Más allá de la eternidad...
Cap. 1
La noche terminó de caer y la media luna que descansaba inmutable en el infinito cielo lucía un ligero resplandor que los álamos apenas dejaban pasar a través de sus enmarañadas ramas...
La niebla se hizo camino demasiado rápido entre la vegetación como para poder esquivarla y Christine se sentía demasiado cansada como para no buscar un sitio cercano en el que refugiarse y dormir intentando descansar las pocas partes saludables del cuerpo que le quedaban...
No supo si se trataba de nuevo de los mágicos duendes de su cabeza, o esta vez si era realidad, pero pudo contemplar una diminuta y lejana luz que se hacía hueco entre la interminable niebla, y que a cada paso se acercaba.
Unos círculos negros, tan profundos como el mar y tan oscuros como la noche inundaron su mente moviéndose de un lado para otro.
Sintió un objeto extremadamente frío apoyado en sus dos brazos que la sostenía en el aire como si fuera una parte de él. Un objeto tan frío que le cortaba la sangre a su paso, pero que la movía con una delicadeza sublime.
Sus labios rosados y calientes hacían juego con los cristalinos y brillantes ojos azules que centelleaban con cada oportunidad de luz que los bañaba
Pero al mover de nuevo la cabeza, su mente y un segundo después su cuerpo se alarmaron y este último dio un gran salto al observar una sombra oscura y enigmática que reposaba quieta en la profundidad de aquel lugar, tan oscuro que solo se veía delicadamente mojado por la luminosidad de la luna.
Pudo apreciar lo que parecía el vaho que el seguramente insondable frío producía en los pulmones de aquella forma extraña. Y el sonido de una respiración asombrosamente tenue y entrecortada que se abría paso en el silencio de aquel extraño sitio.
La sombra se movió quedando colocado en una posición en la que Christine estuvo completamente segura de que la miraba fijamente. Esperó a que la persona que estuviera allí se dignara a formular alguna palabra, pero se limitó a permanecer en silencio y observándola, Hasta que de repente llegaron a sus oídos cada vez con más intensidad las tétricas y a la vez sentimentales notas de un piano que se introducían con vehemencia en el parco silencio. Abrió los ojos asustados por su extraña reacción de hipnotismo y observó estupefacta como un hombre con cabellera no muy larga, rizada y rubia tocaba el piano de espaldas a donde ella se encontraba.
-No es mi favorita, pero si la que más me anima.
El hombre dijo aquello con voz suave y paulatina como si no hubiera querido que nadie le escuchara. Tocó una última nota más, como si la melodía acabara allí y se levantó del asiento.
Destacaban las hombreras, el cuello alto de la amplia camisa que vestía y las grandes botas de cuero marrón que apoyaban en el suelo, en un cuerpo de una altura bastante considerable
Su vestimenta era la típica de un barón o un gran señor, con ropajes seguramente caros, y cargados, aunque también de colores muy pobres y apagados…
A los pocos segundos aquel extraño hombre dio dos pasos acercándose a ella, mirándola severamente.
- El dolor remite con el reposo.
Dijo, La última imagen que pudo apreciar fue como él se acercaba a paso rápido extendiendo un brazo en dirección a ella, como si quisiera atraparla. En ese mismo instante la puerta se abrió y apareció él. No había sido ningún sueño, era real, él existía y estaba allí junto a su cama, contemplándola.
Después de un minuto de tenso y siniestro silencio observándose el uno al otro, Christine agachó la cabeza y se la presionó con la mano, el dolor había vuelto más intenso que nunca. Nada más abrir los ojos una vez disminuido este obtuvo en primer plano la mano extendida del hombre mostrando dos pequeñas plantas extendidas en su mano. Lo más probable es que fueran medicinales.
Su estómago la había llamado desde hacía varios minutos, y le obligó a moverse y a salir de la habitación.
Llegó hasta la sala donde había conocido a su siniestro salvador, pero un toque de alarma la mantuvo resguardada.
