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El Novio De Papá

1. El amor siempre llega

Era un día normal, como cualquier otro, estaban siguiendo la misma rutina de siempre, sus clases acabaron y su padre fue a recogerlo trayéndolo de regreso junto con su mejor amigo, pese a tener quince años esto era algo que a Alejandro no le molestaba, se sentía genial cada que su padre iba a por él en su grandioso automóvil negro, además se ahorraba todas las incomodidades del transporte público y unos cuantos pesos.

—Entonces —Alejandro metió conversación tras recordar un dato importante del que su padre le había hablado la noche anterior—, ¿Olivia va a casarse?

—Así es, nos invitó a ambos —respondió Fernando, su padre, con total naturalidad.

—¿¡Y lo dices así como si nada!? —Alejandro fue petulante, lo sabía, pero no podía contener el malestar que despertaba en él lo que estaba pasando. Él ya se había hecho ilusiones con su padre y aquella mujer, habían salido un par de veces juntos y la química entre ambos era innegable—. ¡Era la chica que te gustaba! —no pudo evitar reclamar.

—Se casará con mi jefe, quien se divorció de su esposa para poder casarse con ella. No es una buena mujer —Fernando sentenció con una agradable sonrisa—. Además, tú no deberías preocuparte por cosas como esas.

—Claro que me preocupo, eres mi padre.

—Alejandro quiere una mamita, eso me ha dicho —dijo Gustavo, solo por molestar.

—¡Gustavo cierra la boca! —Alejandro se giró con toda la intención de golpear a su moreno amigo con el periódico que tenía a la mano, pero su padre le atajó con un llamado de atención—. No es eso, no quiero una "mamita", solo quiero que te distraigas y tengas citas.

—Tengo citas.

—Salir a jugar con tus amigos del trabajo no cuenta como "citas".

—He llevado a la señora Remedios al supermercado.

—Ella tiene 75 años y está casada.

—Juno.

—Ella vive al otro lado del mundo, y ¡ni siquiera sabes si es real!

—Está bien, tú ganas —Fernando sonrió sin darle mayor importancia—. Comenzaré a tener citas con chicas que sean de tu agrado, ¿feliz?

—¿Me lo prometes?

—¿Tengo que hacerlo?

—¡Chica guapa a la derecha! —Todos giraron sus rostros a la voz de Gustavo, quien como siempre, llamaba la atención por lo escandaloso que solía ser al hablar—. Tienen vecina nueva, y parece que es bonita.

—Papi... —dijo Alejandro, su mirada estaba enfocada en la distancia, en esos momentos solo podía ver un corto pero sedoso cabello negro, un cuerpo delgado y un buen juego de ropa, de lo poco que se veía, lucía realmente bien.

—Alejandro, no puedo coquetear con alguien quien apenas se está mudando, eso sería raro.

Hastiado, Alejandro soltó un fuerte gruñido. —¿Puedes por lo menos hacer el intento?

—Está bien, pero no vuelvas a hablarme de esa manera, soy tu padre.

—Sí, como digas.

Como de costumbre, Fernando dejó a Gustavo en su casa que estaba un par de calles más abajo de donde ellos vivían y luego volvió en el camino hasta guardar el auto en su garaje, tras esto salió de casa bajo la promesa de “coquetear” con la vecina nueva, aunque Alejandro sabía que su padre era demasiado cobarde como para ponerse en esas con alguien a quien apenas estaba conociendo.

—¿Tu padre siempre fue a ver a la vecina nueva? —preguntó Gustavo a Alejandro cuando le hubo llamado bajo la primera excusa que se le pasó por la cabeza, solía hablar todo el tiempo con él, en su agenda, nunca se acababan los temas de conversación.

—El chisme te puede. —Alejandro activó el altavoz para poder hablar con Gustavo ya que se encontraba algo ocupado calentando la comida que su padre había preparado en horas de la mañana—. Sí, fue para allá, y se está demorando.

—Vas a estrenar mami.

—¡No voy a estrenar "mami"! A ver, tengo 15 años. ¿Para qué quiero una madre a estas alturas? Solo quiero que papá dedique tiempo para él, toda la vida siempre he sido yo, yo, y yo, y quiero que él...

