..."Ama a tu enemigo"...
Aquel reino que se alza sobre las montañas hasta colindar con el mar, una historia existió de océano a océano, la leyenda de los mares.
Durante la rebelión del año 679, en la última conquista fueron arrestados cien brujos y fueron llevados ante el rey y su reina.
—Ríndanse, de forma pacífica y sus tierras seguirán siendo suyas.
—Lo entiendes mal joven rey—habló el anciano—, mi familia ha reinado por más de 300 años este imperio, tu y toda tu sangre no son más que unos usurpadores. Mi familia no se rinde. No doblegamos y no cedemos, ese es nuestro lema.
—Si ese es el caso, conoces el nuestro. Mi familia tomó el control hace dos generaciones y todos juraron lealtad a mí, solo espero la tuya porque soy piadoso.
—Entonces recibe la misma piedad de nuestra parte.
El salón comenzó a temblar bajo sus propios pies y el sol se oscureció por un momento, los presos todos ellos sangraban de sus muñecas.
—La vida de cien brujos puede maldecir hasta el mismo cielo si así se quiere, no tendrás mi bendición, pero si mi maldición sobre la sangre de tu descendencia.
Bajo esas palabras la reina que aún estaba en cinta comenzó a gritar de dolor, fue el rey quien ordeno que los matasen a todos, a los cien brujos. Pero incluso muertos siguieron hablando, solo quemándoles la boca fueron silenciados, sus cuerpos los enterraron en las colinas del norte.
Pasaron los meses y todos olvidaron aquellas palabras excepto el rey.
Así que cuando llegó el día del parto de la reina, todos los médicos del reino fueron llevados al palacio, sin hechiceros vivos solo ellos podrían ayudar con la agonía que sufría la reina, al terminar, la partera gritó horrorizada al tener al príncipe en sus manos.
La mitad de su cuerpo estaba cubierta de cicatrices que parecían hechas de piedra y sus ojos eran rojos como los de los demonios, la condición del bebé fue informada al rey, quedó asustado y temeroso de ver a su hijo y esposa salió en su caballo rumbo al norte, hacia las colinas donde enterró a los brujos, se arrodillo toda una tarde y pidió su perdón, les daría todo, su oro e incluso su trono, pero olvidó que los muertos no escuchan.
Dispuesto a volver a su palacio, fue rodeado por una manada de lobos, justo cuando creyó que moriría, fue salvado por una moribunda mujer quien ahuyento a los lobos sin alzar la voz o incluso una espada, era una hechicera, la última que quedaba de su familia, la ubica que había escapado.
—...Gracias... ¿Cómo puedo pagártelo? —preguntó el rey.
—Mataste a mi familia y yo he salve porque te he perdonado—susurró la mujer sujetando su abultado vientre—, no viviré para cuidar de mi hijo y tampoco puedo dejarlo aquí... Júrame que cuidaras de él, salva a mi hijo como yo lo hice contigo.
Tal como dijo la mujer, cuando dio a luz cargo solo una vez a su hijo y con su último aliento le dio un nombre.
—Carlos, mi dulce niño... vivirás valientemente y honraras tu nombre, mi amor.
La mujer no despertó más y el rey tomó al niño en sus brazos, solo él conocía la identidad de ese bebé y cuando estuvo tentado a dejarlo, lo miró y no pudo hacerlo, era el bebé más hermoso que hubiera conocido. Envolvió al niño en su capa y volvió al palacio con él.
Todos en los palacios se escandalizaron al ver al rey con otro bebé, pero ninguno se atrevió a preguntar nada, solo lo hizo la reina cuando se enteró que incluso le había puesto una nodriza.
—¿Ese niño es tuyo? ¿Tuviste otro hijo y lo tras aquí el mismo día que nace el nuestro? ¿Quién es la madre?
—Es hijo mío, es todo lo que puedes saber—dijo el rey acunando al pequeño Carlos en sus brazos, en poco tiempo Carlos había ganado un gran favor del rey.
—¡Es un bastardo! ¡Ni siquiera has mirado a nuestro hijo! ¡Lleva tu sangre! —gritó la reina.
—Esta será la última vez que llamaras al niño bastardo, aquí y fuera del palacio o tomaré tu lengua...nuestro hijo fue maldito ¿Qué probabilidad hay que sobreviva al año que viene?
La reina que sostiene a su hijo se acercó y mostró al rey su rostro.
—Esto, es tu culpa, no solo causaste esto a mi hijo, incluso ahora le quitaras el trono...
El rey cuando miró el rostro del niño solo cerro los ojos, todo era su culpa y si darle el trono podía remediar algo, lo haría.
—El tendrá el trono, es su derecho. A cambio Carlos crecerá como hijo nuestro, nadie excepto los sirvientes han visto su nacimiento, hoy tuviste dos hijos.
