El Omega:
El Alfa:
—No me gusta esta comida —habló Saije mientras estaba sentando en la mesa.
—Lo siento mucho, joven Saije, cocinaré mejor de ahora en adelante —dijo la mujer, bajando la cabeza para irse a la cocina.
—No me gusta esta ropa, es horrible, ¿no se supone que eres un diseñador famoso? —le preguntó al hombre.
Lo miró de pies a cabeza para solo salir caminando y le tiro la ropa al rostro. El hombre no hizo nada y solo se quedó con la mirada baja.
No importaba donde iba a donde estaba, siempre hacia lo que quería. No comía nada que no le gustaba, no le hablaba a nadie que no le agradaba, no era amable jamás y miraba a todos como si estuvieran por debajo de él. Tenía veintitrés años y, mientras caminaba por la universidad ignoraba a todos. Al sentarse en su puesto de siempre, soltó un suspiro. El profesor no tardó en entrar y comenzó a dar su clase.
—¿Se puede dar prisa? —preguntó de mala gana —. Tengo mejores cosas que estar escuchando sus tonterías.
El profesor lo quedó mirando porque sabía que, a la menor respuesta, podía ser despedido de la universidad. Le dio una breve mirada porque el Omega tenía un rostro lleno de desinterés. Apoyaba su rostro en la palma de su mano mientras lo observaba con sus ojos azules.
Era un Omega hermoso sin duda alguna, pero lo que tenía de hermoso lo tenía de caprichoso.
Siguió dando su clase un poco más rápido dándoles a todos las debidas explicaciones sobre el trabajo que todos iban a tener que hacer. Saije ni siquiera por eso se inmutó, pues era muy inteligente y, jamás en su vida, había tenido alguna nota roja.
Cuando finalizó, salió y caminó, pero no miraba a nadie. Estaba cansado de todos y, a pesar de que llamaba la atención de Alfas, Betas e incluso algunos Omegas, no aceptaba a nadie porque todos le parecían demasiado tontos. Al llegar al comedor, tomó una bandeja para sentarse a comer. Se ganó en una mesa donde estaba solo, pero luego soltó un suspiro porque la comida era asquerosa. No podía entender como era que nadie lograba cocinar algo realmente delicioso. Puso mala cara y observó al frente donde habían unos Omegas hablando.
—Es un engreído.
—Se va a quedar solo para siempre.
—Su presencia es tan desagradable, ¿qué Alfa podría gustar de él?
—Escuché que ni siquiera sus padres lo quieren porque es un malcriado.
Él soltó una sonrisa. No le importaba si la gente hablaba mal de él o no, porque eso solo provocaba que obtuviera más y más fama. Se puso de pie caminando fuera como si nada.
Entró al baño para hacer sus necesidades y salió para lavar sus manos de forma lenta. Se quedó viendo en el espejo un tiempo incalculable porque, además de caprichoso y engreído, era un vanidoso. Se arregló su cabello rosado que era sedoso, fino y brillante.
Vio entrar unos chicos y salió rápidamente.
Al encontrarse con uno de los muchos Alfas que se le acercaban, lo miró con desdén a pesar de que era mucho más alto que él. Se cruzó de brazos y soltó un bostezo demostrando que, todo lo que el Alfa decía, le daba exactamente igual.
—¿Por qué haría algo tan estúpido como salir contigo? —preguntó mirándolo de atentamente —. ¿Qué tienes para darme? ¿Tienes el dinero suficiente para comprarme todo lo que deseo? ¿Tienes la habilidad de llamar un avión para que me lleve a dónde yo quiera sin importar el momento?
El Alfa lo miró furioso porque, al igual que todos los demás, estaba siendo humillado.
—No tienes nada de eso, así que ni pienses en que podría salir con alguien tan poco cosa como tú, además, el olor de las feromonas que desprendes es a ortiga, algo muy característico de los Alfas que no son capaces de embarazar a nadie y es asqueroso.
Lo vio pasar por su lado y quiso tomarlo para golpearlo, pero sabía que, el tocarle un cabello a ese Omega le podía costar la vida.
Se fue a casa de forma tranquila.
Como siempre, pasó a todas las tiendas de ropa y joyas que quiso. Los hombres que lo acompañaban llevaban más de diez bolsas cada uno y, cuando se sintió satisfecho, solo se dirigió al estacionamiento.
—No dejen caer las bolsas —les advirtió mientras observaba su teléfono —. Al menos hagan algo bien en sus vidas, pobretones.