—Eres un buen hijo —Gustavo le interrumpió soltando un suspiro casi imperceptible, pero que ambos escucharon claramente—, no todos a tu edad piensan en la felicidad de sus padres.

—¿Te imaginas a mi papá con novia?

—Tendrás que compartir reino.

—¡Eso jamás! —Alejandro pronunció con total seguridad, aunque siendo consciente de que solo estaban bromeando—. Yo soy el rey de esta casa y ninguna aparecida me va a quitar mi lugar. —Al escucharle, Gustavo soltó una escandalosa risotada, que Alejandro no dudó en acompañar—. Hablo en serio.

—Egoísta.

—Lo soy.

—Eres muy malo Alejito.

—Mi papá ya llegó, te llamo luego para contarte como terminó todo.

—Espero la llamada.

Alejandro colgó y con una enorme sonrisa esperó a su padre en el comedor, este llegó con una divertida risilla plantada en sus labios y sin abrir la boca caminó hasta su lugar.

—¿Y? —preguntó Alejandro evidenciando toques de ansiedad en sus facciones—. ¿Cómo te fue?

—La nueva vecina tiene 18 años.

Alejandro chasqueó la legua y se dedicó a servir la comida de ambos, eso era una mala noticia, a Fernando no le gustaban las mujeres tan menores, él había madurado a muy temprana edad y sus expectativas sobre una pareja estaban en otro nivel, eso sin contar que nunca se metería con alguien que solo le llevara tres años a su hijo.

—Qué lástima.

—Y eso que no te he contado la mejor parte. —Alejandro frunció el ceño al ver una pícara sonrisa que su padre ni siquiera podía contener—. La nueva vecina es... el nuevo vecino.

—No te entiendo.

—Lo que yo llamé "una chica plana" es en realidad un chico.

—¿¡Hablas en serio!? —la sorpresa de Alejandro pronto se transformó en una estruendosa carcajada, y entre bromas y chanzas se olvidaron del tema, hasta que unas horas después Gustavo fue a visitarlos, allí todo volvió a salir a flote.

—¿Dónde quedó el respeto? —Fernando les reclamaba sin parar de reír—. ¡Les recuerdo que tengo 32 años!

—Queremos detalles. ¿Qué le dijiste exactamente?

—Bueno. —Fernando enarcó una ceja mientras elevaba su mirada. Recordar lo sucedido con el nuevo vecino se le hacía ingenuamente divertido—. Yo le dije que si podía ayudarla, que me parecía muy guapa, y él me respondió que si quería decir "guapo", porque él era un chico —Fernando rio renegando con su cabeza, mientras los otros dos soltaron fuertes carcajadas—. Aún me avergüenzo al recordarlo.

—¿Pero por qué tardaste tanto? —preguntó Alejandro realmente intrigado.

—Se estaba mudando y necesitaba ayuda, no iba a negarme a ayudarle porque era un chico, además eso me sirvió para compensar la vergüenza.

—Bueno, ya que el plan vecina nueva y guapa fracasó por obvios motivos, tendré que ponerme en la tarea de buscarte una cita, con una chica de verdad.

—Espero que tengas suerte, yo mientras tanto iré a darme una merecida ducha —Fernando desperezó todo su cuerpo con un gran estirón—. Gustavo, no te vayas muy tarde a casa.

—Termino este trabajo y me voy enseguida.

—Alejito, lo acompañas.

—Ni que se fuera a perder, pero está bien, yo lo acompaño hasta la esquina.

2. El amor y la coincidencia

El reloj marcó las seis de la mañana y ya Fernando había aseado la sala y montado el almuerzo. Por el poco tiempo que tenía entre jornadas laborales no tuvo otra opción que hacerlo de esa manera, la comida perdía calidad, pero por lo menos se aseguraba de que su hijo tuviese el almuerzo preparado al regresar del instituto.

Cuando el reloj marcó las siete, ya el desayuno y el almuerzo estaban listos, así que fue a la habitación de Alejandro para despertarlo y luego se metió en su cuarto. Una merecida ducha, su elegante traje de trabajo bien puesto y su exquisito perfume impregnado en su cuerpo. Todo estaba perfectamente listo. Todo marchaba en su obsesivo orden, y pudo haber sido una mañana normal y cotidiana, pero el timbre sonó, sonó en reiteradas ocasiones haciéndole salir de su habitación para abrir la puerta a toda prisa. Tras esta estaba el chico que recién se había mudado el día anterior, lucía asustado y agitado.