El rey acostó a Carlos en su cuna y sostuvo al príncipe.
—Tómalo, conócelo —dijo a la reina quien de mala gana se acercó y en cuando miro al bebé quedó asombrada.
—Es u niño muy hermoso, seguro no es hijo tuyo.
—Quizás no lo sea—respondió el rey.
Ala mañana siguiente se anunció la presentación de los mellizos de la reina, la noche anterior todo sirviebte del palacio juró su silencio.
La iglesia presentó a los dos príncipes al reino. El menor príncipe Carlos y el mayor y futuro heredero al trono fue llamado por la reina como Arioc, que significaba venganza.
Luciel de Mohanath era la hija del duque Mohanath una familia hermana de la casa real, por lo que la mayor parte del tiempo la pasaba en el palacio con su padre y su hermano.
La reina la amaba y muchas veces le decía que debería de casarse con su hijo, por lo que ella quería conocer a los príncipes que la mayor parte del tiempo estaban en sus deberes, no hace mucho tiempo se enteró que su hermano se había hecho amigo de un príncipe y Luciel no tardó en pedirle a su hermano mirarlo entrenar por lo que él aceptó.
Cuando llegó al campo de entrenamiento pudo ver a Aleph tirado en el suelo y una espada de madera apuntaba a su cuello. Una bota lustrada se posaba firmemente en el pecho de su hermano y el joven de pie lucia como lo que las canciones cantaban. El príncipe dorado, el hijo de la primavera, la belleza del reino, el corazón del rey.
Era el joven más hermoso del reino, el menor de los hermanos. Grácil incluso para respirar, de cabellos dorados y ojos como los zafiros.
Aleph comenzó a reírse desde el suelo.
—Me rindo, otra vez.
—No puedes solo rendirte Aleph, eres un tipo fuerte—dijo el príncipe.
—Pero tú eres un genio y aunque sea fuerte no te puedo ganar, además le enseñó una buena lección a mi hermana.
Carlos quitó el pie de encima de Aleph y lo ayudó a ponerse de pie, no se percató de la chica que acaba de entrar.
—Mis disculpas si fui algo grosero—sonrió Carlos.
Luciel se sintió nerviosa, una cosa era verlo y otra era que él le hablara y la viera tan fijamente que no sabía que decir.
—Descuide, solo quería ver a mi hermano entrenar, el palacio es tan extenso que es una gran coincidencia encontrarlo su alteza.
—No es tan sorpresivo, tu padre es un viejo amigo del mío y el rey está muy enfermo.
—Lamentamos eso Calos—dijo Aleph.
—Si es así, ¿Quieren acompañarme a comer?
Luciel negó al momento, no quería comer en compañía de la reina, el principe heredero y el principe Carlos.
—No creo que la reina y su alteza heredero se sientan cómodos con nosotros—dijo Luciel.
Carlos dejó la espada y limpiaba su rostro del sudor aparente. Así que cuando escuchó eso sonrió incomodo.
—Yo como solo, comía con mi padre pero desde que enfermo lo hago solo, mi madre la reina come con sus damas y mi hermano no está en el palacio desde hace algunos años, está en el sur con los maestres.
Debe sentirse solo, pensó Luciel y la simpatía no tardó en aparecer.
—Podemos quedarnos, ¿Cierto Aleph?
—Claro, sería un placer—dijo Aleph.
Carlos sonrió y miró a los hermanos con una sonrisa traviesa que amenzaba el latido de Luciel.
—¿Quieren dar una vuelta por el palacio conmigo?
Carlos no requirió respuesta y los tres jóvenes corrieron rumbo al palacio, para su sorpresa su majestad la reina se dirigía a los jardines.
Carlos se detuvo con una sonrisa.
–Buen dia madre ¿Te encuentras bien hoy?
La reina por su parte asintió sin preocupaciones.
—Estoy bien Carlos, veo que conociste a los jovenes Mohanath—miró la reina a Luciel con una sonrisa.
—Si, iremos a comer—respondió Carlos mirando a su madre con valor—¿Quieres acompañarnos?
La reina solo negó.
—Arioc escribió una carta, necesita algunas cosas y las prepararé, tu sigue con tus deberes y procura no causar problemas, tu padre esta enfermo.
Carlos asintió lentamente, parecía estar acostumbrado a el caracter de su madre. Pero para Luciel fue una sorpresa, la reina siempre era todo amor y abrazos. No esperó que fuera tan severa con Carlos quien era tan encantador.
—Cuidate madre, dile a mi hermano que espero verlo pronto.
Sin responder nada, la reina siguió su camino. Carlos notó la incomodidad de los hermanos y al momento sonrió como la primera vez.
