próxima semana.
—Tienes que prepararte ahora mismo
—Si, eso haré. Gracias, ma. Si no fuera por ti, no hubiera podido terminar los estudios —abrazó a su madre.
—No, todo es gracias a ti, tú has podido llegar más lejos de lo que yo llegué y eso me enorgullece.
...***...
—Este es el último aviso para abordar al tren —habló una voz femenina a través del parlante.
—Mamá
—Si, cariño. No te preocupes por mí. Ve y estudia mucho.
—Te llamaré todos los días
—Mantente alerta en todo momento y recuerda que ya no estarás en un pueblo si no que caminaras en una jungla social, en donde los animales caminan en dos patas y se camuflan en seres racionales.
—Prometo cuidarme —Mariana se abalanzó hacia su madre y la abrazó—. Tengo que irme —dio marcha atrás.
—Llámame cuando llegues —dijo mientras veía a su hija ingresar al tren. Mariana acomodó su equipaje en el portaequipaje, que se encontraba sobre el asiento, y luego se sentó hacia la ventana. La joven apoyó su mano en el vidrio mientras que la puerta del tren se cerraba. La mujer agitó su mano y el tren se puso en marcha, tras perder de vista a su hija, ella se llevó la mano en el corazón, sentía que algo andaba mal.
Ella abrió los ojos, todo a su alrededor era blanco. Se levantó algo mareada y con la pierna temblorosa. Su cabeza estaba abombada.
—¿Dónde estoy? —dijo la chica de cabello corto hasta el hombro. Miró a los alrededores, vio a su amiga inconsciente, aun lado de ella—. ¡Mariana!, ¡Mariana! —se acercó a ella y trató de despertarla, esta última no reaccionó en ningún momento. Unos pasos que se acercaban, pusieron en alerta a la joven de nombre Ana.
—¿Has cerrado bien la puerta? —preguntó un hombre. El primer sujeto a comparación de su compañero, es bastante alto y delgado. El segundo sujeto, es su contraparte. Es un poco regordete, no tanto, solo un poco para su altura.
—No te preocupes, ellas están inconscientes. No creo que se escapen ni aunque les deje la puerta abierta —el ruido de una caída resonó por todo el lugar.
—¿Qué fue eso? —preguntó el larguirucho. Su compañero negó con la cabeza.
—No sé —ambos corrieron en dirección al ruido.
Ana se había caído al escuchar los pasos de los hombres y ahora, sus pies no le reaccionaban.
—¿No habías dicho que estaban inconscientes? —miró el primer sujeto a su compañero.
—Estoy seguro de haberla visto tomar el refresco que le había dado. ¡Ey, tú! ¡Quédate quieta! —se acercó a la chica
—No te me acerques —se puso de pie como pudo y corrió hasta la puerta.
—Más te vale que no se te escape —advirtió furioso el larguirucho—. Te lo haré pagar por su huida.
El hombre de baja estatura corrió para tratar de impedir el escape de la chica.
Ana giró el picaporte y salió corriendo de aquel lugar. El dúo de hombres, salieron tras la joven, pero se detuvieron una vez que la vieron alejarse hacia donde había mucha multitud.
Ana corrió sin dirección y con la mente en blanco, lo único que deseaba es que aquellos desconocidos no la siguieran. Ella no se atrevía a detenerse y mucho menos a mirar hacia atrás.
—¡Ayuda! —gritó entre lágrimas. Ella veía borroso, las lágrimas le impedían poder ver con claridad, eso provocó que ella tropezara y cayera al piso. Su rodilla al igual que sus manos se rasparon y formaron una herida no muy profunda, pero en su superficie se podía observar un poco de sangre.
Las gentes que caminaban por las calles, hicieron omiso a la pedida de ayuda de la joven, algunos se detenían para mirarla por un segundo, y luego, proseguían caminando. Otros, ni siquiera se detenían, solo pasaban de ella como si la chica no existiera. También estaban los que la juzgaban con la mirada, como aquella madre y su hijo que se acababan de alejar de ella. El niño quería ayudar a Ana, pero su madre la tomó de la muñeca y la alejó de ella.
—Por favor, ayuda —volvió a pedir, trató de volver a ponerse de pie.
—¿Qué te pasó? —preguntó una persona a la espalda de Ana—. ¿Te puedo ayudar?
Ana se sobresaltó al sentir una mano en su hombro, ella creía que la habían atrapado y que la volverían a llevar a ese lugar desconocido.
—Por favor, no me hagan nada —rogó. La mujer se puso frente a la joven.
—No te preocupes, no te haré nada malo —apoyó nuevamente su mano en el hombro de la chica, esta última, abrió los ojos y levantó la mirada. Frente a ella se encontraba una mujer de piel muy arrugada como una pasa de uva. Su piel como su cabello eran tan blancas igual que la nieve que habitualmente caía en ese lugar.
La anciana se quitó la chaqueta que tenía puesto y con ella, cubrió la espalda de la chica y después la ayudó a ponerse de pie.
—Gracias —agradeció la amabilidad de la anciana.
—¿Qué te sucedió? ¿Por qué estás descalza?
—¿Dónde hay una estación de policía?
—Te llevaré al que está por aquí cerca
Ana asintió.
...***...
Ágatha entró a la delegación sur.
—¿Qué sucede? —preguntó a unos de los oficiales que se encontraban en la estación
—Siento molestarla en su día de descanso, pero usted era la única que estaba disponible.
—¿Tú no lo podías hacer?
El hombre negó y luego señaló a Ana
—Ella quería hablar con una mujer. Tratamos de convencerla de que hable con uno de nosotros, pero ella se negaba.