—¿Pasó algo malo?

—La señora Carla tuvo un accidente, soy nuevo aquí, y no sé qué hacer —dijo el chico de oscuros cabellos, piel lechosa y carita aniñada, se veía realmente alterado, así que Fernando salió disparado hasta la casa de su vecina, encontrando  a la mujer tirada en el suelo inconsciente, entre ambos la subieron al auto y juntos la llevaron hasta el hospital.

Fernando miró su reloj, por las prisas dejó el celular cargando en su habitación y no consiguió explicarle nada a Alejandro sobre lo que había pasado. Solo esperaba que su hijo hubiese puesto de su parte para llegar a su instituto a tiempo, ya él se las arreglaría en su trabajo para justificar su demora.

—Creo que de aquí en adelante puedo hacerlo yo solo —dijo el delgado chico interrumpiendo el incómodo silencio.

—No voy a dejarte solo.

—Ya hiciste demasiado y los médicos dijeron que la señora Carla está bien. —Santiago, como le había dicho que se llamaba, llevó un mechón de su lacio cabello tras su oreja, y le miró trasmitiéndole miedo e inseguridad, pero a su vez firmeza y confianza, el chico estaba asustado, pero no quería demostrarlo—. No quiero causarte más molestias.

—No eres una molestia —Fernando le sonrió e inocentemente sacudió sus cabellos, tal cual lo hacía con su pequeño Alejandro. Solo tres años de diferencia. ¿Qué sería de Alejito si algún día a él le pasase algo malo? Tal vez también se sentiría así de asustado y perdido—. Pasaré por ti a la hora del almuerzo.

—No es necesario.

—¿Desayunaste?

—Sí… —dudó al responder—, por supuesto.

—¿Qué comiste? —Fernando atacó y Santiago le miró a los ojos tardando largos segundos en abrir la boca pero no alcanzó a pronunciar nada porque Fernando se lo impidió—. No me mientas.

—Comeré algo luego.

—¿Tienes dinero para comprarlo?

—Tengo algo de...

—Muéstramelo —volvió a interrumpirlo.

Santiago agachó su rostro y bufó una triste sonrisa. —Eres tan molesto.

Sin decir nada más, Fernando sacó unos cuantos pesos de su cartera, que por suerte sí había llevado consigo y le dejó dinero, también le hizo prometerle que le esperaría allí hasta que él volviese del trabajo. Llamó a Alejandro cuando se aseguró que este estaba en descanso y luego de un par de quejas y reclamos por parte de su hijo, llegaron al acuerdo de que ese día no pasaría a recogerlo porque tomaría la ruta cercana al hospital, pero que lo compensaría llevándolo el próximo domingo a cine, a él y a su mejor amigo Gustavo. Así se resolvían sus negocios. Cuando su jornada matutina acabó, se dirigió de inmediato al hospital, y como le había prometido, el chico de bonito rostro esperó sentado hasta que él llegó.

—Hola Santi, ¿sabes cómo ha seguido la señora Carla?

—¿Santi? —el moreno preguntó enarcando una ceja.

—Es de cariño, es que me recuerdas a mi hijo.

—¿Tienes un hijo que se llama Santiago?

—No, no importa, el punto es, ¿cómo siguió la señora Carla?

—Va a quedarse en observación unos días, pero los médicos me dijeron que estaba bastante bien.

—¿Y qué desayunaste?

—Cruasanes con chocolate —respondió él con una bonita sonrisa.

—¿Ves que es más fácil responder cuando dices la verdad? —Fernando se sentó a su lado y de manera apacible palmeó una de sus rodillas como muestra de apoyo—. Gracias a Dios tú estabas con ella, su familia aún no regresa de unas vacaciones.

—Y gracias a Dios tú ayer te acercaste a ayudarme, cuando todo pasó no sabía qué hacer ni a quién acudir.

