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EL CASTILLO DEL VAMPIRO [YAOI]

PRIMER ENCUENTRO.

Dark:

Honey:

En el país de Transilvania abundan seres poderosos. Se cuentan muchas historias sobre aquellos que habitan en aquel lugar y de las cosas que pueden suceder de noche, sin embargo, muy poco se cuenta sobre los cuatro pueblos de las lunas.

Estaba el pueblo de las Lunas Crecientes, Lunas Nuevas, Lunas Menguantes y, después de todos ellos, estaba el pueblo de las Lunas Llenas.

Cada pueblo era gobernado por un vampiro de una sola familia. Todos solían ser justos con su pueblo y siempre protegían a los aldeanos que podían habitar en aquellos lugares. Eran unos pueblos ricos en oro, en petróleo, en siembras y en animales. Todos destacaban por una sola cosa en especial y se encargaban de resaltar aquella cosa. Sin embargo, para esta historia, nada más nos vamos a centrar en el pueblo de las Lunas Llenas. Donde sus lunas, como el nombre lo dice, son enormes, relucientes y brillantes. Salen cada noche sin falta para iluminar el pueblo y a su gobernante: Dark, un vampiro de sangre pura, de dobles colmillos y con un poder que supera el poder de todos sus demás hermanos.

Las personas solían siempre dejarle ofrendas a la entrada del castillo que era enorme y siempre iluminado por las lunas que nacían detrás de el. Él solía salir a caminar en las noches, pues de día jamás abandonaba su castillo, y, en aquellos momentos, las personas aprovechaban de agradecerle por su protección, por la comida que les daba, entre otras cosas. Muchos decían que, en ocasiones, eran un Rey cruel, pero justo.

Él nunca dejaba a un aldeano sin comida, pero, si le llegaba la noticia de que alguien había robado, no dudaba en asesinarlo.

Llevaba gobernando cien años y las personas aseguraban que de seguro iba a gobernar por muchos años más porque su vitalidad era enorme, sin embargo, eso es lo que ellos pensaban y creían por no saber las cosas que ocurrían en el castillo realmente. Pasaban sus días dejando ofrendas e incluso ofreciendo su sangre, pero nadie sabía lo que allí realmente estaba sucediendo.

Cuando la noche llegó, el vampiro estaba mirando por la punta de su castillo. Era ágil, fuerte, rápido y siempre solía verificar todo desde lo alto. Observaba a las personas que caminaban porque aún no terminaba de anochecer bien, así que las personas todavía estaban en proceso de guardar sus puestos de ventas. Casi podía sentir el latir del corazón de todos, pero ningún latido le agradaba.

No supo exactamente cuanto tiempo se quedó ahí arriba, pero, al girarse, vio la luna llena salida por completo. Cerró sus ojos e inspiró profundo para bajarse. Caminó por el pasillo mientras su capa se movía debido a la velocidad de sus pasos. Solía vestir de negro la mayoría de los días, pero también vestía de rojo cuando la ocasión lo ameritaba.

Vio a uno de sus hombres fieles a la espera en la escalera.

—Su majestad, desgraciadamente, no podemos hacer nada más por la mujer. Ha enfermado y los medicamentos no contrarrestan los síntomas.

—¿Fue por mí? —preguntó el vampiro mientras observaba a la mujer en la cama.

—No, majestad, fue por un virus que ha pescado, pero usted no tiene nada que ver. Creo que le sirvió por unos buenos cuarenta años, pero ella no podía hacer mucho cuando es una simple humana.

—Entiendo —soltó girando sobre sus pies.

—El doctor dijo que no le quedan más de dos meses de vida, pero que los dolores serán demasiados si no tiene el dinero suficiente para obtener los calmantes.

—Llévala al mejor hospital y paga todos sus gastos, su sangre siempre fue buena y me lleno de fuerza.

—Sí, su majestad, de inmediato.

Intentó mantener a calma porque no era la primera vez que perdía un recipiente de sangre, pero esta vez se sentía diferente. Solía perderlos cuando justo estaba alimentado, pero la mujer había enfermado antes de que pudiera hacerlo. No estaba acostumbrado a pasar aquellos días donde debía alimentarse sin hacerlo.

Si no tenía la sangre a su disposición, sabía que se podía descontrolar. En sus años anteriores, siendo un neófito, había acabado con pueblos enteros porque su hambre era mucha más intensa que la de sus hermanos. Cerró sus ojos porque no estaba en sus planes acabar con todo su pueblo que confiaba en él, pero debía encontrar un recipiente de sangre lo antes posible.

—Su majestad —habló el hombre canoso que se acercaba a él.

—Dime, Gayle.

—Puede recurrir a la sangre que se encuentra reservada por unos días. Ha pasado mucho tiempo siendo congelada, pero le puede servir de ayuda mientras tanto.

—No puedo, esa sangre lleva más de mil años guardada. Si la pruebo no me va a ayudar en nada. Está más que expirada. Ordena que la tiren a la basura y la quemen.

—Perdóneme, solo era una sugerencia, mi Rey.

—Iré al pueblo.

—¿Está seguro?

