NovelToon NovelToon

La Emperatriz De Los Cuervos

"Fortuna emperatrix mundi"

...O fortuna...

...Velut luna...

...statu variabilis,...

...semper crescis...

...aut decrescis;...

...vita detestabilis...

...nunc obdurat...

...et tunc curat...

...ludo mentis aciem...

...egestatem,...

...potestatem...

...dissolvit ut glaciem....

...Sors inmanis...

...et inanis,...

...rota tu volubilis,...

...status malus,...

...vana salus...

...semper dissolubilis,...

...obumbrata...

...et velata...

...michi quoque niteris;...

...nunc per ludum...

...dorsum nudum...

...fero tui sceleris....

...sors salutis...

...et virtutis...

...michi nunc contraria,...

...est affectus...

...et deffectus...

...semper in angaria....

...Hac in hora...

...sine mora...

...corde pulsum tangite;...

...quodper sortem...

...sternit fortem,...

...mecum omnes plangite!...

^^^ ^^^

^^^Oh fortuna,^^^

^^^variable como la luna^^^

^^^como ella creces sin cesar^^^

^^^o desapareces.^^^

^^^¡vida detestable!^^^

^^^Un dia, jugando,^^^

^^^entristeces a los debiles sentidos,^^^

^^^para llenarles de satisfaccion^^^

^^^al dia siguiente.^^^

^^^La pobreza y el poder^^^

^^^se derriten como el hielo^^^

^^^ante tu presencia.^^^

^^^Destino monstruoso^^^

^^^y vacio,^^^

^^^una rueda girando es lo que eres,^^^

^^^la salud es vana,^^^

^^^siempre puede ser disuelta,^^^

^^^eclipsada^^^

^^^y velada;^^^

^^^me atormentas tambien^^^

^^^en la mesa de juego;^^^

^^^mi desnudez regresa^^^

^^^me la trajo tu maldad.^^^

^^^El destino de la salud^^^

^^^y de la virtud^^^

^^^esta contra la mia,^^^

^^^es atacado^^^

^^^y destruido^^^

^^^siempre en tu servicio.^^^

^^^En esta hora^^^

^^^sin demora^^^

^^^toquen las cuerdas del corazón; el destino^^^

^^^derrumba al hombre fuerte^^^

^^^¡Llorad todos conmigo! ^^^

...****************...

...PRIMERA PARTE...

 

...I...

 

Érase una vez, en un imperio basto y bendito por la generosidad de los dioses, una pequeña y hermosa niña cuyos ojos vieron la luz por primera vez en día de primavera.

La niña era la adoración de sus padres cuyo único propósito fue el de verla convertirse en la siguiente emperatriz. Así pues, la pequeña, a quien llamaron Jocasta, tuvo su futuro predestinado desde el instante en que exhalo su primera bocanada de vida.

La familia Asteria había producido un largo linaje de emperatrices a lo largo de la historia. Mujeres fuertes y entrenadas para liderar el imperio y apoyar al emperador en su tarea de gobernar una nación. Si el emperador era el padre, la figura de emperatriz era vista como la de una madre quien era la intermediaria entre el pueblo y el emperador. Ya sea entre la familia imperial o nobles los matrimonios arreglados tenían como único propósito el político. El romance solo era para aquellos que podían permitírselo.

Cuando Jocasta cumplió 12 años, fue llevada a palacio ha pedido del emperador, quien anhelaba conocer a la niña de la que había oído hablar. Al verla comprobó que los rumores eran ciertos, hermosa y de buenos modales a pesar de su corta edad, aquella niña poseía una mirada inquisitiva y curiosa además de un rostro vivaz.

—Es una perfecta candidata a emperatriz —dijo el emperador Rasa satisfecho con lo que veía —. No me esperaba menos de la familia del duque —sonrió complacido.

—Nos honra usted majestad —respondió Jonathan Asteria, el gran duque del norte, ejecutando una ligera reverencia sumamente complacido y orgulloso de su hija.

Jocasta, quien se encontraba al lado de su madre, permaneció de pie en una postura perfecta y un rostro tranquilo mientras observaba al emperador y su padre sumamente felices y complacidos.

—Mañana anunciaremos el compromiso con mi hijo menor Carles, quien asumirá en un futuro el cargo de príncipe heredero y a mi muerte será ungido como emperador.

—Jocasta querida ¿No tienes algo que decirle al emperador? —dijo Dione, su madre, esbozando una ligera sonrisa y acariciando la cabeza de su hija.

La pequeña dobló sus rodillas manteniendo el pie derecho detrás, sus manos levantan con elegancia los dobladillos de su vestido, su cuerpo se dobló, pero mantuvo su barbilla un poco erguida; era el saludo perfecto de la nobleza, fruto de horas de prácticas a manos de una buena institutriz, Jonathan estaba orgulloso, el uso correcto de la etiqueta entre los hijos de los nobles llena de prestigio a la familia.

—Agradezco al emperador nuestro padre por el honor otorgado y daré mi mayor esfuerzo para ser una buena princesa.

—Sé que lo harás bien pequeña, Carles es afortunado en contar contigo para esta difícil tarea.

Y de esa forma Jocasta paso a ser la prometida oficial del príncipe heredero y su entrenamiento para convertirse en una buena emperatriz inicio. La pequeña niña sabía muy bien cuál era su deber desde una edad temprana y tal y como hicieron las mujeres de su familia antes de ella, la pequeña se preparaba día tras día para ejercer la enorme responsabilidad de ser la madre del imperio y el apoyo de su futuro esposo el príncipe Carles quien sucedería a su padre cuando alcanzará la edad adulta.

Desde el alba al anochecer, la vida de Jocasta paso a ser un ir y venir de tutores e institutrices quienes tenían la honrosa tarea de educarla de forma magnífica y sobresaliente en temas que serían de suma importancia para ejercer su futuro cargo; política, economía, relaciones sociales y una etiqueta estricta que debía de poseer la futura madre de un imperio. Jocasta era perfecta, poseía una mente sin igual y una elegancia propia de la casa del duque Jonathan. El emperador y la emperatriz regente vieron con alegría el crecimiento de la pequeña hija del duque y sintieron que el imperio y su hijo el príncipe estaban en buenas manos.

Puede que el resto de personas que veían las cualidades de Jocasta la alababan y admiraban, no obstante, había algo que todos ignoraban, incluido sus mismos padres quienes, en el afán de asegurarle a su amada hija un futuro, la comprometieron con el que ellos creían le brindaría toda la felicidad junto con una buena posición. Una profunda melancolía empezaba a teñir la mirada azul cielo de Jocasta mientras la niña sentía que algo dentro de ella empezaba a extinguirse como una débil flama a la merced del inclemente viento.

Aquellos ojos inocentes empezaron a lucir melancólicos y profundos, como si dentro de ellos ocultasen un dolor profundo, o tal vez, una honda pena por ver su vida siendo consumida por la rigurosa sociedad de los nobles y el papel que le había tocado jugar.

Mientras el tutor explicaba complejos temas Jocasta observaba el jardín desde su ventana, hacia un día maravilloso afuera y el viento fresco era el ideal para una tranquila caminata por el vergel. En su mente, Jocasta se imaginó corriendo libre por aquellos prados mientras sus pies descalzos tocaban la yerba y su dorada melena color del trigo era mecida por el viento como espigas en el campo.

Cuanto hubiese deseado el poder disfrutar, por un breve instante, de aquella libertad que siempre saboreo como si fuese un deseo prohibido. Sabía muy bien cuál era su deber para con su familia y el imperio. Aun así, anhelo, aunque sea por una vez en su vida, disfrutar de la sensación de independencia.

Poco a poco la niña moría y una dama perfecta nacía en su lugar, una dama que aprendió a ocultar sus sentimientos y poner al imperio por encima de sus necesidades. Una dama perfecta, refinada, una ideal muñeca del imperio. No obstante, el anhelo de correr por los campos aún seguía vivo en su interior, ya no como un deseo ferviente de su niñez, sino como un bello sueño de infancia que jamás se realizaría pero que endulzaba su corazón en los momentos de amargura como una dulce promesa; una esperanza.

—Lady Jocasta —dijo una de las muchas criadas de la familia, una señorita de nombre Scilla Paulethe quién, a pesar de tener la misma edad que la joven señorita, se desempeñaba como mucama.

Cuando Scilla Paulethe no era más que una niña, su madre quien entonces era la jefa de las cocineras la traía consigo a la mansión campestre de los duques ya que no había lugar donde dejarla. Scilla fue la primera niña de la edad de Jocasta en la mansión y fue su primera amiga.

—Qué bueno que estás aquí —murmuro Jocasta sin dejar de contemplar desde su balcón el vuelo de las aves, y en su corazón anhelo ser una de ellas —, mira ¿No es hermoso?

—¿Soñando otra vez mi lady? —sonrió Scilla alcanzándole un ligero chal a Jocasta para que cubriese sus hombros y se protegiera de la brisa fresca —. Si su institutriz la ve soñando de nuevo…

—Por favor, permite que disfrute un rato más de mi libertad imaginaria —una sonrisa melancólica se dibujó en los labios de la joven princesa, aquel rostro tranquilo y que por lo general no solía mostrar mucho era como un libro abierto para Scilla quien al haber crecido junto con la señorita conocía al detalle cada pequeña expresión.

Scilla no puede evitar lanzar un hondo suspiro a la vez que sonreía observando a su joven ama quien a sus ojos era como un bello gorrión encerrado en una jaula dorada, una jaula que, dentro de poco, seria remplazada por una mucho más grande y lujosa que era el palacio imperial.

—¿Y qué fue esta vez mi lady? ¿Un árbol, un conejo o tal vez el viento?

—Fui un ave —cada vez que Jocasta hablaba sobre sus fantasías sus ojos apagados destellaban —. Me eleve muy alto por los cielos, deje que el viento sople bajo mis plumas mientras me llevaba muy lejos hacia el norte, bajo mis alas yacía la mansión muy diminuta y por primera vez en mucho tiempo no sentí el peso del mundo sobre mis hombros.

Y al oír las palabras de su querida maestra el corazón de Scilla se oprimió del dolor al ser testigo del sufrimiento de la futura emperatriz.

—Mi lady, ¿usted está segura?

—Tengo que hacerlo querida Scilla —respondió Jocasta con una sonrisa melancólica en los labios —. Mis padres cuentan conmigo y también el emperador, ¿Cómo podría defraudar a quienes creyeron en mí?

—Cualquiera que sea su decisión final, mi lady, yo siempre estaré a su lado.

Una genuina sonrisa reservada solo para su familia se marca en el rostro de Jocasta, agradeciendo desde lo más profundo de su corazón el apoyo de su mejor amiga.

—Muchas gracias Scilla.

La mucama hace una reverencia.

—Para servirla a usted hasta el final de mis días.

Los días se volvieron meses y los meses en años y de esa forma la niña se volvió mujer y su belleza se acrecentó aún más, “la rosa más hermosa del imperio” la llamaron y, tanto nobles cómo plebeyos, se rindieron ante ella.

El día que cumplió los diecisiete años su boda con el príncipe heredero se celebró y el festejo duro una semana en honor a la pareja de futuros emperadores.

Elegancia, inteligencia, unos padres que la amaban y un esposo que juro ante los cielos que siempre la protegería. Jocasta creyó que su vida era perfecta y los hijos del imperio la amaban y respetaban más que el mismo emperador.

Pero entre las muchas personas que amaban a la emperatriz existía alguien que, en la lejanía, miraba con envidia anhelando todo lo que le fue entregado a Jocasta Asteria.

 

...***...

