MEMORIAS DE MI INFANCIA
WILLUM
Mis primeros recuerdos, son sobre cosas que me dejaron una gran impresión. Por supuesto, las impresiones de un niño pueden ser sobre cosas buenas o malas, pero en mi caso, la mayoría son de pesadillas y horror.
Recuerdo vivir solamente con mi madre, en una pequeña casa, en un barrio pobre. Sabía que tenía que quedarme a cuidar la casa aún con siete años, mientras que mi madre buscaba por comida. En retrospectiva, supongo que iba a la escuela, ya que sé un poco leer y puedo escribir algunas palabras, pero mis recuerdos sobre la escuela son prácticamente inexistentes.
Recuerdo también, que nuestra casa tenía problemas en el techo y cuando llovía, este se filtraba. Por alguna razón, el sonido de las goteras sonando contra los objetos que ponía mi madre en el suelo, es lo que más recuerdo. Un sonido que en días lluviosos, siempre me acompañaba cuando iba a dormir y estaba por la mañana. Un sonido que se mantenía inalterable.
A mi madre de esa época tampoco la recuerdo demasiado, sólo sé que era una buena madre y trataba de proveer para nosotros.
Mis recuerdos empiezan a ser más claros, luego de la noche en que todo cambió. Una noche en que el mal nos eligió y vino por nosotros.
No fuimos los únicos en ser llevados tampoco. Durante la noche, mientras dormíamos, abrieron nuestras puertas a la fuerza, nos sacaron de la cama y nos metieron en la parte trasera de un camión. Mi mamá, algunos vecinos, todos conocidos… Éramos varios niños entre los adultos.
Algunos gritaron y pelearon, resistiéndose a subir. También lo hice, junto a mi madre, pero no importa qué tanto gritamos o peleamos, fue inútil.
Simplemente fuimos arrojados como basura al camión.
Ni siquiera les importó cubrir sus caras de nosotros, porque recuerdo claramente los ojos sin piedad del hombre que me agarró esa noche.
El viaje fue eterno y no bromeo cuando lo digo. Tuvimos que viajar toda la noche en que nos capturaron y el día siguiente. Fue duro tener que estar en ese espacio reducido, con tantas personas. Algunas gritaban al principio, pero se dieron por vencidos pronto, ya que aún cuando un par de veces el camión se detuvo, nadie escuchó los gritos.
Para cuando llegamos a nuestro destino, ya era el atardecer del siguiente día y todos estábamos hambrientos, sedientos, cansados y humillados, ya que tuvimos que hacer nuestras necesidades en una esquina, cerca de las puertas del camión, mientras que alguien sostenía una prenda de ropa para darnos algo de privacidad.
De cualquier modo, cuando llegamos a nuestro destino no fue mucho mejor y eso es decir poco. Aunque nos dieron de comer y de beber, fuimos encerrados como animales en pequeñas celdas individuales.
Afortunadamente, estaban una seguida de otra, así que podía ver y hablar con mi madre, la que trataba de calmarme, mientras que ni siquiera podía esconder su propia expresión de miedo.
Esa expresión de miedo cambió con el pasar de los días y de las semanas, a lo que ahora creo que era resignación. No había modo de romper los barrotes.
Burlándose de nosotros estaba una fila de ventanas en lo alto de la pared, la que dejaba entrar el sol y la claridad durante el día y por la que podíamos ver las estrellas durante la noche.
A mi otro costado estaba un hombre adulto, que antes vivía cerca de nosotros y que llevaba la cuenta de cuántos días pasaban. Su cuenta llegó a los dos meses y once días, que fue el momento en que murió. Luego de eso, nadie llevó la cuenta del paso del tiempo.
Lo único que sé, es que en algún momento dentro de esos dos meses y once días, debo haber cumplido ocho años, porque mi madre me deseó feliz cumpleaños, mientras lloraba y se disculpaba por no poder sacarme de allí.
Le dije que estaba bien, que estaría bien, que era fuerte y saldría de allí y no moriría como el resto. Por supuesto, ella fingió creerme.
Los días pasaban, sin ningún sentido y cada vez fuimos quedando menos. De vez en cuando alguien hablaba o lloraba por la noche, pero por lo demás, todos parecían estar sin vida ya.
Lo único que se mantuvo inalterable, como las goteras de nuestra antigua casa en un día lluvioso, eran las llegadas de las comidas y de los tipos de bata blanca que venían con intervalo de días, a sacarnos sangre, a inyectarnos algo extraño o para hacernos pruebas.
Todos ellos daban miedo, ya que parecía que no nos veían como personas, sino sólo como algo que estudiar.
Sin embargo, en medio de todas esas personas con ojos fríos, había una mujer que a veces venía a dejarnos la comida y que a escondidas, me daba algún dulce o fruta. Me gustaba un poco esa mujer, porque aunque procuraba no mirarnos demasiado, al menos sus ojos no eran indiferentes.
