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Princesa Demonio.

Prólogo

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Antes de mi nacimiento, una mujer llegó al reino de "Mística". Ella se hacía llamar la Visionaria del Bien y del Mal. Su predicción anunciaba un futuro ni muy lejano ni muy cercano:

“Llegará entre nosotros, aunque no puedo decir en qué año específicamente, una hija de la diosa mística, quien vendrá como luz en este imperio. Deben conocerla y no tentar contra ella. Muchas veces se confundirán, y otros se harán pasar por ella, pero no se dejen engañar y cuiden a esa chica, quien será la emperatriz del imperio ‘Mística’ y será quien los salve de una guerra que se avecina. Solo la verdadera hija de la diosa podrá liberar este imperio de las garras del enemigo”.

La historia de la Visionaria quedó escrita en un pergamino que se guardó durante años en el palacio imperial, muy resguardado en una habitación secreta. Todos los emperadores han estado buscando a la hija de la diosa desde ese momento, y los sacerdotes se han encargado de ver qué tipo de magia posee cada ser viviente para descubrir quién es y protegerla del enemigo.

**250 años después...**

La emperatriz “no amada” del imperio “Mística” dio a luz a una pequeña niña. En otra habitación, mucho más lujosa, se encontraba el amor de la vida del emperador Alejandro Ponce, quien también estaba dando a luz. Qué sorpresa, ¡también nació una niña! Rubia de ojos verdes, parecía la luz del día y pronto se convirtió en la razón de vivir del emperador. Mientras tanto, a su verdadera esposa ni siquiera la fue a ver, y antes de que diera a luz, le deseó la muerte.

La emperatriz estaba muy feliz; con su pequeña niña, ya tenía a un hijo que había nacido un año y medio antes. Luego, una noche de copas, por error, el emperador visitó su recámara y la hizo suya, llamándola Clarisa. Esto le dolió en el alma a la emperatriz, pero no podía hacer nada contra el emperador; nadie podía objetar, y menos ella, que no era amada. Si rompía su ilusión, probablemente le daría un castigo. Así fue como quedó embarazada de su segundo hijo.

La emperatriz Mónica acarició la mejilla de su bebé, una niña de cabellos morados y ojos casi del mismo color. “Serás una hermosura, y te llamaré Lila Ponce, princesa de Mística”.

Mientras tanto, el nombre de la hija de Clarisa lo eligió el emperador, siguiendo una tradición que dice que el padre debe poner el nombre a sus hijos. Pero, claro, nunca lo hizo con los hijos de la emperatriz; solo lo haría con su amada, la mujer que debería ser la emperatriz.

“Mi pequeña flor de oro, tú serás la luz de mi vida y de tu madre. Con honor te pondré el nombre de Priscila Ponce, princesa heredera”.

Clarisa se tapó la boca, sorprendida, y lágrimas rodaron por su mejilla.

“¿Es en serio, mi amor? ¿Ella será la heredera? ¿Qué pasó con tu hijo mayor? ¿No es acaso él quien debe suceder al trono?”

“Mi amor, tú sabes que el niño no tiene futuro. Ni siquiera se parece a mí; lo reconozco como mi hijo solo porque legalmente estoy casado. Pero no confío en él para que suceda al trono, ya que siendo hijo de la incompetente Mónica, no creo que tenga el temple para ser emperador en el futuro. Sabes muy bien que ella también estaba dando a luz, pero ni siquiera la iré a visitar. No necesito ver otro bastardo más; me conformo con ver a mi pequeña lucesita en mis brazos”.

“Eres el mejor hombre del mundo, acabas de conocer a tu hija y ya le diste el título de futura emperatriz”.

“Todo lo hago por ti y ahora por mi pequeña. Ustedes son la única razón de mi vida, las amo tanto. Ya verás que muy pronto serás la Emperatriz, ya que no quiero seguir con esta farsa con Mónica. Ella sabe muy bien que me casé con ella solo para ser emperador, porque fue la que eligió mi padre para que nos casáramos”.

