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Astron

Solo Abiel

- ¿Por qué Abiel no puede quedarse en casa? - Preguntó angustiado el niño.

- Porque esa es decisión de nuestros padres. - Responde luego de apartar la mirada del libro que tenía en manos. - Además, Abiel no parece muy interesado en ser adoptado. - Vuelve a dirigir su vista a las páginas del libro.

- Abiel, ¿No quieres quedarte con nosotros? - Envuelve sus brazos al rededor de la cintura del niño. - Podemos ser los mejores hermanos del mundo.

- Claro que si, Luc, pero esto es una decisión de tus padres, no quiero ser un peso.

- No eres un peso para nuestros padres, por favor. No quiero que duermas más en la calle. - Se aferra aún más al niño.

- Luc, cálmate. - Reclama. - Estoy bien, en serio muy bien.

- ¿Como puedes decir que estás bien si es pleno invierno y duermes en una caja?

- Estoy bien porque…

- Si vas a decir eso de la estrella de nuevo - Interrumpe al joven y desenlaza sus brazos de la cintura de este. - no te voy a escuchar. - Se cruza de brazos enojado.

- Luc, Mr. Star es real. Sino, ¿Como explicas la comida deliciosa que entra a mi estómago diario?

- Se llaman personas piadosas que le tienen pena a un niño. - Dice en un tono un tanto arrogante que molesto al mayor.

- Ya basta Luc, fue suficiente. Acomódate. - Dijo con ira y un poco avergonzado por el comentario que acaba de hacer su hermano. - Lo siento mucho Abiel. Luc pierde la cordura de vez en cuándo.

Ellos niños no hicieron más que guardar silencio. Especialmente Abiel. Estaba en una posición muy incómoda. Su mejor amigo había sido regañado por su hermano, y el hermano de su mejor amigo tratando de arreglar una situación que a los ojos de Abiel no había sido grave. Las palabras de Luc no le afectaron realmente, solo estaba diciendo la verdad. Además era su amigo. No se atrevería a intentar lastimarlo, ¿Verdad?

Pasado apenas unos pocos minutos los niños llegaron a la residencia Viconi. Hogar de Luc y Alexander, los hermanos afanados por darle una mejor vida a Abiel, los cuales se habían ofrecido para llevar de regreso a Abiel a la ciudad. Todos bajaron del automóvil. Los hermanos subieron las escaleras que componían el camino hasta la puerta de la mansión, mientras Abiel corrió lo más rápido que pudo para salir de la residencia Viconi e ir a su residencia.

El niño comenzó su largo camino por una extensa calle que subía hasta una colina, donde residía el niño. Casi al final de la colina. En una caja lo bastante grande para que todo el cuerpo del niño entrara en ella. La caja estaba rodeada de lo que parecían ser cobijas, las cuales estaban unidas por cintas o amarradas unas a otras. Esta pequeña caja era lo que Abiel reconocía como hogar. Todo lo que tenía era esa caja, algunos trapos viejos que usaba como prendas de vestir y lo más importante para él su pequeño tigre y la vista despejada para ver al Señor Estrella. Era un ambiente solitario y no agradable, aún más para un niño pequeño de apenas 5 años. Era invierno, un frío y ventoso invierno. Cada partícula del cuerpo de aquel niño era invadida segundo a segundo por el frío. Solo contaba con nada más que una gabardina para sobrevivir a aquellas noches bajo cero.

Al esconderse el sol, el cual no le dio tiempo a Abiel de buscar materiales para calentar un poco su espacio por lo cual no tuvo más remedio que quedarse en su reducido lugar de la colina. La noche entraba de forma feroz acompañada de un frío infernal, que podía enfriar incluso los órganos de una persona. Al sentir los feroces vientos acompañados del frío que congelaba cada parte de su cuerpo el niño decidió entrar a su caja, dejando un pequeño hueco para poder mirar al cielo y hablar una vez más con su amigo protector.