Los hombres ya estaban más que acostumbrados a sus insultos diarios y, cada día, deseaban que llegara alguien que le enseñe modales y como eran las cosas en realidad, pues era mas que obvio que sus padres ya no tenían posibilidad de enseñarle que, en el enorme mundo, habían personas que no tenían nada qué comer.
Al llegar a la entrada de su casa, fue cuando vio un enorme camión que estaba cargando algunas cosas. Se bajó y los hombres se bajaron también cargando todas las bolsas de ropa, calzados, joyas y más.
Saije se quedó parado viendo todo lo que ocurría porque seguían sacando cosas de su enorme casa como si nada. Incluso se llevaban su violín que, al verlo, se apresuró donde aquellos hombres.
—¡¿Qué creen que hacen?! ¡¿Cómo se atreven a tocar mis cosas con sus asquerosas manos?!
Les arrebato el violín con fuerza para irse dentro de la casa y ver como faltaba casi todo.
Al mirar a la derecha, vio a su papá Omega acercarse de forma lenta y detrás a su padre Alfa. Ambos hablaban de manera lenta sin poder encontrar las palabras indicadas para poder explicarle a su hijo lo que ocurría.
—¿Qué sucede? ¿Por qué se llevan nuestras cosas?
—Saije, hijo...
—¿Qué pasa? Hablen ya.
El Omega vio al Alfa y él solo soltó un suspiro para decir:
—Lo siento, estamos a un paso de estar en la quiebra porque no he podido pagar unas deudas del banco y, sobre todo, tus tarjetas de crédito y débito.
—¡¿Qué?! ¡Eres mi padre, es tu deber pagar todo lo que yo desee! ¡Dile algo! —exigió a su papá Omega.
—Lo siento, cariño, en nuestra ceguera de poder darte todo lo que pedías, nos olvidamos de muchas cosas. Desearía poder regresar el tiempo para entender a tiempo que, darte todo lo que pedías, no era la solución en lo más mínimo.
—¿Qué tratas de decir?
Miro a sus dos padres. Naturalmente, el Alfa era más alto y fuerte. Su cabello rubio era brillante y sus ojos azules intensos.
—Hemos decidido aceptar la ayuda de nuestros amigos y te tendrás que casar.
Saije lo quedó mirando sin poder creer lo que acababa de decir. Al sentir como los hombres le intentaban quitar su violín una vez más, lo golpeó con el mismo instrumento en la cabeza con fuerza.
—¡No toquen mi violín!
El hombre no se detuvo y se lo siguió intentando quitar.
—Lo siento, debemos llevarnos todo. Tenemos una orden. Entregue el instrumento musical por la buena.
—¡Atrevan a quitármelo porque lo puedo convertir en un arma mortal!
—Saije, no hagas las cosas más complicadas —rogó su papá Omega.
—¡Están locos! ¡Jamás me voy a casar! ¡Jamás voy a estar casado con un estúpido Alfa insignificante! ¡No lo haré! ¡Si no es un rey lleno de oro, entonces no lo quiero!
El ruido por golpear a otro hombre con el violín, resonó por todo el lugar.
—¡El próximo que haga un movimiento le rompo la cabeza!
Sus padres vieron como golpeaba a todos los que se acercaban hasta que, al ver que no quería entregar el violín, simplemente lo tomaron. Saije gritaba y pataleaba mientras uno lo cargaba en su hombro. Luego, solo se quedó viendo como el camión de embargue se alejaba con su violín y las últimas cosas que había comprado.
Formó puños con fuerza porque era injusto. Quería matar a alguien, quería golpear lo primero que hubiera frente a sus ojos y, cuando vio al Alfa que le estaban presentando, lo observó con asco, como si fuera lo más miserable que pudiera tener frente a sus ojos.
—Soy Jaehan, mucho gusto —habló estirando su mano para saludarlo, pero Saije solo estaba sentado de brazos y piernas cruzadas todo el tiempo.
No hizo ni el más mínimo ademán de querer mirarlo o estrechar su mano. No pensaba ensuciar sus dedos tocando a alguien mugroso, como él lo imaginaba. Mantuvo su mirada al frente y no escuchó nada de las cosas que le decían sobre el Alfa porque estaba pensando en su violín y en sus cosas.
—Saije, sé amable, hijo, él es una buena persona y ha aceptado ayudarnos, pero también lo tienes que ayudar a él. Sé un buen chico, al menos dale una breve mirada y un saludo.
