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De Niña A Mujer

01 - Introducción

Estaba cansada de la vida que me había tocado. Hace 2 años que trabajaba para solventar mis gastos personales, aquellos que el mundo daba por sentado en esta asquerosa y superficial ciudad; pero los cuales mi mamá, entre juerga y juerga, nunca fue capaz de satisfacer. Nunca conocí a mi padre y, a pesar de que mi madre se había casado con un hombre rico y ya no sufríamos necesidades, odiaba depender del “cerdo asqueroso” de mi padrastro.

—¡Deja de quejarte, Mireya! —exclamó Emilia, mi compañera de trabajo—. Tienes un viejo dispuesto a comprarte lo que sea

—No tienes idea cómo me mira ese viejo obeso —moví el flequillo marrón con un gesto de disgusto—. Prefiero mantenerme lejos de él y no deberle nada. Mi mamá me comentó el otro día: “es feo, pero es rico”. ¡Como si me estuviera haciendo un favor! ¡Por todos los demonios!

—Mireya, te llaman de la mesa 4 —dijo la supervisora. Me di media vuelta y avancé a la mesa que me tocaba atender, donde bebía un grupo de hombres de negocio hablando en voz fuerte entre atropelladas risotadas

—Buenas tardes —dije con la mejor de mis sonrisas.

—Mireya. Mi anfitriona favorita —no podía resistirme a la expresión encantadora de Lex. Adoraba el hoyuelo que se le formaba en la mejilla izquierda cuando sonreía y el perfume inconfundible que emanaba de sus camisas costosas. Pero eso no era todo. No sabía con certeza cuántos años mayor que yo era, pero sus pectorales trabajados y su pantalón ajustado no me dejaban pensar en eso.

—Espero que todos se encuentren de maravilla y disfruten su velada —mi sonrisa era sincera. Estaba feliz de verlo—. ¿Qué desean que les sirva?

—Eso déjaselo a la mesera —me ordenó—. Siéntate junto a mí —obedecí rápidamente.

Mi función era básicamente ser una compañía amena mientras Lex hablaba con otros hombres sobre cosas que parecían importantes, pero que no comprendía. Al demostrar mis habilidades sociales, hace unos meses se me ofreció trabajar en este bar. El dueño me tenía en alta estima al haberme mostrado responsable, seria y confiable a pesar de  mi edad. Me había cortado el cabello en una melena corta que me hacía lucir mayor y mi busto había crecido  lo suficiente como para pensar que ya no era una niña.

Emilia me hizo un gesto de aprobación desde la parte de atrás del salón del Club. Lex solía pedirme exclusivamente a mí. Eso me hacía sentir emocionada y nerviosa al mismo tiempo. Era prácticamente el hombre perfecto, si no fuera por el estúpido anillo que llevaba en su anular izquierdo. “Obviamente que está casado”, pensé “un hombre de unos treintaytantos, guapo, que se ve exitoso y adinerado no podría estar disponible… pero ¿por qué siempre me pide como acompañante? No soy capaz de seguirles la conversación y parezco una niña al lado de ellos.” En ese momento sentí chocar la pierna de Lex junto a la mía, delgada y pálida, y me lamenté de no haberme bronceado ese verano. La mini falda del uniforme de sirvienta dejaba a la vista todas mis inseguridades. Retiré la pierna suavemente, no fuera que el supervisor viera que tocaba a los clientes y me reprendiera. Nuevamente sentí el cálido toque de la firme pierna de Lex y por un momento pensé que lo hacía intencionalmente. “No, no puede ser. Es un hombre casado y de ninguna manera se fijaría en una chiquilla de 15 como yo”. Lo miré de reojo y sentí como si el tiempo se detuviera. Los hombres que lo acompañaban hablaban afanados sobre un tal “budget” mientras Lex me estaba mirando penetrantemente. Entonces supe que el choque de nuestras piernas era consensuado. Por unos segundos no pude volver a apartarme y me quedé ahí rompiendo la regla más importante: no tocar a los clientes.

