Cinco años antes…
De nuevo lloraba sentada, bajo la sombra de un árbol. No entendía como su madre podría tratarla de esa manera; nuevamente se había molestado por no hablar correctamente.
A sus diecisiete años, debería de estar acostumbrada al maltrato y manipulaciones por parte de su madre, simplemente no podía con ello.
Repetidas ocasiones, cuando se esforzaba para contestar de forma adecuada sin llegar a trabarse, la mujer que le dio la vida terminaba por exasperarse, demasiado, al punto que terminaba arrojándole lo que tuviese cerca para que Olivia desapareciera de su vista.
Ese día no había sido la excepción. Por la mañana, la señora Wendell, la había despertado con euforia.
-¡Arriba Olivia!, debes despertar lo antes posible, date prisa y vístete, toma una ducha, no lo olvides- le daba órdenes, apresurada, pareciera que se quedaría sin tiempo.
Su hija abrió los ojos, en cuanto había escuchado su nombre, era peculiar el que la gran señora Wendell, la despertara personalmente.
Se sentó en la cama y se tallo los ojos. Su madre la observó y comenzó a desesperarse, por no seguir sus órdenes en seguida. Cuando realmente, solo habían transcurrido solo segundos desde que haya despertado.
- ¿Qué es lo que crees que haces? He dicho que comiences a prepararte - exigía la mujer.
- ¿Su… Sucede al. Algo? - cuando estaba junto a su madre, evitaba alargar las frases utilizadas en su conversación, conocía perfectamente el carácter de poseía y escuchar su tartamudeo solo daría inicio a un mal día.
-He dicho que utilices tu libreta, al conversar conmigo, no puedo esperar hasta que termines de hablar- decía la mujer, que comenzaba por malhumorarse.
Normalmente así lo hacía, pero su libreta no se encontraba cerca de ella, por lo que había recurrido a hablar. Decidió no preguntar nada más. La señora Wendell, observo la expresión que se formó en el rostro de su hija y soltó un suspiro, como si estuviera agotada. Empezó por explicarle, por qué tenía tanta prisa.
-Este día, la señora Edwards visitara la tienda de diseño, la señorita Abbey me ha informado que necesita un vestido para la celebración del cumpleaños de su madre, la señora Lennox-
Olivia no entendía, entonces por qué necesitaba de su presencia junto a ella en la tienda. Estaba por hablar, cuando optó por levantarse de la cama y fue hasta la mesa que estaba a unos pasos frente a su cama y tomó la libreta junto al lápiz, que había depositado la noche anterior ahí.
“¿Por qué es necesario que asista? No entiendo el motivo por la cual, soy requerida”
Le dolía escribir aquellas palabras, pero era honesta. Por si no fuera poco, la dificultad que tenía para hablar; su madre también detestaba el hecho de que Olivia no supiera nada acerca de diseño.
Ella lo había intentado, la misma señora Wendell le había impartido clases personalmente y, aun así, no era su destino saber sobre ello, de verdad se había esforzado por comprender, pero no daba resultados, por lo que su madre se rindió y se negó a enseñarle nuevamente.
Mostró su libreta para que fuera leída.
- ¿Cómo no puedes comprender lo que dije hace un momento? Olivia, he dicho que la señora Edwards asistir a mi tienda, necesito que vayas y causes buena impresión frente a ella, así que sugiero que, si mantiene una conversación contigo, hagas tu mayor esfuerzo, y controles tu manera de hablar-
“Continuo sin comprender”
-Lo pondré sencillo, la señora Edwards es hija de la familia Lennox, es tía y muy cercana al joven Lennox, necesito que causes buena impresión, así ella podrá recomendarte como una futura esposa para el-
Las palabras que salieron de la boca de su madre, casi hacen que su cabeza explotara. ¿Cómo podía siquiera pensar en casarla con ese hombre? Y no se refería por los rumores que circulaban acerca de él, sino porque era un desconocido. La señora Wendell estaba dispuesta a ofrecer a su hija a un desconocido.