Notó el miedo en la voz de su papá Omega. Lo observó unos segundos viendo su cabello rosado como el de él. La preocupación en sus ojos color miel era más que obvio. Debido a eso, fue que se puso pie. Su padre Alfa pensó que, de alguna manera había entendido, pero no era así. Saije lo observó por unos segundos viendo su cabello y ojos negros. Era alto, fuerte y con un rostro serio.
—Alguien como yo no podría estar casado con algo tan insignificante como un Alfa de quinta categoría —soltó mirándolo de forma seria y solo pasó por su lado.
El Alfa se quedó en silencio sabiendo que, de quinta categoría, no tenía ni un solo cabello.
—Lo siento mucho, Jaehan, él es tan caprichoso siempre, pero será un buen chico. Por favor, tenle un poco de paciencia.
—No se preocupe, puedo tener mucha paciencia. Nada más estoy haciendo esto porque mi padre me lo ha pedido, cuando todo se haya solucionado, esto se va a terminar.
Saije se quedó escuchando y soltó una sonrisa porque ese Alfa ni siquiera se imaginaba lo insoportable que podía llegar a ser. Y, cuando se encontró frente al hombre que los estaba casando, su rostro no tenía ni una sola gota de felicidad. En sus ojos estaba más que claro el hecho de que solo quería matar a quién tenía a su lado. Y el Alfa no se quedaba detrás. Todos sabían que siempre tenía un rostro serio, pero ahora era mil veces peor. Ambos dijeron que sí y firmaron lo necesario sin ninguna emoción.
Cuando llegó a la nueva casa donde iba a vivir, se encerró en su habitación cerrando con llave e incluso colocando un mueble y, desde la ventana, solamente vio como el Alfa salía.
No pretendía darle nada, ni hablarle, ni mirarlo, pero sí quería hacerle la vida imposible por haber arruinado su vida.
Y pensó:
Que comience la guerra.
—Buenos días, me llamo Annie y voy a ser su sirvienta personal —habló la morena bajando la cabeza en modo de saludo —. El joven Jaehan me ha dejado a su total disponibilidad.
—No te quiero, vete —soltó Saije.
Ella no supo qué decir. Lo vio observando por la ventana de brazos cruzados y un rostro serio. No pudo ignorar el hecho de que era hermoso, también en que iba a ser un enorme problema para el Alfa.
—Me ha mandado a buscarlo para que baje a cenar. No a comido nada en todo el día y...
—¿Eres sorda? —inquirió y le dio una breve mirada.
—No.
—¿Eres estúpida?
—No, joven Saije.
—Entonces, si no eres ninguna de esas cosas, lárgate. No quiero que la servidumbre como tú se acerque a mí.
Ella solo hizo un asentimiento de cabeza y se alejó.
Cuando ella cerró la puerta, no dudo en seguir atando todo lo que encontraba. Lo había dejado oculto debajo de la cama cuando tocaron la puerta y no pensaba seguir en esa casa. Habían transcurrido dos días y no podía salir a ningún lado porque tenía personas siguiéndolo siempre. Estaba cansado y molesto y no iba a permitir que lo tuvieran encerrado.
Era un nuevo lugar muy lejos de su casa, pero así como sus padres lo habían casi abandonado como si nada diciendo que era parte de una lección para que supiera que no todo se podía tener en la vida. Entonces él, simplemente, se iba a marchar para darles una lección de que no podían hacer con él lo que quisiesen como si fuera cualquier cosa insignificante, pues de eso no tenía ni un solo cabello. Estaba más que decidido a marcharse. Así que amarró unas sábanas que habían en el ropero y sonrió porque estaba más que orgulloso de lo que estaba logrando. Solo le faltaban unas cosas más para que pudiera llegar al suelo.
Había estado viendo que los guardias pasaban frente a su ventana cada treinta minutos, por ende, en ese lapso de tiempo, tenía que bajar. También se había fijado en la entrada y en los alrededores. Únicamente había estado en la habitación, pero de tonto no tenía ni un solo cabello.
Cuando escuchó pasos, escondió todo de nuevo y se quedó en la cama dándole la espalda a la puerta. La escuchó ser tocado.
—No estoy —habló.
—Que extraño, porque te estoy viendo más que bien —dijo el Alfa.
Le dio una breve mirada desde la puerta, pero no hizo nada, solo estaba sentado manteniendo su espalda recta y su cabello rosado brillaba.
—Tienes que bajar a comer, ¿o quieres morirte de hambre?
