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Venganza, el Infierno

Adiós a mi familia

ESTA NOVELA PERTENECE A UNA SAGA DE AMOR, VENGANZA Y MAFIA

***

En tu infierno

Capítulo uno

Mamá y papá salieron de casa para ir a cenar por su aniversario de casados. Yo me quedé con Julia, la niñera. Le dije a mis padres que ya estoy grande como para que me dejen a cargo de alguien, pero ellos insistieron. Doce años no es ser grande, dijo mi padre con una gran sonrisa. Sin embargo, unos días después otro adulto me diría lo contrario. Algo que no deseaba oír.

Esa noche Julia y yo hablamos de chicos. Ella tenía dieciocho años y tenía un novio muy lindo que siempre la venía a buscar. Por lo que me animé a preguntarle cómo era que lo había conocido y ella me contó todo. Y cuando digo todo, es todo. Hasta cosas que yo no pude comprender.

—Me da tanta envidia tu cabello largo, Tania —dijo Julia mientras me peinaba.

—Según mis padres nunca me lo cortaron y papá no quiere que lo haga hasta después de cumplir los dieciocho años —le conté a Julia.

—Me parece muy tierno. ¿En la escuela te molestan por llevarlo tan largo? —preguntó ella y sonreí.

No sabía cuál era la razón, pero a las chicas les sorprendía y a los chicos les gustaba. Algo que hacía que yo llamara la atención a primera vista.

Mis padres me enviaban a uno de los mejores colegios de la ciudad. Aunque no podía quejarme de nada, siempre me consentían. Por lo menos hasta ahora.

—Tania, espera aquí —dijo Julia y vi cuando se ponía de pie e iba a la puerta asustada.

Julia abrió la puerta y vio a un oficial de policía, el cual le decía algo y ella volteaba a verme.

—Julia, ¿qué pasa? —pregunté y me acerqué a ellos.

—¿Esta es la hija del doctor y la doctora? —preguntó el policía a Julia como si estuviera angustiado.

—Sí, ella es Tania —dijo mi niñera y me miró.

—¿Qué está pasando, Julia? —preguntó y una mujer bajó de la patrulla de policía al verme. Era la hermana de mi mamá.

—Tania querida. Cuanto lo siento —dijo la mujer llorando—. Aun no puedo creer que tus padres estén muertos.

Sus palabras apuñalaron lo más profundo de mi ser.

¿Mis padres habían muerto? El policía y Julia miraron a mi tía como si estuvieran enojados.

—¿A caso no le dijeron todavía? —preguntó ella como si se ofendiera con ellos por no decírmelo antes.

No recuerdo mucho más de esa noche. Solo sé que mi tía hizo que Julia empacara algunas de mis cosas y subimos a un taxi. Fuimos hasta su casa y su esposo y sus hijas nos recibieron con los brazos abiertos.

Hacía años que no veía a la familia de mi tía; ya que ella y mi madre no se llevaban muy bien. Y mi mamá había preferido guardar distancia para conservar el vínculo con mis abuelos. Ellos habían adoptado a Beatriz cuando mi mamá era pequeña y, aun así, nunca pudieron llevarse como buenas hermanas, según mi mamá.

—La mentamos mucho tu pérdida —dijo mi tío y me abrazó como si en verdad se sintiera mal por mí.

—Dormirás con nosotras —dijo una de mis primas y me mostró el cuarto.

Todos fueron muy amables conmigo, sobre todo porque no sabían lo que iba a venir. Al otro día fue el velorio de mis padres y mi tía hizo todos los preparativos en la que se suponía era mi casa. Decía que lo mejor era no gastar dinero si ya había una casa disponible. Al funeral de mis padres vinieron muchas personas que no conocía y algunas que sí. Mis abuelos me preguntaron si estaba cómoda con la idea de vivir con mis tíos y no supe qué decir. Yo quería estar en mi casa con mis padres, pero esa ya no era una posibilidad. Así que lo que pasara no me importaba, o eso creí.

Cuando leyeron el testamento de mis padres y decía que solo se le daría una cuota escolar a quien me cuidara y la posibilidad de comprar alimentos en una tienda que pertenecía a un amigo de mi padre, al igual que la ropa. Y solo se entregaría la suma de cien mil dólares, a mi persona, al cumplir los dieciocho años. Mi tía puso el grito en el cielo. Estaba muy molesta por lo que decía el testamento.