—Usted quiere que me expulsen —susurré y esbocé una pícara sonrisa mientras me distanciaba unos milímetros. Realmente hubiera preferido hacerme la desentendida, pero tenía la boca demasiado “grande”.

—Quizás si esta vez me dices tu edad podría dejar de molestarte —dijo mientras se volvía a acercar.

—No puedo darle datos personales además de mi nombre. Y… usted tampoco ha hablado mucho sobre su vida privada. Quizás si un día viniera solo… —Lex retiró inmediatamente la mirada de mí.

“No puede ser. Lo arruiné. Lo hice sentir incómodo. Soy una idiota. ¿Cómo se me ocurre proponerle semejante barbaridad a un hombre que solo viene a pasar el rato con sus colegas de trabajo? ¡Ya no va a querer nada de mí! Pero quizás sea lo mejor. Sí. Estoy coqueteando con un hombre casado. Y… estoy trabajando. ¡Sé profesional, Mireya!”.

El resto de la tarde Lex no volvió a dirigirme esa mirada intensa que había disfrutado tan efímeramente. Así me quedé entre la responsabilidad y el deseo de acercarme más a él, entre la satisfacción de hacer lo correcto y la culpa por haberlo hecho sentir incómodo.

02 - El Cerdo

Pasó la tarde y seguí conversando amenamente con el resto de los compañeros de Lex, ignorando por completo lo que había sucedido entre nosotros: su repentino rechazo y la tensión carnal que nos envolvía. Cuando se marchó, sentí el dolor de arrepentimiento en mi pecho y tuve que respirar profundo un par de veces antes de continuar. “Qué importa, es un cliente más”, me convencí, cuántos hombres guapos y adinerados no veo por acá”. Pero el dolor continuó toda la noche, ninguno era como él.

Me tocaba la limpieza del local y volví a casa más tarde que de costumbre. Me fui caminando para ahorrar en locomoción y no podía quitarme a Lex de la cabeza. Él nunca había apartado su mirada de un modo tan frío. Claramente soy solo una chiquilla con la que se puede divertir un rato después de sus labores y antes de regresar con su esposa, entonces ¿por qué estoy siendo tan infantil?.

Abrí suavemente la puerta. No quería encontrarme con el “cerdo” de mi padrastro, con solo pensar que vivo junto a él me hizo olvidar todos mis pueriles pensamientos sobre Lex. Rayos, lo inevitable. Estaba comiendo pollo con las manos, justo en el sitial que daba hacia la entrada, como si me estuviera esperando. Saludé y me dirigí rápidamente hacia la escalera para subir a mi habitación.

—¿Y mi beso, chiquita? —dijo descaradamente.

—¿De nuevo con eso? —contesté con repulsión—. ¿Y mi mamá? —la busqué por la habitación.

—Salió a visitar a tu tía hace unos minutos

—Son las 10 de la noche…

—Tuvo una crisis existencial —vi que se levantaba y me giré rápidamente.

—Ah… bien. Buenas noch... —sentí su mano aferrando mi brazo antes de terminar mi frase. “¿Qué rayos?” quedé inmóvil intentando analizar la situación en medio del cansancio acumulado del día.

—Tú… mocosa… eres una grata compañía en el club, pero conmigo no cedes. Quizás te mueve el dinero ¿Cuánto quieres? —me metió algo dentro del pantalón que, imaginé, era un billete. Liberé violentamente mi brazo de su sucia mano llena de grasa de comida—. Vamos, yo solo quiero que conversemos un rato, que me ames como a un padre.

—Nunca tuve uno, no sabría cómo amarlo ni aunque quisiera —intenté volver a subir las escaleras, pero me tomó ambos brazos por la espalda.

Estos meses, desde el matrimonio de mi madre, podía sentir sus lascivas miradas sobre mí, pero nunca imaginé que se animaría a someterme.

Siempre he sido ruidosa e insolente, pero esta vez no pude decir una palabra. Estaba petrificada, ni si quiera podía pensar claramente.