—Todo va a estar bien. —Fernando suspiró y le brindó una sonrisa reconfortante, y Santiago asintió y sonrió de vuelta—. Ven, vamos a casa, por la tarde regresamos.

—Quiero quedarme de largo, su familia no ha llegado aún y no quiero dejarla sola.

—Tienes que almorzar y ducharte.

—Pero...

—Ella estará bien, la señora Carla es muy fuerte, y me aseguré de que le estuviesen brindando la ayuda médica necesaria, además conociéndola como la conozco, sé que se enfadará conmigo si no atiendo a su inquilino como a ella le gustaría hacerlo.

—De verdad no es necesario.

—Te estoy invitando a almorzar, ¿sabías que es de mala educación rechazar una invitación como esa?

—Vale —aceptó Santiago mostrando algo de vergüenza y timidez en su rostro—. Está bien, iré contigo, ¿Fernando?

—Veo que recuerdas muy bien mi nombre.

—Tengo buena memoria —Santiago caminó tras él, sintiéndose algo cohibido e intimidado, había un algo en ese hombre que le hacía sentirse extraño, gratamente extraño. Con suaves movimientos abrió la puerta y se subió en uno de los asientos traseros del auto, guardando silencio durante todo el camino, incluso se mantuvo algo callado estando en la casa de aquel castaño hombre que se había ofrecido a ayudarle.

—Ponte cómodo Santi, en unos minutos sirvo la comida.

—No me llames así —dijo Santiago apenas elevando el tono de su voz, no estaba molesto, en lo absoluto, pero sí algo abochornado—, me haces sentir como un niño.

—Lo siento, es la costumbre

—¿Dónde está tu hijo?, ¿vive contigo?

—Sí, por supuesto —Fernando hablaba mientras atendía la cocina, para no ensuciar sus ropas se había puesto un curioso delantal con figuras animadas que al de cabellos negros le causó mucha gracia, pero no dijo nada al respecto, temía abusar de su confianza—. Ahora mismo está en el instituto, viene en unos minutos, es más, no creo que tarde mucho, ya es hora del almuerzo y él siempre vive con hambre.

—No lo culpo —comentó Santiago ensanchando su sonrisa, sintiéndose demasiado cómodo, comprendiendo que habían demasiadas cosas en ese lugar que comenzaban a gustarle, y mucho—, con lo rico que huele todo, hasta yo correría kilómetros para venir a comer un poco.

—¿Estás alabando mi sazón?

—Tienes muy buena sazón, mira que yo no tenía nada de hambre cuando llegué, pero apenas comenzaste a calentar la comida mi estómago comenzó a gruñir.

—Eres muy bueno alabando —dijo Fernando con aparente seriedad—, acabas de ganarte muchas invitaciones a almorzar.

—Ya dije que no es necesario, además yo sé cocinar.

—¿Tu sazón es mejor que la mía? —preguntó Fernando mirándole con algo de complicidad en su rostro, y el joven moreno soltó una traviesa risilla, y encantado, se quedó prendido de ese par de hermosos ojos avellana que aún le miraban.

Fernando se le hacía atractivo, muy atractivo, era un hombre en sus treintas que transmitía la frescura y vitalidad de alguien de 20, además era bastante guapo, cabello castaño, piel dorada, ojos claros, cualidades que se potencializaban con una actitud caballerosa y una sonrisa amable.

Ese hombre le encantaba.

—Buenas —la voz de Alejandro se hizo sentir al instante, tosca, fría, inexpresiva—. No sabía que habría visita.

—Hola Alejito, él es Santiago, el vecino nuevo.

—¿Alejito? —Asombrado, el moreno abrió ampliamente sus ojos—. ¿Él es tu hijo?

—Sí. —Fernando sonrió orgulloso, sin lugar a dudas Alejandro era lo mejor y más importante en su vida—. Él es mi bebé.

—¡No me digas así! —reprochó el nombrado—. Es vergonzoso.

—Es bastante ¿grande? ¿Cuántos años tiene?

—15 —respondió Fernando.

—Una edad difícil.

—¿Y quién te crees para hablar de eso? —Alejandro respondió áspero, y se sentó frente a él sin dejar de mirarle a los ojos—. ¿Tú tienes cuantos? ¿16?

—18.