—Prefiero morirme de hambre que compartir una mesa con gente como tú —farfulló.
El Alfa no hizo nada, mantuvo su rostro serio todo el tiempo, pero no era ningún estúpido, fue capaz de darse cuenta lo que estaba planeando a las mil maravillas y soltó una sonrisa de lado porque la situación le provocaba diversión, pero la diversión solamente iba a llegar hasta ahí porque no era capaz de imaginar que más podía hacer el Omega que se veía frágil.
—Como quieras.
Cerró la puerta y Saije solo se puso de pie para seguir atando las cosas con rapidez. Cuando vio que tocaba el suelo todo lo que había amarrado, soltó una sonrisa porque había asumido que iba a poder marcharse de ese cuchitril al que estaba siendo atado. Amarró uno de los extremos a la cama y observó la altura por un instante dándose cuenta de que era alto, pero que prefería mil veces caerse de cabeza que seguir en un lugar prisionero. Se movió para ponerse de pie en el espacio de la ventana y no pudo evitar reírse porque sus padres se la iban a pagar.
Echó una mirada más abajo para ver que los guardias no se veían por ningún lado. Asumió que debían estar comiendo algo porque ya era tiempo de la cena y se estaba oscureciendo.
Le restó importancia y se las arregló para comenzar a bajar. Cuando niño había visto muchos videos de su padre Alfa cuando subía montañas como si nada y como también las bajaba. Así que, recordando eso, se pasó una parte por abajo de su trasero y sujeto la otra parte con su mano. Lo fue soltando de a poco mientras iba bajando de una forma limpia y sin ningún problema.
Intentó mantener la calma y concentrarse porque, el terminar con una pierna herida no estaba en sus planes. Necesitaba tener sus dos piernas en perfecto estado para poder seguir huyendo, si se lastimaba un brazo le daba igual.
Solo medía un metro sesenta y no pesaba mucho, pero se estaba cansando cuando había pasado la mitad. En el momento que llegó al suelo, soltó un suspiro y echó su cabeza hacia atrás para observar la distancia. Se sintió más que satisfecho porque había logrado una escapada limpia y sin el más mínimo altercado. Chocó los cinco de forma mental y se giró para seguir con su escapada cuando se frenó de golpe por ver al Alfa sentado en una silla mientras leía un periódico.
Jaehan pasó de hoja restándole importancia a todo mientras sus hombres se encontraban detrás de él. Saije quiso tener un arma para matarlos a todos, su pecho comenzó a subir y bajar de manera rápida porque estaba más que enojado.
—Te admiro, te demoraste..., ¿cuánto se demoró? —preguntó a sus hombres mientras seguía leyendo el periódico.
—Quince minutos, señor.
—Te demoraste quince minutos. Tenía listo el número de la ambulancia para llamarla si te caías.
Dobló el periódico para ponerse de pie entregándoselo a uno de sus hombres que lo tomó de manera inmediata.
Saije lo observó con su porte imponente y su cuerpo fuerte. Su cabello negro se mezclaba con la noche más que a la perfección que caía sobre sus ojos y su rostro totalmente serio solo demostraba el hecho de que no estaba para bromas en lo más mínimo. Lo vio usando un suéter de cuello alto que mostraba la musculatura que había debajo de toda esa ropa. Mantuvo las manos en su bolsillo de su jeans y lo observo hacia abajo.
—¿Quieres entrar o que ellos te entren a la fuerza?
Lo vio casi expulsando humo por sus oídos y, a pesar de que era más pequeño que él y le ganaba por más de una cabeza por medir casi un metro noventa, sabía que estaba a nada de golpearlos a todos.
—Maldito hijo del infierno —farfulló con enojo.
Jaehan no dijo nada, solo lo siguió mirando de forma atenta para ver qué otro berrinche más podía hacer.
—¿Quién querría quedarse aquí? Hay polvo por donde sea que mire y, cada uno de tus sirvientes, son más insignificantes que tú que no sirven ni para limpiar mis zapatos. Si crees que, por esa estúpida firma que di del matrimonio me voy a quedar en esta pocilga, entonces eso es porque eres más estúpido de lo que imaginaba.
Cuando llegó arriba, lo vio indicándole otra habitación diferente que tenía una ventana más pequeña.
—No pienso entrar ahí, ¿crees que soy un muerto de hambre para conformarme con algo tan pequeño? Ahí no cabe nada —habló cruzándose de brazos —. Si no me vas a tener en un palacio lleno de oro y diamantes, entonces déjame en paz. ¿Siquiera eres rico?