—Mi madre es muy seria, siempre esta ocupada porque mi hermano esta enfermo, por suerte mi padre siempre esta disponible.
Tal como dijo Carlos, durante la comida la guardia real anunció la entrada de su majestad el rey.
Carlos fue quien corrió a su encuentro y lo apoyó en su brazo.
—Padre, creí que no vendrias...
—¿Y dejarte comer solo mas días? Me siento mucho mejor.
Cuando el rey se percato de los chicos en la mesa los distinguió rapidamente.
—Pero si son los hijos del duque, tu debes ser Aleph, tal como dice tu padre, eres grande y fuerte.
—Es un honor majestad—saludó Aleph con orgullo.
—Tu debes ser Luciel, eres tan linda como tu madre.
—Gracias su majestad.
Durante la comida charlaron muy animadamente hasta que Carlos preguntó a su padre:
—¿Cómo se encientra Arioc? ¿Escribió algo para mi?
—Él no ha enviado una carta en meses, ¿Por qué lo dices?—preguntó el rey.
—...No, por nada—respondió Carlos asumiendo la mentira de su madre, ¿Qué era tan desagradable en él que su madre ni una sola vez le había dado un beso?
Ciertamente la reina no recibió carta alguna, es solo que no quería comer con Carlos, desde que él recuerda a los ojos de la reina solo existía Arioc.
La comida terminó rápido y el rey se retiró a sus aposentos a descansar, Aleph salió en busca de su padre y Carlos se dispuso firmemente a acompañar a Luciel a su carruaje.
—Mi padre dice que eres un gran príncipe—dijo Luciek rompiendo el incómodo silencio.
—Tu padre tiene mucha razón—coincidió Carlos.
—Fue un honor conocerte—dijo Luciel a media sonrisa.
—En realidad yo ya te había visto hace un par de años—comentó Carlos, pesar de ser un joven talentoso, le resultaba incómodo hablar con las doncellas—, durante el baile de primavera, tu tenias un vestido precioso.
Luciel dejó de caminar sorprendida.
—¿Hablamos esa noche?—preguntó.
—No—sonrió Carlos—, no es bien visto en los príncipes bailar solo porque si.
—Oh, ya veo...—respondió Luciel.
—Aunque, si te sirve de consuelo suplique bailar contigo.
—¿Por qué sería un consuelo para mi bailar contigo?—le preguntó Luciel con el mismo tono altivo, podrá ser un príncipe, pero Luciel era una noble orgullosa de igual forma.
—Soy consciente de mi increible carisma por no mencionar mi rostro.
—Si te sirve de consuelo—dijo Luciel—, no está tan mal.
Las bromas siguieron hasta llegar al carruaje, Carlos se despidió de los hermanos de una forma muy formal, el chico bromista ahora no estaba presente.
Para sorpresa de todos, justo cuando partieron, el carruaje se sacudió de un lado y un sudado Carlos se sujetaba de los lados y pisaba el borde de las escaleras.
Había corrido una distancia no tan grande pero si costosa.
—Lady Luciel, perdona mi atrevimiento pero debo preguntar si te pareceria bien recibir mis cartas—jadeó Carlos—, sería un placer deleitarme con sus palabras.
Luciel y Aleph se quedaron mudos por un momento mientras el carruaje seguía su rumbo y el principe se sujetaba a un lado.
Luciel fue la primera en reirse.
—Deseo hablar con su majestad—aceptó.
Carlos sonrió aliviado.
—Me alegra... Debo bajarme aquí...
—¡No!—gritó Luciel—, este es un lago y mas alla es zona montañosa...
—Debes saltar ahora—dijo Aleph.
Carlos lo dudó al ver el río, pero era mas complicado ver las montañas que se avecinaban entonces solo respiró para prepararse.
Sin esperar mas Carlos saltó del carruaje cayendo directamente en el lago.
Las risas de los hermanos Mohanath fueron un eco en el camino.
Carlos llegó algo tarde al palacio como para encontrar a su padre despierto, el agua aun escurría de sus botas pero estaba satisfecho por su logro.
Había escuchado de la enorme influencia que tenia el conde Mohanath y tambien que tenia una linda hija. Carlos no veía problema en cortejarla, después de todo los matrimonios entre aristócratas eran por conveniencia.
Luciel parecía ser agradable y probablemente se llevarían muy bien, despues de todo Carlos ahora mas que nunca necesitaba una familia fuerte respaldandolo.
—Llegas tarde —dijo la reina desde las escaleras, cuando sus ojos se encontraron no hubo mas que frialdad.
Al principio y gran parte de la infancia de Carlos eso lo lastimaba, pero conforme creció y su padre fue honesto con él, la razon por la que la reina no lo amaba era porque no era su hijo.
El rey tuvo una aventura y de ahí nació Carlos. Pese a eso él aun intentaba ganar su favor, pero era mujer era imposible.
