...Prologo...
Érase una vez en una tierra lejana un príncipe nacido en noche blanca en un reino blanco.
Sus ojos grises vieron el resplandor de la luna quien lo abrazaba por vez primera siendo sus rayos lo primero que aquel pequeño infante vio. Sus cabellos plateados resplandecían con la misma intensidad que la Selenide y todo aquel que logró verlo no dudó en afirmar que era hijo de la misma luna pálida que gobernaba el reino.
“Salve hijo del rey blanco” ―cantaron sus súbditos y alabaron al pequeño príncipe que se convirtió en su estrella, en la representación de su señora de la noche que tocaba sus corazones alejando las tinieblas de sus vidas.
Y es así que el reino de plata fue bendito y la luna brillo con más fuerza.
Muy cerca al reino blanco otro reino se alzaba, el reino rojo le llamaban por el brillo carmesí de los ojos de los reyes que gobernaron por siglos aquel territorio.
La reina roja quien era una dama muy hermosa cuya belleza era alabada por poetas y artistas fue la única a quien no cayó en deleite la noticia del nacimiento del pequeño príncipe del reino vecino. Su corazón se llenó celos al llegar a sus oídos noticias de aquel reino cercano y los celos poco a poco se tornaron en un profundo rencor hacía aquel que amenazaba con desplazarla del título de la más bella entre las bellas.
La reina roja, como bruja que era, conjuro a las tinieblas y ofreció su sangre en pago a sus deseos, y desde lo más profundo de su corazón pidió con fervor que ese niño fuese maldito y que a los ojos de todos fuese horrendo y repulsivo.
...“Solo los ojos del verdadero amor romperán la maldición de la sangre y que quede escrito que solo el beso del amor verdadero será el que haga que el príncipe blanco recupere su apariencia” ...
Y la reina roja se regocijó porque ella sabía muy bien que el amor verdadero no existía.
Esa noche el pequeño príncipe blanco recostado en su cuna lloro con todas sus fuerzas alertando a sus padres quien fueron a verlo con prisa y desespero. Al verlo ambos pegaron un grito de horror al ver como la blanca y perfecta piel de su pequeño empezó a mancharse con marcas de maldición que causaban dolor al infante y lo volvieron un pequeño ser grotesco. Solo sus ojos conservaron su pureza y el brillo de las estrellas, solo aquellos ojos permanecieron hermosos.
La noticia del pequeño príncipe maldito se esparció por todo el reino y el pequeño fue visitado por miles de médicos y hechiceros del continente y de lejanas tierras y nadie pudo dar con la cura para el mal del príncipe blanco. Unos incluso aconsejaron a sus majestades que encerraran al príncipe en una habitación oscura porque la luz parecía aumentar su dolor y hacía que las marcas de la maldición corrompieran aún más su pequeño cuerpo. Los reyes así lo hicieron y desde ese instante el niño fue encerrado en una oscura recámara en donde su llanto no pudo ser oído y la luz tanto del día como de la noche no volvió a llegarle.
La reina roja disfrutó de la noticia y aprecio su belleza en el enorme espejo de su recámara, sus ojos carmesíes resplandecían con el mismo brillo que un rubí, su rostro era hermoso y no se cansaba de admirarlo. Mientras su vista se encontraba perdida en su reflejo notó que su imagen se fue desvaneciendo y de pronto dejó de verse reflejada y cayó en la desesperación.
Desde el cielo se escuchó una voz siniestra:
“Cumplí tu deseo, reina de ojos carmesí, hice al niño horrendo como el pecado y repulsivo para todo aquel que lo viese, no obstante, el pago que tomo a cambio de mi trabajo es tu humanidad, yo te condeno a ti y a toda tu estirpe a no morir por la eternidad y a depender de la sangre como sustento, serás joven por siempre mi señora, tal y como deseas, pero no podrás ver tu reflejo nunca jamás y por más que intentes huirle a la muerte esta te rechazara hasta el día en que la maldición sea rota y solo así has de morir en paz”
La reina roja rompió el espejo y este se hizo mil pedazos y un par de colmillos brotaron de sus labios transformándose en una criatura nocturna. Un grito se escucho de una habitación vecina, era el hijo de la reina quien también se vio afectado por aquella maldición”
― ¡Madre! ―grito el niño con dolor al verse sumido en semejante transformación.
Pero por más dolor que sintieran sus cuerpos la muerte los rechazaría y ambos junto con todo su linaje estarían condenados a vivir por la eternidad.
Y es así que el reino quedo sumido en una oscuridad perpetua y la luz del día jamás volvió a tocar aquellas tierras matándolo todo lentamente.
...----------------...
Los años transcurrieron y en el reino blanco intento una y mil formas de quebrar la maldición impuesta a su hijo cuando este era apenas un bebé, ahora el pequeño se había transformado en un joven hombre que pudo haber sido hermoso, pero los horrendos estigmas en su cuerpo lo alejaban de la imagen que en un principio debió ser. Solo sus ojos conservaron su belleza y con el paso del tiempo se volvieron tristes y melancólicos. El príncipe blanco fue rechazado por todo aquel que lo viese y sumido en la desesperación se sumergió aún más en la oscuridad de su reciento.
Un día al amanecer un poderos mago del norte llegó a los dominios del rey blanco y pidiendo una audiencia con el monarca que este acepto le revelo una solución para poner fin a la maldición terrible que amenazaba al príncipe.
―Una maldición de sangre es lo que recorre el cuerpo del joven príncipe su majestad ―habló el hechicero quien en todo momento mantuvo su rostro cubierto por la capa ―. Los estigmas en su piel han estado extendiéndose y ocupando el cuerpo del príncipe blanco casi por completo durante todos estos años y cuando lleguen al corazón entonces su hijo morirá.
El rey escuchó horrorizado aquella declaración y un gesto de dolor se plasmó en su mirada.
― ¡No puede ser! ¿Quién se atrevió a corromper al príncipe de esa manera? ―exclamo con furia y dolor el rey blanco.
―Solo el amor verdadero puede romper la maldición del príncipe blanco ―continuo el hechicero ―. Pero el amor verdadero no su existe y su hijo está condenado a la muerte.
Angustiado el rey blanco suplico saber de alguna otra alternativa para salvar la vida de su hijo y entonces una sonrisa resplandeciente se dejó ver bajo esa capucha y el hechicero volvió a hablar.
―Solo existe una solución para salvar la vida de su hijo alteza ―dijo el hechicero nuevamente―. Pero ¿Está dispuesto usted a sacrificarlo todo por la vida de un príncipe maldito?
― ¡Lo haré! ―proclamo el rey con fuerza ―. ¡Él es todo lo que me queda, él ultimó recuerdo de la reina! ¡Mi hijo! ¡Todo cuanto poseo, todo lo mío he de ser para salvarle la vida!
Y aquello fue suficiente para que la sonrisa del hechicero se ensanchara aún más.
―Entonces entrégueme a su hijo en matrimonio su majestad ―dijo el hombre con el rostro cubierto ―. Deme al príncipe y su vida se prolongará.