Me abrazó con fuerza y me obligó a inclinarme hacia adelante mientras me tocaba indecorosamente. Sentí su tufo a alcohol y me sentí mareada por toda la situación, perdí la fuerza en las piernas y terminé arrodillada con él sobre mi espalda. Metió sus gordas manos dentro de mi blusa y recorrió con ellas todo mi cuerpo hasta llegar a mis pechos lo que lo hizo emitir una nauseabunda risita que me dio arcadas disfrazadas de tos.  Al ver que aguantaba en silencio me giró y me arrodilló frente a él. Estaba asqueada, impactada e inmóvil; quería llorar, pero simplemente no salía un sonido de mí a pesar de querer gritar. Pensé que iba a vomitar y a desmayarme de un momento a otro. Se levantó la polera y vi su grotesco estómago velludo mientras se abría el pantalón. Vi todo de él, espantada y me restregó sus intimidades sobre la cara. Di una inhalación profunda y en un momento de lucidez tracé en mi mente el camino hacia la salida principal; estaba asustada, pero no tenía más opción. En cuanto acercó su miembro hacia mi boca le di el golpe más desesperado que pude en la entrepierna y corrí. No pensaba volver jamás. Era lo suficientemente desapegada de mi madre como para regresar, y este evento me hizo detestarla más de lo que hubiera imaginado.

Corrí y seguí corriendo. Tenía la vista nublada y me dirigí como de memoria a mi trabajo. Afortunadamente vivíamos en el centro, por lo que solía haber gente hasta tarde en las calles. Lamentablemente hoy era lunes y casi no había un alma. Miré hacia atrás y vi que mi padrastro me había seguido en automóvil y se aproximaba a gran velocidad. Caí en desesperación y entré a un bar cercano al Club de Anfitrionas.

—Señorita, su identificación, qué le…

—Soy menor de edad, pero me sigue un hombre, por favor… —No podía encontrar las palabras para explicar lo que había pasado

—Disculpa, no puedo dejarte entrar. ¿Por qué no vas a la comisaría? —¡La comisaría! Entré al primer lugar que se me apareció y no había pensado que podía ir directo a la policía que se encontraba a dos cuadras. Salí rápidamente. Pero estaba “el cerdo” bloqueándome el camino.

—¿A dónde crees que vas, enana malagradecida? —se acercó a mí con el pantalón a medio abrir y tuve que correr en la dirección contraria a la policía. Doblé en el callejón junto al bar para escabullirme por una salida

—Mireya —Me tocaron el hombro y salté aterrada. Me giré cubriendo mi cuerpo con mis flacos brazos que no cubrían nada de mí. Estaba acabada, atrapada, se terminó, ya no había dónde huir de las garras del lobo. Esperaba que me forcejeara al auto, pero nada pasó. Alcé la vista y era él, con su maravilloso cabello rubio sedoso y sus cejas gruesas. Lex.

03 - El primer contacto

Me llevó en silencio en su auto a un departamento finamente decorado que se encontraba en la zona más adinerada del centro de la ciudad. Era espacioso y elegante, daba un ambiente de intimidad con colores térreos, olor a canela y una suave luz cálida a medio encender que me hizo sentir tan relajada que al fin rompí en llanto. Lex me dirigió al sillón suavemente con sus manos grandes y frías por la estación invernal que atravesábamos y enjugó mis lágrimas con un pañuelo.

—¿Te hicieron daño? —preguntó con su voz grave y cautivadora.

—Estoy... Estoy bien —dije intentando hablar con claridad.

—¿Qué ocurrió? —me arropó con una manta que olía a recién lavada.

—Mi... Padrastro... Me... —recapacité sobre todo lo que había ocurrido.

Sentí nuevamente las manos duras del "cerdo" forzándome y tocándome donde no debía. Me sentí vulnerada y miserable. Ahora estaba completamente sola en el mundo, ¿a quién rayos le podría importar mi existencia desde este momento en adelante? ¿Le importé a alguien alguna vez? Despejé los pensamientos existencialistas. Lo relevante ahora era sobrevivir: tenía trabajo y podía mantenerme a mí misma, ahora necesitaba encontrar un lugar donde quedarme.

