Era de noche, y en la oscuridad de ningún lugar yacía un silencio a punto de romperse en la lejanía. El aire era denso, cargado de humedad por el calor y el penetrante olor
que desprendían unos cuerpos que luchaban unidos y a la vez de manera
individual por alcanzar un mismo final; gemidos roncos y profundos en contraparte a los jadeos que estallaban a segundos, caricias intensas y besos voraces, corazones con latidos desbocados, respiraciones agitadas y miradas nubladas por toda la pasión que se desprendía.
Sentía cómo las uñas de ella se clavaban en su espalda, cómo su
piel era corrompida con la brusquedad a la cual le sometían esas uñas y que le inexplicablemente le llenaban aún más de placer, cada surco nuevo que formaba en su prominente espalda más excitado se sentía; de la misma forma la mujer bajo su cuerpo se abría cada vez más deliciosamente para él, para recibir su
miembro una y otra vez, sin descanso, sin darle una tregua, necesitaba eso, necesitaba liberarse, aunque fuesen unos segundos, aunque esa felicidad de tener la mente en blanco, de no pensar en nada, sin pasado, sin presente y sin futuro, le durase solo un instanteeso le daría un poco de consuelo a su vida caótica y sin sentido.
El placer siempre había sido el mejor remedio, eso lo había descubierto desde muy joven cuando apenas era jóven,
siempre metido en problemas y lleno de tantos demonios. Solo tenía catorce años cuando conoció el poder que poseía el cuerpo de una mujer, cuando tembló
aferrado a uno y tuvo ese instante sagrado y único que se volvió su vía de escape, una completa adicción.
Nunca había encontrado algo más que no fuese un desahogo, no había probado ese elixir de dioses del cual hablaban los poetas, no se
habían abierto universos llenos de luces ante sus ojos, tampoco había escuchado el canto de las sirenas u orquestas de ángeles. Cuando su
cuerpo estallaba de placer, solo había una luz que lo cegaba y lo dejaba flotando
unos segundos, el privilegio de un latido que no le pertenecía a nadie,
eso muchas veces resultaban egoístas, lo abandonaban dejándolo en su solitaria lucha interior dejándolo solo en una cama lúgubre de cualquier hotel o piso de citas.
Quizás era su culpa, siempre se esmeraba en hacerlas sentir
deseadas, por darles placer incluso a costa de sus propias ansias, se
controlaba y con cuidado iba construyendo el momento para que se entregarán a él en cuerpo y alma, su hambre de sexo era tan insaciable que siempre lo acababan abandonando.
Había llegado su momento y lo disfrutaría como estaba acostumbrado a hacerlo, con intensidad. Después de verla parpadear y que sus ojos verdes le entregasen esa mirada cargada de satisfacción demostrándole que había cubierto sus expectativas, él se lanzó a terminar en su propio placer.
Hundió sus manos en el cabello dorado como los rayos de sol y se fundió en esos labios rosados, tiernos y tan sensuales que se abrieron para él
al tiempo que sus caderas marcaban el ritmo exacto, el empuje justo, la profundidad y la fuerza que lo llevarían a su liberación.
Mientras que ella bajo su cuerpo lo envolvía con sus piernas para facilitarle las cosas, moviéndose a contra punto, jadeando a su oído
cuando él liberó sus labios. Ella le brindaba caricias que lo hacían estremecerse y apurar la marcha, todo un torrente de sensaciones viajaba a través de sus venas, acumulándose en su punto más vulnerable
en ese momento, todo se concentraba justo allí, un gemido ronco le
anunció que no tardaría en llegar al final.
Ella también lo supo y buscó su propio camino al climax una vez más, saliendo a su encuentro. Le gustaba eso en una mujer, que fuese decidida, valiente, primitiva, con la suficiente libertad para salir
en busca de eso que sin lugar a dudas era suyo, tan suyo como lo era de él.
La lujuria lo consumió todo en cuestión de segundos, solo se
escuchó un grito de ella y un jadeo de él, después se sumieron en ese instante de paz absoluta y sus cuerpos cansados cayeron agotados por tan pronto actividad
en el silencio de la noche. La unión terminó y ambos se tendieron uno al
lado del otro, con sus miradas clavadas en el techo, tan lejanos que era
imposible creer que minutos atrás fueron uno solo.
Ella tenía una sonrisa en los labios y una mirada de ensoñación.
Él solo sentía un gran vacío que le abría el pecho, su instante de paz había pasado y como siempre después de que conseguía llegar al climax, no quedaba nada.