― ¿Cómo? ¡No lo haré! ¡Es todo lo que me queda!
―Está en usted el permitir que el príncipe blanco viva y la maldición no termine por corromper su corazón, deme a su hijo y lo haré mi esposo y solo así él vivirá.
El rey no podía concebir que un hombre extranjero viniese a proponerle tal cosa, se juró nunca jamás separarse de su hijo el último regalo que le dio su esposa antes de morir en sus brazos del dolor. Pero lo cierto era que había intentado de todo para salvar al príncipe blanco, incluso lo había encerrado en un cuarto oscuro evitando que la luz pudiese dañarle la piel y causarle aquel inmenso dolor que sentía cada vez que el brillo del sol lo tocaba. Solo con la luna parecía sentir menos, solo la luna acariciaba su piel manchaba y lo consolaba.
Él rey blanco todo lo había intentado y nada funciono.
Entonces, si existía una posibilidad de que el príncipe viviera, ¿lo rechazaría?
No, no podría, no cuando la vida de su hijo estaba en sus manos.
―Acepto ―dijo con honda pena y tristeza derrumbándose en su trono y en ese instante sus ojos se bañaron en lágrimas al saber que una vez más lo perdería.
Y esa misma noche cubierto de pies a cabeza con una pesada y gruesa capa el príncipe blanco fue arrancado de sus aposentos y llevado hacia el hechicero quien al tenerlo cerca tomo la mano de su nueva novia y acaricio el dorso de la misma observando los estigmas que como enredaderas habían abarcado toda su piel.
Era un monstruo.
―Eres mío ahora y ya no perteneces a este lugar ―dijo el hechicero ―. Mira a tu padre y despídete de él que ya nunca más lo verás.
― ¡Príncipe blanco! ―lloro el viejo rey besando las manos marcadas de su hijo ―. Perdóname, hago esto por ti. ¡Vive si eso significa alejarte del padre que te ama! ¡Vive si eso significa que moriré del dolor por haberte perdido!
―Ya es hora ―dijo el hechicero y ambos se fueron en una fuerte tempestad que sacudió el palacio del rey blanco haciendo que todos se cubrieran y buscaran un lugar donde ocultarse.
Para cuando el fuerte movimiento se detuvo tanto el hechicero misterioso y el príncipe blanco habían desaparecido y entonces el rey se derrumbó al suelo llorando amargamente.
...----------------...
― ¿Dónde estamos? ―pregunto el príncipe blanco con el cuerpo aun cubierto por la gruesa capa que le impedía movilizarse con naturalidad y soltura ―. ¿Qué tierra es está?
―Eso no importa ahora ―dijo el hechicero ―. Este es mi palacio y viviremos aquí.
El castillo al que llegaron era inmenso y quedaba sobre terreno alto. De negro era su estructura y parecía una tierra tenebrosa y oscura si ningún vestigio de la luz del sol o tan siquiera de la luna.
Al ingresar al hogar del hechicero el principio apenas y podía ver más allá de sus propias narices, ya que todo se encontraba tan sombrío y lúgubre. El hechicero encendió una vela y solo así el camino pudo ser iluminado. El príncipe vio al fin el interior de aquel palacio, los cuadros que una vez plasmaron los rostros de los antiguos dueños se hallaban rasados y gruesas cortinas cubrían las ventanas bloqueando cualquier paso de luz, si es que alguna vez llegaba la luz a aquel inhóspito lugar.
El hechicero guio a su nueva novia hacia una habitación apartada e hizo que él ingresara. La luz de la flama permitía que el príncipe blanco observara una sencilla cama y algunos muebles, a diferencia de las otras habitaciones y el resto del palacio aquella recámara se encontraba con las cortinas abiertas de par en par.
―Aquí es en donde has de quedarte ―hablo el hechicero permitiendo que el príncipe blanco se instalara en lo que sería su nuevo hogar ―. Tienes prohibido abandonar esta estancia, tus alimentos se te proporcionarán sin falta y también todo cuanto necesites o pidas. Como has visto este es un reino oscuro, la luz del sol dejo de llegar a esta tierra y toda vida existente alguna vez murió lenta e inexorablemente. Solo noche es lo que tendrás y nada más, salvo por la luz de la luna que aparece una sola vez al mes, tú podrás verla si ese es tu deseo, podrás abrir las cortinas y disfrutar de sus rayos no obstante cada que yo ingrese para pasar la noche contigo deberás cerrar las cortinas y dejar la habitación de nuevo a oscuras para mí. No tienes permitido verme.
―Entonces es cierto ―dijo el príncipe ―. A partir de ahora seré su esposa.
―Si deseas la vida has de abrazar la oscuridad de lo contrario morirás.
Y diciendo aquellas palabras el hechicero se desvaneció dejando al príncipe en la soledad del que sería su nuevo hogar. El príncipe viéndose lejos de ojos curiosos al fin se descubrió y expuso su piel, su cuerpo era esbelto y armonioso, su piel aperlada pudo haber sido hermosa y objeto del deseo de hombres y mujeres más ahora se encontraba con aquellos horribles estigmas que lo marcaban como un ser abominable.
Incluso él sentía asco de sí mismo y agradeció en lo profundo el de poder verse, si algún día llegase a hacerlo por completo entonces se quitaría la vida, así como su madre hizo cuando vio a su hijo convertirse en aquel monstruo deforme.
Un príncipe maldito que ahora era la esposa de una bestia, ¿acaso ese no era un final apropiado para él?
Y recostado en su cama de su nueva recámara él sollozó en silencio y las lágrimas bañaron su almohada hasta que se quedó sin fuerzas y cayó en un sueño profundo.
El príncipe despertó y era como si la noche nunca se hubiese esfumado, cuando se está en un reino donde la noche eterna reina las horas transcurren sin mostrar cambio alguno. Pero él ya estaba acostumbrado, paso toda su vida en las sombras y su cuerpo se habituó a oscuridad.
Al encender la vela al costado de su cama vio comida servida y se preguntó quién fue el responsable de aquello. ¿Fue el hombre que lo había traído a aquel lugar? O tal vez existían criados en aquel palacio.
No lo pensó mucho y devoró lo que allí se encontraba, fue como si no hubiese probado bocado por días cuando no hace mucho se mudó del reino de su padre.
Dejó el plato vacío en el mismo lugar en donde se encontraba y con estómago lleno y el semblante mucho mejor que el día anterior se dispuso a explorar su recámara.
No era de gran tamaño, pero tampoco pequeña, poseía todo lo básico y necesario para su estadía, incluso se sorprendió en encontrar ropa de su medida en el armario. Al asomarse al tocador descubrió que el espejo se encontraba roto haciendo que su imagen se viese distorsionada. Una pintura llamó su atención en el acto, el príncipe blanco se aproximó para poder verlo con mayor detenimiento y al observarlo se quedó maravillado y embelesado por la imagen plasmada.
Era un hombre joven de rostro atractivo y hermosos ojos carmesí, su cabello castaño acariciaba el límite de su mandíbula y su mirada denotaba una profunda tristeza. ¿Quién era aquel hombre y porque yacía una pintura suya en su recámara?
