‘Táctica y estrategia’ por: Mario Benedetti
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.
‘El día que me quieras’ por: Amado Nervo
El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.
El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.
Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras...
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!
Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.
El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, miraje
de "Las Mil y una Noches"; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.
El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.
‘Quiero ser en tu vida’ por: Martín Galas
Quiero ser en tu vida
Algo más que un instante,
Algo más que una sombra
Y algo más que un afán.
Quiero ser, en ti misma,
Una huella imborrable
Un recuerdo constante
Y una sola verdad.
Palpitar en tus rezos
Con temor de abandono.
Ser, en todo y por todo,
Complemento de ti.
Una sed infinita
De caricias y besos;
Pero no una costumbre
De estar cerca de mí.
Quiero ser en tu vida
Una pena de ausencia
Un dolor de distancia
Y una eterna ansiedad.
Algo más que una imagen,
Y algo más que el ensueño
Que venciendo caminos,
Llega, pasa y se va.
ser el llanto en tus ojos,
Y en tus labios la risa.
Ser el fin y el principio,
La tiniebla y la luz,
Y en la tierra, y el cielo;
Y en la vida y la muerte.
Ser, igual que en mi vida,
Has venido a ser tú.
. ‘Mucho más grave’ por: Mario Benedetti
Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo
y eso en verdad no es nada extraordinario
vos lo sabés tan objetivamente como yo.
Sin embargo hay algo que quisiera aclararte,
cuando digo todas las parcelas,
no me refiero solo a esto de ahora,
a esto de esperarte y aleluya encontrarte,
y carajo perderte,
y volverte a encontrar,
y ojalá nada más.
No me refiero a que de pronto digas, voy a llorar
y yo con un discreto nudo en la garganta, bueno llorá.
Y que un lindo aguacero invisible nos ampare
y quizás por eso salga enseguida el sol.
Ni me refiero a solo a que día tras día,
aumente el stock de nuestras pequeñas y decisivas complicidades,
o que yo pueda o creerme que puedo convertir mis reveses en victorias,
o me hagas el tierno regalo de tu más reciente desesperación.
No.
La cosa es muchísimo más grave.
Cuando digo todas las parcelas
quiero decir que además de ese dulce cataclismo,
también estas reescribiendo mi infancia,
esa edad en que uno dice cosas adultas y solemnes
y los solemnes adultos las celebran,
y vos en cambio sabés que eso no sirve.
Quiero decir que estás rearmando mi adolescencia,
ese tiempo en que fui un viejo cargado de recelos,
y vos sabés en cambio extraer de ese páramo,
mi germen de alegría y regarlo mirándolo.
Quiero decir que estás sacudiendo mi juventud,
ese cántaro que nadie tomó nunca en sus manos,
esa sombra que nadie arrimó a su sombra,
y vos en cambio sabés estremecerla
hasta que empiecen a caer las hojas secas,
y quede la armazón de mi verdad sin proezas.
Quiero decir que estás abrazando mi madurez
esta mezcla de estupor y experiencia,
este extraño confín de angustia y nieve,
esta bujía que ilumina la muerte,
este precipicio de la pobre vida.
Como ves es más grave,
Muchísimo más grave,
Porque con estas y con otras palabras,
quiero decir que no sos tan solo,
la querida muchacha que sos,
sino también las espléndidas o cautelosas mujeres
que quise o quiero.
Porque gracias a vos he descubierto,
(dirás que ya era hora y con razón),
que el amor es una bahía linda y generosa,
que se ilumina y se oscurece,
según venga la vida,
una bahía donde los barcos llegan y se van,
llegan con pájaros y augurios,
y se van con sirenas y nubarrones.
Una bahía linda y generosa,
Donde los barcos llegan y se van.
Pero vos,
Por favor,
No te vayas
‘Te amo por ceja…’ por: Julio Cortázar
Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores
blanquísimos donde se juegan las fuentes
de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza
de cicatriz,
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago y
cintas que dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas
precisamente lo que viene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones
cuando se disuelven en el azúcar de la fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te
dibujo,
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese
pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino
es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre en
una galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.
‘Yo canto lo que tú amabas’ por: Gabriela Mistral
Yo canto lo que tú amabas, vida mía,
por si te acercas y escuchas, vida mía,
por si te acuerdas del mundo que viviste,
al atardecer yo canto, sombra mía.
Yo no quiero enmudecer, vida mía.
¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías?
¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía?
Soy la misma que fue tuya, vida mía.
Ni lenta ni trascordada ni perdida.
