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Clandestino

Capitulo 1

Sabía perfectamente que ser madrastra no era una tarea fácil. ¿Y cómo podría serlo, cuando el niño en cuestión no dejaba ni que se le acercará?

Su hijastro no solamente tenía un carácter difícil, sino que el pequeño individuo la repelía como si ella se tratase de una plaga que debía ser exterminada.

—Solo quiero ser tu amiga —insistió, tendiendo su mano para que la tomara. Nuevamente la única respuesta que obtuvo, fue una rotunda muestra de rechazo.

No podía negar que aquello le afectaba, pues su único deseo era formar un hogar con el hombre que amaba. ¿Pero de qué hogar hablaba? Si más bien era ella la que había destruido uno.

De repente el niño de ojos ámbar, la observó de lleno con mucha frialdad —No me interesa ser el amigo de una zorra —declaró de forma contundente.

Susej se enderezó y lo miró horrorizada. Más allá del insulto, le sorprendía que él manejara un vocabulario similar. —¿De dónde has oído eso? —inquirió con suavidad.

—No necesito haberlo escuchado antes, para saber que eso eres.

La mujer sintió su visión borrosa. ¿Zorra? ¿Ramera? ¿Qué más insultos tendría que soportar? Cada uno parecía calar en su ser con mayor fuerza, pues le resultaba inevitable no creer que fueran verdad.

—Sé que es difícil de entender a tu edad, pero yo no quise interferir en tu hogar. Tus padres ya no se amaban, y yo... Lo siento —Susej hipo incapaz de contener el llanto. ¿Qué excusa se suponía que iba a darle?

El niño de cinco años, no sé inmutó ante sus lágrimas —No me interesa. Te odio por haber traído a tu peste contigo —le dijo con un rencor que la mujer pudo percibir como genuino.

Aquel pequeño no solo la odiaba por ser la causa de la separación de sus padres, sino que tampoco le perdonaba el hecho de haber traído consigo a su hermanito. Ese resultaba para él como el peor de los castigos.

Susej no sabía exactamente qué hacer. Se sentía sin fuerzas ante la situación que estaba pasando. Finalmente, podía compartir el lecho por las noches con el amor de su vida y aunque vivían en la misma casa, aquella no se sentía como un hogar...

El tiempo lo cura todo, ese era un dicho muy sabio pero difícil de aplicar. No podía simplemente sentarse a esperar a que el tiempo lo solucionará, pues con el transcurrir de los años había llegado a comprobar que esas cosas no pasaban.

Los años avanzaron y el niño alcanzó la edad de ocho años. Sin embargo, su actitud no había mermado ni un poco, por el contrario, con cada día que pasaba su rebeldía parecía aumentar un poco más.

—Ulises, siento que Angelo no es feliz viviendo con nosotros —le había comentado la mujer con pesar a su marido.

No era que ella quisiera que el niño dejara de vivir con ellos, pero si le preocupaba su infelicidad. No consideraba normal que un pequeño no sonriera y se mostrará tan fastidiado al compartir un momento familiar.

Susej se sentía culpable, puesto que no podía evitar pensar que ella era la razón por la cual el hijo de su marido no actuaba como un niño de su edad. ¿Le había arruinado su infancia?

—No te preocupes, Susej. Angelo solo necesita adaptarse —fue la respuesta tranquila del hombre.

Ciertamente, Ulises no estaba dispuesto a permitir que su hijo se mudará con su madre. Él no consideraba a Irasue como la más indicada para llevar la crianza de Angelo.

Su primogénito tenía un carácter difícil, heredado particularmente de su progenitora. Sabía perfectamente que no era un niño ordinario, cosa que Susej no lograba entender.

Su hijo amaba la soledad y jugar no era algo que él quisiera hacer. Prefería leer un libro, antes de hacer algo tan banal.

Angelo no únicamente tenía un carácter peculiar, sino que además era todo un genio. Su coeficiente intelectual superaba con creces al de cualquier otro niño de su edad.

Era por esa razón que su hijo debía permanecer en sus manos. Él se encargaría de convertir a Angelo, en un hombre respetable. Su hijo estaba creado para cosas grandes...

***

Angelo solo necesita adaptarse...

