No podía llorar, ya había llorado demasiado, —¿Alguna vez alguien se había deshidratado, por tanto, llorar?— Porque ahora sí lo creía, se sentía débil y adolorida. No sabía si el dolor era físico o emocional, pero de lo que sí estaba segura, era que ya no quería estar ahí, ya no quería sufrir, quería irse muy lejos, tan lejos de todo aquello que le causaba daño y olvidar, olvidarlo todo, pero ¿cómo iba a olvidar algo así? De ninguna manera lo lograría, ni siquiera podría huir de ahí. Tenía que ser una persona muy optimista para poder escapar de ese lugar, incluso mover un dedo era un gran esfuerzo.
Hace mucho no escuchaba su voz, había decido no volver hablar. En una esquina de aquella habitación se sentó, abrazó sus rodillas y colocó su frente entre sus piernas, no podía ver nada, pero tenía miedo de las voces que escuchaba susurrar, a veces sentía que alguien la tocaba, pero sabía que allí no había nadie, siempre había estado sola.
¿Le tenía miedo a la oscuridad? No, no le temía, la oscuridad no era nada, solamente es el recuerdo de una latente soledad. ¿A qué realmente le tenía miedo? A ellos. Hace días o ¿eran semanas? Que estaba allí, ya se había acostumbrado a sus propios fluidos. ¿La comida? Era asquerosa, quizás no conocía a alguien en el mundo que fuera capaz de comer algo así, pero era lo único que le proporcionaban y no podía desperdiciarla.
Se sentía rota y vacía, tan rota y vacía, que no era normal o ¿sí lo era? La garganta le dolía, ya había gritado lo suficiente y ya nadie le respondía, ya nadie venía a verla, pero la comida seguía apareciendo por debajo de la puerta, eso solamente le recordaba que seguían ahí y que se estaban burlando de ella.
Se sentía ligera, quizás había bajado de peso, no podría estar muy segura, todo estaba muy oscuro, demasiado oscuro para poder acostumbrar la vista, pero cuando se tocaba se sentía igual que hace tiempo. Su cabello era otra historia, tan enmarañado que dolía cuando intentaba arreglarlo.
También podía sentir un olor a carbón, las cenizas entraban por su nariz y cada vez sentía que se ahogaba, su cuerpo hervía en un calor intenso que no podía controlar, quemaba su piel y luego volvía a sentir frío, un cambio demasiado drástico, en ocasiones apretaba con fuerza sus dientes y mordía sus labios, los cuales ya estaba demasiado heridos.
Sus labios estaban tan secos que al pasar su lengua por encima de ellos era doloroso, ellos, ni siquiera los quería mencionar, no merecían ser nombrados, aquellos seres desagradables le daban un vaso de agua cada tres días, ella lo supuso porque su nivel de deshidratación era demasiado alta cuando le daban el agua, sabía que un humano podía sobrevivir tres días sin agua, pero cada vez era peor, porque un vaso de agua no calmaba la sed que sentía y esperar por ella era agonizante.
Ella solo quería que todo acabará rápido.
El día estaba siendo odioso, eso creía la niña, porque a ella le gustaba más la compañía del sol, pero el cielo estaba lleno de nubarrones tristes que opacaban todo, tras la ventanilla del auto observaba las grandes casas que pasaban frente a sus ojos, casas magníficas en todo el sentido de la palabra. Sus hermanos estaban a su lado, ambos entretenidos con sus celulares e ignorando por completo su alrededor, sus padres hablaban animadamente.
—Mami, ¿dónde está el sol? —preguntó la niña con la mirada fija en las enormes casas.
Ambos hermanos voltearon a ver a su hermana y estallaron en carcajadas, lo que hizo que una enfurruñada niña los mirara con desaprobación. Su madre le explicó con una sonrisa, aquel lugar era muy frío, un lugar donde las nubes grises predominaban en todo y la lluvia era constante, un lugar tranquilo para la familia.
Ella aún no entendía por qué tenían que abandonar su vida de ciudad e ir a un pueblo aburrido, sus hermanos al contrario estaban muy felices, allí había algunas cosas que ellos veían como una gran distracción. El auto se detuvo en una enorme casa, allí en un campo vacío iban a vivir todos. La niña observó todo en silencio y se bajó con cuidado, el suelo estaba húmedo, el barro era una trampa mortal, sacó las cajas que había marcado con su nombre y las llevó adentro de la casa.