—Fue maravilloso —susurró ella rodando de lado para mirarlo, se
acercó y le dio un beso en la mejilla mientras le acariciaba el pecho sutilmente.
Bradley solo dejó ver media sonrisa y deslizó sus dedos por el sedoso cabello, un acto mecánico que llevaba tanto tiempo haciendo
que ya le salía con una naturalidad asombrosa.
No la miró y sabía muy bien por qué no lo hacía, no deseaba sentirse
un desgraciado consciente de que ella esperaba más, no quería responderse lo que eso había sido ni siquiera a él mismo.
Ella comenzó a temblar con más fuerza y se arqueó atrapando su boca en un beso tan desesperado que dolía, se tensó y luego liberó un grito que terminó en sollozos, él supo que había que ya no había vuelta atrás,
tal como siempre hacían las mujeres, se marchaban primero; incluso para la mujer que suspiraba sobre su pecho volvería a ser asi, él solo fue un escape, un acto banal, solo carne, saciar un apetito, algo
básico y sin mayor trascendencia.
—Brad… ¿Sucede algo? —preguntó al ver el silencio en él.
—No… solo pensaba —contestó sin mucha emoción.
—¿En qué? —inquirió interesada.
—En todo y en nada… ¿Sabes en qué radica que muchos me consideren un hombre misterioso? —cuestionó buscando su mirada,
mostrando una leve sonrisa.
—No —contestó ella con la mirada brillante, apoyándose en su codo a la espera, como si le fuesen a revelar un gran secreto.
—En que nunca digo lo que realmente pienso o lo que siento, allí
radica mi enigma —respondió dejando libre un suspiro.
Al ver que ella iba a protestar se acercó para darle un beso y callarla,
dominarla con ese arte que había aprendido tan bien para hacerlas callar y que no le cuestionaran.
Dos horas después ella dormía profundamente de espaldas a él. Bradley suspiró cerrando los ojos un instante, su cuerpo saciado no reaccionó ante la imagen del cuerpo desnudo de la mujer que tenía a su lado, a pesar de que ella poseía una belleza por la cual muchos matarían.
Sin embargo, no sería la causante de su muerte ni de sus desvelos, no derramaría nunca una lágrima por ella, su vida seguiría siendo la misma incluso si llegara a abandonarlo, ella podía levantarse en ese instante y salir por la puerta sin mirar atrás y él no la detendría, no lo haría jamás porque si no pudo detener a la única mujer que había amado en su vida, no lo haría con ninguna otra.
Después de estar unos minutos perdido en sus pensamientos se puso de pie completamente desnudo y caminó hasta la ventana con vista a la cada vez más creciente ciudad de Madrid. Apoyó su
antebrazo en el cristal, dejando que su frente descansara en el dorso, al
tiempo que su mirada de un color gris llamativo se perdía en algún punto lejano, una vez más ese sentimiento de vacío se apoderaba de él, esa sensación de estar flotando a la deriva, sin tener nada a lo cual aferrarse, sin pertenecer realmente a algún lugar.
No sabía en qué momento había llegado hasta ese punto, tampoco entendía cómo manejar esa situación y lo peor era que no encontraba la manera de escapar, solo sentía que cada vez se hundía más y más en un profundo abismo del cual no veía el final.
Un nuevo suspiro apenas perceptible se estrelló contra el cristal que en ese momento le devolvía su reflejo, el reflejo de un hombre que ya
no reconocía, que se había convertido en un completo extraño, cada vez le daba más miedo descubrir quién era ése hombre que se reflejaba ante él, a dónde lo llevaría; ya no podía descifrar lo que sentía, ni predecir lo que quería, solo de una cosa estaba seguro y era que cada día el extraño que en ese momento lo miraba a los ojos ganaba más espacio en su interior.
Angela admiraba el trabajo bellamente caótico del hombre que la había llevado hasta ese lugar, perdida entre colores, formas y figuras
que quizás para muchos no representaban nada, pero para ella lo eran todo, esos laberintos que se parecían tanto a su alma. Que irónico que
él pudiera representarla con tanta exactitud sobre un lienzo, era como si nunca se hubieran alejado del todo.
Allosyus había estado siempre presente en esencia, podía sentirlo en el denso aire que se respiraba en esa galería, así como podía ver el reflejo de su propia alma plasmada en cada cuadro, con las tinieblas, el dolor, el odio y la frialdad que se habían apoderado de ella desde aquella maldita noche, esa trágica noche en la cual su mundo entero cambió,
su corazón se transformó y se congeló.
Sin embargo, así como el odio, el dolor, la soledad y la oscuridad no se fueron, tampoco lo hizo el amor, lo seguía amando con todo lo que
llevaba dentro, con cada fibra de su cuerpo, con cada latido de su corazón, ella lo amaba.