 

Irisella Beryllus era la hermana de la emperatriz, o al menos así era cómo las personas se referían a la patrocinada de los Asteria. La señorita Beryllus fue la única hija de una muy buena amiga de Dione a quien la duquesa apreció en demasía. Mientras que Dione se casó con Jonathan quien fue el heredero de la casa ducal con mayor influencia en el imperio, su querida amiga se vio obligada a casarse con un noble de rango inferior, un barón, debido a la ruina de su familia ocasionada por las deudas de juego de su padre. Así pues, Irisella nació cómo una preciosa flor que decoraba la casa del barón Beryllus, su belleza solo podía ser comparada con el florecimiento de los lirios en primavera y la madre de Irisella supo que su hija había nacido bendita y seria esa belleza la que le otorgaría todo lo que ella más anhelaba. Mientras la encantadora niña crecía para volverse una señorita de una belleza envidiable, la baronesa Agatha Beryllus vio con orgullo cómo su querida hija empezaba a desarrollar aquella ambición que la llevaría lejos de la pobre casa del barón.

Lo que Dione nunca supo, y jamás adivino, era que su preciada amiga a quien quiso cómo una hermana de sangre envidiaba y codiciada todo lo que ella poseía y en lo más profundo de su corazón solo guardaba sentimientos de odio y falsedad para con la duquesa.

—Ella no merece nada de lo que posee ―decía la baronesa en uno de sus muchos ataques de ira mientras renegaba de su infortunio ―. ¿Por qué Jonathan se tuvo que casar con ella y no conmigo? Esos vestidos finos y esas joyas se verían mejor en mí.

Originalmente fue ella la candidata idónea en convertirse en la prometida de Jonathan, el único hijo del gran duque además de sucesor. Pero para cuando el patriarca de los Asteria se fijó en ella su padre había deshonrado a la familia con sus vicios y perdió toda su fortuna a causa de ello. Completamente en la calle y en peligro de perder el rango de noble la ahora señora Beryllus no tuvo más remedio que casarse con un noble inferior en comparación con el que fue su mejor opción. Con ira y envidia ella vio a Dione ocupando el lugar que le correspondía.

Dione fue una pobre e insignificante hija de un barón y que tras la muerte de su padre y madre había sido acogida en el ducado de los Asterias debido a una deuda de honor existente entre los dos hombres. Dione fue criada en el seno familiar como si tratase de una hija más. Aquella intrusa cuyos modales eran salvajes y su carácter enérgico que la hacían ver más como un hombre que como una dama a menudo era objeto de burla ante el grupo de damas y ridiculizada por sus actitudes. La baronesa Beryllus fue quien más rumores falsos propagaba y más disfrutaba verla equivocarse. Aunque pronto a Aghata se le ocurrió una idea, se aprovecharía de la salvaje Dione y la usaría para frecuentar el ducado Asteria y de esa forma acercarse a Jonathan con la excusa de hacerse su amiga para ayudarla a integrarse, camuflo su antipatía con buenas intenciones y con una falsa sonrisa se presentó ante Dione. Posiblemente sus planes se hubiesen realizado y su objetivo de cautivar a Jonathan habría tenido resultado, pero de pronto la salvaje Dione empezó a cambiar y donde hubo una dama salvaje como una bestia que era objeto de burla y comentarios filosos, una flor de sociedad se alzó en lugar, una hermosa dama de modales correctos y provista de una inteligencia dotada que logró captar la atención de Jonathan e inspirar sus pasiones arruinando de esa forma los planes de Aghata se vieron arruinados ¿Por qué Dione? ¿Por qué Jonathan tuvo que amar a Dione e ignorarla completamente?

—Madre, ¿Es verdad que todo lo que posee el duque de la casa Asteria nos pertenece? — pregunto Irisella con suave voz y enormes ojos brillantes cómo dos perlas.

—¿Te imaginas? Pudimos haber vivido en la grandeza rodeadas de lujos, tú hubieses sido la hija de un duque y no la de un estúpido barón, te casarías con alguien igual a tu rango y tu vida sería perfecta, tendrías todo lo que esa mocosa hija de Dione posee.

—Esa niña —murmuro Irisella recordando a la pequeña princesa rubia que lucía siempre tan elegante y refinada y quien todo recibía, Irisella dio un vistazo a su atuendo viejo y remendado, sus zapatos eran rústicos y no de suave encaje cómo los de esa niña, un sentimiento empezó a nacer dentro de ella y su madre lo vio con sus propios ojos, ese sentimiento de anhelar algo que creemos que nos fue arrebatado de manera tan injusta, ese sentimiento de impotencia y disconformidad, esa ambición que la llevaría muy lejos —. La detesto —dijo Irisella recordando la opulencia que Jocasta poseía y la miseria en la que ella vivía —. Ella me robó todo, yo debí haber sido la hija del duque.

—Eso es cierto mi pequeña.

—Oye madre ―y una malicia no propia de una niña de esa edad destello en esos pequeños ojos ―. ¿Y si las matamos? Así podrías dejar a mi papá y podremos ir a vivir a la casa del duque rodeadas de todo ese lujo.

La sonrisa de la baronesa se ensanchó y sus ojos brillaron de alegría al oír la idea de su hija.

—Que lista eres —exclamó la baronesa —. No podría haber pensado algo mejor.

Irisella abrazo a su madre completamente feliz de haber oído un reconocimiento. Se sintió tan orgullosa.

—Tú padre y yo viajaremos a la región del norte, aprovecharé para conseguir la yerba “casco del diablo” y la usaremos para terminar con sus vidas.

La sonrisa de Irisella era tan hermosa en ese instante en el que supo que la vida de ella y la de su madre al fin cambiarían. Después de todo, era más hermosa que la hija de Dione, si existía alguien quien debiese disfrutar de todo eso debía de ser ella.

Un buen apellido, joyas, lujos, incluso el amor del imperio; todo debió de haber sido suyo en primer lugar, incluso la corona de emperatriz.

Al día siguiente los padres de Irisella se fueron rumbo al territorio norte, una tierra que tenía fama de ser el lugar en donde habitaban los brujos al ser este el límite entre una antigua tierra que fue el hogar de hechiceros y bestias y que en la actualidad se encontraban casi extintos debido a los esfuerzos por los reinos limítrofes para erradicar a aquellos que representaban una amenaza.

Algunas mujeres lograron escapar de aquella región y se ocultaron en el límite norte del imperio, ofrecían sus servicios para leer la fortuna, curar males y en algunos casos comercializar pócimas que lograban desde enamorar al cualquier ídolo de amor hasta terminar con la vida de cualquier enemigo.

Ahí era a donde se dirigían la baronesa y su esposo quien ignoraba las verdaderas intenciones de su esposa en querer acompañarlo a aquel viaje. El hombre desconocía el macabro plan de su mujer y la suerte que le esperaba una vez esta lograse apartar a la duquesa y su menor hija. Según proyectaba la baronesa, una vez deshecha Dione y aquella mocosa, ella se convertiría en viuda debido a la prematura muerte de su esposo ocasionado por un paro cardíaco. Por supuesto solo ella sabría que la yerba “casco del diablo” envenenada el cuerpo a tal punto de causar una insuficiencia cardíaca y las víctimas perecían por fallas al corazón.

Mientras la baronesa se regocija en sus pensamientos no vio el momento exacto en el que el carruaje paso por debajo de un despeñadero, hacía apenas unos cuantos días atrás las lluvias llegaron a aquellas tierras y habían debilitado las carreteras, solo era cuestión de tiempo para que las enormes rocas cedieran ante cualquier estímulo, lamentablemente la velocidad con la que iba el carruaje fue lo que ocasionó que una avalancha de rocas se desatará y aplastara el transporte en donde viajaban la baronesa y su esposo muriendo aplastados en el acto. Solo sobrevivió el cochero y los corceles cuyo lado del carruaje apenas y las rocas tocaron terminado el pobre hombre con heridas menores.

La noticia llego a Irisella quien desesperada lloro la pérdida de su amada madre, junto con ella se iban también los anhelos planeados y una vida sin privaciones que ambas habían imaginado.

Las personas observaron a la huérfana con lástima quien se vio abandonada a su suerte a una edad tan joven, ¿Los dioses podrían ser más injustos? ¡Ah!, pero le habían dado un regalo invaluable, una magnífica belleza que conmovía a todo aquel que la viese en un estado tan vulnerable como ese.

Por los siguientes dos años Irisella se vio en la obligación de buscar su suerte, tan hermosa cómo era no fue difícil para ella usar eso a su favor para apelar a la buena voluntad de las personas quienes le brindaban comida y le otorgaban pequeñas tareas para sobrevivir. Había perdido su casa y sin tener a donde más ir y cansada de las migajas que le ofrecían los plebeyos que eran de un rango incluso más inferior que el suyo, Irisella dejo su hogar y se fue hasta el límite norte del territorio, hacia donde sus padres se dirigían en un principio, con la esperanza de terminar lo que una vez ella y su madre iniciaron y recuperar lo que le fue arrebatado por la duquesa y su hija.

Sin suerte en aquellas tierras Irisella cayó en la desesperación, nunca imagino que las brujas estuviesen tan ocultas y fuera difícil dar con ellas. Lo que la hermosa niña no sabía era que uno no podía dar con una bruja a no ser que ellas estén dispuestas a mostrarse ante ti.

Un día Irisella vio a una mujer escapar con desesperación, la venían persiguiendo la guardia imperial. La mujer de rostro arrugado vio a Irisella y en sus ojos suplicó por ayuda. La muchacha la atrajo hacia ella y la oculto con cuidado tras unas telas y heno disperso en el suelo.

Los guardias solo vieron a Irisella y pasaron de largo buscando a aquella bruja acusada de ejercer dichas prácticas. Una vez la muchacha los vio perderse dio aviso a la anciana quien en agradecimiento tomo sus manos y las beso.

—Te debo mi vida, pide lo que quieras que te recompensare.

—No podría aceptar nada, mi corazón no podría ver sufrir a alguien y mi ayuda fue sin interés — por supuesto el corazón de Irisella no reflejaba sus palabras, su pecho se movía frenético y emocionado por aquel encuentro, lo tomó como una señal de éxito, una bendición de su madre en el cielo.

La anciana saco un frasco de diminuto tamaño de entre sus ropas y lo deposito en las manos de Irisella, la muchacha sintió las manos arrugadas de la bruja y disimulo con una sonrisa apacible cuando por dentro contenía la repulsión.

—Te obsequio está pócima de amor que te ayudará a conseguir al hombre que más anhele tu corazón, acepta esto en pago por ayudarme y ten presente que lo que te obsequio es invaluable y sumamente poderoso, una bruja solo puede hacer una poción de amor en toda su vida y no se nos está permitido darlo así a la ligera, pero ya estoy vieja y no me sirve para nada. Eres hermosa y tú le darás un mejor uso.

Una poción de amor que le hará tener el corazón de cualquiera, eso era mucho mejor que el veneno. No obstante, el contenido del frasco era tan poco que solo podía ser utilizado para una sola persona, tenía que ser muy inteligente.

Irisella agradeció a la mujer quien luego de darle ese mortal regalo se alejó para volver a su escondite lejos del constante asedio de los soldados imperiales.

El frasco era tan frágil y a la vez tan valioso que Irisella lo guardo dentro de unos pañuelos y lo escondió entre sus ropas. Rápidamente se dirigió al pobre lugar en donde se hospedaba y empezó a escribir una carta dirigida a la duquesa. En su escrito hizo saber a Dione sobre la muerte prematura de sus padres y el total desamparo en el que se encontraba luego de aquella tragedia. Le contó sobre su miseria y el último deseo de su madre de que su mejor amiga quien fue cómo una hermana cuidará de su hija y la protegiera como ella no podrá hacerlo más.

