Siempre he sentido que algo dentro de mí se encontraba extraño, incompleto o insatisfactorio, pero nunca imaginé que ese desasosiego y esa intranquilidad se debieran a una mujer.
Sinceramente, me perturbó darme cuenta de esto, y tuve deseos profundos de eliminar esa influencia. No quería que algo tan insignificante como otro ser humano me controlara.
Probablemente se estén preguntando qué demonios está diciendo este hombre desconocido que ni siquiera tiene nombre. Entonces, debería empezar desde el principio, para que puedan comprender mi completa indignación, frustración y malestar.
Me llamo Kiran Hill, tengo 30 años y padezco una insatisfacción crónica. Por supuesto, nadie me lo diagnosticó; lo hice por mi cuenta. ¿Y por qué? Pues...
Como dije al principio, desde que tengo uso de razón, siempre he sentido que no experimentaba la satisfacción plena que veía en muchas personas. Es cierto que no toda la población se siente plenamente satisfecha con todo, pero el problema es que yo no me sentía satisfecho con nada. Todo lo que me rodeaba, experimentaba o tenía, era insuficiente para mí, por lo que deseaba alcanzar esa plenitud a cualquier costo.
Nací y crecí en una familia acomodada, un niño normal con sus altos y bajos. Sin embargo, desde muy pequeño ya sentía un profundo aburrimiento de la vida. Mis padres, preocupados por mi falta de interés en todo, me llevaron a varios especialistas que, por supuesto, no encontraron ninguna anomalía en mí.
Decían que solo era introvertido y muy tímido. Además, el hecho de que mis padres tuvieran que viajar frecuentemente por trabajo solo lograba que me encerrara más en mí mismo. Pero desde ya les digo que no era nada de eso. Mis padres viajaban por trabajo para ganarse la vida y mantenernos a mí y a ellos mismos, así que entendía las circunstancias y nunca los culpé por ello.
Al contrario, gracias a ellos pude viajar a múltiples países, donde conocí a infinidad de personas y diversas culturas. En uno de tantos viajes, mi madre quedó embarazada, dando a luz a mi hermanita, Karen. Ese fue, por decirlo de alguna manera, el detonante de mi insatisfacción crónica.
No me malinterpreten. Sé que mis padres me aman y yo a ellos, pero me impactó mucho ver la cara de pura felicidad de mi madre al ver a mi recién nacida hermanita, como si experimentara una plenitud absoluta que antes no había tenido.
Sinceramente, era algo increíble, casi mágico, y me pregunté si yo también podría experimentar algo así. Me acerqué más a mi familia para ver si el amor familiar era la clave para llenar el vacío, pero después de unos años me di cuenta de que no era así, por lo que empecé a buscar otros métodos.
Al nacer mi hermana, mis padres decidieron establecerse en un lugar fijo para criarnos, ya que se dieron cuenta de que estar viajando no era lo mejor para sus hijos. Entré en el instituto e hice amistades, buscando en ese ámbito quizás una solución, pero también fue un fracaso. Entonces continué experimentando.
Durante el instituto y la universidad, probé todo lo que mi mente podía imaginar. Disfruté de los placeres de la carne, salí con muchas mujeres y hombres, pero las relaciones eran un dolor de cabeza excesivo y consumían demasiada energía para mi gusto, así que me limité solo al sexo casual. Sexo de una noche, incluso probé yendo a clubes sexuales donde tanto hombres como mujeres ofrecían sus servicios por dinero, participando en tríos e incluso orgías.
Debo añadir que nunca tuve la necesidad de pagar por sexo, pero como se dice, uno no sabrá si le gusta o no si no lo prueba. También me adentré en algunas disciplinas como el BDSM. Debo decir que durante unos años estuvo bien, se sentía fresco y diferente, pero también terminó por aburrirme con el paso del tiempo.
