^^^Para A, mi auténtica alma gemela^^^
^^^quien siempre estuvo conmigo y de mi ^^^
^^^lado y nunca dudó de mí. ^^^
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¿Alguna vez te has sentido fuera de lugar y como lo que eras antes está desapareciendo? Como cuando te perdías en la tienda de telas de pequeño. Estás asustado todo el tiempo y no distingues a nadie y lo peor ¡no sabes dónde está tu mamá y crees que se irá sin ti! Entonces podrás entender que así me sentía yo en la maldita preparatoria, cada día, desde que entré. O al menos los primeros dos meses.
No tenía a nadie con quien hablar y llegaba a clases sola y me iba sola lo más rápido posible. Ya no era la más lista, ni la más dedicada porque todos en esa endemoniada escuela habían sido los primeros lugares su escuela anterior. Ahí o eras tan listo como para humillar a Galileo Galilei o deportista o ambos. La mayoría eran ambos. Yo ya no tenía nada que me hacía especial. Era como salir al espacio y darte cuenta de que hay más estrellas que nunca has podido ver. ¿Cómo hacer amigo cuando había perdido la confianza en ti?
Veámoslo desde un punto que entiendo mejor; las probabilidades.
¿Cuál era la probabilidad de hacer amigos el primer día en la escuela? Yo podía estimar que un 60% y sí, estoy tomando el factor de que no muchas de esas amistades perduran. ¿El primer mes? Las cifras estarían en un rango de 4/5. Es decir un 80% de posibilidades ya que, para ese momento habrás conocido a todos en clases, pero ¿cuál es la probabilidad de quedarte sola en el tercer mes y parecer un carcayú? Sí, esos pequeños mamíferos que parecen osos, solitarios y malhumorados. No eran muy altas en realidad, un 10%. Claro, a menos que seas yo, porque eso elevaría los números hasta un 36.8% sin ser muy negativa. En ese momento yo me identificaba como un carcayú. Sin ofender a los carcayús.
Podría poner excusas, demasiadas en realidad. Y es que no me consideraba como una amargada, era alguien muy amigable con las personas, o al menos eso era cuando estaba en mi anterior escuela. Como ya dije era abrumador el cambio radical que había dado mi vida; ya no era la más conocida de la escuela, ya no era la más inteligente y tampoco era la más agradable. Eso sumado a que parecía haber perdido mi habilidad de sacarle conversación hasta a las rocas, me tenía en pánico. Tal vez solo estaba asustada.
Nunca fui una fanática de los cambios, no los sabía manejar y esa era la mayor razón por la que no podía estar con nadie más de una clase. Me daba pánico no tener tema de conversación y para ser honesta que tuviéramos que cambiar de salón cada hora me ponía de mal humor. Como te habrás dado cuenta, eran pequeñas cosas que me parecían enormes. Por que estaban juntas, porque era adolescente o cualquier payasada de esas que hacen decir a los adultos "oh los jovenes siempre complicandose la vida". Como si ellos no hubieran sentido que su mundo se acababa antes.
Creo que a todos nos ocurrió en el primer año de bachillerato: los nervios en la punta de los dedos, la emoción de estar a un paso de la universidad sintiéndolo lejano y cerca al mismo tiempo y la oportunidad de explorar un mundo que parecía inmenso y desconocido. Oh, la dulce preparatoria. La amas o la odias. No hay punto medio. Yo comencé odiándola.
Que me corrijan si estoy mal, pero todo hemos escuchado que es una de las etapas más importantes en la vida y debes aprovecharla al máximo. No me sentía así y seguro muchos tampoco lo hicieron. No estaba lista para ese cambio que en un principio parecía genial cuando me ofrecieron ir para estudiar lo que yo quisiera y tener el paso a la universidad. Y sumado a eso iba a poder jugar el deporte que quisiera, si yo lo quisiera. En papel sonaba ideal.
Estando sola una de mis actividades favoritas consistía en ver a las personas pasar e inventarles historias. Lo que significaba que pasaba demasiado tiempo observando a todos, les dedicaba mucho de mi tiempo, o eso pensaba yo.
Tampoco he sido de las que toman del todo bien la derrota y los errores y esa fue otra de las cosas que aprendí al llegar a la preparatoria. No había perdido hasta que llegué ahí. Aceptar que también me equivocaba, que cometía errores de manera constante y que no, no debía ganar todo el tiempo. Y todo eso estaba bien, forma parte de ser humana. Sí, eso fue lo que aprendí el resto de mi estancia en la Preparatoria Soraya Jimenez. Pero no me voy a adelantar a la historia y aquí va el pequeño viaje en el tiempo patrocinado por el diario de Leilani Anzures, el diario que fui escribiendo entre clases durante tres años.
Siéntate y toma nota porque voy a soltarte los consejos que hubiera querido saber antes. Cometí muchos errores, uno de ellos fue enamorarme y al mismo tiempo fue lo mejor que pude hacer, como sea tu juzgarás.
^^^Ciudad de México, 7 de octubre, 2013.^^^
Empecemos diciendo que es lunes. ¡Lunes! Quién haya dicho que los lunes debían ser días llenos de motivación y emocionantes para los nuevos comienzos era un demente. Mi lunes como siempre (este primer año en realidad) empezó a las dos de la tarde, en un salón ubicado al fondo del edifcio de Humanidades que tenía vista directa a las canchas de la preparatoria.
La clase de literatura siempre fue, es y será de mis favoritas, nunca podría cansarme de los clásicos y las discusiones que surgen en el salón. Es en parte lo que me hace seguir entrando, otra parte es lo mucho que me divierto inventándole historias a mis compañeros. No estoy hablando del chismes, más bien de cómo paso demasiado tiempo observándolos e intentando crear historias de ellos en mi cabeza, al menos así tengo un poco de interacción y sí, ya sé que suena triste.