Así fue como el emperador nunca visitó a su otra hija. De hecho, ni siquiera sabía que también era una niña, hasta un día que iba paseando con su amada y su pequeña rubia, y se encontró con la emperatriz y el inútil de su hijo Alexis, quien sostenía en brazos a la pequeña de cabellos morados.

“Qué desagradable escenario, no pensé encontrarte aquí”.

“Lo siento, su majestad. Ya me voy”.

“Un momento, déjame ver a la niña”.

Ella se la mostró, y él hizo una cara de asco.

“Maldita mujer, ni siquiera se parece a mí; se parece más a ti, oscura de cabellos, y tiene una mirada igual a la tuya. Quita a esa niña de mi vista, puede asustar a mi pequeña Priscila”.

“Ya me voy, vamos, Alexis. Aquí no somos bienvenidos”.

El niño pequeño no entendía por qué ese hombre, que se suponía era su padre, no mostraba cariño hacia él, ya que su madre siempre lo señalaba y le decía que ese era su papá. Y él pensaba: “Sí, mi mamá me quiere; ¿por qué papi no?”.

Pronto, el emperador hizo un banquete celebrando a su pequeña hija Priscila. Asistieron muchas personas adineradas, nobles de alto estatus social, con sus niños, con la intención de emparejarlos con las pequeñas que habían nacido, especialmente con la pequeña Priscila, quien era la hija amada. Todos sabían que los otros dos hijos no eran queridos por el emperador, pero aun así tenían el título de príncipes.

El evento transcurrió con normalidad. La emperatriz estaba sentada en su trono, pareciendo solo un adorno, con su pequeña en brazos y su hijo al lado de ella, mientras el emperador andaba de la mano de su concubina y su pequeña.

Pronto se dio el anuncio de que esa niña sería la heredera del trono. Mónica quedó impactada y replicó contra el emperador:

“Eso no lo voy a permitir, ni en tus mejores sueños. El heredero al trono es mi hijo Alexis, ya que es el primogénito. No me importa si tu hija, como se llame, es tu amada pequeña, pero siempre es el primogénito el heredero en todas las casas nobles del reino”.

“No me importa lo que digas; estoy seguro de que ese niño no es mío”.

“Si tan seguro estás, hagamos la prueba. Aquí hay un sacerdote, podemos mandar a buscar lo que se necesite para hacer la dichosa prueba. No voy a permitir que dejes a mis hijos de lado; ellos también son tus hijos y merecen consideración”.

“Di lo que quieras, no me interesa si es mi hijo o no. A la única que amo es a mi pequeña. Yo soy el emperador y la nombro a ella la heredera”.

“Yo soy la emperatriz y me opongo, y mientras yo me oponga, seguirá siendo Alexis el futuro emperador”.

El emperador se mordió la lengua para no seguir replicando, ya que ella tenía razón. Si ella no lo aprobaba, no podía elegir a su hija como heredera, ya que tenía dos hijos de por medio y era la emperatriz. Por más que no la amara, ella tenía autoridad, aunque no más que la de él, así que buscaría la manera de que su hija fuera la heredera.

Mientras Mónica se iba, él la detuvo:

“Espera, no te vayas. Falta ver qué tipo de magia tienen las pequeñas. Luego de eso te puedes ir”.

“Está bien”.

Y comenzó el ritual, que consistía en pinchar con una aguja el dedo de la bebé y que la sangre cayera en una copa de oro. Dependiendo del color que brotase, se sabría qué magia poseía.

Cuando pincharon el dedo de Priscila, esta comenzó a llorar y muy pronto la copa empezó a destellar una luz blanca. Todos quedaron conmocionados; nunca habían visto una magia blanca, ya que había de muchos colores, pero no blanco o negro. Se pensaba que no existía. Todos empezaron a decir que ella era la hija de la diosa mística, ya que la diosa era tan buena que solo una magia blanca podría ser la de su hija, pues nunca se había visto antes.