―Es hermoso ―dijo el príncipe blanco sin despegar los ojos de aquel hombre.
El joven príncipe paso las horas de día ocupado en actividades como la lectura o tocando el piano que se encontraba en su recámara. Al ver el cielo desde la ventana abierta el príncipe contemplo la luna y maravillado se aproximó a verla desde más cerca, el brillo era hermoso y el príncipe sintió que su corazón se volvía a llenar de paz. La luz del sol dañaba su piel y le provocaba un dolor indescriptible, solo la luna lo calmaba y le brindaba confort.
Se desnudó y dejo que la luz de la luna lo bañara, cerró los ojos e imagino que su cuerpo no se encontraba corrompido.
¿Cuánto tiempo paso en aquella ensoñación? No lo sabía, cuando escucho a alguien llamando a la puerta fue cuando abrió los ojos y cubrió su desnudez con un camisón.
― ¿Quién es? ―todavía alarmado.
―Estoy aquí nuevamente ―esa era la voz del hombre que lo había traído ―. Cierra las cortinas voy a ingresar.
El príncipe rápidamente se apresuró a hacer lo que le pedían y como la velocidad de un relámpago se introdujo a la cama cubriendo su cuerpo por completo con las cobijas. Una vez más se quedó en la oscuridad, cerró los ojos con fuerza intentando calmar los salvajes latidos de su corazón. Escucho el sonido de la puerta abrirse y unos pasos aproximándose hacia su lecho.
― ¿Está ahí? ―la pregunta era estúpida y agradeció que todo se encontrara en penumbras porque la vergüenza era tal que su rostro ardía.
―Estoy aquí ―escucho la respuesta y su cuerpo se estremeció.
Escucho el sonido de ropaje siendo despojado y tirado al suelo y la cama donde se encontraba se hundió señal de que alguien más se había recostado a su lado.
―Abre los ojos y observa ―dijo la voz de aquel hombre y el príncipe blanco obedeció, pero todo se encontraba tan oscuro y no vio absolutamente nada.
― ¿Dónde se encuentra?
―Sigue mi voz ―dijo el hombre con suavidad y su voz era como una suave caricia ―. Toca mi rostro.
Y el príncipe obedeció, alzo sus manos y se dejó guiar por el sonido de la voz de aquel hombre, sus dedos tocaron una piel tibia y con timidez empezó a recorrer las facciones de un rostro que parecía joven, sus labios eran suaves al tacto y la nariz recta.
¿Es esto correcto? ―se preguntó conteniendo el impetuoso latido de su corazón.
―Tan tibio ―murmuró el príncipe y rápidamente retiro sus manos por la vergüenza.
― ¿Me permites? ―pregunto el hombre y luego de un breve momento de dudas al final el príncipe blanco acepto.
Las manos del hombro acaricio su rostro con detalle, eran cálidas y se sentían tan bien en su piel, sus manos eran grandes, pero suaves a su vez, su toque era tibio y con dulzura como si aquel hombre estuviese acariciando una delicada flor.
Era un sentimiento extraño el que invadía su ser y el príncipe blanco experimento algo que hasta ahora no había sentido, sus mejillas ardían y estaba seguro de que aquel hombre podía sentirlo al tocarlo de aquella manera.
Era tan extraño, se supone que debía de estar aterrado, se supone que debía de aguardar desconfianza hacia ese extraño que lo arrebato de su hogar y lo llevo a aquel palacio tan alejado que incluso el sol no se atrevía a tocarlo. Pero no sentía miedo ni tristeza, ¿Qué era todo eso? ¿Un desconocido le estaba dando el contacto que siempre anhelo sentir? El príncipe blanco estaba confundido por toda la avalancha de sensaciones.
― ¿Te sientes cómodo? ―escucho la voz del hechicero que lo saco de sus reflexiones
―Si ―su respuesta fue honesta.
―Me alegra tanto oír eso ―las manos del hombre dejaron de tocar su rostro y una sensación de vacío y soledad se apoderó del príncipe.
¿Por qué se detuvo? ¿Qué había hecho mal?
―Recuéstate y ahora dormiremos, despreocúpate que no pienso lastimarte.
Y sus palabras fueron verdad porque cuando el príncipe se recostó en su lecho sintió el peso de su compañero a su costado, los dedos del hombre acariciaron sus cabellos con ternura más ese fue el único contacto íntimo entre ambos. El hombre se quedó a pasar la noche cumpliendo su promesa de no aprovecharse de él.
Los días transcurrieron y esos días se volvieron semanas y las semanas meses.
Las visitas de su esposo consistían en caricias delicadas y un breve diálogo, con el tiempo el príncipe empezó a disfrutar de su compañía y agradeció el gesto dulce del hombre en no forzarlo a nada e intentar ganarse su amistad. Con el tiempo se descubrió añorando el día de visita de su esposo, con el tiempo los diálogos se convirtieron en charlas y ambos se permitieron conocerse aún más a pesar de que no podían verse físicamente por la oscuridad de la recámara.
―Bésame ―pidió el príncipe una noche armándose de valor y esperando que sus sentimientos sean correspondidos.
― ¿Estás completamente seguro? ―sintió las manos del hombre tocar su rostro y su aliento tan cerca que podía sentir el roce de sus labios ―. ¿En verdad deseas esto?
―Lo deseo ―confesó.
Y los labios del hombre tocaron los suyos y los sentimientos empezaron a aflorar, la intensidad fue en aumento y muy pronto el dulce beso se volvió salvaje y lleno de pasión, él lo permitió se dejó arrastrar por el salvajismo de ese beso y se permitió que aquel hombre, que ya no era un desconocido porque su solo toque se volvió tan familiar en su piel, se adentrara a su cavidad y lo hiciera suyo de una forma en que nadie lo había hecho antes.
Besos, caricias y luego la entrega carnal de dos cuerpos jóvenes que se anhelan.
Las fuertes manos de aquel hombre recorrieron su cuerpo con total naturalidad y le arranco gemidos del placer y sonidos lascivos.
Su cuerpo se abrió como una flor para él, era cierto que no podía verlo, pero quería sentirlo en lo más profundo de su ser, ser tocado en lugares en que nadie lo había hecho, ser besado y por primera vez no ser considerado un monstruo.
Ese acto se repitió muchas veces más y las visitas se volvieron más constantes. Palabras de amor se oían en aquella habitación, caricias, besos y al final el acto pasional de ambos cuerpos siendo uno solo.
De pronto mientras el tiempo transcurría y el amor fue creciendo un anhelo lleno el corazón del príncipe blanco.
“Quiero verlo” ―pensó.
Y una noche así se lo hizo saber.
― ¿Amas a tu esposo príncipe blanco? ¿Lo amas con la misma intensidad que él te adora a ti?
―Lo amo ―respondió el príncipe ―. Es así.
―Pues tendrás que indultar a tu esposo ―y sus manos acariciaron su rostro con ternura genuina que hizo que el cuerpo del príncipe reaccionara exhalando un gemido ―. Pues es la víctima de un mortal hechizo, unos días más y el hechizo terminara para siempre y ambos podremos amarnos con libertad y disfrutar y tú volverás a sentir el viento sobre tu piel. Pero la condición es que no me puedas ver,
Y el príncipe blanco acepto.
