Inglaterra.
Elizabeth estaba asomada por la ventana de su aposento desde hace un rato. Con impaciencia, esperaba noticias sobre su suerte, sabía que independiente de lo que pasara ese día, ella se convertiría en el trofeo de la paz entre los York y los Tudor, las rosas blancas y las rosas rojas. Su mano iba a ser entregada al vencedor de la guerra, así como se entregan tierras, dinero o incluso los animales. Toda su vida se había convertido en una mercancía que cualquier cazafortunas podría comprar y llevársela consigo.
Con la derrota de la Casa de York en la guerra y el advenimiento de los Tudor al trono, todos los miembros de la vencida dinastía corrían peligro de muerte. Los príncipes Edward y Richard, a penas unos niños, fueron encerrados en la Torre por cómplices de los Tudor, nunca más se les vio hasta que se informó de su muerte. El Rey Richard III, llevó al país casi a la quiebra y acabó muerto en la guerra. La única manera en que la Casa York se mantuviera a salvo era mediante una alianza estrecha y duradera; ese pacto debía ser con un matrimonio. Elizabeth, la hija mayor del Rey Edward IV, era la candidata ideal para sellar el acuerdo con Henry Tudor y toda su dinastía.
Si tan sólo su padre estuviera vivo, las circunstancias de su futuro boda serían tan distintas. Quizás sería Reina por derecho propio, haría uso de su voluntad y poder para deshacerse de los traidores a su familia y podría casarse con un hombre honrado y a la altura de su linaje y rango.
—Lizzie, tengo buenas noticias, Henry Tudor ya está en tierras inglesas. En unos días más estará aquí para oficializar vuestro compromiso.
Su madre, Elizabeth Woodville la reina viuda, había prometido a su hija en matrimonio al hijo de su enemiga, Margaret Beaufort, con el acuerdo que el ejército Tudor venciera al rey Richard III, el hombre que trajo la ruina al país y a la Casa de York. La unión de los dos hijos sería una representación de paz y armonía para el pueblo inglés.
—Se supone que debo estar feliz porque pronto veré la cara del asesino de mi tío y mis hermanos. Y mi despreciable futuro marido
—¡Elizabeth! No quiero que vuelvas a repetir eso, tus hermanas te pueden oír. Sabes que no tenemos otra opción. Los Yorks caímos en desgracia por culpa de Richard y perdimos él trono de Inglaterra. Solo tú, mi princesa, puedes recuperar él poder para sus legítimos dueños y castigar a quienes me arrebataron a mis hijos Edward y Richard.
Lizzie ya se sabía esas palabras de memoria, sonaban como un puñal a su alma y su madre se encargaba de recordárselo constantemente.
—Ya mi lo sé mi lady madre. ¡Soy él maldito peón de mi familia en este juego! Si mi padre o mi tío estuvieran vivos, jamás hubieran aceptado que me uniera a los bastardos Tudor sin linaje- exclamó Elizabeth mirándose al espejo y conteniendo su rabia.
—Controla tus palabras Lizzie. Has nacido princesa y debes aceptarlo. Es tu deber casarte con Henry Tudor para protegernos, en especial a mí y tus cuatro hermanas.
Por voluntad divina, serás la Reina de Inglaterra, deberías estar feliz por tener un futuro así de glorioso.
La reina viuda había puesto sus ambiciones en su hija mayor. Los conflictos con su fallecido cuñado la habían llevado a decidir unir fuerzas con los Tudor para destronarlo. Ahora su hija Elizabeth debía casarse y poner en marcha él plan de expulsar a los Tudor del Reino.
Elizabeth suspiró de ira, maldijo una vez más su destino y su condición, envidió a sus hermanas menores y deseó que Cecily, la que le seguía en edad, estuviera en su lugar. Le habían quitado a los miembros más queridos de su familia
— Soy la princesa del Reino, la verdadera heredera al trono. Nací como hija de reyes, nunca un miserable asesino será mi rey, ni mucho menos mi esposo.
Elizabeth Woodville, se puso detrás de su hija frente al espejo y le ordenó:
—Enfría tu corazón hija mía, sólo así lograremos nuestro propósito. Recuerda quien eres.
Te espero abajo para un aperitivo, salir de esta habitación te hará bien querida mía.