- Buenas noches, Mr. Star. Se que posiblemente esté ocupado hablando con otros niños que acudieron a usted antes que yo, pero yo también necesito contarle algo sobre mi día. - Se detuvo, como si estuviera esperando que le prestaran atención y luego comenzó. - Hoy decidí ir con Luc y Alexander a la escuela. Es realmente incómodo caminar con toda esta nieve, así que no tuve más opción que aceptar la oferta de ir con ellos en su auto. Por cierto Gracias, se que tú pusiste esa idea en sus corazones. - Hizo una pequeña pausa para pensar en lo siguiente que iba a decir. - Luc dijo… - Contuvo sus palabras como si estuviera a punto de decir alguna mala palabra frente a sus padres. - Dijo que usted no existe. Lo siento mucho Mr. Star, le aseguró que no fue su intención decir eso. Solo dice esas cosas porque quiere que me mude con él e intenta hacerme sentir mal, pero yo confío en usted Mr. Star. Se que nunca me vas a abandonar. Solo es un niño, perdónelo, por favor. - Su voz se quebró un poco.

Algunas lágrimas se deslizaron por las mejillas del niño.

- Se que también soy un niño, - Continuó. - pero no me estoy inventado tu existencia. - Se cuestionó un poco a sí mismo y llegó a pensar qué tal vez “Mr. Star” solo era un producto de su imaginación. - Estoy muy seguro de que estás ahí para mi siempre que te necesito. Porque sino fuera así ya estaría muerto. - Rompió en llanto.

Una ola de lamentos y cuestiones invadió la mente del niño, provocando que no su capacidad de parar el llanto desapareciera por completo. Cubrió su cara avergonzado. No quería que el Señor estrella lo viera de esa forma. Estaba realmente agradecido con aquella brillante estrella en el cielo a la cual ee atribuía todo lo bueno que le había pasado, pero también estaba muy arrepentido y triste. ¿Que tal si solo era su imaginación? Tal vez había inventado a Mr. Star para convencerse a sí mismo de que estaba bien en aquella oscura y solitaria colina.

- ¿Que es lo que he hecho mal Mr. Star? Se que no soy el niño más amable, lindo o bien portado de todo el mundo, pero no soy tan malo. - Dice entre sollozos. - Tal vez no debí escapar del orfanato, tal vez si es mi culpa estar aquí, tener frío y estar solo. - Rompió de nuevo en llanto. - Siquiera merezco su ayuda, no merezco ser ayudado, ni amado, ni nada. ¡¡¿Por qué tuve que nacer?!! - Gritó desesperado. - Si mis padres no me querían, ¿Por qué me crearon? Yo no les pedí venir al mundo.

Abiel volvió a perderse en sus pensamientos. Trataba de calmar su agitada respiración, ya que cada vez que inhalaba era como sentir el invierno entrando directamente a sus pulmones. De pronto sintió un cálido abrazo, que poco a poco fue regulando la temperatura de su cuerpo y consiguientemente su respiración. Desde los pies hasta la cabeza, desde el interior hasta el exterior, cada parte de su débil cuerpo se calento. Y en ese momento tuvo la oportunidad de calmarse. Poco a poco, las lágrimas cesaron.

- Muchas gracias Mr. Star, - Dijo aún un poco agitado. - espero que mañana sea un mejor día. - Apenas pronunció aquellas palabras y de inmediato se quedó dormido.

Perspectivas

- Buenos días mundo. - Dice el niño irradiando felicidad apenas abrió los ojos. - Por cierto, - Se cuestiona a sí mismo. - no le pregunté a Mr. Star que debía de hacer hoy. - Piensa por un segundo. - De seguro Mr. Star querría que vaya a recolectar ropa y utensilios para que no tenga que pasar otra mala noche. ¡Si! Estoy seguro de que eso querría. - Confirma para si mismo.

