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Escupiré Sobre Tu Cadáver

ASÍ COMENZÓ...

...Seattle....

Despierto con el punzante dolor de la resaca palpitando en mis sienes. Siento mis ojos llorosos y mi garganta reseca. Necesito tomar agua.

Miro mis alrededores con cierta confusión e intento recordar donde estoy. A mi alrededor veo muchos cuerpos inconscientes de adolescentes tan o más borrachos que yo, incluso hasta drogados. Están en todas partes, ya sea en el piso o las escaleras. No hay ni un solo mueble desocupado. A mi lado en el sofá, se encuentran Dylan y Jhon, dos idiotas del equipo de fútbol. Están totalmente dormidos y por la forma que roncan, nada parece que podrá levantarlos de su lugar. Aparto de mi hombro la cabeza de Dylan y lo empujo con cierta brusquedad. Hago una mueca de asco al ver su saliva en mi cazadora negra favorita y me la limpio con repugnancia.

Saco mi móvil del bolsillo de mi cazadora y observo la hora que es. Mi madre me va a matar, son las 6:00 de la mañana. Se suponía que debía estar en casa a las 12:00 en punto.

Me levanto del sofá con demasiada rapidez y enseguida mi vista se nubla un poco. Mis pies se tambalean sobre mis tacones negros y me habría caído directamente de cara al suelo de no haberme aguantado del borde de la chimenea frente al sofá. A mis pies se encuentra un extenso mar de envases de plásticos y botellas de vodka sour de cereza, mi favorita. Cierro mis ojos con fuerza y masajeo mis sienes con mis dedos para intentar aliviar el dolor de cabeza que ahora mismo penetra como un taladro en mi cráneo. Una medida nada factible.

Me dispongo a irme de este maldito lugar pero entonces recuerdo que no vine a esta puta fiesta sola. Cristina, mi mejor amiga, debe encontrarse en alguna parte de esta casa. Busco su cabello rubio entre el reguero de jóvenes en el suelo pero no la encuentro por ninguna parte.

—¿Cristi?

Emito su nombre en un casi imperceptible y ronco jadeo. Tenía la intención de gritar su nombre pero tengo la garganta demasiada reseca y la voz se me corta a medio camino.

Agarro mi bolso en el suelo cerca de la pata del sofá y camino hacia las escaleras de la enorme casa de fraternidad arrastrando mis zapatos sobre el suelo de madera caoba y esquivando los obstáculos durmientes en mi camino. Subo los escalones con lentitud apoyándome de la pared llena de marcos de fotos.

Llego al segundo piso, el cual se ve un poco más ordenado que el desastre de abajo. El pasillo está muy oscuro y apenas se puede ver algo.

—¿Cristi? —vuelvo a llamarla está vez con un poco más de firmeza pero no recibo nada más que silencio.

Camino por el vacío corredor con algo de dudas, asomándome en las habitaciones abiertas y buscando la cabellera rubia de mi amiga entre las camas pero no la veo por ningún lado.

¿Dónde diablos está? Esta fraternidad es enorme, la cantidad de habitaciones no tiene fin y muchas de las habitaciones no están abiertas. La cabeza no me deja de doler y tengo ganas de vomitar. Solo quiero dormir y olvidarme de todo por muchas horas. Juro que esta es la última vez que vengo a una de estas estúpidas fiestas.

—Mierda Cristi...

Finalmente llego a la última puerta en el fondo del pasillo y la abro sin pensarlo dos veces pero lo único que encuentro es un baño vacío. Suspiro con cansancio y me paso la mano con frustración por mi lacia cabellera negra.

Siento la vibración de mi móvil en el bolsillo de mi cazadora junto con la característica melodía de "El exorcista".

Cuando veo el nombre de mi madre en la pantalla, mi dedo tiembla sobre el táctil y entro en pánico. Ahora si voy a morir. ¿Por qué tuve que beber tanto? Nunca he sido una chica de baja tolerancia pero no acostumbro a beber tanto; mucho menos drogarme... si es que lo he hecho. La noche anterior está algo borrosa en mis recuerdos.