Pero este lunes, este glorioso lunes vi a este chico. Es alto, fuerte, esbelto y tiene la espalda ancha. Veo como las fibras de sus músculos se marcan incluso con la camisa puesta, además tiene una sonrisa preciosa. Increíblemente guapo. Mi confusión seguro es notable, ¿cómo pude no haberlo visto por dos meses? ¿O fueron tres? No sé, perdí el sentido de tiempo por un segundo. ¿Acaso es nuevo? Fuerzo a mi hipocampo en una búsqueda exhaustiva que me indique que ya lo había visto, pero nada. No aparece nada.
No tengo tiempo para seguir analizándolo, la cosa es, que no sólo estoy en clase de literatura, estamos jugando a buscar definiciones en el diccionario y para ser honesta, es lo más satisfactorio que he hecho en meses. Otra vez, sé que suena patético y no me importa.
La palabra "grabar" se repite en mi cabeza una y otra vez. Mis ojos buscan con desesperación entre las líneas para dar con ella antes que el pelinegro que se encuentra a un lado mío y que parece que huele a... NO, ahora no. Mi competitividad está al cien y me siento eufórica cuando hallo la palabra; mi dedo viaja por la página al mismo tiempo que de mi boca brota el sonido:
—Grabar: Escribir o trazar sobre metal, madera, piedra u otra superficie dura una figura, un dibujo, signos o palabras.
Estoy hablando lo más rápido que puedo, el aire se me acaba y apenas logro terminar con dificultad, sin embargo, de manera simultánea a la que yo hablaba una voz grave salía de la vara de dos metros; mi contrincante:
—Pesar [un impuesto, tasa u otra carga] sobre cierta cosa.
Su definición había sido más corta era cierto, pero también él más listo porque no había dicho "gravar" y había buscado con la "v" no sé si lo hizo a propósito. Seguro que sí, como dije aquí todos son tan listos que duele. Y a este sujeto le había funcionado, por unos segundos deseo haber pensado en eso. ¿Cómo puede ser atlético, guapo y listo? Deberían de existir reglas en el universo que lo impidan. Mentira. Debería ser siempre así. Solo lo digo porque estoy furiosa. Seguro fue su estupido aroma que me atontó los milisegundos suficientes para ganarme.
Habíamos encontrado la palabra al mismo tiempo y por su astucia le han dado el punto. El chico me ganó y yo no sé si odiarlo o admirar su inteligencia. En el primer instante decido lo primero, porque con la derrota tengo que hacer un baile ridículo en frente de todo el grupo. ¡Que humillante!
Bailando como pollito y en medio del baile de humillación por mi cabeza brotan ciertas preguntas "¿cuántos años teníamos? ¿Dos?" Y "¿No era ilegal hacerle eso a los alumnos en pleno siglo XXI?" Pues la respuesta es no y tampoco era el fin del mundo, pero por favor intenten no sentir vergüenza estando frente a un grupo de personas de 15 y 16 años bailando el pollito. ¡Es imposible!
Al final da lo mismo porque me siento en mi lugar ¿ya usé la palabra humillada? Bueno más que eso, algo confundida por mi rival. Una vez más busco en mis recuerdos sin éxito. Me causa conflicto que una cara tan tierna y fácil de recordar me ha pasado desapercibida y eso agregándole la estatura. Okey, me molesta no haberlo visto antes también porque es guapo, seguro le habría hablado o no. Tal vez no. Definitivamente no, los guapos suelen ser odiosos.
La verdad, no encuentro una respuesta coherente, de hecho, el resto de la clase me la paso pensando en eso y entonces llego a la conclusión de que es seguro que no me he esforzado tanto en conocer a las personas de mi salón como pensaba antes y que no es tanto por mi miedo al cambio sino al rechazo. Eso y que prefiero pasar mis horas llenando páginas y páginas de lo que sucede a mi al rededor en lugar de vivirlo.
Cuando termina la clase salgo del salón tan rápido como puedo y me dirijo a la cafetería, aprovechando el clima y usando también como una mínima excusa mi reciente derrota pido un chocolate caliente. Nunca existirá algo más reconfortante que eso.
En el momento que estoy por pagarlo la misma vara de dos metros aparece de nuevo en mi rango visual, ruedo un poco los ojos, pero decido que no puedo ser tan cerrada además él está ahí parado con una sonrisa genuina e invitándome el chocolate. ¿Y no soy yo la que ha pasado las últimas dos horas pensando en hablarle?
Lo miro con un poco de desconfianza, él no pierde la sonrisa. Hace trastabillar mi seriedad. Al final cedo y me quito del lugar dejándolo pasar y permitiendo que mis fosas nasales inicien el proceso de memorizar su aroma.
Oh, es desodorante y algo más.
De manera inmediata y casi automática me siento en una de las duras bancas redondas de concreto, me siento extrañamente aliviada cuando lo veo imitar mi acción.
—¿Leíste la palabra? —Asiento con la cabeza y aprieto los labios. Él extiende el brazo ofreciéndome el ticket que le agradezco muy suave y tomo para reclamar el chocolate. —El empate hubiera sido justo.
—Que lo dijeras en la clase, hubiera sido más justo. —No intento ser hostil y aun así es como mi voz sonó, eso no lo hace retroceder solo sonríe y se encoge de hombros.
—Touché... —Me gusta su voz, tal vez no es tan profunda, pero sí muy tranquila y me hace sentir en confianza. —¿Quieres la revancha?
Me gusta que me habla con total confianza, como si me hubiera conocido desde antes y supiera tratarme. Me habla con sonrisas y me hace sentir de nuevo yo. Solo Leilani, sin el "la más lista" "la más habladora", nada de eso. Leilani Anzures. Entro en confianza tan rápido como su sonrisa aparece en su rostro.
