Como cada mañana, Annie solía leer su libro favorito. Siempre pensaba que el amor era más que un cuento, más que palabras bonitas que adornan historias. Creía que el amor no es rosa y que la realidad de la vida no podía ser siempre disfrazada.
Probablemente llegaban a su mente los recuerdos de un amor unilateral, que al pasar los años seguía cautivo en su corazón. Era como el sol naciente que resplandece cada mañana, fiel y lleno de vigor, pero que al atardecer cede pasó a la luna para ser la protagonista de su propia historia.
Cómo no ser de esta manera, si es que cuando se conocieron había tantas cosas en común. Annie, no podía ser inmune. Para ella, él era todo lo que deseaba. La mezcla perfecta entre sensatez, carisma e identidad. Pero no como en las buenas historias, su amistad no traspaso la fina línea entre el querer y el amar. Había mucho entre ellos, recuerdos y anécdotas que los hacían sonreír cada vez que se veían.
Todo esto equivalía a una amistad perfecta. Una amistad en la que el tiempo no había hecho daño. Al contrario, la había fortalecido y ahora eran dos personas que se conocían tan bien, que con solo una mirada la conexión era infinita, la puerta hacia un mundo contado a través de los ojos de un querer sincero y lleno de luz.
Quizás por esto, Annie había aprendido a amar de forma diferente, desde lejos, deseando lo mejor para la otra persona y respetando la libertad y la amistad.
No pretendía ser aquella que de manera egoísta se jugaba el todo por el todo y que sin importar quien perdiera, su juego era el más importante.
Era feliz siendo fiel a su esencia. Comprendía que si en algún momento su amor unilateral llegaba a ser correspondido iba a ser la persona más afortunada del mundo, pero que si esto no pasaba su corazón iba a identificar a su verdadero amor.
Sus días transcurrían entre pinturas, pinceles y bocetos. Annie era una artista increíble. Plasmaba en sus obras sentimientos y alegría. Características que la convertían en la mejor.
Su sencillez y humildad le permitían acercarse a su fuente de inspiración: las personas, que con historias reales conmovían su propia vida y le hacían querer contarlas a través de sus obras.
A sus 25 años, Annie había convertido su carrera en una expresión de un amor valiente, aquel por el que se lucha. Un amor sin etiqueta, con procesos, defectos, alegrías y sueños por construir.
Esta era la razón por la que era feliz. Feliz a su manera, aprovechando el tiempo con su familia, en su taller y rodeada de tantas expresiones de afecto y aún cuando a veces de dolor, las transformaba para buscar en ellas el valor perdido, resaltar su esencia.
Pero, desde una perspectiva más realista y madura, sabía qué pronto sus circunstancias podrían cambiar y una vez más su mundo giraría. Y ahora, cuál ruleta no sabía en qué destino quedaría.
Transcurría el otoño en Australia y Annie empezaba la inauguración de su galería de arte.
Cómo artista se sentía feliz y entre sus invitados de honor se contaban sus papás: el señor Joseph Williams y la señora Helena. Desde luego, su hermano mayor James y su mejor amiga Marie.
Poco antes de iniciar la celebración, llegó Ethan. Un amigo de la familia que había sido invitado por James. Él traía consigo un gran ramo de flores y una tarjeta que decía éxitos Annie.
Pero, ¿Quién era Ethan?
Era el hijo mayor del mejor amigo de su padre Joseph y ahora el mejor amigo de James. Fueron vecinos en la infancia y jugaban todos juntos.
Ahora, Ethan se había convertido en un médico pediatra que amaba su profesión. Con 29 años de edad era respetado por todo el personal médico y por sus pequeños pacientes.
Cuando eran niños, Ethan, James y Annie discutían por pequeñas cosas, compartían juguetes, y corrían sin cansarse e iban a la misma escuela.
Años más tarde, Ethan y James viajaron a Europa a continuar sus estudios universitarios y Annie siguió su carrera en Australia.
James estudió arquitectura y Ethan pediatría.
Durante aproximadamente 12 años, Ethan vivió en Europa y no había regresado a Australia, pues tras la muerte de su padre, se llevó a su madre a vivir con él.
Ahora, Ethan había decidido regresar para ocupar un puesto como director general del hospital más importante de Sídney. Al ponerse en contacto con su amigo James, este lo invitó a la inauguración de la galería de arte de Annie.
Para todos fue una sorpresa ver a Ethan, quién ahora estaba convertido en un hombre muy interesante y simpático, con buen porte y que no pasaba desapercibido. Lejos había quedado aquel niño que jugaba a las escondidas en casa de sus vecinos.
En medio de este desprevenido y alegre encuentro, Annie recibe un mensaje de texto de parte de su mejor amigo Max. Sí, como bien lo estás pensando, su amor unilateral. Este decía "Annie sabes que te quiero mucho y te deseo lo mejor, no alcanzo a llegar, prometo invitarte a cenar esta semana 🙏🏻"
En el rostro de Annie se desdibujó su sonrisa, solo Marie se dio cuenta y le preguntó:
-¿Pasó algo Annie?
A lo que ella respondió: - "No, no ha pasado nada, son solo estos zapatos, no son cómodos y me siento un poco cansada"
En ese momento llegó la señora Helena y les dijo que fueran a donde estaban todos, que la conversación de ellas podía seguir luego. Las tres sonrieron y caminaron juntas hacia el salón principal.
Entre risas y anécdotas, el tiempo pasó y ya era hora de volver cada uno a su hogar.
El señor Joseph invitó a Ethan junto a su madre, la señora Leonor a un almuerzo al día siguiente, en casa de la familia Williams.
Llegó el momento de despedirse y cada uno continuó su camino.