¿Qué cantidad de tiempo podría requerir una persona en acoplarse a un nuevo entorno? Ella había leído mucho sobre el tema, y en el caso de los niños se decía que ellos, generalmente, poseían una gran capacidad de adaptación.

Sin embargo, su hijastro se mostraba renuente ante la idea de querer relacionarse en su nuevo ambiente. Para él, ni ella, ni Martín eran parte de su familia. Y ni hablar, de las constantes riñas entre los dos niños.

—Angelo ¿te gustaría acompañarnos al supermercado? —Susej había entrado en la habitación del pequeño, con la intención de llevarlo consigo a hacer algunas compras.

Obviamente, no quería dejarlo solo en casa, aun cuando la señora Kaede siempre lo cuidaba muy bien. Y Angelo de por sí, era un niño bastante tranquilo.

El pequeño albino elevó su mirada dorada hacía ella y asintió con un leve gesto. No consideraba necesario negarse cuando sabía perfectamente que iba a seguir insistiendo.

El recorrido hasta el supermercado fue silencioso. Los dos niños se sentaron en la parte trasera del vehículo y no se miraron entre ellos, ni por un instante.

Martín se mantuvo entretenido en su consola de videojuegos y Angelo veía el paisaje reflejado en la ventanilla con vago interés.

—¿Quieren escuchar algo de música? —preguntó la mujer con una sonrisa.

Angelo únicamente le dedicó una mirada de soslayo que decía claramente que no. Mientras que su hijo, accedió gustosamente.

Susej contempló el reproductor de música con una sensación de indecisión. Siempre se sentía en una encrucijada, hacer encajar a su hijastro era una tarea realmente agotadora.

Suspiro cansada y decidió poner algo de música. Una canción suave para no molestar a Angelo...

Al llegar a su destino, tomó a su hijo de la mano, mientras que el mayor de los albinos los seguía de cerca.

Las compras surgieron sin ningún tipo de contratiempo y por más que invitó a Angelo a escoger algo, el chiquillo no se interesó en hacer una elección.

Susej salió con el carrito del supermercado repleto de compras, y bastante atenta de que su inquietó niño de cinco años no saliera corriendo en cualquier momento.

La mujer afanada guardaba los víveres en la cajuela del auto, mientras que Angelo... Susej se horrorizó. ¡¿Dónde estaba Angelo?!

Inmediatamente, tomó a Martín en brazos y salió corriendo, en busca de su hijastro —¡Angelo! —gritó su nombre en repetidas ocasiones, mientras iba de un lugar a otro buscándolo.

Sus alaridos desesperados llamaron la atención del resto de las personas que transitaban el estacionamiento, y en cuestión de minutos, ya había un grupo resaltante de individuos buscando al niño desaparecido...

***

¿Quién había dicho que él quería ser miembro de una familia de subnormales?

La mujer que se había encargado de romper su paz interior, insistía en querer hacerlo encajar en un sitio en el que no le interesaba estar.

Esa no era su familia. Ni ese mocoso de comportamiento ridículo era su hermano. Simplemente, se negaba ante la idea de mantener lazos con esas personas. No las necesitaba...

Solamente quería que lo dejarán en paz. Tal cual, como él lo hacía con ellos, ignorándolos constantemente.

Angelo siguió caminando alejándose de ese sitio. Necesitaba un poco de soledad y tal vez también darle un escarmiento a su madrastra.

El sol de las once de la mañana, se mostraba radiante. Puso un poco de atención en la avenida que estaba transitando, grabando los detalles más resaltantes.

Afortunadamente, poseía una memoria fotográfica que le impediría siquiera perderse. Además, el número de su padre se lo sabía de memoria, así que consideraba que no había ningún factor del cual preocuparse.

Todo estaba bajo su control. El control de un niño de escasos ocho años. Ciertamente, Angelo no se esperaba que ese día ocurriera algo que desarmara por completo su temple.

El ambarino se disponía a cruzar por un callejón, solo para hacerle más difícil a aquella mujer la tarea de encontrarlo. Pero al hacerlo... Pudo distinguir perfectamente, los ladridos de un grupo de perros.

Tenía un sentido auditivo bastante desarrollado. Y además, sentía que había algo que le indicaba que debía moverse hacía aquella dirección.

Sus pasos siguieron su intuición y al llegar al final de aquel callejón sin retorno, pudo percibir un gran número de contenedores de basura, y a una manada de perros hambrientos.

