...Singapur viajó quinientas millas en su primer viaje....
...Hacia algún lugar del mar antiguo....
...Recorrió después el desierto....
...Fue por la arena....
...Creyó enloquecer de sed....
...Cayó al mar....
...Se detuvo un día en la isla....
...Era Singapur valiente....
...Sencillo, pero valiente....
Los terremotos podrían sumergir la tierra.
Sucumbiría el campo santo de los reyes.
Estaba prevista la hecatombe, los sabios lo habían confirmado.
Sin embargo, los soberanos incrédulos, dejaron que todo llegue.
Singapur era príncipe. Sería Rey.
Debería estar preparado.
Su padre le incentivó, le hizo comprender y lo mandó a navegar. Desde muy tierna adolescencia.
Singapur tenía cabellos buenos, a veces ondulados.
Que le caían por la amplia frente.
Le gustaba volar al viento con alas de cuero liviano.
También fue aprendiz de hechicero.
Aunque no fue brujo.
Varios amigos de su edad y otros menores le admiraban.
No sólo por su condición noble, sino por su perfilada inteligencia y su creciente intelectualidad.
Ganó también la amistad y enseñanza de los marineros y constructores de naves.
Bajo la mirada de su madre, diseñó una noche la fantástica Navelogranito, que debería ser usada al llegar el momento del cataclismo.
Al día siguiente, visitó a Groenlán y le dijo:
—Groenlán, mira, ya tengo el diseño de la nave que deberás encargarte de construir, buscando a los más hábiles y fieles maestros carpinteros y velograniteros.
Groenlán, un hombre mayor, busca a la gente más experta, para ayudarles a construir esa nave, en el más absoluto secreto.
Se arma la Navelogranito en una gran caverna de la costa, bajo la silueta de un inmenso arrecife. De allí partirá la nave.
Hasta ese momento, muchos súbditos seguían al joven Singapur.
Pero la anunciada hecatombe no llegaba.
Singapur aumenta en edad. Se hace un hermoso adolescente. Luego un joven más fuerte.
Entre tanto, se aburre y decepciona. Cansado de esperar la catástrofe.
La Navelogranito queda guardada en la caverna acuática, junto a la costa del reino.
En esos meses, pierde amigos, que dejan de creerle y se olvidan de la nave escondida y del viaje furtivo del príncipe, para salvar parte de su gente.
Singapur evita muchedumbres y grandes bailes que hacen los reinos vecinos y el suyo propio, alegrándose por el supuesto alejamiento de aquella “estrella de la muerte”, que caería sobre la tierra.
Se dedica a estudiar más, aquello que quiere saber mejor. Por ejemplo, la antigua astronomía, la maravillosa astrofísica; vientos, mares, especies y el secreto de los anfibios. Pues como sabían, había seres vivos y pensantes dentro de las aguas.
Las sirenas, eran en esa época, una realidad no usual, pero cierta.
Noches hasta bien pasadas las doce, estudiaba y estudiaba, leía y leía, ante la preocupación creciente de su madre.
El Rey, su padre, en sus continuos viajes, guerreando y luchando por los ideales de su pueblo, le escribía, insistiendo apego al estudio para enriquecer su intelecto.
Muchas cartas se enviaban. El padre le pedía al hijo, que le mande versos de su creación.
Recibió ese gran aliciente para crear.
Un día decide al fin, echar vuelo propio.
—¿Singapur dónde vas? —le pregunta Macedonia, su hermana.
—El mundo fenecerá —contesta él.
Macedonia se pone a reír.
—Ven hermano, disfruta de esta noche. Vamos a la terraza.
La noche en silencio. Sobre los techos de Lhiria, todos observan, un cielo azul y mil colores.
Singapur bebió vino de Alcántara.
Probó uvas bañadas con miel de Calabria.
—Mira, aquellas luces, es una lluvia de estrellas —le dice a su hermana.
—Son preciosas.
—Vienen hacia acá.
—El pueblo está contento, dicen que traen buenos tiempos.
—Pasarán muy próximo al planeta —insiste Singapur.
—Ya dijeron los sabios y el Concilio de los Diez Reinos, que no tocarán el globo—replica su hermana.