Pero cuando pincharon el dedo de la pequeña Lila, la copa se rompió y un aura negra, acompañada de sonidos extraños, salió del líquido. Todos se asustaron y dijeron que esa niña estaba maldita, pues la magia negra solo podía tenerla una persona malvada de corazón cruel e insensible, y empezaron a culpar a la emperatriz, diciéndole que era culpable de concebir a una hija maldita, a un demonio.

La emperatriz no sabía qué hacer. Tomó a su niña y se la llevó lejos para no seguir escuchando lo que la gente decía. No podía ser. “Estoy segura de que mi niña no está maldita. Quizás eso no significa que sea del mal solo porque tiene el color negro. Mi hija es buena, lo se mi niña es un ser sin malicia, es pura e inocente.

Capitulo 1

**En el imperio de Mística...**

Yo soy Lila, soy mayor que mi hermana Priscila por apenas unas horas. A pesar de ser una princesa, no soy amada por mi padre, ya que, según él, mi madre es la culpable de su infelicidad. También me considera maldita, porque poseo magia oscura, que es muy peligrosa. Debido a la fuerza de mi poder, cien sacerdotes realizaron un ritual cuando yo tenía dos años para sellarlo, ya que representaba un peligro para el reino y para mi hermana, quien es la hija de la diosa Mística.

Te preguntarás por qué se llama "Mística" al imperio. Mística es la diosa que ha realizado muchos milagros en este reino, mediante revelaciones en el templo sagrado que se encuentra en la capital. Hace más de 800 años se supo que "Mística" era su verdadero nombre, pero desde entonces el imperio decidió honrarla con el nombre de su diosa y adorala como tal.

Amo mucho a mi hermano, que es un año y medio mayor que yo. Es muy inteligente, entrena con la espada y es excelente en defensa personal. Utiliza la magia del viento, que representa el color amarillo. Es muy guapo, y siempre se lo digo. Mi madre es una hermosa mujer de carácter fuerte, pero está locamente enamorada de mi padre, el hombre que más la ha hecho sufrir en este mundo. Él está enamorado de Clarisa, su concubina, quien fue su verdadero amor. Los emperadores, mis abuelos, decidieron que él debía casarse con mi madre. Aunque ella estaba enamorada de él, él ya le había entregado su corazón y su cuerpo a Clarisa, por lo que la odia. A pesar de todo, no detesto a mi padre; simplemente busco la manera de que me quiera, así como yo lo quiero, con la esperanza de que algún día vea que no soy mala.

Un día decidí salir a escondidas de mi madre y de mi hermano a jugar con algunas de mis amigas, que en realidad eran criadas, porque ninguna noble quería ser mi amiga. Tenía clases de etiqueta, pero con mis amigas rompía todas esas reglas y me sentía muy bien a su lado. Ellas se llaman Betania y Beatriz, son hermanas, y me duele porque se llevan muy bien; no existen rencores ni envidias. A veces me siento sucia por ser su amiga, porque pienso que no merezco su compañía, como no merezco nada en el mundo. Soy envidiosa de la relación entre ellas dos y quisiera llevarme así de bien con mi hermana, quien es la luz de este castillo. Pero al parecer ella me tiene miedo, y cada vez que le sucede algo malo, las personas dicen que es por mi culpa, ya que estoy maldita. Cada vez que me acerco, le ocurren cosas malas, porque soy envidiosa y quiero tomar su lugar, pero nunca lo haré, ya que no tengo la bendición de la diosa Mística, solo tengo su maldición.

Cuando regresé de hablar un poco con mis amigas, me sorprendió ver humo. Mi corazón empezó a latir a mil por hora. Si no me equivocaba, ese humo provenía del ala sur de la torre donde vivíamos mi madre, mi hermano y yo. ¿Pero qué sucede? Empecé a sentir temor por la única familia que me quería.