...----------------...
―Si existe un deseo solo pídemelo ―dijo el hombre una noche mientras acariciaba la piel de su joven amante al mismo tiempo que lo llenaba de besos.
El amor por el príncipe blanco era tan intenso que podía concederle cualquier anhelo que este tuviese al instante.
―Me has dado todo cuanto he deseado y me has colmado de amor y besos ―hablo el príncipe ―. Más si hay algo que quisiera es el poder ver a mi padre, aunque sea por última vez y decirle cuanto lo quiero.
El hombre acepto y es así que permitió que el rey blanco visitara a su hijo. Lo llevo una noche usando sus poderes hacia el reino de la noche eterna y permitió el encuentro entre ambos quienes a pesar de la oscuridad tocaron sus manos y acariciaron sus rostros.
― ¿Eres tú padre? ―dijo el príncipe en la privacidad de su recámara.
―Soy yo ―respondió el rey con una voz cargada de emoción y felicidad ―. Anhelo verte hijo mío, ver tu rostro una vez más.
El príncipe dudó por un instante, pero al final se negó a tal pedido.
― ¿Cómo es tu esposo? ―quiso saber el rey ―. ¿Te trata bien? ¿Eres amado?
―Lo soy ―dijo su hijo y el rey pudo sentir el entusiasmo en su voz y solo así se sintió aliviado.
― ¿No lo has visto verdad? ―hablo el rey ―. Con toda esta oscuridad que nos rodea apuesto a que no lo conoces.
El príncipe guardó silencio y su padre lo interpreto como una afirmación.
―No lo he visto ―no le quedó más remedio que admitir.
― ¡Inconcebible! ―dijo el rey.
El príncipe negó aquellas acusaciones más su padre continuo con sus alegatos.
―Si en verdad dice quererte y solo busca librarte de la maldición ¿Por qué oculta su rostro como un ladrón en medio de la noche?
―Está equivocado padre.
― ¿Es así? Creí hacer un bien al entregarte a ese hombre, pero ahora me arrepiento de mi decisión llevada por la desesperación, puedes ser libre hijo, puedes regresar a tu hogar en nuestro reino.
―Mi lugar es con mi esposo ―dijo el príncipe ―. He de permanecer a su lado.
―Al menos observa su rostro y asegúrate de sus intenciones, si dice amarte ¿Por qué no permite que lo veas?
El rey sembró las dudas en el corazón de su hijo y una vez cuando este se retiró las palabras de su padre continúo retumbando en su mente.
¿Por qué el hombre que decía quererlo no lo observaba? ¿Por qué tampoco podía observarlo? Todo era tan confuso y las dudas continuaban asaltándolo.
Su padre ya había partido y en aquel palacio enorme y oscuro solo quedaron el príncipe y su esposo. Era el día de su visita y la luna iluminaba el cielo negro, era tan hermoso que el príncipe se perdió en aquella luminiscencia y dejo que el resplandor lo bañase por completo.
Los golpes en la puerta lo previnieron y con rapidez se apresuró a cerrar las cortinas de su pieza y a recostarse de nuevo en la cama a la espera de su esposo.
Al recibir una afirmación el hombre con quien había pasado casi un año a su lado ingresó, esa noche era la última y la maldición de ambos sería rota.
El príncipe se entregó a él, sintió su interior llenarse plenamente y ahogó sus gemidos entre las almohadas. La habitación se llenó de sonidos de amor y dulces palabras que llenaron la recámara cómo una sinfonía.
Luego de aquel acto de amor ambos quedaron dormidos en un cálido abrazo entrelazado. El príncipe acarició el rostro de su amante y a su tacto aquellas facciones eran hermosas ¿Por qué no podía verle? ¿Qué de malo había con eso? Aun si fuese el ser más grotesco él lo seguiría amando.
Una batalla mental se libraba en aquel momento y al final la curiosidad impero en el príncipe quien habiéndose decidido se incorporó del lecho con lentitud procurando no despertar a su esposo quien con suerte no se había percatado de la ausencia de su pareja en el lecho. El príncipe blanco se dirigió a la ventana y apretó la tela de las cortinas con fuerza, ¿Por qué se arrepentía ahora de su decisión? El día estaba a punto de terminar y en breves instantes un año exacto se cumpliría, no existía ningún problema si veía su rostro un poco antes ¿verdad?
Reunió de nuevo el coraje necesario y tiro de las cortinas dejando que la luz de la luna que alumbraba con fuerza ingresara a la habitación iluminándolo todo por completo permitiendo que todo se viese con total claridad.
Y es cuando el príncipe vio a su esposo por primera vez.
Era hermoso, su cabello castaño caía por su rostro dejando que los mechones acariciaran sus mejillas, todo su rostro parecía ser tallado por manos divinas y entonces el príncipe se dio cuenta de que aquel era el hombre del retrato en su habitación.
Su esposo abrió los ojos en aquel instante y se incorporó de su lecho.
― ¿Qué has hecho? ―dijo con horror ―. ¡Dime lo que has hecho! ―su grito era desgarrador! ―. ¡Lo has estropeado todo! ¡Mira!
El príncipe confundido no sabía que decir o hacer, los gritos de su esposo lo aterraron y a la vez hicieron que una sensación de culpa lo embargase. Entonces observo sus manos y las vio por primera vez limpias al igual que sus brazos y piernas, corrió hacia el espejo roto y pudo ver su rostro distorsionado pero libre de cualquier estigma.
No lo podía creer, no obstante, la sensación duro tan poco porque su cuerpo empezó a llenarse de nuevo de aquellas marcas malditas y el dolor fue tan intenso que sintió la piel arder en carne viva.
― ¿Qué me está pasando? ―se desesperó ―. ¿Y quién eres tú?
Pero su esposo no respondió porque sus ojos empezaron a resplandecer de un rojo asesino y de su boca brotaron dos colmillos.
―Soy el príncipe rojo y este reino muerto y olvidado me pertenece, soy víctima de un cruel maleficio que me vuelve una bestia de las noches y mi vida está atada a la muerte y la sangre, solo el amor verdadero podía salvarnos, pero este no existe tal y como pensé.
Si el príncipe blanco lo hubiese amado realmente habría confiado en él.
Era insoportable, y el príncipe rojo quien había lidiado con su propia maldición sintió que ya no podía resistirse por más tiempo aquel apetito tan voraz por la sangre lo consumía y necesitaba saciarla cuanto antes.
El cuello del príncipe blanco nunca se vio tan apetecible.
― ¡No lo hagas! ―el grito de su pareja y aquello fue suficiente para hacer que el príncipe rojo renunciara a su propósito y se alejara rápidamente del lugar,
Un par de alas emergieron de su espalda, eran negras como una noche sin estrellas y la criatura partió por elevándose hacia el cielo no sin antes dedicarle a su amado príncipe blanco una mirada de dolor y decepción.
La maldición nunca fue rota y ambos fueron condenados a vivir en la eterna noche el resto de sus vidas.
