Aquel día en que se conocieron… Charlotte seguía recordando con nostalgia ese momento como si hubiera pasado hace varios años, aunque en realidad había transcurrido solo uno… un año en el que vivieron todo tipo de experiencias nuevas, emocionantes y algunas otras un tanto atemorizantes.
Ese día, Charlotte se encontraba de visita en un país que era mundialmente conocido por ser la cumbre de la gastronomía más refinada y exclusiva.
La hermosa chica puso pie en uno de los tantos restaurantes del área, dispuesta a tomar un almuerzo; sin embargo, aquel no era un restaurante cualquiera, sino el más prestigioso, opulento y refinado de todo el país; el Ricciarelli, fundado ni más ni menos que por el mismísimo Don Ricciarelli di Siena, el hombre más exitoso y rico entre los gerentes de restaurantes del país.
Por supuesto, Charlotte se podía permitir esos lujos gracias a que su trabajo era bien remunerado (sin embargo, esa es historia para otro capítulo)
Habiendo entrado ella al establecimiento y serle asignada una mesa, atrajo la atención de uno de los camareros, quien prontamente se acercó a atenderla. Tras recibir su orden, el empleado del restaurante corrió en dirección a la cocina y, una vez dentro, se acercó a uno de los cocineros, quien era para ser más precisos, el jefe de pastelería.
—¡Jeong! ¡Acaba de entrar una chica muy hermosa! Tal como te gustan. —Dijo con mucho entusiasmo el joven camarero.
—¿De verdad? ¡Déjame ver! —Respondió bastante interesado y con un brillo en los ojos el joven repostero.
El muchacho de ojos azules y cabello amielado, se acercó con un poco de premura a las puertas dobles que separan la cocina del comedor, y se asomó por una de las grandes ventanas circulares en ellas.
—¿Ves? ¡Te lo dije! —Exclamó Ate, el camarero que salió en busca de Jeong. —Tiene ojos de ángel, labios de cereza y piernas largas y contorneadas, ¿No es así como me has descrito a tu chica ideal en ocasiones anteriores?
—… … —Tal belleza había dejado sin voz y boquiabierto a Jeong, tanto que quedó absorto admirando a la pelirroja por unos cuantos instantes.
En cuanto salió de lo que parecía ser un trance, en el cual se imaginaba ya toda una vida con la hermosa mujer, dijo con completa confianza en sus habilidades: —Voy a prepararle un postre.
—Ahí vas otra vez con tus postres para conquistar mujeres… —Replicó en tono sarcástico el camarero, quien era el mejor amigo de Jeong desde que ambos llegaron al país persiguiendo su sueño de trabajar en un restaurante 5 estrellas como en el que estaban ahora mismo.
—¿Cuántas veces te ha funcionado esa estrategia? Si recuerdo bien, nunca has logrado conquistar a nadie regalándoles postres… —Esto era completamente cierto, Ate había presenciado cada uno de esos intentos fallidos, y recordaba con dolor el estado en el que el rechazo dejaba a su amigo. Él deseaba sinceramente que Jeong encontrara a su alma gemela, pero muy en su interior, tenía el presentimiento de que esta sería una ocasión exactamente igual a las anteriores, y tendría que lidiar después con la ardua labor de animar al descorazonado pastelero.
—Esta vez funcionará, ¡Estoy seguro! —Decía Jeong mientras caminaba entusiasmado hacia el frigorífico.
Del congelador retiró una bandeja que contenía un pastel de forma rectangular, completamente cubierto de un chocolate en el que era posible reflejarse uno mismo como si de un espejo se tratase; este postre es conocido como tarta ópera.
Tras decorar la tarta y haberse asegurado de que Charlotte estaba a punto de terminar con el plato fuerte, Jeong le dió indicaciones a Ate para que presentara el delicioso postre ante la hermosa chica.
Observando a través de las puertas dobles de la cocina, Jeong pudo atestiguar las expresiones de satisfacción en el rostro de Charlotte a medida que ella comía el postre, esto le sirvió como señal de aprobación para acercarse a ella a fin de pasar a la siguiente fase de su plan para conquistarla.