Estoy apunto de responder la llamada pero me detengo en seco al escuchar el sonido de cristales rompiéndose proveniente de la puerta cerca del baño, en el lado izquierdo del pasillo.

Me doy la vuelta rápidamente:

—¿Cristi? —no recibo respuesta.

Cancelo la llamada de mi madre y vuelvo a guardar el móvil con la vista fija en la madera de la puerta. Me acerco lentamente a ella y apoyo mi oído con la esperanza de escuchar algo...

—¿Cristi?

Coloco mi mano en el picaporte de la puerta y lo bajo con lentitud.

La puerta se abre con un suave chirrido que por alguna razón me pone los pelos de punta.

Era una habitación como cualquier otra, aunque algo oscura. Un rayo de sol entraba entre las persianas de la ventana, creando un pequeño camino en la madera del piso.

Justo en el suelo, al frente de la mesita de noche, se encuentra una lámpara de mesa totalmente destrozada con la luz del bombillo parpadeando.

En el fondo de la habitación al lado de la cama, avisto una mujer arrodillada en el suelo de cabello rubio ondulado y un vestido color turquesa que no tardo en reconocer. Estaba de espalda a mi por lo que no podía ver su rostro, pero no me hace falta verla para reconocerla. Emitía unos jadeos que me ponían los pelos de punta y movía la cabeza como si estuviese comiendo una posta de pollo.

—¿Cristi? ¿Estás bien? Tenemos que irnos amiga. Mi madre me va a matar... —le digo pero no recibo respuesta de su parte. Me acerco un poco más a ella al ver que no se ha inmutado con mis palabras— ¿Me haz escuchado?

Me detengo a escasos metros de su posición al sentir un extraño olor a hierro y podredumbre inundando mis fosas nasales. La bilis amenaza con subir por mi garganta y desparramarse por todo el suelo pero me la trago a tiempo y cubro mis vías respiratorias con mi mano derecha.

—¿C-Cristi? —tartamudeo sin poder evitarlo. Tengo un mal presentimiento.

Cristina deja de moverse bruscamente y los extraños sonidos se detienen abruptamente. Se levanta del suelo con una lentitud escalofriante y es ahí cuando lo veo...

Grito sin poder evitarlo al ver un cadáver a los pies de Cristi, con el abdomen totalmente destrozado y la sangre por todo el suelo.

Rojo.

Los intestinos se encontraban fuera de su vientre y le faltaba piel a su rostro y cuello.

Sangre

Me cubro la boca con ambas manos, totalmente horrorizada con este panorama.

—¡Oh Dios mío! ¡Cristi!

Vuelvo a escuchar sus extraños jadeos y lentamente se da la vuelta. Sin poder creerlo observo su aspecto. Su piel estaba más gris que un cielo nublado y sus ojos antes marrones habían perdido todo color y vida. Toda su boca estaba llena de sangre y vísceras al igual que la parte delantera de su vestido y sus manos sostenían un trozo de carne que no dejaba de gotear sangre en el suelo de madera.

Retrocedo varios pasos con la intención de alejarme de ella pero tropiezo con mis enormes tacones y caigo de culo en el suelo.

Cristina se acerca a mi, arrastrando sus pies descalzos en el suelo y emitiendo ese sonido gutural que en tantas películas había escuchado.

—¡No! —grito y me levanto del suelo con todo mi cuerpo temblando.

Salgo de la habitación sin siquiera mirar atrás y corro por el pasillo hasta llegar a la escalera.

Bajo los escalones lo más rápido posible pero vuelvo a tropezar y caigo, dando vueltas por los escalones hasta llegar al final de las escaleras.

No pasan ni cinco segundos y me levanto a toda velocidad del suelo, ignorando una punzada de dolor en mi brazo derecho. Me quito los tacones y empiezo a correr nuevamente con la respiración agitada y mis pies descalzos.

