Cuenta la leyenda, que en un tiempo pasado, del que no se guardan registros ni quedan vestigios en la tierra. Existía un gran planeta llamado Theia. Una raza superior habitaba en ella. Los llamados Dioses primigenios creadores de los seres humanos. Theia era un planeta bellísimo. No existían las guerras ni el hambre. Dioses y hombres coexistían en una mágica armonía. Era el paraíso. Ningún humano sufría, ya que eran protegidos por sus amados dioses.
Sin embargo, hubo un día en el que en el cielo aparecieron dos soles, y por mucho que los Dioses lucharon no pudieron evitar que tuviese lugar una gran colisión que hizo que Theia, tal como la conocían, desapareciera y que surgiera la que hoy conocemos como Tierra; pero esta gran colisión provocó, además, que se abrieran diferentes portales desde otras dimensiones y galaxias. Así fue como llegaron a la tierra otros seres provenientes de otras galaxias, y otros espacio-tiempo. Los nuevos seres llegados eran a los ojos de los humanos, nuevos Dioses y comenzaron a adorarlo. Cuando los nuevos Dioses descubrieron la adoración hacia ellos de aquellos seres, quisieron convertirlos en sus esclavos.
Los Dioses primigenios, a la llegada de aquellos nuevos seres, intentaron ser amables y compartir con ellos todo lo bueno que tenía aquel planeta. Pero cuando descubrieron que aquellos a los que habían aceptado como iguales, pretendían convertir a sus maravillosas creaciones en sus esclavos, comenzaron una lucha encarnizada contra ellos.
Pero los seres que llegaban a la tierra a través de los portales cada vez eran más; y cada vez más fuertes.
Ante la resistencia de los moradores de la Tierra a ser conquistados, los nuevos Dioses se unieron en una gran alianza; a ellos se les unieron algunas tribus de seres humanos que querían adorar a aquellos nuevos seres. Al ver la gran traición por parte de sus adoradas creaciones, los Dioses primigenios fueron derrotados y se vieron obligados a abandonar la superficie terrestre.
Para la seguridad de la gran alianza, aquellos Dioses fueron retenidos a la fuerza en la fosa más profunda de la tierra. Fueron encadenados y sellada esa cadena con un gran candado.
La leyenda cuenta que los Dioses primigenios antes de ser encerrados para toda la eternidad, dejaron una llave oculta en la tierra. Una única llave que sería capaz de liberarlos. Solo tendría que despertarse, y eso solamente era cuestión de tiempo, al crear la llave los chamanes que los ayudaron a crearla la enviaron a través de uno de los portales hacia otro espacio-tiempo. Así que nadie sabía cuándo despertaría la llave. Ni donde. Pero ¿qué más les daba? Tenían toda una eternidad para planificar su venganza; y una vez que la llevasen a cabo, esta será terrible. Nadie se salvaría. Ni aquellos Dioses arrogantes, ni aquellos seres que con tanto amor gestaron y defendieron. Esos que luego los traicionaron. Nadie escaparía de su venganza. Aunque aquello significase su propia destrucción.
Los nuevos Dioses tras este gran triunfo se dividieron en diferentes panteones divinos, repartiéndose entre ellos todos los espacios de la tierra. Desde aquella época remota no ha existido una gran guerra similar a la vivida contra los creadores de la tierra. Sin embargo, sí que ha habido luchas internas entre los dioses de los diferentes panteones. Y con uno de esos conflictos da comienzo esta historia.
Antiguo Egipto
Siglo XXXII a. C.
(Varios milenios después de la gran guerra).
Hasta en las mejores familias existen problemas y los grandes panteones de Dioses no iban a ser menos.
Para Annubis, verse en medio de aquel conflicto familiar iba a suponer una gran pérdida.
Cuando Seth, su padre, mató a su hermano Osiris, Annub se vio en la obligación de ayudar a su tía y a su madre a devolverle la vida para así restaurar el equilibrio natural.
Annub, pensó que hacía lo correcto, pero cuando Osiris usurpó su lugar en el inframundo, donde se convirtió en juez soberano y supremo de las leyes del inframundo, supo que se había equivocado. Nunca debió permitir que el alma de Osiris regresase a su cuerpo. Sin embargo, ya poco podía hacer.