La puerta se cerró, Elizabeth soltó unas lágrimas y deseó que su esperado prometido pudiera ser asesinado durante su viaje. Por ahora solo quedaba decidir ser fuerte, sacar fortaleza de las flaquezas y dejar de soñar con utópica felicidad.
Cinco días más tarde, llegó una comitiva portando el estandarte de la Rosa Roja con un mensaje del Rey Henry, anunciando que en dos días estaría en él Castillo Rivers para oficializar el compromiso con la Princesa Elizabeth de York.
Elizabetht Woodville se emocionó más que la misma futura novia. Ordenó que se prepara todo para recibir al rey y futuro yerno.
—Elizabeth, hija mía quiero que uses él vestido calipso. Indicaré que te preparen un baño de rosas y apartaré las joyas que usarás. Quiero que Henry Tudor quedé deslumbrado por ti.
—Tendrás que solicitar que le cambien la expresión de su cara madre, dijo Cecily en tono burlesco- pareciera que Lizzie va a recibir a su verdugo y no al rey de Inglaterra.
Elizabeth miró con enojo a su envidiosa hermana, si fuera por Cecily estaría feliz de casarse con el monarca, aun sabiendo que era su enemigo y un asesino.
—¿Por qué no te preparas tú entonces? Y le decimos al Tudor que hay una princesa desesperada y ansiosa por desposarlo.
Una princesa con escaso juicio y un soberano asesino. La pareja perfecta ¿No lo crees hermana?– arqueó una ceja sonriendo
—Ambas paren de discutir. Cecily, si no tienes algo ingenioso para decir, cierra la boca y tú, Lizzie ve a prepararte. Beth, lleva a la princesa a su baño.
\*
En Londres la capital del reino, Henry Tudor era coronado Rey de Inglaterra, Gales e Irlanda en la Catedral de Westminster .
Su religiosa madre, Lady Margaret Beaufort veía cumplido sus anhelos y ambiciones; su preciado y lejano hijo sería el instrumento para castigar y acabar con sus enemigos de la Casa de York y otros que tenía entre los nobles. Henry apenas sería el peón que cumpliría sus órdenes y mandatos.
–Su Majestad, no sabes la alegría que siento de verle coronado. Esperamos mucho tiempo para esto– declaraba Jasper Tudor.
–Tío Jasper, no me llames así, para ti siempre seré Henry. Eres como mi padre y eso es más importante que los protocolos aburridos que debemos seguir- sonrió Henry y abrazó a su tío.
-¿Creo que la corona te pesa o no?- río el tío – es mucho el peso que llevas ahora sobre ti. Tu trono, tu reino, tus súbditos y... tu reina.
Henry no respondió, fijó unos instantes su vista en el anillo con el escudo real inglés, que llevaba en su mano, luego alzó los ojos y observó el estandarte con la rosa blanca que colgaba en el salón del trono. Realmente se olvidaba que lo habían comprometido con la heredera de la dinastía York
–Mi madre arregló ese matrimonio con la princesa de York. Hay más princesas en Europa que podrían ser adecuadas, dignas e incluso mejores para el puesto de Reina Consorte. Pero ahí está de nuevo Lady Beaufort, siempre imponiendo lo que considera que Dios revela en sus oraciones.
–Henry, dudó que haya una mejor candidata que Elizabeth de York. Es la heredera de Edward IV, tuvo una educación finísima y desciende de reyes ingleses. Además, posee una belleza excepcional, dudo que haya una chica que se le compare en toda Inglaterra y Europa. Es justo como te gustaría a ti.
Y es tu deber cumplir con ese compromiso, asumido antes de la guerra. Los nobles te apoyaron con la condición que te casarías con Elizabeth de York
Jasper se fue unos minutos para dejar solo a su sobrino en el gran salón real. El mancebo Rey necesitaba pensar y definir en solitario sus pasos a seguir
Los pensamientos de Henry estaban perdidos en la imagen mental que tenía de su futura mujer: ¿Sería igual a como la recordaba?, ¿Ella conservaría ese fuego en los ojos, que quedó grabado como un sello en su memoria y, que veía cada noche en sus sueños? La vio una única vez por casualidad. Un encuentro bastó para dejarlo sin aliento y con el alma hechizada.
El corazón de Henry comenzó a latir con fuerza por los agradables recuerdos vinieron a su mente.
–No, no me debo dejar llevar por las emociones–creyó con firmeza– Lo único que me importa es que esa mujer me sea leal, se someta a mi autoridad y me dé un heredero. El resto solamente es basura e inútil sentimentalismo, no me interesa quererla o que ella me quiera a mí. El amor es exclusivamente charlatanería. Este matrimonio es una decisión política.