—¿Y qué pasa si la niña se enferma? ¿Y si necesita otras cosas? —preguntó ella mostrando su impaciencia.

—Si no quieres cuidar a mi sobrina, puedo llevarla a vivir conmigo —reclamó mi tío paterno, molesto por la actitud que estaba teniendo la hermana de mi madre.

—Tranquilos. Esto no le hace bien a Tania —aseguró mi abuelo y lo abracé.

No podía vivir con mis abuelos maternos, ya que estaban en un asilo, y mi abuelo paterno vivía muy lejos. Así que solo me quedaba mi tía o mi tío. Como mi tío era soltero, pensaron que lo mejor era vivir con mi tía.

Así que una semana después ellos se mudaron a mi casa y pusieron en venta la suya, por lo que supe. Aún seguía extrañando a mis padres y lloraba por la noche. Una mañana una de mis primas se quejó.

—No puedo seguir durmiendo con esta llorona —dijo María a su madre mientras desayunábamos.

Mi tío se había ido de viaje por trabajo y fue en ese momento que conocí el verdadero rostro de la familia de mi madre.

—Entonces que se cambie —dijo mi tía como si yo no le importara y me quedé viéndola.

Ella había tomado el dormitorio de mis padres y le había dado el de huéspedes a mi prima Fernanda. Por lo que María y yo debíamos dormir juntas.

—Yo no voy a dormir con la llorona —espetó Fernanda, y me empujó haciendo que me cayera al suelo.

—Entonces que duerma en el cuarto del fondo —gritó mi tía casi gritando.

—Ese es el lavadero —dije mientras me ponía de pie.

—Genial. Será más fácil para ti hacerte cargo de la ropa sucia —exclamó con una sonrisa malévola.

No pude decir nada, ya que solo pasé a ser una invitada en la casa de mis padres.

Mis primas tenían quince y dieciséis años. Y, aun así, cuando mi tío no estaba, se comportaban como niñas malcriadas. Algo que a mi tía no le molestaba mientras que no gritaran a la vez. Siempre le compraba todo lo que ellas pedían, incluso usando el dinero que correspondía para mi comida.

Esa noche pude llorar tranquila, no era lindo dormir en el lavadero, pero encontré una blusa de mi madre y pude sentir el olor de su perfume una vez más. Me di cuenta de que si mi tía y mis primas no hubieran sido tan egoístas no habría encontrado esa prenda y no habría podido dormir tranquila. Por lo que tomé la decisión de no dejar que ni María, ni Fernanda arruinaran mi vida.

—Mami, papi… Los extraño mucho —dije y me dormí con lágrimas en los ojos. Por lo menos ahí podría extrañarlos tranquila y llorar sin vergüenza a que otros me escucharan y se molestaran conmigo.

Autora: Osaku

Gracias por ser parte de esta historia. Les dejo mi Instagram osaku.day y facebook osakuday@gmail.com donde encontraran novedades, encuestas y mucho más.

El lado bueno

Capítulo dos - Este ya no es mi hogar

Desperté gracias a que mi prima Fernanda fue al lavadero a buscar sus zapatos para el colegio. Ella me pisó la mano y grité.

—No seas exagerada. Solo fue un pequeño pisotón. Eres una llorona —dijo entre risas.

—¿Por qué eres así conmigo? Nunca te hice nada malo —dije y miré mi mano. Había arrastrado piel de uno de mis dedos y salía sangre.

—Tú te crees mucho porque tus padres tenían dinero y los míos no. Mis hermanos están en la universidad, por lo que mi papá tiene que estar trabajando todo el tiempo y casi no lo vemos. Vivíamos en una choza en comparación con esta mansión y, aun así, querías tomar lo nuestro —espetó mi prima con rencor.

—Yo no quiero tomar nada —traté de aclarar y ella me agarró del cabello y me empujó.

—¿Dices que mi madre es una mentirosa? —preguntó Fernanda y preferí callar. Si hablaba seguro me seguiría lastimando—. Eso pensé. Y recuerda, no nos estorbes en el colegio.

¿A qué se refería con eso?