—Buenos días señorita, ¿Disfrutó su postre?
—C'était magnifique! Por favor, dale mis felicitaciones al chef. ---Exclamó extasiada la chica, quien llevaba puesto un largo vestido entallado de color rojo.
—Me alegra escuchar eso pues yo soy quien lo preparó, muchas gracias. —Respondió Jeong con un tono que mezclaba seguridad en sí mismo y una pizca de altanería.
—Entonces déjame decirte que tienes mucho talento. —Las palabras de Charlotte junto a la mirada cautivadora que las acompañaban provocó que el corazón de Jeong se acelerara por la emoción.
—Evidentemente esta es la estrategia que usas para intentar conquistar chicas… —Continuó Charlotte. —Es muy original, estoy segura que siempre te funciona.
—En realidad, por desgracia nunca me ha funcionado antes. —Respondió Jeong sin pensarlo mucho, con total honestidad y un tanto avergonzado de sí mismo. A Charlotte, esta respuesta la sorprendió bastante.
«¡Está siendo completamente honesto!» —Pensó asombrada al leer el rostro de Jeong, el cual no reflejaba un solo rastro de embustería. Para ella era fácil identificar cuando una persona mentía, esta era una habilidad que adquirió con el tiempo, además su intuición nunca fallaba.
—Pues parece que esta vez sí que funcionó. —El postre le había encantado, pero ella no se consideraba del tipo de mujer que caería enamorada con tan solo ser alimentada, de hecho, tenía planeado rechazar cualquier proposición que el repostero le lanzara; sin embargo, al notar la honestidad del muchacho, se replanteó esa idea impulsada por mera curiosidad.
—Esta noche tengo pensado volver aquí para cenar, ¿Por qué no me preparas otro de tus postres y hablamos un rato? —Continuó Charlotte, mostrando la expresión más cautivadora de su repertorio.
—Me encantaría, pero mi turno termina en unas cuantas horas —La emoción de creer que su plan estaba rindiendo frutos no le permitía a Jeong razonar que no era necesario que él estuviera en horas laborales para tener una cita en el mismo restaurante en el que trabajaba.
—Entonces, ¿Qué te parece si cenamos en tu casa? —Notando la evidente falta de lógica del entusiasmado chico, Charlotte decidió aprovechar a su favor la situación para asegurarse una cena gratis, y probablemente también un lugar en donde pasar la noche.
—¡Eso me encantaría! ¿Te parece bien a las 9:00 de la noche?
—De acuerdo, ¿intercambiamos números telefónicos? —Tras haber obtenido la dirección de Jeong y teniendo ambos sus contactos, Charlotte se despide con un guiño bastante coqueto que deja a Jeong sin aliento.
—¡Al fin tengo una oportunidad con una chica tan hermosa! ¡No lo puedo creer! —Decía para sus adentros el incauto joven, sin poder vislumbrar siquiera las calamidades a las que se vería expuesto en el futuro, las cuales empezaron a desencadenarse desde ese preciso momento en el que decidió ponerse en contacto con una chica que parecía ser dulce como un cupcake, pero en realidad era extremadamente letal.
A bordo de un súper auto de color rojo escarlata, Charlotte atravesaba la ciudad tras haber salido del restaurante. Era aproximadamente la 1 de la tarde en un día caluroso y soleado, tal como a ella le encantaba porque podía conducir el descapotable y sentir el viento revolviendo su rojiza cabellera.
No tardó mucho en llegar a su destino: una mansión enorme, fuertemente protegida por decenas de guardias armados.
—Buenas tardes, he venido a negociar con su jefe. —Se dirigió Charlotte amablemente a los guardias que protegían el gran portón principal, en el cual se podía ver una placa de color dorado, bastante vistosa, en la que se podía leer el apellido "Di Siena"
—Nuestro jefe no tiene necesidad de comprar cosméticos señorita, vaya a vender a otro sitio. —La burda respuesta del guardia no le pareció nada agradable a Charlotte, quien inconscientemente hizo una mueca en la que frunció el ceño y torció un poco la boca hacia su lado izquierdo.