—Totalmente. Aún tengo fuerzas para controlarme, necesito ver si encuentro algún recipiente de sangre lo más pronto posible.

—Le deseo suerte, su majestad.

El vampiro simplemente se subió a una carroza que comenzó a avanzar por el lugar. La entrada tenía una gran distancia con el castillo, así que el caminarlo le podía tomar dos horas y usar sus habilidades no estaba en sus planes, porque eso solo lo haría sentir más hambriento.

Debía haberse alimentado hace dos días, pero no había podido hacerlo por la enfermedad de la mujer. Lo máximo que podía durar sin probar sangre humana era nada más una semana.

Las personas, al percatarse de que las puertas eran abiertas, se emocionaron. No habían visto a su Rey en los últimos días, así que todos comenzaron a estirar cosas a la carroza que eran tomadas todas por los guardias. Cuando llegaron al centro, Dark se bajó con cuidado. Todos siempre lo quedaban mirando por su belleza, por su fuerza, por su imponencia, y no dudaban en arrodillarse para mostrarle respeto.

—¡Lo amamos, mi Rey!

—¡Larga vida al Rey!

—¡Por favor, le ofrezco mi sangre!

—¡Gracias por cuidarnos!

—¡Bendiga a mis hijos, su majestad!

Él miraba a todos y les agradecía. Tomaba todos los obsequios de los niños pequeños que se acercaban a él sin miedo alguno. A nadie le daba miedo la intensidad de sus ojos rojos ni la cicatriz que tenía en su ojo izquierdo en forma de cruz, ni siquiera el hecho de que los podía matar a todos sin duda alguna, mas eso jamás iba a suceder. En los reinos de las lunas un Rey jamás había matado a un aldeano sin una justificación. Todos eran conocidos por ser justos y buenos, a diferencia de otros vampiros que sí eran malos y terroríficos.

Él caminó por el pueblo de manera lenta hablando con algunos aldeanos y escuchando a algunas mujeres e inclusive cargando a algunos niños pequeños.

Estaba atento escuchando como una mujer le mostraba unas castañas enormes cuando a su nariz llegó el olor de algo que casi lo paralizó: sangre. Lo que estaba muerto en su pecho, sintió que volvía a latir y movió su rostro hacia la derecha. La mujer lo quedó mirando por unos segundos, pero luego se entretuvo al comenzar a hablar con otra mujer.

Nadie le tomaba importancia al hecho de que el vampiro comenzaba a caminar entre todos casi de forma desesperada.

Sus hombres lo siguieron con rapidez, aunque no era la misma rapidez que usaba él. Hasta parecía que ni siquiera caminaba y solo levitaba en el suelo por lo rápido que se movía. Giró en las calles hasta que se detuvo viendo como unos chicos se divertían golpeando a otro. Se quedó mirando como, a pesar de que el chico estaba en el suelo, ellos simplemente le daban patadas y puñetazos restándole importancia. Para ellos era un simple juego y nada más que eso.

El que estaba en el suelo estaba vuelto un ovillo sin hacer nada, pues estaba más que acostumbrado a siempre ser golpeado por aquellos chicos como si fuera un simple trapo sucio. Cuando los golpes cesaron, asumió que los chicos se habían cansado y ya. Tenía golpes por todos lados y su cuerpo dolía. Incluso el abrir los ojos le tomaba demasiado esfuerzo.

Escuchó pasos que se acercaban y supuso que lo iban a seguir golpeando, hasta que sintió como su cabello gris y largo era acariciado de forma gentil.

Tembló en el suelo unos segundos y abrió sus ojos con lentitud para ver unos ojos rojos que lo observaban atentamente. Él sabía a quiénes pertenecían e intentó moverse para alejarse, pero le era imposible. El vampiro lo examinó unos segundos porque se veía un chico no mayor de veintidós años o tal vez veinticinco. Vio su rostro magullado. Luego, sus ojos bajaron hasta su cuello donde su pulso palpitaba y pudo sentir esa enorme cantidad de sangre que se hospedaba en ese lugar.

Casi sintió sus colmillos agrandarse, pero se controló para preguntar:

—¿Cómo te llamas?

El chico lo quedó examinando porque así de cerca se veía mucho más aterrador. La cicatriz en su ojo izquierdo se veía peligrosa y solo pensó en el hecho de que debió ser creada por alguien que había intentado matarlo.

Reunió fuerzas porque sabía que tenía que responder. El ignorar una pregunta de su Rey podía ser una enorme falta de respeto.

—H-Honey —susurró.

Vio al vampiro pasar su dedo índice por una de sus heridas y llevarlo a su boca para probar su sangre.

—Honey, tu sangre es el más exquisito elixir —murmuró Dark porque sintió que, solo por una pequeña probada, todos sus malestares se esfumaban.

PROPUESTA.

Honey se quedó dudoso por unos segundos. No sabía muy bien qué hacer o cómo sentarse.