Era invierno cuando las muertes empezaron a aumentar. Lo sé porque llovía mucho y a veces nevaba, por lo que casi siempre tenía frío.
Cada uno de nosotros tenía una manta, pero no era suficiente para pasar la noche de manera cómoda y la enfermedad llegó rápido para algunos, que luego murieron. Algunos lo hacian por la enfermedad, algunos por la reacción a lo que nos inyectaban.
Fue en ese tiempo, en que un día mi madre rogó a la señora que traía las comidas y que me traía dulces o fruta, que me diera su manta. La mujer dudó, pero lo hizo y me la dio.
Le pregunté a mi madre por qué hizo aquello, ya que pasaría frío. Mi madre respondió que moriría pronto, que sentía la muerte junto a ella. Cuando le pedí que no lo hiciera que no me dejara, mi madre se disculpó por no haber podido darme una mejor vida. Me dijo que me amaba y que nunca lo olvidara. También me pidió que resistiera, resistiera tanto como fuera posible, porque una vez que ella ya no estuviera aquí, cuidaría de mí para que tuviera un buen futuro y fuera feliz. "Eso es lo único que deseo" recuerdo su voz tranquila cuando lo dijo. Le prometí que sería fuerte y sería feliz y le dije que la amaba también, cuando todo lo que quería era rogarle que se quedara conmigo.
Mi madre murió unas horas después y a diferencia de muchos de los que morían por el efecto secundario de lo que nos inyectaban, los que gritaban y lloraban, ella se fue en silencio, quizá sabiendo que sería peor para mí si se iba sufriendo.
Pronto sacaron su cuerpo de la celda y se la llevaron, como hacían con todo aquel que moría. No estoy seguro qué hacían con los cuerpos que se llevaban, pero esperaba que sus almas ya estuvieran lejos de este horrible lugar, cuando lo hicieran.
Muchas veces olvido mi verdadero nombre, ese que llevaba a los ocho años, pero recuerdo claramente el de mi madre. Mi mamá se llamaba Esperanza, justo como aquello que no había en ese lugar.
Ese día lloré y lloré en silencio, sin querer molestar a los pocos que quedaban. Lloré tanto que de mis ojos fluyó sangre y mí cara se rompió en diferentes lugares, efecto de lo que ya estaba en mis venas. Era cosa de tiempo para que yo fuera sacado de allí como nada más que un cuerpo, al igual que mi mamá.
Durante la noche dejé de llorar y me dormí en la calidez que dejó la manta de mi mamá, como si ella ya estuviera cumpliendo su promesa de cuidarme.
No pasaron tantos días para que fuera el único que quedaba de todas las personas que vinieron conmigo. Es cuando escuché a los tipos de bata decir que mi reacción era buena y yo podría significar la clave para el éxito. Ellos estaban entusiasmados y hablaban de estudiar diferentes partes de mi cuerpo y hacer muchas más pruebas. También escuché que pensaban traer un nuevo cargamento de sujetos de prueba en unos días, para ver si podían replicar lo que sucedió con mi cuerpo. Ellos me hacían preguntas también y estaba lo suficientemente asustado para ser obediente y responder, aunque lo odiaba.
Con cada pregunta respondida, ellos se ponían más felices, porque mi racionalidad no hubiera desaparecido.
Cuando ellos se iban, estaba solo otra vez en ese gran lugar. Y sólo pensaba en resistir, seguir resistiendo, aunque a veces todo mi cuerpo dolía y quería rendirme.
Pasaron otros días, cuando la promesa de mi madre pareció que se convirtió en una realidad. Era de noche y estaba dormido, cuando la puerta de mi celda fue abierta. Desperté, pensando que era extraño que los tipos de bata vinieran durante la noche, ya que esa sería la primera vez. Pero no fue así, no eran ellos.
La mujer que me daba de comer, esa que era un poco amable con nosotros, era la que estaba en mi celda. Ella me apresuró para que me levantara y me dijo que me sacaría de allí.
Incrédulo, la seguí fuera de la celda y sostuve la pequeña linterna que me tendió y un pequeño bolso, mientras ella sacó una cuchilla de entre sus ropas y empezó a dibujar algo en el suelo con ella. Pensé en preguntar si no deberíamos apurarnos, en lugar de quedarnos allí, pero pronto el aire alrededor se volvió extraño y una especie de lugar iluminado por la luna, apareció frente a mis ojos.
La mujer me tomó del brazo, haciendo que la linterna cayera y cruzamos a ese lado, a ese paisaje nocturno, pero no oscuro.
Rápidamente ella me explicó que en la bolsa había comida y que debía viajar alrededor de cinco días, hasta llegar a una ciudad que tenía en el centro un castillo, también me indicó la dirección. Una vez allí, debía sobrevivir por mi cuenta y sobre todo, ocultarme de las personas que estaban dentro del castillo, hasta que pasaran unos años y todos me olvidaran.