—El Concilio ha obligado a los sabios a decir eso, para no asustar. Una de esas enormes estrellas viajantes, se desprenderá de su grupo y puede venirse sobre nosotros.
—¿Nuestro padre qué dice?
—Que debemos partir.
—Estáis locos —se burla Macedonia.
Antes de llegar la madrugada, Singapur escribe una lista de quienes creyeron en él, manteniéndose en la expectativa del viaje secreto y observa el universo con tubos de potentes espejos y lentes de aumento y sondeando por largas horas, puede ver la luz que se arroja sobre las dos viejas lunas del planeta
Entonces, sin hacer mucho alarde, manda a sus servidores, a hervir agua dulce para que soporte más tiempo sin pudrirse y a que llenen los inmensos toneles y guarden los granos para la harina y las sopas y la carne desecada en grandes cantidades, el queso envejecido, los aceites de todo tipo y el algodón, las sedas e hilos más durables y la miel para endulzar los días amargos que vendrían. Y así todo lo que pudiera servirles. Además de algunos animales domésticos, para la alimentación de varios meses.
—¡Subid todo al Navelogranito! —. Ordena, casi al amanecer y su séquito prepara el barco de velas de cuero fino, con globos de aire que se inflarán con humo de fuertes y aromáticas esencias.
—Al impulso del viento, las velas se levantarán, en tanto que los globos solamente se elevarán en navegación controlada. Que todas las compuertas estén cerradas cuando arranquemos a alta velocidad. Cualquier descuido será fatal — Hace recuerdo el príncipe a sus ayudantes.
Uno a uno de sus amigos, dejan en silencio sus hogares, despidiéndose como para volver al atardecer. Muchos con lágrimas en los ojos, corren al arrecife, bajando por grietas escondidas, hasta la fosa marina con una gran boca para salir al mar.
A regañadientes, Macedonia va con su hermano, luego de la despedida de su padre y madre, que pidieron quedarse allí. “Seremos una carga”, fue la disculpa.
Eran comunes esas separaciones entre padres e hijos.
Sin embargo, el joven Singapur y su hermana Macedonia, lloran, cuando la Navelogranito con toda la tripulación a bordo, sale de la caverna marítima y se interna en alta mar, elevándose hasta dos metros para tomar velocidad, anticipándose así a la tempestad histórica.
Es rápido e inesperado el cataclismo.
Primero, se ve en el cielo un gran resplandor. “Es la estrella que ha chocado con la luna mayor y la ha deshecho”, piensa Singapur, guardando para él, dicha explicación científica.
—¡El palacio parece arder! —grita el joven Pakistán.
...***...
La Navelogranito suspende más su vuelo, para evitar las olas, que, con el magnetismo lunar generado de pronto, parecen filas cortaplumas.
— ¡Es mucha la fuerza! —se asusta Groenlán, pidiendo ayuda para sostener las velas y globos.
Los vientos se cruzan. El cielo se nubla y las explosiones sobre la tierra comienzan.
—¿Qué es lo que cae? —pregunta Pakistán.
—Pedazos de luna —responde Singapur.
Pakistán cree que aquella frase proviene de la habilidad poética del joven príncipe.
Pero no es poesía. El continente viejo se hunde. Las columnas bellísimas de alabastro y mármol, son tragadas por las aguas.
Los pasajeros de la Navelogranito, observan aterrados el apocalíptico desenlace de la tierra.
Singapur, pide a todas las mujeres y jóvenes, para ir a los camarotes internos, donde están las madres, niños y algunos ancianos.
—Quiero evitar que vean lo peor—, manifiesta preocupado a sus ayudantes de timón, Groenlán y Madagascar. En eso, allá en el horizonte, sobre la civilización aquella, se ve caer una bola de fuego, causando una explosión que hace temblar hasta el alma de la tierra.
La Navelogranito suspende más su vuelo, para evitar las olas, que, con el magnetismo lunar generado de pronto, parecen filas cortaplumas.
— ¡Es mucha la fuerza! —se asusta Groenlán, pidiendo ayuda para sostener las velas y globos.
Los vientos se cruzan. El cielo se nubla y las explosiones sobre la tierra comienzan.
—¿Qué es lo que cae? —pregunta Pakistán.
—Pedazos de luna —responde Singapur.