¿A caso ellas irían al mismo colegio que yo?

Mi otra prima vino y me tiró ropa en la cara

—Dijo mi mamá que te dé mi uniforme viejo —dijo sonrió—. Pero no dijo que tan viejo.

Me puse la ropa, pero estaba descosida en varios lugares, por lo que tuve que quitármela y coserla antes de poder usarla. Mamá le había enseñado a hacerlo cuando era pequeña. Juntas confeccionábamos la ropa para mis peluches, por lo que se sintió bien tener ese momento para mí. Poder recordar algo que mamá me había enseñado me hacía sentir agradecida.

Tras terminar de hacer eso, fui al comedor y noté que ya no había comida para el desayuno en la mesa. Le pregunté a mi tía si podía sacar algo de la nevera, pero ella me dijo que ya era tarde. Que los gastos que tenía que hacer conmigo eran demasiados, por lo que no me iba a pagar el autobús, así que debía caminar las veinte cuadras que había desde casa al colegio nuevo.

—Pero no sé dónde queda el colegio —aclaré.

—Eso no es problema mío. Ya eres grande, debes a prender a resolver los problemas sola —repuso mi tía mientras se sentaba en el sofá de su casa a pintarse las uñas de los pies.

—Mamá, gracias por los uniformes nuevos —fanfarroneó Fernanda mientras saludaba a la mujer.

—Date prisa o el autobús nos dejará —gritó María, al ver que este se acercaba.

Estaba segura de que llegaría tarde al colegio, por lo que no me apresuré, no iba a darle el gusto a mi tía de verme mal. Salí de la casa y me encontré con uno de mis vecinos. Este era un par de años mayor que yo, su nombre era Amadeo y para sorpresa de ambos me vio.

Sus ojos eran como los míos, de un tono celeste, y su tez era oscura. Una combinación muy bella en él. Me llevaba casi dos cabezas por lo que al saludarme tuvo que agacharse.

—Tania, ¿cómo estás? —dijo y se puso nervioso—. Lo siento, no me quise desubicar. Escuché lo que les pasó a tus padres. Lo siento tanto.

—Gracias, Amadeo, es muy amable de tu parte —dije y sonreí levemente. Estaba triste, pero no quería molestarlo.

—¿Te cambiaste de colegio? —me preguntó mientras caminaba a mi lado. Era gracioso ya que llevaba su bicicleta junto a él.

—Mi tía me cambió al colegio que van mis primas —dije sin dar demasiada información. No quería hablar de cosas tristes.

—Yo voy a ese colegio —dijo él y se sacó la campera para que viera el logo del colegio—. Si quieres te puedo llevar.

Amadeo era muy amable conmigo. Después de tantas cosas feas que había vivido estos últimos días. Daba gusto encontrarse con alguien como él.

—No quisiera que llegaras tarde por mi culpa —le dije al notar la hora. Si me llevaba a mí tendría que hacer el doble de fuerza.

—No hay problema. El camino es en bajada, por lo que nuestro peso junto hará que la bici vaya más rápido —dijo él y me alegré.

Subí a la bici teniendo cuidado de que no se descosiera mi uniforme al abrir las piernas para poner mis pies a los lados de los apoya pies traseros, ubicados en los piñones. No podía ir sentada, así que esa era la mejor posición.

—Espera. Si vamos rápido, tu falda se levantará. Mejor usa esto —dijo Amadeo y me colocó su campera en la cintura.

—Gracias, no lo había pensado —dije y ahora si fuimos al colegio.

Me dio un poco de temor, ya que lo que había dicho era cierto y la bici tomaba fuerza en una de las calles que estaba asombrosa y peligrosamente empinada.

—Tenías razón —dije asustada, agarrándome fuerte de él.

—Está bien. No pasa nada a menos que el próximo semáforo se ponga en rojo —dijo Amadeo y al darme cuenta de que cambiaba el color me asusté—. Es broma, no te asustes.

Él tomó una calle lateral y pronto la velocidad de su bicicleta bajó.

—Casi me infarto —dijo y empecé a marearme.

—Tranquila, no creí que te asustarías tanto —dijo y detuvo la bici al darse cuenta de que yo estaba temblando.

—Lo siento —dije y me puse a llorar.

