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Deseo Incontrolable

1

Nota: 

¡Saludos! Primero que todo, muchísimas gracias por estar aquí. Para mí es un gusto que entre tantas obras, hayas elegido la mía para leerla. Si encuentras esta nota es para advertir el contenido que encontrarás a continuación:

✓ Algunos capítulos están desorganizados, refiriéndome al # del capítulo, ya que debido al contrato tuve que eliminar u omitir algunos por el mismo contenido. Es un pequeño error que estaré arreglando tan pronto corrija la obra. 

✓ Por favor, si es la segunda vez que lees la historia, no reveles ningún acontecimiento. Permite que quien no haya tenido el privilegio de leerla, pueda disfrutarla y crear sus propias teorías. 

Ya habiendo aclarado estos puntos; espero disfrutes de la lectura. ¡Un abrazo!

...----------------...

Desde que tengo uso de razón, he sido marginada por la sociedad debido a mi sobrepeso. Me ha causado problemas de autoestima, inseguridades e incluso la pérdida de varios trabajos. Cuando estudié administración de oficina con facturación a planes médicos, sabía que mi apariencia también iba a ser importante, ya que de por sí, la primera impresión es la que cuenta. Independientemente de eso, quise continuar mi carrera, graduarme y buscar un buen empleo para mantener a mi mamá. No contaba con que habría un sinnúmero de dificultades para llegar a donde estoy, y que terminaría siendo injustamente despedida.

Estoy preparándome para mi primer día de trabajo y los nervios se centran en mi estómago, más no comí nada por temor a que me traicionara. La ropa que elegí fue una falda negra a la altura de mis rodillas, una camisa blanca manga larga, unas medias oscuras y unos tacones que no acostumbro a usar, pero mi mamá me obligó a presentarme con ellos. He dejado mi cabello suelto y observo mi rostro en el espejo, antes de colocarme los espejuelos. Luzco presentable, justo lo que busco.

La hermana del Dr. Maykel, fue quien me hizo la entrevista hace dos semanas atrás, y ayer en la tarde me llamó para que me presentara en el día de hoy a trabajar. Quería llegar a tiempo, sería una vergüenza llegar tarde en el primer día. Mi mamá está dormida y no voy a despertarla para avisarle de que ya me voy.

El consultorio queda a unos quince minutos en auto desde mi casa. Toco el timbre para que me abran la puerta y la Sra. Beatriz me recibe amablemente. La oficina aún está vacía, ya que la hora en que se supone que abra es a las seis y media, y apenas ahora son las seis.

Acompaño a la Sra. Beatriz a donde sería mi área de trabajo, que es donde está mi escritorio y coloco mi cartera sobre la silla. Todo se ve desordenado, expedientes por todas partes, documentos, referidos e incluso laboratorios archivados en una carpeta colgada de la pared. En realidad, es un desastre lo que hay. No puedo negarlo, he quedado espantada.

—Este será tu lugar de trabajo. Pido una disculpa por el desorden, esta fue la razón por la cual necesitaba que llegaras un poco más temprano. Todos estos documentos hay que archivarlos en el expediente de los pacientes, no sin antes escanearlos en el récord electrónico. Me comentaste que conocías el récord médico, ¿cierto?

—Sí, señora.

—Esta puerta debe estar cerrada, solo se abre cuando necesites pasar al paciente que vaya a ser atendido, ya sea con el médico o cuando vayas a pesarlo. Acompáñame— voy detrás de ella para cruzar la puerta de la oficina del doctor y, a diferencia de mi área, esta si se ve organizada—. El doctor tiene un intercomunicador donde estará llamándote cada vez que necesite tu ayuda. El Dr. Gutiérrez no le gusta que lo hagan esperar, por lo que te aconsejo que si te llama, dejes lo que estás haciendo para ir a su oficina.

—Comprendo.

—Deberá limpiar la oficina antes del horario de entrada, y poco antes de la hora de salida.

—¿No tienen conserje?

—No, como verás, la oficina no es tan grande.