A la mañana siguiente, en la casa Williams se preparaba un banquete especial. Para el señor Joseph era como estar recibiendo a su mejor amigo y por eso deseaba hacer lo mejor por sus invitados de honor.
Como era de costumbre, Annie estaba en el jardín leyendo su libro favorito con una tasa de café en la mano.
-"Annie, Annie"- llamaba su madre.
-Madre, estoy leyendo - Respondió Annie
-Recuerda, debes estar lista a las 12 PM. - Replicó la señora Helena.
Annie asintió con la cabeza.
Ese día James había invitado a su novia, la señorita Evan y como era de costumbre, Marie también estaba en casa.
Poco antes de las 12 PM, todos los invitados llegaron. Hacía mucho tiempo que no veían a la señora Leonor, una mujer muy amable y servicial, por eso entre muchos abrazos y risas los recibieron en casa. Y es que algo que recordaba Annie, eran los pastelitos que hacía la señora Leonor cuando jugaban en su casa.
-Pasen, por favor - les indicó la señora Helena.
Como una reunión de grandes amigos empezó este singular almuerzo.
Estando todos sentados en la sala, un lugar con concepto abierto, finamente decorado con jarrones del siglo XIX, cuadros de famosos artistas como Vicent Van Gogh y piezas de colección, hablaban de una y más cosas.
Al poco tiempo, se acercó Kris, quien ayudaba a la señora Helena en los quehaceres de la casa. Le dijo discretamente que todo estaba listo. Una mesa cuidadosamente dispuesta para atender a los invitados y un banquete digno de la realeza.
- Pasemos a la mesa, por favor -dijo la señora Helena -, tras ponerse de pie.
-Mamá, James está contestando el teléfono - replicó Annie.
-No es algo nuevo! Dijo entre risas su mejor amigo Ethan.
-Empecemos! - dijo el Señor Joseph.
Así, comenzaron a disfrutar de la variedad impresa en deliciosos platos. Una preparación a cargo de Kris que destacaba los más selectos sabores típicos de los frutos del mar, un aroma especial que evocaba lindos recuerdos de años atrás.
Para este momento, James había llegado e intentaba ponerse al día de la plática. Mientras tanto, todos hablaban y disfrutaban de ese valioso momento. La señorita Evan continuaba seria y sin hablar mucho. Ella era una joven hermosa, tímida y de una familia aristócrata. Había estudiado gerencia administrativa, pero no la ejercía. Su hobby era viajar y salir de compras. El ambiente familiar en casa de los Williams, no era algo a lo que ella estuviese acostumbrada.
Un grito desde la cocina rompió la armonía del momento. Se trataba de Verónica, la auxiliar de Kris. Todos se levantaron rápidamente y se dirigieron a la cocina. Querían saber qué estaba pasando.
-Verónica, ¿te sientes bien? ¿Qué fueron esos gritos? - preguntó la señora Helena.
-Estaba distraída y sin darme cuenta, me tropecé con un sartén muy caliente y se quemó parte de mi mano izquierda.
-Querida, ven y siéntate aquí- le dijo la señora Leonor; Señalando una silla.
Kris traía rápidamente el botiquín y Ethan procedió a revisar sus heridas, que aunque fueran superficiales merecían cuidado y atención.
Así, pasaron varios minutos y para la tranquilidad de todos, Verónica estaba más calmada y su piel ya no ardía.
Todos regresaron nuevamente a la sala y mientras charlaban, kris les ofrecía un delicioso postre Lamington. El favorito de la señorita Annie, con mucho chocolate y mermelada.
-No has cambiado nada Annie, - mencionó Ethan -, ¿recuerdas el día que fuimos los tres, con James a la playa y escondimos tu postre?
-¡Cómo olvidarlo! Lloré todo el día pensando que mi mamá no me quería y que solo los prefería a ustedes.
-No me mires así Annie, ¡éramos niños!
-Es verdad Annie, además tú te habías comido nuestro postre la semana anterior - dijo James entre risas.
-Cuando ustedes dos viajaron a Europa, me sentí muy sola - dijo Annie.
-Por eso estamos tan agradecidos con Máx -mencionó el señor Joseph.
-¿Quién es Máx? - Preguntó la señora Leonor.
- Máx es hijo de Susy, Leonor - le respondió la señora Helena.
-Susy, ¿la esposa del capitán Smith?
-Sí, ellos se mudaron a este vecindario poco tiempo después de que ustedes se fueran y desde entonces Máx ha sido para nosotros como otro hijo.
-Aquí estoy yo, mamá - susurró James.
-Lo sé hijo, y te extrañé tanto que me hace muy feliz que estés con nosotros.
-Definitivamente, siguen siendo los mismos. - Dijo Ethan.
-Tienes razón Ethan. - Dijo el señor Joseph mientras movía la cabeza.
-El tiempo se pasó muy rápido y nos tenemos que ir, - dijo con voz entristecida la señora Leonor -, aún no hemos desempacado nuestras pertenencias. Estamos muy agradecidos por todo lo que han hecho por nosotros.
-Gracias a ustedes por no olvidar esta amistad. - Repuso el señor Joseph.
-¿Verdad que se mudan nuevamente para la casa de al lado?- Preguntó la señora Helena.
-Sí Helena, está casa nos recuerda a mi difunto esposo. Él sacrificó todo por nuestro bienestar y pudo construir la casa de sus sueños.
-¡Seremos vecinos nuevamente Annie! -Dijo Ethan sonriendo.
-Te aseguro que esconderé todos los postres Ethan. -Le respondió Annie sarcásticamente.
Así se despidieron las dos familias y prometieròn un próximo encuentro.
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