Dio un par de pasos caminando por lugar hasta que llegó a una pintura que, indudablemente, se veía carísima.
—Este cuadro feo parece sacado de una subasta de cuarta. Además de estúpido, tienes cero gusto. ¿Quién podría vivir en este lugar tan viejo y horrible? Con cada paso que doy, el suelo cruje. Alguien como yo no puede estar en estas condiciones tan deplorables. Si tú estás acostumbrado a vivir con los sirvientes, no es mi problema —se burló y pasó sus pasos por una pequeña estatua que había en un estante sobre el rostro de alguien famoso, sin más, solo la tiró al suelo —. Si eres tan rico, entonces de seguro que puedes comprar miles más de esa.
Solo cerró la puerta en la habitación por donde había intentado escapar.
Formó puños por todo el enojo que estaba sintiendo. Quería romperlo todo sin perder ni un solo segundo, pero se quedó escuchando los pasos afuera.
—Lo siento, señor —se disculpó uno de sus sirvientes como si la culpa hubiese sido de él que la estatua se hubiera quebrado en miles de pedazos.
El Alfa no dijo nada. Solamente se quedó viendo en silencio y alzó la mirada para observar la puerta donde estaba Saije.
—Cierren la ventana y no lo dejen solo.
Saije, al escuchar eso, se sintió mucho peor. Cuando amaneció, escuchó como tocaban su puerta. Quiso quedarse dentro, y el Alfa asumió que jamás iba a bajar, pero le daba igual. Sin embargo, cuando se acercó para tomar desayuno, lo vio tirado en un sillón viéndose en un espejo mientras se alababa como si fuera un verdadero dios griego.
Vio como al lado una de sus sirvientes estaba en el suelo sosteniendo un plato con uvas donde le daba una cada ciertos segundos.
La cantidad de vanidad que había en él superaba la de mil personas a la misma vez.
—Dame más, sirvienta —pidió moviendo su mano.
La mujer solo estiró su mano para darle en la boca.
Habían más sirvientes que estaban a su alrededor sosteniendo una copa de jugo de frutilla, manzana y pera, además de alguien que sostenía un gran abanico que iba moviendo y alguien que se encargaba de peinar su cabello con cuidado.
El Alfa soltó un suspiro y se sentó. Los sirvientes al escucharlo, quisieron moverse para darle su debido desayuno, entonces Saije dijo:
—¿Para dónde creen que van? Ustedes son mis sirvientes, si él quiere que lo atiendan, entonces que contrate más personas y ya o que se sirva solo. Soy su esposo, así que deben obedecerme igual.
Jaehan apretó su mandíbula mientras lo observaba, pero soltó un suspiro porque tenía paciencia.
—Y quiero más cosas. Mi ropa está vieja y, como no quieres dejarme salir, entonces compra una tienda para mí —exigió —. Deberías sentirte feliz de tener a un Omega tan hermoso como yo. ¿Quién más podría tener mis hermosos ojos o mi hermoso cabello? Deberías llevarme a comer a lugares caros y presumirme.
Él solamente se puso de pie para irse a su trabajo porque no tenía tiempo para escucharlo hablar y hablar sin parar de su belleza.
Pensó que solo iba a hacer esa vez y ya, pero estaba más que equivocado porque Saije solo estaba empezando y sabía que podía ser mil veces peor.
Cuando llegó del trabajo, se dio cuenta de que no había nada preparado. Las sirvientas que se encargaban de cocinarle, estaban muy ocupadas esperando que Saije terminará de darse un baño de espuma. No supo donde era que estaba toda la gente del sitio y se fue a su baño para ducharse cuando vio que casi toda su servidumbre estaba ahí.
Se detuvo de golpe al verlo en su tina. El baño estaba inundado de diferentes olores y tragó saliva mientras se repetía que tenía paciencia para soportar cualquier tontería. Lo vio apoyando sus manos a los lados de la tina mientras una de las sirvientas le daba moras en la boca.
Saije al escucharlo, abrió sus ojos para decir algo únicamente con el fin de fastidiarlo:
—¿Ya te conseguiste más empleados? Si quieres tener un esposo tan precioso como yo, muchas personas se deben encargar de mí. Debo tener personas que me den de comer, que peinen mi suave cabello, que me laven los dientes y más. Verdad, ¿sirvienta? —preguntó sacando una de sus piernas para apoyar su pie en su pecho. La mujer solo asintió mientras su ropa se mojaba por tener el pie mojado.