“No quiero casarme”
Escribió rápidamente, Olivia.
-Debes hacerlo, esta es una oportunidad y no hay que desaprovecharla- alegaba su madre, que la miraba persistente.
“Pero porque quieres que me case con él?”
Se percató por medio del lenguaje corporal, en especial ese movimiento que hacía con sus manos; entrelazaba los dedos y presionaba sus manos. Debido a su vasta experiencia, sabía que eso significaba que su madre estaba por perder los estribos y se contenía para ello.
-No cuestiones las decisiones que tomo por ti, debes entender que, debido a tu condición, ningún hombre desearía desposarte. Solo causarías vergüenza, esta es una oportunidad, dejaras de ser simplemente la hija tartamuda de la señora Wendell, te convertirás en la señora Lennox- dijo orgullosa ante su discurso.
Las palabras arrojadas por su propia madre eran clavadas como una estaca directo en su corazón, se dijo mentalmente que no llorara frente a ella. Podía sentir las lágrimas avecinarse, pero no podía permitírselo, era peor cuando lo hacía.
No se atrevió a discutir, en parte sabía que tenía razón. Las personas a su alrededor podían ser crueles.
Cuando era pequeña y sus padres eran invitados a reuniones, la llevaban consigo, pero llego a un punto en el que dejaron de hacerlo. Comúnmente sufría a causa de los hijos de las otras familias que asistían. Se burlaban de ella e inclusive le jugaban bromas donde llegaba a salir lastimada físicamente.
Cuando regresaban a su hogar, su madre se molestaba, pero no con el resto quien la lastimaba, sino con ella, por ser diferente. Y, aun así, con el pasar de los años, por más que creía que estaba acostumbrada al trato de la señora Wendell, era imposible, siempre encontraba algo donde golpearla para herirla.
Se acercó a su armario en busca de un vestido para usarlo, cuando fue interceptada por su madre.
-Tienes pésimo gusto. Anda, ve a tomarte una ducha, yo escogeré el vestido perfecto por ti- la empujo para que fuera directo al baño.
Sin oportunidad de decidir, hizo caso al pedido de la señora Wendell. Estando bajo el agua, soltó aquellas lagrimas que antes había contenido.
No hacía mucho que habían llegado a la tienda de diseño, y se sentía incomoda. La señorita Abbey era nueva, pero su madre confiaba en ella. Apreciaba el don esplendido que tenía; era capaz de diseñar vestidos preciosos y aun siendo tan joven. Solo le llevaba por cerca de dos años en edad. Lo cual, hacía sentir a Olivia una inútil. Sería fácil envidiar a la señorita Abbey, pero no podía, ella era muy amable y nunca miró o trato mal a Olivia.
- ¿Cómo puede demorarse tanto? - se quejaba la señora Wendell, ansiosa por la espera.
-Señora, aún es demasiado temprano, la cita de la señora Edwards esta prevista hasta las diez, aún faltan veinte minutos- decía la señorita Abbey.
-Está bien, no queda más que esperar. De verdad Keyla, ¿Cómo es posible que tu no seas mi hija? - nuevamente comenzaba el ataque.
La joven empleada, se sintió incomoda por el comentario, se giró a observar a Olivia, pero esta, intentaba no mostrar expresión alguna, no le dejaría saber cuánto la había afectado aquellas palabras. La señorita Abbey, siendo tan amable, hizo un intento de cambiar de tema.
-Señorita Wendell, debo decirle que se ve muy hermosa en ese vestido, ha tomado una decisión perfecta para este día. Supongo que tiene algún evento especial, ya que luce preciosa hoy- la cortesía de Keyla, estaba extra.