Acude al anochecer, vida mía;
ven recordando un canto, vida mía,
si la canción reconoces de aprendida
y si mi nombre recuerdas todavía.
Te espero sin plazo ni tiempo.
No temas noche, neblina ni aguacero.
Acude con sendero o sin sendero.
Llámame a donde tú eres, alma mía,
y marcha recto hacia mí, compañero.
Ayer visité el cementerio de mi pueblo
y me detuve en la tumba de la cruz vacía
yo he pasado por allí muchísimas veces
pero nunca la miraba y tampoco la veía.
Hay un nombre de mujer escrito en ella
y con hermosos caracteres en relieve
que se mantienen con el paso de los años
con sus lluvias, temporales y su nieve.
Pero ¿Quién es esa mujer que habita allí?
¿Cuál es la historia de la vida que vivió
habrá quedado en recuerdos del pasado,
quedarán vestigios de la vida que llevó?
¿Disfrutaste el aroma perfumado de las flores
y el zigzagueante volar de bellas mariposas,
admiraste el curvado brillar del arcoíris
y el pálido rosado que pinta algunas rosas?
¿Fuiste parte directa de incontable historia
de pasión desenfrenada, innoble y cruel
escrita en grandes letras de color blanco
sobre un trozo pequeño de blanco papel?
¿Muy radiante en tu vestido de novia
ramo en mano, llegaste hasta el altar
y al soez comentario malintencionado
tu pureza nadie pudo nunca mancillar?
¿Conquistaste el inicio de la aurora,
cultivaste los suspiros viriles a tu paso,
laboraste bajo soles inclementes
cuando vagan caminando hacia su ocaso?
¿Disfrutaste el amor y los placeres,
degustaste el elixir de la dicha
o viviste en continuos padeceres
bajo el lóbrego reinar de la desdicha?
¿Te cruzaste algún día en mi camino
o pasaste simplemente por mi lado
recubierta con un manto de tristeza
caminando con tu paso acompasado?
¿Nos hallamos una tarde frente a frente
Y en tus labios floreció bella sonrisa
Y en pudor ruborizadas tus mejillas
Te escapaste de mi lado a toda prisa?
¿Tu sonrisa acarició algún vagabundo,
repartiste tu sonrisa por el mundo
o tu mano fue esparciendo la cizaña
con acciones de vileza y artimaña?
¿Te entregaste al hombre equivocado
y tu vida se hizo invierno desbocado,
o te diste a quien amaste con pasión
todo henchido de gozo el corazón?
¿Te quedaste dormida un día dulcemente,
te olvidaste despertar sencillamente
o tu vida se ...
Hablé de ti a mi humilde corazón, Y aunque se negaba a escucharme, decidí hablarle a la fuerza, le dije que eras así como un ángel, así de tierna, así perfecta. Le dije que eras mi sueño más lindo y mi entera devoción… también le advertí que no se fuera a enamorar porque mirar tu rostro era como tener al frente la felicidad… le anticipe que no fuese a pensar que eras una mentira porque te describiría tan bella o tal vez mejor que a una verdad.
En eso me miro escéptico, pues, aun nada creía, entonces le mostré tu nombre grabado en el confín más remoto, de la memoria mía. Por consiguiente, le Dije: descubrí que ella no es hermosa como las rosas, sino que las rosas son hermosas como ella, y aumenté que eras mi insaciable antojo… le dije que tus ojos no son como estrellas sino más bien que las estrellas son bellas, pero solo porque son como tus ojos.
Y fue como si hubiese encontrado su aliciente a lo que le dije que si conocía una perla fina… Entonces ya frecuentaba tus dientes. Le dije además que no sé si lo entendía, pero desde que empecé a leerte a ti, no volví a leer más poesía.
Y para ese entonces mi corazón estaba como un niño en medio de un mundo todo lleno de golosinas.
Y para ese entonces mi corazón estaba como un hombre arrodillado ante una majestuosidad divina.
Y para ese entonces mi corazón por ti ya se aferraba a la vida.
Pues no es casualidad que sea el quién pregunta hoy por ti.
Me dice que te busque y que te encuentre, que jamás sintió un deseo tan intenso y fuerte como el que siente ahora por verte. Que si estar sin ti es vivir; Entonces que mejor prefiere tenerte en un efímero instante, tocarte y más tarde morir, tocarte y más tarde morir, tocarte y más tarde morir…
Porque desde que le hable de ti; ya puede vivir tranquilo.
Porque desde que le hable de ti; lo embriagaba la sangre cuál si fuera vino.
Porque desde que le hable de ti; ya no encuentra otro camino.