El vampiro había entrado a un lugar donde todas las personas tuvieron que salir. Simplemente, se quedó sentado viendo como sus hombres se encargaban de ir curando sus heridas y limpiando su rostro. Conforme lo iban limpiando, podía ver que la piel de su rostro era suave y libre de cualquiera imperfección. Al ver que se había terminado de comer lo que le había comprado, preguntó:

—¿Quieres más?

Él quiso decir que sí porque estaba muerto de hambre, pero tragó saliva para negar con su cabeza.

Se sentía nervioso de sentir su mirada en él todo el tiempo. No sabía a donde mirar y comenzaba a pensar que se había enterado de aquellas veces que había robado alcohol para su padre y que le iban a cortar la cabeza igual que a esos otros ladrones.

—¿Por qué no? Se nota que tienes hambre.

—No se preocupe, majestad, estoy bien. Le agradezco que me haya brindado su ayuda, pero es suficiente. Debo irme antes de que sea más tarde.

—¿Tus padres se preocupan por ti? —inquirió en un intento de poder averiguar más de él.

Pudo notar el cambio en su rostro y supo que había encontrado un punto débil que debía aprovechar para poder obtener lo que deseaba.

—O, ¿no tienes padres?

—Sí, tengo —susurró desviando la mirada —, pero a mi padre no le importa si vuelvo con las manos vacías.

—¿Con las manos vacías? —cuestionó con duda.

Honey se quedó jugando con sus manos por unos segundos, pero luego alzó la mirada para decir:

—Así que si se ha enterado de que he robado alcohol muchas veces para él y quiere asesinarme por ser un ratero, solo hágalo. De todas formas, a nadie le importa si vivo o no.

El vampiro lo quedó mirando porque era la primera persona capaz de confesarle algo como eso sabiendo lo que le podía esperar. Claramente, debía matarlo porque nadie debía robar en el pueblo, pero pensó unos segundos en algo diferente para decirle.

—De acuerdo —anunció y Honey alzó la mirada cuando lo vio ponerse de pie.

Sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal y no supo muy bien si rezar o no. Cerró sus ojos con fuerza para intentar no sentir cuando su cabeza fuera cortada, pero los segundos fueron transcurriendo y su cabeza seguía estando donde mismo. El vampiro lo quedó mirando como apretaba sus ojos con fuerza y como formaba puños. Ladeó su rostro un poco porque le iba a hacer la misma propuesta que a todos, pero que, si se negaba, entonces lo iba a tener que matar para que pague por sus crímenes, lo que era algo que no le agradaba en lo más mínimo porque su sangre era el oro que estaba buscando con tanta urgencia.

Al abrir sus ojos, vio al vampiro acuclillado a su lado. No supo cuánto tiempo se estuvieron mirando, pero casi sintió que lo rojo se expandía a todo su ojo y se mezclaba con el negro para crear algo muy peligroso.

—Así que robas alcohol para tu padre.

—Sí y he robado mucho, así que no me tenga piedad. Solo córteme la cabeza.

Fue algo pequeño, pero pudo ver como la comisura de los labios del vampiro se curvaban en una diminuta sonrisa.

—De acuerdo, lo haré, pero primero necesito que escuches una propuesta que quiero hacerte.

—¿Una propuesta?

El vampiro asintió y les indicó a sus hombres que salgan para que queden solos. El chico no se sintió muy cómodo con eso porque prefería sentirse un poco más acompañado que indefenso. Sabía que el vampiro era un buen Rey y que jamás hería a nadie, pero le provocaba nerviosismo el pensar en aquella propuesta.

Le indicó que se ponga de pie y caminaron hasta una mesa. El vampiro le comenzó a contar una historia que a todos le relataba para que entendieran el por qué de lo que le iba a pedir. Vio como dibujaba algunas cosas en una hoja y se dio cuenta de los anillos que llevaba en su mano derecha y de los tatuajes que tenía de unas rosas en el dorso de ella y en el dedo de en medio. Nunca había visto a alguien con tatuajes y siempre había asumido que los reyes no debían tener algo como eso, pero que el rey a su lado no seguía esa regla en lo más mínimo y no solo eso, sino también el hecho de que los tatuajes y anillos le quedaban más que bien.

Vio como su mano era grande a comparación de la suya y que dibujaba perfecto. La forma en que iba contando la historia era atrapante, así que no pudo evitar meterse de lleno en las cosas que él decía.

—Entonces, después de aquella guerra, se formaron estos pueblos que hemos estado protegiendo desde antaño —contó el vampiro —. Son lo más importante para mis hermanos y yo, pero si uno de nosotros no tiene la sangre necesaria, entonces carece de la fuerza requerida para proteger el pueblo. Es por eso que siempre debemos estar bebiendo una sangre exclusiva y única, pero la mujer que solía ser mi recipiente de sangre ha enfermado y me he quedado sin nada.

Honey pensó en que eso era algo malo sin duda alguna, pero aún no terminaba de entender que era lo que él pintaba en toda esa historia. Asintió un par de veces.

—Así que, debido a eso, es que quiero pedirte si tú quieres ser eso.

—¿Ser qué? —preguntó confundido porque al principio se había quedado atento escuchando todo, pero se había terminado distrayendo por ver una pequeña hormiga que iba caminando por la mesa. Su concentración era un cero a la izquierda.