—Está bien, yo me encargaré —tocó el hombro del oficial como muestra de que no se preocupara—. Ana, ¿verdad? —caminó hasta la chica.
—Si
—¿Usted, es…? —miró a la anciana.
—Yo soy la persona que la trajo hasta aquí.
—Bien, vengan conmigo. Las mujeres se pusieron de pie y caminaron detrás de la oficial. Entraron a una oficina que duplicaba el tamaño de la antigua oficina de Agatha.
Ágatha sintió como las cuerdas que amarraban sus muñecas impedían la correcta circulación de su sangre. Se sentó como pudo en el piso y miró a su alrededor. Varias mujeres la rodeaban, aquellas chicas estaban en su misma situación, tenían la boca cubierta con una tela. Una de las chicas trató de decir algo, pero lo único que se podía oír es un ruido ahogado que provenía de su garganta.
La detective con mucha delicadeza trataba de aflojar la soga que rodeaba su muñeca. Se llevó la mano hasta el bolsillo de su pantalón y de su interior sacó un pedazo de vidrio. Aquel vidrio lo había tomado cuando aquellos hombres que la habían raptado, bajaron la guardia. Con cuidado apoyó el vidrio en la soga y comenzó a serruchar. Mientras trataba de cortar la soga, ella levantó la mirada y notó que había una cámara que se movía de izquierda a derecha, la cual los vigilaba. Bajó la cabeza y de reojo estudiaba sus movimientos a la vez que seguía serruchando. Contó hasta diez, por fin pudo desatarse. Desató la soga de su pie y luego se quitó la mordaza.
— Chicas, ¿están bien? —las chicas no entendían lo que había ocurrido, sus rostros expresaban terror y confusión, lo único que recordaban era que habían entrado a un edificio para una entrevista laboral, de ahí en más, sus mentes estaban en blanco. Las mujeres asintieron ante la pregunta de la detective.
«Solo tienes siete segundos antes de que la cámara vuelva a enfocar hacia nuestra dirección», habló una voz en la cabeza de Agatha.
—Ya lo sé —respondió. Después de dejar de tomar su medicamento, Ágatha comenzó a escuchar con más frecuencia aquella voz. Todo comenzó una mañana, después de internar a su madre. Ella había despertado en el living de su casa, a su alrededor había varios papeles esparcidos. Ella agarró uno de los papeles y vio que se trataba de un caso que se titulaba: la extraña muerte de una pareja. Agatha sabía que este suceso había ocurrido en el año 2002, lo había visto la vez que fue enviada por su jefa a la bodega, en donde se archivaban los casos sin resolver.
A pesar de que ese caso le llamó la atención, ella recordaba perfectamente que lo había dejado en su lugar, pero de alguna manera, ahora estaba en su poder. Ella no recordaba haberlo traído a su casa—. Cuando lleguen a buscarlas, sigan el juego —les dijo a las chicas después de oír el plan de aquella voz—. ¿No es un poco peligroso? —respondió contestando a la voz
«¿Desde cuándo te has vuelto tan cobarde?»
En la mente de Ágatha apareció la imagen de su padre
«Eso no volverá a pasar».
—¿Tú qué sabes? —susurró
«Yo me encargaré de que eso no vuelva a ocurrir».
Las chicas no sabían en dónde estaban, ni porque estaban en ese lugar. Solo sabían que querían volver a ver a sus familiares y no tenían más remedio que confiar en la mujer que les estaba dando instrucciones. Ellas asintieron al oír que debían seguir el juego.
Unos pasos se detuvieron al otro lado de la puerta. Las jóvenes comenzaron a temblar mientras veían la puerta abrirse.
—Llévense a esas dos —señaló un hombre a dos de las chicas que estaban a un lado de la puerta.
Los dos hombres que habían entrado con el hombre corpulento, tomaron a las chicas. Las jóvenes comenzaron a forcejear y a patalear, no querían ir con ellos.
—¡YA LLEVENLA!! —gritó.
Los hombres obedecieron y salieron de la misma manera en la que entraron.
Una chica que se encontraba en una esquina, colocó su cabeza entre sus piernas y comenzó a moverse de adelante hacia atrás, su respiración se entrecortaba. Estaba muy nerviosa. Ágatha volvió a mirar hacia la cámara y tras notar que no la estaban enfocando, se acercó a ella y la abrazó.
—Todo va a estar bien —le dijo mientras le acariciaba la cabeza.
—Se llevaron a mi hermana —le contó tratando de no llorar.
Ágatha volvió a consolarla.
—Chicas, inhalen y exhalen —les dijo mientras trataba de tranquilizar a todas ellas—. Confíen en mí.
Volvieron a obedecer.
—Señorita, no sé quién es usted, pero, ¿Sabe dónde está mi amiga? —preguntó una chica que estaba aún lado de ella.
—¿Tú eres Mariana?
—Si, ¿cómo sabes mi nombre?
—¿Tu amiga se llama Ana?
— Sí. Ella estaba conmigo, pero no la veo —miró por todos lados.
—No te preocupes, ella está bien. Sana y salva.
—¿De verdad?
Ágatha asintió.
—Si ella no hubiera escapado, no hubiera podido contactarse con nosotros —musitó.
—¿Con ustedes?
—Soy de la policía
Las chicas se emocionaron al oír la palabra de Ágatha
—Eso quiere decir que estamos salvadas —dijeron varias voces.
—Escuchen, deben guardar la calma y seguir con el plan que les mencioné. Aquellas personas no deben sospechar nada, ¿entendido?
Las jóvenes asintieron.
Una vez que vió a la cámara moverse, Ágatha volvió a su lugar lo más rápido posible.
Las chicas se miraban y se sonreían con complicidad.
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