Abro la puerta delantera y sin siquiera detenerme a pensar en las personas durmiendo en el salón, salgo como un rayo y corro sin parar. La luz de sol penetra en mis retinas con brusquedad y por unos segundos me aturdo. Cubro mi rostro con mi antebrazo y continúo corriendo sin saber muy bien a donde ir.

Corro y corro como nunca lo había hecho en mi vida y con el aire frío de invierno rozando la piel desnuda de mis piernas y cuello.

Lo siguiente que escucho es el pitazo agudo de un claxon y luego, sin poder evitarlo, un fuerte golpe en mi costado que me levanta del suelo y me hace girar en el aire.

Vuelvo a caer en el asfalto y todo de nuevo se vuelve totalmente negro...

1.

Ciudad de Yakima; 8:45 a.m

—«»Cientos de disturbios sin precedentes están ocurriendo por todo el país. La gente se ha vuelto loca. No tienen discriminación. Atacan incluso a niños y mujeres embarazadas. El gobierno cree que la violencia extrema en el país se trata de un virus derivado de la rabia, que provoca que las personas infestadas se comporten de esta forma...«» —anunciaba la mujer en la radio mientras Brianna intentaba comunicarse con su hija, pero esta no respondía ninguna de sus llamadas. ¿Dónde se había metido esa chiquilla?

Le había dicho claramente que la quería en casa antes del mediodía, pero como siempre, Zoé nunca le hacía caso.

—¿Todavía nada? —Su esposo envolvió sus brazos en su cintura, desde su espalda, y la besó tiernamente en el costado de su cabeza, cerca de la oreja.

Brianna negó con la cabeza y suspiró profundamente preocupada por su hija, y por todas las cosas que estaban ocurriendo en su vida. Desde anoche no había podido hacer nada más que no sea preocuparse por Zoe. La cocina estaba hecha un desastre; había platos sucios y cubiertos por doquier. A través de la ventana de la cocina podía ver a Alex, su hijo mayor, jugando con el pequeño Benjamín, su hijo más pequeño, en el jardín trasero de la casa.

—No he sabido nada de ella desde anoche. ¿Por qué no me ha llamado? Nunca debí hacerte caso —Se soltó con desdén del abrazo de su esposo y caminó hacia la sala sosteniendo un trago de whisky en su mano derecha.

—Ah, porque ahora yo tengo la culpa —espetó Jon, enojado con la declaración de su mujer.

Bri se sentó en el sofá delante del televisor y  bebió un trago de su whisky escocés, disfrutando de su sabor. Se pasó la mano por su cabello corto rubio dejando que sus rizos enredados se entrelazaran con sus dedos. Era una mujer de confección delgada, pero fuerte. Sus ojos azules se veían cansados, parecía haber envejecido más con el estrés y la preocupación.

—Si, Jon... tu tienes la culpa. Tu fuiste el que me dijo que le diera un poco de espacio y que la dejara salir con sus amistades. Tu eres el culpable de toda esta puta situación.

—El lenguaje Bri...

—¡Cállate! —gritó de repente, poniéndose en pie e interrumpiendo sus palabras—, ¡Soy una mujer adulta y puedo hablar como me de la puta gana!

Jon la miró desde la cocina con decepción, agarró la botella de whisky de encima de la encimera y con enojo dejó que su contenido se disipara por el fregadero. Él más que nadie sabía lo perra que su mujer se volvía cuando bebía.

Para evitar futuros problemas y más discusiones con la temperamental Brianna, se puso su chaqueta y tomó las llaves del auto, saliendo de su hogar y dejando sola a su mujer un rato hasta que se calmara. De nada servía discutir con ella en ese estado.

Fuera de la casa, un auto de la policía se detuvo casi a la misma vez que Jon atravesó la puerta. El Sheriff Earp salió del auto con su característico uniforme marrón oscuro, su sombrero y sus ademanes. Era un hombre de estatura media y algo regordete, de ojos marrones, cabello negro y una barba con forma de candado, correctamente cortada y afeitada.