De pronto escuchó unos discretos y lentos pasos acercándose a la puerta:
-La luz me molesta un poco.
Salió de las sombras mostrando su rostro. ¡Era él! Las pocas velas que había en la habitación fueron suficientes para iluminar el exageradamente pálido rostro del hombre. Este se quedó mirándola inexpresivo y silencioso. Ella le mantuvo la mirada, a pesar de que la tensión la consumía por dentro.
-Tu estómago está inquieto… Supongo. Acompáñame.
Entraron en una inmensa y espaciosa cocina repleta de toda clase de material para realizar la comida más selecta. Esta estaba más iluminada que el resto de las habitaciones de la casa, por eso podía apreciar todo con detalle:
- No hay nada preparado, pero hay mucha comida repartida por los armarios, busca y encontraras algo suculento.
Se encontraba de espaldas a ella y maniobraba algo con las manos. Giró medio cuerpo exhibiendo un cuchillo en la mano.
Salió corriendo a una velocidad fastuosa y abriendo la puerta de entrada a la casa huyó.
Corrió y corrió hasta que el cansancio la obligó a detenerse.
Algo luchaba contra el lobo.
El forcejeo, continuó hasta que de repente se escuchó un largo y fino aullido que se apagó poco a poco.
Pero en ese momento el viento movió los ramajes de los árboles y Christine pudo divisarlo prácticamente todo.
Allí se encontraba el lobo, a tan solo un par de metros, tirado en el suelo jadeando levemente con la lengua fuera de la boca y los ojos entrecerrados, probablemente muy herido.
Y cuando giró la cabeza... Él estaba ahí, de píe mirando fijamente al lobo mientras agarraba un ensangrentado cuchillo en las manos.
Continuará.......
Más allá de la eternidad...
Cap. 2
Corrió entre los árboles consumidos por el miedo. Había conseguido escapar del lobo, pero estaba segura de no poder escapar de aquel otro que más que persona en aquel momento parecía más un sanguinario animal.
Un penetrante escozor la alteró de repente despertándola.
La habitación estaba soberanamente oscura. Su pierna estaba casi por completo al descubierto, alguien le estaba provocando un gran escozor, se quejó pero sus súplicas no fueron atendidas.
– No dudaré en golpearte con lo que encuentre si te acercas más a mí.
- La miró con expresión serena pero dura durante varios segundos.
Pero para su extrañeza el misterioso hombre se apartó de ella agachando la mirada y creando un hueco entre ambos. Ella aprovechó ese espacio y su mirada desviada al suelo para salir corriendo.
Aproximadamente en la mitad del pasillo le dio caza a Christine.
- ¡No..! Suéltame, Suéltame, Déjame salir... No me hagas daño, No!
- Los pies le comenzaron a doler con violencia, mientras era arrastrada hasta la habitación de nuevo.
- Deja de escurrirte y forzarte tanto, me estás abarrotando el suelo de sangre, y es muy desagradable.
- Échate.
- Christine vio que hiciera lo que hiciera tenía las de perder, así que obedeció y se echó suavemente sobre la cama deshecha.
Seguramente alcohol estaban introduciéndose en lo más profundo de las heridas matándola por dentro. Christine gimió una y otra vez de dolor, pero aquel malestar no desaparecía.
-No podrás andar bien durante varios días, así que te recomendaría que no apoyases mucho los pies en el suelo, que no salieras de esta cama, y que por supuesto no corrieras despavorida por las peligrosas tierras del bosque.
Su tono era bastante sereno y calmado.
Los segundos pasaron y el silencio se convirtió en protagonista hasta que él se levantó y se dirigió a la puerta.
-Espera, Ni siquiera sé tu nombre...
Este tardó en contestar, pero finalmente dijo:
- William Hartsfield...
-Yo soy Christine... Christine Balfour.
Él le miró a la cara con un gesto extremadamente serio.
- Encantado.
Y salió sin mediar palabra.