La carta llego al territorio del duque una semana después y Dione al saber de tan terribles noticias y el estado en el que estaba la hija de su amiga hablo con el duque en el acto y le suplico traer a la pobre muchacha para que viviera con ellos y poder darle los cuidados necesarios. Aquella pobre niña debió de haber sufrido y pasado, por tanto.

Un carruaje con el escudo de la casa del duque Asteria llego hasta aquel terreno abandonado por los dioses y al descender de ahí Dione vio a Irisella vestida pobremente y con rostro desencajado, tan vulnerable e indefensa aquella imagen apeló al buen corazón de la duquesa quien le abrazo y la consoló de su pérdida.

El viaje de retorno duro una semana, y la tan ansiada vida que Irisella siempre codicio se volvía realidad. Al fin luego de aquel largo viaje la duquesa trajo a su casa a aquella muchacha de hermoso rostro y gentil aspecto, pero con deseos obscuros y una codicia insaciable.

—Jocasta querida —llamó la duquesa —. Ven y conoce a la señorita Beryllus.

Jocasta descendió por las escaleras de forma suave, todo su porte denotaba elegancia y al verla tan perfecta y pulcra cómo una preciosa muñeca el corazón de Irisella se llenó de aún más rencor del que ya tenía hacia la princesa enfrente de ella.

¿Por qué los dioses favorecían a solo unos pocos y despreciaban a muchos? ¿Por qué ella siendo tan hermosa y amada tuvo que vivir en la miseria y en cambio aquella muchacha hija de la mujer que le arrebato la fortuna a su madre tuvo que tener una vida de opulencia?

Irisella camufla sus obscuros pensamientos con una inocente sonrisa pura y genuina y corre hacia Jocasta para tomar sus manos en señal de afecto cómo si ambas fuesen hermanas que se reencontraban después de mucho tiempo.

—Hermana, un placer conocerte —Irisella era tan bella cuando mostraba candor e inocencia, lucia cómo un pajarito que revoloteaba con alegría.

Los criados cercanos pegaron un respingo al presenciar aquello, incluso Jocasta no disimulo un rostro de sorpresa al ser llamada de aquella forma, más eso no desdibujo su sonrisa fraternal al conocer por primera vez a Irisella, aquella muchacha de la que su madre tanto había hablado y expresado sus deseos por cuidarla tal y como hubiese querido su preciada amiga.

Jocasta siempre estuvo sola salvo por la compañía de Scilla, sin ninguna hermana en quien desahogarse en los momentos de tanta presión como era el difícil entrenamiento para convertirse en emperatriz.

Dione vio encantada cómo su hija y su patrocinada empezaban a tener cariño fraterno al igual que ella lo tuvo con su querida amiga la madre de Irisella.

Desde ese día nada le faltó a la señorita Beryllus, tenía todo lo que siempre anhelo y mucho más, bellos vestidos, sirvientes a su disposición y el cariño del matrimonio Asteria a quien ella se refería cómo padres incluso en público llamando la atención de los demás nobles cercanos a la corte imperial. Jonathan y Dione tan amorosos como eran y queriendo brindarle a Irisella el cariño de aquellos padres que murieron dejándola en el desamparo permitieron ser llamados de aquella forma tan dulce.

Mientras la luz de Irisella alumbraba con mayor intensidad que la del mismo sol, la de Jocasta poco a poco iba apagándose al verse remplazada por una chica que se ganaba el amor de todos los que la rodeaban con sonrisas y ternura. El corazón de Jocasta se oprimió, pero dándose cuenta de sus malos sentimientos y lo errado que hacía al pensar de aquella forma se propuso dejar aquellas ideas y empezar a amar a Irisella tal y como ella lo hacía.

Para unos en la corte Jocasta era una perfecta niña educada para ocupar el cargo de emperatriz, una muñeca vacía que no poseía sentimiento alguno, distante y silenciosa, enfrascada en sus estudios y sus obligaciones desde muy niña. No existía para ella ni un solo momento de descanso. Puede que la única hija de los Asteria sea hermosa y con un conocimiento amplio a tan joven edad, pero ¿Qué era eso en comparación con la dulzura y alegría que emanaba la señorita Beryllus? Una dama angelical que corría y bailaba de forma despreocupada, una niña bendita que alegraba a todo aquel que la viera. Pura e ingenua, una dama para ser protegida.

Jocasta no podía competir contra eso y se limitó a guardar silencio de forma prudente tal y como le habían enseñado, después de todo no era culpa de Irisella ¿verdad? Ella no podría ser culpable de ser amada por todos incluido sus padres.

Y mientras Irisella sonreía a su amada hermana y veía con asombro cómo está era llevada constantemente a palacio para educarse cómo futura emperatriz su corazón codicio aún más. No conforme con quitarle el cariño de sus padres quería quitarle el amor del príncipe heredero.

Después de todo también le pertenecía el cargo de emperatriz.

En sus manos, muy oculto de la vista de todos, la posición de amor esperaba el instante preciso en ser usada.

 

.

.

.

 

 

 

 

 

 

"Y en mis sueños yo puedo tocar el cielo y volar hacia la libertad"

...II...

 

El día tan ansiado para Jocasta llegó cuándo cumplió los diecisiete años y se convirtió en una mujer de una belleza magistral y, tanto nobles cómo plebeyos, no pudieron negar el porte elegante y el encanto de la nueva princesa heredera. Su boda con el príncipe heredero Carles Silverius fue celebrada por todos en el imperio quienes la reconocieron cómo única princesa y futura madre.

Por un segundo la tristeza en el corazón de Jocasta se vio disipada por las promesas de Carles en frente de la sacerdotisa encargada de efectuar la ceremonia de matrimonio.

—Los cielos se dirigen a la luz del imperio Carles Silverius quien porta la bendición de la diosa y quien se encuentra presente para tomar a esta dama y amarla por el resto de sus días, ¿Acepta la voluntad de la diosa?

—Acepto —dijo Carles sosteniendo la mano de Jocasta y observándola con profundos ojos.

Al fin luego de tantos años la veía por primera vez y fue en el mismo día de su boda.

Tal y como mandaba la tradición ver a su prometida estaba prohibido, ya que podría perderse la magia de la primera impresión además de la pureza de quien sería su futura esposa. El emperador regente, su padre, había dejado muy en claro la importancia de mantener a la futura pareja alejada para permitir que el instante en que se vieran por primera vez sea en presencia de la sacerdotisa quien representaba la voluntad de la diosa y de esa forma su unión seria bendita y traería años de paz al imperio. Pero lejos de un amor a primera vista que era lo que buscaba el emperador y la familia del duque, fue un total rostro de indiferencia el que Carles mostró hacia ella.

Era hermosa, debía de admitirlo, pero había algo en esa mujer que le causaba renuencia y no inspiraba sus pasiones. Puede que Carles no haya podido ver a su prometida, pero estuvo al tanto de los rumores sobre Jocasta y los rumores decían que aquella mujer era fría cómo un bloque de hielo e indiferente con todos los que la rodeaban, perfecta por fuera de una elegancia sin igual más no mostraba sentimientos cómo si estuviese ausente de estos. En resumen, era cómo una muñeca de porcelana, bella pero completamente vacía, sin alma.

Una mujer incapaz de sentir, una mujer que era comparada con un hombre debido a su razonamiento sagaz.

No existía amor que Carles pudiese darle, tan solo la usaría para complacer a su padre y asegurar de aquella forma su lugar cómo emperador. Después de todo nadie dijo que debía de amarla.

—Los cielos se dirigen a la luna del imperio, princesa Jocasta Asteria, quien porta la bendición de la diosa y quien se encuentra aquí presente para tomar a este hombre y amarlo para toda la vida —hablo de nuevo la sacerdotisa.

A diferencia de Carles quien solo la veía como un artilugio más para afianzarse con el trono y la corona de emperador, Jocasta se permitió albergar esperanzas e imaginar una vida de pacífica junto a quien ahora se convertiría en su esposo, y tal vez en un futuro llegar a amarlo, después de todo, ¿Quién dijo que el amor no podría nacer de un matrimonio político?

Para Jocasta Carles era todo lo que soñó en un príncipe; apuesto, de gran porte, valiente y de una mente tan profunda ¿Qué mujer no podría enamorarse fácilmente de una figura como esa? Al igual que su prometido ella también había oído rumores sobre este y aquello formó una pequeña grieta en su corazón, el príncipe Carles, aunque era un gran guerrero en combate tenía fama de mujeriego y para nadie era secreto aquel rumor, por mucho que Jonathan e Dione intentasen evitar que su hija tuviera conocimiento sobre aquellas habladurías no pudieron impedirlo. El emperador conocía que pie cojeaba su hijo e intento calmar a la familia de Jocasta y a su futura nuera argumentando que no debía de existir preocupación alguna por travesuras juveniles y que el príncipe heredero dejaría sus andadas una vez casado con Jocasta para sentar cabeza y ser el emperador anhelado. Esas palabras lograron calmar a la futura princesa heredera.

Ahora la había elegido a ella, todo el esfuerzo que dio para hacer de sí misma una mujer noble digna del príncipe heredero serian al fin recompensados con un matrimonio que llenaría sus días de felicidad. Tantas horas encerradas bajo estricta tutela con la finalidad de moldearla para hacer de ella una digna emperatriz al fin se terminaban para dar paso a momentos apacibles.

Jocasta prometió en su corazón hacer feliz a Carles, ser una buena esposa una buena emperatriz para su imperio, una leal amiga y si el corazón lo permitía, entregarle su incondicional amor.

—Acepto —dijo Jocasta con el corazón temblando de cálidos sentimientos, aunque por fuera se mantuvo serena, sus mejillas apenas y se tiñeron de rojo, Carles no pudo ni tan siquiera notarlo.

La gente vitoreó a los príncipes sucesores cómo el futuro emperador y emperatriz expresando su total apoyo a la boda real y su regocijo por los años venideros que habrían de ser prósperos.

Pero entre las muchas personas dichosas por tan venturosa celebración, existía alguien que en la lejanía miraba con envidia y rabia la felicidad de a quien ella se refería cómo su quería hermana. Sus ojos no se apartaron de Jocasta ni del príncipe anhelando una vez más aquello que según ella le pertenecía. ¿Por qué Jocasta y no ella? ¿Por qué esa muchacha que nació con todo a la mano y que gozo toda una vida de riqueza y buena posición era recompensada con una corona en su rubia y patética cabeza?

Ella nació con todo, ella no sabía lo que era el sufrimiento, Jocasta nunca conoció las privaciones ni trabajo tan siquiera por todo lo que le fue otorgado, ¡No se lo merecía!

Puede que Irisella disfrutará de la buena fe de la familia Asteria quien la trataba cómo una más de sus hijas, pero existía algo que ellos no podían darle y que ella quería más que nada en el mundo; reconocimiento, poder, ser amada por todos en el imperio y disfrutar de una vida sin ninguna clase de privación y eso solo lo conseguiría siendo la esposa del príncipe heredero. Irisella tenía el dinero de los Asteria, pero no tenía la misma posición en la sociedad. Para todos ella siempre sería una patrocinada a diferencia de Jocasta quien era la verdadera hija y ostentaba el título de duquesa además de princesa heredera y futura emperatriz.

Jocasta siempre termina teniéndolo todo.

—Pero no será por mucho —sonríe Irisella

 

...***...

 

Dos años después de celebrarse la unión entre Jocasta y Carles, un día de otoño a la media noche la salud del emperador quien ya venía luchando contra males cardíacos se agravó y fue que un día no pudiendo soportarlo más cayó en cama mientras los médicos de la corona entraban y salían de los aposentos reales sin encontrar el remedio a los males de su señor, a la mañana siguiente en todo el territorio se corrió la voz de que su majestad no sobreviviría la noche, los rumores se intensificaron al tener el conocimiento de que el emperador moribundo mando a llamar a su hijo y nuera para darles la bendición antes de su partida.