Annub luchó por recuperar su puesto como ser supremo de la Duat, el inframundo egipcio. Pero le resultó imposible; por lo que se vio relegado a ser quien guía a los difuntos hacia el gran juicio de Osiris donde se lleva a cabo la ceremonia del peso del corazón.
Pese a todas las creencias que existen en la actualidad Annubis no representaba únicamente al Dios de la muerte sino, también, al Dios de la vida. Ya que únicamente él poseía tanto las llaves del paraíso como del inframundo. Él era el encargado de llevar a las almas a su última mirada. Y era el único de los dioses de su panteón que permanecía impasible ante las súplicas de aquellos seres insignificantes. Nunca concedió ningún favor, ni nunca participó en ninguna ceremonia. Al contrario que Isis, Neftis o el mismísimo Horus. Todos ellos concedían favores a los humanos, que luego solían cobrarse de las maneras más crueles imaginables.
Por supuesto después de todos aquellos sacrificios que los Dioses requerían para no desatar su ira contra ellos. Era Annub quien se tenía que encargar de aquellas pobres almas errantes. Algunas intentaban regresar a su cuerpo físico, pero él no podía permitirlo; así que más de una vez tuvo que arrancar a aquellas almas de su cuerpo muerto. Nunca existían segundas oportunidades. Él se encargaba de conducir el alma del difunto hasta el tribunal presidido por el Osiris, donde debía someterse al juicio que determinaría si era digno o no de vivir eternamente en el paraíso. Solo si se superaba la prueba final, reviviría para siempre. Y aquello no solía pasar, a no ser que pertenecieran a una de las trece familias que ayudaron a Osiris y sus hermanos a luchar contra aquellos temibles Dioses. En cuyo caso eran inmortales y Osiris permitía que reencarnasen de nuevo en sus propios cuerpos. Para lo que era necesario llevar a cabo una ceremonia de momificación. Pero salvo esas excepciones Osiris obligaba a Annubis a llevar a las almas de aquellos pobres infelices al paraíso o a lo más profundo de la Duat, donde serían devorados por horribles seres.
Como maestro de llaves, no solía visitar el mundo superior llamado tierra. Prefería habitar en el inframundo, y solamente lo abandonaba cuando debía acudir a recoger a algún alma que se resistía a abandonar la tierra. Pero aquellos paseos solían estropear su pacífica existencia. Annub no quería tener contacto alguno con aquellos seres.
Sin embargo, llegó un día en el que un grito desesperado lo sacó de su largo letargo.
—¡Annubis, Dios de la vida, maestro de llaves, te suplico que atiendas mi súplica!, ¡Socorre a esta pobre mujer!. Te daré lo que me pidas, ¡por favor, ayúdame!
Sorprendido ante la necesidad de tal invocación, y puesto que aquel día estaba realmente aburrido, Annub decidió acceder a aquellas súplicas y se personó ante la mujer que lo había invocado.
Al materializarse ante ella decidió hacerlo en su forma animal. El chacal solía ahuyentar hasta al hombre más valiente. Annubis era consciente de que su aspecto cuando se transformaba era temible, pero aquello le divertía.
Sus cerca de dos metros de alto, su cuerpo musculoso y una cabeza de chacal que le cubría hasta el pecho. Debía ser una imagen aterradora para un simple mortal.
Contempló con una ligera sonrisa, como la mujer abría los ojos de manera desorbitada. Durante un instante, apartó la vista de la humana y analizó donde se encontraban.
La oscuridad era, tal que el dios no entendía como una simple mortal era capaz de ver algo. Era una oscuridad densa y hasta ellos llegaban sonidos espeluznantes. Se podían escuchar gritos desgarradores y llantos. Un intenso olor a salvia e incienso hacían el ambiente prácticamente irrespirable. Fue entonces cuando escuchó los cánticos de las sacerdotisas de Isis, y comprendió que la caprichosa Diosa estaba llevando a cabo uno de sus famosos rituales. Cada determinado tiempo solía mandar emparedar vivas a las mujeres humanas a las que ella les hubiese propuesto formar parte de sus leales súbitas y ellas se hubiesen negado. Lo llamaba "la limpieza anual".
Annubis se dio cuenta de que quien lo había invocado debía ser una de aquellas humanas desdichadas a la que su hermana había mandado emparedar.