No busco cuestionar mucho, ya que su expresión se volvió seria al hacer la pregunta. Tan pronto salimos de la oficina, me lleva a la parte de atrás, donde se encuentran los archivos y el área donde las empleadas se reúnen en su hora libre. Ya hay tres chicas sentadas y reunidas en la mesa que, tan pronto me ven, se me quedan viendo.

—Buenos días. Mi nombre es Yanelis. Es un gusto conocerlas— me presento cortésmente, pero la respuesta de ellas hacia mí, es el silencio.

—No olviden ayudarla para que se sienta a gusto y sepa dónde está cada cosa— les recuerda la Sra. Beatriz.

—Sí, Sra. Beatriz— responden a la par.

Ellas no me dirigen palabra alguna, así que no quise añadir nada más para no ser nuevamente ignorada. Voy detrás de la Sra. Beatriz hacia mi escritorio de nuevo y me extiende un control que, al parecer, es el de abrir la puerta a los pacientes.

—Quería comentarte algo importante; el doctor suele ser muy perfeccionista, así que procura no cometer muchos errores y consulta todo lo que no sepas. Todo lo que sea para los pacientes del asilo que conecta con este consultorio, le corresponde a Mariallys, pronto la conocerás. En la tarde te entregaré la copia de las llaves de la oficina. Ahora te dejaré a solas para que te familiarices con tu área.

—Espere, yo... — no puedo preguntarle nada, ya que se da la vuelta y sigue caminando con prisa.

Ella no me explicó casi nada y queda poco tiempo para que los pacientes que ya están en la puerta esperando, les toque entrar. Quiero darme prisa a recoger un poco y despejar, por lo menos la computadora, para así ir entrando en ella, pero la contraseña no la sé y, en la búsqueda, alcanzo a ver un pequeño papel por debajo del ratón. Al ingresarla y poder tener acceso, suspiro aliviada. Ahora solo falta ingresar al récord electrónico. Pensé que todo sería fácil, pero no fue así. No encuentro absolutamente nada, así que opto por pedirle ayuda a mis compañeras, pero a ellas no parece agradarles del todo que haya venido a pedirles ayuda. Solo me miraron y continuaron hablando entre ellas. Me dejaron en el aire con todo, no se dignaron a ayudarme y quedan pocos minutos. No puedo rendirme, debo buscar la forma de hacer las cosas por mi cuenta.

Al cabo de varios minutos, en busca de la información que necesito, encuentro una libreta con el contenido de cada cuenta, tanto del récord electrónico, como del programa de facturación. Tan pronto lo entro, escucho a los pacientes murmurando y tratando de empujar la puerta. Me percato de que ya debo abrir, así que le doy al control para que puedan  pasar. Hacen fila frente a la ventanilla y me pongo nerviosa.

—Buenos días— sonrío, tratando de ocultar los nervios que me carcomen por dentro.

—¿Eres nueva? No había visto tu rostro por aquí— pregunta la primera señora que está en la fila.

—Sí, es mi primer día de trabajo.

Tocan el timbre y vuelvo a darle al control, cuando un hombre muy apuesto se acerca a la ventanilla y se acomoda delante de la señora.

—Debe hacer su turno, señor— le informo.

—Abra— pide.

—Disculpe, no puedo dejarle pasar, señor.

—Abra la puerta— insiste en un tono molesto.

—Disculpe, pero solo sigo órdenes.

—Buenos días, doctor. Ha llegado temprano hoy— la señora y varios pacientes que están en la fila le saludan.

—¿Doctor? — pregunto atónita.

—¿No dejará que entre a mi oficina? — arquea una ceja y su expresión se vuelve más seria.

Su pregunta hace que, literalmente corra a abrirle.

—Lo siento mucho, no sabía que usted era el doctor. Luce mucho más joven a como lo imaginé— he hablado más de la cuenta por los nervios y la metida de pata. De esta volveré a ser despedida.

En realidad, nunca había visto su rostro. ¿Cómo iba a saber que era el doctor? Ni siquiera está vestido como un doctor, ni trae nada consigo. Levanto la mirada y veo que la suya está fija en mis piernas.