—Necesito de alguien como tú que pueda darme de su sangre.

—¿Cómo yo?

—Exacto. Haríamos un contrato confidencial donde a nadie le puedes contar sobre esto. Normalmente, solía buscar aquellas personas que no tenían a nadie porque, si aceptas, no podrás dejar el castillo nunca más, pero como tú tienes a tu padre...

—A mi padre solo le importa si regreso con alcohol, nada más que eso.

—Entonces, ¿no crees que es una buena oportunidad para desligarte de él para siempre? Solamente tienes que decir que sí y podrás tener todo lo que tú quieras.

Lo quedó mirando unos segundos porque seguía teniendo un rostro serio, pero sus palabras casi se oían como una melodía capaz de convencer hasta al más difícil de todos. Era casi como una sirena que cantaba para manipular a aquellos pobres hombres que navegaban por el mar.

—No es difícil. No tienes que trabajar ni nada por el estilo, solo tienes que estar dispuesto a darme tu sangre y ya.

Honey proceso sus palabras porque se oía como si fuera a firmar una carta para ir al mismo infierno. Tragó saliva y jugó con sus manos unos segundos mientras observaba las hojas donde él había dibujado. Le dio la espalda unos instantes y el vampiro se preparó para matarlo en ese preciso segundo si decía que no.

Pero el chico sabía que él tenía razón. Sabía que nunca iba a poder desligarse de su padre si no tenía dinero y no podría conseguir un trabajo digno para poder huir lejos de él. Pensó en todas esas veces que había sido golpeado por esos chicos e inclusive por su padre mientras estaba ebrio. No había tenido muchos amigos y tenía un chico que le gustaba, pero que él solamente lo buscaba para sexo. Soltó un suspiro y cerró sus ojos intentando decidir qué decir.

Y era simple:

Sí era igual a vivir.

No era igual a morir de una manera cruel y despiadada.

No le vio mucho lo malo porque todos sabían como era su Rey. Todos tenían claro que no dudaba en ayudar a los débiles, así que, pagarle con su sangre por eso, asumió que era lo mejor. Se giró para observarlo. Lo vio alto con mucha más musculatura que él y con un rostro serio. Su ropa era totalmente negra, pero parecía que había sido hecha hace cincuenta años.

—De acuerdo —soltó —, acepto.

Al vampiro se le hizo agua la boca de tan solo imaginar que desde mañana iba a poder beber sangre fresca y especial.

Cuando llegaron al castillo, Honey se quedó parado afuera echando su cabeza hacia atrás para poder observar la altura del castillo. Su boca se encontraba entreabierta y sus ojos abiertos a más no poder porque de cerca era mucho más enorme que como se veía a la lejanía.

Uno de los hombres le dio un pequeño empujón para qué comenzara a caminar dentro.

—Las cosas van a ser sencillas —comenzó a explicar el vampiro mientras caminaban, pues quería tener todo listo y dejarlo muy bien explicado tras darse cuenta de que él se distraía hasta porque veía una mosca pasar frente a sus ojos —. Bebo sangre siempre una vez a la semana: el miércoles. Sin embargo, hay algunas ocasiones en que suelo hacerlo dos veces a la semana que sería el día antes mencionado y el sábado. Esos días, sin falta, debes estar duchado y bien alimentado. Sin embargo, como va a ser tu primera vez, solo beberé una vez y te daré una semana entera para que te recompongas y...

—Ya tuve mi primera vez —soltó mientras observaba por la ventana demostrando que no estaba tomando atención a nada.

El vampiro lo quedó mirando unos segundos porque eso no le importaba en lo más mínimo.

—Entonces, los siguientes días, puedes hacer lo que quieras. Puedes comer lo que quieras o salir a caminar por ahí, pero sin cruzar los límites del castillo que...

Se giró para observarlo y ver que no estaba ni su sombra.

—¿A dónde se...?

—¡Esto es genial! ¡Desde aquí el pueblo ni siquiera se ve! —soltó mientras miraba por un balcón.

Él se acercó de forma rápida para verlo casi encaramado en el balcón y que podía caerse. El solo hecho de imaginar que caía y moría, le ponía los nervios de punta. Avanzó para tomarlo del brazo con fuerza.

—Necesito que te concentres.

—Si ya entendí, quieres ser gentil porque piensas que es mi primera vez, pero ya la tuve como hace tres años y...

Se quedó en silencio cuando el vampiro le dio una breve mirada. Pudo notar como todo el ambiente se sumía en un terror que le erizo la piel y tragó saliva con dificultad para asentir y comenzó a poner toda su atención.

—Como te estaba explicando, puedes hacer lo que deseas el resto de los días e ir a cualquier parte del castillo menos al lado derecho que es donde está mi habitación.

Honey asintió y lo vio anotando en un papel. No supo de donde había sacado esas cosas, pero solo siguió hablando.

—Puedes decirle a los sirvientes que te cocinen lo que quieras o si deseas algo del pueblo ellos lo traerán por ti. Tienes que entender que, cuando firmes el contrato, vas a estar muerto para todos aquellos que te conocían. Jamás podrás salir de este castillo hasta que estime que ya no te necesito.