Con el tiempo el príncipe blanco lejos de regresar a su hogar en su reino al lado de su padre emprendió una búsqueda por los confines más recónditos del mundo esperando dar con su esposo. Incluso en el día cubierto con una capa vieja y sucia el joven que un tiempo fue el príncipe de un reino se vio reducido a un mendigo que vagaba de ciudad en ciudad y reino en reino intentando encontrar a su amado príncipe rojo, pero jamás lo volvió a ver y es así que pereció víctima de los estigmas en su piel no sin antes suplicar a los dioses que le dieran la oportunidad de remedir sus actos.
Solo última vez eso era todo lo que necesitaba.
Y salvaría al príncipe rojo de su destino eterno aun si él moría incontables veces está dispuesto.
Porque el verdadero amor existía y por amor él se sacrificaría.
.
.
.
...I...
Noche sin luna, noche inglesa.
El ruido incesante de los cuerpos siendo cercenados se filtraron por los pequeños agujeros de aquel bar sucio y casi desértico, no había luz, nunca lo hubo, la sangre corría por el suelo mohoso y lleno de suciedad que opacaban el blanco original.
No era blanco ni gris, era rojo sangre lo que se podía vislumbrar.
Cualquiera que hubiese ingresado en ese preciso instante sin duda alguna relacionaría aquel escenario con la de una especie de escena de crimen por increíble exceso de cadáveres; vidrios rotos y muebles destrozados. Cualquiera que hubiese ingresado en aquel instante muy probablemente ya estaría muerto.
Todo el recinto tenía un horrible y fétido olor a trago barato y sangre que juntos formaban una poderosa infusión que incomodaba el sentido del olfato.
Una mujer yacía tirada en el suelo de aquel bar, había logrado sobrevivir por pura suerte más que inteligencia; un enorme cuerpo obeso le sirvió cómo escondite para no ser detectada por los dos monstruos que llegaron ahí para saciar su sed desenfrenada, una sed que ningún trago barato podía calmar. La mujer rubia y voluptuosa estaba aterrada y confundida, traía las ropas rasgadas mostrando un escote muy profundo, su cuello estaba expuesto a la luz roja del foco del antro.
Era rubia, con tinte barato, vulgar y corriente.
Pero era humana y todos los humanos tenían algo en común.
Todos sangraban cuando los mordían.
La mujer tembló y decidió refugiarse lejos de aquellos demonios nocturnos que aún permanecían ahí, a pesar de que ya no había nada más de que alimentarse. Las dos bestias contemplaban sádicamente su obra y de rato en rato lamían una que otra gota de sangre sobrante del cuello de sus víctimas.
Una lamida igual de sádica, pero muy provocativa…
La mujer pensó que aquellos visitantes se quedarían por de un largo tiempo más. Llego a la conclusión de que escapar sería la única forma de permanecer con vida. Contuvo el aliento, aguardando que los sonidos más cercanos se alejaran de su posición actual. Ahogo un suspiro y lanzó una plegaria improvisada mientras arrastraba con cautela moviendo un cuerpo tras otro para no ser vista.
Mal movimiento, una herida muy profunda en su pierna quedo expuesta dejando que su olor inundara el ambiente llamando al vampiro más cercano.
Uno de aquellos monstruos detecto ese cambio en el ambiente, giro la cabeza buscando con desesperación el origen de aquella dulce fragancia.
―Virgen de los cielos, protégeme por favor ― dijo la mujer observando esos ojos hambrientos a lo lejos.
Unos ojos brillantes la observaron arrastrase hacia la parte más alejada de los cuerpos succionados, la miro aferrarse a la vida y nunca antes una imagen tan vulnerable le pareció más tentadora.
Sonrió huecamente, caminando con pasos lentos hacia su presa, pero ni bien avanzo un pesado bulto cayó sorpresivamente desde el balcón, justo delante de la mujer que quedo pasmada y aterrada al verse descubierta, aquel ser que había caído del segundo piso, le sonrió, la cogió de los cabellos y la levanto con fuerza sobre humana mientras miraba con deleite a su pequeño bocadillo.
―Mira que deliciosa botana he encontrado ―dijo aquel monstruo, los ojos inyectados de sangre resplandecían como llamaradas y unos colmillos perfectos brotaron de su boca.
Era absolutamente hermoso y al mismo tiempo siniestro.
―Yo la vi primero ―dijo su compañero corriendo a velocidad sobre humana y atrayendo a la mujer hacia él, como un feroz león que protege su comida ―. Yo la muerdo primero ―añadió.
Él era alto, rubio y de unos impresionantes y demenciales ojos escarlatas. Si lo vieran en un escenario distinto a aquel muy bien podría haber pasado por un modelo o celebridad, más ahora lucía como el personaje idóneo de una historia de terror y salvajismo.
Amaba la caza, como cualquier vampiro que sale a la ciudad a probar su alimento fresco directamente del recipiente y por supuesto cuando el banquete es abundante se necesitan varias bocas. Raras veces una bestia de la noche cazaba sólo, estos preferían hacerlo en grupos o en compañía de sus parejas.
―Demasiado lento ―dijo su compañero sujetando el brazo de la aterrada mujer y halándola hacia su dirección, pero con una suavidad caballerosa que hubiese pasado por uno si ella no lo hubiese visto beber de la sangre de otros de una forma tan voraz.
Ella nunca olvidaría aquel rostro sonriente que la observaba con ojos enormes y pacíficos, tampoco olvidaría la cabellera azabache con tonalidades azules y esos bonitos ojos azules.
Por supuesto que ella no tenía ni idea que seres como ellos estaban diseñados para atraer a ingenuas y estúpidas víctimas encantadas con su apariencia para luego dar rienda suelta a la primitiva necesidad de saciar su apetito. Más ahora ambos parecían dos niños pequeños peleando por un juguete.
―Yo muerdo primero ― repitió el rubio ―. Soy el mayor.
―A ti no te gustan las morenas Dio ―se mofó el de cabellos azules tomando el brazo de la mujer e inhalando su fragancia, aquel olor le invadió cada parte de su cuerpo y sintió que el control no duraría mucho ―. No son nada nutritiva ―añadió burlonamente.
―No creo que mis gustos en mujeres te importen demasiado estúpido Jonathan ―respondió Dio arqueando una ceja y mostrando sus colmillos de marfil.
―Me preocupo por tu nutrición ―dijo el mencionado ―. Mira que buen hermano soy.
―Sangre es sangre ―suspira Dio ―. Y eso es lo único que debe de importarnos.
―Oh vamos, ¿no sabes acaso compartir?”
―Temo que no sea suficiente para ambos.
―No es de la calidad que me gusta ―dijo el enorme hombre de ojos azules de ensueño mientras huele el largo cabello de la fémina.
―Entonces cierra la boca y lárgate ―dijo el rubio.
―Dije que no era de mi gusto, no que no me la comería.
―De acuerdo ―dijo Dio ―. Entonces la compartimos, tú muerdes primero y yo lo haré de segundo. Pero por favor, no la mates aún, sabes que me fascina la sangre caliente y sentirla aun fresca y viva.