A la media noche las campanas del templo resonaron por toda la ciudad anunciando el fallecimiento del emperador y la ciudad guardo luto por su señor por un período de una semana. Los encargados de dirigir la ceremonia y el cortejo fúnebre fueron el príncipe y la princesa heredera quienes al finalizar los actos de despedida de quien había sido el padre del imperio por 48 años se presentaron ante la suma sacerdotisa postrados enfrente de la figura que representaba a la diosa y con la bendición de esta fueron anunciados como el nuevo emperador y emperatriz.

La tan ansiada corona de emperador se vio sobre la testa de Carles y se vio con su más ferviente anhelo realizado. Jocasta quien lo tomo con mayor prudencia guardo silencio para lograr calmarse y disipar los temores que la embargaban, en su corazón oró por el emperador fallecido quien había sido tan bueno con ella y la ayudo a soportar los solitarios días en palacio. Aquello era para lo que se había preparado por años, aun así, no dejaba de tener temer por si llegase a fallar en su deber. Ser llamada la madre del imperio no solo era un bonito título que ostentar sino también traía consigo una responsabilidad para aquellas personas que depositaron su confianza en ella y quienes buscaba una figura que intercediera por ellos con el emperador, alguien quien les hiciera sentir protegidos.

Por esas personas, Jocasta no debía fallar.

Desde su coronación un par de años más transcurrieron y aunque su imagen ante el imperio era mejor que la del mismo emperador, su relación no mejoro en nada desde el día de su boda. Renuente a ocupar el lecho matrimonial con ella, Carles prefería la compañía de sus amantes ocasionales que la de su esposa quien angustiada oía los chismes de la corte sobre como el emperador disfrutaba de pasar el rato con sus concubinas en lugar de la emperatriz.

“¿Qué esperabas?” decían por los pasillos “Es tan frígida que no me sorprendería que no lograse motivar al emperador en ningún aspecto, que desperdicio”

“Apuesto que hasta es infértil, a ese ritmo su posición y permanencia en palacio penden de un hilo”

“Pero, ¿Qué te puedes esperar de una mujer que no muestra expresión alguna y que parece un bloque de piedra?”

El corazón de la emperatriz se quebró en mil pedazos ¿Cómo decir que ella no era la causante de la indiferencia del emperador? ¿Cómo decir que aquel hombre dejó bien en claro que solo buscaba de ella la facilidad para ascender a emperador y que nunca la vería como mujer? Desde muy niña ansío algo que nunca obtendría.

Aún recuerda esa primera noche de bodas, en donde Carles le dejo muy en claro su lugar a partir de ese momento.

—No esperes que te llame esposa ni tampoco muestra de cariño de mi parte, solo accedí a casarme contigo para satisfacer a mi padre y asegurarme el título de emperador, en esta recámara tienes el mismo valor que una silla o cualquier mueble.

—Le recuerdo su alteza que su padre espera que demos un heredero al imperio —dijo Jocasta con una postura firme y serena.

—Te has de quedar con las ganas, ¿Eso no te hace feliz? Al fin de cuentas, tienes la apariencia de alguien que no disfrutaría del sexo, no haces que mi libido se encienda, esposa mía —el orgullo de Jocasta estaba herido.

—Yo no soy una cualquiera.

—Eres menos que eso, zorra oportunista que quiere ser la emperatriz, agradece mi misericordia que eso es lo único que obtendrás de mí y mi familia, no te daré un hijo para que tú y tu padre se crean con los derechos para ser lo que les plazca, no pienso tocarte.

Jocasta guardo silencio luchando por retener las lágrimas y no perder la compostura.

—Incluso cuando te digo que para mí no vales cómo mujer, permaneces con ese rostro inexpresivo y vacío, eres cómo un cadáver, haces que pierda mi libido —dijo Carles burlándose de ella en la soledad de la alcoba.

Por fuera tranquila tal y como le enseñaron, una mujer digna no lloraba y mucho menos una emperatriz, pero por dentro el grito incesante de su dolor amenazaba con desgarrar su pecho. Las palabras eran como despiadados cuchillos que le traspasaban. Aun así, Jocasta permaneció silenciosa mientras su marido se retiraba para ir hacia la recámara de una de sus concubinas.

Y así fue la primera noche y muchas noches más que la sucedieron.

Sus padres en su inocencia y creyendo que actuaban de buena fe, sugirieron a su hija que tal vez con la visita de su hermana sus días en palacio se volverían menos solitarios y creyendo en esas palabras e intentando mitigar la melancolía de sus días Jocasta accedió a que Irisella pasara una temporada haciéndole compañía.

La noticia fue recibida por Irisella con dulce alegría, abrazo a sus benefactores expresando palabras tiernas de agradecimiento. Pero lo que Jocasta desconocía era que la de la idea de dejar que la señorita Beryllus pasara una temporada en el palacio imperial fue de la misma Irisella quien lo sugirió de forma casual e inocente y que para su suerte dicha indirecta de captada por los Asteria de inmediato. Así pues, una semana después Irisella Beryllus llego a palacio y fue presentada ante el emperador cómo la “Hermana” de Jocasta.

A diferencia de su esposa esa mujer era inocente y dulce, cándida como una pequeña niña y poseedora de unos curiosos y vivaces ojos que veían todo con maravilla. Un angelito gracioso que enternecía con facilidad.

—Majestad —saludo Irisella haciendo una pequeña reverencia mientras sonreía de esa forma encantadora y tierna —Irisella Beryllus le saluda, salve al emperador.

Carles recibió el saludo con satisfacción y Irisella se retiró guiada por una dama de compañía de Jocasta hacia los aposentos de la emperatriz. Mientras era llevada hacia donde su “hermana” se encontraba Irisella iba sonriendo recordando su primer encuentro con el emperador y lo atractivo que le pareció, reconoció en sus ojos el interés que este sintió por ella y su corazón se regocijó aún más.

—Mi señora emperatriz luz del imperio, Scilla Paulethe le saluda, su hermana acaba de llegar.

El poder llevar a su doncella a palacio luego de su coronación fue uno de los pocos privilegios que se le otorgó a Jocasta. Sus padres un poco renuentes a tal pedido por parte de su hija argumentaron que una tendría miles de doncellas a su disposición, pero Jocasta no queriendo separarse de alguien tan importante cómo Scilla insistió en aquel pedido, al final la doncella Paulethe fue con su señora estando en todo momento junto a ella.

Jocasta quien se encontraba en su despacho revisando documentos importantes para la administración del imperio y que originalmente era trabajo de su esposo, se incorporó de su asiento para recibir a Irisella quien tan imprudente como siempre no espero a que Scilla le comunicara la autorización de la emperatriz para ingresar, corrió hacia Jocasta pese a la sorpresa de las damas de compañía que ahí se encontraban que no podían concebir que existiera alguien tan corriente y fuera de lugar que no podía respetar el rango de la emperatriz. Pero eso a Irisella poco o nada le importaba siempre que pudiese lucir tierna y linda, tomó a Jocasta de las manos para luego darle un fuerte abrazo.

Scilla quien había sido testigo del comportamiento tan liberal de Irisella en la mansión Asteria guardo silencio sin mostrar sorpresa alguna, más eso no significaba que no le desagradara, desde que aquella señorita había llegado había visto cómo poco a poco empezaba a monopolizarlo todo y a querer desplazar a su señora ¿Qué buscaba con venir a palacio?

—¡Gracias por dejar que me quede aquí unos días hermana! —exclamó Irisella con un rostro resplandeciente —. Estaba tan sola en la mansión sin nadie con quien hablar, padre y madre son tan buenos, pero no es lo mismo ¡Te he extrañado tanto!

Jocasta le dedica una apacible y gentil sonrisa.

—A mí también me da gusto verte Irisella, espero que tu viaje desde el territorio haya sido tranquilo y sin contratiempos.

—Estuvo tranquilo hermana, gracias por preocuparte por mí.

—Debes estar sedienta, ¿Te apetece un té?

—Claro que sí, que emoción podre tomar el té en el palacio otro sueño realizado —exclama Irisella con clara alegría.

—Lady Inna por favor disponga para que nuestro té sea llevado a la sala por favor.

—Cómo ordene emperatriz —responde Inna Rotherin retirándose para organizar la reunión de té pedido por su señora. Ella era una de damas de compañía seleccionada para Jocasta por recomendación del antiguo emperador.

Mientras Irisella y Jocasta se dirigían a la estancia debidamente preparada para que la emperatriz tomará un descanso, la dulce Irisella no dejaba de dar pequeños saltos mientras avanzaba, parecía una niña maravillada con todo lo que se encontraba a su alrededor. ¿Qué era la mansión de los duques en comparación con los lujos del palacio? Una vez llegaron a su destino, las damas de compañía de Jocasta se apresuran a escoltar a su señora hacia un asiento en una mesa debidamente puesta para ella, las flores predilectas de Jocasta daban a la estancia un delicioso aroma que era de mucho agrado. Irisella también toma su lugar al frente de su hermana la indumentaria del té también era exquisito y de mucho valor, no existía nada en aquel lugar que no fuese lujoso.

Scilla se apresuró a servir el té a Jocasta, cómo manda la etiqueta, era ella quién debía de dar el primer sorbo según los protocolos reales.

—¿Ese es té de naranja y miel? —pregunto Irisella con una amplia sonrisa viendo el líquido vertido en la taza de la emperatriz.

—Así es —respondió Inna cada vez más ofuscada por la total falta de sentido y modales de aquella invitada —. El té favorito de la emperatriz es el de naranja y miel.

Al ver que a ella solo le sirvieron un simple té de canela y cardamomo Irisella puso un poco de mala cara y su sonrisa se deshace.

—Hermana ¿Podemos cambiar?

Scilla tuvo que reunir fuerzas para no soltar la tetera debido a la sorpresa e Inna no disimulo una mirada asesina hacia Irisella.

—Señorita Beryllus ¿Habla usted con sentido? —dijo la dama Rotherin con un tono de quien reprende a un niño pequeño —. La emperatriz tiene el mayor orden de rango y se está prohibido beber de la misma taza que ella. No humille de esa forma a nuestra madre.

Para Irisella quien nunca nadie le había negado nada aquel regaño por parte de la dama Rotherin fue suficiente para que sus ojos se pusieran acuosos y sus largas pestañas se llenarán de lágrimas. Lucía como una flor marchita que inspiraba lastima.

—No fue mi intensión insultarte hermana …. En casa siempre compartías conmigo de tu té… Yo-Yo pensé que eso nunca cambiaría entre nosotras.

Para evitar un escándalo aun mayor y que el llanto de Irisella se incrementará Jocasta suspiro y cambio de tazas con ella. Ahora era la dulce Irisella quien tenía el té de naranja y ella el de canela.

—No hay que hacer un problema por nada, debes estar sedienta no llores Irisella —sonríe Jocasta al ver a su hermana dejar de llorar y mostrar su alegría de nuevo.

La dama Rotherin guardo silencio sin poder creer que la facilidad con que esa mujer controlaba a la emperatriz y hacia todo lo que le viniera en gana. La familia de la dama Ino era muy tradicionalista y el orden de rango entre los nobles era lo que representaba la estabilidad, atentar contra ese orden era atentar contra el mismo imperio y aquella supuesta hermana de la emperatriz no le inspiró confianza para nada.

Haciendo una reverencia Inna se retiró dejándole privacidad a la emperatriz y a su invitada.

En la estancia solo quedaron algunas sirvientas de palacio, Irisella, Jocasta y la doncella de confianza de está, Scilla, quien nunca se alejaba de la emperatriz.