Sus ojos dorados vieron la escena sin real interés. Seguramente alguien había lanzado un pedazo de carne, muy suculento y esa era la razón de tanto alboroto.

Cuando se disponía a dar media vuelta, para marcharse pudo escuchar perfectamente algo más. Algo que le heló la sangre e hizo que cada uno de los vellos de su piel se erizarán.

El llanto de un bebé provenía de aquel basurero. Una criatura lloraba muy tenuemente, mientras que los perros buscaban ansiosos atraparla.

Angelo no supo la razón por la cual se movió de una manera tan veloz, pero en cuestión de segundos, había ahuyentado a los perros lanzando patadas y haciendo uso de toda su fuerza.

Lo que miro después lo dejó boquiabierto. Realmente era una bebé, la misma estaba dentro de una canasta de verduras, envuelta en una sucia manta rosada.

El niño no sabía qué hacer ante lo que estaba presenciando. La criatura seguía llorando, y sus mejillas coloreadas reflejaban todo su esfuerzo.

Extendió su mano para intentar sacarla, pero se detuvo en el proceso. Ella se veía muy frágil y sentía que si le ponía un dedo encima iba a romperse.

Así que optó por lo que considero más sensato. Pedir ayuda. Gritó repetidamente pidiendo auxilio, hasta que alguien finalmente lo escuchó.

La ayuda llegó, en forma de una mujer que desbordaba lágrimas —Angelo, gracias al cielo —fue lo primero que exclamó su madrastra.

Pero a Angelo ya no le importaba el hecho de haberse escapado, con la finalidad de hacerla sufrir. Ahora, había algo más importante que debía ser atendido con suma urgencia.

—Susej, hay una bebé —le dijo señalando en dirección al contenedor.

La mujer parpadeó confundida. En su mente aquellas dos cosas no podían asociarse. Para ella, era imposible poner la palabra "basura" y "bebé" en una misma oración.

Pero efectivamente, a sus oídos incrédulos llegó el tenue llanto de una criatura. Susej bajo a Martín de sus brazos y corrió para comprobar lo inaudito.

—¡Dios mío! —la mujer sintió que se rompía en mil pedazos. ¿Quién pudo ser tan perverso, como para abandonar a una criatura inocente en un basurero?

Poco tiempo después, la ambulancia y la policía llegaron al lugar del suceso. Lo único que se dedujo fue que la niña había sido abandonada por sus progenitores.

Unos padres desnaturalizados que no tuvieron reparo en dejarla en un sitio como ese. La bebé, de menos de un mes de nacida, estaba en un crítico estado de desnutrición. Y lo único que poseía en el mundo, aparte de una manta vieja, era un papel con un nombre: Ailén.

***

—¿Angelo, te das cuenta de lo que has hecho? —Ulises Taisho estaba de un pésimo humor.

Su hijo había decidido escaparse por voluntad propia y al encararlo sobre lo ocurrido, su única respuesta fue: "Ya no soportaba a esa mujer, ni a su estúpido engendro"

—No sé cuántas veces tendré que decírtelo, pero Martín es tu hermano. Y te guste o no, vas a tener que soportarlo.

—Pues no quiero.

—¡Pues vas a tener que querer! —el hombre estaba perdiendo la paciencia y eso Susej pudo notarlo.

—Cariño, déjalo. Angelo vivió una experiencia muy fuerte hoy, lo mejor será dejar está conversación para otro momento —intercedió.

Realmente sentía que lo sucedido horas antes, le había dejado una horrible sensación de la cual no lograba aún recuperarse.

Ulises asintió a las palabras de su esposa con una leve cabezada —No tienes justificación, Angelo —prosiguió con su corrección, pero de manera más suave.

»—Por tal razón, considero que ningún castigo sería suficiente. Pero lo que sí quiero es que de ahora en adelante, convivas más con tu hermano. Necesito que te comprometas a hacerlo...

—Imposible —murmuró el niño.

Y, Ulises tuvo que contenerse para no usar otros métodos más efectivos. Angelo era un testarudo de lo peor, pero iba a quebrar esa voluntad de hierro aún si tuviese que cambiarse el nombre.

Con lo que no contaba el hombre era que unas semanas más tarde, la solución para la unificación de su hogar, estuviera recluida en una clínica y pronta a ser dada de alta.