En tal caso yo digo a mi corazón amigo, vivimos igual, pues con vehemencia yo la espero.
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AMOR VERDADERO
Enviado por doblezeroo Seguir
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Con el ruido del eclipse
la noche quitó su enagua,
la luna del gran silencio
nuestra azotea palpaba
y mientras cubría tu rostro
el lucero de su andanada
yo te tenía en mis brazos
en el balcón de la playa.
Sobre la arena embestían
los toros bravos del agua
y traernos el océano
sus doce olas de plata
por la pampa de mi pecho
tu mejilla quedó varada.
En el mundo de los sueños
tus dos ojitos nadaban,
la brisa cruzó la costa
como una lengua salada
y el frescor de sus caricias
ponía en tus dos pestañas
la veleta de los trigos
y una sonrisa en mi cara.
¡Que alegría!, ¡que dulzura!
emanaba su joven alma,
mi hijo pequeño dormía
y algo bonito soñaba,
que por eso en mis dos ojos
la ternura vino a la fragua,
que tres meses tienen sus muecas
que sus labios son escarlata
y por su piel de alabastro
mi corazón se derrama.
Yo seguía tarareando
de mi garganta una nana
destrenzando pensamientos
en poesías trenzadas
del amor que llevo dentro
versado en notas doradas
cuando una fugaz estrella
con el polvo de sus alas
vino tras mi sonsonete
al ver como te besaba.
Yo dejé de cantar entonces
todavía lejos del alba
y al morir todas las luces
de neón desordenadas
prendió en toda su grandeza
el fulgor de la vía láctea.
El abrazo de la concha
en mis oídos silbaba,
la luna hecha de papiro
sobre ti se desgranaba
y en ese mismo momento
enmudecieron las arpas
de todos mis pensamientos
abriendo paso a las hadas
de ese paisaje de amor
que inconsciente regalabas,
sumiéndome por completo
en la atmósfera de la playa,
sumergiendo mi universo
en los sueños de tu mirada,
sintiendo el placer de amarte
rodeado de la dulce nada.
¡A Dios gracias! La crisis,
el peligro ha pasado,
y la pena interminable
al fin concluyó,
y esa fiebre llamada vivir
fue vencida al final.
Tristemente, yo se
que fui despojado de mi fuerza,
y sin mover un músculo
permanezco tendido.
Más nada importa, yo siento
que al fin me encuentro mejor.
Y tan quieto yazgo
ahora en mi lecho
que cualquiera que me viese
podría imaginar que estoy muerto,
podría estremecerse al mirarme
creyéndome muerto.
El lamentarse y gemir,
los llantos y los suspiros,
fueron aplacados;
y con ellos el horrible palpitar
del corazón.
¡Ah, ese horrible,
horrible palpitar!
Los mareos, las náuseas,
el dolor implacable,
cesaron con la fiebre
que laceraba mi cerebro,
con la fiebre llamada vivir
que quemaba mi cerebro.
Se calmó también la tortura,
de todas la peor:
esa horrible tortura
de la sed por las aguas mortales
del río maldito de la Pasión;
pues para ello he bebido
de un agua que apaga toda sed.
De un agua que fluye
con un murmullo de canción de cuna;
una fuente que yace
pocos metros bajo la tierra;
de una cueva que se halla
muy cerca del suelo.
Que no se diga neciamente
que mi morada es oscura
y angosto mi lecho;
pues jamás hombre alguno
durmió en lecho distinto,
y todos ustedes, para dormir,
dormirán en un lecho idéntico.
Mi espíritu atormentado
descansa blandamente, olvidando,
jamás añorando sus rosas;
sus viejos anhelos
de mirtos y rosas.
Pues ahora,
mientras yace apaciblemente,
se imagina alrededor un aroma más sagrado;
un aroma de pensamientos,
un aroma de romero mezclado con pensamientos,
con las hojas de ruda
y los hermosos y humildes pensamientos.
Y así yace en paz,
sumido en el sueño sin fin
de la verdad y la belleza de Annie,
anegado entre las trenzas de Annie.
Ella me besó delicadamente,
ella me acarició con ternura,
y yo me dormí suavemente sobre su seno,
profundamente dormido en el cielo de su seno.
Cuando la luz se extinguió,
ella me tapó cuidadosamente,
y rogó a los ángeles
que me protegiesen de todo mal:
a la reina de los ángeles
que me guardara de todo mal.