Tenía la mirada gacha y su rostro no expresaba absolutamente nada
Le siguió mirando, apreciando su pálida piel y sus profundos ojos negros, que lucían sumamente apagados. No había ni un rastro de brillo o vida en aquellos ojos.
Él se percató de que le estaba mirando con excesivo detalle. Christine creyó ver una pizca de nerviosismo en su mirada: -Deberías comer, Estoy seguro de que llevas mucho tiempo sin probar bocado.
Salió sin mirar atrás...
se quedo en calma con la ausencia, de aquel hombre pálido y misterioso...
La puerta de la habitación se abrió y William entró con su ya común tono sigiloso.
-¡Destápate!
Christine le observó anonadada, pero aun así bajó las sábanas y se destapó.
-¡Súbete la ropa!
-¿Cómo dices?
La alarma estaba volviendo a aparecer en la mente de Christine.
- ¡Qué te subas el vestido!
-Si no lo haces tú, lo voy a hacer yo.
Su gesto ya no era tan sereno y tranquilo como hacía unos segundos.
Prefería obedecer sus órdenes por muy insólitas que fueran, a estar de nuevo en peligro de muerte a manos de un hombre presa de la furia.
Le pasó un trapo blanco suavemente por la herida impregnado en algo desinfectante. Christine emitió un pequeño gemido de dolor. Le colocó una nueva venda enrollada a la pierna comprobando que estuviera sujeta y bien colocada. Guardó sus objetos en una cajita y se levantó, pero antes de que pudiera irse Christine le habló.
-Gracias… Por todo.
William no la miró pero si la contestó:
-De nada.
Dos golpes sumisos sonaron en la puerta… El sueño se desvaneció.
-Adelante.
La puerta se abrió dando paso a la habitación a un viejo hombre que entró manteniendo una sonrisa tranquilizadora en su arrugado rostro. En las manos llevaba la misma bandeja que William había cargado la tarde anterior.
- Su desayuno señorita Balfourd.
No sabía por qué pero aquel anciano le inspiraba serenidad y templanza y eso le hacía sentirse bien.
-Si quiere algo más solo tiene que llamarme.
Christine contempló la puerta unos segundos por si Lenard volvía, pero como no aparecía comenzó a disfrutar del bollo y la taza de leche que descansaban en la conocida bandeja de cristal.
A los pocos segundos Lenard se presentó nuevamente en la habitación, pero esta vez colgaban de sus brazos lo que parecían unos vestidos. Los colocó delicadamente a los pies de la cama separándolos entre sí para que Christine pudiera contemplarlos lo mejor posible. Cada uno era de un color, rosa palo, azul celeste y blanco aterciopelado, con bordados en color plata y oro y volantes en los pies.
-¿Son, Para mí?...
El anciano volvió a mostrar su tranquilizadora sonrisa
-Por supuesto que son para usted… No querrá seguir vistiendo con el despedazado y viejo vestido que lleva ¿verdad?
Volvió la mirada hacía el animoso anciano
-¿Quién los ha comprado?
-El señor Hartsfield naturalmente.
Se levantó de la cama y se colocó de rodillas a pocos centímetros de los vestidos. Los aferró con delicadeza y exhaló su olor, un olor a tela nueva y fresca que le hicieron cerrar los ojos. Una sensación agradable caminó por su mente mientras el tacto de la seda le acariciaba las yemas de los dedos.
De pronto y repentinamente apareció él. Toda la serenidad que había sentido con Lenard desaparecieron fugazmente.
Soltó los vestidos y volvió a introducirse en el interior de la cama.
Él la observó durante unos segundos, inmóvil.
-¿Son de tu gusto?.
Dijo apenas sin volver la mirada hacía ella. Christine tardó unos segundos en recomponerse y contestar.
-Si… Son Preciosos.
William agarró el vestido azul y lo colocó en su regazo observándolo.
-Es luminoso, Póntelo.
Continuará...
Más allá de la eternidad...
Cap. 3
Christine estiró los brazos para alcanzarlo pero cuando su mano tocó la de William sintió el frío de su piel, como si unos afilados cuchillos la estuvieran seccionando poco a poco los poros. Un enorme escalofrío recorrió su cuerpo.