Corrí hacia la dirección del humo y lo que encontré fue horrendo. Hallé personas quemadas que corrían en llamas, y mi temor era por mi madre y mi hermano.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Alexis! —comencé a llamarlos.

Entonces llegó mi padre y pareció molestarse al verme.

—¡Tú! —me gritó.

Me sorprendí de ver cómo me señalaba.

—Todo esto es tu culpa, porque desde tu nacimiento has traído maldición a este pueblo. Ahora tu madre murió por tu culpa y tu hermano junto con ella. Eres despreciable, no quiero verte.

Solo podía llorar.

—¿Esto es mi culpa? —las lágrimas amargas corrían por mi cara.

Después de ese día tan oscuro, mi vida no fue la misma. Si antes estaba mal, lo que vino después fue peor...

Tenía 14 años cuando me dijeron que mi madre había muerto en ese incendio junto con mi hermano. (Nunca me perdonaré el haber nacido). Era el debut en la sociedad, ya que cada señorita, al cumplir 14 años, asistía al gran evento donde podía lucir lo mejor que quisiera, ya que comenzaban a abrirse paso a la adultez y podían correr la suerte de conseguir un buen partido, un chico de una familia noble.

—Sé que nadie me elegirá —pensé.

Mi hermana entró primero, siempre con su sonrisa radiante. Yo solo era un cero a la izquierda y no sabía si esconderme y dejarla brillar. Luego bajé yo y mi sorpresa fue que una señora muy bonita, a quien creo que recordaba porque la había visto con mi madre hace tiempo, se acercó a mí de la mano de su esposo, un hombre muy guapo, seguido de un joven de unos 16 años que se notaba un poco molesto (quizás le molestaba mi presencia).

—Duquesa de Ortiz: Hola, querida, ¿cómo estás, princesa? —dijo, haciéndome una reverencia. Me sorprendí mucho porque nunca nadie había mostrado respeto por mí y no supe cómo reaccionar.

Le sonreí y le dije:

—No haga eso, señora, por favor, no soy digna.

En eso le hice una reverencia.

—Cristina: Querida, por favor, tú eres la princesa, no yo. Me llamo Cristina de Ortiz, duquesa. Él es mi esposo, el duque Ortiz, y este es mi hijo Sebastián Ortiz, mi hijo mayor, quien sucederá a su padre como el próximo duque. Yo sé que, aunque solo es un duque, es inferior a ti.

—Lila: No comprendo, ¿qué tiene que ver que sea de estatus un poco más bajo? —no comprendía en ese momento.

—Cristina: No comprendes. Parece que tu mamá nunca te habló de esto, mi apreciada amiga. Mi niña, tú serás mi nuera, ya que cuando naciste, tu madre y yo firmamos un contrato para que mi hijo y tú se comprometan. Como verás, tus lazos están unidos a él desde el momento en que naciste.

—Lila: No lo puedo creer, no soy digna.

El chico parecía molesto; sus ojos no le agradaban a esa mujer por el simple hecho de que él sabía que ella despreciaba a mi hermana, por el hecho de que mi hermana era la hija de la diosa. No soportaba que yo recibiera más atenciones que ella.

Pero su madre lo estaba obligando a casarse conmigo. Él no me quería y tampoco quería conocerme; no le interesaba ninguna mujer.

—Cristina: Hija, nadie mejor que tú puede hacer feliz a mi hijo.

—Lila: Bueno, si ya hay un contrato firmado, no tengo nada más que objetar. Será un placer para mí pertenecer a su familia.

Cristina abrazó muy fuerte a Lila, cosa que le hizo sentir un pequeño dolor en el corazón. ¿Desde cuándo alguien no la abrazaba? Recordó que desde la muerte de su madre, ella siempre le daba abrazos y besos. No pudo evitar llorar.

—Cristina: Lo siento, pequeña, no era mi intención hacerte sentir mal.

—Lila: Gracias, hacía mucho que nadie me daba un abrazo.