Y tan quieto permanezco
tendido en mi lecho
(sabiendo el amor de ella),
que ustedes imaginan que estoy muerto;
y tan apaciblemente reposo
en mi lecho (con el amor de ella en mi seno),
que imaginan que estoy muerto,
se estremecen al mirarme creyéndome muerto.
¡Pero mi corazón es más brillante
que las estrellas que salpican
en miríadas el cielo,
pues brilla con Annie,
resplandece con el amor de mi Annie,
con el pensamiento de la luz de los ojos de mi Annie!
Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.
Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
-brazo de mar de olas inasibles-
la ebriedad de mis pies frutales
con sus pasos sin tiempo.
La raíz de mi tobillo con su
eterno verdor,
el testimonio de una mirada que te dejara en el espejo
como arquetipo de lo eterno.
La voluble belleza de mi rostro, tan cerca de morir a cada instante
a fuerza de vivir apresurada.
La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.
Un abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.
La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.
La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.
Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.
O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.
La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.
Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.
La espalda donde bordas tus manos
hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.
La pasión con que te desgarras
en el lecho del mismo torrente inabarcable
como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.
El manojo de mis pies
despiertos andando sobre el césped.
Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.
Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,
aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo, algo de ti mismo destrozaran.
La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles
para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.
La entraña donde te sumerges como buscando estrellas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.
La boca que te muerde
como si paladeara ríos de aromas;
o hincándote los dientes
matizara la vida con la muerte.
El tálamo en que mides mi cintura
en suave supervivencia intransitiva,
en viaje por la espuma difundido
o por la sangre encendida humanizado
el mundo en que vivo
estremecida de gestaciones inagotables.
El minuto que me unge de auroras
o de iridiscencias indescriptibles.
Como si el ritmo de tu efluvio soberano
salvaras el instante de miel inadvertida;
o dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.
en que apresados quedaran los sentidos
y al fin ya sin idioma, desnudos totalmente.
Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas
o por tener cicatrices se extenuaran los brazos.
La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.
La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.
Mi vena, llaga viva, casi quemadura,
huella del fuego que me devora.
El nombre con que te llamo
para que seas el bienvenido.
El rostro que nace con la aurora
y se custodia de ángeles en la noche.
El pecho con que suspiro, el latido,
el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.
La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia
y te deja cautivo en él duerme, sueño del amor.
Árbol de mi esqueleto
hasta con sus mínimas bisagras.
El recinto sombrío
de mis fémures extendidos.
La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.
El orgullo sostenido de mis huesos
al que hasta con las uñas me aferro.
Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.
La intemporal casa
que mi polvo amoroso te va ofreciendo.
El nivel del quebranto
o la herida que conmigo pudo haber terminado.
El llanto que me ha lavado
y que este pequeño cuerpo ha trascendido.
Mi sombra tendida
a merced de tu recuerdo.
Hay un país en el mundo colocado
en el mismo trayecto del sol,
Oriundo de anoche,
Colocado en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol.
Sencillamente liviano, como una ala de murciélago apoyado en la brisa.
Sencillamente claro, como el rastro del beso en las solteras antiguas.
o el día en los tejados.
Sencillamente frutal, fluvial. Y material. Y sin embargo
sencillamente tórrido y pateado
como una adolescente en las caderas.
Sencillamente triste y oprimido.
Sinceramente agreste y despoblado.
En verdad.
Con dos millones suma de a vida y entre tanto cuatro cordilleras cardinales
y una inmensa bahía y otra inmensa bahía, tres penínsulas con islas adyacentes y un asombro de ríos verticales
y tierra bajo los árboles y tierra bajo los ríos y en la falda del monte y al pie de la colina y detrás del horizonte
y tierra desde el cantío de los gallos
y tierra bajo el galope de los caballos
y tierra sobre el día, bajo el mapa, alrededor
y debajo de todas las huellas y en medio el amor.
Entonces es lo que he declarado.
Hay un país en el mundo
sencillamente agreste y despoblado.
Algún amor creerá
que en este fluvial país en que la tierra brota,
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde el día tiene su triunfo verdadero,
irán los campesinos con asombro y apero
a cultivar, cantando su franja propietaria.
Este amor
quebrará su inocencia solitaria.
Pero no.
Y creerá que en medio de esta tierra recrecida,
donde quiera, donde ruedan montañas por los valles
como frescas monedas azules, donde duerme
un bosque en cada flor y en cada flor de la vida,
irán los campesinos por la loma dormida
a gozar forcejeando con su propia cosecha.
Este amor
doblará su luminosa flecha.
Pero no.