Pakistán cree que aquella frase proviene de la habilidad poética del joven príncipe.
Pero no es poesía. El continente viejo se hunde. Las columnas bellísimas de alabastro y mármol, son tragadas por las aguas.
Los pasajeros de la Navelogranito, observan aterrados el apocalíptico desenlace de la tierra.
Singapur, pide a todas las mujeres y jóvenes, para ir a los camarotes internos, donde están las madres, niños y algunos ancianos.
—Quiero evitar que vean lo peor—, manifiesta preocupado a sus ayudantes de timón, Groenlán y Madagascar. En eso, allá en el horizonte, sobre la civilización aquella, se ve caer una bola de fuego, causando una explosión que hace temblar hasta el alma de la tierra.
Singapur se pone al resguardo con su gente.
El impacto aprisiona el aire y desplaza el viento horizontalmente, de tal modo que la nave es virtualmente puesta en otro tiempo y espacio. Y si aguanta es por la distancia oportunamente tomada y por la construcción de su estructura cruzada y los materiales livianos pero resistentes, empleados en el forro de soporte, que mantiene todo cuerpo físico bien protegido dentro del casco achatado. Además de las alas de proa y popa, que soportaron la velocidad de forma espléndida.
Dentro de su camarote, Singapur analiza todo mentalmente.
Por la ventanilla se ve el color azul—plomizo, de la velocidad aparente.
—¡Física!... ¡Oh, amada física! ¡Nos habéis salvado! —Exclama el príncipe.
El cuerpo de Singapur vibra. No sabe si es por miedo; a causa de la misma velocidad arrancada con el viento, ó por la emoción que le causa, ver que su invención salvadora ha logrado salir de la costa.
—¡Esto es fantástico! —Aplaude Groenlán mirando los planos de la nave que ayudó a construir –. ¡Ha dado resultado satisfactorio señor!
—Enhorabuena os encargué este trabajo y hemos salido en el momento oportuno, para alcanzar quince millas logrando mantener la nave salva, a una distancia razonable para soportar la fuerza del viento con semejante explosión.
Pakistán observa de cerca los equipamientos de Singapur y unos mapas llenos de líneas ondulantes junto a un plano de la estructura de la Navelogranito.
Singapur, mira por un lente, sobre un grupo de cristales, que, según él, le dan la información de las secuencias físicas de la hecatombe. Luego mide con un compás y traza nuevas líneas y coordenadas con una fina pluma. Al camarote entran Madagascar, Indi e Israel. Se han puesto unas mantas pues dicen que de pronto allá arriba, ha comenzado a llover muy frío.
En esos primeros días de terribles zarandeos de la Navelogranito, la joven Europa, muy seria y siempre absorta, no quiere escuchar a nadie.
Envuelta en sedas de Indimeria, sonríe a las joyas de Asiaria, que lleva puestas en el cuello y las orejas. Sigue soñando con fiestas y grita mientras el mar parece ir y venir, moviendo en zigzag aquella nave, como cuando se mueve un florero sobre el tapete en una mesa.
Europa es una mujer bonita pero muy caprichosa y mimada por sus padres. Frecuentó palacios y banquetes, siendo la flor más admirada, por reyes y príncipes.
Persia, otra joven noble, muy íntima de Europa, la llevó con engaños al arrecife e invitó a subir a la Navelogranito. En esos momentos, fue ordenado zarpar y Europa no tuvo más que mantenerse allí.
De tal forma que todos tuvieron que aguantar, su mal carácter juvenil.
Persia le regaló a Singapur, una lámpara mágica, agradeciéndole por haberla dejado subir con ella y aceptar a esa amiga bonita pero antipática.
Era Aladín Aladino, quien creara esa bella lámpara.
Persia le dice a Singapur:
—Te ayudará y sacará de apuros, pero no dejes que caiga en manos de Europa.
Macedonia observa el trabajo de Aladín.
—¿Qué le echáis a esas lámparas para que pronto hechicen a los ojos con los humos? — pregunta admirada por la mágica evolución de humo colorido que adquiere formas extrañas.
—Aladín no te contestará —le adelanta Persia.
—¡Contesta Aladín! —Interpela Macedonia.
—Señora, es apenas polvo de láser.