—El palacio es tan hermoso y enorme hermana, debes ser muy feliz vivir aquí —dijo Irisella bebiendo del té que originalmente era para Jocasta.

—Sí, soy muy feliz —responde Jocasta ocultando sus preocupaciones en una incómoda sonrisa.

—Vi al emperador al ingresar, es tan apuesto e imponente, eres afortunada en ser amada por un hombre cómo ese.

El corazón de Jocasta tembló mientras que intentaba ocultar sus miedos con un rostro sereno, ¿Acaso Irisella era consciente del mal estado en que la dejaban sus palabras?

Por supuesto Irisella era consciente de ello, oculto su sonrisa tras la taza de té suspendida en sus manos.

—Es maravilloso —respondió Jocasta —. Un buen esposo.

Por supuesto era mentira y Irisella se dio cuenta de eso.

—¿Nos acompaña el emperador? Sería divertido tenerlo aquí, creo que le haría bien relajarse un momento de su arduo trabajo.

Por supuesto si se considera estar todo el tiempo en la recámara de sus concubinas cómo trabajo pues entonces el emperador si tuvo un día sumamente agotador. La postura de Jocasta se tensó un poco.

—No lo sé —dijo ella —. Cómo dijiste tiene mucho trabajo dudo que nos digne con su presencia luego de …

—Luego de que qué —de forma sorpresiva el emperador irrumpe en la estancia haciendo que las sirvientas bajarán la cabeza en señal de respeto y Jocasta se incorporará de su lugar para ejecutar una reverencia.

—Larga vida a la luz del imperio Carles Silverius, la madre del imperio le saluda —dijo Jocasta.

Pero Carles no respondió su saludo como siempre y tan solo la observó con ojos inquisitivos.

—Me pareció que estaban hablando de mí, emperatriz ¿puedo saber el tema a tratar para nombrar a mi persona?

—Solo informaba a la lady Beryllus sobre su ausencia en este tipo de reuniones a causa de sus importantes asuntos a tratar.

Irisella Beryllus se incorporó y con esa sonrisa pura de niña buena hizo una reverencia sencilla carente de la rigurosa etiqueta impuesta en palacio.

—Hola emperador —dijo la inocente muchacha —. Nos volvemos a ver ¡Qué alegría!

¿Desde cuándo una noble de rango inferior se dirigía al padre del imperio con total desparpajo? ¡Inaudito! El palacio estaba lleno de oídos y Jocasta sabía que era cuestión de tiempo para que las habladurías recorriesen los pasillos y llegará a todo el rincón del imperio.

—No volvemos a encontrar sin duda —responde Carles besando la mano de Irisella.

—¿Entonces nos acompaña majestad? —dijo Irisella ofreciendo un asiento cercano a ella, Carles aceptó la invitación de forma sorpresiva, Jocasta sabía que su esposo odiaba dichos eventos y que era renuente a una práctica que según él era “una pérdida de tiempo” pero, ¿a qué se debía ese cambio repentino?

Jocasta no tuvo que pensarlo mucho, era por Irisella después de todo ¿Quién podría negarse a ella?

—Por favor preparen una taza de té para su alteza el emperador —ordenó Jocasta a una sirvienta cercana.

—Hermana déjame hacerlo —se apresura a decir Irisella con suma emoción y los ojos resplandecientes.

Antes de que Irisella pudiese tomar la taza es Scilla quien con un movimiento rápido intercede esa acción tomando la taza destinada al emperador.

—Señorita Beryllus—dijo Scilla con suavidad —. No es apropiado que una dama cómo usted se tome esas atribuciones con el emperador por favor permita que una sirvienta imperial se ocupe de esos deberes, estoy segura de que…

Pero Scilla no pudo terminar sus palabras, ya que la mano de Carles al igual que una brutal garra salió despedida tomando a la doncella de la emperatriz por la muñeca y propiciándole un duro agarre que le cortó la circulación y le propinó un fuerte dolor, Scilla observó los ojos del emperador por un segundo y vio cómo su ira se acrecentaba.

—¿Quién te dio permiso de tocar mi taza? —incluso aquella voz hizo que un miedo escabroso dominara el cuerpo de Scilla. Todos sabían que nunca debían de provocar la furia del emperador.

—Sol del imperio lo siento … —las palabras salían difícilmente, el dolor del agarre se intensificó.

—¿Debo arrancarte la mano para que aprendas?

—No… No emperador por favor…

Jocasta nunca antes había visto a Scilla tan indefensa, cuando niña era ella quién la protegía, era ella quién se encargaba de cuidarla, no podía seguro viendo el sufrimiento de alguien tan cercano.

—Emperador —Interviene Jocasta llamando la atención de Carles y haciendo que la fuerza que ejercía su esposo para infligir daño a Scilla disminuyera, a diferencia de los sirvientes que bajaban la cabeza mientras temblaban de miedo en una esquina y Scilla quien luchaba para no caer al suelo, Jocasta mantuvo la calma y se impuso ante aquellos actos que no eran propios de un emperador y mucho menos un caballero —. Su punto de vista ya fue demostrado, déjela ir por favor, todo esto es innecesario.

—Debes educar bien a tus sirvientes —escupió Carles mirando de forma asesina a Scilla —. Tal vez quince azotes y una semana en confinamiento solitario sean apropiados para una sirvienta insubordinada.

—Le recuerdo majestad que Scilla Paulethe es una doncella de la familia Asteria a quien se le permitió acompañarme, las acciones de “disciplina” cómo usted la llama es competencia mía y de mi familia y a no presenciar falta cualquier otro acto no está en discusión, libérela de inmediato.

Ahí estaba esa mirada de nuevo, tan digna y sin miedo en su rostro, tan altanera que se atrevía a opinar sobre cómo debía de castigar a los que estaban bajo su régimen. Era tan odiosa, pero tenía un punto muy válido y eso era lo que más le enfureció, una vez más esa astuta mujer se las había ingeniado.

Camuflo su rabia con una sonrisa descarada y suelta a Scilla a quien la muñeca le había quedado enrojecida y con marcas de dedos, los músculos le dolían enormemente.

—Lárgate —dijo Carles volviendo a tomar compostura y acomodándose en el asiento una vez más.

—Con permiso emperador —murmuro Scilla retirándose de la estancia no sin antes dedicarle una mirada de agradecimiento a Jocasta y una suave sonrisa detrás de ese rostro de dolor —. Gracias mi señora.

En la estancia solo quedaron Carles, Jocasta y Irisella quien aquel repentino drama no borro para nada la sonrisa de su rostro, el ambiente era tan incómodo que Jocasta podía jurar que una corriente helada recorría su espalda como si se tratase de una serpiente.

—Señorita Beryllus creí oír que tenía las intenciones de prepararme el té.

—Claro que si —exclama Irisella dedicándole una sonrisa al emperador y tomando la taza que soltó hace apenas unos segundos atrás la doncella de Jocasta —. No obstante, temo que no sea digno del paladar de su majestad.

—Tonterías, no dejes que argumentos estúpidos te detengan.

—¡Gracias emperador! Es usted increíble y de noble corazón —las mejillas sonrojada y aquel rostro encantador fue suficiente para que Carles sonriera complacido.

Así era cómo debía de lucir una dama, hermosa ingenua y estúpida, cómo un perrito dispuesto a complacer en todo y con un aura casi angelical. Tan distinta a la mujer calculadora y vacía que tenía por esposa que tenía toda la apariencia de una villana.

Jocasta lo vio todo y su corazón se desquebrajó, su esposo quien en su presencia no dudaba en mostrar su desagrado y humillarla de todas las formas posibles haciendo que se sintiera tan inferior estaba empezando a mostrar preferencias por la muchacha a quien consideraba su hermana, vio los ojos de esta y supo que Irisella tampoco fue indiferente a tales atenciones.

La historia se repetía una vez más.

Irisella se incorpora de su lugar y se dirige a un lado de la estancia dónde una sirvienta había preparado las hierbas necesarias para preparar las infusiones, las manos de la señorita Beryllus se movían con avidez y mucha gracia mientras ponía las hierbas seleccionadas a reposar en agua caliente para luego colar, y sin que nadie pudiese verla aprovechando el instante en que el emperador observaba a Jocasta de forma acusadora, Irisella vertió el contenido de la poción de amor que había traído consigo, el líquido incoloro se mezcló a la perfección con la bebida haciéndola indetectable a simple vista.

Irisella sirvió la mortal bebida y Carles se apresuró a tomarla, mientras el líquido tocaba los labios del emperador Irisella Beryllus no quito los ojos de encima a los labios del emperador hasta asegurarse de que todo hubiese sido ingerido.

La taza vacía es depositada en la mesa y una amplia sonrisa corona el rostro de Irisella.

—¿Cómo estuvo majestad? —preguntó ella.

Carles levanta la mirada hacia la dueña de aquella voz y al ver a Irisella un sentimiento de locura empezó a dominarlo. Nunca concibió ver a una criatura tan angelical y perfecta cómo está.

Al ver sus ojos Irisella supo que había triunfado.

—Sus manos son divinas, fue una bebida celestial la que me has dado señorita Beryllus—con rapidez Carles se apresura a besarle la mano.

—Hará que me sonroje emperador, mis habilidades no son tan buenas como las de mi hermana quien ha recibido la educación de tutores desde su infancia, a su lado soy poca cosa.

—Señorita Beryllus no se menosprecie de esa forma, créeme cuando le digo que su valor es aún más que el de la misma emperatriz.

La mirada de Jocasta estaba perdida mientras que estupefacta escuchaba la conversación entre su esposo y Irisella. ¿Qué era lo que estaba ocurriendo en sus propias narices? Carles coqueteaba con mujeres abiertamente incluso en su presencia, pero ¿Irisella? ¡Ella se proclamaba su hermana! ¿Cómo podía hacerle eso?

—Quédese todo el tiempo que desee señorita Beryllus—suplicó Carles dedicándole una mirada apasionada —. Ahora que la conozco no creo que pueda soportar un día más en este enorme palacio sin su presencia.

Las manos se Jocasta apretaban la tela de su vestido con fuerza, mantuvo la cabeza gacha evitando ver la escena que se presentaba en su delante.

—No quiero incomodar a mi hermana.

—¿Qué opina al respecto emperatriz? —preguntó Carles dirigiéndose a Jocasta luego de haberla ignorado por completo la mayor parte de la conversación —. ¿No opina acaso que la señorita Beryllus debe disponer del tiempo que desee de su estancia en el palacio?

Él quería estar cerca de Irisella, una mirada asesina de parte del emperador hizo que su postura se tambaleara un poco.

Irisella ya había monopolizado su hogar y ahora era quien había despertado el amor en la persona más importante del imperio.

—Puedes quedarte el tiempo que desees Irisella —murmuro Jocasta aun con la cabeza gacha y su cuerpo tenso.

Irisella sonríe complacida cual una niña a quien se le acaba de obsequiar un regalo anhelado, aplaudió y le puso un lindo y agradecido rostro al emperador quien estaba maravillado con aquella perfecta y pura criatura.

—¡Gracias hermana! —exclamó Irisella.

—Considero que la emperatriz puede aprender de tu estadía —dijo Carles dedicándole una mirada burlona y un gesto de desprecio a su esposa —. Un poco de feminidad tal vez.

—Por favor emperador, no debe expresarse de esa forma, mi hermana tiene otras cualidades de las que puede aprovechar.

Una ofensa camuflada con dulces palabras. Era más de lo que Jocasta podía soportar, pero en todo momento la emperatriz se mantuvo firme, no permitiría darles el gusto de verla quebrarse. No lo valían.

—Sin duda tienes un corazón tan noble señorita Irisella no concibo una criatura más hermosa que usted en la creación.