\*
Aunque, no dejaba de estar ansioso, ya que dentro de dos días, tendría ante sí a la mujer cuya hermosa y pedantería no podía borrar de su cabeza ni de su corazón. Esa imagen reaparecía cada noche al cerrar sus ojos como la ilusión más hermosa que había visto. Sin embargo, tenía la certeza que Elizabeth de York era como todas las mujeres: coquetas, frívolas, sentimentales y débiles; aparte de su alabada belleza no habría nada más extraordinario en ella.
Elizabeth divisó a lo lejos el estandarte real, a medida que se acercaban pudo distinguir apenas algunos soldados que custodiaban un carruaje. Al verlos llegar a las puertas del castillo Rivers quiso llorar y escapar de aquel lugar, se repitió que era imposible, su destino ya estaba sellado debido al peligro que corría su familia y parientes. Debía pensar en algo astuto y simple para poder librarse del anillo matrimonial.
Su doncella Beth la vino a buscar para conducirla al salón principal. Se miró al espejo y recordó las veces en que su padre le repetía que era la chica más hermosa del reino y que ella era su mayor orgullo y alegría. Respiró profundo y salió de sus aposentos.
—Hija mía, hoy te ves realmente hermosa, él Rey va a quedar arrebatado por tu belleza– exclamó entusiasmada la reina viuda— No olviden sonreír y mostrarse orgullosas hijas mías, son hijas de reyes, tampoco olviden que los Tudor son inferiores a ustedes en linaje.
Elizabeth Woodville estaba cerca de la puerta, aguardando que él criado la abriera. Cinco pasos atrás estaban las princesas ubicadas por orden de nacimiento en fila. Cecily deliberadamente se ubicó un paso más adelante para ser vista con más claridad.
*
La puerta se abrió, entró una mujer mayor de unos cincuenta años y luego, apareció un hombre de 1,85 cm de estatura, veintiséis años de edad justos, cabello rojizo oscuro con algunos rizos que destacaban más gracias a la corona, ojos azules casi celestes, rostro alargado de tez blanca que era rodeado con la amplia barba. Llevaba camisa de terciopelo color negro junto con una capa hasta las pantorrillas de color rojo. El traje sacaba a relucir su escultural cuerpo. Henry Tudor, sin duda, era un espectáculo de atributos que cualquier mujer podía disfrutar y sentirse afortunada de tenerlo como esposo.
Todas en la sala se inclinaron ante él rey, con excepción de una… que captó inmediatamente la atención del monarca.
— Buenos días, Su Alteza Real…Princesa Elizabeth— exclamó él rey acercándose un poco a ella y mirándola a los ojos.
—Buen día, Su Real Majestad— respondió Elizabeth inclinándose pero sin bajar su firme mirada.
—Bienvenido Su Majestad, es honor tenerlo aquí — la reina viuda le ofreció una copa de vino de Borgoña— Lady Margaret sea bienvenida al Castillo Rivers.
—Gracias. No sabía que eran tantas las princesas York. Ha sido bendecida con una amplia descendencia yorkista — respondió fríamente Lady Margaret.
Mientras sostenía bebía de la copa, los ojos de Henry estaban fijos en su futura esposa. Si bien, todas las hermanas tenían una belleza innegable, Elizabeth sobrepasaba a todas. Era más alta que el resto, media más de 1,70 cm, había cumplido veintiún años hace poco, tenía él rostro redondo pero bastante proporcionado y agraciado, de tez blanca con las mejillas levemente rosadas, su hermoso cabello cobrizo intenso era lo que la diferenciaba de sus hermanas que eran todas rubias y sus ojos eran de un brillante azul oscuro similar al inmenso océano. Ese vestido calipso que llevaba le sentaba de maravilla y hacía destacar su esbelta figura con curvas y, su perfecto y proporcionado busto. Una sencilla tiara de diamantes decoraba su cabello largo y suelto.
Decir que él rey estaba hipnotizado por la mujer que tenía ante sus ojos no era suficiente, pues las sensaciones que experimentaba dentro de sí lo tenían embelesado y confundido; desde el momento en que la tuvo ante él la deseó, se prometió que la haría suya. La visualizó desnuda en su cama, vibrando de la satisfacción que él le diera en sus investidas y gritando su nombre en medio de jadeos.