—De acuerdo, de todas formas, no tengo muchos amigos. Tenía un chico que me gustaba, pero es un idiota. Le dará igual si dicen por ahí que me morí.

—Si necesitas ropa, se la pides a los sirvientes. ¿Hay alguna comida que te guste o sea tu favorita?

—Me gusta la miel —anunció.

El vampiro le dio una breve mirada a uno de sus hombres que entendió de forma inmediata que debía ir por la miel de la más fina calidad.

—¿Algo más?

—No, esa es mi comida favorita. Recuerdo que también era la de mamá y por eso me puso este nombre —contó de manera triste al recordar que su madre había muerto y que, después de eso, todo se había ido al catre.

Le siguió explicando algunas cosas hasta que llegaron al lugar donde estaba el contrato. No era muy extenso, pero, en resumen, hablaba sobre que: el recipiente de sangre, Honey, tenía estrictamente prohibido abandonar el castillo o dejar que otro vampiro bebiera de su sangre y que el amo, es decir el vampiro, tenía completo control y poder sobre él y que era suyo.

—Esto es como un contrato de amo y sumisa —dijo Honey perdiendo la concentración otra vez mientras reía, pero volviendo a recuperarla cuando sintió la mirada del vampiro.

—Firma.

—Sí, ya lo voy a hacer, pero tengo una duda.

—Dime —dijo de manera amable.

—¿Me vas a morder?

Asintió.

—¿Me vas a morder el cuello?

Asintió.

—¿Me vas a morder el cuello con tus colmillos?

Asintió.

Comenzó a sentir que el arrepentimiento mostraba sus primeros indicios porque eso no le llamaba mucho la atención, pero pensó en que era mil veces mejor ser mordido por un vampiro que golpeado por su padre.

El vampiro lo vio firmar y luego firmo él sin duda alguna. Lo siguiente que hizo fue tomar una caja donde tenía diferentes collares.

—Elige uno. Es el que deberás llevar y no te lo podrás quitar jamás porque va a demostrar que eres mío.

Honey los vio todos porque todos se veían casi lindos.

—¿No te va a dificultar para morderme?

—No, elige el que más te guste.

—Bien, me gusta... este —anunció tomando el que tenía un corazón donde lo demás de material negro se unía.

—De acuerdo, entonces puedes ir por donde quieras. Yo en el día no suelo estar muy presente, pero en la noche no impide el que podamos hablar un poco. No me gusta que mis recipientes de sangre se sientan incómodos o asustados de mí, puedes preguntarme lo que desees y recuerda no ir al lado derecho del castillo.

—Claro, su majestad.

—Y ya no me digas de aquella manera. Ya no soy tu Rey, ahora soy tu amo, ¿quedo claro? Y no quiero que pienses que, debido a que elegiste el collar que tiene un corazón, tendremos algún tipo de relación romántica.

—Sí, ya lo sé, nadie me quiere por deseo, solo es por utilidad, así que estoy acostumbrado, mi amo.

Cuando se separaron, cada uno se fue a su habitación. Honey se quedó sorprendido porque era la primera vez que veía una habitación tan grande. En el pueblo la mayoría de las personas tenían buenas casas, pero quedaban algunas pocas que solo tenían unos pequeños cuartos.

Se sentó en la cama para sentirla suave y luego se fue al baño para ver todo limpio, brillante y ordenado. No recordaba cuando había sido la última vez que se había mirado en un espejo, pero se vio diferente. Tenía su rostro magullado y su cabello un tanto áspero. Su piel blanca se teñía de un color morado o verde por los moretones y soltó un suspiro porque siempre era golpeado y tratado mal.

Luego, observó el collar que tenía en su cuello y pensó que podían venir cosas un tanto mejores, después de todo, iba a tener una cama cómoda y comida todo el día.

PRIMERA MORDIDA.

Cuando Honey despertó, vio todo diferente. Por unos segundos había olvidado donde se encontraba y de forma lenta fue recordando las cosas que habían sucedido:

Los chicos golpeándolo...

Los golpes de su padre...

Los días donde pasaba hambre y frío...

El vampiro pidiéndole que firme un contrato...

Elegir el collar...

Demasiadas cosas que jamás imagino que le podían suceder. Miró la habitación asombrado porque de día se veía mucho más grande. Se puso de pie y corrió para abrir la enorme ventana y ver fuera. No eran más de las diez de la mañana y el cielo estaba totalmente despejado. Se quedó más que asombrado por la vista tan fabulosa que tenía frente a sus ojos. Sonrió porque se sentía casi el rey del mundo. Desde aquel lugar, el pueblo se veía pequeño.

Miró al suelo notando que la altura era enorme. Se echó un poco hacia adelante para mirar mejor y volvió a sonreír. Estaba tan entretenido que ni siquiera escuchó cuando alguien entró a la habitación.

Únicamente, escuchó el grito de una mujer que le provoco sorpresa haciendo que casi se caiga balcón abajo.