En cuanto se dio cuenta de este hecho se dispuso a desaparecer. No quería tener problemas con Isis, y sabía que si ayudaba a aquella mujer los tendría. Pero justo un instante antes de desaparecer, la mujer salió de su letargo y se postró a sus pies. Aquello le provocó curiosidad. ¿Qué querría de él aquella mortal?. Dispuesto a acabar con aquella tontería, finalmente habló.
—¿Para qué me has llamado, humana?.—Su voz sonó atronadora entre aquellas cuatro paredes.
La menuda mujer levantó su vista hacia él y le sorprendió ver sus ojos totalmente blancos. Se sorprendió ante ese hecho. Aquella no era una simple mortal. Pertenecía a los oráculos, o brujas, como las conocen los humanos. Seres con poderes especiales que podían predecir el futuro, provocar enfermedades y otras habilidades mágicas. Solían ser mujeres mayores, pero en este caso era una mujer joven de pelo largo y negro, ataviada con una túnica sacerdotal blanca. Lo que la convertía en un oráculo de alto rango. Debía de ser hija de alguna de las brujas de mayor rango, ya que es la única forma de poder acceder a esa posición.
—¿Eres “el maestro de llaves”? —preguntó la mujer con voz firme.
Aquello provocó un ligero malestar en Annubis.
—¿Me invocas y no sabes quién soy?—Le preguntó realmente molesto.—¿Qué es lo que deseas de mí?.¡No estoy para perder el tiempo!.
Ella lo miró fijamente. Si sentía miedo, lo disimulaba muy bien.
—Lo comprendo, y te ruego perdones mi atrevimiento, pero necesito pedir clemencia por mi hija.— esta vez su voz suena firme—. Quiero implorarte que salves la vida de mi hija.
La sorpresa de Annubis ante tal petición fue enorme.
—¿Salvar a tu hija? —repuso él—. ¿Eres consciente de lo que me estás pidiendo?; además ¿por qué habría de interferir en los designios de otra diosa?. Si este es vuestro destino, es porque así está escrito. No puedo hacer nada. Tu hija morirá contigo.
Ella dio un paso al frente, y fue entonces cuando Annubis descubrió que estaba embarazada. Y a juzgar por el estado de su vientre, no debían faltar muchas lunas para ese alumbramiento.
—¡Oh, gran señor del inframundo!, atiende mi súplica. Por mi condición de clarividente sabes que soy capaz de predecir cosas —dice la mujer—. Unas veces el futuro, y otras muchas el pasado. Sé que esta alma que está por nacer, está destinada a vivir y a seguir el curso de su destino. Como dios del inframundo y de la reencarnación te imploro que tomes el alma que habita en mi vientre ya la lleves a una mejor reencarnación. Libérala de esta muerte absurda. Dale la oportunidad de vivir. Ella es la llave que salvará el mundo.
Aquella última frase hizo reír al dios.
—¡Vaya! ¿Realmente crees que me voy a creer eso?. —preguntó Annubis con sorna.
—Puedes comprobarlo por ti mismo. —se acercó a él lentamente mientras dejaba se despoja a de la túnica, con el fin de que él pudiese tocar su abultado vientre.—¿No quieres verificar si tengo razón? Verifica por ti mismo que el alma de mi hija es la más pura que jamás ha existido.
Annubis retrocedió ante la cercanía de la mujer.
—Sacerdotisa, no tengo tiempo para estas tonterías humanas. No me hagas perder más tiempo—Pero algo le impedía marcharse. En su mente de pronto pudo visualizar a una mujer. Era menuda y esbelta, con precioso cuerpo que invitaba a pecar; pero, lo que más le maravilló fue su rostro angelical. Unas mejillas sonrosadas y una nariz pequeña y respingona, pero lo más espectacular de todo eran sus ojos. Tenía los ojos grandes, enmarcados por unas largas pestañas; sin embargo, lo más llamativo era su extraordinario color, ya que tenía las pupilas de un tono morado con motitas doradas. Era un color extraño en un ser humano. Sin embargo, su mirada era limpia y llena de determinación. Annubis nunca había visto una piel tan clara y luminosa como la suya. Era etérea. Como un rayo de luna una noche de lucha llena. De repente una voz rugió en su interior. "¡sálvala! Ella te pertenece es tuya. Es la llave".