—¿Harás el baile humillante cuando pierdas? —Ya no sueno molesta, al contrario, hasta le estoy sonriendo en un efecto derivado de su sonrisa. Pensé que se había quedado sin respuesta, a los pocos segundos él se levanta y hace el baile que antes yo había hecho en clase. Me rio con fuerza y siento que me relajo un poco más. —¡Ay no! Es suficiente, con eso me basta. Por favor, no vuelvas a bailar nunca.
Su risa linda y tímida me llega una vez más a los oídos y una vez más me río con él. Es algo fácil y contagioso, me agrada la sensación y sobretodo la compañía. Esperamos a que mi chocolate salga y caminamos sin rumbo fijo. La vara de dos metros, que en realidad no mide dos metros sino uno ochenta y cinco y que tiene por nombre Alejandro Navarro me propone sentarnos en una mesa cuadrada de concreto de un lindo tono marfil con dos bancos igual cuadrados en los cuales si te sientas y sacudes el cuerpo con suavidad las puedes hacerla girar un poco de lo débiles que son.
Es un lugar que a casi nadie le gusta y la verdad no entiendo las razones. Me pregunto si ¿será por qué es un espacio más de transición que de estadía? Son solo un par de mesas dispuestas en dos bordes de una linda jardinera llena de iresines y lantanas que enmarcan las escaleras del edificio de Humanidades. Es un lugar bastante cómodo a pesar del material, en este preciso momento nombro en secreto aquellas banquitas como mi nuevo lugar para leer. Alex lo nombra nuestro lugar de encuentro y no me molesta en absoluto que de por hecho que nos seguiremos encontrando.
Lo mejor de todo es que mi probabilidad de tener un nuevo amigo ha aumentado de forma gigantesca porque Alex y yo hicimos un clic inmediato y me reí este día más de lo que había hecho en los primeros tres meses. De pronto el bachillerato ya no parece tan malo, ni tan aburrido.
En unos meses cuando relea estas páginas sabré que el tiempo ha hecho su trabajo y que no recuerdo más estos tres meses previos en los que me sentí sola y con miedo porque Alejandro estará a mi lado. Me lo dice mi instinto y siempre he creído en él.
La sonrisa de Alex me dice que se siente igual. Hemos encontrado un aliado. He encontrado a Alex Navarro, el chico a quien no le molesta que seamos solo los dos y que pase horas frente a mi diario. Y siendo honesta a mí tampoco me molesta su presencia en ningún momento. Ni siquiera ahora que intenta leer sobre mi hombro.
18 de Julio, 2014.
Que mañana más nefasta. Que camino a la preparatoria más nefasto. No me siento motivada o animada. Hoy mi tolerancia a situaciones que no puedo controlar es nula y ¿A quién demonios se le había ocurrido llamarnos aún en vacaciones para tomarnos las fotos de unas tontas credenciales? ¿Para qué? ¡Hola servicios escolares! ¿Todo tiene que estar tan mal planeado siempre? Ugh.
Dicen que las credenciales sirven para controlar el acceso a la escuela, pero yo entré el año pasado incontables veces con una credencial que no me pertenecía y nadie lo notó nunca. Puedo estar segura de que yo no era la única y juro que tampoco fue la última vez que ocurrió. Así que esto sí resulta inútil.
Bien no del todo, al menos sé que veré a Alex hoy. Los dos elegimos el mismo grupo para estar juntos y por eso nos toca ir el mismo día. No voy a ocultar mi alivio y mi emoción. Es probable en un 100% que por esa razón yo no esté más apática. Veré esa sonrisa que tiene mas de dos meses que no logro ver en persona. A veces las vacaciones son un fastidio cuando te llevan lejos de tu mejor amigo.
Extraño pasar cada día con él y deseo que él también esté emocionado. No puedo ocultarlo. Es esa clase de amistad en la que todos piensan que sales con tu amigo porque pasamos demasiado tiempo juntos y tenemos una rutina demasiado acoplada a la vida del otro. No salimos, no se me ha pasado por la cabeza y creo que a él tampoco. Sé que nos sentimos bien estando juntos y que para todo es sospechoso que estemos 24/7 juntos y que nunca nos hayamos besado. Lo juro, no ha pasado.
Podemos hablarnos de cualquier cosa, lo sabemos todo sobre la vida del otro y siempre estamos en los eventos importantes para cada uno; sus partidos de básquet y alguno que otro entrenamiento donde no entiendo mucho y mejor leo, pero estoy pendiente de sus jugadas. Voy a sus competencias de matemáticas y él a las mías de química y literatura. También va a mis concursos de canto y a los partidos de voleibol, aunque sepa que yo no jugaré. Se queda a los entrenamientos así sean tarde.Es reconfortante contar con él.
Un bocinazo de auto me saca de mis pensamientos, donde solo somos Alex y yo. Cruzo la enorme avenida con vergüenza de casi dejar que me atropellen y giro mi cabeza en todas las direcciones buscando a mi amigo. Lo encuentro antes de entrar a la toma de fotografía en la escuela.
Tal como lo habíamos acordado él estaba esperando por mí en la esquina del lugar. Le sonrío en cuanto mi mirada choca con su camisa azul Oxford y pequeños puntos blancos y sus tenis en perfecta combinación, aunque él no me vea porque es algo de él que me encanta. A veces hasta combina su mochila con su vestimenta y siempre usa camisas. Y siempre huele tan bien.
Alex me mira y me brinda una de sus sonrisas perfectas que llega hasta el contorno de sus ojos los cuales se arrugan con gracia detrás de sus lentes de pasta negros. Ni siquiera parece nerd, no sé cómo lo hace, luce como un deportista elegante. Alex es eso, un chico deportista con una mente brillante. Me acerco con pasos más largos y le extiendo mi brazo para que choque nuestros puños.
—Un día, esos anillos me van a romper los nudillos. ¿Qué hará este equipo sin mis triples perfectos? —Así me saluda, como si nos hubiéramos visto hace media hora.