—Buenos días, doctor Collins —saludó el Sheriff cordialmente, dándole un golpecito con su índice a su sombrero.

—Buenos días Sheriff —Le devolvió el saludo a la vez que bajaba las escaleras del porche hasta la acera que atravesaba su jardín mal cuidado.

El policía observó la zona de tierra llena de arbustos espinosos con cierto deje de burla.

—¿Qué ocurre? ¿Tu esposa está enferma o algo?

Jon le dió un breve vistazo al pequeño jardín con una mueca de vergüenza en su rostro. Sus ojos eran del mismo color del pasto mal cuidado que rodeaba las rosas marchitas y casi a punto de morir.

—Digamos que Bri no es el tipo de mujer que cuida el jardín o mantiene limpia la casa —espetó rápidamente, para no ahondar demasiado en aquel tema—. ¿En qué puedo ayudarle, Sheriff?

—Oh, cierto —recordó el oficial. De su bolsillo sacó un anuncio de desaparición y se lo entregó a Jon. En la imagen se podía ver el rostro de un joven, casi de la misma edad que su hijo Alex—. Se trata del hijo de Don. Ha estado desaparecido desde hace días. Asiste al mismo bachillerato que tus gemelos, ¿cierto?

Jon asintió con el entrecejo fruncido a la vez que leía, el papel impreso, en blanco y negro estrujado por la forma maltrecha en la que el sheriff lo doblaba.

—Sus padres están muy preocupados. No lo has visto por ahí, ¿verdad? ¿Sabes si tus hijos saben algo de él? Tengo entendido que tu hija... Zoe... era bastante... cercana a él.

—Si, creo que salían —concordó Jon con algo de incomodidad. La reputación de Zoe no era muy buena. Bien sabía que su hija cambiaba de chico todos los días, como lo hacía su esposa en sus mejores tiempos. Las dos eran tal para cual—. Pero no sabemos nada de ella desde ayer. No ha llamado ni mandado algún mensaje. Todos estamos preocupados.

El Sheriff se encogió de hombros con despreocupación y refutó restándole importancia a la situación con un movimiento desdeñoso de su mano:

—Bueno, ya sabes como son los jóvenes de ahora. Seguro sabrás de ella en unas horas. No tienes de qué preocuparte.

—Si, tal vez tengas razón... —inquirió Jon con algo de dudas. Por alguna razón seguía teniendo un mal presentimiento.

La radio del Sheriff empezó hacer ruidos y este se dirigió rápidamente a su coche. Jon se dispuso a dirigirse a su vehículo parqueado a un lado de la casa.

—Espere, doctor —llamó el sheriff de inmediato, deteniendo su caminar.

—¿Qué ocurre Sheriff? —preguntó con el ceño fruncido al notar la preocupación en el rostro del cansado Sheriff.

—Ha ocurrido algo... —No encontraba palabras para explicar lo que había escuchado. De repente se sintió avergonzado por quitarle importancia a un tema tan preocupante como la desaparición de una persona.

—¿Qué pasa? —insistió Jon un tanto acalorado y nervioso. El mal presentimiento palpitó en su cabeza como un taladro.

—Su hija... Zoe... ha ocurrido algo con ella.

...(...)...

2.

—«»Los científicos aún no han descubierto ninguna cura para este extraño virus sin precedentes. El gobierno ha declarado estado de emergencia en el país y se cree que muy pronto el virus cubrirá la nación por completo. Seremos testigos de la evacuación masiva más grande de toda la historia de los Estados Unidos, por no decir del mundo...«»

La voz pausada de la periodista en la radio se podía escuchar perfectamente desde el patio trasero de la casa. Alex no dejaba de sentirse intranquilo, no por las noticias, sino por su hermana gemela Zoe.

Ya estaba acostumbrado a las irresponsabilidades y estupideces de su hermana, pero esta vez no podía dejar de preocuparse aún más. Con todo lo que estaba ocurriendo en el país actualmente, la preocupación era más que justificable. Lo único que podía hacer ahora para distraerse, era entretener a su hermanito pequeño Ben. Una tarea para nada factible.