Y creerá
que donde el viento asalta el íntimo terrón
y lo convierte en tropas de cumbres y praderas,
donde cada colina parece un corazón,
en cada campesino irán las primaveras
cantando entre los surcos su propiedad.
Este amor
alcanzará su floreciente edad.
Pero no.
Hay un país en el mundo
donde un campesino breve, seco y agrio
muere y muerde descalzo su polvo derruido,
y la tierra no alcanza para su bronca muerte.
¡Oídlo bien! No alcanza para quedar dormido.
Es un país pequeño y agredido. Sencillamente triste,
triste y torvo, triste y acre. Ya lo dije
sencillamente triste y oprimido.
No es eso solamente.
Faltan hombres
para tanta tierra. Es decir, faltan hombres
que desnuden la virgen cordillera y la hagan madre
después de unas canciones.
Madre de la hortaliza.
Madre del pan. Madre del lienzo y del techo.
Madre solícita y nocturna junto al lecho…
Faltan hombres que arrodillen los árboles y entonces
los alcen contra el sol y la distancia.
Contra las leyes de la gravedad.
Y les saquen reposo, rebeldía y claridad.
Y hombres que se acuesten con la arcilla
y la dejen parida de paredes.
Y hombres que descifren los dioses de los ríos
y los suban temblando entre las redes.
Y hombres en la costa y en los fríos desfiladeros
y en toda desolación.
Es decir, faltan hombres.
Y falta una canción.
Miro un brusco tropel de raíles
son del ingenio
sus soportes de verde aborigen
son del ingenio
y las mansas montañas de origen
son del ingenio
y la caña y la yerba y el mimbre
son del ingenio
y los muelles y el agua y el liquen
son del ingenio
y el camino y sus dos cicatrices
son del ingenio
y los pueblos pequeños y vírgenes
son del ingenio
y los brazos del hombre más simple
son del ingenio
y sus venas de joven calibre
son del ingenio
y los guardias con voz de fusiles
son del ingenio
y las manchas del plomo en las ingles
son del ingenio
y la furia y el odio sin límites
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio
y las culpas que no se redimen
son del ingenio
vente veces lo digo y lo dije
son del ingenio
«nuestros campos de gloria repiten»
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
aunque arroje la carga del crimen
lejos del puerto
con la sangre y el sudor y el salitre
son del ingenio.
Plumón de nido nivel de luna
salud del oro guitarra abierta
final de viaje donde una isla
los campesinos no tienen tierra.
Decid al viento los apellidos
de los ladrones y las cavernas
y abrid los ojos donde un desastre
los campesinos no tienen tierra.
El aire brusco de un breve puño
que se detiene junto a una piedra
abre una herida donde unos ojos
los campesinos no tienen tierra.
Los que la roban no tienen ángeles
no tienen órbita entre las piernas
no tienen sexo donde una patria
los campesinos no tienen tierra.
No tienen paz entre las pestañas
no tienen tierra no tienen tierra.
País inverosímil.
Donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota,
donde alcanza la estatura del vértigo,
donde las aves nadan o vuelan pero en el medio
no hay más que tierra:
los campesinos no tienen tierra.
Y entonces
¿De dónde ha salido esta canción?
¿Cómo es posible?
¿Quién dice que entre la fina salud del oro
Los campesinos no tienen tierra?
Esas es otra canción. Escuchad
la canción deliciosa de los ingenios de azúcar
y de alcohol.
Procedente del fondo de la noche
vengo a hablar de un país.
Precisamente
pobre de población.
Pero no es eso solamente.
Natural de la noche soy producto de un viaje.
Dadme tiempo coraje para hacer la canción.
Y éste es el resultado.
El día luminoso
regresando a través de los cristales
del azúcar, primero se encuentra al labrador.
En seguida al leñero y al picador de caña
rodeado de sus hijos llenando la carreta.
Y al niño del guarapo y después al anciano sereno
con el reloj, que lo mira con su muerte secreta,
y a la joven temprana cosiéndose los párpados
en el saco cien mil y al rastro del salario
perdido entre las hojas del listero. Y al perfil
sudoroso de los cargadores envueltos en su capa
de músculos morenos. Y al albañil celeste
colocando en el cielo el último ladrillo
de la chimenea. Y al carpintero gris
clavando el ataúd para la urgentemente,
cuando suena el silbato, blanco y definitivo, que el reposo contiene.
El día luminoso despierta en las espaldas de repente, corre entre los raíles,
sube por las grúas, cae en los almacenes.
En los patios, al pié de una lavandera,
mojada en las canciones, cruje y rejuvenece.
En las calles se queja en el pregón. Apenas
su pié despunta desgarra los pesebres.