―Eres un sádico, eso es tan poco caballeroso ―dijo Jonathan,
―Enfermo y sádico hasta el punto en que alguien como nosotros debe ser, y no me vengas con moralismos, eres el menos indicado para restregármelo en la cara. El rojo de sus ojos se intensificó a medida que sus dedos recorren el cuello de su víctima, la mujer no dejaba de temblar no obstante no lanzaba queja alguna o grito que se le pareciese, tan solo temblaba y apretaba fuertemente los ojos. Eso le agrado a Dio ―. Buena niña ―susurro con voz suave y casi angelical ―. Solo por eso no te he de dejar sufrir demasiado.
Sus colmillos se encontraban a solo centímetros de ese cuello.
―Lo siento tanto pequeña niña, te prometo que no lo sentirás demasiado ―por su parte Jonathan intentaba calmar al contenedor de su alimento con suaves palabras.
Sus ojos se bañan las lágrimas, siente la muerte tan cerca y sabe que no hay salida. Este era el final para ella, al menos las palabras de Jonathan la reconfortaron.
“Buenas noches cariño”
Un quejido y el sonido de la arteria siendo despedazada y luego todo quedo en absoluto silencio.
...----------------...
Se escucha el crujir de unas botas aproximándose y rompiendo la quietud y el silencio del entono, un joven avanza por aquella misma callejuela con los sentidos alerta, Su rostro atractivo y de facciones armoniosas yace oculto tras su capucha protegiendo de esa forma su identidad ante un eventual imprevisto, solo se podía vislumbrar una pequeña parte de aquel cabello como la plata que se asemejaba al brillo de la luna dándole un aire de divinidad, solo los gruesos mechones caían por su rostro rozando sus mejillas con gracia y acentuando a un más su piel blanca como la nieve. Sus ojos grises miran con miedo los alrededores.
Listo y alerta, como le habían enseñado.
La calle era sucia oscura y fría y el joven es capaz de sentir el pútrido y repulsivo hedor de muerte y odio que emana el lugar. El crujir de sus botas es aún más sonoro a cada paso dado; ahora, justo en este momento ese insignificante sonido es su más grande aliado, el silencio es su peor enemigo en un patrullaje, eso lo sabe bien desde muy niño. Nada atraía más a esas sucias bestias que una voluntaria presa.
Su gabardina oculta muy bien un par de pistolas cargadas y listas para disparar a cualquier cosa que intentase atacarlo primero además de las municiones, trae también consigo dos pequeñas cuchillas escondidas muy bien dentro de su abrigo y dos dagas metidas dentro de las botas militares en caso de emergencia. Nada exagerado, tan solo es un patrullaje sencillo. Con eso le basta y sobraba.
Su espada está reservada para presas más grandes, más fuertes, más dignas de ser cortadas y atravesadas por esta.
Normalmente, cuando alguien deambula por una calle vacía de noche y sin una pisca de luz más que el de la luna no va necesariamente con emoción, al contrario, lo hace con cautela y alerta, con plena conciencia de lo que está haciendo y preparado para afrontar cualquier cosa que se le cruzara al frente, lo que fuera
Espera algo más grande…
Algo que ha aprendido y muy bien, es a estar siempre preparado para todo, matar antes de que la maten a él, esa es la primera regla.
Aprieta fuertemente el gatillo del arma apuntando al frente y avanzando a paso cauteloso. No quiere estar más tiempo así, hay una extraña sensación recorriéndole el cuerpo. No, no es miedo, hace mucho tiempo que ha perdido eso. Por el contrario, es como un fuerte presentimiento que hace temblar su corazón, cómo si le gritase que esa caza no sería como las otras.
Tal vez esta noche, él sea la presa.
Observa un bar de baja reputación unas cuantas calles a la distancia, no hay señal de puertas ni de ventanas, no hay alumbrado ni feligreses ebrios tirados en la calzada.
No reinaba nada salvo el silencio.
Observa detenidamente el lugar por un par de segundos y el mal presentimiento se instaura de nuevo en él, algo no anda bien, ¿sería acaso el estado tan lamentable del entorno o el hecho de que el lugar se encontraba abandonado? Tal vez sea el horrible olor a sangre.
Decide investigar.
Aquellos labios carnosos y rosados muestran una mueca de terror.
El hombre queda rotundamente asqueado con ver aquello y siente como su estómago da un vuelco, apenas puede contener las ganas de vomitar.
Cuerpos desgarrados, cuellos partidos, sangre por todos lados, manchándolo todo, mujeres, hombres. No han dejado a nadie con vida.
―Infelices garrapatas ―dice avanzando a paso cauteloso, empuja con el pie uno que otro cuerpo para poder desplazarse ―. Malditos asesinos.
Escucha un fuerte ruido metálico tras él provocado por sillas rotas cayendo hasta impactar contra el duro suelo, gira sobresaltado apuntando hacia la obscuridad, el gatillo a solo milímetros de sus dedos está ansioso por moverse y disparar, unas cuantas gotas de sudor se resbalan por su frente y siente su corazón latir más deprisa de lo normal, de pronto un temblor le recorre el cuerpo y un miedo descomunal se apodera de él,
―Maldita sea ―susurra en voz baja haciendo que el sonido de sus palabras penetra como eco por todo el lugar, ¿Por qué rayos está temblando? ¿A qué le tiene miedo? ―. Maldición Nix ―se dice ―. Concéntrate, el miedo solo hará que te maten.
“Aniquila antes que te aniquilen” ―como un viejo mantra repite ―. “Aniquila sin piedad”.
― ¿Quién demonios anda por ahí? ― clama elevando el timbre de su voz casi en un grito. Atento a lo que pueda salir, dispuesto a derribar de un balazo a la primera cosa que se mueva en su dirección.
De nuevo el ruido molesto y no hay respuesta.
―Está bien amigo, definitivamente no estoy de muy buen humor esta noche, o te muestras o te mueres.
Esta vez como respuesta recibe otro ruido seco y una silueta obscura salta hacia ella cayendo a sus pies
El arma sigue sin inmutarse.
― ¡Meeerrroooowww! ―se oye el maullido del gato causante de su repentino ataque de pánico.
― ¡Tú! ¡Mierda! ―dice Nix bajando el arma y dirigiéndole una mirada de reproche al gato que no hacía otra cosa que ignorarlo y lamerse la para derecha ―. ¿No tienes otra cosa que hacer que andar asustando a la gente?
―Meeerrroooowww
―Tuviste suerte ―dice el cazador guardando la pistola y dándole una caricia en la cabeza a aquel pequeño animalillo afortunado ―. Si hubieses sido un vampiro o un “nivel E” no hubiera dudado en disparate.
―Meeerrroooowww ―responde el gato completamente desentendido y lamiéndose la pata nuevamente.
Nix suspira agotado y una suave sonrisa se plasma en sus labios segundos después. No puede evitar acariciar la pequeña cabeza y escuchar los relajantes ronroneos. Por un momento no existía el peligro y se permitió bajar la guardia, solo por un segundo.