Frustrado, me rendí en ese ámbito y probé con sustancias ilegales, pero en menos de una semana las dejé, pues solo me hacían sentir más frustrado con mi insatisfacción crónica. Sin rendirme, intenté encontrar satisfacción en lo material. Tras graduarme en una buena universidad, tuve la suerte de ser contratado en una prestigiosa empresa y, con los años, fui ascendiendo hasta ganar suficiente dinero como para montar mi propia empresa.
Pero incluso teniendo tanto dinero como para vivir durante tres generaciones, la situación no mejoró, y decidí rendirme y aceptar la realidad de mi cruel destino. Pensé que quizás esa sensación de vacío y desasosiego era algo que tendría que soportar para siempre, una parte intrínseca de mi existencia.
Fue entonces cuando la conocí a ella. No recuerdo exactamente cómo nos encontramos, pero su presencia era diferente. No era particularmente hermosa ni destacaba en ningún aspecto evidente, pero había algo en su ser que me atrapaba, algo inexplicable que nunca había sentido antes. Era como si su mera existencia iluminara un rincón oscuro de mi alma que nunca supe que existía.
Intenté resistirme, mantenerla a distancia, pero era inútil. Cada vez que hablábamos, sentía una chispa de algo que podría ser felicidad o satisfacción, aunque solo fuera momentánea. Ella me desafiaba, no se dejaba impresionar por mi éxito o dinero, y eso me intrigaba aún más. Sentí que, por primera vez, alguien veía a través de mis fachadas y entendía mi verdadero ser. O eso es lo que creí.
Todo comenzó un día normal, como cualquier otro. Estaba en mi oficina atendiendo a mis deberes del día, cuando, como de costumbre, mi hermana irrumpió en mi despacho sin llamar ni anunciarse a mi secretaria.
¿Acaso se cree que esto es su casa de juegos?
—¿Cuántas veces te he dicho que no puedes presentarte en mi oficina cuando te dé la gana? —dije, frustrado.
—¿Cuál es el problema? ¿Todo esto no es tuyo? —respondió señalando con la mano el lugar.
Mi hermana Karen, de dieciocho años, llevaba consigo un estuche de violín a su espalda.
—¿Crees que, porque soy el dueño, puedo dejar que mi hermanita haga lo que quiera? —la recriminé.
—Obviamente.
Se cruzó de brazos con una sonrisa de suficiencia. Suspiré de irritación.
Cuanto antes sepa qué quiere, antes se irá.
—Dime, ¿Qué es lo que quieres?
—¿No puedo visitar a mi querido hermano porque lo extraño?
Tuve un escalofrío de lo más molesto e incómodo. La fulminé con la mirada y ella levantó las manos riéndose.
—Era broma, era broma. —se apresuró a decir.
—Dime qué quieres. —dije ahora más molesto y serio.
Mi hermana suspiró acercándose a mi mesa.
—Quiero que vayas a recoger a Máximo esta tarde. —pidió.
La miré fijamente, por si había entendido mal.
—¿Qué me miras así?
—¿Viniste hasta aquí solo para decirme algo así? ¿Por qué no me llamaste?
Karen se dejó caer en uno de los sillones frente a mi mesa.
—Si tuviera que esperar a que me respondas al móvil, Máximo se quedaría en el veterinario para siempre. Me pregunto para qué tienes un móvil si nunca lo usas. —me reprochó.
—No es que no lo utilice, me defino como alguien bastante práctico, y solo empleo el móvil la mayor parte del tiempo para el trabajo. Considero que estar en el móvil chateando por horas es una pérdida de tiempo y energía. Además, solo daña la vista.
—¿Acaso me viste con cara de recadero? ¿No les prometiste a nuestros padres que te harías cargo de él cuando decidiste adoptarlo? —le recordé.
—¿No me he estado haciendo cargo todo este tiempo? Si te lo pido es porque no puedo ir, tengo un concierto de violín esta noche y debo estar allí antes para practicar. ¿Acaso lo has olvidado?