—Pues pareces de 14 y también tienes cara de mujer.

—Alejandro ¿qué está pasando contigo? —confundido, Fernando le dirigió una dura mirada a su hijo al tiempo que avanzaba hasta el moreno dejando una tierna caricia sobre su hombro—. Santiago, te pido disculpas por parte de mi hijo.

—¿Puedes quitarle la mano de encima? —Alejandro no disimuló su molestia al preguntar, como tampoco Fernando disimuló al reprenderlo solo con su mirada—. ¿Y qué hace él aquí?

—¿Puedes repetir esa pregunta sin ser tan grosero?

—¿Quieres que me comporte como un maldito hipócrita?

—¡Alejandro, ve ahora mismo a tu habitación!

—No, no, por favor —Santiago se puso de pie manteniendo sus manos en alto, sonriendo tímido, nervioso—. Yo no quiero causar problemas.

—Santiago, de verdad lo siento, él por lo general no es así —Fernando no podía con la vergüenza, eso se notaba, y tal vez, eso lo animó a ser más duro con su hijo—. ¡Te dije que te fueras a tu habitación!

—Me iré a mi habitación cuando él se vaya de mi casa.

—Ve ahora mismo a tu habitación y olvídate de que pagaré tu plan de celular el próximo mes.

—Claro, porque ahora un extraño es más importante que tu hijo. —Alejandro resopló sonando realmente molesto y haciendo el mayor ruido posible, se fue hasta su habitación cerrando esta con un portazo, Fernando estuvo a punto de reprenderle una vez más, pero Santiago lo atajó llamando su atención.

—No lo regañes por favor.

—De verdad lo siento.

—Tal vez solo está celoso.

—¿Por qué tendría que ponerse celoso?

—Porque eres su papá, y estás siendo muy atento conmigo, tal vez, tal vez se siente amenazado, ya sabes que a esa edad todo es más difícil.

—Hablaré con él.

—No seas duro con tu hijo, por favor.

—Tengo que ser duro con él.

—Por favor.

Caminando de un lado a otro dentro de su habitación, Alejandro mantenía el celular en su oído mientras esperaba que su amigo respondiera a su llamada. Alejandro estaba ansioso, se tornaba desesperado.

—¿Tavito?

—Alejo, ¿qué te pasa? Suenas raro.

—¿Crees que a mi papá le pueda gustar un chico?

—¿Un chico?

—Otro hombre.

—Ayer solo bromeábamos Alejito, tu padre casi no sale a citas pero a él le gustan las mujeres.

Alejandro cerró sus ojos comenzando a soltar largos y pesados suspiros.

—Tienes razón, a él nunca le gustaría un chico.

—¿Por qué preguntas eso?

—Hoy cuando regresé de clases lo encontré en la casa hablando con la falsa chica, la sonrisa de idiotas que ambos tenían daban ganas de agarrarlos a golpes.

—Exageras —Gustavo sonrió bajito—. Deberías controlar tus celos y tu imaginación.

—No estoy celoso, solo que lo que vi no me gustó en lo absoluto.

—Sí lo estás.

—¡No lo estoy! —Alejandro insistió.

—Entonces, ¿por qué suenas enojado y no preocupado?

—Pues no lo sé, lo único que sé es que no quiero que ese chico siga viniendo a esta casa.

—Suenas como si lo odiases a muerte.

—¡Eso es! —Alejandro rio amargamente—. Lo odio, me cayó mal y no quiero verlo nunca más aquí.

—Alejito, controla tus celos.

—¡Que no estoy celoso!

3. El amor no elige

Sus descansos los pasaba con Tavo. Ambos tenían otros amigos, tal vez Gustavo más que él, pero de una u otra manera siempre eran ellos dos y luego el resto, esto había sido así desde que comenzaron a estudiar juntos desde primero de primaria, y Alejandro no tenía ninguna intención de cambiarlo, ni siquiera un poco. No había nadie mejor que Gustavo.

Gustavo era de cabellos oscuros y piel canela, tenía rasgos varoniles muy marcados que contrastaban con su personalidad juguetona y algo  infantil. Gustavo era alto, incluso más que él y eso que Alejandro estaba por encima del promedio. Además también, Gustavo era un gran deportista, era de esos afortunados que podía hacer con su cuerpo casi cualquier cosa, era bueno en futbol, atletismo, baloncesto, y un gran sinnúmero de deportes, aunque el que más le encantaba era el taekwondo, Gustavo era cinta negra.