Cristina sonrió.

—Cristina: Hijo, ¿qué modales tienes? Ni siquiera te has presentado. Muestra tu respeto a la princesa Lila Ponce.

El chico, a duras penas, hizo una reverencia y me pidió un baile, ya que la música había comenzado a sonar.

Comenzamos a bailar; el chico no decía nada, pero podía sentir su incomodidad.

—Lila: Pequeño duque, espero que de ahora en adelante nos llevemos bien. Usted parece un joven muy simpático, como verá...

No me dejó terminar cuando empezó a protestar.

—Mire, princesa, o como sea que te llames, este es un contrato entre familias. No me interesa para nada ser tu amigo. Me casaré contigo por el simple hecho de que es un matrimonio arreglado. No esperes más de mí; no puedo quererte y nunca lo haré.

Con esas palabras duras, me hizo sentir mal.

(¿Por qué todo el mundo me odia?)

—Joven duque, no era mi intención enfadarte. Solo quería ser tu amiga.

—Yo no te lo pedí.

En eso llega mi hermana y me saluda con un abrazo, algo que me pareció raro, ya que siempre mostraba que me tenía miedo. ¿Será que estaba cambiando?

—Priscila: Hermanita, ¿quién es él?

Me di cuenta de que mi prometido estaba observando a mi hermana de una manera especial. Me preocupé, porque ella siempre le cae bien a todos.

—Lila: Hermana, él es mi prometido. Te lo presento: Sebastián Ortiz, hijo del gran duque Ortiz.

Mi hermana puso una cara de impresión.

(Quizá ella pensaba que

con mi condición nadie se prometería ni loco conmigo, yo también lo pensé).

—Priscila: Pro- me- ti- do —lo dijo de manera pausada.

El joven duque le dio un beso en la mano.

—Sebastián: Es un placer para mí conocer personalmente a la hija de la diosa Mística.

En ese momento, Priscila sonrió de una manera dulce, y mi corazón se sintió pequeño...

(Quizá no merezco nada).

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Prisila y Sebastián

Lila

2

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**Narra Priscila…**

Soy Priscila Ponce, la hija favorita del Emperador Alejandro Ponce. Soy la única que realmente él quiere, ya que su matrimonio con una estúpida llamada Mónica fue una imposición de su padre. Mi madre, sin embargo, es el verdadero amor de su vida. Ella es mucho más bella de lo que jamás fue la madre de mi hermana.

Sí, tengo una hermana, pero nació maldita, algo que me favorece mucho. Lástima que no murió en el incendio junto a su madre y su hermano; solo son estorbos. Por suerte, mi madre encontró la manera de acabar con esa mujer, pues esa mugrosa ex Emperatriz se negaba a darle el divorcio a mi padre solo para fastidiarla. Pero no contaba con que mi madre tenía un as bajo la manga.

Mi madre mandó a incendiar la torre donde ellos vivían, y mi padre jamás sospechó nada extraño, ya que para él, su esposa legítima solo era un obstáculo. Él solo quería poner en el trono a Clarisa, mi madre.

Gracias a esa estrategia, mi madre ahora es la Emperatriz, y yo nací con la bendición de nuestra diosa mística. Todos me llaman “la hija de la diosa”. ¡No podría tener mejor suerte! Siempre busco la manera de opacar a mi media hermana, y la muy tonta cree que está maldita, convencida de que la diosa mística la condenó. Esto me sirve mucho para hacerle la vida imposible. No saben cómo disfruto cada vez que mi padre la regaña.

Se acerca el debut, donde estoy segura de que nadie querrá comprometerse con esa pequeña asquerosa.

Para mi sorpresa, cuando el debut apenas comenzaba, vi que ella estaba bailando con un chico muy guapo, alguien que ya había visto muchas veces en las fiestas del palacio. Siempre me había llamado la atención, y ahora que mi hermana parece gustarle, me atrae aún más.