Podría lucir hermosa tal y como decía, pero para ella no estaba cómoda en absoluto. El vestido presionaba sus curvas, haciendo que se complicara por respirar con facilidad, su madre había insistido en que usara un corsé, aun cuando ella se negaba, pero por supuesto, no tenía voz para tomar aquella decisión.
Le sonrió en respuesta, evitando hablar.
-Luce radiante, ¿cierto? Yo escogí su vestido el día de hoy. Lo único que opaca su vestuario es ese horrible bolso que carga consigo, gustaría deshacerme de él, pero entonces no tendría medio de comunicarse-
Su bolso no estaba desgastado, ni tampoco era de mal gusto, pero para su madre era desagradable, ya que en el cargaba la libreta donde escribía, por lo que, al mirar su bolso, le recordaba su problema de habla y lo inútil que le parecía.
-No te preocupes señorita, estas hermosa- la alentaba Keyla. Olivia creía que era conmovida por lastima.
-Están aquí- anuncio la señora Wendell, que se apresuró a la puerta, dando la bienvenida a la señora Edwards.
Los nervios corrieron por todo su cuerpo. Desconocía como se desarrollaría esto.
-Buenos días, señora Wendell- saludo la mujer, que hacia un instante había traspasado la puerta principal.
-Buenos días, sean para usted, señora Edwards, es un placer que este en mi tienda- dijo su madre, haciendo énfasis en “mi tienda” para que la mujer presente se diera cuenta de que tenía posesiones a su nombre, nunca entendió porque su madre era así.
-He escuchado hablar mucho de usted, por ello he decidido que usted sea quien realice un vestido para mí; la celebración de cumpleaños de mi madre se aproxima, por lo que necesito lucir radiante-
-Por supuesto, la comprendo, imagino que quiere resaltar entre los invitados- dijo la señorita Abbey.
-En realidad, solo será la familia reunida, pero para mí es una ocasión especial, ya que mi hijo después de dos años en el extranjero a regresado, deseo presentarme correctamente-
Para Olivia, no veía le punto de usar un vestido elegante si solo estarías junto a tu familia, por lo que aquella situación le parecía burda.
La señora Edwards clavó su mirada en Olivia que hasta el momento se había mantenido callada, por obvias razones. Su madre se dio cuenta y no desaprovecho la oportunidad brindada.
-Disculpe la falta de educación, he olvidado presentar a mi hija. Ella es Olivia Wendell, mi única y bella hija- la presentó con un orgullo que solo ella conocía, era falso.
-Me gusta tu vestido, niña- dijo la mujer que la miraba de pies a cabeza.
- Me alegro que así sea, no me gustaría sonar pretenciosa, pero esta es una creación mía- presumió su madre.
-Definitivamente vine al lugar correcto- dijo la señora Edwards.
Fuera de eso, fue la única vez que la mujer se giró a mirarla. Volvió a ser invisible al cabo de terminar esas limitadas palabras. Fue alegría para Olivia, pero una decepción para la señora Wendell. Que, al momento de retirarse, le lanzo una mirada furiosa a su hija.
- ¿No pudiste siquiera intentar decir algo? - se dirigía a Oliva, cada paso que daba, resonaba contra el piso.
Veía venir lo próximo a suceder y no hizo nada para esquivarlo, era obvio el siguiente paso de su madre. Su rostro dio vuelta debido al golpe propinado por la palma de la señora Wendell. Una marca roja comenzaba a formarse al costado de su rostro.
-Lárgate de mí vista, por tu culpa hemos perdido esta oportunidad para ti- dijo enojada.
Por suerte, la señorita Abbey no estaba presente; antes de que la señora Edwards se retirara, se había puesto en acción a tomar y juntar el material para llevar a cabo la creación del vestido.
La señora Wendell. Se sentó en un pequeño sofá que tenía instalado para recibir a los clientes y Olivia, salió de aquel sitio, cubriéndose la mejilla, para que nadie por fuera, observara el golpe.