—¡Aléjese de ahí, por nuestro Rey! —exclamó ella aterrada al verlo mirando de esa manera hacia abajo.

Honey levantó su cuerpo y se quedaron mirando. La mujer sin perder ni un solo segundo más, lo tiró lejos de aquel peligro mortal al cual se estaba exponiendo y cerró la ventana con desesperación.

—No se vuelva a colgar de aquella manera al balcón, joven —rogó.

—Nada más estaba mirando.

—Claro, pero estuvo a nada de quedar sin cabeza. Válgame Dios que nadie quiere eso aquí. No puede exponerse de aquella manera. Usted debe cuidarse y mucho. Ni siquiera debe obtener un rasguño —le dijo de forma clara mientras lo señalaba con el dedo índice.

Honey la quedó mirando unos segundos dando por hecho de que estaba exagerando demasiado. Terminó solamente asintiendo cuando la vio indicando la cama. Pensó que le estaba insinuando que se acueste con él cuando vio ropa nueva, limpia y demasiado delicada. Parecía hecha con las mismas telas con las que se debía fabricar la ropa de un rey.

—Esta es ropa nueva, pero si no le gusta, hágamelo saber que con gusto le compro una diferente. Su majestad desea que tenga la mayor comodidad posible, así que todo lo mejor es para usted. Decida qué va a usar hoy día y me avisa. Lo estaré esperando afuera de la puerta para que vayamos al desayuno. Por cierto, soy Jays, estaré a cargo de usted y le explicaré unas breves cosas más.

—¿A cargo de mí como si fuera mi mamá? —preguntó Honey mientras tomaba unas prendas de ropa para sentirlas demasiado suaves.

—No, a cargo de usted como su sirvienta. Yo me voy a encargar de darle el desayuno, almuerzo y once. También de su ropa y de prepararlo para cuando su majestad desee alimentarse. Él es muy exigente respecto a esos días, así que solo debe comer lo que yo le de y nada más. Además de estar perfectamente limpio.

—Bueno, solo me va a morder el cuello, no le veo la necesidad a lavarme el resto del cuerpo, a menos que quiera enterrarme algo más que los colmillos —bromeó mientras se reía.

Se quedó viendo unos pantalones pensando en si sería caliente tener sexo con un vampiro o no, pero deshecho la idea de inmediato y su mente era tan liviana que sus pensamientos no se quedaban por mucho tiempo ahí, así que había olvidado casi todo lo que Jays, su sirvienta, le había dicho.

—Vístase, por favor, lo espero afuera.

La vio salir y no supo qué ponerse porque todo se veía de terciopelo y caro. Era ropa que jamás en su vida había usado para nada. Ni en sus más locos sueños había podido vestir algo como aquello y ahora la mujer le decía que iba a tener de eso por montones.

No lo pensó mucho y solo se puso lo primero que terminó tomando para abrir la puerta y salir.

—Como su majestad ya le habrá explicado, él se alimenta todos los miércoles, pero también hay ocasiones en que lo hace los sábados.

—Pues, solo le preguntamos si quiere hincarme el diente el sábado o no y...

—No —dijo la mujer moviendo su dedo índice —, las cosas no son de esa manera. Usted no le puede preguntar a su amo si le apetece sangre o no, eso es algo que nada más él debe decidir. Dependiendo de qué tan fuerte se encuentre y ya.

Ella lo hizo sentarse en la silla para encontrarse con una mesa repleta de comida. La cantidad era algo que jamás había imaginado que podía tener frente a sus ojos que su boca se abrió hasta el suelo y sus ojos casi se le salieron. Pensó que estaba viendo mal o que las personas a su lado iban a comer también, pero ninguna de ellas se movió. Habían diez personas a cada lado de la mesa con sus brazos en sus espaldas solo esperando alguna orden.

—Coma lo que usted desee. Esta noche será mordido por primera vez, así que debe alimentarse. Su majestad dijo que ama la miel, así que hay diez preparaciones con miel para que usted pueda comer. Si hay algo más que desea, háganoslo saber que se lo traeremos de inmediato.

—Eh... —se quedó pensativo mirando a las personas que estaban paradas —. Quisiera un poco de mermelada de frutillas.

Vio como, de forma inmediata, una persona se salía de su lugar y llegaba con la mermelada de frutilla para dejarla a su lado con delicadeza, casi como si se tratará del verdadero Rey del castillo.

—¿Algo más? —preguntó Jays con un tono amable.

Honey no supo que decir porque las cosas estaban extrañas. Era primera vez que alguien tomaba en cuenta lo que decía y le daban lo que deseaba. Solo por probar y ver si realmente le iban a llevar todo lo que deseaba, dijo:

—También un poco de queso fresco, algo de mantequilla de maní, un poco de jalea, pan con granos integrales y huevos frescos.

Cinco personas se movieron para ir por todo lo que había pedido y se lo dejaron en la mesa. Honey se quedó sin habla. Su boca se quedó abierta hasta el suelo otra vez y pestañeó varias veces porque era demasiado para un pobretón como él.

—¿Algo más? —cuestionó su sirvienta.