—Madre, estaba dando un paseo y caí al lago.
La reina lo miró de los pies hasta los mechones dorados y la rabia la invadió.
Carlos siempre fue un niño sano, bello, talentoso e incluso carismático, era todo lo que su Arioc debió ser. Y ese chico siempre le recordaba lo infeliz que era su hijo.
¿Cómo un bastardo podría ser incluso mas amado que el mismisimo principe heredero?
Su hijo que tuvo que salir del palacio hace años debido a aquella maldición que lo volvía mas letal cada día.
—El rey desea verte —informó la reina.
—Voy madre—dijo Carlos—descansa.
La reina no contestó nada, solo quería borrar la palabra "madre" de su boca.
Carlos se apresuró a ir con su padre. Estaba acostado con una cantidad de incienso considerable.
—Padre, estoy aquí.
—Mi muchacho...—llamó el rey con una sonrisa. Carlos se acercó evitando esfuerzo para su padre.
—Tranquilo no te muevas demasiado—procuró Carlos.
—¿Cómo no lo haría cuando el principe de la primavera esta aquí...—sonrió el rey al momento que una mirada triste lo invadía—, cada vez me siento mas cansado hijo mio...
—Llamaré a los maestres...
—No, no. Quedate aquí conmigo y escuchame. Confome mas debil me siento mis errores me perturban, tu hermano Arioc está lejos encadenado cada noche sintiendo la muerte en vida... Hice todo lo que pude pero no logré ayudarlo...Carlos mi muchacho ¿Tu me amas?
—Te amo Papá, no deberías preguntar algo tab obvio—respondió Carlos.
—Eres bondadoso como tu madre, desde que te tuve en mis brazos supe que debía protegerte, conforme ibas creciendo te volviste mi orgullo y mi alegría. Pero aún hay cosas que no te diré y espero nunca conozcas... Temo que me odiarías.
Carlos negó rapidamente.
—¿Cómo podría odiarte padre? No podría hacerlo.
El rey acaricio los cabellos dorados con lagrimas en los ojos cansados.
—Temo que te dejaré mas rapido de lo que pensaba, estarás solo sin mi a tu lado, aún asi no dejes que las palabras de la reina y la corte te dañen.
Eres mi hijo, pero eres mas que un bastardo o un noble, tu sangre es tan vieja como el aire, eres tu lo que llena el mundo de magia y belleza.
Su padre siempre le hablaba de esa forma, todas las noches le leía libros de los viejos reyes y su sangre mágica y cuando terminaba y miraba a Carlos sonreía.
—Eres un milagro hijo.
Carlos tomó las manos de su padre y las besó lleno de tristeza.
—No puedes dejarme, si lo haces estaré solo, aún no estoy listo y creo que nunca lo estaré.
—No estas solo, tu hermano Arioc estará contigo de la misma forma que lo hiciste tu de niño.
—La reina me odia—dijo Carlos.
—Ella odia a todos—coincidió el rey.
—Ella ama a Arioc—corrigió Carlos.
—Y él te ama a ti. Eres un muchacho listo, sabrás como cuidarte la espalda.
...ΩΩΩ...
La reina que escuchaba fuera de la puerta mordía sus labios hasta sangrar.
Ese afecto del rey a su hijo bastardo la enfurecia, siempre fue consiente de lo mucho que el rey amaba a Carlos, pero escucharlos tan plenamente la impulsaban a querer gritar.
Se apresuró a dejar la habitación y fue a donde los maestres estaban, eran viejos sirvientes de su padre y por ende servían a ella incluso sobre el propio rey.
—No extiendan mas su vida—dijo a los hombres—, a este paso nombrara a ese bastardo como rey.
—Dupliquen el veneno si es necesario.
—De hacer eso la muerte por enfermedad que ha planeado desde hace tiempo sería visto como asesinato—intervino el maestre mayor—, es bien sabido que él rey hace mucho dejó de ser de su agrado, el pueblo y la corte hablarán.
—Culpemos al bastardo, debe haber testigos que confirmen su complicidad—sugirió la reina—, no lo odio a muerte, tendrá mi compasión y será llevado ante la iglesia, servirá el resto de su vida ahí.
—Me temo que eso es algo dificil—respondió el mayordomo—, la chica Mohanath parece estar maravillada con el joven, si ellos se llegan a comprometer la casa Mohanath resguardara su titulo incluso podrían iniciar una rebelión.
—Eso es facil de solucionar —dijo la reina—, ella debe casarce con Arioc, conozco a esa joven y se que sería capaz de sacrificarse por sus personas amadas... Por el momento debemos dejar que ame a Carlos, que lo haga con locura y cuando muera el rey, y carlos este entre la espada y la pared tendrá que elegir.
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