Se alejó lo más que pudo de la tienda de su madre, camino hasta llegar al límite donde se ubicaba el inicio de los comercios. Se adentró a donde estaban los árboles, las personas no se acercaban a las orillas, busco un lugar vacío, donde pudiera desahogar lo que sentía por dentro. Observo un enorme árbol, que daba una perfecta sombra, se sentó debajo de sus grandes ramas y comenzó a llorar.
Tras cada lagrima que desbordaba, se reprendía. No le gustaba llorar, cada vez que creía que de sus ojos ya no quedaba nada por derramar, se sorprendía que se abría el paso a nuevas gotas que terminaban corriendo por su mejilla.
Sentía escozor y caliente donde su madre la había tocado. Sacando todo de sí, lloró hasta nuevamente quedar seca.
-Nunca había visto a alguien llorar sin hacer un ruido- dijo una voz, que, por la dirección del sonido, provenía detrás del tronco del árbol donde ella estaba recargada.
Se sorprendió al escuchar que había alguien ahí, rápidamente con su mano comenzó a limpiar su mejilla donde había rastros de su llanto. Atenta escucho como ramas se rompían bajo el peso de pasos, que se acercaban.
-Oye- dijo la voz perteneciente a un hombre.
Olivia se animó a mirar hacia arriba y al frente, observó al hombre más hermoso, que había visto en su vida.
Las facciones de su rostro, eran trazadas finamente, su cabello oscuro, acentuaba la palidez de su piel. Su cara era digna de ser plasmada en un lienzo, sin dejar de lado la altura de dicho hombre, tuvo que hacer su cabeza hasta atrás para poder observarlo perfectamente.
-Toma esto- miró la mano del desconocido, le tendía un pañuelo.
Se limitó a no soltar ninguna palabra, ya que era consiente que moriría de vergüenza si era juzgada también por este bello espécimen. Negó con la cabeza, moviendo de un lado a otro.
-Limpia bien tu rostro, no querrás que se den cuenta que ha llorado. Puedo sospechar de ello, puesto que has venido hasta aquí- le dijo amable, instándole a que tomara el pequeño trapo que sostenía. Termino accediendo ya que había acertado.
-No permitas que los demás vean tu debilidad- le dijo, el tono utilizado del hombre que estaba de pie ante ella, era en modo serio- tomaran ventaja de ello-
Sin decirle nada más, se retiró. Dejando a Olivia sola.
Cuando se tranquilizó por completo, decidió regresar a la tienda de su madre, antes de que fuera capaz de irse sin ella. Guardo el pañuelo, en el bolso que cargaba y comenzó a caminar en dirección de regreso a la tienda.
Al cabo de un rato, sentía como alguien caminaba detrás suyo. Se giró, enfrentando a quien sea que estuviera a su espalda. De nuevo era aquel apuesto joven.
No lo conocía, pero le inspiraba confianza. Al momento que ella se detuvo el también. Olivia, lo observaba con cuidado, tratando de descifrar sus intenciones.
-Solo continúa caminando- Le dijo el desconocido- no puedo irme de aquí, dejando a una niña completamente sola en un sitio como este-
Resultaba ser confiable y amable, reanudo su caminar, sin dirigirle palabra alguna.
Internamente, sentía su corazón latiendo rápido, era la primera vez que le sucedía.
Al salir de entre los árboles, se giró a agradecerle. El resto del camino, había estado practicando mentalmente para dar las gracias sin equivocarse, pero el ya no estaba.
Se sintió decepcionada por ello, lo cual la hizo confundirse al respecto.
¿Quién era aquel hombre hermoso? Se preguntaba mientras ingresaba a la tienda de su madre.
Cinco años después…
El hombre que la hacía sacar suspiros, se encontraba en su casa, bajo el mismo techo, en una de las recamaras deshabitadas. Ni en sus sueños más profundos pensó que fuera posible.
Le concedió privacidad, a su nueva amiga Lidia y al señor Lennox. Solamente de pensarlo, en su boca se formaba una sonrisa.