Me acerqué fingiendo inocencia y le pregunté quién era él. Y esa p*** me respondió:

—Hermana, él es mi prometido. Te lo presento.

No sabía cómo reaccionar. Jamás pensé que un chico tan guapo se fijaría en ella. Pero luego él me miró de una manera especial, como todos lo hacen. Sé que le gusto.

**“Quizá aún tengo tiempo para quitarle el prometido a mi hermana.”**

Él me besó la mano y se presentó como Sebastián. Es realmente guapo. Me voy a divertir mucho viendo cómo mi hermana sufre por amor, ya que no descansaré hasta hacer que mi padre lo nombre mi prometido. Además, tiene un buen estatus, siendo el heredero del duque, el rango más alto de la nobleza antes que el emperador. Mi padre no se molestaría. Mi hermana solo merece casarse con un plebeyo, eso es todo lo que merece.

Me dio mucha gracia verla cuando se dio cuenta de que su prometido me prestaba más atención a mí que a ella. **(Estúpida hermanita, no sabes cuánto vas a sufrir. Te odio por ser hija de mi padre, te odio porque tu p*** madre se acostó con él, cuando no tenía derecho. Menos mal que ya está muerta. Si mi madre no hubiera acabado con ella, yo lo habría hecho)**.

Después de eso, bailé con su prometido. Bailamos cuatro canciones seguidas, mientras ella se quedó parada en el mismo lugar, observando el espectáculo. **“Qué patética”**.

Le saqué conversación a Sebastián, y me contó que no le agrada mi hermana. Al parecer, su madre firmó un contrato con la ex emperatriz, en el que se comprometieron a casarse cuando ella tenga 19 años.

—Pero, Sebastián, no estoy de acuerdo con eso. No soy quién para entrometerme en tu vida, pero desearía que todos se casaran por amor. No quiero que mi hermana sufra, porque si tú no la quieres, sería mejor hablar con tu madre y aclararle que nunca la vas a amar, aunque te cases con ella. Así, no sufrirán los dos.

—Princesa, no se preocupe, usted me ha caído bien. Ya hablé con mi madre, pero ella insiste en que me case con Lila.

—Pero, Sebastián, perdona que use tu nombre de pila. Lo siento, joven duque.

—No se preocupe, puede llamarme como guste.

Le sonreí inocentemente y me sonrojé. Vi que le pareció encantador.

—Está bien, Sebastián. Pero como te decía, debes buscar la felicidad. No sé si te has enamorado antes, pero cuando te cases, solo espero que sea por amor. Trata de enamorarte de mi hermana; quizá así puedan ser felices.

Vi una expresión de decepción en su rostro. Yo sé qué esperaba: que insinuara que siento algo por él. Pero es muy pronto. El tonto ya cayó; soy una magnífica conquistadora de hombres, aunque para mí solo sean piezas en un juego.

—No creo que pueda enamorarme de alguien que disfruta humillar a otros, mucho menos a su hermana. No me lo ha dicho, pero sé muy bien que ella la maltrata.

Bajé la mirada, mostrando tristeza.

—Veo que sabe la verdad. No puedo mentirle. Me duele mucho lo que me hace, porque la amo con todo mi corazón. Al final de cuentas, es mi hermana y quiero que sea feliz. Yo no tengo la culpa de que haya nacido maldita. A pesar de todo lo que me ha dicho, no le guardo rencor.

—Es usted realmente sorprendente —me dijo él, admirado—. Me tiene cautivado su bondad y su capacidad para perdonar. Además, usted es mucho más bonita. No se preocupe por eso; ella no es nadie comparada con usted. Llevo años escuchando cosas horribles de ella.

(Claro, porque yo misma me he encargado de que así sea).

Entonces él volvió a tomar mi mano y besó el dorso.

—No se preocupe, yo la defenderé siempre que pueda. No permitiré que la dañe. Usted es mi amiga y se ha ganado mi confianza.

(¡Vaya idiota! ¡Qué tonto eres!).

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