La imagen desapareció de su cabeza, y él sintió la pérdida de aquella mujer como algo real. No pudo evitar gruñir ante esa pérdida.
La bruja sonrió.
—Ella te lo ha mostrado. ¿Crees ahora en el destino?.
Annubis se dio por vencido. No podía perder a aquella mujer aunque aún no hubiese nacido. Así que hizo lo único que estaba en su mano. Llamó al único ser capaz de cambiar el destino de una persona.
—¡Shai! Te necesito. Acude a mi ruego.
Instantes después se materializó en el pequeño espacio otro hombre de igual o superior tamaño que Annubis. El recién llegado miró a su alrededor con el ceño fruncido.
—¡Annubis! ¿Por qué me reclamas? Estaba a punto de cerrar un trato con cierta humana, y ella estaba dispuesta a servirme muy bien a cambio de mi benevolencia. —En ese instante reparó en la mujer desnuda, y le dedicó tal mirada lujuriosa que la bruja buscó su túnica para volver a cubrirse. El humor del Dios del destino pareció cambiar—¡Vaya! Si me llamas con semejante ofrenda, no puedo negarme ¿qué deseas?.
Annubis dio un paso hacia la mujer y la escondió a su espalda.
—Shai, ella no es tu ofrenda. Quiero que me devuelvas el favor que te hice cuando te peleaste con Hathor y tuve que salvarte de su ira. Tus palabras textuales fueron "Cuando lo necesites, solo llámame y cumpliré cualquier petición que me hagas", pues bien ese día ha llegado. Quiero que salves a la hija de esta mujer.
Shai los miro a ambos como si ambos se hubiesen vuelto locos.
—¿Quieres que salve a una ofrenda de Isis!? ¡¿estás loco?! Ni de broma. Antes prefiero que me entregues a Hathor. Ella al menos no es tan cruel como esa supuesta diosa del amor.
Shai tenía razón; si Isis descubría que ambos habían ayudado a la bruja, tendrían graves problemas. La bruja decidió intervenir.
—Mis señores, la Diosa no sabe nada de mi embarazo. Yo no pido clemencia por mi vida y cumpliré con mi papel de sacrificio a Isis, pero os suplico que salvéis el alma de mi hija.
Shai y Annubis intercambiaron una mirada.
—Es un alma pura. Compruébalo. Solo te pido que te la lleves lejos de aquí, y que la encarnes en otro cuerpo.
Shai dudaba pero finalmente aceptó.
—Con esto damos nuestra deuda por saldada, Dios del inframundo.
Dicho esto, se acercó a la mujer y puso la mano en su vientre. Instantes después desapareció. En ese momento la mujer rompió aguas. El parto había comenzado, pero ella ya sabía que su hija nacería muerta en esta vida y que ella no superaría el parto. Cayó al suelo por el dolor, antes de perder el conocimiento le dijo algo a Annubis.
"Aunque pasen los siglos, cuando encuentres a la mujer que está destinada a vivir a tu lado, tu cuerpo ya no deseará a otra: tu corazón le pertenece exclusivamente a ella y el de ella nada más que a ti. Ambos estáis destinados a encontraros a través del tiempo y la materia. Vuestro amor será eterno y llave para arreglar el gran desastre que se avecina".
Una vez dada su última profecía, la mujer murió. Annubis esperó a que su alma desencarnase para llevarla con él hacia el inframundo con el fin de ser juzgada por Osiris. Sin embargo, ocurrió algo que lo dejó sin aliento. De pronto de entre las sombras surgieron diez seres oscuros que se lanzaron sobre el alma en cuanto abandonó el cuerpo, haciendo se desintegrase en ese mismo instante. Annubis ni siquiera tuvo tiempo de luchar. Finalmente, decidió marcharse de allí y olvidar lo ocurrido. Sin embargo, no fue consciente de que estos hechos desencadenaron un efecto mariposa que tendría consecuencias en el futuro.