Él tragó saliva y le hizo un gesto con la mano para que se pudiera acercar un poco y le susurró en el oído:

—¿Todos están bajo mi control?

—Exacto. Durante todo el día los tendrá a su total disposición, sin embargo, ellos se mantendrán alejados, quién siempre estará a su lado seré yo. Su majestad no desea que sufra alguna herida o lesión.

—Esto es demasiado.

—Ahora, comience a comer. Recuerde, coma harto y beba mucha agua. Su majestad ha estado bajo mucho estrés estos últimos días, así que debe beber sangre fresca sin faltar esta noche.

Honey no escuchó nada porque tenía comida hasta por las orejas. Estaba muerto de hambre y solo comenzó a llevarse todo lo que veía a la boca sin importarle el mezclar lo salado y dulce. Nunca había tenido tantos manjares frente a sus ojos y de tantos tamaños, formas y sabores. Cada cosa que probaba le gustaba más que la anterior y estaba más que convencido que, haberle dado su firma para aquel contrato, había sido la decisión más sabía de toda su vida. Pensó que, de haber sabido desde un principio que sus días como recipiente de sangre iban a ser de esa manera, entonces no habría perdido ni un solo segundo en aceptar a ojos cerrados.

Pensó que estaba teniendo totalmente la vida de un príncipe porque la sirvienta incluso le limpiaba la boca.

—¿Me puedes dar la comida en la boca? —preguntó solamente para probar qué podía suceder.

—Como usted desee —respondió Jays tomando el tenedor para sacar un pedazo de pastel y darle en la boca.

Sonrió porque iba a tener de todo y no iba a tener que hacer nada.

Cuando terminó de comer, ella le siguió explicando algunas cosas mientras caminaban por el castillo. Él iba dándose cuenta de que de día era lindo, tranquilo y daba la sensación de que todo era paz y amor, pero, al momento de ir cayendo la noche, se fue dando cuenta de que era muy diferente. Habían antorchas prendidas por cada rincón del castillo, pero también había electricidad. Comenzó a ver estatuas que de día no había visto en lo más mínimo y que eran cosas que no conocía.

Gárgolas por todos lados y de diferentes tamaños con rostros que podían asustar a cualquiera. Candelabros llenos de velas encendidas. En conclusión, parecía un castillo perfectamente adornado para Halloween.

Al entrar a su habitación, escuchó como la mujer le decía algunas cosas mientras le entregaba ropa nueva.

—Es momento de ducharse, joven, así que yo lo voy a ayudar.

Honey la quedó mirando unos segundos.

—¿Ayudar a sostener la toalla?

—No —dijo ella con una sonrisa —, ayudar a lavar su cuerpo.

La quedó mirando porque a ella parecía darle exactamente lo mismo. Es más, parecía que estaba más que acostumbrada a ir lavando el cuerpo de los demás como si fuera lo más normal del mundo.

—Yo me sé lavar, es decir, no me lavaba todos los días, pero si una vez a la semana.

—Con mayor razón tengo que lavar su cuerpo muy bien.

Ella se fue al baño donde dejo todo preparado. Honey se quedó viendo su ropa porque nada más consistía en una polera manga corta y unos pantalones cortos, además de la ropa interior.

Cuando la mujer lo llamó, lo hizo de una forma amable igual que siempre. Vio que la bañera estaba llena de espuma y que todo olía demasiado bien. Se quedó dudoso unos segundos, pero luego nada más acepto y se comenzó a quitar la ropa. No entendió porque la mujer le daba la espalda cuando luego le iba a lavar hasta donde no llegaba el sol.

—Vamos a lavar su cabello gris para que quede brillante y sedoso. A su cuerpo le vamos a echar un aceite para que quede suave y oloroso y, vamos a cortar las uñas de sus manos y pies para que queden perfectas. El collar no se lo quite, no hay necesidad —le recordó al ver que él se lo quería quitar.

—¿No es mucho?

—No, al Rey le gusta que su comida siempre esté muy bien duchado.

—¿Me va a beber la sangre o me va a comer entero? Algo no me cuadra en todo esto.

La mujer soltó una sonrisa mientras tomaba una esponja donde echaba un jabón cremoso y blanco. Luego, tomó su brazo para comenzar a lavar desde la punta de sus dedos hasta su axila con delicadeza y cuidado todo el tiempo. Honey no habló mucho porque se empezó a relajar como nunca y la mujer más de una vez tuvo que sostener su cabeza para que no se hundiera en la ducha y se ahogará.

—Bien, ya estamos listos. Mírese en el espejo —susurró ella con amabilidad.

Se vio totalmente diferente e incluso rejuvenecido. No era viejo en lo absoluto, pero sintió que, al quitarse la mugre, había perdido dos años. Nunca había tenido su cabello tan suave y brillante y su piel tan blanca. Observó sus uñas para verlas limpias por primera vez y muy cortas y derechas. Cuando se volvió a mirar, sintió como la mujer le acomodaba la ropa, entonces se dio cuenta de que ella no se veía en el espejo. Se quedó petrificado unos segundos porque si desviaba la mirada para observarla, sí se veía, pero si miraba al espejo, no se veía.