—No, Tania. Lo siento tanto. No fue mi intención asustarte así —dijo Amadeo. Parecía sentir algo de culpa.

—Está bien. También fue divertido —dije aun llorando.

Él me dio un beso en los labios y dejé de llorar. La impresión me había paralizado.

—Qué bueno que funcionó. Se te iba a hinchar todo el rostro si seguías llorando. La profesora de psicología nos hizo leer un libro que hablaba sobre reacción frente a nuevos estímulos y me puse nervioso y entonces… —dijo como si se sintiera mal por haberme besado.

—Tranquilo. No es que seas el primer chico que me besa —dije mientras secaba mis lágrimas.

—¿No? —preguntó mientras agarraba su bicicleta del suelo. Ya estábamos a meda cuadra del colegio.

—No, tengo trece años —dije como si me sintiera toda una mujer. Algo bastante gracioso, ya que hacía solo dos días había cumplido los años.

No quería darle demasiada importancia a un beso en la boca. Por el hecho de que sabía que, para los chicos de su edad, por lo que me había contado Julia, eso no era nada.

—Entiendo. Entonces no te enojarás conmigo por el beso, ¿verdad? —preguntó él sin mirarme. Era muy lindo cuando se ofendía.

No podía evitar sentirme agradecida. Si hubiera ido en el autobús con mis primas me hubiera perdido de estar con Amadeo y de tener esta linda experiencia con él. Me sentía agradecida por la vida que tenía y aunque aún el dolor por perder a mis padres era muy grande. Mi interior sintió por un instante que algún día todo pasaría.

Autora: Osaku

Una escuela distinta

En tu infierno

Capítulo tres

Llegamos al colegio antes que mis primas. Ya que el autobús daba muchas vueltas. Y al ver la hora todavía tenía tiempo para recorrer un poco el sitio. Amadeo me acompañó y me mostró cuál iba a ser mi salón.

—Te agradezco mucho la ayuda. Sin ti hoy hubiera sido un día difícil —le agradecí y sonreí. Por primera vez desde la noche en la que mis padres murieron.

—Es un placer. Si necesitas ayuda o si te sientes sola en el almuerzo, búscame —me indicó y me dio su número de teléfono.

Habíamos sido vecinos por cinco años y nunca habíamos hablado como ahora. Si esto no era obra de mis padres dándome su amor desde el cielo, no imaginaba cuál podía ser la causa.

Llevé mi documentación a la dirección y el director me miró molesto. Era un hombre alto y con rasgos cansados. Parte de su cabello era gris y usaba lentes. Al parecer también fumaba porque se sentía el olor en su ropa.

—Su tía me dijo que era un problema en su otro colegio. Le advierto que aquí no creeremos ninguna de sus mentiras —espetó de malos modos mientras agarraba la documentación que le pasaba.

—No sé qué le dijo mi tía, pero espero lo mismo que usted —le aseguré, ya que no iba a discutir con un hombre como él.

Después de darme mis horarios me dijo que podía ir a mi salón. Aunque me advirtió que me estaría observando. Caminé por los pasillos que pronto empezaban a llenarse. Ya habían empezado las clases, por lo que estaba segura de que si me sentaba tomaría el lugar de alguien y no deseaba tener problemas, por lo que me quedé en la puerta hasta que sonó la campana y la mayoría entró al salón. Una vez que todos tomaron sus lugares me fijé que pupitre estaba vacío y me acerqué a preguntar si era de alguno de los que estaba ahí.

—Disculpa, ¿está ocupado? —pregunté a un chico que había puesto su mochila, pero se había sentado en otro sitio.

—Sí, ahí se sienta Teo —me aseguró, y le pedí disculpas.

Me acerqué a una chica y le pregunté si el que estaba a su lado estaba ocupado y negó con la cabeza, por lo que me sentí feliz.

—Gracias. Y disculpa la molestia —agradecí de manera amable y me senté. En ese momento entró la profesora y comenzó a impartir la clase.

Pensé que me iba a mencionar, pero no lo hizo. Por lo que me relajé. Era un colegio muy grande y había muchos cursos, por lo que imaginaba que ni siquiera le habían dicho que tenía una alumna nueva.