Después de muchos años en solitario, obtuvo una amiga. Alguien que desde el primer día que conoció, supo reconocer que era diferente a las personas que se le habían presentado anteriormente. Alguien que no la juzgó ni se bufó de ella.
Por esa razón, cuando la encontró temprano, durante el día, sentada bajo un árbol, Se llevó una sorpresa; rápidamente llego a la conclusión de que algo le había ocurrido, por lo que había ordenado a uno de los hombres que ayudaron a cargar al joven Edwards, dejara un mensaje al señor Lennox.
Este se presentó inesperadamente ante la puerta de la casa, había creído que enviaría un carruaje por ella, pero, al contrario, el personalmente fue hasta ahí.
Cuando abrió la puerta principal, observó lo abatido y asustado que se encontraba. El infame y aterrador Lennox que se rumoraba por las calles, no se reflejaba. No podía creer lo que veía, y por la expresión de Lidia, al parecer ella tampoco.
En cuanto había visto a Lidia, se acercó apresurado a rodearla entre sus brazos; esa fue la señal de Olivia, para desaparecer de la escena.
Al principio, pensó en ir a su propia habitación, pero se detuvo a medio camino, cambió su rumbo y fue directo a donde Julius se encontraba.
Que gran sorpresa se había llevado, cuando lo miró tirado en el suelo. Lo primero que cruzó por su cabeza, creía que había sufrido a manos de personas malas y no es que hubiera estado alejado de la realidad, simplemente no había sido esta la ocasión, ya que Lidia, le había contado que hacia tan solo una semana fue atacado y herido, y también se encontraba ebrio.
Podía ver aun marcas en su rostro, y un momento antes presenció la herida que se ubicaba en su costado, por suerte no había pasado a mayores.
Desde que fue dejado, recostado sobre la cama, no había abierto los ojos. Olivia se sentó a su lado. Anteriormente había depositado una silla para estar cerca de él.
Observaba su rostro y tal como la primera vez que lo vio, quedaba deslumbrada ante su belleza.
“¿Cómo podía existir este tipo de hombre?” Se preguntaba.
En el transcurso de los años, pocas veces se había cruzado en su camino. En ninguna de ellas tuvo la posibilidad de iniciar una conversación, obviamente debido a su dificultad, y ante todo, porque reconocía que Julius Edwards estaba fuera de su alcance.
Aunque no solamente de él, realmente creía que no estaba a la altura de ninguna persona. No solo tenía problemas del habla, se sentía inferior a los demás; su madre se había encargado personalmente de meterle esas ideas a la cabeza.
La última vez que había compartido el mismo espacio al lado de joven Edwards, fue en la reunión de la familia Fernsby.
Esa noche pudo convertirse en otra, de su lista de las peores reuniones y fiestas a las que haya asistido, de no ser por él.
Su madre, la señora Wendell; se había paseado por todo el lugar, saludando a los invitados, por supuesto, la arrastraba junto a ella. Debido a que su negocio en ventas y diseño de vestidos, fue reconocido entre la clase alta de su entorno, era bien recibida entre ellos.
Antes de asistir al evento, sus padres fueron clara con ella, tenía prohibido hablar, a menos que su madre se lo permitiera. A este punto ya no le importaba lo que era dictado, se esforzaba, para evitar ser golpeada.
Una de las cosas que, si continuaban lastimándola fuertemente, era que su padre simplemente observaba como era castigada, no hacía nada para detener a la señora Wendell.
La golpiza que su madre le había propinado al volver a casa, no fue suficiente para decir que, esa velada era a la peor que pudo asistir.
Puesto que la señora Wendell, no aprobaba que se alejara de su lado para que no la ridiculizara, también
llego hasta la familia Edwards a presentarse.
Lastimosamente, el joven Edwards no la reconoció, ni le dirigió una palabra. Solo un gesto con la cabeza y eso era todo. Aun así, ese mínimo gesto la había salvado de su noche.