—¡Es tan hermosa y se ve mucho mejor!

—Así es señora. Ha aumentado un poco de peso y muestra mucha mejoría.

—Aún no puedo creer que existan personas tan desalmadas y que sean capaces de hacerle eso a una bebé —Susej se contuvo de derramar otra lágrima.

La situación de la niña la tenía en un estado muy sentimental. Al día siguiente, de haberla dejado al cuidado de las autoridades no pudo evitar seguir involucrándose.

La visitó durante semanas. Aunque no espero que su hijastro quisiera acompañarla. La mujer miró por el rabillo del ojo a los dos niños, que veían atentamente a la bebé.

—Se han visto casos peores —suspiro la enfermera, bastante acostumbrada a presenciar ese tipo de cosas —. Solo espero que realmente consiga ser adoptada pronto. Escuché que la llevaran la semana que viene, a un orfanato de la zona.

—¿Qué? —la mujer sintió una punzada en el pecho. De alguna manera, se había encariñado con la niña. Así que simplemente, no quería despedirse de ella.

—Es su destino, señora —la otra se mostró resignada. En su trabajo, sabía que no podía encariñarse con los pacientes, porque sino terminaría viviendo con el corazón roto.

—No, no puede ser su destino —Susej dijo con voz quebrada. Y al darse la vuelta comprobó que sus dos pequeños acompañantes pensaban exactamente lo mismo.

Pero lo que le sorprendió aún más, fue ver esa mirada atenta de su hijastro. Angelo veía a la bebé con tanto interés, que pudo percibir claramente como una luz de esperanza se abría paso en su camino.

Ailén era la hermanita que Angelo necesitaba, para sentirse parte de la familia...

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Capitulo 2

Ulises estaba impresionado, viendo cómo sus dos hijos convivían en una sana armonía. Sus dos varones rodeaban a la bebé, mientras que ésta enrollaba con su manito el dedo del mayor de sus hijos.

Ailén ya había cumplido ocho meses de vida y, había sido la decisión más acertada que hubiese podido tomar. La niña, había llegado a su hogar para unirlo.

Su esposa se mostraba radiante atendiendo a la familia, y él no podía hacer otra cosa que contagiarse con su felicidad. Y realmente, se sentía satisfecho por cómo estaban resultando las cosas. Aunque de vez en cuando, los muchachos seguían peleándose.

—Ve lo que estás haciendo, idiota —Angelo había empujado a Martín con tanta fuerza que lo hizo caer en el suelo.

Mientras tanto la bebe lloraba desconsoladamente, por haber recibido un golpe accidental en la cabeza, con el sonajero con el que Martín pretendía hacerle una morisqueta.

Susej se apresuró en sacarla del moisés y cargarla para que se calmara. La tensión en el ambiente era muy pesada y existía la posibilidad de que una pelea se avecinara.

Angelo veía a Martín con tanta rabia, que Ulises tuvo que intervenir. Realmente, el menor de sus hijos era un poco brusco en su trato, pero no lo hacía con mala intención.

—Martín, debes tener más cuidado la próxima vez —regaño —. Y tú Angelo, no vuelvas a empujar a tu hermano.

—Él se lo busco —respondió el mayor indiferente. Era notorio que la molestia aún no se le pasaba.

Angelo odiaba que Ailén llorara de esa manera, porque le recordaba al día en que la encontró en aquel basurero hacía unos meses atrás.

Ulises se sentía estupefacto. Era increíble lo protector que podía llegar a ser su primogénito. Finalmente, Angelo se comportaba como todo un hermano mayor, aunque este actuar no lo despertaba precisamente el menor de sus hijos.

Desde que Ailén había llegado a su casa, Angelo había estado tan pendiente de ella, que aquello parecía un sueño hecho realidad.

Angelo ahora compartía los alimentos en la mesa, sin ningún problema. E incluso, el trato con su madrastra había mejorado notoriamente. La mujer se había ganado el respeto del niño, por la manera tan dedicada en la que atendía a Ailén.

Y aquella mejoría perduró y fue incrementándose con el pasar de los años. La pequeña Ailén había pasado de ser una niña desechada por sus padres, a ser la princesa en un hogar donde no hacía otra cosa que recibir amor.