—Favor que me hace emperador.

Carles se apresura a tomar su mano atrayéndola hacia su pecho en un ademán de genuino afecto y devoción. Al ver eso Irisella sonrió complacida y maravillada del efecto que poseía la poción de la bruja. Poseer la habilidad de controlar a un hombre como el emperador y tenerlo comiendo de su mano era más de lo que pudo haber deseado. Era una verdadera pena que algo tan maravilloso fuese tan difícil de conseguir.

—Por favor permítame darle un paseo por los jardines reales mientras nos conocemos mejor. Anhelo pasar el día en su compañía.

—Por supuesto que si —Irisella camufla su rostro de victoria y codicia entre una máscara de timidez y dulzura —. Hermana, ¿No te molesta verdad?

—Emperatriz ¿Qué tiene que decir al respecto? —la voz de Carles que se asemejaba al gruñido de una bestia hizo que Jocasta quien en todo ese momento permaneció en silencio y con la mirada baja, levanto la vista observando a su esposo a los ojos sin ningún ápice de temor.

—Usted siempre se ha caracterizado por hacer lo que desea sin importarle la opinión de los demás, majestad ¿Cómo mi opinión podría influenciar algo que ya fue decidido por ustedes? En lo que a mí respecta puede hacer lo que desee emperador. Puede divertirse tanto como desee, pero recuerde que hoy mañana y siempre yo he de ser la madre de este imperio.

Carles abre los ojos por el atrevimiento de Jocasta, ayuda a Irisella a incorporarse de su asiento para luego ofrecerle su brazo en ademán caballeroso. ¿Cómo se atrevía esa perra a hablarle de esa forma? Una prostituta política, eso era lo que es. No permitiría que una mujer como esa se tomara atribuciones que no le correspondían

—Ya veo —el emperador sonríe de forma siniestra y descarada —, veo que no te importa y eso me complace, tienes razón, al final del día siempre has de ser la madre del imperio, pero solo quiero que recuerdes quien puso esa corona en tu cabeza y así como la puse puedo despojarte de esta. ¿Nos vamos lady Irisella?

—Si —dijo Irisella aparentando sorpresa y miedo por aquel intercambio de palabras entre su hermana y el emperador. Consoló a Jocasta con la mirada para luego alejarse junto con el esposo de su hermana.

Jocasta los vio salir entre risas y dulces palabras mientras ella era dejada atrás como un sucio lastre sin valor alguno. Los sirvientes que habían presenciado todo mantuvieron la mirada abajo y esperaban alguna orden de la emperatriz, cualquiera que esta fuese, para alejarse de aquel lugar tan incómodo.

—Pueden retirarse —ordena Jocasta manteniendo la compostura y camuflando su terrible malestar con aquel aire calmado que muchos confundían con frialdad y falta de sentimientos.

—Si su majestad emperatriz —responde la jefa de las sirvientas haciendo una reverencia.

—Y por favor que vengan mis damas, necesito ir a mí recámara de inmediato.

—Como ordene alteza.

Las criadas se retiran para luego cumplir con la orden de la emperatriz, minutos después Scilla e Inna llaman a la puerta del salón anunciando su llegada.

—Señora, somos nosotras —dijo Inna.

—Pueden entrar.

Ambas mujeres ingresan no sin antes saludar a su señora con una reverencia.

—A su servicio madre del imperio.

—Scilla ¿Cómo se encuentra tu mano? —la preocupación de la emperatriz era notorio al ver la muñeca vendada de su doncella.

—Mucho mejor alteza, fui tratada por lady Inna quien muy amablemente curo mis heridas.

—Lady Inna muchas gracias —la voz apacible de la emperatriz reconforta a lady Rotherin quien hasta hace poco se encontraba alterada debido a la visita de lady Beryllus.

—¿Desea usted que la llevemos a su habitación alteza? —dijo Inna con postura solemne.

—Si por favor, me siento indispuesta y con un terrible dolor de cabeza.

Jocasta se retira en compañía de sus doncellas hacia su palacio privado, un complejo ubicado muy cerca del palacio principal y que estaban conectados por un enorme jardín semejante a un boque. Mientras caminaban en silencio por los amplios pasillos miles de murmullos se escucharon haciendo referencia a la que parecía ser el nuevo entretenimiento del emperador. Para llegar a su palacio tuvieron que pasar por los jardines imperiales y es precisamente ahí en donde vieron a Carles coqueteando abiertamente con Irisella.

Jocasta pasó de largo sin tan siquiera dignarse a ver semejante espectáculo. Carles había perdido totalmente la vergüenza que ahora abiertamente proclamaba sus afectos a otra mujer que no era su esposa en frente de las doncellas de palacios y guardias.

La risa de Irisella llego hasta donde estaban ellas, pero como perfectas damas imperiales que eran, Ino y Scilla continuaron su camino detrás de su señora y con la misma expresión indiferente.

El recorrido se le hizo a Jocasta eterno y solo al fin cuando la puerta de su recamar ase cerro tras ella Inna Rotherin fue la que rompió el silencio al fin.

—Esa mujer es una sinvergüenza —exclamo la dama Rotherin con una expresión de desagrado y rabia, había contenido su enfado durante todo ese tiempo, pero en la seguridad de los aposentos de su señora al fin se vio libre de hablar —. Una completa descarada.

—¿Desea que le ayude a desvestirse su alteza imperial? —dijo Scilla con tono calmado, para ella quien ya conocía el carácter de la señorita Beryllus aquello no fue novedad en lo absoluto.

—Si por favor Scilla querida, me siento sumamente agotada.

—Una completa impertinente —continuó Inna —. Pero ¿qué se puede esperar de la hija de un barón?

—Sera mejor que se tranquilice dama Rotherin, no queremos que los nervios le jueguen una mala pasada —dijo Jocasta quien estaba siendo ayudada por Scilla a quitarse el incómodo vestido.

—Pero mi señora emperatriz ¿Cómo puede apañar semejante comportamiento impropio en una dama decente y noble? Entienda que esas acciones solo traerán mal prestigio para la casa del duque Asteria quien tuvo el buen corazón de patrocinar a aquella irreverente.

—No hay nada que yo pueda hacer por mucho que lo desee —dijo Jocasta —. Aunque me oponga a su permanencia en palacio el emperador ya dio su consentimiento y eso me releva de cualquier derecho.

—No puedo creer el actuar del emperador, dejarse engatusar por semejante oportunista.

—El emperador siempre suele frecuentar mujeres de dudosa reputación no podemos sorprendernos por sus acciones —dijo Scilla —. Pero mi señora, no tiene que someterse a semejante humillación, aquí no puede permitirse ser desplazada por lady Irisella. Este es su lugar no el de ella.

Jocasta exhala un profundo y agotado suspiro. El tema de Irisella era algo sumamente extenuante y cada vez le resultaba más complicado de tratar.

—Esperemos que este capricho por mi hermana sea solo eso, un capricho momentáneo.

—¡Mi señora! —exclamo Inna —. ¿Cómo puede permitirlo?

Jocasta también se había hecho esa pregunta miles de veces los primeros meses de matrimonio. Ella se casó ilusionada y con toda la voluntad de mantener una relación basándose en el respeto. Pero Carles había sido muy claro con ella y cualquier posibilidad de un matrimonio con amor fue aplastado por él. El día en que este decidió pasar las noches en las recámaras de sus concubinas fue el día más doloroso y humillante para ella. Pero su matrimonio fue político y no podía esperar ni mucho menos aspirar a la consideración de su esposo. Cuatro años después los rumores de las aventuras del emperador eran conocidos tanto por noble como por plebeyos. Jocasta tuvo que tragarse su orgullo y hacer el trabajo para lo que había sido educada desde edad temprana. De esa forma la emperatriz paso a hacer el trabajo que le correspondía al emperador, pero que este descuidaba por andar entretenido.

Después de todo no solo se había casado con Carles sino con un imperio y como emperatriz tenía un deber que cumplir con ellos. Así pues, se enfocó en lo que tenía que hacer intentando ignorar lo que los demás nobles hablaban sobre ella.

—Porque tengo un deber —respondió ella.

—Mi señora… —murmuro Scilla observando a Jocasta con una honda pena, aún recordaba cuando ambas eran niñas y el futuro aún se veía tan lejano e imposible de dañarlas —. Descanse mi señora —añade colocándole la ligera bata de seda de oriente.

Había veces en los que Jocasta solo quería dormir y no volver a despertar, pero la luz de cada mañana la devolvía a su realidad y una vez más tenía que cumplir con sus responsabilidades.

“Es pasajero, solo es pasajero” —se repitió —. “Terminará pronto”

Pero Jocasta desconocía los planes de Irisella.

 

.

.

.

^^^(Continuará) ^^^

Una dama inquebrantable

...III...

 

Lo que pareció ser uno de los muchos romances ocasionales del emperador fue tomando importancia a medida en que el tiempo transcurría y el nombre de la señorita Beryllus se hacía más frecuente entre a corte. Carles la exhibía en bailes y eventos y siempre andaba de su brazo lo que rápidamente llamo la atención del resto de nobles quienes llamaron a Irisella como “La favorita del emperador”

Irisella estaba complacida y aceptaba aquel cortejo descarado. El emperador la colmaba de joyas y vestidos finos y le profesaba su amor como un joven amante a una damisela.

Pero ella quería más y tras seis meses de promesas de amor y muestras de afecto por parte de Carles un día empezó ejecutar su plan.

—Tus promesas son falsas, en realidad no me amas —gruesas lágrimas cayeron por sus mejillas, sus ojos color aperlados brillaron como si fuesen manantiales. Aquella imagen tan vulnerable y frágil no podía ser pasada por alto y Carles quien a esas alturas había sucumbido por completo no iba a permitir que su amada sufriera de esa forma.

—Ángel mío ¿Qué sucede? ¿Por qué dudas de mis afectos?

—No dudo de tu amor por mí —Irisella continúo llorando de forma desconsolada —. Pero tus acciones me lastiman y me hacen creer que quizás tus palabras de amor no son reales.

—¿Por qué dices eso?

—Yo-Yo puedo oír lo que ellos dicen, solo soy la amante de su majestad tan solo su entretenimiento.

—¡Falacias! —exclamo Carles con fuerza —. Eres la única dueña de mi corazón.

—Entonces demuéstrelo emperador, demuestre el amor que profesa tenerme. Haga que al fin nuestro amor triunfe y podamos estar juntos para toda la vida.

Las manos de Carles sujetan las de Irisella y se las lleva a los labios depositando en ellas un beso como muestra de amor absoluto.

—Pídeme lo que desees, yo te lo concedo serás mi más amada concubina y todo lo que poseo, todo cuanto tengo es solo tuyo.

—Si me amaras no me pedirías ser tu concubina ¿Eso es solo que significo para ti? Emperador usted me ha insultado, me ha tratado como una cualquiera ¡No vuelva a hablarme más nunca!

Irisella finge alejarse de Carles, su llanto era más intenso y su expresión de total dolor, al verla así de celestial y dañada algo en el pecho del emperador se estremeció, su anhelo por tenerla se intensificó al saber que la perdería ¡No podía permitirlo!

—¡Ángel mío por favor no! Perdóneme por haberla ofendido no fue mi intensión, solo dime lo que deseas y yo cumpliré tus anhelos.

—Yo quiero … —Irisella posa sus ojos rojos y llorosos en Carles dándole la imagen de una niña que necesitaba ser protegida del cruel mundo —. Yo quiero ser la emperatriz

—¿Ángel mío?

—Quiero ser tu esposa emperador, quiero amarte sin que hablen de nosotros y la única manera en que podemos estar juntos es convirtiéndome en la nueva emperatriz.

—Por ti eso haría y mucho más, no deseo a nadie ocupando ese puesto y usando ese título salvo tú.