Cuando llegaron a casa, Olivia estaba por las nubes, y su madre se percató de ello, por lo que, apenas entrando a la casa, la tomo del cabello y la arrastro hasta su habitación, donde le dio de golpes. No se medía cuando estaba frustrada.
Cada golpe que recibía de su madre lo recordaba, por más que deseaba olvidarlo.
Esa noche la razón era porque observó al señor Lennox junto a su esposa.
- ¡Ese era tu lugar! ¡mira donde estas ahora! - los golpes caían en su cuerpo\, Olivia solamente se encogía sobre el suelo y su madre\, ya sea en puño o con la mano extendida\, se dejaba caer sobre ella. No exclamaba ningún grito o llanto.
La voz de la señora Wendell era la única que era escuchada.
- ¡¿Por qué tuviste que convertirte en el peor error de mi vida?!- le gritaba.
Al desahogarse, lanzaba un resoplido, se acomodaba el cabello y salía de la habitación, dejando a su hija en el suelo; al día siguiente era como si nada hubiese pasado.
A todo ello, era lo que en su corta edad se había acostumbrado. Al principio no era a ese nivel. Desde pequeña cuando presentó impedimentos al hablar, no le decían nada, ninguno de sus padres; mientras fue creciendo y se dieron cuenta que con el pasar de los años no se arreglaba, llegaron los regaños.
Todos provenían de su madre, hasta que finalmente comenzó por golpearla. Los pellizcos fueron los primeros en aparecer, después en las mejillas, al acostumbrarse se dejó llevar por completo y ahora se iba contra ella sin medir las consecuencias.
La primera vez que la golpeo tenía tan solo doce años, Olivia había llorado mucho y aun así su madre no se disculpó, y su padre desviaba su mirada a otro lado.
Hacia un tiempo en el que no le ponía una mano encima, desde esa noche. Estaba agradecida por ello.
Había pasado cerca de una hora y no podía apartarse de su lado. de pronto el hombre frente a ella comenzó a soltar quejidos. Olivia se sentó derecha, al ver como Julius comenzaba abrir los ojos. Sus nervios comenzaron a correr por su cuerpo.
No contaba con su libreta cerca, ya que se confió, pensando que el dormiría toda la noche. Era muy tarde para desaparecer de la habitación.
El Joven Edwards se sentó de golpe en la cama y se quejó de dolor, llevándose una mano sobre el costado de su cuerpo. Parpadeo un par de veces, enfocando el lugar donde se encontraba.
Lo primero en observar era a la mujer que estaba sentada presa del pánico a su lado. En un principio todo a su alrededor pareció dar vueltas, a ello se le sumo el dolor de la herida.
No pudo evitar quejarse e instintivamente se llevó una mano al costado.
La mujer a su lado, creía reconocerla de alguna parte, su rostro le parecía familiar. La observó por un rato más, ella lucia estar muy nerviosa ya que agachó la mirada en cuanto él se concentró en ella.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? – preguntó, esperando respuesta; pero no le decía nada.
La desconocida dejo de serlo, al recordarla.
-Eres hija de los Wendell ¿cierto? - preguntó serio.
Olivia se limitó a asentir.
-Te ofrezco una disculpa, debo haber causado una mala impresión- dijo educadamente.
A este punto, ya no sabía qué hacer. Detestaba el hecho de no poder contestarle, quien daría una pésima impresión, era ella. Alzó la cabeza, para observarlo.
Esperaba una mirada de exasperación de su parte, pero, por el contrario, el parecía tranquilo, como si intentara esforzarse en leer la mente de Olivia.
-¿Estas enferma? ¿Por eso no puedes hablar? - preguntó, curioso.
Ella de nuevo asintió, refiriéndose a su tartamudeo, pero él tenía otra cosa en mente.