—Pónganse en grupos de a dos y hagan los ejercicios de la página 28 —dijo la profesora y se sentó a revisar su teléfono.

Si un docente hacía eso en el colegio al que iba antes terminaba sancionado. Ya que nadie podía usar el teléfono en el aula, ni siquiera ellos. Al parecer aquí eran menos estrictos. Eso me ayudó a tranquilizarme. Lo que me había dicho el director me había preocupado un poco. No quería llevar problemas a casa, porque si lo hacía seguramente mi tía lo utilizaría como excusa para tratarme mal.

La chica que estaba a mi lado me preguntó si quería hacer el trabajo con ella y se lo agradecí.

—Muchas gracias, no sé ni por donde vamos —espeté y ella sonrió.

—Tranquila. Si quieres puedo hacer los ejercicios mientras copias lo que dimos en estos meses. La semana que viene empiezan los exámenes —me advirtió.

—Otra vez, muchas gracias. Eres muy amable —le aseguré, y me di cuenta de que había sido muy descortés con ella, ya que no me había presentado—. Mi nombre es Tania. Espero que podamos ser amigas. ¿Cuál es el tuyo?

La chica pareció ponerse nerviosa. Como si lo que yo hubiera dicho le molestara. Por un momento pensé que no me había escuchado, puesto que todos gritaban.

—Lo siento, ¿dije algo malo? —pregunté al ver que seguía nerviosa.

La campana sonó y ella se puso de pie. Me di cuenta de que llevaba el uniforme de gimnasia y me sorprendí. Esperaba que hoy no hubiera esa clase, ya que me llamarían la atención por no llevar esa ropa.

—Disculpen ¿Hoy hay gimnasia? —pregunté a los chicos de atrás mío y todos rieron.

—Tú eres la nueva, ¿verdad? —acotó uno de ellos mientras se cruzaba de brazos.

—Sí, ¿por? —pregunté confundida.

—Ten cuidado con quien te juntas. No se te vaya a pegar lo gay —clamó, y los que estaban a su alrededor empezaron a reírse.

No entendía a qué se refería. Hasta que vi las cosas en la mesa de mi compañera. Sus cosas llevaban su nombre. Bernardo Sumer decían. Había sido una tonta. Traté a mi compañero de mujer y era un varón.

Fui al pasillo a ver si lo encontraba para pedirle disculpas, pero no lo vi. En verdad ese colegio era muy grande. Volví al salón, pero mi compañero no volvió, aunque sonó el timbre. Empezaba a preocuparme por él. Escribí lo que nos habían dado en esa clase y en la siguiente y cuando terminó el periodo de la mañana tomé sus cosas y fui a la preceptoría. Tal vez le había pasado algo y no había podido llevarse sus cosas. Esperaba que fuera por eso y no por mi comentario fuera de lugar.

Cuando por fin encontré la preceptoría, algo que me llevó bastante tiempo, lo encontré ahí. Tenía un golpe en la nariz y le salía sangre.

—¿Estás bien? —le pregunté y me acerqué a él.

—Sí, solo me choqué con alguien y me sangró la nariz —dijo como si estuviera nervioso.

—Ya veo, saliste rápido y tuviste un accidente —dije adivinando mientras me sentaba a su lado.

—¿Esas son mis cosas? —preguntó al ver que llevaba su mochila.

—Sí, es que pensé que había dicho algo fuera de lugar y habías huido de mí, pero después de que no volviste me preocupé. Por lo que vine aquí y lo bueno es que te encontré —dije feliz de por fin verle—. No quería que mi primera amiga me dejara de hablar tan rápido.

—¿Me consideras tu amiga? —me preguntó ella como si eso la sorprendiera.

—Claro, me dejaste sentar a tu lado, me prestaste tus cosas y fuiste muy amable conmigo en mi primer día —le aseguré sonriendo.

—Escucha Tania, creo que lo mejor es que te sientes en otro lugar en el salón —dijo como si estuviera preocupado.

Aunque en ese momento salió una chica de la dirección y al verla me di cuenta de que era mi prima.

—Espero que tú, maldito fenómeno, tengas cuidado donde caminas la próxima, ya que ensuciaste mi ropa nueva —enfatizó Fernanda, a los gritos sin prestarme atención.

Autora: Osaku

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