Recorre las ciudades llenas de los abogados
que no son más que placas y silencio, a los poetas
que no son más que nieblas y silencio y a los jueces
silenciosos. Sube, salta, delira en las esquinas
y el día luminoso se resuelve en un dólar inminente.
¡Un dólar! He aquí el resultado. Un borbotón de sangre.
Silenciosa, terminante. Sangre herida en el viento.
Sangre en el efectivo producto de amargura.
Este es un país que no merece el nombre de país.
Sino de tumba, féretro, hueco o sepultura.
Es cierto que lo beso y que me besa
y que su beso no sabe más que a sangre.
Que día vendrá, oculto en la esperanza,
con su canasta llena de iras implacables
y rostros contraídos y puños y puñales.
Pero tened cuidado. No es justo que el castigo
caiga sobre todos. Busquemos los culpables.
Y entonces caiga el peso infinito de los pueblos
sobre los hombros de los culpables.
Y esa es mi última palabra.
Quiero oírla. Quiero verla en cada puerta
de religión, donde una mano abierta
solicita un milagro del estero.
Quiero ver su amargura necesaria
donde el hombre y la res y el surco duermen
y adelgazan los sueños en el germen
de quietud que eterniza la plegaria.
Donde un ángel respira.
Donde arde una súplica pálida y secreta
y siguiendo el carril de la carreta
un boyero se extingue con la tarde.
Después no quiero más que paz.
Un nido de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos y el olvido.
Oí tocar a los grandes violinistas del mundo,
a los grandes "virtuosos".
Y me quedé maravillado.
¡Si yo tocase así!... ¡Como un "Virtuoso"!
Pero yo no tenía
escuela
ni disciplina
ni método...
Y sin estas tres virtudes
no se puede ser "Virtuoso".
Me entristecí.
Y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.
Una día oí... en un lugar... no sé cuál...
"Sólo el virtuoso puede ver un día la cara de Dios".
Yo sé que la palabra "Virtuoso"
tiene un significado equívoco, anfibológico,
pero, de una o de otra manera, pensé,
yo no seré nunca un "Virtuoso"...
y me fui por el mundo a llorar mi desdicha.
Anduve... anduve... anduve...
descalzo muchas veces,
bajo la lluvia y sin albergue...
solitario.
Y también en el carro itinerario
más humilde de la farándula española.
Así recorrí España.
Vi entonces muchos cementerios,
y aprendí cómo se llora
en los distintos pueblos españoles.
Blasfemé.
Viví tres años en la cárcel…
no como prisionero político,
sino como delincuente vulgar...
Comí el rancho de castigo
con ladrones y grandes asesinos...
Crucé diversos países y continentes;
viajé en la bodega de los barcos,
les oí contar sus aventuras a los marineros
y su historia de hambre a los miserables emigrantes.
He dormido muchas noches, años, en el África Central,
allá, en el Golfo de Guinea,
en la desembocadura del Muni,
acordando el ritmo de mi sangre
con el golpe seco, monótono y tenaz
del tambor prehistórico africano
de tribus indomables.
He visto a un negro desnudo
recibir cien azotes con correas de plomo
por haber robado un viejo sombrero de copa
en la factoría del Holandés.
Vi parir a una mujer
y vi parir a una gata.
y parió mejor la gata;
vi morir a un asno
y vi morir a un capitán.
y el asno murió mejor que el capitán.
Y ese niño,
¿por qué ha llorado toda la noche ese niño?
No es un niño, es un mono —me dijeron.
Y todos se rieron de mí.
Yo fui a comprobarlo
y era un mono pequeño en efecto,
pero lloraba igual que un niño,
más desgarrada, más dolorosamente que todos los niños
que yo había oído llorar en el mundo.
El Sargento me explicó:
—Anoche en el bosque matamos al padre y a la madre,
y nos trajimos al monito.
¡Cómo lloraba el monito!
Estuve en una guerra sangrienta,
tal vez la más sangrienta de todas.
Viví en muchas ciudades bombardeadas,
caminé bajo bombas enemigas que me perseguían,
vi varios palacios derruidos, sepultando
entre sus escombros niños y mujeres inocentes.
Una noche conté cientos de cadáveres
buscando a un amigo muerto.
Viví en manicomios y hospitales.
Estuve en un leprosario
(junto al lago petrolífero y sofocante de Maracaibo),
me senté a la misma mesa que los leprosos.
Y un día me acordé del Cid
y les di la mano a todos,
sin guantelete,
no tenía otra cosa que darles.