Le pregunté qué pasaría con ella y me respondió que estaría bien. También me dijo que lamentaba no haber podido salvar a mi mamá o al resto, ya que no pudo robar una cuchilla antes. Me dijo que nunca quiso ser parte de lo que estaban haciendo allí, pero tenía que cumplir órdenes. "Son demasiado poderosos y yo no soy nadie" fue lo que dijo.
Le pedí que fuera conmigo y que nos escondiéramos juntos, pero se negó, diciendo que tenía que volver y me insistió en que nunca le dijera a nadie lo que había visto y vivido, pero por sobre todo, nunca le dijera a nadie lo que yo era ahora.
Le pregunté qué se supone que era ahora y ella después de dudar un poco, me respondió.
Soy mitad humano, mitad demonio, el único experimento exitoso.
La mujer me insistió en que me fuera y así lo hice, después de agradecerle, aturdido por conocer lo que esos tipos hicieron conmigo. Después de haber avanzado un par de minutos, recordé que nunca supe su nombre y volví para saber si aún estaba allí. Ella estaba, pero no pude preguntar. La mujer cortó su cuello con el cuchillo que llevaba y es cuando comprendí el precio que significó mi libertad.
Me volví y corrí, ahora dándome cuenta de que no podía dejar que me capturarán, no después de ver lo que esa mujer tuvo que dar para que yo saliera de allí. No podía dejar de pensar en que debía vivir a toda costa, por las dos mujeres a las que les importé. Por mi madre y esa mujer, no me debían volver a capturar.
El viaje que debía ser de cinco días, fue mucho más largo, debido a que desde la mañana siguiente al que llegué a ese extraño y brillante lugar, personas buscaron incansablemente por mí. A veces lo hacían en silencio, a veces gritaban promesas de ayuda y se hacían pasar por buenas personas. No creí ninguna de sus mentiras. De ese lugar, la mujer que me sacó y se suicidó, era la única a la que le llegamos a importar.
Estuve ocultándome en pequeños e incómodos lugares y avanzaba durante la noche, aunque tenía miedo de que llegaran a atraparme en medio de la oscuridad, al menos siempre había menos personas buscando en la noche.
No importó que tuviera sólo ocho años, tenía más miedo de volver a ese lugar de muerte, que a viajar en un lugar desconocido y oscuro.
Recuerdo claramente que busqué refugio, antes del alba, después de que la sexta noche hubo pasado. Me oculté en una cueva que aunque tenía una entrada pequeña, por dentro era grande. Cerca del centro de la cueva había un pequeño lago escondido, el que se iluminaba con la luz que se filtraba por los orificios en lo alto de la cueva. Fue al lado de esa laguna que me quedé dormido, después de comer algo de lo que estaba en el bolso y que empecé a racionar días antes, cuando me di cuenta de que no llegaría en cinco días.
Desperté seguramente un poco después de medio día y decidí tomar agua de la laguna y lavar un poco mi cara, cuando lo vi. Había encontrado lugares donde tomar agua hasta ahora, pero por primera vez era agua relativamente tranquila y lo suficientemente iluminada como para ver mi reflejo. Monstruo. Eso es lo que vi. Ellos me convirtieron en un monstruo.
Mis ojos antes marrones, ahora eran negros como el carbón y mi cara estaba llena de suciedad. Me lavé rápidamente la cara para limpiarla, rogando que debajo de eso no estuviera tan mal, pero mis esperanzas fueron aplastadas una vez más. Lo había sentido antes, pero en ese momento vi lo que las lágrimas de sangre que derramé, dejaron a su paso. Tenía llagas en mi cara y en la parte superior de mi cuello.
Mi sangre estaba tan contaminada que al estar fuera de mi cuerpo, tiene el poder de destruir.
Entendí en ese momento que además de todo lo que me quitaron, tampoco podría volver a llorar sin herirme a mí mismo. Y por alguna razón, llegar a esa conclusión hizo que quisiera llorar con más ganas, pero cerré los ojos y me tragué todo.
Me llevó ocho días llegar al lugar que señaló la mujer y en un buen momento, porque ya no me quedaba comida en el bolso. Desde el día anterior había estado comiendo bayas y semillas que encontré en el camino.
Fue un alivio poder finalmente llegar a mi destino.
El lugar estaba en lo alto de una pequeña elevación y tenía grandes muros que rodeaban una ciudad y en el medio, justo como dijo la mujer, había un castillo. Era impresionante y como nada que hubiera visto nunca.
Me sentí atraído hacia allí, pero recordé las palabras de la mujer, de mantenerme lejos de las personas que estaban dentro del castillo, por varios años, hasta que fuera olvidado.
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