Por su parte Alejandro era de cabello castaño claro, ojos color avellana, y piel dorada —muy parecido a su padre—, no destacaba en casi nada, ni académicamente y ni en el ámbito deportivo, lo único a su favor era que la pubertad le había pegado bien y desde los catorce comenzó a llamar la atención de las chicas, lo que le subió unos puntos de popularidad, que no le hacían falta pero que tampoco le sobraban. Alejandro era flojo, le gustaba gastar bromas pesadas, además era petulante, impulsivo, pero eso sí, muy buen amigo.

—¿Y serás bueno con él? —preguntó Gustavo aún sin creerse la escena de celos que su amigo le había montado a su padre.

—Mi padre me dijo que si no lo era me quitaría el celular, así que sí, seré bueno con él. Me sigue cayendo mal —Alejandro aclaró—, pero le daré una oportunidad, además tienes razón, creo que estoy exagerando un... ¿¡Qué mierdas te hiciste en las cejas!? —Alejandro cambió de tema cuando Gustavo movió su gorra dejando ver un par de cejas perfectamente arregladas y una de esta con un pequeño corte hecho con mucha precisión.

—Ayer me fui a cortar el pelo y aproveché para hacérmelas.

—¿Pero… por qué?

—Está de moda, es cool —Gustavo respondió con algo de duda en su voz, y Alejandro lo miró fijamente y en su cara, estalló en risa—. ¿Por qué eres tan malo conmigo? —Gustavo se quejó sonrojándose ligeramente y con una floja sonrisa renegó son su cabeza.

—¡Pero si no he dicho nada!

—Te conozco.

—Hoy las cejas… ¿mañana las uñas? —dijo Alejandro en tono burlón y el moreno no midió fuerzas para acertarle un manotazo en la frente—. ¡Eso dolió! —se quejó dramatizando el momento, aunque sin perder su enorme sonrisa.

—Te lo mereces.

—Solo bromeaba.

—Ajá, como digas —Gustavo se le adelantó dando grandes zancadas, y él se vio obligado a acelerar sus pasos para poder seguirle el ritmo.

—¿A dónde vas?

—Al baño, voy a acomodarme la gorra.

—¿Por qué? Te ves bien así —Alejandro se acercó aún más a él abrazándole fuerte por la espalda, deteniendo sus pasos, reteniéndolo—. Solo estaba bromeando contigo, lo sabes ¿no?

—Lo sé.

—Por cierto, necesito que me acompañes a la peluquería, también quiero un cambio de look, seré completamente rubio.

—Pero castaño estás bien. —Gustavo se giró sobre su cuerpo quedando ambos a escasa distancia, y luego de dibujar en su rostro una dulce sonrisa, sacudió los cabellos de Alejandro—. No pintes tu cabello, vas a dañarlo.

—Tú deberías apoyarme en este tipo de decisiones.

—¿Para qué soy tu mejor amigo? ¿Para apoyarte sin aconsejarte?

—Para estar conmigo en las buenas y en las malas.

Gustavo suspiró resignado, aunque luego soltó una traviesa risilla. —Tu padre va a matarte.

Santiago no dejaba de sentirse incómodo por lo sucedido con Alejandro, y en realidad no estaba de ánimos para aguantarse los malos ratos del mocoso, pero Fernando había sido tan bueno e insistente que él no pudo negarse, así que al día siguiente Santiago estaba frente a la puerta del castaño apretando tímidamente el timbre, él lo ponía nervioso.

—Hola Santi. —Fernando abrió y le invitó a pasar pero no le dedicó demasiada atención, él estaba más preocupado en su celular que en cualquier otra cosa, y en completo silencio el moreno caminó hasta la cocina bajando la alta llama de la estufa, era poco lo que sabía del tema, pero no era tan estúpido como para dejar quemar el arroz, menos cuando Fernando se veía tan atareado.

—Pareces algo ocupado —dijo Santiago tras verle colgar la llamada.