He dormido sobre el estiércol de las cuadras,
en los bancos municipales
y he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos.
Y esta llaga que llevo aquí escondida
—desde mozo, hace 60 años—,
que sangra, que supura, no se cierra
y no puedo enseñarla por pudor.
No es herida gloriosa de guerra...
¡Pero hay llagas redentoras!
Y una vez... alguien me llevó ciego
a un lugar de pesadilla.. .
de bicéfalos monstruos.
¿Alguien?...
¿o fue el veneno antiguo y poderoso de mi sangre
que está ahí, agazapado como un tigre,
se levanta a veces, deforma el Amor
y me deja sin defensa
en un mundo subyugante, satánico y angélico a la vez,
donde se pierde al fin la voluntad
y uno ya no puede decir quién quiere que venza,
si la luz o la sombra?
Sin embargo,
aquella vez vencieron y me salvaron los ángeles...
Pero yo no fui un soldado valiente.
¡Oh el amor, el amor...! ¡Qué formas toma a veces!
¿Por qué ha de ser así?
¿Por qué este veneno de la sangre está ahí siempre,
agazapado como un tigre, y no se va,
y a veces se levanta, y lucha...
y, ¡ay!, puede más que los ángeles?
Volví a blasfemar.
Y otra vez,
desesperado,
quise escaparme por la puerta maldita y condenada
y mi ángel de la guarda me tomó por los hombros
y me dijo severo: no es hora todavía...
hay que esperar.
Y esperé.
Y sufrí,
y lloré otra vez.
He visto llorar a mucha gente en el mundo
y he aprendido a llorar por mi cuenta.
El traje de las lágrimas
le he encontrado siempre cortado a mi medida.
Viví en Norteamérica seis años, buscando a Whitman,
y no lo encontré. Nadie le conocía.
Hoy tampoco le conocen.
¡Pobre Walt!, tu palabra "Democracy"
la ha pisoteado el Ku-Klux-Klan.
y "aquella guerra", ¡ay!,
la perdisteis los dos:
Lincoln y tú.
Llegué a México
montado en la cola de la Revolución.
Corría el año 23...
aquí planté mi choza,
aquí he vivido muchos años,
aquí he vivido,
he llorado,
he gritado,
he protestado
y me he llenado de asombro.
He presenciado monstruosidades y milagros:
aquí estaba cuando mataron a Trotsky
y cuando asesinaron a Villa,
cuando fusilaron a 40 generales juntos...
y aquí he visto a un indito,
a todo México
arrodillado llorando ante una flor.
He acompañado a la muerte muchas veces:
la vi a la cabecera de mi madre,
de mi compañera,
de amigos innumerables.
He sufrido y sufro el destierro...
Y soy hermano de todos los desterrados del mundo.
Tengo un amigo judío que estuvo en Auschwitz
y me ha enseñado las cicatrices del látigo alemán.
He estado en el infierno.
En un infierno
que Dante y Virgilio no soñaron siquiera.
Salí del infierno... y he rezado mucho después.
Me sepultaron vivo
y me escapé de la tumba.
He vivido largos años
y he llegado a la vejez
con un saco inmenso,
lleno de recuerdos,
de aventuras,
de cicatrices,
de úlceras incurables,
de dolores,
de lágrimas,
de cobardías y tragedias.
y ahora... de repente,
a los 80 años
me doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín...
que soy un "Virtuoso",
que puedo tocar en los grandes conciertos del mundo.
Me gusta haber llegado a la vejez
siendo un gran violinista... un "Virtuoso".
Pero... con esta definición
que oí cierta vez en un lugar... no sé cuál:
"Sólo el Virtuoso puede ver un día la cara de Dios".
Autor del poema: León Felipe
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TÚ Y YO
I
Yo vi un ave
que suave
sus cantares
entonó
y voló...
Y a lo lejos,
los reflejos
de la luna en alta cumbre
que, argentando las espumas
bañaba de luz sus plumas
de tisú...
¡y eras tú!
Y vi un alma
que, sin calma,
sus amores
cantaba en tristes rumores;
y su ser
conmover
a las rocas parecía;
miró la azul lejanía...
tendió la vista anhelante,
suspiró, y cantando amante
prosiguió...
¡y era
yo!
II
¿Viste
triste
sol?
Tan triste
como él,
¡sufro
mucho
yo!
Yo en una
doncella
mi estrella
miré...
Y dile,
amante,
constante
fe.
Pero ingrata
olvidóme,
y no sabe
que padezco
cual no puede
nunca, nunca
comprender...