Amo que haga eso. Sé después pondrá un beso en mi coronilla y colocará su brazo ssobre mi hombro demostrandome su cariño, porque es ese tipo de amigo.
—Conseguirán a otro poste, aunque ninguno tan guapo como tú.
—Bueno, por supuesto que este rostro es irremplazable.
—Seguro que todas las chicas que te admiran quedarían muy decepcionadas. ¿Dónde encontrarán a otro Alejandro Navarro que acelere sus corazones y haga temblar a los rivales?
Una risa irónica sale de su garganta. Él no cree que sea tan guapo y tampoco tan bueno, ojalá supiera que sí lo es.
—Debes estar confundiendome con Inhar.
—¿Quién rayos es Inhar? —Alex me mira como si tuviera una cabeza extra. —Ya sabes que solo te conozco a ti, Aarón y Lucas. Los demás son solo una mancha en mi memoria.
—Y es por eso que eres mi admiradora favorita. —Ambos sabemos que con eso ha zanjado el tema. Hoy no sabré quien es el chico de nombre extraño.
Me rodea los hombros con su largo brazo haciéndome agradecer mi 1.70 metros de estatura por evitarme la pena de verme tan pequeña a su lado. Siempre me ha abrazado así, es solo que hoy al sentir su pesado brazo sobre mí me sentí un tanto más pequeña y... querida. Como una suave calidez recorriéndome el cuerpo donde su brazo me ha tocado. Mi piel se eriza de forma repentina y me siento diferente.
Giro para ver su reacción, mantiene la mirada fija en el camino. Sus mejillas están ligeramente sonrosadas, más allá de eso no hay nada en su rostro que me indique que ha sentido lo mismo. Agradezco que no me mire, mi rostro está caliente y si me pregunta algo puedo empezar a tartamudear. Aparto el pensamiento que me había resultado más extraño que incómodo y tomo su mano que cuelga sobre mi hombro. Con esa simple acción mis pensamientos se aplacan y me siento en una calma total.
Entramos a la escuela, atravesamos los primeros dos patios para llegar al lugar donde nos tomarán la foto para la credencial. Llegamos al final de la fila, que es larga y creo que podríamos ser los últimos. Cuento de manera rápida treinta personas delante de nosotros. Será una larga espera.
Alex está perdido en sus pensamientos, lo que significa que deberé esperar unos minutos a que termine de imaginar lo que sea que pase por esa cabeza loca. Abro la aplicación de libros en mi teléfono y retomo mi lectura. No puedo concentrarme así que viajo de la notas donde voy escribiendo palabras clave para despues escribir en mi diario y regreso a fingir que leo. Lo hago al menos tres veces. Finjo estar pegada a mi teléfono porque mi cabeza está en la conversación de los chicos de enfrente.
—Mat ¿cómo no estás muriendo de hambre? Es una tortura estar aquí sin comida.
El chico no responde, solo hace una mueca dando a entender que está de acuerdo.
Quiero decirles que no son los únicos, porque no sólo nos habían llamado en vacaciones, sino que habían partido el día justo a la hora de la comida. Aun así, me muerdo el labio para no meterme donde no me han llamado. Segundos después el mismo chico que habló antes gritó con emoción. Ojalá Alex no se quede en su mente por mucho tiempo o comenzaré una convesación con estos desconocidos.
—Oh, acabo de recordar. Tengo una bolsa de gomitas en mi mochila. —Rebusca en la bolsa frontal de su mochila y las saca agitándolas en la cara del otro chico. —No sé desde cuando están ahí, pero comeré lo que sea.
La cara de satisfacción que puso al abrir la bolsa hizo que mi boca salivara de antojo. ¿Qué pasaría si le pido una? ¿Estarán ahí desde el fin de año pasado? Podría correr el riesgo.
—Alex, oye Alex. —Le susurro a mi amigo y muevo un poco su brazo haciéndolo agachar un poco para escucharme mejor. —Quiero de sus gomitas ¿crees que me quiera dar? —Alex refugia su oreja en su hombro por la sensación de cosquillas que seguro le he causado.
Mi amigo me mira sin comprender de lo que hablo. Él siempre es así sino le hablan no escucha conversaciones ajenas. Nunca lo había hecho y no podía esperar que esta vez fuera diferente. Todo lo contrario a mí que si veo la oportunidad de hablar con alguien no voy a fingir que no escucho su conversación.
Es gracioso que cuando nos conocimos habíamos invertido los papeles, pero después de eso ambos comenzamos a sacar la parte más autentica del otro. A él ni se le había pasado por la cabeza mirar a las personas que estaban alrededor de nosotros.
Espero unos segundos a que Alex salga de su mundo, le cuesta un poco ubicarse y salir de su burbuja personal. Al final me mira con reproche cuando nota que hablo de los chicos que están delante de nosotros. Sin decir nada su cabeza comienza a negar, tratando de evitar que haga lo que sabe que haré, sin importar lo que él dijera.
—Espera Leilei, no vayas a... —No dejo terminar a Alex nada de lo que está diciendo y antes de que él suelte el resto de su oración yo ya he llamado la atención del chico parado frente a nosotros. Resignado Alex murmura: —Ugh, lo hiciste.
Sé que la siguiente conversación lo pondrá incómodo porque no sabrá si meterse o regresar a lo que sea que ocurre en su cabeza.
—¡Oye! ¿Me regalas una gomita? —El chico de los rizos alborotados me mira y el moreno que lo acompaña se queda mudo en automático. Aunque no recuerdo haberlo escuchado, creo que hasta su respiración se ha hecho más suave.
—No, es que tengo hambre y si te doy una no me van a llenar.
—No vas a llenarte con una gomita más. —Grito con excepticimo.
—Leilei. —Dice Alex tocando mi brazo. —No es correcto... Da igual, compraremos unas saliendo de aquí.