―Creo que es mejor tener a alguien vivo aquí aparte de mí para variar ―dice reanudando su inspección ―. Será mejor que no te alejes mucho amiguito o tus nueve vidas se podrían terminar de golpe.
El gato obedece siguiéndolo por toda la escena del crimen.
Luego de más de una hora caminando por todo el lugar decide que no hay pista del causante que ha ocasionado aquella masacre.
―Maldición ―dice en un ataque de frustración ―. No te la tendrás tan sencilla infeliz.
El silencio se vio irrumpido de pronto por el ingreso de una llamada, el sonido del teléfono resuena cómo eco por todo el lugar haciendo que Nix conteste en el acto.
―Aquí Nix ―dice.
― ¿Dónde diablos te has metido niño?, debiste haberte reportado a la base hace dos horas ―al otro lado se escucha a una mujer con timbre fastidiado ―. Freya y Nevan ya se encuentran en la base, tu capitán está furioso.
―Estoy en un “hueco” ―responde el cazador ―. Es uno fresco, aun huele a ellos, no hay ningún sobreviviente, acabo de revisar.
― ¿Un hueco, dices? ―la mujer al otro lado de la línea cambia el tono de su voz a uno de total preocupación ―. ¿En dónde?
―En la calle Sainth Ángel, del norte de la ciudad ― responde ―. Es una carnicería.
― ¿Localizaste al “Nivel E”?
―Aún no lo rastreo, pero lo encontrare.
―Calle Sainth Ángel ―repite la mujer ―. Pues el nombre no le hace justicia, es la calle más perdida de todo Inglaterra, la policía ha reportado más de 150 asaltos por noche, 40 peleas considerables, y no te gustara saber lo demás.
―Una calle así debe ser muy vigilada por el gobierno ―dice el cazador ―, puede haber cámaras para mantener controlado el lugar ―. ¿Puedes localizar el video Uma?
Uma se muerde el labio.
―No me pidas violar la ley, niño, no se puede tomar pruebas del estado.
―Un nivel E anda libre ― le recuerda Nix ―. Eso amerita violar las reglas.
―Sabes cómo moldear las cosas a tu gusto ―dice la mujer que responde al nombre de Uma ―. Lo hare, pero corre por tu responsabilidad.
―Gracias.
―Vuelve a la base ―ordena la mujer ―. Y más te vale que estés aquí en menos de 20 minutos o te suspendo ¿oíste?
Nix suspira.
―Ahí estaré ―cuelga el teléfono ―. Vamos ―añade cargando al gato negro y saliendo de la escena de crimen ―. No es seguro quedarse más tiempo aquí.
.
.
.
...II...
La habitación era lujosa, amplia y los rayos del sol apenas y lograban ingresar debido a los oscuros ventanales cubiertos de gruesas y costosas cortinas. Afuera la noche empezaba a reinar cuando el astro real caía en su letargo. La luna se abrió paso iluminando la noche y un cielo estrellado se alzaba como un manto que se extendía infinitamente.
La puerta del pent-house se abre de par en par y de forma súbita y procesional cuatro sirvientas encabezadas por un hombre de avanzada edad ingresan en silencio respetuoso por la persona que ahí moraba y que en ese instante se encontraba en su descanso.
No era necesario emitir palabra alguna cuando ya todas tenían conocimiento de su trabajo, el grupo se dividió rápidamente y empezaron a ejecutar sus deberes bajo la estricta vigilancia del hombre mayor. Dos sirvientas fueron las encargadas de mover las pesadas y gruesas cortinas y abrir las ventanas oscuras para dar paso a la fresca brisa de la noche.
Las luces se encendieron, limpiaron las habitaciones dejándolas impecables y se aseguraron de no dejar nada fuera de lugar, el tiempo estimado para hacer los deberes de aseo eran de exactamente 40 minutos tiempo más que suficiente para un departamento que prácticamente siempre lucia limpio y sin mayor muestra de suciedad que el polvo habitual formado en los sillones y escaparates, incluso el hall principal siempre lucía impecable y sin nada fuera del orden. No había mucho que hacer de hecho y eso siempre era bueno para ellas.
Las mujeres se retiraron de la misma forma en como ingresaron, con la mayor discreción y seriedad posible, llevan trabajando casi nueve años en ese edificio y nunca habían visto al propietario del lugar ni siquiera por asomo.
Las puertas se cerraron y el mayordomo ingresó a la recamara principal abriendo las ventanas y cortinas y encendiendo la luz de la habitación mientras observaba a un hombre dormir profundamente.
― ¿Ya se retiraron todos? ―el hombre en el lecho hablo aun sin abrir los ojos, pero muy consciente de todo lo que se desarrollaba a su alrededor.
―Si joven maestro ―respondió el mayordomo haciendo una reverencia en señal de saludo ―. Espero que haya tenido un buen descanso mi lord
El hombre más joven abre los ojos, y es como si nunca hubiese conciliado el sueño desde un principio, el sol ya había muerto y la luna se alzaba orgullosa en el cielo más sin embargo para él era otra noche tortuosa más anhelando algo que jamás podría alcanzar.
Todo yace completamente igual.
El mismo cielo, la misma recamará, incluso el cuerpo en el que habitó los últimos mil años sigue siendo el mismo, solo el mundo a su alrededor cambiaba constantemente de una forma tan hermosa, moría y nacía en un ciclo tan maravilloso y natural.
En momentos como esos Ignis Caelestis anhelo estar muerto.
Como todas las noches luego de despertar de su letargo se sienta en su lecho y con la mirada nebulosa y perdida observa el vacío.
― ¿Qué hora es? ―pregunta a su fiel sirviente quien en todo momento permanece a su lado.
William era un hombre leal que había dado sus mejores años al servicio de su joven maestro. El viejo mayordomo le da un vistazo a su reloj de bolsillo observando la hora señalada para informarle a su maestro.
―Alrededor de las 7:00 pm mi señor ―respondió el hombre de modales elegantes y hablar respetuoso ―. Su cena familiar es alrededor de las 11:00 pm y su asistencia ya fue confirmada con semanas de antelación así que su presencia es esperada
Ignis lanza un suspiro cargado y fue como si un pedazo de su vida inmortal se esfumase de su cuerpo.
―Lo recuerdo, supongo que no puedo echarme para atrás ahora ―y por un segundo el silencio se instaura de nuevo abriendo paso a la melancolía y los cabellos desordenados caen como una cascada castaña que cubren los ojos ―. Ya no puedo seguir posponiéndolo…
El viejo mayordomo guarda silencio mientras escucha a su señor, por supuesto que sabe a quién este se refería, pero por discreción y porque además sabía muy bien que la mención de ese nombre solo traería amargura a su joven maestro decidió callar.
―No puedo verla…
―No tiene que hacerlo.
―No quiero verla.
―No lo haga.