–Buenos días, ¿puedo ayudarla en algo?
Preguntó una voz a su espalda. Se había sumido en sus pensamientos de tal modo que no lo sintió llegar, eso jamás le sucedía,
al menos no desde hacía mucho. Se volvió muy despacio para descubrir tras ella a un hombre de unos cuarenta años, esbozó una ligera sonrisa acercándose a él y le extendió la mano a modo de saludo.
—Mucho gusto, Angela… Landon. —Se presentó y no supo qué
la impulsó a hacerlo con su nombre real—. He venido por el anuncio en el grupo de Facebook —agregó mirándolo a los ojos.
El hombre tenía cuarenta y ocho años exactos, francés, de
clase humilde y era una buena persona, pero su adicción al tabaco le ocasionaría graves problemas en los pulmones en un par de años, a lo
sumo tres. Todo eso pudo adivinarlo con solo tocar su mano y mirar
en sus ojos, que eran de un verde claro.
Después de unos minutos hablando con el que se suponía que era su superior a través de su teléfono de empresa, se volvió a dirigir hacía ella.
—Por supuesto señorita Landom, por favor venga conmigo… la llevaré hasta la oficina del señor Montier.
Le indicó que lo siguiera y caminaron por un largo pasillo. Durante su trayecto pudo contar seis puertas a cada lado, eran los estudios de
cada artista que trabajaba en esa galería, ya había estado en ese lugar la noche anterior, pero no lo encontró a él.
La puerta al final pertenecía al director del lugar Luca Montier,
era uno de los artistas plásticos de mayor renombre en la ciudad de
Paris . Había abierto esa galería para presentar en un principio sus obras, pero los años dedicado a la pintura le habían pasado la
cuenta; su visión había comenzado a desmejorar desde hacía un tiempo,
por lo que se vio obligado a dejar de lado su pasión.
Sabía lo dura que podía llegar a ser las redes sociales y la prensa hoy en día con los
artistas caídos en desgracia, por lo que buscó mantener su secreto a
salvo y no volverse la comidilla de la ciudad. La solución fue abrir las puertas a nuevos talentos que presentaran las exposiciones que él no podría, de esa forma lograría mantener el lugar activo y sus obras
también.
El lujoso auto dorado se desplazaba por las calles de Paris a una velocidad considerable como siempre solía hacer, tal vez porque ese era uno de los pocos momentos en los cuales se sentía libre, ése y cuando se encerraba en su estudio para crear una nueva obra, cuando sentía que se metía en la piel de alguien más; toda su vida había anhelado eso, ser alguien más. Alguien distinto a quien era, liberarse de la condena que le había tocado llevar desde mucho antes de nacer por ser el
resultado de un amor prohibido y frustrado, parecía estar
irremediablemente obligado a tener la misma suerte.
Parecía que su destino le estaba obligando a ser un fracasado en el amor, a no ser parte de otra persona, a no
ser el comprendido por un igual, el alma y el corazón de alguien más, eso jamás le
sucedería a él. Debía aceptarlo y dejar ir de una buena vez ese sentimiento que aún lo mantenía atado a un pasado que no tenía cabida
ni sentido en su presente y futuro.
Llegó hasta la galería, se encontraba caminando por el largo pasillo que lo llevaba a su estudio, cuando una fuerza mayor lo hizo seguir de largo hasta llegar frente a la puerta de su maestro. Elevó la mano para llamar, aún sin saber qué le diría, quizás se excusaría mencionando que
deseaba saludarlo; la verdad era que había sentido la necesidad de llevar sus pasos hasta ese lugar sin saber el motivo, era como si algo o alguien en el interior del despacho lo atrajera.
Luca miraba directamente a los hermosos ojos de la joven frente a él, era como si no pudiese escapar de ese par de iris que no mostraban
un color específico, lucían un oscuro tono gris en ocasiones o un claro y bello azul cielo en otras, todo dependiendo la luz que los tocase cuando ella asentía o ladeaba su cabeza, lo que provocaba una especie de hechizo en él.
—Básicamente ése será el trabajo que deberá cumplir en este lugar señorita Landom, como verá no es mucho pero tampoco es fácil…
algunos artistas son bastante exigentes, son caprichosos y malhumorados; aunque también son buenas personas, son generosos… incluso comprensivos. Puede que todo esto le suene algo absurdo dentro de su definición viniendo de las mismas personas, pero todo depende del
estado de ánimo que presenten en ciertos momentos —hablaba con ese tono de voz calmado que le caracterizaba.