Nunca me dejas olvidarlo.
—¿Y por qué no se lo pides a padre y madre?
—Están trabajando de expedición fuera de la ciudad, ya lo sabes.
—¿Y qué crees que hago yo? —espeté irritado.
—Por favor, Kiran, prometo no pedirte nada en lo que queda del año. —suplicó, juntando las manos y mirándome como un animal a punto de ser abandonado.
—Está bien, pero que sepas que es el último favor que te hago. —le advertí, suspirando, rendido.
Karen saltó del sofá y se abalanzó sobre mí en un abrazo, besando mi mejilla.
—Eres el mejor, gracias. Prometo compensarte por esto.
—Me conformo con que dejes de entrar a mi empresa como perro por su casa.
Se separó poco después, apresurándose hacia la puerta, pero se detuvo a medio abrir.
—Ni se te ocurra llegar tarde a mi concierto o quemaré tu empresa.
Soltó aquellas palabras con una sonrisa radiante, pero sus ojos denotaban algo siniestro, como si lo que dijera fuera en serio. Luego, se despidió lanzándome un beso al aire y se fue como si nada.
Debo hablar con mis padres para que le hagan un chequeo exhaustivo a esta niña.
Suspiré de nuevo, reclinándome en el respaldo de mi asiento y volteando hacia la ciudad que tenía a mis pies. Tener estas vistas tan impresionantes, ver esta ciudad desde lo alto de este edificio, me producía una pequeña sensación de paz, satisfacción y un poco de poder. Aunque esa sensación estaba lejos de lo que realmente quería o deseaba.
Después de aquella conversación con mi hermanita, me sentía un poco irritado por su culpa, ya que hablar con ella siempre me producía mucho estrés. Así que decidí cambiarme de ropa y salir a correr. Como dije antes, soy un hombre práctico, por lo que hice que construyeran un baño donde guardo ropa de emergencia. Nunca se sabe lo que puede pasar y es mejor ser precavidos.
Como iba diciendo, salí de mi trabajo corriendo a paso ligero. Le envié un mensaje a mi hermana para que me dijera a qué veterinario debía ir. Después de saber el lugar, corrí a trote hasta allí. Para cuando llegué, estaba todo sudado y con la respiración agitada. Me tomé unos minutos para calmar mi ritmo cardíaco, pero cuando iba a entrar algo me distrajo.
Un aroma empalagosamente dulce, como a frutos, inundó mis fosas nasales, aturdiéndome por unos segundos. Lo siguiente que me distrajo fue el cabello rojizo de una mujer. Su cabello brillante chocó contra mí.
—¡Oh, perdón! —soltó sin voltearse a verme.
Salió corriendo mientras los perros que llevaba en las correas la arrastraban.
Después de haber presenciado una escena de lo más extraña, entré al veterinario para recoger a Máximo. Ambos nos dirigimos a la casa de mis padres, que como era de costumbre, estaba vacía, excepto por los sirvientes.
¿Para qué tienen una casa tan grande si nunca están en ella?
Dejé al perro y volví a mi propia casa. Para cuando llegué, ya había oscurecido, por lo que me preparé para el dichoso concierto.
Y si tuviera que decir algo respecto a ese día es... ¡Que maldigo el día en que fui a ese dichoso concierto!
Decir que este día fue la razón de mi caída, es quedarse corto.
El concierto de mi hermana se llevó a cabo en un hotel de cinco estrellas y el evento estaba destinado a personas de bajos recursos que deseaban dar a conocer su talento.
Me encontraba sentado en mi lugar correspondiente, demasiado cerca del escenario para mi gusto, pero no podía hacer nada al respecto.
Cuando toda la sala de actos se llenó, un señor de mediana edad salió a dar un discurso que, aunque quizás motivador para algunos, me resultó sumamente aburrido.
—Y no podemos olvidar la generosa contribución de nuestro benefactor —dijo el hombre con voz pomposa
—¡Un aplauso para él!