—¿Qué es eso?
—No le digáis Aladín —pide Persia.
—Proseguid —insiste Macedonia.
Aladín, tiene que hablar, pues se trata de la hermana de Singapur:
—Es una piedra que al molerse produce polvo, que luego se hace luz y después se hace pensamiento.
Macedonia se da por satisfecha y va a contárselo a Europa.
—Se burlará de vos —le advierte Persia al joven Aladín.
—Si se burla, no hay la menor importancia, pues el láser no es eso.
La mañana quinta pasa, con menos sacudidas y algunas lejanas explosiones del fondo del mar, mostrando al sol de vez en cuando, antes que se sumerja en una niebla polvorienta que deja caer polvo y piedrecillas minúsculas sobre las cabezas de los viajeros de la Navelogranito.
“Todos han venido”, piensa Singapur, con cierto aire de felicidad y resignación.
A lo lejos, en la línea perdida del horizonte extraviado, donde se suponían los marineros que estaría el inmenso continente perdido del cual venían, se divisa una lengua fina de color amarillo intenso. “Es el fuego” asegura en voz alta Singapur y esto fue escuchado por Macedonia.
—Estoy sufriendo mucho, hermano querido.
—Ahora, hermana: es necesario que aprendas a ser menos autoritaria, creyendo que debes gritar, decir y mandar a todos, lo que a tu merced conviene.
—No me digas nada.
—Deja de ser necia, aprende de los otros, sus virtudes y valores, en vez de exigirles justificación de lo que hacen y piensan, de lo que sueñan o comen... Aquí mi hermana querida, viviremos mucho tiempo, por lo que será bueno que os acostumbrares, a convivir con todos, en la misma hermandad que llevas conmigo.
La bella Macedonia, altiva y principesca, calla, tragando su orgullo.
—Escupe —le pide Singapur.
—No es elegante ni educado para una princesa.
—A estas alturas, querida hermana, ya no somos príncipes ni seremos reyes, se acabó el mundo y navegamos en un mar, que ya no es mar y hacia un lugar que quizás no existe.
—¿Para qué escupiría?
—Para botar esa amargura que produce el rencor en la boca.
Macedonia fue a desahogar su tristeza envuelta en dolor, miedo y rabia, al camarote que ocupaba con las otras mujeres.
Europa la joven rara, despertó una mañana, sonriendo a todos los mares que se habían juntado.
Sacude su cabellera de muchos tonos: rubia, castaña, pelirroja, morena.
Su nariz recta y delicada en la parte superior, la hace más hermosa. Camina espléndidamente, pero exagera al vestirse.
Valientemente, carga el peso de su vanidad y lujo.
Piedras, cabelleras postizas, aretes, tejidos despampanantes, trajes que varían de forma, cada uno más estrambótico que el anterior.
Europa era completamente trivial.
“Así serán tus hijos”, le había dicho una vez su madre.
Europa recordó esas palabras y cambió rebeldemente su traje, una y otra vez. Alargó sus cabellos, acortó el vestido y apretó los senos, con la pechera repleta de joyas.
Singapur al timón de la nave, le dice sonriendo:
—¿Qué trajes son esos?
—Se llamarán “Revolutión”.
—¡Viéndolo así! — ríe él.
—¿No crees?
—Absurdo que pienses que eso, escandalizará al mundo.
—Será un cambio de tiempo y mentalidad —contesta Europa, yendo hacia la baranda. Se desnuda, se lanza al agua y nada muy lejos. Alcanza la nave al anochecer.
Todos la miran espantados.
Europa regresa vestida de pez.
Esto quiere decir, de sirena.
Europa se aproxima a la Navelogranito, nadando risueñamente...
Los marineros deliran al verla al convertida en sirena y muchos se arrojan a la mar, enloquecidos por la alucinación. Al llegar donde flota risueñamente y tocarla, aunque sea con la uña, se convierten en peces multicolores, que se sumergen felices al fondo de las aguas.
Los marineros deliran al verla y muchos se arrojan a la mar, enloquecidos por la alucinación. Al llegar donde flota risueñamente y tocarla, aunque sea con la uña, se convierten en peces multicolores, que se sumergen felices al fondo de las aguas.