—Alejandro ya debería estar aquí. Me llamó hace unas horas y me pidió que no fuera a recogerlo, que haría algo antes, pero está demorando demasiado.

—¿Estás preocupado? —Santiago se sentó en el comedor, cerca de él.

—Bastante.

—Está en su edad rebelde, tal vez solo esté con sus amigos

—Llamé a su mejor amigo y tampoco me contesta.

—¿Tienes el número de su mejor amigo? —Santiago no pudo evitar sonreír tiernamente mientras recargaba su codo en la mesa y su mentón en la palma de su mano—. Sin lugar a dudas eres un gran padre.

—Pero no sé qué estoy haciendo mal últimamente. —Cansado, Fernando dejó el celular en la mesa y haciendo notar su agotamiento comenzó a acariciar sus sienes—. Sé que está creciendo pero, no sé, todo es muy repentino.

Sin decir nada, Santiago caminó hasta quedar tras de  él y comenzó a acariciar sus hombros, Fernando se negó y le pidió que no lo hiciera, pero Santiago insistió tanto, que al final el castaño no tuvo otra opción más que recibir el reconfortante masaje.

—Estás muy tenso.

—Tengo un hijo adolescente.

—¿A qué edad lo tuviste?

—A los 16.

—Eras muy joven. —Fernando asintió cerrando sus ojos—. ¿Y La madre?, espera, ¿no te incomodan estas preguntas?

—No, para nada —respondió Fernando aun sin abrir sus ojos, pero comenzando a sonreír gratificantemente, Santiago se estaba esforzando mucho en relajar muy bien su cuerpo—. Su mamá se fue cuando él tenía un año. No es fácil tener un bebé, no es fácil criar un hijo.

Santiago se acercó a su oído, lo hizo más de la cuenta y lo hizo a consciencia.

—Has hecho un buen trabajo —susurró en un suave y tenue tono de voz, y se quedó así de cerca contemplando las lindas facciones del mayor mientras este aún tenía sus ojos cerrados. Él era hermoso, lo era en demasía. Era su tipo de hombre, tenía todo lo que le gustaba, hasta un poquito más. La forma de sus ojos, su masculino a la vez que inocente perfil, y sus labios, sus rosados y regordetes labios, cuántas ganas tenía de besarlo, pero no podía hacerlo, por supuesto que no, pero por lo menos podía mirarlo, tocarlo un poco, deleitarse con su presencia, ¿qué de malo podía haber en ello?

le respondió su conciencia cuando al alzar ligeramente su mirada se encontró con los furiosos ojos de Alejandro sobre él.

—¿Puedo saber qué están haciendo?

—Alejandro, ¿dónde estab...? —Fernando se paró de un brinco y su rostro se tornó sorprendido, indignado, exaltado—. ¿Qué le hiciste a tu pelo?

—Me decoloré —respondió Alejandro mientras relajado, acariciaba sus ahora rubios cabellos—. Pero aquí el de las preguntas soy yo.

—Alejandro, ¿qué está pasando contigo?

—Eso debería decirlo yo, ¿qué es eso de estar recibiendo masajitos de tu protegido?, ¿después qué vendrá?

—Alejandro ¿qué estás insinuando?

A todas esas, Santiago se mantuvo al margen de la discusión, se sentía culpable, lo era, él no debió haberse ofrecido a hacerle el masaje, como tampoco debió haberse acercado tanto a su rostro. Santiago sabía muy bien que por lo menos en esa ocasión Alejandro no estaba exagerando.

—¡Santiago solo es un niño! ¿Tú de verdad crees que yo tendría ese tipo de intenciones con él? ¿En qué concepto me tienes Alejo? Soy tu padre, no un desconocido. Por favor, tenme un poco de respeto.

—Procura guardar distancias con él —Alejandro habló mirando fijamente los ojos de un confundido y apenado Santiago, quien seguía sin atreverse a mover sus labios—. Él no es como tú.

—Alejandro Valencia, ve a tu habitación, tenemos que volver a hablar.

—Santi —Alejandro le llamó siendo irónico, satírico, ignorando por completo a su padre quien se había plantado ante el moreno, para "protegerlo" del ataque de su rebelde hijo—. Mantén tus sucias manos lejos de mi padre.