10 de mayo de 2022:
Ribera occidental de Luxor, cerca del valle de los Reyes, a unos 500 km al sur de la capital, El Cairo
3.00 h de la madrugada
Acostada en su tienda de campaña, Daniella Harris se debatía en sueños. Ya ha perdido la cuenta de cuánto tiempo lleva sufriendo la misma pesadilla. El escenario nunca cambia; cada noche se repite la misma visión:
Ve a una chica joven encerrada en un espacio pequeño. No hay luz en el interior del lugar, sin embargo ella es capaz de verlo todo. Es como si estuviese viendo una película. La chica tiene el pelo negro y lo lleva trenzado. Viste una túnica blanca que le cubre hasta los pies. Desde el exterior del lugar donde se encuentra, le llegan terribles sonidos de llantos y gritos. El olor es prácticamente irrespirable. Inciensos, sudor, y algún otro olor que no acierta a identificar. No sabe cómo ha llegado esa chica a ese lugar, pero sí sabe que va a morir allí. Danielle intuye que la chica está sola en aquel espacio lúgubre, pero presiente que a su alrededor hay muchas chicas que están pasando por la misma situación. De repente la imagen cambia, y en un extremo de la habitación aparece una gran figura. Es un hombre pero lleva lo que parece ser una máscara de Chacal. Debe ser algún disfraz de Anubis. Danielle siente que se queda paralizada al verlo. Es grande. Muy grande. Parece muy musculoso y de piel bronceada; debe de medir cerca de los dos metros. Sería el hombre más atractivo con el que una mujer podría soñar si no fuese porque no parece demasiado contento de encontrarse en aquel lugar con la chica.
En ese momento del sueño, Danielle siempre siente que la temperatura de la habitación comienza a agobiarla. Es como si al subir la temperatura el oxígeno desapareciera.
De pronto la imagen cambia, y observa como la chica se desnuda ante aquel hombre. Puede ver como el vientre de la chica está abultado. Parece estar casi al final de su embarazo. La chica y aquel ser con máscara discuten sobre algo. Aunque ella nunca ha sido capaz de comprender sobre qué discuten. En un momento dado, aparece en escena otro hombre, que tampoco parece contento de haber sido llamado. Sin embargo cuando contempla a la chica algo en su actitud parece cambiar.
A estas alturas del sueño es cuando comienza lo peor. Danielle comienza a sentir mucho frío. El aire cada vez es más escaso y comienza a estar muy viciado. Comienza a costarle respirar. La escena cada vez es más borrosa, pero la sensación de estar muriendo es cada vez más fuerte. Todo acaba cuando el hombre que ha llegado en último lugar, posa una de sus manos sobre el vientre de la chica.
A estas alturas del sueño le comenzaba a doler todo el cuerpo. Sentía como un dolor enorme la atravesaba.
Ella sabía cuál era el final de aquella pesadilla. Sabía que iba a morir y no podía evitar sufrir. Sufría por ella misma, pero sobre todo por aquella chica que moría sola, en ese espacio caluroso y agobiante. Verla morir siempre provocaba en ella un sentimiento de pérdida y desdicha.
De pronto la imagen volvía a cambiar. Su respiración siempre se hacía más rápida y un instante una luz blanca brillante la cegaba. La sensación era como de estar cayendo desde un precipicio. Danielle solo era capaz de notar el vacío y de repente una voz profunda que le gritaba.
«¡Vuelve a un cuerpo!»
Aquella voz siempre la despertaba de aquel horrible sueño.
Danielle se incorporó de golpe en el camastro donde se encontraba acostada. Estaba temblando y su cuerpo estaba cubierto por una capa de sudor. El frío de la noche del desierto hacia que el frío la calera hasta los huesos. «¡Maldita pesadilla!». Intentando apartar la horrible sensación de ahogo que todavía perduraba, buscó a tientas su móvil para poder mirar la hora. Eran las cuatro y media de la madrugada y la tienda seguía sumida en la más absoluta oscuridad, pero no fue capaz de volver a dormirse. Aquella pesadilla siempre la dejaba sumida en un profundo malestar. Así que, con el vello aún de punta y lágrimas en los ojos por aquel horrible sueño, decidió levantarse y comenzar su jornada en la excavación.
Llevada por la necesidad de recuperar la calma, Daniell comenzó a recitar las palabras protectoras que su madre siempre le repetía cuando las pesadillas comenzaron a sucederse. Nunca supo que significaban, pero aquel lenguaje inventado por su madre siempre la calmaba y le hacía sentirse capaz de enfrentarse a la pesadilla.