El esponjado se ríe de lo que acaba de presenciar, su risa se me contagia y también me rio. En segundos, los cuatro estamos riendo a carcajadas. El chico que hasta ahora ha estado callado me mira y noto una ligera sonrisa tímida cruzando sus labios. Le sonrío de vuelta en una sonrisa mucho más amplia.
—Soy Alex. —Mi amigo habla en cuanto todos nos quedamos callados. —Ella es Leilani.
Me encojo de hombros y me siento un poco mal, ni siquiera sé me había ocurrido presentarme. Con razón no me quisieron dar gomitas. Se me pasa tan rápido como llega la vergüenza.
—Soy Jabel, pero pueden decirme Jab.
—Yo soy Matías. —El moreno silencioso habla con una voz suave y tranquila.
—Me agradan. —Suelto con simpleza.
A partir de ahí todo se vuelve risa. Jab encuentra la manera de que en la conversación nos cuente que toda su familia es de cabello rizado y que a veces lo confunden con su hermana porque son gemelos. Alex dice que es extraño que se presente así, yo creo que en realidad es divertido que nos esté contando estas cosas. Significa que tiene la confianza suficiente. Ahora no solo estamos socializando, estamos haciendo un alboroto en el salón, nuestros gritos y risas molestan a todos en el salón.
Matías en un principio es tan tímido que sus palabras deben salir con ganzúa. Entonces Alex siempre tan comprensivo y sabiendo que decir suelta un "Leilani adora el fútbol" haciendo referencia a su camiseta del Chelsea y la cosa cambia. Ya no le para la boca. Estoy impresionada de lo bien que nos llevamos. Hasta Alex ha hecho un match con ellos de manera instantánea, es como si nos conociéramos de toda la vida.
Minutos más tarde, mi abdomen duele de reírme tanto y la señorita que está imprimiendo las credenciales ya nos ha pedido callarnos al menos cuatro veces, cosa que nos avergonzó cada vez, pero aun así no podemos parar.
—Chicos, ya les dije que se callen o tendré que sacarlos que aquí. —Su voz es filosa y nos reta con la mirada.
Mis hombros se encogen con pena. Aprieto mis labios para contener la risa igual que lo hacen Jab y Matías. Alex cuadra los hombros, arregla su camisa y pone esa sonrisa que acabaría con cualquier mal humor.
—Disculpe, no sucederá de nuevo. —Oh Alex, es tan dulce. Ojalá no prometiera eso.
Le bajamos unos decibeles a nuestras voces, pero a pesar de eso y de las miradas de los demás compañeros seguimos con las bromas. Nos reímos entre dientes y lo más bajo que podemos. Descubro que las risas contenidas solo causan más dolor de estómago.
Conversamos por un rato más de cualquier tema que pasara por nuestra cabeza. En unos momentos Matías se queda callado y me mira asustado.
—Leilani, no debes usar esas pulseras. —Señala mis pulseras de ligas de los 90. —Te pueden hacer daño. Eso leí.
—No me digas que crees en esas cosas Mat.
—No, de hecho, yo también lo leí. —Dice Alex poniendose serio.
—Cállate Alex. No seas mentiroso.
Alex se ríe y yo le doy un ligero empujón.
—Yo le di las pulseras. —Le susurra a Jabel que hasta este momento solo ha escuchado atento. Ruedo los ojos, pero una cara de miedo comienza a tomar poder de mí. —Es broma linda, no te va a pasar nada. Y combinan muy bien con tu estilo.
Ya no logro responder, nos llaman a cada uno para la foto. Mientras me acomodo una sonrisa sale por los comentarios que dicen ellos. Han convertido las pulseras de liga en un chiste local. Supongo que este año seremos más de dos personas.
Salimos del salón con unas credenciales quemando en nuestros bolsillos, intercambiamos números y confirmamos que estaremos en el mismo grupo. Jabel crea un grupo en el que estemos los cuatro, tan pronto como nos separamos los mensajes resuenan en mi teléfono. Confirmo que son ellos porque a Alex le sucede igual.
Nos espera un año lleno de risa, malos chistes y buena compañía. En horas nos hemos convertido en cuatro chicos de personalidades muy diferentes con demasiada armonía y cientos de cosas en común. Regreso a casa con nuevos amigos y unas gomitas que Alex me compró para complacer el antojo.
🌿☀️🌿
2 de agosto, 2014.
He pasado cada día de las vacaciones intercambiando mensajes con Alex, Jabel y Matías. Todos han salido de vacaciones de verano menos yo (desventajas de salir en las de diciembre ) y aun así no dejamos de charlar de todo lo que vivimos diario. Es divertido y agradable encajar tanto con alguien. No puedo esperar a que las clases den inicio. No puedo esperar a verlos de nuevo.
Una llamada con Alex me hace pensar en lo mucho que me he acostumbrado a los otros dos chicos. Estamos en silencio meditando la situación cuando él me susurra por el altavoz.
—¿Leilei? ¿Qué te pondrás mañana?
—¿Te preocupa que no combinemos? —Le digo con picardía. —Tal vez nosotros...
—Sí. —Su sinceridad me sorprende. Sobretodo porque me interrumpe y eso no es común en él.
—Oh.
—No quiero que nada cambie entre nosotros, tengo la sensación de que será así.
—Siempre seremos tú y yo. Alex y Leilani. Alex y Leilani. —Lo digo varias veces porque me gusta la idea. —¿Como combinamos cuando nos vestimos tan diferente? Tú eres tan elegante y yo...
—Tú eres alucinante.
Sonrío y aunque no pueda verlo sé que él también lo ha hecho. Mis vestidos no son precisamente lo que yo llamaría elegantes o alucinantes, combinarlos con tenis no ayuda mucho, sin embargo, de alguna manera encajaba con el estilo de Alex cuando estábamos juntos.