El niño salió de la caja que lo resguardaba. Se levantó intentando mantener el equilibrio sobre la nieve. Se dio unos golpecitos en la cara para despertarse por completo y comenzó a bajar la colina. Se detuvo cerca de algunos árboles para conseguir un poco de madera de algún roble. Trato de recolectar toda la madera que le fuera posible llevar en sus diminutas manos. Al terminar subió de vuelta la colina y unos metros por debajo de donde estaba ubicada la caja, en una superficie suficientemente plana para originar una fogata estable se detuvo y colocó los pedazos de madera en conjunto. Busco un encendedor que tenía guardado entre sus harapos junto a la caja e intentó encender la fogata.

- ¿Que pasa? - Se preguntaba a sí mismo al darse cuenta de que no podía encender la madera. - ¿Que debería hacer?

De pronto una sonrisa se dibujó en su rostro. Corrió hacia la caja y tomó algunos trapos sucios que apenas se podían considerar algún tipo de ropa. Corrió de vuelta al lugar donde intentaba crear su fogata, dejó caer los trapos a acepción de uno, el cuál encendió en fuego y colocó despacio en el tope de la pila de madera. Situó el resto de los paños sobre, por debajo y a los lados de la fogata para ayudar a encender la madera. Apoyo una olla entre dos rocas, que estaban colocadas justo a los lados del fuego. La olla contenía agua, o más bien hielo. El agua sería utilizada por Abiel con el fin de darse un baño. Y guardar un poco para beber después.

Por mucho que lo pensó no encontraba la forma de poder bañarse sin que su cuerpo quedara congelado al instante. Debía desvestirse, que de por sí era una locura, estaba al aire libre con una temperatura demasiado baja. Sabía muy bien que aunque al sacar el agua de la olla estuviera caliente, en el momento en que hiciera contacto con su cuerpo iba a estar fría. No estaba dispuesto a pasar por ese tormento.

Lo mejor será no bañarme hoy. Puedo ir a recolectar las cosas. Además no estoy sudando. ¿Se enojará Mr. Star sino me doy un baño? - Decía en sus pensamientos.

Decidió esperar que el agua se caliente lo suficiente para que hierva, y luego apagó el fuego con un poco de nieve . Inició su viaje hacía el basurero de la ciudad. En poco tiempo ya había llegado debido a que el basurero se encontraba bastante cerca de las colinas, por suerte para Abiel. El niño comenzó a buscar cualquier objeto que le pudiera servir para algún fin. Ya sea una caja más grande, o algunas prendas de vestir que no se vieran tan mal, incluso mantas para cubrirse del frío. Solo necesitaba algunas cosas y luego subiría de nuevo a su hogar antes de que la oscuridad se apoderará de la ciudad.

El niño duró casi toda la tarde buscando algún objeto que le pudiera servir. Aunque busco mucho encontró muy poco, tal vez por el hecho de que no tenía muchas fuerzas para mover grandes cantidades de basura, pero el menos encontró varias mantas más dos abrigos y un coat, lo que hizo al niño muy feliz.

- Debería tratar de encontrar comida. - Dijo para sí mismo.

Envolvió las cosas una dentro de la otra formando una especie de bolsa, y así, emprendió un viaje hasta el centro de la ciudad. Fue exactamente a un vecindario conocido por ser bastante peligroso, pero era el único lugar donde Abiel podía conseguir comida. Allí se encontraba un anciano que a veces le guardaba la comida que quedaba de su pequeño restaurante. Con la bolsa en manos camino hasta llegar al restaurante, se detuvo al frente de la puerta, tocó y espero paciente que alguien abriera.

- Buenas noches señor Gu. - Dijo con voz alegre y un poco tierna en el momento que vio al hombre.

- Buenas noches pequeño Abiel, pensé que hoy no vendrías. - Le responde el hombre.

- Me encanta la comida del señor Gu, no sería capaz de no venir.

- Aquí tienes pequeño. - Le acaricia el pelo al niño y le entrega una bolsita.

- ¡¿Esto es una hamburguesa?! - Exclamó muy emocionado al abrir la bolsita y ver el contenido. - Señor Gu, usted es el mejor. - Una lagrima casi se le escapa. - Muchas gracias Señor, de verdad algún día le pagaré todo lo que hace por mi. - Sacó la hamburguesa y le dio un gran mordisco.