—No soy vendedora de cosméticos, soy la dealer que su jefe ha estado esperando urgentemente… —Respondió ella visiblemente enojada, con un tono de voz serio y mirada intimidante—. Así que díganle que ya estoy aquí si no quieren perder su trabajo.
Tras hacerla pasar a la imponente mansión, un grupo de guardias escoltó a Charlotte hasta una enorme sala, en la cual se podía encontrar una mesa larga rectangular rodeada de muchas sillas bastante elegantes. Ese salón era en realidad un comedor gigantesco, diseñado para y por el hombre más exitoso del país, quien por cierto, estaba ya sentado a la mesa esperando por Charlotte.
—Es un placer conocerla por fin, señorita Charlotte.
—El placer es todo mío, no todos los días se puede hablar frente a frente con el gran Don Ricciarelli Di Siena.
—¿Y bien? ¿Iniciamos con el protocolo habitual? —dijo aquel hombre con sobrepeso, lentes de sol redondos, y cejas y bigote bastante tupidos.
Al dar la orden, al menos 4 de los guardias del adinerado hombre se acercaron a Charlotte, rodeándola completamente. —No se preocupen caballeros, yo puedo hacerlo por mi cuenta. —dijo Charlotte a la vez que creaba un espacio entre ella y aquellos hombres extendiendo completamente ambos brazos con las palmas de las manos abiertas.
Acto seguido, la chica levantó ambos brazos y, acercando las manos hacia su nuca, desabrochó el cuello de su vestido, esta pieza de tela era lo único que mantenía en su lugar la parte superior de su vestimenta.
Al tiempo que bajaba lentamente esta parte del vestido con su mano derecha, cubría con el brazo izquierdo sus senos, pues no era su costumbre utilizar sostén, mucho menos en época calurosa como en la actual.
—¿Lo ven? No hay ningún micrófono oculto en mi cuerpo. —Al exponer completamente su torso desnudo, el magnate pudo comprobar que la chica no intentaría tenderle una trampa para entregarlo a las autoridades, por lo tanto, decidió continuar con la negociación.
—Disculpe señorita, ya puede volver a vestirse. Debe comprender que no puedo arriesgarme a ser capturado por la policía.
—Descuide, no es la primera vez que tengo que desnudarme para probar mi inocencia, quizá debería presentarme en traje de baño para evitar este paso la próxima vez. —Bromeó Charlotte en un intento de aligerar el intenso ambiente que se sentía en la sala.
—Bien, ahora le mostraré el producto, —continuó ella. De su bolso sacó un pequeño sobre de color verde que tenía impresa la palabra "sugar" y lo deslizó sobre la mesa en dirección de aquel hombre.
Don Ricciarelli entonces abrió el sobre y vertió el contenido en la mesa, el cual a simple vista no se veía diferente del azúcar común y corriente. Utilizando unas pequeñas pinzas que apenas podía manipular debido a sus enormes manos, tomó un solo grano del producto, lo admiró con una lente de aumento especial durante unos segundos, y entonces compartió una importante duda que no podía sacar de su mente.
—Este producto es exactamente igual en apariencia, tamaño y olor al azúcar común, ¿Cómo me aseguras que esto es 'ese' tipo especial de azúcar? —preguntó consternado el acaudalado hombre.
—Le aseguro, Don Ricciarelli, que nuestros cocineros son los mejores del mundo, y han logrado perfeccionar la fórmula a tal grado que es imposible distinguir nuestro "azúcar" del azúcar común, esa es, después de todo, la gracia de esta droga. La única manera de asegurarse de su autenticidad es probarla por usted mismo. —Charlotte señaló su nariz con el dedo índice para indicarle que este tipo de droga puede ser inhalada.
—Me temo que no estoy acostumbrado a consumir estas sustancias… Pero tengo otra idea. —Don Ricciarelli hizo unas señas a uno de los tantos hombres que se encontraban en el salón como protección del gerente, y él prontamente le trajo una taza de café.