Su hermano mayor parecía venerarla por la manera tan intensa en la que le daba toda su atención. Su mundo giraba alrededor de Ailén, desde que ésta apareció en su vida.

Angelo sentía que Ailén se había presentado en su camino como una especie de encomienda. Y su deber desde ese momento era protegerla.

Ailén era una niña muy risueña y angelical. Poseía un alma tan pura que su ingenuidad, a veces sacaba de quicio al mayor de sus hermanos.

—¿Quién te hizo eso en el rostro? —preguntó el muchacho bastante enojado.

Su hermanita estaba siendo víctima de acoso en la escuela y lo peor del caso, es que ella perdonaba constantemente ese tipo de situaciones.

Ailén era demasiado buena para un mundo tan corrupto. Pero él, por el contrario, no era nada bueno, y se encargaría de hacerle pagar a quien se atreviera a meterse con ella.

—Fue un accidente. Kaori realmente no quiso hacerlo —contestó la niña un poco asustada.

Le gustaban los ojos de su hermano al igual que el del resto de sus parientes. Sus ojos eran de un dorado hermoso, pero cuando la veía con aquella frialdad también le atemorizaban un poco. Él normalmente, no le dedicaba esa mirada.

—¿Qué? —Angelo no podía creer lo que estaba escuchando. No solamente una niña le pegaba en la escuela, sino que aparte ella lo justificaba.

—No volverá a ocurrir y ni siquiera me duele —dijo sonriendo, mientras se tocaba el moretón que tenía cerca del ojo como si no sintiera ningún tipo de dolor.

El muchacho frunció el ceño y Ailén pudo entender que aquel comentario no había ayudado en nada. Su hermano estaba realmente molesto...

—Le dijiste a Susej que te habías lastimado con una puerta esta mañana y ahora admites que alguien te golpeó, ¿pero qué no quiso hacerlo?

La niña guardó silencio, cohibida. La situación era un poco más complicada, que simplemente admitir que una niña le había pegado.

En realidad, no había sido una sola niña, sino que otras más le habían ayudado. Ailén se vio sujetada por dos de sus compañeras, mientras que Kaori se descargaba, diciéndole todas las razones por las cuales no le agradaba.

Al parecer aquella niña la odiaba por formar parte de una familia que la amaba y se desvivía por ella. Cuando a Kaori, sus padres la ignoraban y no le prestaban la debida atención.

¿Pero qué culpa tenía ella de ser tan privilegiada?

Su madre siempre la despedía con un beso en la entrada del colegio y sus hermanos solían cuidarla como dos guardianes que nunca la desamparaban.

Ailén era amada y consentida, eso no podía negarlo. Y aquella niña, la odiaba por esa simple razón. Aun cuando ella, no le había hecho absolutamente nada que mereciera su desprecio. Pero la envidia era un sentimiento muy destructivo, y Kaori vivía experimentándolo.

—¿Entonces?

A Ailén no le gustaba mentir, sin embargo, se había visto obligada a hacerlo con su madre. Pero, en cambio, con su hermano Angelo, no había podido hacerlo.

Él sabía leerla tan bien que Ailén a veces se sentía transparente —Es cierto —admitió avergonzada, mientras bajaba la mirada.

El muchacho lejos de regañarla como esperaba, se inclinó para llegar a su altura y con su dedo índice elevó suavemente su mentón para que lo mirara.

—¿Sabes que no voy a permitir que esto siga sucediendo? —pregunto y Ailén asintió.

Luego Angelo se elevó en toda su estatura y formó con sus labios una fina línea. De ninguna manera, iba a dejar a los culpables sin un castigo.

Se dio la vuelta y desapareció por el pasillo dejando a Ailén sola. ¿Qué pensaba hacer su hermano? Se preguntó la niña poco después, contemplando el lugar donde antes estaba su imponente figura.

[...]

Martín llevaba rato mordiéndose la lengua para no lanzar un comentario ácido que hiciera aún más tenso, el ya de por sí pesado ambiente.

—¿Entonces los niños te pegan en la escuela? —soltó.

Ailén se encogió en su asiento al escucharlo. La agresión recibida en su colegio ya era un tema de conocimiento público en su casa.

No solamente había quedado como una mentirosa delante de su madre, sino que también se sentía como una cobarde al no haber intentado defenderse o al menos acusar a sus agresores.