—«»Múltiples informes de desaparecidos se han informado y se cree que la situación no mejorará; por lo menos no muy pronto...«»

—Alex, ¿me estás escuchando? —La voz de Benjamín lo hizo salir de sus pensamientos.

—Lo siento —Se disculpó con una sonrisa tranquilizadora y volvió a lanzar la pelota de rugby en sus manos hasta su hermano pequeño, el cual la agarró con un ágil salto.

—Tu también estás preocupado por Zoe, ¿verdad? —preguntó Ben, intuyendo los sentimientos y pesares de su hermano—. Seguro que está bien, no te preocupes. Zoe es fuerte como mamá.

Ben lanzó el balón con habilidad. La pelota voló en el aire y velozmente impactó en las grandes manos de Alex sin mucha dificultad.

—¿Tú no lo estás? —Le devolvió el balón, esta vez con un poco más de fuerza. Su cabello negro se agitó con el brusco movimiento.

—Si, lo estoy —respondió Ben agarrando el balón. Solo tenía 9 años y sin embargo la madurez resaltaba en sus ojos para su edad—, pero creo en Zoe. Sé que es lo suficientemente lista y fuerte para valerse por sí misma.

—Si que lo es —concordó Alex con una media sonrisa. Era alto y de confección delgada, pero con músculos bien definidos y fibrosos. Tenía el clásico estilo del jugador de rugby. Él era todo lo que Zoe no era, como si fuese la mitad buena de la misma manzana y Zoe la mitad mala. Pero la manzana no es una manzana completa sin su otra mitad.

Alex nunca podría vivir sin su otra mitad...

—Muy bien amigo. Vamos, coge tu mochila. Voy a llevarte a la escuela.

—¿Qué? ¿En serio? —protestó Ben haciendo un puchero que en otras circunstancias sería muy gracioso. Pero Alex no tenía deseos de reírse en ese momento—. ¿Incluso en el apocalipsis tengo que ir a la escuela?

—No digas eso, Ben. No es el apocalipsis.

—Si tu lo dices —Se encogió de hombros ante la respuesta de su hermano mayor. A diferencia de este, Ben había heredado todas las características físicas de su madre, Brianna. Su cabello rubio cobrizo casi castaño era cubierto por un gorro rojo y sus ojos se asemejaban al color del almíbar o la miel.

—Sabes que si mamá te escucha te va a gritar, ¿verdad?

—Lo sé...

Cuando entraron a la casa, se encontraron con un panorama que no esperaban en lo absoluto. Brianna corría de un lugar a otro poniéndose la chaqueta y las botas rápidamente para largarse lo más rápido posible mientras que su padre guardaba pomos de medicamento en una mochila, con la misma urgencia que su mujer. La preocupación teñía sus rostros como una mancha sin intenciones de ser borrada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Alex confundido.

Brianna miró a su hijo mayor mientras se acomodaba los cordones de las botas. Parecía a punto de llorar en cualquier segundo. Algo totalmente inédito e inusual en ella.

Abrió la boca dispuesta a responder, pero su voz se quebró a medio camino y para evitar llorar, se bebió los rastros de whisky que aún quedaban en el fondo del vaso.

Jon respondió en su lugar, colgando la mochila en su hombro y pasándose la mano con nerviosismo por su cabeza envuelta en hebras oscuras.

—Se trata de Zoe...

Alex frunció el entrecejo y se acercó rápidamente hacia su padre con ojos severos.

—¿Qué ha ocurrido con Zoe?

Jon tragó saliva sonoramente ante la intensa mirada de su hijo. El corazón le latía a mil en su pecho.

—Ha tenido un accidente automovilístico.

—¿Qué? Pero, está bien ¿No? —intervino el más pequeño de la familia, igual de preocupado.

Jon se agachó frente a su hijo pequeño y le acarició el cabello castaño claro con cariño, ignorando el remolino de sentimientos que envolvían a Alex, dejándolo totalmente en shock.