En cuanto Charlotte observó que su cliente vertió el contenido completo del sobre en la taza de café, intentó rápidamente darle una advertencia; sin embargo, antes de poder decir algo fue interrumpida de manera abrupta.
—Tengo entendido que hoy visitaste mi restaurante, ¿Qué te pareció? —preguntó el hombre mientras disolvía el azúcar en el café.
—¿Ah? Bien… Es el establecimiento más fino y lujoso en el que he estado. —La repentina pregunta la desconcertó al principio. Intentó de nuevo advertirle algo, pero fue nuevamente interrumpida.
—Cuando mi empleado favorito me mencionó que tendría una cita con una hermosa chica, jamás imaginé que sería la misma que vendría a mi hogar a venderme drogas unas horas después ¡Jajaja!
—Charlotte se rió condescendiente.
—¿Sabes?... —continuó Ricciarelli— Todos mis empleados fieles son como mis propios hijos, especialmente este chico, Jeong, estoy muy orgulloso de él. Por supuesto, mi gente en el restaurante ignora que tengo otros negocios un tanto menos… decorosos, y preferiría que siguiera así…
Este hombre, que hasta ahora había tenido una apariencia amigable y bonachona, de pronto se tornó bastante serio. —Por eso, quisiera pedirte que no vuelvas a tener contacto con él… por su propio bien.
—No tiene de qué preocuparse, solo pienso jugar un poco con él para pasar la noche y después desaparezco para siempre. —Replicó la pelirroja un poco molesta, ya que a ella nunca le ha gustado que le digan qué hacer.
—Bien, es hora de degustar su producto, —dijo mientras hacía otro ademán a sus guardias el hombre de traje blanco y joyería dorada y lujosa por doquier.
—¡Es verdad! ¡Debo advertirle! ¡Si consume esa cantidad de azúcar de una sola vez es seguro que morirá! —gritó con un poco de desesperación en su voz la chica de vestido rojo.
—Lo sé, por eso es necesario que alguien lo pruebe. —En el rostro de Ricciarelli se avistaba una expresión de malicia digna de un científico loco al cual no le importaba sacrificar una vida con tal de probar una teoría.
Este tipo de azúcar sintético, era al menos 300% más adictivo y potencialmente letal que el azúcar común, inhalar un solo grano de azúcar era suficiente para entrar en un estado de éxtasis y alucinación, por lo tanto, disolver una cucharada entera en una taza de café resultaba mortal debido a la fuerte sobredosis.
Uno de los guardias entró de pronto a la sala. —¿Me llamó, jefe?
—Si, necesito que te deshagas de este café, está frío.
Cuando el guardia se acercó para recibir la taza de café, Ricciarelli rápidamente lo tomó de la corbata y lo jaló hacia la mesa bruscamente, entonces le vertió el café sobre el rostro, asegurándose de que una porción entrara por su boca.
Tosiendo descontroladamente por casi haberse ahogado con el café, el guardia se retiró un poco. Tanto Charlotte como Ricciarelli lo observaban con atención. Tardó solo unos cuantos segundos así hasta que empezó a gritar con todas sus fuerzas mientras apretaba fuertemente con las manos su cabeza. Los efectos del azúcar empezaban a causar estragos en su mente y cuerpo, aumentando severamente la presión arterial, sofocándolo, provocando mareo y náuseas extremas. Tal sobrecarga sensorial de una duración aproximada de medio minuto bastó para freír su cerebro y sistema nervioso. El guardia se desplomó entonces sin vida, ante la mirada atónita de todos los presentes.
Esa era la primera vez que Charlotte presenciaba en persona los destructivos efectos del azúcar, el cual había estado traficando desde hacía más de 4 años. Al observar tan desalmada obra por parte de su cliente, se preguntó a sí misma si acaso tendría un final parecido en cuanto terminara las negociaciones; por lo tanto, sabía que no podía bajar la guardia si quería salir con vida de esa mansión.
Charlotte observaba atónita lo sucedido, aquel guardia había muerto debido a la sobredosis de azúcar frente a sus propios ojos.
—¡¿Por qué lo hizo?! ¡¿No acaba de decir que sus empleados son como sus hijos?!