“Tha i ro mhath airson a bhith air a ceasnachadh, ro chumhachdach airson a bhith aithnichte. Tuitidh am bàs air ge b'e neach a dh'ainmicheas 'ainm dìomhair, do-aithnichte"
Iba repitiéndola mentalmente mientras se iba poniendo su ropa de trabajo. Buscó en su petate un pantalón de trabajo y una de las camisetas de tirantes que cubrió con una camisa de manga larga puesto que todavía hacía fresco en el exterior. Recogió su oscura y abundante melena negra en una cola alta que dejaba su cuello despejado, y finalmente se puso las lentillas color marrón que su madre siempre le hacía ponerse.
Danielle había nacido con un defecto genético llamado síndrome de Alejandría. Quienes lo sufrían tenían los ojos de un extraño color violeta intenso, y en su caso además ese color estaba salpicado de motitas doradas. Pero eso solo era la punta del iceberg, según les habían informado los médicos esa extraña mutación genética tenía otras características añadidas: Su piel era muy pálida, pero no se dañaba con el sol al contrario de los que les sucede a las personas albinas. Otra ventaja de dicho síndrome era que las personas que lo sufren tienen un metabolismo acelerado lo que provocaba que nunca engordasen, esto siempre le pareció la mayor bendición a Danielle ya que era una adicta reconocida a las cosas dulces y los carbohidratos. Como, además, tenía una alta resistencia a caer enferma, no tenía que preocuparse por el colesterol o los triglicéridos. Según su doctora Danielle, era prácticamente un ser humano perfecto.
Sin embargo, aún recordaba cómo su madre lloró al saber que tenía ese extraño síndrome. Nunca le explicó porqué le preocupaba tanto. Pero siempre recordaba ponerse las lentillas oscuras para ocultar sus iris violetas. La verdad era que al principio llevar aquellas lentillas le molestaba en los ojos, pero con el tiempo se acostumbró y ahora no salía sin ponérselas. Nadie sabía de su síndrome, a parte de su madre y su mejor amiga Lily. Ni siquiera se lo había dicho a sus parejas cuando las había tenido. Aunque desde la última había pasado tanto tiempo que ya ni se acordaba de lo que era estar con un hombre. Tenía veintinueve años y un listado de decepciones amorosas que ya había logrado colmar su paciencia. Así que ahora simplemente se dedicaba a disfrutar del sexo sin ataduras. A estas alturas de la película no esperaba que la persona perfecta para ella apareciese como por arte de magia. Aquello solo ocurría en las novelas románticas y en las películas. Pero esto era la vida real.
Tras acabar de vestirse, recogió las cosas que necesitaba para la excavación, así como su ordenador portátil. Como iba bien de hora pensó en adelantar trabajo burocrático mientras tomaba un café en la tienda que hacía las veces de comedor comunitario para todos los trabajadores.
****
Cuando entró al comedor se alegró de que aún estuviese vacío. No tenía ninguna gana de entablar conversación con nadie. Deseaba tomarse un café y sentarse a trabajar.
Para su alegría, alguien se había levantado y había dejado una cafetera de café recién hecho. Danielle echó un vistazo a su alrededor buscando a alguien, pero no vio a nadie. Sin darle más vueltas al asunto, se sirvió una taza y se sentó en una de las mesas alargadas. Sacó el ordenador y lo encendió para poder acceder a la intranet de la empresa que patrocinaba la excavación. Hacía varios días que debería haberles entregado el reporte de sus avances, pero todo lo que había descubierto era tan maravilloso que simplemente se había olvidado de contactar con sus jefes. Aunque ellos tampoco habían intentado contactar con ella. Así que igual tampoco les interesaba tanto.
Dio un sorbo a su café deseando que fuese su café favorito de la cafetería de su amiga Lily. Abrió los ojos sorprendida cuando al probarlo sus papilas gustativas degustaron un café idéntico al que su amiga le preparaba. Separó la taza de sus labios y miró el contenido. El café era el mismo aguachirri de todas las mañanas sin embargo, hoy, le sabía a gloria. Danielle supuso que los largos meses fuera de casa comenzaban a pasarle factura. Además aquella pesadilla que se repetía cada vez que se quedaba dormida tampoco ayudaba a que su cuerpo descansase.
En la pantalla de su ordenador de pronto se iluminó la página de bienvenida a la intranet de "Terra Excavations". Puso su nombre de usuario y la contraseña. Espero un momento y… acceso denegado. Supuso que se había equivocado en alguna letra. Borró todo y comenzó a escribir de nuevo. Esperó. De nuevo usuario bloqueado.