Se detuvo al entrar, la casa olía a humedad y las paredes estaban desgastadas y viejas, había algunas cosas tiradas en el suelo, todo estaba lleno de polvo. Se acercó al comienzo de las escaleras y sujetó en sus pequeñas manos lo que parecía el cráneo de un ave. Aspiró un poco de aire para luego expulsarlo con fuerza, el polvo se esparció lejos de la superficie del cráneo, la niña lo acercó a su rostro para verlo con más claridad.
—¡Mamá! —gritó Lenay, luego sintió como el cráneo era arrebatado de sus manos.
La niña observó a su hermana, ella llevaba el cráneo en sus manos y se lo acercó a su madre con intensidad. El rostro de su madre se llenó de fascinación, ahora era ella quién revisaba el pequeño cráneo con precisión.
—Era un cuervo —empezó a decir mientras su índice seguía las pequeñas protuberancias características de la especie.
Luego se acercó a su hija menor y se lo dejó en las manos, la niña sujetó entre sus dedos el alargado pico y lo sacudió, en un segundo se resbaló de sus manos y cayó al suelo causando un gran estruendo. Lenay volvió a acercarse, no quería que su pequeña hermana se quedara con él, entonces se lo guardó en el bolsillo.
—Mamá la cocina está muy sucia —dijo Mike asomando su cabeza desde el umbral.
—Ya vamos a limpiar —terminó por decir su padre que iba entrando con varias cajas en sus brazos.
La niña subió por las escaleras ignorando por completo a sus padres, ella quería escoger su habitación, al estar arriba notó que las cortinas estaban desgarradas y que las ventanas estaban abiertas, ella se acercó y poniéndose en puntitas miró hacia afuera. A lo lejos observó la entrada de un bosque, se veía aterrador desde ahí, su cuerpo sintió un pequeño escalofrío, ella se apartó y acercó sus manos al pequeño picaporte, lo sujetó con fuerza y la cerró.
Quizás era el frío se dijo a sí misma, siguió caminando por el pasillo hasta que llegó a una puerta que estaba cerrada. Acercó su mano y la empujó, pero está no cedió, tenía el seguro puesto.
—¡Kait! —el grito de su madre la asustó.
La niña se apartó con rapidez y bajó las escaleras, su madre la observó de inmediato, en sus brazos tenía un impermeable. Se acercó a su hija y se lo puso, apretó sus mejillas y luego sujetó su pequeña mano.
—Vamos a traer la comida —indicó su madre mientras salían de la casa.
La niña giró su rostro para ver la casa, la puerta estaba cerrada, levantó su mirada al segundo piso y vio las cortinas moverse. Ella estaba segura de que había cerrado la ventana, quizás había quedado una abierta. Sus pies se tropezaron con una piedra, su madre la sujetó y la volvió a poner de pie.
—Cuidado —le dijo deteniendo su paso.
Kait miró a su madre y le sonrió, caminaron hasta el pueblo, la casa quedaba a las afueras, quedaba muy cerca, solamente tenían que caminar aproximadamente 20 minutos. Al llegar se fueron directamente a un pequeño restaurante y pidieron 5 almuerzos para llegar.
La niña miraba sus zapatos cuando llegó un hombre con la ropa mojada, colocó su escopeta encima de una de las mesas que estaban allí. Y luego se sentó, las pocas personas que había allí se quedaron callados. Alex se acercó a su hija y la abrazó, Kait era una niña curiosa, en todo momento miró al señor, él levantó su mirada e hicieron contacto visual, su madre apretó sus hombros.
—¡¿Qué te he dicho?! —gritó la cocinera enojada mientras le pegaba con un palo en la cabeza y seguía hablando alterada—, ¡Fuera de aquí! ¡No vuelvas con la escopeta!
El señor puso una mano en su cabeza y luego sacudió la otra en un ademán de que lo dejara en paz. La señora se cruzó de brazos, antes de que volviera a recibir otro golpe el señor se levantó, mientras se giraba levantó su escopeta hacia los hombres que estaban sentados detrás de él. La cocinera soltó un grito ahogado y volvió a levantar el palo dispuesta a golpearlo, él soltó una risa al ver que uno de los hombres soltó un plato y este cayó directamente al suelo.