—¡Emperador! —Irisella se aferra a Carles fundiendo su cuerpo con el de este en un abrazo intenso y largo —. ¡Soy tan feliz!

—¿Quieres casarte conmigo y ser mi emperatriz Irisella Beryllus?

—¡Acepto alteza!

Sin romper el abrazo Carles acaricia aquellos cabellos negros que a su tacto se sentía como una fina seda, tan suave que estaba seguro de que las nubes no se comparan a la sensación de aquellos suaves cabellos. Tan linda y valiosa, al fin la mujer de sus afectos será solo para él.

Y mientras Carles disfrutaba de sus pensamientos, Irisella sonríe de oreja a oreja de forma siniestra y burlona completamente complacida de que todos sus planes salieran tal y como ella quería. Ya casi podía sentir la corona de Jocasta sobre su cabeza, ya casi podía saborear su triunfo sobre ella.

—Esposo —murmuro Irisella.

—Dilo otra vez —suplico Carles.

—Esposo —repitió la señorita Beryllus con voz tímida y dulce.

—Te amo mucho.

—Y yo lo amo a usted emperador.

Ahora lo único que quedaba por hacer era deshacerse de esa odiosa mujer que tenía actualmente por esposa.

 

...***...

 

—¡Emperatriz! ¡Emperatriz!

Una fría noche invernal la puerta de la recámara de Jocasta se abrió de par en par dejando ingresar a su doncella Scilla Paulethe y a su dama de compañía la señorita Rotherin quienes venían sumamente alarmadas con la ropa de dormir aun puestas y alumbradas con la débil flama de una vela, sus voces eran de desesperación y pánico apenas y podían mantener la calma. Jocasta abrió los ojos pesadamente aun somnolienta por lo avanzado de la noche.

—¿Qué sucede? —la emperatriz se incorpora de su lecho confundida y alarmada por aquella intromisión —. ¿Por qué ingresan de esa forma?

—Emperatriz ¡No hay tiempo! Vístase pronto y salga de palacio, el emperador viene en camino liderando la guardia imperial ¡Van a apresarla!

—¿Qué? —todo vestigio de sueño se disipa del cuerpo de Jocasta haciendo esta se levante de la cama y corra hacia la ventana para comprobar con sus propios ojos aquello —. ¡Imposible! Pero … ¿Por qué?

—Se han descubierto fraudes en la administración del arca del imperio, un enorme desfalco de los impuestos de los nobles majestad, no se sabe cómo … Pero su firma figura en un documento comprometedor ¡Tiene que huir o su vida correrá peligro! —exclamo lady Inna vigilando la entrada.

Mientras tanto Scilla rápidamente viste a Jocasta con un vestido sencillo y la cubre con un fino chal para que se proteja del frío invernal.

—Mi señora eso es cierto, por favor salga por el pasillo oculto que llega al palacio de la reina madre y escape al norte —suplico Scilla.

—No voy a huir yo no hice nada malo, soy inocente, pero … ¿Cómo es que saben todo eso? ¿Quién les informo?

—Un mensajero desde el palacio del emperador es un fiel simpatizante de usted, es parte del consejo de justicia, vino a caballo hace poco informándonos de la venida de su majestad Carles y los cargos falsos que la acusan.

—Me quedare aquí y daré la cara

—¡Emperatriz! —grita horrorizada Inna al oír las palabras de su señora, sus ojos se desbordan en lágrimas —. ¡Señora por favor salve su vida! ¡Usted debe vivir, usted es nuestra madre imperial y nuestra esperanza, debe sobrevivir!

—Si me voy entonces estaré afirmando los cargos falsos que se me quieren impugnar y le daré una razón más a Carles para que ensucie mi nombre y el apellido de mi familia, no puedo permitirlo.

Pese al miedo en su corazón, Jocasta intentó ocultarlo en lo profundo y tranquilizarse o al menos aparentarlo, tenía que hacerlo si quería que tanto Inna Rotherin como Scilla Paulethe cayeran en la desesperación. Afuera el viento soplaba con fuerza, las ramas de los árboles golpeaban la ventana.

Se escuchan pasos acercándose seguido de voces, las luces del palacio de la emperatriz se encendieron como si el día hubiese al fin llegado. Las puertas de la recámara de Jocasta se abren de una patada rompiendo la madera para dejar ingresar a Carles escoltado por un pequeño ejército. Al fin el emperador había llegado.

Scilla e Inna se apresuran a hacer una reverencia y a agachar la cabeza, sus cuerpos temblaban apenas y podían mantenerse en pie.

—Mi señor emperador, sol de la nación, Jocasta la madre del imperio le saluda —dijo la emperatriz con rostro apacible y haciendo un saludo protocolar.

—Ahórrate las palabras, sucia bruja.

—¿Puedo preguntar la razón por la que irrumpes en mi alcoba en medio de la noche como un ladrón y en compañía de la guardia?

—Tus crímenes han sido expuestos no hace falta que sigas fingiendo dignidad cuando eres la mujer más taimada e hipócrita de todas.

—¿Puedo preguntar sobre esos crímenes de los que usted habla emperador?

Ahí estaba ese rostro odioso de nuevo. Aun cuando la muerte esté rondando cerca de ella, esa actitud fría y estoica continuaba dominando en ella, como si fuese una estatua imperturbable. ¡Cuánto la odiaba!

Carles lanza los papales incriminatorios firmados por la misma Jocasta donde se daba fe de las transacciones ilegales y la malversación de los fondos del estado. Su rostro fue triunfal al ver que pronto la mujer que amenazaba con quedarse con su imperio pagaría por ese atrevimiento.

—¿Qué significa eso?

—¿Qué significa? ¿Acaso lo niegas cuando tu firma y sello figuran ahí?

—Nunca en mi vida he firmado o sellado esos documentos, ¿Puede asegurar el emperador que fui yo?

—¡No juegues conmigo! Todas tus fechorías están detalladas en esos documentos. Desviaste los fondos del imperio hacia las arcas de tu propia familia. No cabe duda que eres el peón del duque ¿Acaso tenías como finalidad apoderarte de imperio y traicionar a la familia real? ¡Sucia usurpadora!

—¡Eso no es cierto! —por primera vez desde que se casaron Carles oye la voz de Jocasta.

—Al parecer podías enfadarte ¿Quién lo hubiese pensado?

—Las acusaciones son falsas, no he tomado ni una sola moneda de oro.

—También … —continuo Carles —. También he oído que has cometidos fechorías contra la honorable señorita Beryllus, has abusado de tu poder sometiéndola a un sinfín de tratos inhumanos y despiadados propios de una villana como tú. Le has golpeado con una vara delante de tus subordinados e incluso dejaste que tus damas abusaran físicamente de ella.

—Eso también es falso —se defendió Jocasta —. No me he encontrado con la señorita Beryllus desde aquella vez que bebimos té en su compañía. El emperador es el único que disfruto de presencia todo este tiempo paseándose por la corte y mostrando su afecto abiertamente.

—¡Deja de negarlo y lavarte las manos, villana, la señorita Beryllus ha declarado en tu contra y su testimonio es válido para tu castigo!

—¿Cómo puedes dejarte enceguecer de esa forma? —dijo Jocasta acercándose a Carles a paso lento —. Nunca me amaste, pero al menos tenía la certeza de que poseías sentido común. ¿Con qué argumentos válidos tomaste la declaración de la señorita Beryllus?

—Irisella es una noble dama hija de un barón, no dudare de su palabra.

—¿Entonces las palabras de la hija de un barón pesan más que las palabras de la hija de un duque?

Carles hace un gesto de molestia mientras se acerca peligrosamente hacia Jocasta, sus labios rozan el oído de esta para luego decirle con palabras duras y desalmadas.

—No me importa si eres culpable o inocente, no desperdiciare la oportunidad de deshacerme de ti, la junta de justicia creerá lo que yo diga que crea y no tendrás ni la más mínima oportunidad de sobrevivir. Te odio con todo mi corazón, el día de tu muerte fue lo más esperado desde que nos casamos y al fin se realizara. Tú y tu familia pagaran por haberse atrevido a apoderarse de mi imperio.

El cuerpo de Jocasta se paraliza mientras las lágrimas brotan de su rostro al oír a Carles mencionar a su padre y a su madre.

—¡No te atrevas! ¡A ellos no los toques!

Pero solo recibe burla por parte del emperador quien se divertía de causarle miedo a Jocasta. Había dado con su punto débil.

—Jocasta Asteria —dijo Carles a viva voz —. Por los actos en contra de la corona y por apropiación del dinero del imperio para el enriquecimiento de su propia familia se le remueve de su cargo como emperatriz y se le sentencia a pena de muerte por decapitación

—¡No! —se escuchó el grito de Scilla quien se arrodilla a los pies de Carles —. Piedad padre del imperio, piedad por nuestra madre.

—Lárgate de aquí, ustedes también serán castigadas por los crímenes que hicieron en contra de la señorita Beryllus.

—¡Emperador!

—¡Guardias! —ordenó Carles —. Lleven a la emperatriz y a sus damas a las celdas, denle 40 latigazos a ella y 20 a sus subordinadas. Luego prepárenlas para el tronco.

—¡No! ¡Emperador! ¡Por favor no! ¡Somos inocentes!

—Y corre a la casa de los duques, sufrirán el mismo castigo que su codiciosa hija.

El corazón de Jocasta se partió en mil pedazos, la ira le recorrió el cuerpo. Carles podía hacerle daño a ella, pero no permitiría que atente contra sus padres.

—¡No te atrevas!

—No hay nada que puedas hacer al respecto, esposa —se burló el emperador —. ¡Llévenla ahora!

Y la orden de Carles se ejecutó entre gritos y lágrimas.

 

...***...

 

Jocasta confío en ella quién fue cómo una hermana y le entregó todo su amor. Y a cambio ella le arrebató a su familia, su esposo e incluso su vida.

Una semana había pasado desde su encarcelamiento, pero los días parecieron años. Mientras yacía prisionera su juicio se estaba llevando a cabo, pero en su corazón sabía que aquello no era más que una formalidad más por parte de Carles para validar su sentencia. Las horas pasaban y Jocasta ya sentía la muerte muy cerca.

—Maldita … ―murmuro Jocasta Asteria quien hasta hace poco fue la emperatriz de una nación y hoy se veía reducida a una vil villana acusada de traición y quien pronto la muerte abrazaría.

Mientras los minutos pasaban para su ejecución la emperatriz con la mirada perdida y el cuerpo cubierto de cicatrices debido a los azotes recapitulaba el momento exacto en el que su vida empezó a desviarse hasta el camino de su perdición.

En ese instante se arrepintió de muchas cosas que paso por alto y que la arrastró a ese pozo sin fondo a la que fue arrojada. Para empezar, nunca debió de haberla querido tanto cómo se quiere a una hermana de sangre, nunca debió de haber confiado en ella, nunca debió de permitir que usurpara su vida…

—Maldita perra … —volvió a murmurar y esos ojos que se habían secado de tanto llorar encerrada en esa sucia celda llena de ratas ahora veían con furia y un fuerte anhelo de venganza.

La puerta de la celda se abre y una mujer de cabello negro y largo ingresa con una inocente sonrisa la misma que utilizo para enamorar a todo el mundo. Se para muy cerca de ella, en su cabeza llevaba puesta la misma corona que hace algunas cuantas semanas atrás Jocasta llevaba.

Jocasta no tenía que ser un genio para saber a qué se debía su burlesca presencia. Ella solo quería verla derrotada y marchita, convertida en prácticamente nada.

—Hola hermana —dijo Irisella —. ¿No es esto maravilloso? El emperador me pidió ser su esposa, mañana me convertiré en emperatriz.