—¿¡Pero qué demonios!? — Probó un par de veces más y nada. No tenía acceso.
En ese momento llegó al comedor su compañero Tarik. Un nativo egipcio de unos cincuenta años. No tenía buen aspecto. Preocupada Danielle se acercó a él.
—¿Te encuentras bien?.
Tarik la miró sorprendido.
—¿Cómo voy a estar bien? ¿Acaso no te has enterado?.
Danielle no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.
—No, no sé nada. Ayer estuve hasta tarde en la excavación y me fui directamente a la cama. ¿Qué sucede?.
—¿Que qué sucede? ¡Han cancelado la excavación, muchacha! La empresa dice que ya ha destinado demasiado dinero a este proyecto y nos mandan a casa. —Sin más da un golpe en una de las mesas y se dirige hacia la zona de cocina mientras de su boca sólo salen barbaridades contra todos los jefes.
Danielle se quedó de pie sin comprender nada. ¿Cómo habían podido cancelar una excavación como aquella? ¡Por amor de Dios! En esos meses habían realizado el mayor descubrimiento arqueológico desde la tumba de Tutankamon. Su equipo había descubierto una ciudad egipcia muy anterior. De hecho las primeras dataciones las daban unos resultados de 3.200 años de antigüedad y que había estado pérdida en el desierto hasta que su equipo y ella la consiguieron sacar a la luz. El hallazgo podría equipararse al descubrimiento de Pompeya.
La excavación había revelado una gran cantidad de hallazgos arqueológicos, como joyas, cerámica de colores, amuletos. Al principio de la excavación Danielle pensaba que se había equivocado en los estudios previos para dar aquella ubicación para la excavación pero poco a poco fueron desenterrando formaciones de ladrillo de Adobe, y poco a poco fueron descubriendo una gran ciudad. Aquella tenía que ser las ruinas de la ciudad perdida de Aton. Ahora, tras ocho meses de excavación, se habían descubierto varias áreas que tenían pendiente comenzar a estudiar. En esas zonas esperaban descubrir tumbas intactas llenas de tesoros. Sin embargo ahora sus sueños de lograr encontrar esos tesoros se iban al traste. ¿Cómo podían hacerles aquello después de todo lo que habían tenido que sufrir para sacar esa ciudad a la luz?.
Danielle comenzó a sentir como la rabia le recorría todo el cuerpo. Salió disparada hacia la tienda de Jason. Su jefe de expedición. Al entrar se lo encontró delante del ordenador. Parecía estar en mitad de una videoconferencia con alguien.
Jason pareció sorprenderse al verla entrar hecha una furia.
—Eh.. Annub, tengo que dejarte.
Cerró el ordenador de golpe y levantó la vista hacia Danielle.
—Veo que ya te has enterado.
Danielle sintió que las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos. Estaba indignada. Sin embargo, a la misma vez estaba decidida a enfrentarse a él, y a cualquiera que se le pusiese por delante. Iba a hacerles cambiar de opinión. No pensaba dejar que cerrase la excavación. Buscaría otra empresa que la patrocinase. Pediría un préstamo al banco si hacía falta, pero no pensaba dejar que nadie echase por tierra su trabajo. Si algo la definía era que desde niña tenía una gran determinación y raramente solía darse por vencida. Su madre solía decir que acababa ganado por agotamiento mental del contrario. Era capaz de estar horas negociando, y esta vez no iba a darse por vencida sin intentar luchar.
Jason se puso en pie y se acercó a ella. Eso hizo que Danielle tuviese que mirar hacia arriba. Jason era extremadamente alto y extremadamente guapo. Estaba segura de que él podría haber sido un supermodelo masculino. Uno que habría triunfado muchísimo. Su cuerpo atlético, su altura, su rostro perfecto y esas perfectas abdominales que ahora se escondían tras una camiseta, pero que ella había podido tocar más de una vez. En aquellos encuentros fortuitos que ambos habían disfrutado. Danielle se humedeció los labios recordando aquellos encuentros. Sentía un cosquilleo en la piel, un nudo en el estómago. Sin embargo rápidamente se reprendió a sí misma «¡Joder, Dani! ¡Céntrate!».