—Mujer, tráeme el menú del día —dijo mientras se sentaba y dejaba su escopeta a un lado.
Alex en todo momento sujetó a su hija, estaba a punto de irse, cuando la señora se acercó con un pequeño dulce y se lo entregó a Kait. La mujer se iba a ir con su hija, pero al ver a la señora se volvió a sentar.
—No se preocupe, él no es peligroso —le dijo la cocinera intentando calmarla—, solamente es un guardabosques.
Después de aquella situación tan caótica, Alex pagó la comida y observó a su pequeña hija, que estaba muy calmada. Ella estaba comiendo el chocolate lentamente, cuando levantó su mirada se encontró con los ojos del guardabosques, un sentimiento de augurio invadió su corazón.
—¿Dónde viven ustedes? —preguntó el guardabosques levantando un tenedor hacia la dirección de Alex.
La madre apretó sus labios, sentía que algo malo iba a pasar, sujetó la mano de su hija y soltó un suspiro que fue reemplazado por una falsa sonrisa.
—A las afueras del pueblo —se limitó a decir.
Era un guardabosques y el bosque de allí era muy grande, seguramente eran solo cosas de su cabeza.
—Tengan cuidado —indicó y siguió comiendo.
Alex quedó desconcertada con aquellas palabras, sujetó la bolsa de comida y salió de ese lugar que se sentía demasiado asfixiante, caminaron alrededor de 10 minutos, las plantas y la maleza eran demasiado frondosas, después de un tiempo sintió como una gota de agua cayó sobre sus cabezas. Ella sujetó a su hija entre sus brazos y empezó a correr, cada vez el agua caía con más fuerza, sintió como las manitas de su hija apretaban su espalda, al ver su casa, observó que la puerta estaba abierta.
Alex se detuvo al llegar al frente de su casa, bajó a la niña y la dejó entrar, puso la bolsa de comida en el suelo y tomó una gran bocanada de aire. Benji se acercó a su hija y la cubrió con una toalla, luego miró a su esposa.
—Llovió —dijo al ver que Alex entraba con la comida en las manos.
—Claro que llovió —respondió ella haciendo obvio lo que él había dicho.
La niña estaba en silencio a punto de llorar, no le gustaba esa casa, no le gustaba la lluvia, sujetó la toalla con fuerza, tenía frío. Su hermano se acercó y se colocó a la misma estatura que ella, luego le acarició la cabeza mientras la ayudaba a secarse.
Abrieron algunas cajas buscando ropa seca para poder cambiarse, aunque Kait no se había mojado, simplemente tenía el cabello húmedo y los zapatos mojados. Luego de comer, todos subieron al segundo piso, allí había cuatro habitaciones, se detuvieron al comienzo del pasillo, Kait iba de la mano de su hermano. Sus padres caminaron hasta la primera habitación del pasillo que tenía la puerta abierta.
—¿Quién quiere está habitación? —Habló Benji mirando su interior.
—¿Todas las ventanas están cerradas? —dijo Alex abrazándose a sí misma.
La casa además de ser muy vieja, cuando llovía hacía que el ambiente se sintiera muy frío, era un lugar donde no había calefacción.
—Sí mamá, yo revisé y estaban todas cerradas —respondió Mike sujetando las viejas cortinas entre sus dedos.
—Yo quiero esa —dijo Lenay mirando su interior.
La siguiente habitación la escogió Mike, solamente quedaban dos habitaciones, la más grande que estaba al fondo, era la habitación principal, que obviamente la iban a escoger los padres de Kait. La otra, era la que seguía, la puerta seguía cerrada, su padre intentó abrirla, pero esta no cedía, sostuvo la perilla de madera y la sacudió de un lado a otro. La puerta seguía sin abrirse, Benji bajó las escaleras y se fue en búsqueda de sus herramientas, luego volvió a intentar a abrir la puerta.