—Lo entiendo perfectamente señor Montier… los pintores no son las únicas personas volubles en este mundo —expuso ella mostrando media sonrisa y un brillo especial en la mirada.
—Cierto, bueno si no tiene ningún problema con ello o con el salario, el trabajo es suyo —mencionó manteniéndole la mirada fijamente sin exponer sus pensamientos.
—Estoy de acuerdo con lo que me ofrece señor
Mortier, le agradezco la oportunidad que me brinda e intentaré no defraudarlo… —fue interrumpida por un suave golpe en la puerta.
Ella sintió de inmediato que la atmósfera cambiaba, el aire se volvía
insoportable a su alrededor y su corazón comenzó latir a mayor velocidad, podía sentirlo, aún a través de las paredes lo percibía, sabía que era él, quien estaba tras esa puerta lo conocía perfectamente, su cuerpo tembló como años atrás, como cuando…
—Adelante —ordenó Luca posando su mirada en la puerta.
Por la manera de tocar ya sabía de quién se trataba, le mostró una sonrisa a la chica, pues la vio tensarse y eso lo desconcertó.
—Buenos días Luca.
El espacio se llenó de un tono de voz que era más fuerte y profundo que la de su anterior interlocutor, mostrando la seguridad y elegancia que lo caracterizaba, el mismo que derretía a muchas mujeres. Tal como había presentido, alguien más se encontraba junto a su amigo y su mirada se ancló de inmediato en la mujer sentada de espalda a él.
—Hablando de artistas complicados… —habló por lo bajo en tono cómplice para la señorita y después en voz alta agregó—. Buenos días Brad, pasa por favor… precisamente te estaba esperando, como no sabía si ibas a venir hoy tenía pensado mandarte un WhatsApp o un correo, tengo algunos puntos que discutir contigo, pero antes déjame presentarte a la
señorita Landom —indicó poniéndose de pie y haciendo un ademán hacia la chica.
Ella apenas logró moverse para mirar a los ojos del pintor, a esos ojos que recordaba perfectamente, incluso después de tantos años, ese hermoso par de ojos grises parecían traerla a la vida… borrando aquella última imagen que había quedado grabada en su memoria cuando los vio quedarse sin luz una fría noche de noviembre, tuvo que contener un jadeo cargado de dolor y alegría al mismo tiempo.
Tantos años, tanto sufrimiento, odio, toda la oscuridad cerniéndose sobre ella, lanzándola a un abismo, al mismísimo infierno donde se
sintió al haberlo perdido, pero… él estaba ahí de nuevo frente a ella, sin apartar la.mirada de ella.
Bradley se quedó observando un instante a la hermosa mujer, incapaz de apartar su mirada de los ojos claros que brillaban con una luz especial, a simple vista se notaba normal, tez blanca, en realidad pálida, aunque se podía adivinar que debió tener un tono más saludable
años atrás, pero le hacía falta sol para poder lucirlo con esplendor,
cabello largo, espeso y negro que se encontraba recogido detrás de su nuca en un moño trenzado; rasgos finos y hermosos, la verdad era que había en ella una belleza innegable, como pintor podía reconocerla en el mismo momento en que sus ojos se posaron en la mujer, pero su estilo anticuado ocultaba todo su potencial.
—Encantado señorita, Bradley Sincler. —Se presentó
ofreciéndole la mano, ella parecía haberse quedado congelada en sus pensamientos y no parecía darse cuenta del gesto.
—Angela Landom —esbozó levantándose para recibir la mano apresuradamente saliendo de su ensimismamiento.
En el mismo instante en el cual la tomó, sintió una enorme fuerza recorrer su cuerpo, la sangre volvía a cantar llena de vida por sus venas, sus pulmones se llenaban de aire, sus ojos tenían ese brillo que enamoró a muchos hombres, ese que fue quizás su mayor virtud y también su mayor desgracia.
Todo su cuerpo vibró de emoción ante la certeza de que era él, su Aloysius, su lord Aloysius Landom, su amado esposo. Seguía conservando los mismos rasgos, su cabello cobrizo, rizado y abundante, dejó ver una sonrisa y su mirada viajó hasta los perfectos labios masculinos recordando lo maravilloso que se sentían cuando se posaban sobre los suyos o cuando se deslizaban por su piel, la imagen
fue tan vívida que la hizo temblar y su piel se calentó en tan solo un segundo, consciente de que se había sonrojado, ¿sonrojado? Se cuestionó
emocionada y su sonrisa se hizo más efusiva al experimentar de nuevo esa sensación que creía olvidada.
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