—Le juro que no sabía nada. No me despida, por favor.

—¿Cuál es su nombre? — vuelve a mirarme, y su mirada me intimida.

—Yanelis— contesto temerosa.

—Que sea la última vez que ocurra algo así, Srta. Yanelis. Ahora póngase a trabajar, tiene mucho por hacer— camina hacia la puerta de su oficina y se detiene—. Y baje su falda, está levantada— entra a su oficina y cierra la puerta.

Efectivamente tiene razón, me he levantado tan de prisa, que no me percaté de eso. ¿Por qué tiene que pasarme estas cosas y, peor aún, frente a mi jefe?

2

Regreso a mi escritorio y anoto a todos los pacientes en una lista, para luego ir llamándolos uno por uno. Apunto los números de récord para ir a buscarlos, pero escucho la voz del doctor en el intercomunicador y dejo lo que estoy haciendo para ir inmediatamente a su oficina. Él se encuentra de pie frente a su escritorio, colocándose la bata. Su oficina se ha inundado del perfume varonil que trae puesto.

—Buenos días, doctor— saludo, ya que se me quería caer la cara de la vergüenza luego de lo ocurrido.

—Tenga— extiende unos billetes y los sostengo—. Hay treinta de cambio. La caja está guardada en la segunda gaveta de su escritorio. Todos los días debe pedirme el cambio, para que luego no me interrumpa mientras esté atendiendo un paciente.

—Perfecto.

—¿Ya le dijeron sobre sus obligaciones?

—No todo. De hecho, aún debo familiarizarme con mi área de trabajo.

—¿Suele vestirse así todo el tiempo?— su pregunta me confunde, pero más me incomoda la forma en que mira mis piernas.

—¿Disculpe?

—Con falda y medias.

—Sí. ¿Considera que no es adecuado presentarme así a la oficina? De ser así, mañana mismo cambio de vestimenta.

—No está nada mal, solo que debería estar más atenta.

—No volverá a ocurrir lo de hace un momento, doctor.

—No es importante. ¿Ya atendió al primer paciente? Hágalo pasar.

—Aún no. Debo buscar su expediente manual.

—Tan pronto lo tenga preparado, hágalo pasar.

—Gracias, doctor. Permiso— salgo de su oficina.

Voy directamente al cuarto de los expedientes y busco los primeros tres para ir adelantando. Tan pronto le tomo el peso al paciente, saco copia a su tarjeta de plan médico y le hago firmar la hoja de factura, le envío el expediente electrónico al doctor y traigo el manual en mano. Entro a la oficina y hago pasar a la paciente conmigo, él le sonríe a ella y me le quedo viendo por esa sonrisa tan atractiva que tiene. Ni siquiera mi antiguo jefe era tan apuesto. Es una lástima que suela ser tan serio y lucir tan amargado.

Regreso a mi escritorio y procedo a continuar con el trabajo. Ha habido mucho trabajo retrasado y los pacientes están cada vez tocando la ventanilla. Quería hacer todo a la vez, pero se me hace complicado. El doctor ha tardado mucho con la paciente que tiene y los demás han estado impacientes. En el momento que sale, trato de atenderla para darle todo lo que el doctor le ha dejado dentro del récord.

—Pasa al siguiente— pide el doctor por el intercomunicador.

Me apresuro tanto a pasar al siguiente que, a la paciente que debía atender, se fue y olvidé cobrarle el deducible. Antes de decirle algo al doctor, opto por buscar su número de teléfono para llamarle, pero no responde. Estoy cometiendo muchos errores. Viendo a una de mis compañeras, vuelvo a pedirle ayuda. Le cuento sobre lo sucedido y me observa detenidamente.

—Lo mismo le ocurrió a la otra secretaria y el doctor se puso furioso. No trabajo en tu área, solamente con los pacientes del asilo, así que no tengo conocimiento de tu trabajo. Lo único que puedo hacer es decirle al doctor por ti sobre lo ocurrido.

—No, eso lo puedo hacer yo.

—No deberías ser tan distraída. Es dinero que el doctor pierde.