Benji desarmó la perilla para poder abrir la puerta, la dejó en el suelo y la empujó, la puerta soltó un pequeño chirrido, el interior estaba muy oscuro casi no se veía nada, la noche ya estaba llegando, Benji deslizó su mano por la pared hasta que sintió el interruptor y encendió la luz, la luz parpadeó varias veces antes de encender por completo. Aquella habitación era la que estaba en mejores condiciones, también estaba amueblada. Kait se emocionó y entró corriendo, la cama que estaba allí era grande, la madera tenía varias decoraciones en flores talladas, la niña se tiró encima de la cama y el polvo flotó en todas las direcciones.
Sus padres se acercaron a ella y se detuvieron en el centro de la habitación, el dueño que había vendido la casa no les había comentado que había una habitación amueblada.
—Tendremos que sacar esta cama —dijo Benji mientras alzaba a su hija entre sus brazos—, esto lo podemos dejar —siguió hablando él mientras miraba el armario empotrado.
La niña miró hacia la cama y se soltó de los brazos de su papá, se acercó y colocó sus manos sobre el cubrelecho viejo.
—Quiero esta cama —dijo Kait volviéndose a subir.
Benji se colocó ambas manos sobre el rostro, soltó un pesado suspiro y se acercó nuevamente a su hija y la alzó.
—Cariño, el colchón está viejo y sucio —empezó a decir Alex mientras tocaba el rostro de su hija.
La niña estaba a punto de negarse, luego Benji dispuesto a hacer lo que su pequeña quería, propuso algo, días antes había llegado el trasteo a su nueva casa, las cosas pesadas como muebles y las camas, había llegado antes. Él dijo que podían reemplazar el colchón, era entradas las seis de la tarde y el día estaba oscurecido. Los hermanos ayudaron a su padre a levantar el colchón, Mike que sostenía una parte, lo miró al sentir la humedad debajo de sus dedos, y acercó su nariz para olfatear donde sujetaba, sintió como entró un olor casi putrefacto, su nariz cosquilleo y se apartó con rapidez sin soltar el colchón.
Luego observó el colchón por debajo que no estaba blanco, la mayoría de su totalidad era de un color amarillo, con grandes manchas marrones. Los tres lo colocaron contra el piso y miraron aquel mugriento colchón.
—Aquí en el suelo hay algo —dijo Lenay quién se había entretenido mirando lo que había debajo de la cama.
Mike se acercó y se inclinó para mirar, la luz de la habitación tampoco ayudaba mucho, su iluminación era muy escasa. Mike acercó su mano para tocar lo que se veía ahí tirado en el piso, luego sintió como alguien le pegaba una palmada en su mano, cuando giró a ver quién era, se encontró a su padre con una mueca de disgusto.
—Vamos a limpiar primero esta habitación —dijo él haciendo que sus hijos salieran y trajeran trapos.
Él se quedó solo en la habitación, sacó su celular y encendió la linterna, iluminó aquel lugar y sintió como un escalofrío subía por su espalda. Lo que había debajo de la cama eran restos de un animal muerto, se acercó un poco más retirando algunas tablas para dejar un espacio más grande. Observó los huesos con carne seca, agarró uno y lo sostuvo en su mano, parecían de algún canino, las falanges eran un poco cortas, lo que indicaban que era un animal pequeño.
Lo dejó detrás de él y siguió sacando aquellos restos, que estaban extremadamente secos, quizás el animal se quedó encerrado y no supo por dónde salir, cuando agarró la parte que aún contenía pelaje, se sorprendió por las pequeñas tonalidades rojizas que se veía, ahora ya sabía que animal había sido, en su cabeza solo podía pensar en un zorro. Pero por más que buscó por debajo de la cama, no encontró la cabeza.
En la habitación principal se encontraba Alex con su hija, allí había un baño, la madre estaba limpiando la tina mientras el agua corría hasta el sifón, se sorprendió de la suciedad que salía cada vez que pasaba el trapo. Kait estaba observando la ventana, miraba con dedicación las copas de los árboles, era lo único que podía ver, todo lo demás estaba muy oscuro y la luz de la luna era demasiado tenue. De pronto pasó un ventarrón y el follaje se sacudió con fuerza, de repente sintió frío. Un rayo cruzó el cielo iluminando todo, allí en la entrada del bosque vio la figura de una persona con una escopeta, luego todo se volvió a sumir en la oscuridad.
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