¡Que mi pecho
no suspira,
ni mi lira
tiene acordes
de placer!
Yo vi en la noche
plácida luna
que en la laguna
se retrató;
y vi una nube,
que allá en el cielo,
con denso velo
la obscureció.
Yo vi a la aurora,
bañada en rosa,
dorar la hermosa
faz de la mar...
Y vi los rayos
de un sol ardiente
que rudamente
borraron luego,
con rojo fuego,
su bella faz...
Así vi que bella
naciera en un día,
con dulce alegría,
la aurora luciente
de un plácido amor;
¡mas hoy yo contemplo,
no más en mi vida,
de negro vestida,
la estatua tremenda
de amargo dolor!
¡Hoy sólo me complace
oír la queja amarga,
que al cielo envía tierna
la tórtola del monte
con moribundo son!
Sentir cómo susurra
la brisa entre las hojas...
¡Mirar el arroyuelo
que al eco de la selva
confunde su rumor!
Canto cuando las estrellas
esparcen su claridad:
cuando argentan las espumas;
¡las espumas de la mar!
Canto cuando el ancho río
murmurando triste va...
Cuando el ruiseñor encanta
¡con su arpegio celestial!
Y al ronco mugir de las olas;
la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
¡me encanta y embriaga a la vez!
Me place lo triste y lo alegre;
me gusta la selva y el mar,
y a todos saludo contento...
¡Y algunos se ríen al verme!...
Y, a veces, ¡me pongo a llorar!
Yo adoré a una mujer con el fuego
de mi joven y audaz corazón:
mas ya he dicho que aquélla olvidóme,
y que vivo en tremendo dolor.
¿Estoy loco? No sé: lo que siento,
no lo puedo jamás explicar.
Es un rudo y feroce tormento...
Nada más; nada más... ¡nada más!
¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida
del raudal turbulento de la vida!
Soy... algo doloroso cual lamento...
Arista débil que arrebata el viento!
Soy ave de los bosques solitaria!...
Deshojada y marchita pasionaria!...
Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma...
¡perdido de este mundo entre la bruma!
¡Felices aquellos que nunca han amado!
¡Felices!... ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!
Y ¿qué es el amor?
¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana...
Origen venturoro de sin igual placer...
con algo de la tarde y algo de la mañana...
¡Con algo de la dicha y algo del padecer!
¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo?
¿No oís del arroyo el süave y callado rumor?
¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo!
¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor!
¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa
si hubiera conservado por siempre mi niñez,
si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa,
lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez!
¡Felices aquellos que nunca han amado!
¡Felices!... ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!
¡Qué amargo es el amor!
¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando,
yo cruzaré el desierto de mi vida,
mostrando a todos mi profunda herida,
que lágrimas y sangre está manando!
Y al compás de canciones sombrías,
cantaré de mi amor la memoria...
Y sin gloria,
llorando siempre, pasaré mis días
¡entre polvo, entre lodo, entre escoria!
Y al ronco mugir de las olas;
la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
serán mi tormento también.
Me place lo triste y lo alegre:
me gusta la selva y el mar...
Yo siempre estaréme contento;
y algunos, reirán al mirarme,
¡y a veces, pondréme a llorar!
Cantaré si el ancho río
murmurando triste va;
si el ruiseñor me encantare
con su arpegio celestial;
cuando mire a las estrellas
esparcir su claridad
sobre las peñas negruzcas
y las espumas del mar.
¿Por qué?... Porque sin amor,
vuelan dolientes, sin calma,
las avecillas del alma
entre el viento del dolor.
¡Daré dulces canciones
a los fugaces vientos,
para que entre sus alas
las lleven lejos, lejos,
del mundo hasta el confín!
Iréme a las montañas...
iréme a los oteros...
y allí tal vez, ¡Dios santo!,
tal vez seré feliz.
¡Y en las alas del viento,
oirá mis canciones
la ingrata!... La ingrata
a quien adoré.
Aquélla que rióse
de ver mi desgracia...
Aquélla a quien dile
mi amor y mi fe!
¡Triste es la noche!
Triste es la selva...
Y del arroyo
lo es el rumor;
pero es más triste
que el arroyuelo
y que la noche,
mi corazón.
Mis acentos,
en los vientos
cual lamentos
moribundos
sonarán,
como el eco
que en el hueco
del árbol seco,
tiernos forman
los Favonios
al pasar.
¡Aprendan
los bardos
mi historia
de amor;
y cántela
todo
el que es
Trovador!
¿Viste
triste
sol?
¡Tan triste
como él,
sufro
mucho
yo!
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