—No te preocupes. Zoe está bien. Ustedes vayan a la escuela, nosotros iremos al hospital y les avisaremos cualquier cosa que suceda, ¿de acuerdo?

—Al diablo con la escuela —siseó entre dientes Alex con los puños apretados y la tensión en su mandíbula. Jon lo miró de reojo, advirtiéndole con la mirada que se controlara—. Es mi hermana, tengo derecho a ver como se encuen...

—¡Ya basta! —intervino Brianna con voz autoritaria y algo fuera de si—. Ustedes dos van a ir a la escuela y se acabó la discusión. ¡Vámonos, Jon!

El susodicho asintió con la cabeza estando de acuerdo con su esposa y se irguió para emprender su camino hacia la puerta junto a ella. Dándole la espalda a sus dos hijos contrariados y confundidos.

—Yo conduzco —espetó al notar los ojos enrojecidos de su mujer y sus pasos tambaleantes debido al alcohol que había ingerido prácticamente desde el comienzo de la mañana.

—Está bien —aceptó Bri y sin decir nada más a sus hijos, salieron de la casa prácticamente corriendo a la camioneta parqueada a un lado del hogar—. Es un largo camino a Seattle.

...(...)...

Seattle; 7:30 p.m

Cuando Zoe despertó por primera vez de la inconsciencia, todo a su alrededor se veía borroso y confuso. El resplandor del sol que atravesaba la ventana parecía más brillante de lo normal, hasta el punto de molestar su vista.

El característico olor de los hospitales inundó sus fosas nasales como veneno, provocando que Zoe tosa espasmódicamente y provocando una ola de dolor por todo su cuerpo magullado, lleno de vendas y puntos. Tenía su brazo derecho enyesado y parte de su rostro amoratado por el fuerte golpe del auto que la había golpeado sin piedad; y su pierna izquierda le dolía terriblemente, aunque no tenía yeso, por lo que no debía estar rota ni nada por el estilo.

Se encontraba en una pequeña habitación blanca de hospital, sin nada más que aparatos y un televisor en la pared al frente de su lecho. La cama se sentía incómoda y dura bajo sus adoloridos huesos y cada vez que intentaba moverse, una punzada de dolor la obligaba a mantenerse quieta nuevamente. Su cabello negro yacía suelto sobre la almohada, enredado y despeinado, y su piel se notaba más pálida de lo normal.

Lo último que recordaba era la fiesta en la fraternidad y varios flashes de cosas sin sentido que no podían ser reales, como por ejemplo, su amiga desgarrando y devorando el cadáver de un chico y luego intentando devorarla a ella misma. Cosas dignas de una película de terror de mala calidad.

Nuevamente intentó sentarse y lo logró al cabo de varios intentos fallidos. Sus pies descalzos tocaron el frío piso de la habitación provocando una punzada que se extendió desde sus dedos hasta el último pelo de su cabeza.

—¡Enfermera! —gritó, pero no recibió ningún tipo de respuesta— ¡Enfermera!

Al no recibir respuesta, ella sola se levantó de la cama y caminó con lentitud y algo de cojera hasta el pequeño baño a un lado de la pared.

Al verse en el espejo, una mueca de asco se formó en sus labios. Estaba horrible. Al menos, más de lo normal.

Luego de echarse agua en la cara y beber del lavabo, ya que no había otra fuente de agua de la que beber, decidió abrir la puerta del cuarto y salir en busca de una enfermera, pero esta se encontraba cerrada.

No se supone que debían estar cerradas.

El ruido lejano de las sirenas parecía inundar la ciudad de Seattle ya que eso era lo único que escuchaba. Aparte de eso, no escuchaba nada más. Absolutamente nada. Todo estaba muy tranquilo.

Decidió buscar su teléfono móvil para comunicarse con su familia, pero este no se encontraba por ninguna parte. De todas formas, a sus padres les tomaría un buen tiempo llegar a Seattle. La pequeña ciudad en la que vivían estaba algo lejos y les tomaría varias horas llegar si el tránsito se los permitía. La fiesta de fraternidad se encontraba en Seattle por lo que el día anterior Zoe se había escapado de casa y había venido a la gran ciudad junto con su mejor amiga Cristina.