-Imaginé que algo así podría ser. Nunca conocí a alguien que le diera vergüenza hablar cuando tiene un resfriado- estaba equivocado.
Estaba por corregirlo, pero se detuvo. Tal vez que pensara eso era lo mejor. Así no tendría un mal recuerdo de ella, cuando se fuera de su casa.
Lo observó con cuidado, cuando el hizo un intento en levantarse de la cama, pero nuevamente se mareo, dejo caer su peso de nuevo, sentándose de golpe.
Olivia se levantó deprisa, cuando vio que él se dejó caer, extendió las manos, tomando a Julius por los hombros, dándole estabilidad.
-Estoy bien, no pasa nada- dijo el joven Edwards, con intención de tranquilizar a Olivia. Ella negaba con la cabeza.
Una idea se le ocurrió y con las manos le hizo señas, expresando que esperara, que no se moviera. Entendió el mensaje y vio al a mujer, salir de la habitación.
Intentaba recordar como llego ahí, una idea descabellada comenzó a correr por su cabeza. Sintiéndose como un idiota.
¿Se atrevió a poner una mano encima en ella?
De serlo así, se sentía miserable por ello. No es que ella no fuera linda, pero se miraba joven, ser educada y buena, como para ser envuelta en un tipo como él.
Hizo uso de sus capacidades para recordar, y al no obtener nada, llegó a la conclusión que en realidad no sucedió nada de lo que temía.
La hija de los Wendell, regresó y en su mano cargaba un vaso con agua y del otro una libreta.
Le ofreció el vaso, a lo cual él tomó, y ella se sentó en la silla que estaba frente a la cama, abrió la libreta y se dispuso a escribir con un lápiz que estaba entre las hojas.
“Mi nombre es Olivia Wendell, el día de hoy lo encontramos inconsciente, sobre el suelo. No pude dejarlo ahí, ya que, debido su posición, no sería agradable que comiencen a esparcirse rumores acerca de usted”
Le importaba poco lo que otros pudieran decir, nunca fue una de sus preocupaciones, eso se veía reflejado ya que comúnmente se acercaba a ese sitio, y entraba a uno de los bares, y consumía grandes cantidades de alcohol.
Tomó un sorbo de agua y dejo el vaso sobre una pequeña mesa que estaba al lado de la cabecera de la cama.
-No debiste haberte tomado molestias, lo mejor que podrías haber hecho es dejarme allí. Corres el riesgo de que ahora comiencen hablar de ti- le dijo, siendo honesto. Observó como ella hizo uso de nuevo de la libreta.
“Realmente no me importa lo que se pueda hablar acerca de mí, no se preocupe. No podíamos dejarlo ahí.”
Nuevamente hacia el uso de “nos” alguien más estaba implicado, probablemente su madre ya que de lo que había escuchado de su madre, siempre estaba pegada a ella.
Debería mostrar cortesía y saludar a los padres de la chica, ya que lo hospedaban.
- ¿Tus padres continúan despiertos? me gustaría agradecerles, a ti y a ellos por traerme hasta aquí- observó como la joven, lo miraba confundida.
“Mis padres no se encuentran señor Edwards. La otra persona que me ayudo a cuidar de usted es la señora Lennox y su esposo. Ellos se encuentran en otra habitación”
Fue un error, haberle informado que los Lennox, se encontraban también ahí. Al leer lo que Olivia había escrito, volvió a intentar levantarse, de manera apresurado, por lo que la joven Wendell, se asustó al movimiento.
Reaccionó rápidamente y lo tomó del brazo en un intento de detenerlo.
-¿A don…- casi olvidando por completo, que se había negado a hablar anteriormente. Se detuvo, al percatarse, pero continuaba sujetando del brazo a Julius.
El joven Edwards, observaba la desesperación que mostraba la hija de los Wendell, ¿Por qué se preocupaba? Era desconocidos. No tenía motivos para sentirse de esa manera.