- ¿Como dices eso mocoso? Quisiera poder hacer más por ti. - Mira al chico con un poco de pena, pero rápido recupera la postura. - Que tengas una buena noche.

- Muchas gracias Señor Gu. - Dijo con la boca llena de comida. - También le deseo una buena noche.

Salió del lugar con rumbo a la colina, trataba de caminar mientras comía y sostenía la bolsa donde llevaba su equipaje. Fue detenido de golpe por un hombre que colocó su pie justo al frente del niño, provocando que la hamburguesa que llevaba en manos cayera al suelo.

- De-dejaste caer mi hamburguesa. - Artículo entre llantos sin hacer el mínimo contacto visual.

- ¿Que no te enseñaron modales tus padres? Debes saludar a tus mayores. - Artículo una gruesa y pesada voz.

- L-lo siento Señor, pero usted dejó caer mi hamburguesa. - Repitió entre lloriqueos sin apartarse de al frente del hombre.

- ¿Y eso es razón para ser irrespetuoso? - Preguntó otro hombre. Tenía la voz mucho más gruesa que el anterior sin duda, pero había algo bastante obvio que se podía percibir con solo escuchar su voz, estaba ebrió.

Se comenzó a hacer patente que quedarse más tiempo junto a esos hombres sería peligroso, por tanto Abiel trató de alejarse lo mas que pudo de los hombres.

- Lo lamento mucho, soy un niño muy tonto, pero ya me tengo que ir. Mis padres esperan por mi. - Declaró un poco asustado.

- No me digas, ¿Donde están tus padres? ¿En la colina esperando por ti? - Ambos hombres se hecharon a reír.

Abiel estaba furioso, pero no había nada que pudiera hacer. Si corría o incluso intentaba correr los hombres lo iban a atrapar y en el caso de que no lograran atraparlo sabían dónde buscarlo. ¿Que caso tenía forcejar?

- Por favor, déjeme ir. Les prometo que no volveré a molestarlos. - Expresó el niño.

- Oh pequeño, estamos muy seguros de que no volverás a molestarnos. - El hombre sujeto fuerte al niño de los brazos y lo entró a lo que parecía ser una discoteca. Le arrebató las bolsas de la mano y las lanzó a la calle.

Cuándo ambos hombres entraron con el niño en manos todo se silenció. Cada persona en aquel establecimiento observaba solamente a los hombres.

- Mis queridos amigos, acabo de encontrar a nuestra carnada para esta noche. Confío en que hoy tendremos una buena noche llena de diversión. - Cuándo el hombre pronuncio esas últimas palabras se escucharon los estruendos de botellas chocando entre si, en conjunto con el júbilo de los presentes.

- Se-Señor por favor, no quiero ser ninguna carnada. Se lo ruego, y-yo haré lo que sea que me pida, por favor tenga piedad. - Parloteaba sin parar mientras las lágrimas salían de sus ojos.

- Esto es lo que te pido niñito. No te preocupes, si no te mueves mucho vas a estar bien. - Limpia las lágrimas de los ojos de Abiel.

- Eres muy lindo, si te calles prometo tratarte con delicadeza. Además hueles horrible. Serás una carnada perfecta. No podemos dejarte ir.

Lleva al niño a una habitación y lo lanza provocando que Abiel se lastimará la cabeza. El crío intenta forcejar para salir, pero su fuerza no era nada comparada con la de los hombres enfrente de él. Lo dejaron ahí por un largo tiempo. En una habitación completamente oscura y vacía. No había ninguna ventana al rededor, solo la puerta. De ninguna manera se diferenciaba de estar en una cárcel.

Abiel se arrinconó, asustado. Abrazo sus piernas y escondió su cabeza entre sus brazos. ¿Por qué a mi? ¿Por qué ese día? ¿Que mal le hice al mundo? Se preguntaba una y otra vez mientras las lágrimas caían sin parar. ¿Que tenían planeado hacer esos hombres? Era aterrador solo pensar en las posibilidades. Inclinó su cuerpo hacia una pared. Retiro la gabardina que llevaba puesta, dado que no la necesitaba. El lugar tenía calefacción, así que por primera vez en varios días se sentía cálido, de cierta forma. Posó la gabardina debajo de él y trato de recostarse. No había nada más que pudiera hacer. No podía resistirse, muchos menos tratar de escapar.