—¡Alejandro, ya ha sido suficiente!

—¿Quieres que me vaya a mi habitación? —El menor alzó sus manos y enarcó sus cejas, su pésima actitud resaltaba a la vista, lo borde de su comportamiento destilaba de su cuerpo—. Me iré a mi habitación. ¿Te quieres quedar a solas con él?

—Un comentario más y le quito la puerta a tu habitación ahora mismo —Fernando apretó sus dientes respirando furioso, pero al tiempo, tratando de controlarse—. ¿Tan egoísta eres para no poder compartir un poco de lo que la vida te dio con alguien que lo necesita?

—Yo no soy un necesitado —reprochó Santiago escurriéndose de sus espaldas, luego le brindó una tímida sonrisa, y sin esperar más, salió disparado en dirección a la puerta.

—Santiago, lo siento —Fernando le alcanzó justo antes de que llegara a la misma—. De verdad lo siento, no quise decir eso.

—Creo que lo mejor es que me vaya —comentó Santiago tras soltar un fuerte y pesado suspiro, y Fernando no dijo nada, pero su mirada lo decía todo, él también pensaba lo mismo. El castaño se veía realmente apenado, y motivos le sobraban, así que para bajarle pesadez al ambiente, Santiago curvó sus labios mostrando una preciosa sonrisa. —Gracias Nandito.

—¿Nandito? —El mayor también sonrió, aunque algo incrédulo—. ¿Dónde quedó el respeto?

—Lo siento.

—No. —susurró Fernando, y volvió a sacudir sus cabellos, tal cual lo hizo mientras estuvieron en el hospital, solo que esta vez esas mismas caricias se sintieron cien mil veces mejor—. Yo lo siento, por favor perdona a Alejito, está en su edad difícil.

—Lo entiendo. Si tuviera a mi lado a alguien como tú, tampoco dejaría que cualquiera se le acercara así de repente.

—No lo justifiques.

—No seas duro con él, por favor.

—Tengo que ser duro con él.

—Por favor —rogó Santiago con voz aniñada, y este gesto arrebató una divertida sonrisa de los labios del castaño.

—Está bien, lo perdonaré solo porque tú lo has hecho, pero hablaré seriamente con él.

—Gracias.

—Santi —Fernando soltó un fuerte suspiro—. No le prestes mucha atención a lo que Alejandro ha dicho.

—Tranquilo —Santiago suspiró profundo, le jodía un poco escuchar eso, pero lo entendía, comprendía muy bien cómo eran las cosas entre ellos—. Sé que no eres esa clase de persona.

—Gracias por comprenderlo.

—¿Ahora se van a dar un beso de despedida? —El menor gritó desde el comedor y en ese mismo instante Fernando cerró sus ojos sin poder contener su ira, y Santiago rio divertido, porque entre otras cosas, a él no le parecía tan mala idea.

Santiago tragó en seco y espabilando se deshizo de su cara de idiota. No quería ser tan obvio ante Fernando, menos cuando su hijo ya se había dado cuenta de la forma en que él lo miraba, y no, no lo veía como una figura paterna precisamente. Ese hombre le gustaba.

—Adiós Fernando. —Santiago dio sus primeros pasos fuera de la casa—. Y no olvides, no seas duro con Alejandro —sonrió por última vez antes de despedirse con un dulce gesto.

¿Por qué defendía al maldito mocoso? Santiago no se entendía, porque y pese a todo Alejandro merecía una buena reprimenda. Si no fuera por el respeto que le tenía a Fernando, y porque sinceramente le daba la razón en todo lo que dijo, Santiago hubiese respondido a sus palabras, a sus berrinches, pero prefirió guardar la compostura, prefirió proteger su buena imagen ante Fernando.

—Maldito mocoso de mierda —resopló molesto cuando llegó a la casa donde provisionalmente se estaba quedando ya que una amiga de su madre le había ofrecido alojamiento mientras él encontraba un lugar dónde quedarse.

Santiago era nuevo en la ciudad, sus clases aún no comenzaban, y las personas que conocía podía contarlas con una mano, entre ellos claro está, su lindo, guapo y castaño vecino, y por supuesto, su tosco, amargado y estúpido hijo.

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