—Me gusta cuando usas tus anillos y como nunca te quitas esas pulseras de caucho. Eres una extraña versión de los 90 adaptada a la modernidad. Con tu closet lleno de vestidos de todo tipo, faldas que nada más parecen ser hechas para ti y esas calcetas que insistes en usar. No sé cómo lo haces, pero haces lo imposible posible.
—¿Eso es entre líneas un cumplido? Alejandro Navarro detente o me harás creer que... —Detengo mi oración para no decir nada incómodo. Suspiro. —Usaré un vestido rojo de tela acanalada. Siéntete libre de usar esa información para vernos con gemelos.
Alex no dice nada más, sus pensamientos pueden escucharse a través del teléfono. No de una manera literal. Uh, mi reino por escuchar la mitad de ellos y saber qué piensa cuando se queda así de callado siempre. Dejo el teléfono donde está y me acomodo para escribir hasta que me de sueño. Sé que ambos nos quedaremos dormidos y la llamada se cortará sola y mañana ninguno de los dos hablará de esto. Seremos de nuevo Leilani y Alejandro, los buenos amigos.
4 de agosto, 2014
El primer martes de clases de mi segundo año llegó en un parpadeo. A diferencia del año pasado esta ocasión estoy recargada de energía y ansiosa. Hoy sí quiero ir y sobre todo estoy más emocionada que el primero porque deseo encontrarme con Alex, Matías y Jabel. El día de ayer solo pude ver a Alex, ni siquiera habíamos tenido clases, así que los otros dos no se habían molestado en aparecer, ni siquiera para inscribirse a su equipo. Que fácil es tener tu lugar asegurado.
Hoy todo será diferente. Todos nos hemos quedamos de ver en la estatua del primer patio, la que está dedicada a la deportista que le dio nombre a nuestra escuela: Soraya Jiménez. La primer atleta mexicana en darle una medalla de oro al país. Toda una leyenda. Esa estatua es un punto muy común para toda la comunidad estudiantil, la plazoleta es tan grande que nunca se ve concurrido. Sigue luciendo como un punto de transición.
Los cuatro queremos llegar al salón juntos y encontrar un lugar en los laboratorios del segundo piso que casualmente son puestos para cuatro, es perfecto. Me aliso el vestido antes de acercarme a Jabel que espera caminando al rededor de la estatua.
—Jab, cariño. —Me aviento a su espalda abrazándolo con fuerza. —Te extrañé tanto.
Ambos nos reímos y escuchamos como Matías grita desde la entrada y choca con nosotros. Se aferra a nuestros cuerpos con sus largos brazos en un abrazo que no quisiera soltar.
—¿Dónde está Navarro? —Qué extraño me parece que todos le digan así.
—Debe estar en entrenamiento. —Digo convencida y después para tranquilizarlos suelto con simpleza: —No ha de tardar nada.
Como si lo hubiéramos invocado, Alex llega trotando. Me levanta en un abrazo y hace que mi vestido se levante un poco. Suelto un grito intentado jalar la falda sin éxito. Escucho como los otros dos chicos se sorprenden y se colocan delante de mí para que nadie vea nada. Alex me suelta rápido y yo me acomodo con vergüenza la ropa. Suelto una risa nerviosa al ver cómo intenta mirar para otro lado menos hacia mí.
—Vámonos antes de que todos le veamos a Leilei algo más que su uniforme de voleibol. —Y de verdad habla de todos en la prepa.
Me sonrojo ante las palabras de Mat, me acaba de dar a entender que mi vestido sí dejó ver más de lo que debía. Por suerte siempre uso mi uniforme debajo de no ser así me habría puesto roja de pies a cabeza.
—¿Por qué rayos usas tu uniforme si ni siquiera vienes a los entrenamientos?
—Para no perder la costumbre, supongo. —Me encojo de hombros. En realidad no sé porque lo sigo usando.
Tal vez Alex tiene razón. Este año no planeo estar en el equipo, tal vez solo tomar clases avanzadas y llenar mi cerebro de información. Estoy cansada de nunca jugar y matarme en los entrenamientos.
Entramos al salón que sigue vacío y nos sentamos en la tercera mesa del lado derecho pegada a la pared. Ese siempre ha sido mi lugar y ahora tendrá que ser el de los cuatro. Por costumbre me acomodo al fondo pegada a la pared. A mi lado se sienta Jabel, después Matías y al final Alex. A los pocos segundos el laboratorio se llena y la clase da inicio. La clase de matemáticas se desarrolla en el pizarrón cuando Jab llama mi atención en un suave susurro.
—Oye Leinanita hazme un favor. —Asiento con una sonrisa conmovida por la modificación a mi nombre que nunca nadie me había dicho y dándole a entender que escucho mientras sigo anotando lo que la profesora dice. El dominio y rango de una ecuación pasan a segundo plano cuando él se queda callado esperando que lo mire. —Pregúntale su nombre a esa niña.
—¿Por qué? Hazlo tú, no seas un cobarde. —Le susurro con suavidad y le acaricio la mano para que no se tome a mal mis palabras. —¿Qué tiene de especial ella?
No quiero sonar celosa, aunque el monstruo de los celos aparezca diciéndome que los tres son míos. No en un sentido amoroso por supuesto, es algo más en un sentido de amistad. Es difícil de explicar y muy fácil de sentir cuando quieres mucho a un amigo.
—Es que se parece a una niña que estaba conmigo en el kínder, si no es ella será vergonzoso, si es ella y no me recuerda será más vergonzoso, ¿quieres verme hacer el ridículo? —Jab pone una mano en el pecho de forma dramática haciéndome reír muy bajo para que no nos digan nada.
—Me gustaría bastante. —Me mira con reproche y yo le sonrío traviesa. Él se revuelve incómodo en su lugar llamando la atención de los otros dos chicos y de la profesora que solo levanta una ceja sobre sus lentes. —Cuando termine la clase, lo haré bebé.