—Lo siento mucho.

—No te disculpes conmigo, es con el doctor que debes disculparte. Por cierto, ¿qué edad tienes?

—24, ¿y tú?

—¿Por qué no respondes? — escucho la voz del doctor detrás de mí y volteo para enfrentarlo—. Durante horas laborales está prohibido hablar sobre temas no relacionados a la oficina. Hay mucho trabajo pendiente y estoy retrasado porque está distante de su escritorio y no atendió mi llamada.

—Lo siento mucho, doctor. Estábamos hablando sobre temas de la oficina—digo.

—Lo que sucede es que su secretaria dejó ir a la paciente sin cobrarle el deducible, y no encontraba la forma de decírselo, doctor.

—Eso no es cierto. Precisamente iba a ir a su oficina a decirle, doctor— me defiendo.

—¿Llamaste a la paciente? — cuestiona disgustado.

—Sí, pero no responde.

—Deje una nota en su récord para que cuando regrese pueda cobrarle.

—Lo haré de inmediato, doctor.

—Acompáñame— camina hacia su oficina y voy detrás de él—. ¿Sabe cómo preparar un certificado de salud?

—No, nunca he realizado uno.

—Le administro la tuberculina y le envío a hacer una prueba de VDRL. A los dos días regresa el paciente para leerse los resultados y para la preparación de su certificado. El resultado debe ser negativo para poder realizarse. Tiene un costo de $30.00. La Sra. Maritza ya se había realizado todo, solamente necesito que prepare el certificado. ¿Alguna vez ha utilizado una máquina de escribir?

—No, doctor.

—Regreso enseguida, Sra. Maritza.

Salimos de su oficina y caminamos al cuarto de expedientes. Hay una mesa donde se encuentra la máquina de la que habló y, es que ni la había visto antes. El doctor alcanza una silla y la señala para que me siente.

—Esto tomará algo de tiempo. Procure recordar lo que voy a enseñarle— conecta la máquina y saca un certificado en blanco, luego lo coloca dentro—. Si comete errores, no se preocupe, se puede borrar. Ponga sus manos en las teclas— hago lo que pide y sus manos se posan sobre las mías—. Debe poner las manos de esta forma para que, sin querer, no vaya a darle a la tecla de borrar— sus manos son suaves y mucho más grandes que las mías, no me había percatado de lo cerca que se encuentra, hasta ese momento que levanto la mirada. Su barba está refinada y su piel se ve muy limpia y blanca—. Procure acordarse de todo lo que hago— se me grabó hasta su olor.

Agito la cabeza al tener esos pensamientos impuros. Él es mi jefe y solamente me está ayudando, además de que es un amargado.

—Sí, he grabado todo con lujo de detalles— respondo embobada.

—¿Habla de mí o de lo que le estoy enseñando? — arquea una ceja, y casi mi cabeza explota.

 

 

3

—Por supuesto que hablaba sobre lo que me está mostrando, doctor.

—Muy bien. Entonces lo hará sola. Demuestre que estaba prestando atención— retoma la postura, mientras observa mis manos.

Así es difícil poder concentrarme, ya que los nervios me están comiendo viva. Las manos me están temblando por la presión de tenerlo ahí al lado y observándome.

—¿Así, doctor?

—Para ser la primera vez que lo hace, lo ha hecho muy bien. Ahora pruebe esto.

Esas palabras se pueden malinterpretar. En una fracción de segundo tuve miles de pensamientos, no muy sanos, que me llevaron a maldecirme mentalmente. Dios bendiga a la mujer que se esté comiendo semejante hombre.

—¿En qué está pensando en horas laborales? — la mirada que me da, no puedo negar que me incomodó. Es como si hubiera visto a través de mí, lo que se cruzó por mi sucia mente en ese momento.

—Solo estaba pensando en el certificado. ¿Puedo tratarlo en un certificado real?