No supo como ejecutar la pregunta y tragó saliva con dificultad.

—Jays —susurró.

—Dígame.

—¿Por qué no te ves en el espejo?

Ella alzó la mirada para verlo un tanto pálido.

—Es porque soy una vampira, pero de un nivel bajísimo. Aquí nadie es humano, claro, a excepción de usted.

Honey sudo frío.

—No me digas eso, ahora siento que tengo que cuidar mi cuello de todos, pero, ¿por qué puedes salir al sol?

—Ya le dije, soy alguien de un nivel bajísimo, eso no implica mucho en mí. Me duele un poco la cabeza, pero nada más. Si el Rey saliera al sol, eso podría ser fatal. Él jamás debe tocar un mínimo rayo de sol.

—Ya veo —susurró tragando saliva.

—Bien, quédese aquí. Mi Rey ya debe estar por salir de su habitación y vendrá aquí. Recuerde que usted no debe hacer nada, solo esperar por él y ya. Yo mañana estaré con usted todo el día en su habitación.

—¿No podremos salir de aquí?

Ella negó.

—¿Por qué no? —inquirió Honey.

—Ya lo va a entender. Nos vemos, joven Honey. Sea un buen aperitivo.

Ella salió de la habitación con una sonrisa y él se quedó sentado en la cama todo el tiempo jugando con sus manos. No quería moverse y que su ropa obtenga alguna arruga que a su amo no podría gustarle. No era muy alto y la cama sí lo era, así que sus piernas quedaban a unos centímetros del suelo logrando poder moverlas.

Se quedó viendo a la ventana como la luz del día se comenzaba a marchar totalmente y como la luz de la luna comenzaba a emerger de forma potente.

Tragó saliva cuando escuchó como la puerta era tocada. Pensó que era Jays que se le había olvidado algo, así que dijo:

—Adelante.

La puerta se abrió, pero no era ella en lo absoluto.

Vio al vampiro que lo observaba por unos segundos de pies a cabeza verificando cada lugar de su cuerpo. No supo qué hacer. Quiso ofrecerle unas servilletas, pero se dio cuenta de que no tenía. Hasta imagino que se iba a tener que poner una manzana en la boca y tirarse en una mesa igual que un cerdo. Consideró el soltar algún chiste, mas no conocía ninguno y siguió guardando silencio.

—¿Cómo estás? —preguntó Dark, el vampiro, su Rey, y quien era su amo.

—Bien.

—¿Jays te duchó?

—Sí, hasta donde no llega el sol —respondió con una sonrisa porque le había causado gracia, pero Dark no soltó ni la más mínima.

—¿Comiste?

—Sí, y, ¿usted? —preguntó por amabilidad para darse cuenta del error que había cometido —. Ah, sí, a eso viene. Lo olvidaba.

Dark se acercó con lentitud mientras lo miraba.

—Es mejor que te acomodes en la cama.

—¿Eh? ¿Por qué? Sentado estoy bien o, ¿quiere hacer algo más?

Sin duda alguna, su falta de memoria y su boca que soltaba lo primero que pensaba eran dos graves problemas que lo ponían entre la vida y la muerte.

—Sí, mejor me acomodo —susurró moviéndose hacia atrás.

Quiso quedar sentado apoyando su espalda en el respaldo de la cama, pero le fue imposible cuando Dark ya estaba casi encima de él.

Honey lo quedó mirando unos segundos porque sus ojos no se veían tan rojos, más bien se notaban opacos. Sus labios eran carnosos, pero se encontraban formando una fija línea. Su cabello negro le hizo cosquillas en su frente y se sintió un tanto incómodo al verlo encima de él tan grande.

—Esto es incómodo —murmuró —, ¿seguro que no quiere hacer algo más?

—Hablas mucho.

—Sí, siempre me lo dicen y es peor cuando estoy nervioso, siempre suelto la primera babosada que se me ocurre y...

—Esto te va a doler.

—¿Eh? ¿Qué...?

No tuvo tiempo de terminar de ejecutar aquella pregunta cuando el dolor que experimento fue tanto que un grito desgarrador brotó de su garganta. Se removió bajó de él en un intento de quitárselo de encima al sentir como si cuchillos calientes le estuvieran enterrando en su cuello. Sus ojos se llenaron de lágrimas y abrió su boca en un intento de poder gritar nuevamente o pedir ayuda, pero no fue capaz de hacer nada. Sintió que no podía respirar y que su corazón latía desbocado en su pecho por la brutalidad por la que estaba siendo atacado.

Pensó en que no era nada más que un animal.

Dark no se contuvo en lo más mínimo y solo bebió y bebió sangre sin parar porque estaba hambriento. El sabor de la sangre era tan dulce que sintió que se podía volver adicto a ella. Sus dos pares de colmillos le daban la posibilidad de beber toda la que deseaba y entró en un frenesí del que no fue capaz de detenerse sin importarle cuando se retorcía el chico debajo de él.

Cuando se detuvo Honey ya había perdido la consciencia por la enorme perdida de sangre y él nada más se fue.

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