—Deseo tener una audiencia a solas con la Princesa Elizabeth. Rogaría a la reina viuda me lo permita…mi lady madre, por favor — ordenó él Rey.
Elizabeth se puso tensa cuando vio que se quedó a solas con el monarca, a pesar de eso decidió mostrarse firme, sin titubeos y no dejarse avasallar.
—Por fin, solos tú y yo. Creo que es mejor dejar los protocolos entre nosotros para poder entendernos— Henry se acercó para acortar la distancia y así poder observar su rostro con más claridad.
— El soberano tiene razón, pienso que es necesario que dejemos de fingir y sacarnos las máscaras.
—Sabía que eras petulante— sonrió con malicia —Vayamos a lo que interesa: nuestra unión ya está decidida, pronto yo tendré a mi esposa, Inglaterra a su reina y tú conservarás tu honor intacto.— Henry caminó alrededor de la princesa sin quitarle los ojos de encima.
—Su Majestad comete un error… mi honor está intacto. No sé si puedo decir lo mismo de quien obtuvo el trono, asesinando a un rey legítimo ¿No lo cree usted? —. Elizabeth juntó las cejas con una expresión de seriedad impávida.
La cara del rey se transformó por la ira, tensó los labios por él enojo y con brusquedad agarró él brazo de Elizabeth y la acercó a él, quedando apenas unos centímetros entre los dos. Pudo notar como sus pechos chocaban contra sus pectorales, el corazón de ella latía fuerte al igual que el suyo. Observó sus expresivos ojos azules, brillantes que podían hechizar hasta él más insensible de los hombres. Elizabeth se movió en vano para soltarse, pues él la sujetó con más fuerza.
—Escúchame mujer insolente, te podría mandar a decapitar por lo que acabas de decir. Nos casaremos como se acordó, le daremos a Inglaterra la unión de las casas reales y nos sentaremos en él trono para reinar, tal como se fijó.
—¿Piensa que tengo miedo? Está muy equivocado. Aunque tiene razón, este matrimonio sólo será un trato, seremos rey y reina no marido y mujer; mostraremos la farsa de la pareja real unida al reino, pero en privado cada uno tendrá su vida por separado. No obstante, este trato tendrá fin cuando en Inglaterra haya paz y estabilidad.
—¿A qué te refieres con eso que "tendrá fin"? Sabes que él matrimonio es para siempre. No tienes ninguna salida que casarte conmigo y ser mi esposa hasta él final de tus días
—No necesariamente. A su debido tiempo sabrá la razón. Siempre hay una solución, incluso en las peores situaciones.
—Está bien. Solo que respecto a que no seremos marido y mujer, lo discutiremos después, querida Elizabeth. No creas que no haré valer mis derechos como tu marido ya casados. Nunca una mujer se ha negado a mi.
—No, Su Majestad. Ya es un hecho. Jamás voy a ser suya
Él volvió a sujetarla del brazo para atraerla a sí mismo. Hasta casi podía sentir él aliento agitado de la dama, era evidente que había una acumulación de rabia en su interior. Henry acercó su boca para besarla, si embargo ella entró los labios lo más que me le dieron las fuerzas, a él le hizo gracia el gesto y se limitó a llevar su nariz hacia el cabello que emanaba un embriagador aroma a rosas.
Elizabeth tuvo que admitir que su cercanía la ponía nerviosa y confundida, pues era primera vez que tenía a un hombre tan próximo y, debía empezar acostumbrarse a esa realidad. Pensó que jamás podría desarrollar sentimientos hacia Henry Tudor, él era su enemigo y se casaba para poder vengarse. Aún así, reconoció que su futuro marido estaba lejos de ser un hombre horrible. Tenía un rostro varonil de hermosas facciones, labios gruesos y brillantes, sus ojos eran grandes con amplias pestañas. Cualquier mujer se podía sentir atraída por él. Pero Elizabeth no era él caso, no sabía lo que era amar, tampoco lo descubriría en este matrimonio; era consciente que su enlace era asunto de Estado, mas no en las actuales circunstancias.
La soltó, de lo contrario, no se habría resistido a besarla. Luego, le estiró caballerosamente la mano…
—Anunciemos a nuestras familias entonces que nos casaremos en una semana — dijo Henry sonriendo.
—Tenemos un trato, Su Majestad — afirmó Elizabeth con ironía.