-Lo siento.
No la miró pero su tono de voz parecía significativamente afectado.
-Yo… Mejor me voy.
Se levantó y se dirigió a la puerta, pero un impulso indujo a Christine a hablar
¡- No! Espera...
William se dio la vuelta y la miró. Su mirada por primera vez parecía triste y desamparada
-No tienes por qué irte, ¡No me molestas! Esta es tu casa...
William la miró fijamente
-No soy muy buena compañía...
-¿Y por qué?
- No estoy muy acostumbrado a estar con gente, llevo viviendo solo aquí mucho tiempo..
Quería lavarme un poco antes de ponerme uno de los vestidos. Estoy muy sucia.
¡-Bien! Adelante...
Se quedó pensativo durante unos breves instantes y seguidamente caminó hacia la puerta. Pero cuando estuvo a punto de salir paró en seco y se dio media vuelta mirando a Christine por el rabillo del ojo
-¿Necesitas…. Ayuda?
Christine le miró con los pómulos enrojecidos por la vergüenza que acaba de embargarla...
- No es necesario. Me las apañaré sola.
Recordó al instante que prácticamente no podía caminar...
Miró con impotencia a William. Este se acercó pausadamente a ella.
-Permíteme...
Antes de que quisiera darse cuenta estaba alzada en sus brazos dejándose llevar por los oscuros y largos pasillos de la casa. En tan solo un instante empezó a sentir a través de sus ropajes como se filtraba el penetrante frío que desprendía la piel de William.
Por primera vez una sensación agradable la embargó mientras estaba en la compañía de ese oculto hombre. Una sensación de la que no quería escapar.
Empapó la toalla con el agua de la tina y la pasó suavemente por las plantas de sus pies, empleando pequeños golpecitos para que las heridas no sangraran. Mientras; esta le observaba, atenta a todos sus movimientos.
-¿Necesitas que te ayude con el resto?
-No hace falta, podré hacerlo sola. Pero gracias de todos modos.
-De nada.
-Estaré aquí afuera…Hasta que termines. Después te volveré a llevar a los aposentos.
William no podía dejar pasar todo aquello, y se quedó observándola durante unos largos minutos. Contemplando cada parte de su anatomía perfectamente vestida y limpia. Colocada en medio de las sábanas de satén.
Era una imagen mágica. Parecía tan frágil e ingenua. Como si fuera un jarrón de cristal a punto de romperse en mil pedazos.
La tapó con cuidado adentrándola en el calor de las mantas.
El dolor la despertó casi de golpe, haciéndola preguntarse a sí misma donde se encontraba. Tardó varios segundos en regresar de la ensoñación y comprender que estaba de nuevo en el interior de la cama, en aquella habitación tan peculiar.
Aquella zona del país. Eso era otra de las cosas por las que había dejado de preguntarse hace ya mucho tiempo. No sabía bien donde se encontraba, ni siquiera había salido de Inglaterra y había estado vagando durante días por los extensos campos de Gales. Perdió el rastro de donde podía estar situada nada más salir de Leominster; todavía en las tierras de la Inglaterra del oeste.
Se levantó y apoyó con cuidado los pies en el suelo, aposentando simplemente los dedos de los pies, evitando que las vendas tocasen el frío suelo.
Caminó a través de los pasillos que ya se iluminaban con las velas que había colgadas en los candelabros de las paredes.
Un profundo pinchazo se introdujo en una de las plantas de sus pies.
Descansó sus manos sobre una de las paredes del silencioso pasillo, reclinando su cuerpo sobre ella y observó la venda teñida por el color pavoroso de la sangre. No era mucha, pero si lo suficiente para dejar su rastro por el suelo.
Cuando estuvo a punto de girar en la esquina que daba la entrada a otra de las habitaciones de la casa chocó contra algo.
Christine emitió un grito ahogado, propinado por el susto.
De repente una vela iluminó el lugar como por arte de magia.
Continuará...
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