Nadie merece esto

Por mucho tiempo qué pasó el jovencito no lograba relajarse. Y no era para menos, aquella situación no era para que se estuviera relajado. Comenzó a hacer un tipo de oración, a su propio ser celestial. Mr. Star. Su soporte ante cualquier situación de peligro, lo iba a salvar una vez más, ¿Verdad? Hablaba y lloraba sin parar, trataba de pensar en cuan real era Mr. Star. La noche anterior se había cuestionado su existencia, tal vez lo que le está pasando es su castigo por no haber respetado al ser que tanto lo ayuda.

Pasaron al rededor de cuatro horas. El corazón de Abiel al escuchar que alguien intentaba abrir la puerta latía tan fuerte que casi se le salía del pecho. Los hombres volvieron con algunas cuerdas y una navaja en manos. Abiel se oponía a moverse de aquel lugar, tanto así que en algún momento el miedo se apoderó de él y apenas al ser rozado por uno de los hombres le pateo la cara. Lo que enojo mucho al hombre.

- ¿Acaso eres estupido? - Golpeó la cabeza del niño.

- Por favor, déjenme ir. - Gritó una y otra vez.

Pataleaba y paleaba, pero los hombres no accedían.

Uno de los hombres colocó una navaja a la par con la garganta del niño.

- Si vuelves a pronunciar cualquier palabra estás muerto, si te mueves estás muerto y si se te ocurre tratar de escapar estás muerto también. - Presionó aún más la navaja al cuello del crío.

- Si te quedarás callado y no te movieras tanto todo fuera más fácil. - Declaró el hombre que se encontraba justo detrás del niño. - No nos volverás a ver mañana, deja de ser tan dramático. Si no vuelves a hablar te dejaremos ir.

- Traga esto mocoso. - Colocó una sustancia desconocida en la boca del niño obligándolo a beberla y removió la navaja de su cuello.

El hombre terminó de amarrar al crío, lo cargó en sus brazos y junto al otro hombre salieron a las afueras del establecimiento.

- Ya estamos listos. Traigan las armas. Nosotros nos adelantaremos. - Ordenó con su imponente voz a los hombres detrás de él.

- Nuestra carnada está ansiosa por ser usada. ¿Escuchas? No está diciendo ni una sola palabra. Parece que decidió ser obediente. Que inteligente. - Rozó el rostro del niño.

Los hombres colocaron al chico dentro de una camioneta, y comenzaron su viaje al bosque.

Recorrieron un largo camino, horas y horas. Kilómetros conduciendo. Para Abiel fue todo un infierno. Con el tiempo comenzó a sentir como su cuerpo y mente cambio de un estado de perfecta consciencia a una euforia. Sentía como su ritmo cardíaco aumentaba más y más. Estaba comenzando a alucinar, tenía náuseas, dolores. Llego al punto de no saber si eso era un sueño o si realmente le estaba pasando tan pésima situación. Todo a su alrededor daba miles de vueltas, le comenzó a doler el cuerpo de tal forma que no podía evitar moverse.

- Mr. Star, ya estás aquí. - Susurró abrazando al hombre enfrente de él.

- Creo que ya está haciendo efecto. Está hablando solo. - Informó al hombre que conducía.

- Recuerda, trata de no tocarlo. Esta muy sensible en este momento. - Ordenó.

Al llegar bajaron al niño de la camioneta. Fueron de cierta forma delicados al colocarlo en la espalda de uno de ellos.