Las campanas de la Catedral de Westminster no paraban de sonar. La hora de la boda entre él Rey Henry Tudor y la Princesa Elizabeth de York ya se aproximaba.
Eizabeth se acabó de arreglar. Realmente lucía hermosa. Su vestido de seda francesa con mangas campanas de color blanco nieve, cristales en el corpiño, y abertura al centro de la falda la hacía parecer una verdadera visión y destacaba su esbelta silueta con curvas. Se negó a recogerse el cabello y a llevar la banda roja que le había enviado la madre del Rey. En cambio, se puso la tiara de diamantes con una rosa blanca grabada que le había regalado su fallecido padre y encima colocó un velo de color blanco que caía por todo su cabello hasta los pies.
—Hija mía, te ves radiante como la luna, no habrá nadie en toda Inglaterra que no hable de tu belleza.
Ya es hora de irnos a la catedral, tus doncellas están esperando— afirmó Elizabeth Woodville.
—Me complace que estés satisfecha, todo esto es gracias a ti. Definitivamente, soy él esclavo que actúa bajo tus órdenes y deseos…
—Quiero que me escuches — la madre sujetó él mentón de su hija — este matrimonio es garantía de salvación, toda tu familia será muerta si no te casas. Ya acabaron con tus hermanos, no permitiré que hagan lo mismo con nosotras. Obtendremos nuestra venganza a través de esta boda. Eres una York, nunca te olvides de eso. Y si pierdes él camino, siempre estará tu madre para guiarte.
— Vamos entonces, no quiero retrasarme en mi propio funeral…
El séquito de la novia llegó a la puerta de la catedral y avanzó por un amplio pasillo hasta el altar. Había nobles de todo el reino, incluso toda la familia York fue invitada; él Rey quería que fueran testigos de la unión entre las dos dinastías rivales.
Lentamente, Elizabeth comenzó a caminar por un amplio pasillo hasta él altar. Llegó a la cámara sacra, miró con ira a todos sus parientes que estaban allí en el lugar de la novia y luego a su futuro marido que no podía apartar la vista de ella.
Henry estaba vestido con unas calzas color marrón, una capa roja de fino terciopelo, una túnica blanca con pliegues en las mangas y una corona con cruces de oro con rubíes y zafiros incrustados. Se llenó de rabia cuando observó que Elizabeth no llevaba la banda roja y, usaba un velo absolutamente blanco; aunque quedó sin palabras al notar cuán hermosa estaba. En ese instante deseó que llegara pronto la noche de bodas
Ambos novios tomaron su lugar, el sacerdote les pidió arrodillarse para recibir la bendición matrimonial. La novia estiró su mano, un hermoso anillo de rubí rodeado de pequeños diamantes fue puesto en su dedo, miró con enojo al novio pues sabía que el color de la piedra fue escogido a propósito. Con el fin de provocarlo, cuando le tocó colocarle el anillo a él, solo se limitó a abrirle la mano y dejar la sortija en el centro.
El sacerdote los declaró unidos en sagrado matrimonio ante toda la congregación, la cual empezó aplaudir.
Un frío y corto beso selló aquel enlace, para gusto de los nobles invitados.
*
—Ya sabes todo lo debes hacer esta noche querida hija. Tan solo déjate hacer y hazle creer que estás satisfecha y disfrutando, esa será tu mayor arma en tu matrimonio— repitió la reina viuda mientras ayudaba a su hija a entrar en la cama— Ya viene él Rey con su santa madre.
El esposo entró acompañado por su madre, sus sirvientes personales y él sacerdote, apreció a Elizabeth que hizo una reverencia con la cabeza sin mirarlo. Entró en la cama, entonces el religioso bendijo a la pareja recién casada y salieron todos de la habitación.
Henry volteó a ver a su esposa, que estaba cubierta hasta él pecho y apenas se veían los hombros descubiertos por él camisón, no había duda que ella estaba nerviosa, temblaba sin disimulo, el deseo por hacerla suya ya no podía aguantar pero se propuso ser delicado para no lastimarla.
—Elizabeth, no haré nada para dañarte, tienes mi palabra, seré gentil — la destapó— después ya no te dolerá.
—Eso si yo te permito hacerme algo…
—¿De qué demonios estás hablando? ¿Acaso necesito tu permiso para exigir mis derechos?— respondió jadeando por la furia, la sujetó del brazo con fuerza y trató de colocarse encima de ella.