Me levanté a regañadientes y con una sonrisa profesional, incliné la cabeza a modo de saludo a los presentes, quienes respondieron con un aplauso.
—Gracias, es un honor estar aquí —dije, aunque no lo sentía del todo.
Después de eso, se volvió a hacer el silencio, las luces se apagaron y todo quedó en la penumbra, a excepción del escenario.
Apareció mi hermana en medio del escenario, iluminada con un gran foco, y comenzó a tocar, ganándose en pocos segundos la atención de los presentes. La melodía que interpretaba era un tanto melancólica, pues representaba la muerte, usando un vestido negro y un velo fino que cubría la mitad de su rostro.
Era buena en lo que hacía, eso debía reconocerlo.
Disfruté de su concierto y de todos los que tocaron después de ella. Al terminar, nos llevaron a una sala llena de cuadros llamativos con colores vistosos.
—¿No te parece magnífico? —me preguntó mi hermana con una sonrisa de satisfacción.
—Sí, hiciste un gran trabajo —respondí sinceramente.
Uno de los cuadros llamó mi atención y, como si fuera atraído por él, me acerqué. Era una obra abstracta que mostraba a una mujer desnuda de espaldas, sujetando su cabello rizado y rojizo como el amanecer.
—¿Le gusta? —preguntó un desconocido a mi lado, que también observaba el cuadro.
—Sí, tiene algo... hipnótico —respondí, sin apartar la vista.
Mi mente viajó de nuevo a aquella mujer que se chocó conmigo y se me escapó una sonrisa por lo surrealista y rápido que fue todo.
Y como si el destino me estuviera jugando una broma o solo quisiera ver hasta qué punto podía llegar mi locura, alguien chocó contra mí.
—¡Ay, lo siento! —exclamó una voz femenina mientras mi traje se empapaba con algo pegajoso.
Estuve a punto de reprender a la persona en cuestión, pero me detuve al encontrarme con una mujer de ojos ámbar. Era como si virutas doradas estuvieran en esos grandes ojos.
—¡Oh, dios, lo siento, lo siento mucho, no miraba por donde iba! —dijo rápidamente.
No sé con certeza cómo lo supe, quizás fuese por aquella colonia dulzona que desprendía, quizás su voz o su cabello inconfundible, pero supe que era la misma mujer con la que me choqué aquel día en el veterinario.
—No, no se preocupe, en serio —dije, tratando de calmarla mientras ella seguía disculpándose.
Ella me miraba con arrepentimiento y no dejaba de disculparse, llamando la atención de varias personas. Odiaba la atención innecesaria, por lo que la tomé del brazo y la alejé de las miradas, llegando a una zona un poco más apartada.
—De verdad, lo siento —repitió una vez más.
—¿Cómo se llama? —pregunté para evitar que continuara disculpándose.
—Me llamo Catherine, pero puede llamarme Cat —respondió, sin levantar la cabeza para mirarme.
Tuve que levantar su cabeza tomándola del mentón para que me mirase y allí estaban, una vez más, esos ojos. Estos estaban húmedos, como si estuviera aguantando el llanto.
¿Iba a ser el culpable de esas lágrimas?
Pensar en eso realmente me hizo sentir muy extraño e inquieto, por lo que la solté y volví a poner distancia entre ambos.
—No se preocupe, solo fue un pequeño accidente, le puede pasar a cualquiera —dije, tratando de sonar lo más comprensivo posible.
sin mencionar que me dio una buena excusa para poder irme de aquí.
Ella me mostró una sonrisa de alivio. Era la primera vez que la veía sonreír y eso me hizo sentir demasiado bien.
—Gracias, de verdad —dijo, aún un poco nerviosa.
Ella se volvió a disculpar y luego se alejó, caminando rápidamente como si quisiera alejarse de mí cuanto antes.
Y así fue como conocí a la razón que me haría volver loco en todos los sentidos.
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