Carraspeó y dio un paso hacia atrás. Jason sonrió como si supiese que le estaba pasando por la cabeza. Pero no dijo nada. Solo cogió un par de sillas y tras tomar asiento le ofreció la otra a ella.
—Siéntate. Tenemos que hablar. —le dijo—. Me hubiese gustado ser yo quien te diese la noticia, pero supongo que ya no importa. Ayer los jefes contactaron conmigo. Han cortado el grifo de financiación y han rescindido los permisos con el gobierno de Egipto. Tenemos un plazo de cuarenta y ocho horas para abandonar el país.
Danielle estaba atónita.
—¡Pero eso es imposible! ¡No podemos abandonar ahora! Y además en el caso de que lo hagamos con ese plazo no tenemos tiempo suficiente para catalogar y guardar todo lo hemos descubierto. —estaba enojada y no pensaba disimular—. ¡¿Cómo has podido aceptar algo así?!.
Jason levantó sus manos indicándole que bajase la voz.
—Dani, sé que está enfadada. Es difícil aceptarlo, pero esto no significa el final de tu carrera. "Terra Excavations" tiene otras excavaciones en marcha. Estoy seguro de que te asignarán alguna otra.
Dani se dio cuenta de que tenía que lograr que Jason estuviera de su parte.
—No lo entiendo. Tú mismo apoyaste mi trabajo y esta expedición desde el mismo momento en que le mostré los primeros cálculos aproximados sobre la ubicación de la ciudad ¿y ahora dejas que nos echen de aquí sin luchar?. ¿Qué ha pasado?
Jason se pasó la mano por su cortísimo cabello cobrizo.
—Escucha, Dani, , ya conoces el protocolo y la jodida burocracia de este país. Egipto ha reclamado más dinero a la empresa por dejarnos continuar con la excavación y el comité ejecutivo ha decidido que se acabó. Por desgracia, no podemos hacer nada. Sólo podemos acatar las órdenes que llegan desde el Cairo, y regresar a Inglaterra.
Dani notaba como la rabia le enrojecía las mejillas.
—¿Y tú has aceptado el cierre sin más? ¡Joder! Al menos podíamos ir a la sede de la empresa y dar a valorar nuestros esfuerzos.
—Son ellos los que nos pagan, Dani, por lo tanto son los que mandan.
—¿Pero les has explicado nuestros últimos hallazgos?. Estoy segura de que la simbología singular presente en la zona en la que estuve excavando ayer, nos indica la presencia de una secta hasta ahora desconocida. Puedo hacer enormes progresos. Quizá podamos apañarnos con una contribución económica menor.
—El consejo lo rechaza. No van a financiar nada más.
—¡No pienso marcharme!, ¡es un gran descubrimiento y no pienso olvidarlo!.
—Danielle, esto no es discutible. Nos vamos—le recriminó Jason—. Sabes perfectamente que todo lo que hacemos depende del consejo. No hay nada más que hablar.
Su duro tono, le hace ver que esta vez no va conseguir su objetivo.
—Pero, ¿Has hecho oír tu voz?.
Jason negó con la cabeza. Pero no añadió nada más.
—Entonces ¿esto es todo? ¿No hay ninguna posibilidad de recurrir la decisión?
La respuesta de Jason fue elocuente. Mostró las palmas de las manos con un gesto de impotencia. Mientras se levantaba de la silla.
—Ve recogiendo todo lo que puedas. El tiempo es demasiado valioso como para perderlo en discusiones sin sentido.
Dani aspiró profundamente y pareció reunir fuerzas para decir algo más. Pero finalmente no lo hizo. Sólo se puso en pie.
—Está bien. Recogeré todo.
Antes de salir de la tienda Dani pudo atisbar el sentimiento de culpa que se dibujaba en el rostro de Jason.
Una hora después seguía sentada en su camastro, con las manos sobre el regazo. No podía creer que allí se acabase todo. Sin embargo, una idea comenzó a tomar forma en su mente. Si Jason no había luchado por ellos. Ella sí lo haría. Así que se levantó y cogió las llaves de su jeep. Tenía pensado recorrer los 500km. Que la separaban del Cairo y pensaba hablar directamente con el mismísimo director ejecutivo de "Terra Excavations"; si iba a tener que marcharse al menos lo haría por la puerta grande. Después de poner en su sitio a aquellos ejecutivos engreídos.
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