Ante la ira que se dibujaba en él rostro del Rey, Elizabeth sacó con la otra mano una daga que escondía debajo de su muslo, se liberó, saltó de la amplia cama y apuntó a su cuello con el arma cerca de la vena principal.
—¡Soy capaz de acabar conmigo misma, antes de dejarme tocar por ti!— apuntó hacia él— No te rías, sé muy bien cómo usar una daga para poner fin a la existencia.
—¿Estás loca? Podría mandarte a la muerte por amenazarme.
—¡Hazlo! Vamos a llama a la guardia. Pero antes — volvió a apuntar la daga su cuello— ,acabaré yo con mi vida que de darte el gusto de matarme. Si no quieres que haga nada, me vas a escuchar lo que tengo para decirte.
—¿De verdad serías capaz de matarte? Eso es un pecado, Elizabeth. ¡Por favor baja el arma! — solicitó con un poco de temor.
—No sin que antes escuches mi demanda y la aceptes — presionó más la daga a su cuello ante la mirada incrédula de Henry.
— Primero, no estaremos casados por siempre, nos casamos sin el permiso legal del papa y este matrimonio puede anularse porque somos primos en tercer grado; por lo tanto estaremos casados por un año y seis meses, después de ese tiempo, solicitaremos la anulación del matrimonio alegando nuestro parentesco, así él honor de ambos queda protegido. Seré tu reina, te acompañaré, me sentaré contigo en él trono; me necesitas para afirmar tu gobierno en él reino y acabar con los rebeldes, mas no tu mujer no, no me vas a tocar nunca.
—¿Cómo?— Henry hundió las cejas en señal de desaprobación y asombro — No sabes que soy un hombre y soy el Rey, requiero de una mujer para que atienda mis necesidades. Eres mi esposa, por si no te quedó claro hoy en la catedral.
—Tu esposa si, tu mujer no. Eso le debe quedar memorizado en su mente, Su Majestad. No me molestará si tienes amantes, hasta mi padre las tuvo, sin embargo no esperes afecto ni mucho menos amor de mi parte. Por último, no olvides que mi nombre es Elizabeth de York, así nací y así moriré — afirmó con firmeza y sin soltar la daga.
Impactado, Henry se levantó, caminó alrededor de la cama y se puso frente a ella. Notó un leve temblor en ella, empero no titubeaba en sujetar el arma, ni sus ojos se apagaban por la evidente llamarada de coraje que ardía dentro de sí.
—Me sorprende tu valentía, ya quisiera que mis hombres la tuvieran.
—¡Soy tan valiente como cualquier hombre!. Nunca te atrevas a dudar de mi valor y mis agallas.
—Te di mi palabra que no te haría daño. Como monarca y como hombre, te doy mi palabra que aceptó tu demanda y respetaré nuestro acuerdo. Ahora, por favor — estiró la mano — dame esa daga, te puedes lastimar.
—No, este puñal se quedará conmigo, por si acaso. Tengo la sábana untada con sangre encondida en ese armario. Quemaremos esta sábana limpia y pondremos la otra. Así entregaremos la prueba del supuesto matrimonio consumado— Elizabeth guardó la daga y caminó hacia él mueble.
—Vaya, veo que pensaste en todo. ¿Alguna otra cosa escondida que yo no sepa, Elizabeth?— cuestionó Henry con una sonrisa burlona
— Soy una York ¿Por qué te sorprendes?— firmó ella con toda petulancia.
Colocaron la sábana. Llamaron a los testigos para que contemplaran la prueba de la consumación. Cercioraron que fuera efectivamente sangre y luego se retiraron de los aposentos.
Minutos después volvían a estar solos.
—Ahora puede irse a sus aposentos, Su Majestad. No compartiré él mismo lecho con usted. Que tenga buenas noches. Hasta mañana
Elizabeth se metió de nuevo a la cama, apagó la vela, cerró los ojos para dormir y se despreocupó del Rey. Pronto se quedó profundamente dormida.
Henry cerró la puerta al salir, caminó por él pasillo hasta sus aposentos, antes de continuar se dijo a sí mismo
—Tengo un año y seis meses para ganarme tu afecto. Vas a ser mía Elizabeth, ya lo verás...
O es por las buenas o será por las malas. Ningún otro hombre será tu señor, únicamente yo te haré mía de una vez y para siembre.
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