Tan inocente y pura, tan angelical y hermosa; nunca nadie adivinaría que esa mujer era el mismo demonio.

—Pero claro, no podrás verlo —sonrió de pronto ella —. Para mañana a esta hora tu cabeza ya será cortada y tu cuerpo será echado a los perros.

Jocasta solo la miro con rabia y dolor mientras en su mente la imagen de sus padres siendo colgados hace apenas un día atrás le llena de una enorme furia que nunca antes había experimentado. Esa mujer de ahí era la que había orquestado la caída de su familia.

—Eres una perra … —dijo Jocasta con la voz cargada de una cólera contenida.

—Solo he tomado lo que siempre me ha pertenecido ¿Hay algo de malo en eso? ¿Por qué habrías de tenerlo todo tu sola? No mereces nada, nadie que haya nacido con riqueza y poder desde la cuna merece ni un ápice de misericordia. Todo de lo que disfrutaste en tu niñez ahora lo disfrutaré yo, Jocasta.

—Entonces disfruta tu nueva vida … —aun cuando la muerte está cerca de ella, la ex emperatriz Jocasta conserva la poca dignidad que le queda, no le daría el gusto de verla en la desesperación —. Disfruta de esa corona mientras puedas.

—Aférrate a eso mi querida hermana —dijo la bella mujer de negros cabellos —. Aférrate a lo único que te queda —una hermosa sonrisa se dibuja en su rostro —. Oh por cierto tengo algo para ti, pensé que te gustaría verla, después de todo, mañana vas a ser decapitada.

Jocasta abre los ojos de par en par sin poder creer que era lo que la que hace apenas unos días atrás era cómo su hermana le había traído cómo obsequio.

La cabeza de su madre fue colocada delante de ella, la piel de su cuello aún estaba abierta y sus ojos se encontraban en blanco, la carne estaba a mitad de la putrefacción y Jocasta contuvo un grito.

—¡Sucia arpía! —grito la ex emperatriz sin poder mantener su postura digna por más tiempo.

La mujer sonríe divertida.

—Eso bastó para sacarte de esa irritante calma ¿Quién lo diría?

—¡Me las vas a pagar! ¡Me la vas a pagar! ¡Todo este dolor! ¡Me las voy a cobrar!

Una carcajada resuena en la prisión.

—Deja de decir estupideces hermana no hay nada que ya se pueda hacer. Solo son ladridos de perra los que salen de tu boca, es inevitable y yo he ganado. He tomado todo lo que es tuyo.

Jocasta vio la cabeza de su madre puesta por Irisella muy cerca de ella, estaba irreconocible e hinchado de no ser por esa melena dorada no hubiese podido reconocerla. Su madre quien trajo a esa mujer a su casa y la trato como una hija había sido víctima de su buen corazón.

—¿Por qué? —murmuro Jocasta dejándose consumir por la obscuridad —. Ella te amaba … Fuiste una hija para ella.

—Pues era igual de estúpida que tú —se burla Irisella —. De hecho, siempre deteste a esa mujer, por su culpa mi madre perdió al duque Asteria, por su culpa naciste tú quien se apoderó de todo lo que me pertenecía en un principio.

—Estás loca…

—¿Es así? —sonrió Irisella —. Puede ser.

Una última sonrisa burlona y luego la mujer se retira bailando y cantando luego de haber fastidiado a la mujer que por años la trato cómo una hermana. ¿podría todo ser más perfecto? Todo lo que siempre quiso todo lo que siempre mereció lo había obtenido exitosamente. Mañana el emperador Carles la haría su emperatriz.

La ejecución fue llevada en la plaza pública y a primera hora, esa noche Jocasta no durmió sumergida en el miedo a la muerte. Mientras era llevada al tronco dónde el verdugo la esperaba, dirigió una mirada furtiva hacia el palco del emperador dónde encontró a su esposo al lado de la mujer que le desgracio la vida. Y su corazón tuvo odio puro por aquellos dos.

“Nunca olvides, nunca perdones” solo repetía eso en su cabeza mientras los soldados la llevaban al atrio principal. La imagen majestuosa de emperatriz que había ostentado todo ese tiempo ahora era remplazada por una de miseria, estaba apenas cubierta por un sucio vestido roto y manchado de su sangre, sus rubios cabellos fueron cortados para facilitarle al verdugo la tarea de cortar su cuello, sus uñas se hallaban rotas de tanto arrastrarse y arañar el suelo del dolor. Nunca antes nadie la recordaría.

“Nunca olvides, nunca perdones”

Su cuello fue tendido sobre el tronco bañado en sangre de su padre y su madre.

Le dirigió una mirada a aquella mujer y vio la sonrisa triunfal en su rostro. Ese ángel amado por el imperio que había engañado a todos con una falsa imagen de bondad ocultaba muy bien lo podrido de su alma.

—¡Mátenla! —ordena el emperador Carles y el hacha es bajada directamente a su cuello.

“Nunca olvides, nunca perdones”

Solo quería venganza.

...***...

 

Jocasta quedó suspendida en la nada, flotando entre la inmensidad de aquel extraño lugar, su cuerpo se encontraba desnudo y solo la obscuridad total la envolvía por completo ¿Acaso era así como se sentía estar muerta?

Una luz apareció de pronto en medio de la obscuridad y Jocasta enfoco su vista hacia aquel extraño punto. La figura de un zorro de nueve colas llamo su atención. Era enorme y de aspecto amenazador.

—¿Quién eres tú? —dijo Jocasta sin comprender que era lo que sucedía. Si ese lugar no era el cielo o el infierno ¿Entonces que era?

—Es el limbo —respondió aquel zorro para sorpresa de Jocasta —. Y mi nombre es Mundus, soy el dios de la justicia y veo que la vida no fue para nada justa contigo muchacha.

Los ojos de Jocasta se empañaron de nuevo al recordar como toda su vida había sido perjudicada por los egoístas y ambiciosos deseos de aquella mujer.

Es entonces que Jocasta reflexiono sobre lo que había sido su vida hasta sus segundos finales. Vivió para complacer a otros antes que a ella misma ¿Y todo para qué? ¿Qué le había valido ser una dama perfecta si por dentro dejo que su alma y espíritu perecieran? ¡No lo permitiría! Si tuviese una oportunidad esta vez corregiría sus errores y vivirá por ella y por nadie más. Además de vengarse de algunas personas quienes le hicieron miserable.

—Es cierto … —dijo Jocasta con la expresión en blanco, pero con un fuerte deseo de corregir sus pasos —. Confié en las personas en quienes no debí confiar y otros pagaron por mis errores, personas inocentes que no debieron morir.

No puede evitar llorar al recordar a sus padres, sus amados padres que buscando hacerle un bien le metieron sin querer en ese pozo, también recordó a Scilla e Inna quienes fueron fieles a ella hasta el final y ahora todos estaban muertos su vida destruida y su reputación ensuciada.

—¿Qué harías si regresaras? —dijo Mundus —. ¿Recuperarías tu antigua vida?

—Lucharía por una vida distinta —respondió Jocasta —. Y por supuesto haré pagar a quienes me hicieron esto.

La carcajada del dios es lo único que puede oírse en medio de la nada.

—Entonces haré tu deseo realidad, solo tendrás una sola oportunidad. Por favor has que me divierta.

Jocasta es arrojada a lo que creía ella creía que eran las profundidades del averno, se abrazó a si misma mientras la risa del dios zorro se disipaba hasta desvanecerse. Una fuerte luz la envolvió semejante al mismo sol, enceguecida se cubre los ojos confundida de lo que estaba sucediendo. Su cuerpo empezó a arder como si se estuviese quemando viva.

—¡Duele! ―gritó Jocasta sintiendo su piel deshacerse —. ¡Por favor!

—Pobre niña —dijo Mundus con lástima —. Has sufrido demasiado, vuelve hacia atrás y toma tu venganza.

¿Qué era esa inmensa sensación de paz? La sensación de ser quemada viva se disipó para dar paso a un cansancio abrumador, sus ojos le pesaban demasiado y sin poder evitarlo quedo inconsciente.

Por un segundo las palabras que se esforzó en recordar retumbaron en su cabeza.

“Nunca olvides, nunca perdones”.

 

...***...

 

Cuando Jocasta abrió los ojos creyó que había dormido por años, su cuerpo le pesaba y se encontraba bañado en sudor. A lo lejos el canto de las aves se podía oír gracias a la ventana abierta. ¿Cuándo había sido la última vez que escucho el canto de un gorrión?

Aún estaba sin poder creerlo ¿Todo había sido un sueño? ¡Imposible! Ella había muerto a pedido de su esposo y su hermana, sintió el hacha cortándole la cabeza, en su piel aún se encontraba la sensación de los látigos en su espalda, no fue una pesadilla.

Alguien llamo a la puerta.

—Lady Jocasta su padre la busca, despierte —llamo una doncella —. Hoy se anuncia su compromiso con el príncipe heredero Carles y debe alistarse pronto.

¿Qué fue eso? ¡Era la voz de su doncella de la infancia! Jocasta se levantó de la cama de un salto y corrió hacia el espejo cercano aun sin poder creerlo, aún albergaba la posibilidad de que todo hubiese sido un sueño. Vio su reflejo en el espejo y contuvo un grito de susto.

Había vuelto a la época cuando tenía doce años, vio sus manos detenidamente intentando buscar el paso del tiempo en ellas, pero eran pequeñas y blancas, las manos de una niña. Vio su rostro de nuevo, sus enormes ojos azules, su pequeña cara, era su rostro definitivamente, pero con varios años menos.

—Entonces no fue un sueño —dijo Jocasta sin despegar la vista de su reflejo —. Todo sucedió y el dios zorro me dio una segunda oportunidad.

—Señorita ¿Se encuentra usted bien? —dijo la doncella ingresando a la recámara de Jocasta. Una recámara rosa y lujosa típica de una niña aristócrata como la hija del duque —. Su madre pregunta por usted, hoy es un día muy importante.

Claro que lo era, en ese día fue cuando el destino de Jocasta se había decidido. Tenía que impedirlo.

“Nunca olvides, nunca perdones” aquel juramento que se hizo a sí misma durante su ejecución resonaron en su cabeza.

—Estoy bien —intento sonreír la pequeña, le cuesta disimular calma cuando por dentro miles de preguntas y sentimientos rondan su corazón y mente —. Solo me encuentro algo agotada por estudiar mucho.

—Usted es muy aplicada señorita —dijo la doncella —. Le diré a su madre que ya está en camino por favor tome el tiempo que necesite para recuperarse, mandaré a una criada a que le prepare su baño.

—Por favor —dijo Jocasta con voz suave.

Una vez sola en su recámara Jocasta se sentó en su cama y se puso a reflexionar sobre todo lo ocurrido hasta ahora. Sus pies quedaron colgando en el borde haciendo que recordara lo difícil de ser una niña.

Suspiró pesadamente y observó de nuevo su imagen.

—Aún sigo sin creerlo del todo, pero sea sueño u obra del dios zorro no voy a permitir que ella obtenga lo que quiere, primero voy a destruirla.

A partir de ahora dentro de cuatro años aquella mujer a la que le dio todo, su familia, amor, un lugar en la sociedad llegaría a su casa para tomarlo todo.

—Esta vez todo será distinto —dijo Jocasta —. Vamos a hacer pagar a unas cuantas ratas … Es una pena Carles, perderás tu imperio por una mujer que no es más que escoria.

Protegería a su familia, su prestigio y su vida.

—Romperé mi compromiso y le obsequiaré el imperio al rey Khaled Corvus llamado por todos cómo “El demonio carmesí”.

 

.

.

.

 

 

^^^Continuará ^^^

 

 

 

 

 

 

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play