Jaehan pudo ver la sonrisa de superioridad que tenía en su rostro, pero, por unos segundos, sus ojos se concentraron en su piel y en parte de la espuma que cubría la piel de su pierna que era blanca y suave a simple vista. Vio a la mujer como se encargaba de limar sus uñas y más.
Simplemente, se giró para salir y lo escuchó decir:
—De ahora en adelante, este baño es mío. Tendrás que hacerte otro aunque, para alguien tan poca cosa como tú, el baño de invitados debe estar más que perfecto.
Saije se encontraba en su habitación encerrado. Había ignorado todos los llamados para bajar a desayunar e incluso a almorzar. Estaba más que decidido a quedarse en aquellas cuatro paredes a como de lugar. No pensaba en darle en el gusto a nadie y solo estaba pensando en qué más hacer para poder fastidiar a ese Alfa de cuarta, como él lo llamaba.
Se cruzó de brazos y dio unos pasos por el lugar pensando en la mejor forma. Ya no podía usar la ventana porque le habían colocado rejas. Estaba más que furioso porque lo tenían literalmente encarcelado y jamás, de los cinco días que llevaba ahí, había recibido alguna llamada de sus padres.
Formó puños y quiso golpearse la cabeza porque tenía hambre, tenía sed y estaba aburrido.
Se acercó a la puerta para abrirla de forma lenta y miró por el pasillo, mas nadie había y creyó que tenía el camino libre. Dio unos pasos porque no sabía muy bien a donde ir para llegar a la cocina debido a que la mansión era enorme. No sabía cuántas habitaciones tenía con exactitud, pero de seguro que podía dormir como cinco familias enteras o incluso más.
Bajó las escaleras y le enojaba más el hecho de que habían algunos cuadros que eran más que hermosos. Quería tirarlos al suelo, pero estaban demasiado altos y no los alcanzaba.
Al llegar al primer piso, miró a todos lados y comenzó a notar que el lugar estaba demasiado vacío. Se quedó de pie dudoso unos segundos porque, como otros días anteriores, las sirvientas que estaban encargadas de él ya las tendría detrás suyo repitiéndole lo mismo de siempre:
—Su esposo se encuentra trabajando.
—Su esposo dijo que se comporte.
—Su esposo dijo que debe comer para estar saludable.
—Su esposo dijo que no intente escapar porque le va a ir muy mal.
—Su esposo dijo que puede salir, pero no solo.
Estaba más que cansado de las cosas que le decían cada vez que daba un paso, pero ahora esas mujeres insoportables, como él las consideraba, no estaban por ningún lado. Tragó saliva y, al escuchar unos ruidos, comenzó a caminar al lugar del que provenían. Vio una mesa enorme y larga donde lo más bien podían caber veinte personas, pero solamente estaba ocupada por Jaehan.
Él tomaba un café de forma lenta mientras estaba leyendo el periódico. Le gustaba enterarse de las cosas que sucedían en la ciudad, pero no le gustaba la televisión, así que siempre debía tener un periódico en mano. Pasó de hoja de manera lenta y sus ojos se siguieron moviendo por encima de las palabras que iba leyendo hasta que alzó la mirada y Saije dio un respingo. Él no dijo nada, solo lo observó unos segundos y siguió leyendo como si no hubiera nadie de importancia. Bebió otro trago de café y observó el reloj que solía llevar en su muñeca izquierda sin falta alguna. Odiaba llegar tarde a sus juntas, reuniones y cosas sobre su trabajo, así que siempre debía andar con un reloj.
El Omega lo vio demasiado serio con su cabello negro. Llevaba un traje azul oscuro y se veía grande a pesar de que estaba sentado, pero eso no dejo que lo hiciera sentir intimidado. Jamás quería verse débil o temeroso ante los Alfas, así que tomó una profunda respiración para preguntar:
—¿Dónde está tu mugrosa servidumbre?
El Alfa terminó de leer el párrafo donde habían unos pequeños comentarios sobre un matrimonio en secreto, naturalmente, era el suyo.
Luego, dobló el periódico con cuidado y lo dejó en el suelo.
—La despedí —contestó y terminó de beber lo que le quedaba de su café.
Saije lo quedó mirando con enojo por creer que le estaba tomando el pelo.
—¿Qué?
—Vi que eres demasiado caprichoso, así que, para que todo sea como tú quieres, entonces no habrá nadie más que tú —dijo mientras se ponía de pie.