Zoe asomó su rostro por la ventana, intentando ver algo que le permitiese saber qué estaba pasando, pero estaba en un último piso y las calles debajo se veían muy tranquilas, demasiado, considerando el caos de ruido y luces en el resto de la ciudad. Ya estaba atardeciendo y las luces de los edificios empezaban a encenderse, pero por alguna razón, el lado de la ciudad en el que se encontraba Zoe se mantenía a oscuras y en silencio.

Los edificios en torno al hospital estaban apagados y se veían sin vida.

Eso la extrañó bastante.

Esto no era normal.

Ya cansada de estar sin hacer nada, Zoe decidió intentar salir de la habitación por sus propios medios, ya que nadie parecía escuchar sus gritos o los golpes que ella provocaba en la puerta.

Agarró un par de ganchos de cabello que aún tenía oculto en su maraña y los metió dentro de la cerradura de la puerta, la cual luego de varios segundos logró abrir a pesar de una sola mano.

Al abrir la puerta, por fin, un repentino olor a putrefacción inundó sus fosas nasales, obligando que la desdichada se cubra, con su mano izquierda, su nariz y boca.

¿Qué diablos es ese olor?

En el corredor del hospital, las luces del techo no dejaban de parpadear y había muchos vidrios regados en el suelo por lo que tenía que tener cuidado al caminar. Las paredes estaban llenas de agujeros de diversos tamaños, hechos obviamente por balas o metralla y había mucha sangre salpicada en el suelo y en las paredes, lo cual le decía que recientemente había ocurrido un tiroteo. El olor era tan fuerte que sus ojos le escocían y las ganas de vomitar no tardaron en llegar a ella. La bilis amenazaba en cada momento en subir por su garganta y desparramarse por todo el sucio suelo y se sentía muy enferma al ser testigo de esta matanza.

¿Matanza?

No, no podía ser una matanza sin cadáveres. Había mucha sangre, eso era cierto, pero no había ni un solo cuerpo en el suelo o en alguna parte del extenso corredor. ¿Se los habrían llevado los responsables de esta terrorífica obra?

¿Qué había sucedido en este lugar mientras aún dormía?

¿Cuánto tiempo había pasado durmiendo?

¿Qué estaba pasando?

Las preguntas inundaron su mente, pero no fue capaz de responderlas. Lo único que podía hacer ahora mismo era salir de este diabólico lugar y volver a casa.

«Seguro que mamá sabría qué hacer.»

Por fin al encontrar la mesa de secretaría del piso, Zoe corrió ignorando los cristales en el suelo y rebuscó, entre el reguero de hojas, lápices y los restos de una computadora destrozada, hasta encontrar lo que tanto buscaba: un teléfono móvil.

De inmediato Zoe lo agarró entre sus manos y lo encendió. Sorprendentemente funcionaba y ella no tardó en marcar el número de su madre.

—«»La línea se encuentra saturada actualmente. Haga el favor de llamar más tarde«» —Decía la contestadora al otro lado de la línea.

—No... —siseó Zoe al borde del llanto e intentó llamar una y otra vez, pero el resultado era el mismo siempre. La línea continuaba saturada.

Incluso marcó el número del departamento del sheriff de la ciudad, pero fué inútil.

Al parecer tendría que salir de aquí por sus propios medios.

Al otro lado del corredor, Zoe vio un objeto que le llamó la atención y sin dudarlo ni un segundo corrió y lo agarró entre sus manos.

Era un rifle de asalto, un M16 para ser más exactos. Lo sabía porque su madre solía llevarla al campo de tiro y fue con uno de estos con los que aprendió a disparar.

Sintió el peso del rifle en sus brazos y por alguna razón se sintió más segura. Casi como si su madre estuviese con ella.

«Eres una superviviente. No dejes que este mundo te domine.»

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