—Martín, no tomes a la ligera un tema tan delicado —reprendió Susej.

Su hijo no poseía nada de tacto y al parecer no podía notar tampoco que Ailén se sentía muy avergonzada por lo sucedido.

—Meh —bufó el adolescente —. ¿No veo el misterio en esto, madre? La situación es tan simple como que unos niños le pegaron y ella se dejó —dijo lo último regalándole una mirada de reproche a la menor.

—Martín...

—¿Y qué querías que hiciera? Es solo una niña—contraatacó su madre, indignada.

—¡Una niña que no se defiende! —se exaltó el muchacho, casi igual de indignado.

—¡Ya basta, Martín!

Afortunadamente, la discusión finalizó por la intervención del patriarca de la familia y no por Angelo, quién pensaba levantarse de su puesto y tomar a Martín del cuello, para lanzarlo contra la pared y así lograr que se callara.

Martín tenía sus motivos para estar tan disgustado. A él le desagradaba bastante ver a su hermanita lastimada y le molestaba aún más saber que ella había encubierto a los responsables.

Para él, igual que para el resto de sus familiares, Ailén era sagrada. El cariño que sentía hacía la menor de los Taisho era genuino y de igual forma quería protegerla de todos los peligros.

—Ailén debes aprender a ser fuerte y no dejarte lastimar por nadie —le había dicho el muchacho más tarde, cuando su enojo estuvo por completo aplacado.

Su hermanita lloró en sus brazos y él la apretó aún más contra su pecho. No le gustaba ser duro con ella, pero no podía evitarlo. Esa era su forma de ser, un poco tosca en ocasiones...

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Capitulo 3

Kaori y su grupo fueron acusada de agresión. La niña derramó lágrimas de arrepentimiento y la situación llegó inmediatamente a oídos de sus padres.

—¡¿Por qué ustedes no pueden también amarme?! —reprocho Kaori a sus progenitores en el salón de reuniones.

—¿De qué estás hablando, Kaori? Nosotros te amamos —su padre respondió incrédulo. Su hija estaba armando un espectáculo dejándolo expuesto.

No era que se considerará el peor de los padres, pero era consciente de que poseía algunas fallas. Pero a pesar de eso, se desvivía por darle lo mejor a su hija. Absolutamente nada le faltaba.

—¿Acaso no te demostramos nuestro amor cada día? Tienes todo lo que has podido desear, cada cosa que pides te la compramos —enumeraba su madre, las razones por las cuales su comentario era absurdo —. ¿Dime qué más quieres y lo tendrás en seguida?

Pero ese era justamente el problema. El amor no podía ser sustituido con bienes materiales. Por más que la intención de aquellos padres fuese buena, no estaban comprendiendo el grave error que cometían.

Su hija no quería más cosas para coleccionar, quería tiempo de calidad con ellos. Quería un beso de despedida todas las mañanas y ser arropada por las noches por sus progenitores.

Cuando escucho una conversación que Ailén mantenía con su amiga, ella pudo percibir lo diferente de ambas situaciones. La castaña contaba cómo su madre Susej le leía un cuento nuevo cada noche y como sus hermanos la llenaban de actividades.

Ailén recibía atención de todas partes, mientras que ella la mayoría del tiempo se encontraba sola en su amplia casa. Sus padres vivían viajando y trabajando con tanto ajetreo que a veces pasaban días enteros sin verse las caras.

—¡Solo quiero que estén más tiempo conmigo! —murmuró la niña con voz quebrada.

A Ailén se le arrugó aún más su corazoncito de pasa, y sin proponérselo siquiera, se levantó de su asiento y fue en dirección a su compañera para abrazarla.

Angelo miró la escena sin poder reprocharle a su hermanita su actuar. Y aunque no entendía muchas de las cosas que hacía, así era ella y eso lo respetaba.

Al final del día, el asunto se resolvió. Las tres niñas recibieron amonestaciones y Kaori, finalmente obtuvo lo que realmente quería.

Sus padres prometieron pasar más tiempo con ella y dejar en segundo plano los asuntos del trabajo. Incluso harían un viaje en familia, a penas las vacaciones escolares llegarán.

Desde ese día, Ailén se volvió más cercana a Kaori. Y la niña que antes la envidiaba, pasó a tenerle un profundo afecto a la castaña...