—Mi padrastro me expulsó de casa —dije avergonzada. No me atreví a dejarle ver lo débil que fui al no poner al viejo en su lugar, tampoco quería apelar a su compasión—. ¿Podrás... prestarme este lugar solo por hoy? —puse mi pelo tras mi oreja coquetamente de la forma en que me había enseñado a actuar la vida cuando tenía que conseguir algo.

Lex me dio una mirada piadosa. Acercó sus manos a mi pecho y automáticamente hice un gesto para apartarlo. Aún estaba en shock por lo ocurrido anteriormente y no podía pensar con claridad, estaba en modo defensivo.

—¿Abusó de ti? —preguntó de forma natural mientras se acercaba, esta vez lentamente como si yo fuera un perro herido, para abotonarme la blusa que, recién había notado, dejaba ver gran parte de lo que debía cubrir.

No pude contestar y me largué a llorar nuevamente cubriendo mi rostro con mis rodillas. Él vio a través de mí que había ocurrido algo de lo que no quería hablar ni hoy ni en mil años.

—Puedes quedarte —

me dijo sin pedir más explicaciones.

Se dio media vuelta para abrir un licor costoso. Prendió una chimenea eléctrica que simulaba una real y puso música suave mientras yo estaba tendida como inerte, arropada con la exquisita manta cálida y llorando con la mirada perdida. Quedé ensimismada un buen tanto cuando de pronto se acercó a mí con un vaso de jugo. Me incorporé suavemente y nos quedamos sentados bebiendo, yo mi jugo y él su licor, uno junto al otro sin más sonido que la música de fondo.

“¿Qué estará pensando Lex en este momento? ¿Que soy un fastidio? Realmente no quiero molestarlo”. Me sentía tan agradecida y me quedé mirándole como a un príncipe salvador. Aún llevaba su camisa y pantalón de trabajo que lo hacían lucir demasiado guapo. Nunca pensé que me gustaría un hombre mayor, solo había salido con compañeros de clase, los que ahora me parecían tan insulsos. ¿Cómo podría volver a ver atractivos a otros hombres después de conocer a Lex? “Torpe Mireya, ni siquiera conoces a Lex, estás creándote una tonta fantasía alrededor de un cliente que te prestó un poco de atención”. Quería agradecerle por rescatarme y darme asilo, pero las palabras no me brotaban debido al agotamiento mental y físico.

—Mireya... Mireya —repitió mi nombre sin mirarme—. Es un nombre tan encantador... —hizo una larga pausa—. ¿Diecisiete? ¿Dieciocho? —Preguntó y tomó un largo sorbo acabando así por completo su trago.

Me costó comprender que se refería a mi edad. Lo ignoré mientras admiraba sus labios delgados y rosados que me parecían demasiado apetecibles. "Soy una pervertida" me dije y dirigí mis ojos a su supuesto anillo de boda para reprocharme dichos pensamientos. Quería preguntarle quién era su esposa, cuánto llevaba casado, si tenía hijos, si sentía algo por mí… se seguían inmiscuyendo esos pensamientos autorreferentes y me llenaba de fantasías bobas en las que él me declaraba su amor. “¿Por qué siempre me llamas a que sea tu anfitriona en el Club? ¿Qué sentimientos causo en ti?”. Me di cuenta que me estaba quedando dormida en medio de mi ilusa imaginación.

De pronto posó su vaso en la mesita junto al sofá y me desperté de un salto con el ruido. Se quedó mirando a un punto fijo, casi sin respirar y volteó a mirarme fijo.

—Es peligroso y de mal gusto que estés aquí sola con un hombre —iba a levantarse pero me aferré a él con ambas manos. “No me dejes sola”, pensé. Realmente necesitaba que alguien me acogiera entre sus brazos y que me dijera que todo iba a estar bien. Me sentía desolada y lo miré suplicante—. Mireya ¿Por qué me pones las cosas tan difíciles? —tocó mi barbilla con sus largos dedos y sorpresivamente sentí sus labios suavemente sobre los míos.

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