—Lo que dije fue: "Mis empleados fieles son como mis hijos" —Respondió Ricciarelli—. Esa rata muerta de ahí estaba filtrando información importante de mis negocios a mis competidores, por eso tuve que "silenciarlo".
«Así que de esto se trata» —razonó Charlotte en su mente—, «no piensa consumir el azúcar, sino utilizarlo como un arma sigilosa contra sus rivales».
A pesar de que los efectos alucinógenos del azúcar eran bastante potentes, la realidad es que la mayoría de los compradores de la droga la adquirían debido a la facilidad con la que se podía asesinar a alguien mediante reemplazar el azúcar común en sus alimentos con esta variante sintética.
—¿Y bien? Ya comprobó que no es cualquier azúcar, ¿Procedemos con la venta? —Charlotte continuó con su speech habitual, como intentando ignorar lo que había sucedido.
—Por supuesto, ¡Traigan mi tarjeta! —ordenó el acaudalado hombre a sus guardias, quienes al instante trajeron una especie de tarjeta electrónica que servía como medio para administrar el dinero digital.
Este azúcar no era para nada barato, tan solo 10 gramos de la sustancia podían llegar a valer 50,000 Qredits (Esta es la moneda virtual más utilizada en el mundo, 1 Qredit equivale a 1 Euro de la vida real —para evitarnos complicaciones— y su símbolo es 𝒬)
Tras terminar la negociación, Charlotte salió de la mansión en busca de algún lugar interesante para pasar el tiempo hasta que llegara la hora de la cita con el chico pastelero.
—Esta ciudad seguro debe tener un casino, ¡hoy me siento con suerte así que seguro podré triplicar la cantidad de dinero que acabo de ganar! —la expresión de emoción en su rostro dejaba ver claramente su afición desmedida por las apuestas, una actividad que —tal como conducir autos lujosos— la hacía sentir viva; sin embargo, en ese momento no se imaginaba que tan solo unas horas después, saldría del casino derrotada y habiendo perdido todas las ganancias que le correspondían por su reciente venta.
—ZUT!! ¡¡Otra vez me dejé llevar y perdí mucho dinero!! ¡Tendré que buscar la forma de recuperarlo! —se lamentaba la pelirroja mientras conducía en dirección a la casa de Jeong.
El joven repostero tenía preparada una cena especial para la cita, no sólo era bueno para hornear postres, sino que también sabía cocinar alguna que otra receta del restaurante.
—¡Bienvenida a mi apartamento! Me alegra mucho que hayas venido. —Esta era la primera vez que una chica entraba a su casa, así que Jeong estaba muy nervioso.
—Gracias por invitarme, tu casa es muy bonita.
—Por favor toma asiento, en un momento traigo la cena. —dijo Jeong mientras se dirigía a la cocina.
Sentada a la mesa, Charlotte echó un vistazo rápido por toda la sala, parecía que este muchacho era bastante sencillo, ya que en esa habitación solo pudo ver un sofá pequeño, una televisión, un librero y una que otra planta, además de la mesa en la que estaba.
Mientras esperaba a que Jeong regresara con la comida, un pequeño conejo blanco cruzó por la sala, al notar la presencia de Charlotte, se quedó inmóvil un momento, mientras ambos mantenían contacto visual. A Charlotte le sorprendió un poco ver al conejito, pero el animal parecía estar en shock.
De pronto, aquella criaturita salió huyendo de un salto, brincó hasta llegar a la esquina de la habitación, en la que se encontraba una especie de alfombra con botones grandes y coloridos. El conejo de ojos rojos rápidamente se posó sobre uno de esos botones y saltó repetidamente bastante ansioso, la alfombrilla reproducía el sonido: "Extraño, extraño, extraño" con una voz sintetizada cada vez que se pulsaba el botón.
Al instante salió Jeong de la cocina para averiguar qué había ocurrido.
—¿Tienes un conejo…? —preguntó Charlotte un poco confundida— ¿Que sabe hablar…? —La confusión aumenta— ¿Usando un aparato en el piso?