Comprendiendo y haciendo caso a Olivia, sentó de nuevo. Ambos se observaban, en un intento de entender las acciones que realizaron cada uno.
Ella empezó por escribir antes de que el hablara, al ver que ella tomo la libreta decidió esperar, antes de decir algo.
“¿Adónde vas? ¿Por qué quieres irte? A comenzado a oscurecer y usted aún se encuentra bajo los efectos por el alcohol consumido, lo mejor que debe hacer es descansar”
Las palabras escritas contenían razón, pero se había cegado al saber que Asher se encontraba también ahí. Solo había pasado un día desde que lo vio por última vez.
La relación entre ellos no era buena, tal vez lo fue, cuando aún eran jóvenes, pero desde lo que ocurrió con Joanne, se habían separado.
No importaba cuantos años hayan pasado desde ese día; ambos, Joanne y Asher, se encargaron de destruir al hombre que solía ser.
Una parte de sí mismo, deseaba dejar todo atrás, soltar el pasado que lo atormentaba, sin embargo, tras la sola idea de cruzarse la descartaba enseguida.
Después de resultar herido cuando se metió en una riña, inconscientemente, escuchó cuando los guardias de las puertas principales de la mansión Lennox, que repetía el nombre de Joanne.
No recordaba mucho de esa noche, su última memoria fue cuando escucho a uno de los hombres que estaban en el bar hablando mal de Asher y Lidia.
Ellos ni siquiera conocían el verdadero rostro de la esposa de Asher, pero aquellas palabras donde decían que deseaban meterse bajo su vestido, ya que si permitió que el señor Lennox lo hiciera de seguro no le molestaría que alguien más se atreviera. Fue el detonante que dio a inicio de la pelea.
Cuando regresó a sus sentidos, ya estaba en casa de Asher y descansando. Nunca le hablaría, del motivo de su pelea. No podía perdonarlo, ni perdonarse el mismo.
Sintiendo su orgullo, pisoteado por depender nuevamente de Asher para que cuidara de él, solamente esperó hasta estar lo suficiente recuperado para irse de esa casa. Esa era su intención, y ahora, otra vez estaban bajo el mismo techo.
- ¿Qué hacen ellos aquí? – preguntó el lugar de responder a las preguntas de Olivia le había hecho.
Olivia desconocía, que un problema existía entre ellos, únicamente sabía que eran familia.
“Una serie de eventos, termino por traer a Lidia hasta aquí, el señor Lennox vino por ella, se quedarán por esta noche, eso creo.”
-Igualmente yo, no quiero ver su rostro tan pronto- dijo Julius, más para sí mismo que para ser escuchado, pero ella tenía audición buena, así que no pudo evitarlo
-Me iré mañana, lo más temprano posible, espero puedas prestarme algún medio para retirarme, pagaré por tu ayuda- dijo.
“No es necesario algún pago, no se preocupe por ello. Puede tomar un caballo o un carruaje a su disposición si lo desea. Solo descanse esta noche, por favor”
Al terminar de leer, el joven Edwards miró detenidamente a la hija de los Wendell, con su cabello suelto color marrón, pequeño rostro y ojos verdes, era linda y muy joven.
Bajo la mirada directa de Julius se sintió cohibida, por lo que evadió su mirada, y agachó su cabeza a la libreta.
“Me iré por ahora señor Edwards, descanse esta noche”
Le mostró lo escrito y seguido se levantó de la silla, dispuesta a salir rápidamente de la recamara. Los nervios comenzaban hacer de las suyas.
Julius no apartaba la mirada de ella. Cuando estuvo por salir de la habitación le habló.
-Señorita Wendell-
Con la mano en la perilla, la soltó y se dio la vuelta, enfrentando al hombre que yacía sobre la cama.
-Puedes llamarme Julius-
Se sorprendió ante las palabras del joven Edwards. Asintió solamente y salió deprisa de la habitación.
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