***

Angelo siempre había estado involucrado en todos los asuntos concernientes a Ailén.

Él sabía todo de ella: Qué hacía, cuáles eran sus alimentos favoritos y también cuáles eran sus costumbres más extrañas.

Ailén decía no tener un hermano favorito cuando Martín le preguntaba, pero en secreto, la niña tenía una relación más cercana con el mayor de sus hermanos.

Angelo era paciente con ella y siempre sabía entenderla muy bien, aun cuando a veces gagueaba y ni ella misma sabía que quería, él tenía una respuesta para todo. En resumen, ambos eran muy unidos.

El problema radicaba en que Angelo estaba próximo a alcanzar la mayoría de edad y debía irse a la universidad dejando atrás a su hermanita.

La decisión estaba tomada y él no podía hacer nada para revertirla. Su padre insistía en que la universidad de Stanford, era su mejor oportunidad. Y que si había sido seleccionado para una beca debía aceptarla sin rechistar. No todos tenían ese privilegio.

Su familia no era adinerada, pero si tenían una muy buena posición. Su padre estaba construyendo una empresa, la cual pretendía dejar a cargo de sus hijos en un futuro.

Angelo tenía un camino amplio por delante y todo lo requerido para triunfar en el mundo. Las tierras de California lo esperaban y él de cierta forma estaba ansioso por explorarlas, pero seguía habiendo un problema que lo inquietaba.

¿Quién cuidaría de Ailén en su ausencia?

Aunque su padre, Susej e Martín decían cuidarla. Sabía perfectamente que no lo harían tan bien como él. Ellos no sabían leerla de la misma manera y en ocasiones no se daban cuenta de cosas tan obvias.

Ailén lo necesitaba y él a ella. Su tranquilidad dependía de que su hermanita estuviera bien. Sin embargo, no tenía más alternativas que confiar. Confiar en que ellos sí la cuidarían.

—Si le pasa algo, voy a matarte, Martín —amenazó.

—Imbécil —refunfuño el otro —. ¿Qué va a pasarle? Solo va a estar en casa. Mejor hazle un favor y termínate de ir.

—¿Es cierto que te vas mañana? —Ailén apareció en la habitación de Martín, con sus ojos cristalizados.

Angelo asintió y ella sintió el peso de la realidad invadirla. Su hermano realmente se iría, aunque se había negado a aceptarlo.

La niña de diez años, rompió en llanto y los dos varones presentes, no supieron qué hacer como de costumbre.

—Ya, Ailén, tampoco es la gran cosa —intentó consolar Martín, sobando su cabellera castaña.

Angelo le regaló una fría mirada a su imprudente hermano y se marchó de la habitación. Aquel consuelo en lugar de calmarla, la había alterado aún más y si había algo que él odiaba en el mundo, era oírla llorar.

En la madrugada de aquel último día que pasaría en ese lugar, sintió perfectamente como una pequeña figura se colaba en su cama.

Ailén se enrolló a su lado y enterró su cabeza en su costado. Podía sentirla llorar, pero no se movió. Y aunque estaba tentado ante la idea de decirle que no se iría y mandar todo al diablo, no lo hizo.

—Duerme —solicitó de la manera más suave que pudo.

Esa era otra de sus costumbres. Los días en que Ailén se sentía especialmente triste, acudía a su hermano. Se acostaba a su lado y dejaba que su calidez le transmitiera la tranquilidad que tanto necesitaba.

Y él también cuando estaba alterado o de un pésimo humor, el cual no podía ser aplacado fácilmente. Se sentaba a su lado y dejaba que su dulce voz lo envolviera llevándose por completo su enojo. 

Ailén era una conversadora por excelencia y él había aprendido a ser un sumiso oyente, uno que no hacía otra cosa que darle su absoluta atención y prestar su oído para atender a cada una de sus palabras.

Angelo encontraba paz en Ailén. En su dulce voz, en su esencia pura y en su olor que resultaba tan agradable a sus fosas nasales. Y ahora, debía privarse de eso por un tiempo, pero sabía que era necesario.

Él se encargaría de regresar convertido en un hombre próspero que le daría todo lo que ella necesitara. Pues su prioridad seguía siendo una sola, y esa era la felicidad de Ailén...

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