Que detestable me parece hablarle así a alguien, pero con Jab me es imposible no hacerlo. Es tan dulce conmigo que toda la ternura que no sabía que existía en mi cuerpo simplemente sale, es alguien muy fácil de tratar y siempre intenta hacerme reír. Hablarle así es mi manera de retribuirle el cariño que él siempre me demuestra. Quiero que sepa que también lo aprecio. Quiero que los tres chicos sepan eso.
Alex desde la orilla me mira con los ojos muy fijos en mi rostro intentando preguntar si todo está bien. Me suelto una sonrisa que me hace arrugar la nariz, eso tranquiliza y regresa a anotar las cuarenta ecuaciones que parecieron surgir de la nada en la pizarra de enfrente.
Así como le dije a Jab en el segundo que termina la clase y todos estamos fuera del salón me acerco a la chica del cabello azabache con lentes que antes me había señalado el chico de cabello rizado. Está acompañada de una castaña preciosa y que aparenta ser toda ternura y abrazos. Es extraño interrumpirlas porque ambas parecen muy calladas, incluso estando juntas me hacen creer que no tienen mucho tiempo interactuando entre ellas, pero están tan cerca la una de la otra que siento que estoy invadiendo su privacidad. Asiento con la cabeza dándome ánimos y termino de acercarme.
Me paro frente a ellas unos segundos y sonrío soltando el aire. Parece una buena manera de romper el hielo porque ellas también me sonríen aliviadas de que mi presencia interrumpa su silencio.
—Holaaaaaa ¿cómo están? —Por instinto hablo como si las conociera de toda la vida. Ni siquiera las dejo contestar a mi pregunta. —Soy Leilani.
Escucho en mi espalda una risa disimulada en una tos. Claro que es Alex escuchando lo que acabo de soltar, de hecho, sería extraño que no lo hubieran escuchado en otra galaxia porque prácticamente les he gritado a las chicas. A ellas parece no molestarles mi energía. Sin girar sé a dónde ira Alex. Me concentro en una larga conversación trivial con las chicas en donde lo primero que obtengo es sus nombre.
Me giro con satisfacción de haber logrado mi cometido, entonces me doy cuenta de que he olvidado el nombre de la chica del cabello negro. No hay nada en mi cabeza por más que intente buscarlo. Solo se repite un nombre: Agnes.
Agnes es la chica morena y tal vez lo recuerdo porque me ha comentado que no se me ocurra relacionarlo con Mi villano favorito. Resulta que Agnes es todo lo contrario, ella no habla a menos que sea necesario y por lo mismo no es muy expresiva. De hecho, todo el tiempo que conversamos su rostro no mostró ni un cambio.
No quiero fallarle a Jabel, por mi mente pasa la posibilidad de regresar a preguntarle el nombre a la chica una vez más. A lo lejos veo a Jab y Matías caminando en dirección a la cafetería, seguro van a comprar algunos dulces ¿cómo es que son tan delgados si se la pasan comiendo? La maldita magia del metabolismo con la que yo no había sido bendecida y las horas que pasan haciendo deporte. El portero y el defensa estrella de la prepa.
Ya me está ganando el mal humor, mi cara lo dice todo así que no creo que sea una buena idea regresar. Ruedo los ojos y gruño frustrada. Odio que mi memoria me falle así, es algo que me pasa muy pocas veces. A mitad de mi indecisión mi mirada se encuentra a Alex que me espera con paciencia en el descanso de las escaleras desde donde me vio hablar con las chicas y hacer mi pequeño berrinche.
Toda el tiempo que hablé con las chicas estuve consciente de que él estaba prestando atención a mis reacciones. Lo sabía por cómo había elegido específicamente ese lugar para esperarme y por cómo se había parado ahí. Lo sabía porque sentía su mirada en mi espalda. Lo sabía porque siempre lo sé, soy consciente de cómo se mueve y a donde, es por el tiempo que pasamos juntos y por los deportes que hacemos. Es una costumbre.
Suspiro viéndolo. Al menos él nunca me falla. Le hago un suave puchero con los labios al ver esos ojos cafés canela brillantes que iluminan la cara de burla que tiene justo ahora. Su sonrisa se agranda en cuanto nuestras miradas chocan. Extiende sus brazos hacia mi ofreciéndome un abrazo que siempre será bien recibido por mí. Lo abrazo por la cintura y resoplo sobre su cuello provocando su risa. Él deja un beso en mi frente.
—No recuerdo su nombre Alex. —Su mano me acaricia la espalda dándome confort. —No es justo, ¿qué le diré a Jab?
—No te preocupes, ya habrá otra oportunidad.
Asiento con pesar y tomo su mano dejando que me dirija a las banquitas de siempre y ahí unos minutos después Jab y Matías llegan. Les cuento rápido lo que sucede, con vergüenza de no haber cumplido el favor que quería mi amigo. A él no parece importarle.
—Tal vez debiste preguntarle su cumpleaños. Eso no se te habría olvidado.
—Ya sé, deja de burlarte Matías. —Lo miro demostrándole que estoy molesta. —Me agradabas más cuando no hablabas.
—No es cierto, tú me amas. —Dice mientras todos ríen.
—Como si tuviera otra alternativa. —Frunzo los labios después de mi respuesta, él se hace el ofendido. —No es cierto, claro que te amo, imbecilito.
Alex y yo pasamos las horas libres sentados en las banquitas de concreto, Mat y Jab acaban de ir a su entrenamiento y nosotros debemos esperar a que la siguiente clase que es educación física de inicio. A veces es agotador que al final de cada día nos toque una clase de esas a pesar de que dedicamos horas a nuestro deporte. Ahora que no iré a entrenar esto podría salvarme de todas las galletas que como.