—¡Detente Europa! —suplica desesperado Singapur.
—¡Está embrujada! —advierte Persia —¡Si caes a la mar, quedarás convertido en terrible pez que nunca dejará las aguas!
Singapur se detiene parado en la baranda, a punto de dar el salto.
Otros marineros se lanzan al agua, envueltos por el hechizo electrizante de Europa.
—¡No! — vocifera Pakistán, usando el látigo para detener la locura en masa.
De esa manera, se salva un numeroso grupo de hombres, que están prestos a nadar tras la enloquecedora seducción.
—¡Macedonia! —grita Persia mientras observa que las velas giran hacia el lado contrario.
—¿Qué?
—Mira prima, Europa tiene la pequeña lámpara de Aladín.
—¡Por todos los dioses! —exclama Macedonia, en cuanto detiene por las piernas a Singapur, que pretende salvar a todos, pero en el último instante, se equilibra de nuevo en la baranda de babor.
Entienden la causa del hechizo de Europa, pero ya es tarde, pues ella se aleja golpeando con su risa a las olas.
Amanece.
Singapur pasea con el pecho desnudo, sin camisa, por la amplia plataforma del puente de mando, para olvidar por instantes, la intempestiva fuga de la voluble Europa.
En momentos breves, piensa en ella, luego busca otros pensamientos.
Para distraer su mente casi hechizada, se fija en la madera blanca y fina que pisa.
—Esta madera dejará de existir un día —Asegura Persia, aproximándose a él.
—Es preciosa la madera.
— Sí —prosigue Persia—, desaparecerán muchas maderas preciosas y el monte Sahara se transformará en un desierto inmenso y la arena se elevará y volará con los vientos huracanados, arrojando las semillas hacia otras tierras.
—Si sobran tierras.
—Las sobrarán, Singapur, no te preocupes.
—¿Ves todo eso?
—Vídeo mucho más allá, Singapur — asiente Persia. Y luego, elevando su espíritu y concentrándose en el espacio posterior al nuestro, prosigue:
—Vídeo, luces en pueblos de muchos y muchos... muchísimos seres. Vídeo un universo Singapur, donde la tierra es de mayor tamaño y donde haide haber otro mundo que habraide llamarse nuevo y su capital será Nuevo Yorke. Video un grande mundo, en el que las estrellas viven como humanas y se llamarán de Marilyn, Sophia, Gretha, Elizabethe, Sara, Dolores, María, Virginia, Vivien, Joan, Ava, Brigitte, Gina, Raquel, Faye, Mia, y los astros serán Errol, Jhon, Rod, Humphrey, Pedro, Burt, Marlon, Clarki, James, Delon, Robert, Paul… y habrá otros y otras que vendrán de generación en generación, bajando de ese fulgurante estrellato universaloide, siendo adorados como semidioses, por millones de esos seres que visten muy raro y andan en unas especies de carretas ruidosas y metálicas... Los otros nombres de dicha constelación, no os puedo citar por completo, pues serán muchas esas bellas y fascinantes estrellas.
—No precisas, pues no me interesa ese rubro del programa universal previsto —argumenta Singapur —, prefiero hablar de lo que vendrá, después que nosotros arribemos en tierra y esta catástrofe hubiera pasado.
—Larga historia hermano mío —interviene Macedonia.
—¿Queidaremos entre ella? —interroga el príncipe.
—Europa será la más conocida —responde Persia.
—¿Qué se dirái della?
—Que es la más culta. La más antigua y aristocrática. La más bella, la más inteligente; la reina; la diosa y una serie de otras adulaciones.
—¿Cómo pudo substraer aquel invento de Aladín?
— Europa es una astuta e inteligente mujer, que sabe cuándo y dónde hacer lo que debe y quiere —. Concluye Persia y quedan mirando al mar, mientras el timón gira y la nave sobrevuela las olas, aprovechando el viento suave de la mañana soleada.
Timonea el hombre apodado de “Bárbaro”, cuando Singapur le pide el mando, para distraerse y despreocuparse.
Persia queda mirando la bola celeste de cristal, que brilla en sus tibias y rosadas manos.
Un fuerte golpe de estribor, causado por una ola alta, mueve la nave y Persia escapa la bola, que cae a la mar y se hunde.
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