—¿Estás loco o qué?
—El otro día mencionaste que había polvo por algunos lados, así que tendrás todo el día para limpiar cada rincón de la casa.
—¡¿Qué?! ¡No soy tu empleado, idiota! —soltó furioso y deseó tener algo en las manos para tirárselo a la cara.
—También mencionaste que la comida era asquerosa y que tú solo debías comer comida de primera categoría, así que la cocina es toda tuya. Claro, eso si es que sabes utilizarla —se burló Jaehan, pero se contuvo las ganas de soltar una sonrisa.
Podía ver que Saije era más pequeño que él, pero que la cantidad de enojo que podía haber en su cuerpo era demasiado. Lo vio con su rostro rojo y como casi le salía humo por los oídos. Tenía más que claro que, si hubiera tenido un arma, le habría disparado hasta agotar todas las balas. Su cabello rosado ya podía ver que se volvía rojo fuego.
—¡¿Crees que no sé cocinar?! ¡Puedo hacer lo qué quiera! ¡No soy un inútil como tú, maldito enfermo!
Lo vio pasar por su lado y quiso subirse a su espalda para ahorcarlo unos segundos, pero sabía que no tenía muchas oportunidades de ganar. Miró a todos lados hasta que vio en la mesa que había un florero con unas rosas que estaban recién cortadas.
—Llego como las siete. Sé una buena esposa y tenme la comida lista.
—¡¡Te la tendré, pero con veneno!! —exclamó con fuerza tirándole el florero.
Jaehan ya había cerrado la puerta, así que solo impacto en ella. Se quedó parado unos segundos escuchándolo como regañaba solo y como gritaba miles de palabrotas mientras maldecía su nombre de todas las formas posibles y hasta en otro idioma. Naturalmente, estaba haciendo un berrinche. Comenzó a alejarse cuando lo escuchó intentando abrir la puerta y, al darse cuenta de que estaba cerrada con llave, comenzó a gritar con muchas más ganas.
Había unos hombres que solían cuidar el área siempre y se quedaron asombrados porque Saije gritaba groserías que ni siquiera ellos conocían. Se miraban unos con otros y sintieron un poco de lástima por su jefe por tener que soportar a alguien como él.
—No la tiene fácil, jefe —comentó uno mientras caminaba a su lado.
—No me interesa tenerla fácil. Es únicamente por un contrato. Cuando se finalice, no lo volveré a ver nunca más.
—Menos mal usted es un poco paciente.
—Sí, supongo que la paciencia es mi mayor virtud.
El viaje al trabajo fue lento. Revisó algunos correos en el camino y notó que, la noticia de su matrimonio, estaba saliendo a la luz de forma rápida. Se habían casado en secreto donde solo había estado la familia, pero, como siempre, los medios televisivos se enteraban de todo de cualquier forma con tal de tener algo de que hablar para tener más trabajo y dinero.
Al bajar en su empresa vio el nombre del apellido de su familia en lo alto: EMPRESAS TECNEC BRENNAN LIMITADA.
Se especializaban en diferentes cosas y la marca BRENNAN era una de las más vendidas, ya fuera en telefonía o computación. Estaban expandiendo sus terrenos y sus inversiones le funcionaban a las mil maravillas. Jaehan era el CEO de la principal, pero sus otros dos hermanos se estaban comenzando a encargar de otras, aparte de otros integrantes de su familia: tío, madre y padre.
—¡Felicidades por su boda!
—Felicidades, CEO Jaehan.
—¡Me alegro por su boda!
—¡Espero que tenga una linda vida matrimonial!
Escuchó las felicitaciones en silencio y únicamente daba un asentimiento de cabeza en modo de agradecimiento, pero no podía evitar pensar en el hecho de que el tener una linda vida matrimonial era muy difícil cuando, con quién se había casado, de seguro que le estaba preparando comida con veneno y hasta pensando en como quemar la casa sin importarle el morir en el intento.
—Gracias a todos. Es algo que se debía mantener en secreto, pero creo que ya todo el mundo lo sabe —supuso, reflexionando en cómo iba a controlar los medios y las cosas que se le iban a venir encima.
—¿En secreto? Usted es uno de los CEOS más famosos del último tiempo, además es un Alfa dominante con una reputación intachable, es normal que todos estuvieran pendiente de su vida.
No dijo nada más, solo entró a su oficina para comenzar a revisar algunos papeles.
—Permiso —habló su secretaria que entraba con unos papeles.