Abiel estaba inconsciente, apenas podía sentir su cuerpo, más al mismo tiempo también era muy sensible al tacto. Estaba tan hiperestésico. Cada pequeño toque se sentía como un gran golpe, pero ¿Acaso podría diferenciar entre uno y el otro en ese estado de desvarío? Su conciencia estaba en otro lugar, por mucho que trataba de mantenerse despierto la sustancia dentro de su cuerpo era mucho más poderosa.

Su delicado cuerpo colgaba en la espalda de un hombre que no conocía en absoluto. Estaba siendo llevado a lo profundo de un bosque a hacerle quien sabe que. Decir que estaba asustado está de más, lloraba en silencio sin cesar mientras se adentraban cada vez más en la espesura. Al rededor de cinco hombres esperaban a los dos que cortejaban al niño. Tiraron al crío al lado de un alto árbol, provocando que sintiera un inmenso dolor en la cabeza, dolor que desapareció al instante. Comenzaron a desvestir al niño, y lo dejaron sin más que con su calzón. Su frágil y agitado cuerpo hizo contacto directo con la nieve. En un estado de plena consciencia esto le habría causado escalofríos, pero no sintió nada en absoluto. Su cabeza daba vueltas y apenas podía mantener los ojos abiertos.

Los hombres se encargaron de amarrarlo al árbol.

Otros hombres fueron llegando y comenzaron a dividir las armas de fuego entre ellos. Eran de diferentes tipos, calibres y tamaños. La pizca de conciencia que le quedaba a Abiel logró escuchar como preparaban las armas para disparar. Su corazón se detuvo por un segundo, ¿Acaso planeaban matarlo entre todos? ¿Ese era el juego que proponían? ¿Matar a un niño de 5 años? Las lágrimas pararon en el momento que pensó en esas posibilidades, ya no solo estaba asustado ahora estaba despavorido.

Dos de los hombres se acercaron al niño y uno de ellos sosteniendo una gran recipiente lleno de sangre encima del chico anunció: - Antes de comenzar, quiero aclarar por última vez las reglas del juego.

- Si un lobo muerde al niño en alguna extremidad de la izquierda, los que estén en la izquierda pierden, todos, y lo mismo pasa con el lado derecho. Así que en vez de tratar de ganarle al de al lado es mejor ayudarlo o perderán 100 mil dólares. Sin más que decir - Derramo toda la sangre sobre el cuerpo casi desnudó del niño. - comencemos.

En este punto todos los hombres se alejaron del lugar y se escondieron detrás de los árboles. Cada uno de ellos se organizó de forma casi perfecta rodeando el árbol donde se ubicaba Abiel y dejando el lugar totalmente despejado. Cada uno de ellos con estupenda concordancia lanzaron cinco disparos al aire.

Esperaron pacientemente colocados en posición, listos para disparar y pocos minutos después se escuchó el aullido de un lobo, mientras se podía observar a algunos lobos saliendo desde detrás de los árboles, sumidos en la oscuridad. Cubiertos por su negro pelaje, y siendo muy visibles por sus brillantes ojos.

En este juego: Debían atraer a una manada de lobos haciendo ruido hasta que se acercaran lo suficiente y vean o huelan a la llamada presa. Siempre toman como presa a algún niño que vean en la calle, pero para que fuera aún más divertido drogaban a los niños para lograr que sus sentidos se agudizaran. Así podían escucharlos gritar de dolor o simplemente de miedo. Aunque a veces era tanta la cantidad de la droga que se producía el efecto contrario, el niño perdía por completo o a medias la sensibilidad. El juego se basaba en matar la mayor cantidad de lobos cuándo estuvieran lo suficientemente cerca de la presa, pero sin permitir que esta fuera tocada por los lobos. Era sin duda un juego espeluznante y macabro.

Los lobos se acercaban despacio, rodeando al chico y de un momento a otro comenzaron a saltar hacia él. Los disparos retumbaban por todo el lugar. Abiel no paraba de gritar, aunque el ruido de los disparos ahogaban aquellos gritos. Su respiración se dificultaba por toda la sangre que llegó a entrar a sus pulmones. Su vista también fue afectada. Quería escapar de ahí, estar muerto habría sido mejor que estar en ese lugar.

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