—Si se siente preparada para intentarlo, no puedo prohibirle hacerlo— sale del estrecho cuarto y regresa minutos después, con unos papeles y un certificado en blanco, que ya tiene un sello—. Estos documentos son los que tiene que llenar el paciente el mismo día que se le administra la tuberculina. Debe asegurarse de que lo firmen, ya que esto es evidencia para el Departamento de Salud. Debe adjuntarse el resultado de laboratorio con esta hoja. Ahora bien, debe llenar el certificado con toda la información que se encuentra en este documento. Es importante que sepa que los certificados que ya tienen sello, no pueden ser alterados. Un sello perdido, es un problema que tendríamos con el Departamento y una justificación que se debe dar. Por eso si comete algún error, debe borrarlo en el momento, o de lo contrario, arreglarlo luego será complicado. ¿Hasta ahora me he dejado entender?

—Lo he comprendido claramente, doctor. Muchas gracias por tomar su tiempo de explicarme. Haré mi mejor esfuerzo para que quede impecable y sin errores.

—Sé que lo hará. Pase por mi oficina tan pronto lo tenga listo— sale de la oficina e inclino la silla hacia atrás para mirar su espalda. Incluso de espalda no se ve nada mal.

Debo concentrarme en el trabajo y en hacer las cosas bien. Él se tomó el tiempo de explicarme, algo que su hermana y las demás compañeras no hicieron. No puedo hacerlo quedar mal, tampoco hacerle perder más tiempo. La preparación me ha tomado más tiempo de lo que pensé, ya que han estado entrando y saliendo pacientes de la oficina, pero tan pronto termino, voy a entregárselo.

—¿Cómo ha quedado, doctor?

—Lo ha hecho excelente—se siente bien ser halagada—. La espero el viernes— le dice a la paciente, me entrega el expediente y salgo con ella.

Le termino de llenar los documentos, me aseguro de que hubiera pagado y le entrego el certificado. Luego le paso los siguiente pacientes y me tomo el tiempo de seguir organizando un poco el desorden. Definitivamente quien estaba trabajando aquí antes, dejó mucho sin hacer. Poco a poco iba tocando el suelo e iba adelantando lo que podía. La sala se había ido vaciando, ya que traté de ir al paso del doctor. A la hora de almuerzo, él sale de su oficina con un papel avisando el almuerzo y lo pega en la ventanilla.

—Necesito que llame al negocio familiar de comida criolla y encargue mi almuerzo. Le sugiero que también compre algo con ellos. Le aseguro que hacen una comida exquisita, además la traen a la oficina.

—Suena bien. Le buscaré el número de inmediato.

—Está sobre su escritorio. Al igual que lo que suelo encargar siempre.

—Gracias, doctor.

Pensé que se iría, pero se sienta en la otra silla del escritorio, mientras realizo la llamada. Cada vez que lo miro de reojo, no lo veo ni pestañear. Sus ojos color cafés se cruzan con los míos y desvío la mirada.

—Ya hice su encargo.

—¿Qué edad tiene?

—24.

—Parece de menos. Pensé que nos había engañado en su currículo.

—¿Por qué lo dice?

—Leí que era de aquí mismo. ¿Es eso cierto?

—Sí, soy de Vista Hermosa.

—Tengo curiosidad sobre una cosa. ¿Usa todo el tiempo medias y tacones?

—¿Perdón?— lo observo confundida, ante su extraña pregunta.

—He notado su incomodidad al caminar. La oficina es pequeña, la única forma de que le moleste usar tacones es porque no está acostumbrada a usarlos. ¿Es cierta mi teoría? —no entiendo a qué vienen sus extraños comentarios y preguntas.

—No suelo usar tacones todo el tiempo— confirmo su teoría, y sonríe.

—¿Se aplica cremas para evitar lastimarse?

—No, no lo hago, doctor. ¿Por qué la pregunta?— cruzo las piernas al ver que extrañamente las está mirando.

—Solo quiero prevenir que se lastime. Siento mucho si la incomodé con mis preguntas— levantándose de la silla, guarda las manos en los bolsillos de la bata—. Cuando venga el almuerzo pase por mi oficina— no tengo tiempo de responder, cuando rápidamente entra a su oficina. De repente se ha vuelto muy extraña su actitud.

 

 

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