Era una Omega que llevaba trabajando con él más de tres años y siempre se esforzaba en dar lo mejor de sí con el único propósito de obtener algo a cambio del Alfa, pero ahora, con la noticia de su reciente y secreta boda, no estaba nada feliz.
—Magdalena, que bueno que has venido. Llévale estos papeles a Rouse, dile que hay algunos puntos que están mal. Se los he dejado marcados para que los corrija lo antes posible.
Ella asintió tomando los papeles y entregándole otras cosas.
—Lo siento mucho, jefe. Rouse lleva un mes ya aquí, pero aún no se acostumbra. Es un tanto lenta.
—No te preocupes, todos cuando somos nuevos en algún lugar solemos cometer errores. Solo dile que, si tiene alguna consulta, que me la haga para que los errores se puedan evitar.
—Por supuesto. ¿Necesita algo más?
—Nada, puedes retirarte.
Tecleó algunas cosas en su computador, pero se detuvo al ver que ya habían pasado tres horas. Pensó que habían sido horas suficientes para que a Saije se le pase el enojó y marcó el número de la casa.
El teléfono que estaba colgado en la pared sonó y sonó por mucho tiempo, pero Saije no hizo ni el más mínimo intento en tomarlo. Estaba más que furioso aún y le daba exactamente igual todo.
—Ese maldito Alfa. Pero, si ha asumido que me puede ganar, está muy equivocado. Voy a dejar este asqueroso sitio brillante —aseguró.
Tenía todo lo necesario para comenzar a limpiar, nada más se colocó un pañuelo en su cabello para evitar que se le vaya para los ojos y comenzó a limpiar todo lo que sus ojos veían. Podía ser caprichoso, vanidoso e insoportable, pero no por eso era alguien inservible. Sabía hacer muchas cosas sin problema alguno y era bastante rápido, así que, cuando terminó de limpiar toda la casa entera, aún le quedaban tres horas para que Jaehan llegara.
Se sintió más que orgulloso porque todo olía bien y casi podía ver su lindo y hermoso reflejo en el suelo.
Luego, se dispuso a irse a la cocina para ver qué cosas tenía y comenzó a cocinar todo lo que sabía sin detenerse. Tenía harina hasta por los ojos y se quemó más de un dedo, pero no se detuvo jamás. Ordenó la mesa para dejarla elegante, casi como la mesa que solo la realeza debería tener. Y no solo porque estaba ordenada sino porque había todo tipo de comida.
—Vamos a ver quién perdió —susurró cuando se sentó en el sillón y, en menos de diez minutos, estaba durmiendo desparramado.
Cuando se escuchó la llave siendo introducida en la puerta, Saije seguía durmiendo. Tenía el sueño pesado, así que no despertaba ni por un terremoto.
Jaehan abrió la puerta cuando vio todo brillante. Miró a todos lados porque hasta el más mínimo lugar relucía. El aroma que había en el lugar era dulce y no sabía muy bien a qué olía. Dio unos pasos pensando que, en cualquier momento, Saije se iba a tirar sobre él para atacarlo por la espalda con un cuchillo. Dio unos pasos dentro, pero todo estaba demasiado silencioso hasta que escuchó un pequeño ronquido.
Miró en aquella dirección para verlo durmiendo en el sillón. Aún tenía el paño en su cabello y un pequeño camino de baba por la comisura de sus labios. Además de harina por todos lados.
Lo observó unos segundos porque durmiendo se veía inocente e indefenso, pero cuando estaba despierto era muy diferente. Tragó saliva y desvió la mirada para encontrarse con la comida que había sobre la mesa. No sabía si realmente él había cocinado todo aquello o no, pero no podía negar el hecho de que se veía todo delicioso. Se acercó un poco para mirar más de cerca cuando vio una nota.
BUENA SUERTE ELIGIENDO LA COMIDA QUE NO TIENE NADA MALO, ZOPENCO.
ATENTAMENTE: TU LINDA ESPOSA.
Soltó un suspiro meditando en qué probar. Vio unos waffles dando por hecho de que nadie se atrevería a dañar unos deliciosos waffles. Tomó un pedazo de uno con un tenedor para llevarlo a su boca y al principio no sintió nada, cuando, luego de masticarlo unos segundos, lo picante le llegó hasta el alma.
Saije solo siguió durmiendo como un pequeño angelito mientras que Jaehan estaba lavando su boca con agua porque sentía que lo picante le llegaba hasta las entrañas.
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