—¡Ah! Si, su nombre es Mochigome, —respondió el joven, trayendo en una mano una bandeja con comida y cubiertos, y una botella de vino y dos copas en la otra—, lo rescaté del restaurante hace un año. Llegó junto a otros animales que serían la comida ese día, pero este amiguito tuvo la suerte de estar enfermo, así que decidieron no cocinarlo. Lo traje a casa y lo cuidé hasta que se recuperó. Pensaba enviarlo a un refugio pero no quiso separarse de mí, poco tiempo después noté que era muy inteligente, por eso lo entrené para comunicarse con el tablero de sonidos.
—¡Es muy sorprendente! ¿Y es así de nervioso con todas las personas?
—No confía mucho en los demás; después de todo, tiene un trauma porque casi lo convierten en comida… Hablando de eso: ya es hora de cenar.
—¡Todo huele delicioso! —Exclamó entusiasmada Charlotte al serle presentado el menú de la noche.
Ambos se sentaron a cenar mientras conversaban un poco sobre sus vidas; por supuesto, Charlotte no podía contarle a Jeong a qué se dedicaba en realidad; por lo tanto, recurrió a una de sus mejores coartadas cuando surgió la pregunta.
—Soy comerciante de especias exóticas, déjame mostrarte algunas. —Charlotte se levantó de su asiento y se dirigió hacia el pequeño sillón en el que había dejado su bolso.
Ella abrió el bolso, buscaba dentro un pequeño sobre que contenía algunas especias que había comprado unas horas antes en una tienda de productos extranjeros, pero al parecer había caído al fondo del bolso; así que tuvo que sacar sus cosas de una en una.
Mientras hacía eso, Mochi —el conejillo blanco— la observaba a lo lejos, oculto detrás de un jarrón decorativo. Miraba con atención cada artículo que salía del bolso: un pintalabios rojo, las llaves de un auto, un teléfono celular, un… ¡¿Cuchillo de combate?!, ¡¡¿Un revólver?!!
«¡¡Sabía que esa mujer era muy sospechosa!!» —seguramente es lo que el pequeño conejo pensaba aterrado mientras espiaba a la extraña que había entrado a la casa de su querido amo. El astuto animalito quería advertirle a su dueño lo que acababa de presenciar; sin embargo, ninguno de los botones en su tablero de sonidos tenía programado alguna palabra que pudiera describir aquellos objetos; por consiguiente, se resignó a seguir observando la situación calladamente dentro de su seguro escondite.
La noche transcurrió con normalidad, ambos disfrutaron de la comida, el postre y el vino; de hecho, a Charlotte se le pasó un poco la mano con el vino; sin embargo, para su suerte ella no es de las personas que empiezan a soltar todas las verdades que conocen estando en estado de ebriedad; más bien, es de las que caen completamente dormidas al grado que ningún ruido es capaz de despertarlas.
Pues bien, ella había caminado por su cuenta hacia el sofá en cuanto empezó a sentirse con sueño, le fue imposible combatir esa necesidad, así que cayó dormida ahí mismo. Cuando Jeong se dio cuenta, de manera lenta y silenciosa le quitó las botas y la cubrió con una manta. Sería mentira decir que no le pasaron por la mente un millón de pensamientos un tanto sucios al ver a una hermosa chica durmiendo indefensa en su apartamento; sin embargo, logró mantener la compostura y desistió de hacer cualquier cosa cuestionable. Después de recoger todo y lavar los cubiertos, se fue a su cuarto para intentar dormir, lo cual le resultó bastante difícil, pues no lograba dejar de pensar en aquella chica.
Esa noche, Charlotte logró algo que tenía varios años sin conseguir: dormir tranquilamente y sin preocupaciones. Por su estilo de vida, siempre solía dormir con la pistola al lado de la cama y, cualquier sonido, por leve que fuera, la ponía en estado de alerta; sin embargo, ese día se sentía en paz y segura.
A pesar de sentir esa tranquilidad por primera vez en tantos años, la mañana siguiente sería la última vez que vería a ese muchacho… al menos ese era el plan que había ideado antes de conocerlo un poco mejor.
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