Nuestros horarios son complicados, están tan llenos de huecos para que podamos acomodar nuestros deportes entre ellos, lo malo es que cuando tú equipo entrena en la mañana como en el caso de Alex son horas libres. Eso también es bueno porque pasamos mucho tiempo hablando entre nosotros y riéndonos, conociéndonos más. Creo que son estas horas las que nos han hecho tan unidos. Y ahora que no estoy en el equipo creo que es mucho mejor.
Las siguientes horas pasan rápido, la noche cae sobre nosotros y con ella llega nuestra última clase en la que espero finalmente coincidir con Agnes y su amiga para pregúntale su nombre una vez más. No sé si estoy siendo terca o solo hay algo en ellas que me llama.
Me voy a cambiar a los vestidores y de nuevo busco entre todas a las dos chicas que había tenido la esperanza de encontrar durante todo el día. Creo que ya es más un reto personal que el favor que quiero hacerle a mi amigo así que salgo de ahí un poco más decidida y pensando que tal vez ellas ya están en la duela. Diviso de manera instantánea a Alex, Matías y Jab que seguro llevan 40 vueltas en la cancha, corro para ponerme a su lado. No sé cómo es que no se agotan.
—¿Pueden ir más lento? Tontos deportistas. —Intento acoplar mi paso al suyo pero me resulta muy complicado.
—Tú también eres deportista.
—Oh Jab, hace mucho tiempo que no hago ni media sentadilla. Y no he dejado de comer como loca.
—No creo que eso sea suficiente para acabar con tu resistencia. —Suelta Mat. Y tal vez es cierto, pero también noto que bajan un poco su paso.
Al menos eso creo. Seguimos dando vueltas hasta que calculo que todos han salido de los vestidores.
—Oye Jab ¿puedes mostrarme de nuevo a la chica? Es que no la encuentro.
—Por favor Leilei ¿sigues con eso? —Matías suelta el aire con técnica para que no le falte al momento de correr. Casi estoy comenzando a reconsiderar asistir a los entrenamientos de voleibol. —Ya déjalo. Jabel ya dijo que no estuvo con ella en la escuela, solo fue uno de sus pensamientos locos.
—Sí, confundí los hechos y las opiniones. —Jabel se encoge de hombros y hace una mueca incómoda. —De hecho, ni siquiera se parecen.
Alex se burla de lo que está escuchando con esa risita que siempre me hace sonreír. No voy a ceder. Ni ante su sonrisa, ni ante las súplicas de que lo deje en paz.
—Solo dile quien es la chica Jabel, creo que esto ya va mas allá de hacerte el favor.
—Alex tiene razón, quiero que sea mi amiga. —Los tres suspiran con gran coordinación y Jabel me señala a la chica, sin pensarlo dos veces salgo corriendo en su dirección.
—Holaaaa. —Suelto alegre. Sus lentes morados se mueven un poco con la sonrisa que me da y que me contagia. —¿Te molesta si pregunto una vez más tu nombre? Lo siento mucho, es que no puedo recordarlo.
—Azahara, pero puedes decirme Aza si es más fácil para ti. Creo que es más fácil de recordar. —Todo es mucho más sencillo después de eso, Aza es un nombre más fácil y corto, tal como ella había dicho. —De hecho, se me hizo muy extraño que no me lo preguntaras tres veces antes, es algo que todos hacen.
Se encoge de hombros dándome a entender que está acostumbrada y que no le molesta. Suspiro aliviada y me enredo en una conversación con ella. Aza es tan fan de One Direction como yo. Hablar con ella me hace sentir en mi zona lo puedo sentir por cómo me habla, por cómo los temas surgen sin parar. Seguimos corriendo al mismo ritmo, parece que ella no es deportista y correr a su ritmo me es más fácil.
—Aza juro que son las estrellas y los planetas las que están conspirando para que nosotras nos conozcamos.
Ella se ríe, creo que he puesto esa cara de loca que intenta explicar algo con desesperación.
—Me gusta tu energía. Seguro a Agni también. —Le hace señales a la chica para que se acerque. —Ahí viene.
Recuerdo que los chicos están esperando por mi regreso. Me giro consciente de que están detrás de mí y les hago un guiño que los tres comprenden y me regresan con los pulgares levantados.
—¿Tú y el chico alto? ¿Son novios? —Pregunta Aza.
—¿Alex y yo? —Ella asiente. —Oh no, no salimos.
—¿Pero se gustan? —Pregunta ella en un tono que es más bien una afirmación.
—Somos amigos, nada más.
—Okey.
Aza se encoge de hombros y comienza una conversación trivial, pero que resulta ser el núcleo de esta nueva amistad. Aza habla de Harry Styles sin pelos en la lengua, Niall no abandona mis pensamientos y cuando Agnes llega y habla, Liam Payne es también parte de la conversación.
No me equivoqué al ser insistente en conocerlas y le agradezco a la niña del kínder de Jab y su mala memoria por hacerme llegar a ellas dos. Al final de la clase y ya después de salir de los vestidores con las dos chicas a mi lado me acerco a los tres hombres que esperaban en la salida del gimnasio para presentarlos. Es como hacer magia, los seis nos hablamos con fluidez y la pena de las chicas desaparece de manera instantánea.
—¿Ya te dijo Leilei que eres idéntica a la niña que estudio conmigo en el kínder? —Matías, Alex y yo rodamos los ojos.
—Dijiste que no era cierto. —Le reclamo y él le resta importancia a mis palabras con un movimiento de mano.
Así, con una simple charla de la niña del kínder de Jab y la risa de todos sincronizados un grupo de cuatro pasa a ser de seis. En la mirada de Alex y su lenguaje no verbal me dice que debemos comenzamos a maquinar como adaptar las rutinas de todos para convivir el mayor tiempo posible. Es lindo tener nuevos amigos.
Siempre he sido fiel creyente del destino y el universo. Y nuestra amistad me comprueba que sigue conspirando a mi favor. Una parte de mí resiente lo que Alex había mencionado el domingo. Las cosas están cambiando.
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