Si eso solo se requería para expiar sus culpas permanecería lejos de ella tanto como se pueda. Su recuerdo era amargo y doloroso al igual que las circunstancias de su alejamiento, solo lagrimas es lo único que se le viene a la mente cuando intenta traer su rostro de nuevo, eso y palabras inentendibles ahora por el paso del tiempo. Hubo un tiempo en que pretendió ser feliz, hubo un tiempo en que la hizo feliz a ella o al menos así lo intento, la soledad era la peor enemiga de la eternidad y en ese tiempo él tenía tanto temor de verse perdido y solitario, nunca se le hizo bien la soledad ya que siempre tuvo a alguien a su lado, pero incluso los que creyó cercanos se fueron alejando y el miedo se hizo más agonizante, solo la tenía a ella y ella lo seguía con la misma devoción que un monaguillo a un clérigo.
Tan sumisa y hambrienta de cariño al igual que él, tan necesitada de compañía y calor.
Tal vez ambos se usaron para aliviar el frio del alma, tal vez él no fue el único quien saco algo de todo eso.
¿Cuándo es que todo empezó a desmoronarse ante ellos? ¿Cuándo es que se supo la verdad de que ahí no existía amor más que absoluta dependencia?
No puede estar seguro del momento exacto, tal vez fue la forma en que ella observaba el cielo y dejo de verlo a él en su lugar, tal vez fue la forma en que él dejo de sostener su mano y su solo tacto le pareció insoportable.
Ella dejo de complacerlo en todo, sus ojos empezaron a ver a otro lado, buscando algo más que solo pequeñas migajas de un cariño que nunca fue para ella en un principio.
Porque ella en su corazón por mucho que le doliera sabia a la perfección que ese hombre a su costado aun sentía por alguien más, que sus besos no eran para ella realmente, que la vida que creyó ver en esos ojos por un breve lapso de tiempo era ocasionada por la presencia fugaz de un fantasma lejano.
Pero él nunca dijo su nombre y en su lugar murmuraba otro.
Sus palabras nunca fueron para ella, ni sus suspiros y mucho menos sus lágrimas.
Ardía, quemaba, desgarraba.
Agonizante como la peor de las muertes.
Ignis lo recordaba todo, el momento exacto de aquel adiós, la noche, la melodía, incluso la fugaz lagrima que recorrió su mejilla.
Ella asintió y ser retiro del lugar, silenciosa y distante, nunca fue de él realmente, así como Ignis jamás le perteneció.
¿Qué debía de hacer ahora con todo eso? Escapo de aquel encuentro por 20 años, el tiempo que permaneció en Japón aislado de su clan y ajeno al mundo que se desarrollaba ante sus ojos.
El tiempo de verla de nuevo y pedirle perdón había llegado y en su corazón anhelo que al menos aquella dama que le había otorgado compañía en el momento en el que más la necesitaba hubiese por lo menos alcanzado su propia felicidad.
Él no lo haría, porque su alegría había muerto, se había perdido con el paso del tiempo, sus ojos no lo verían de nuevo y no tocaría su piel nunca más.
Hoy era luna llena.
Cuanto odiaba la luna llena, lo recordaba a él en noches como esas, la cicatriz se abría de nuevo exponiendo la herida latiente y dolorosa.
Recordó su sueño, ese recuerdo que se repetía en su subconsciente infinitamente como la maldición eterna a la estaba condenado. Al despertar siempre anhelo su toque, su voz, sus besos y la calidez de su cuerpo, pero eso había desvanecido junto con aquel tiempo que no volvería a él.
Y en medio de su sueño unas lágrimas se escaparon, no era la primera vez y no sería la última tampoco. ¿Cuándo el sueño se volvió pesadilla? ¿Cuándo lo precioso se volvió tan hiriente? Sus manos se estiraban, pero como el humo ese hombre se desvanecía, se escapada entre sus dedos y solo quedaba la sensación del vacío que le dejaba una sensación punzante y un amargor en los labios.
“Pudimos haber sido hermosos” ―pensó ―. “Pudimos haber sido perfectos”.
El amor verdadero no existía, pero él fue lo más cercano al verdadero amor y por un segundo creyó que así seria.
No importaba…
Ya nada importaba en realidad, no tenía caso seguir agonizando en el pasado. El mundo se movía junto con él, los días pasaban en un parpadeo y solo Ignis permanecía como su fuese el primer hombre de la creación.
¡Mentira! ¡Sí importaba! Lo tenía todo y al mismo tiempo nada, ahogaba sus penas en sangre mezclada con lágrimas y desespero. Gritaba su nombre cada vez que podía y lloraba el no haber sido lo suficiente fuerte como para haber permanecido a su lado.
Lo dejo morir y llevar la culpa consigo.
―Mi señor ―una voz familiar rompe la profundidad de sus pensamientos ―. Ya es hora mi señor.
Era verdad, la noche apenas iniciaba y él tenía la obligación de encarar aquello de lo que estuvo huyendo todos esos años.
Ignis se incorpora de su cama y camina desnudo hacia el baño más cercano, arrastra los pies como una especie de condenado que se dirige hacia su ejecución. Ingresa a aquel elegante baño y se mete a la ducha, abre la llave del agua y deja que su cuerpo se limpie por completo, mientras el agua recorre su dorso y el resto de su cuerpo él cierra los ojos e intenta evocar gracias a sus memorias la imagen del objeto de su amor y tormento. ¿Qué tanto era un sueño y que tanto fue real?
A veces se veían juntos libre de todo lo que alguna vez les hizo daño, bajo un cielo azul corriendo por las campiñas de un reino ya olvidado. Otras veces en cambio era la última imagen lo que atropellaba su mente y traía consigo el recuerdo de los segundos finales.
Nunca lo había visto más hermoso y al mismo tiempo aterrado.
“Simplemente pudimos haber sido todo”
Mientras Ignis Caelestis se asea sumergido en sus cavilaciones su mayordomo de confianza procede a organizar todo para la salida de su señor. Prepara la copa de sangre que será ingerida, organiza las prendas de su señor y las deposita sobre su cama la misma que fue extendida con antelación y de forma prolija. Dejando todo preparado el hombre mayor se retira y decide ir al área de la cocina para revisar si las mujeres del servicio cumplieron a cabalidad con su tarea.
Minutos después Ignis sale del baño envuelto con una toalla de la cintura para abajo y mostrando sus músculos cincelados hermosa y perfectamente, su cabello húmedo cae por su cuello pegados a su piel, aquella era la imagen de la más perfecta de las creaciones, sus labios emiten un suspiro pesado y sus ojos castaños se dirigen a la copa de sangre debidamente posicionada para su fácil acceso.
Tan deliciosa y calmante, la sustancia carmesí pasa por sus labios y su garganta inyectando de vida su cuerpo y causando una momentánea sensación de euforia a su vez. Deja la copa vacía y procese ahora a secarse el cuerpo apropiadamente y vestirse.
Al cabo de un tiempo las puertas de la recamara y Ignis sale luciendo impecable y elegante, el traje Ford color negro resaltaba aún más su figura.
―Luce bien joven maestro ―dice el mayordomo abriéndole la puerta del pent-house y haciéndose a un lado para que Ignis pudiese salir sin problemas rumbo al elevador.
La noche apenas e iniciaba, pero para Ignis era el principio de unas largas horas lidiando con todo lo eludido a lo largo de los años.
.
.
.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play