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Mi Amor De Otro Tiempo

El inicio de un sueño inesperado

En un mundo donde la humanidad había relegado la magia al rincón de las fantasías infantiles, considerándola un mero invento para entretener a los más pequeños, vivía una joven de alma rota y corazón herido.

En la ciudad S, en uno de sus barrios más olvidados, Brígida Joselin —o simplemente B.J., como le gustaba abreviar— sobrevivía a duras penas. A sus 21 años, con su cabello castaño y sus ojos de un marrón profundo, arrastraba consigo un deseo silencioso: ser libre. Libre de la indiferencia cruel de su hermanastra, libre del dolor diario que su existencia representaba.

Faltaban apenas dos días para su vigésimo segundo cumpleaños, pero el destino, caprichoso como siempre, le tenía preparada una última tragedia.

Aquel día, más herida que nunca por los celos y la crueldad de su hermanastra, B.J. salió corriendo de su hogar. Sus lágrimas le nublaban la vista y, en un instante fatal, no vio venir el automóvil que, a toda velocidad, se aproximaba. El impacto fue brutal. Su vida se apagó en un suspiro, dejando tras de sí un cuerpo frágil y un alma que aún no estaba lista para decir adiós.

Pero su historia no terminó allí.

Después de cerrar sus ojos, B.J. sintió una extraña ligereza, como si flotara en el aire. Intentó abrirlos, pero no pudo. Luego, de pronto, una sensación de caída interminable la envolvió. Una hora —o tal vez más— pareció transcurrir sin que jamás llegara al suelo. Y entonces, inesperadamente, sus ojos se abrieron.

Confundida, se encontró en una habitación amplia y elegante, decorada con tapices y muebles dignos de un palacio.

"Debe ser un sueño", pensó. "Tal vez estoy en coma en algún hospital..."

Se obligó a sonreír y susurró para sí:

—Disfrutaré de este sueño mientras pueda... No quiero volver a despertar en un mundo donde solo me lastiman.

Se levantó de la cama, sus pasos temblorosos la llevaron hasta una gran ventana. Sin embargo, al girar, su reflejo en el enorme espejo frente a ella la dejó paralizada.

—¿¡Quién es ella!? —exclamó, llevándose las manos al rostro.

—¡Aaaaaahhh! —gritó al sentir una textura distinta bajo sus dedos, una piel más delicada, un rostro que no era el suyo.

Azura de Windsor.

Ese era el nombre que vino a su mente como un relámpago. El personaje secundario de una novela que había leído: "Me enamoré de los bellos ojos de mi amada".

En ese instante, una joven de rostro dulce y expresión preocupada entró apresuradamente en la habitación.

—¿Señorita, se encuentra bien? —preguntó con urgencia—. Estaba preocupada de que no despertara, después de los golpes que recibió de su hermana...

B.J. —o mejor dicho, Azura— parpadeó, atónita.

—¿Quién... quién es usted? —preguntó, tambaleándose ligeramente.

—Soy su doncella, Ana, mi señorita... ¿Acaso no me reconoce? —respondió con una mueca de preocupación.

Tomando aire, B.J. intentó calmar su corazón desbocado.

—Estoy bien... Solo... confundida por haberme despertado tan de repente... —murmuró, esforzándose por mantener la compostura.

—Qué alivio escuchar eso —sonrió Ana.

—¿Podría retirarse, por favor? —pidió B.J., deseando quedarse sola.

—Sí, mi señorita —dijo la doncella antes de salir y cerrar la puerta tras ella.

En cuanto se vio sola, B.J. corrió de nuevo hacia el espejo.

La joven que la miraba de vuelta no era ella. Era Azura, de cabellos plateados, piel blanca como la nieve y una mirada melancólica.

"Mi apariencia... es igual a Azura... ¡Soy Azura!", pensó horrorizada.

La euforia inicial desapareció de inmediato cuando recordó el cruel destino de aquel personaje: morir a los 17 años, una semana después de su debut en sociedad.

—¡No! ¡No! ¡Soy demasiado joven para morir! ¡Ni siquiera en mis sueños me salvan! —sollozó, las lágrimas anegando sus ojos.

Se abrazó a sí misma, tratando de ordenar sus pensamientos.

"Según la novela, Azura tiene 16 años al comienzo de la historia. ¿Qué edad tengo ahora?"

Debía averiguarlo, y rápido.

Dentro de la historia de la novela:

La protagonista principal era Kami de Windsor, la hermosa hermana mayor de Azura. Con cabellos dorados y ojos de oro, Kami era amada por todo el reino de Esmerald. Poseía el poder del agua, que utilizaba tanto para curar como para luchar.

El protagonista masculino, por su parte, era el príncipe heredero Jayden de Mountbatten, del reino Esmeralda. Su cabello negro como la noche y sus ojos rojos como la sangre ocultaban a un guerrero temible y un príncipe inmune a cualquier veneno, forjado en los campos de batalla desde su niñez.

La novela comenzaba con un encuentro fortuito en un bosque de árboles rosados, donde Kami y Jayden se conocían, cambiando sus vidas para siempre.

Después de un año de amor creciente, en el debut en sociedad de Azura, se anunciaba el compromiso de Kami con Jayden.

Y una semana después, Azura, la dulce Azura... moría de una enfermedad repentina.

B.J., ahora atrapada en ese cuerpo, apretó los puños.

"No pienso morir como Azura. ¡No importa si estoy en un sueño, o en otro mundo, o en una novela... esta vez, cambiaré mi destino!"

Despertar en el sueño

Azura daba vueltas desesperadamente. Aún sabía muy poco de la vida del personaje extra en el que había reencarnado, excepto por una cosa: una semana después de cumplir diecisiete años moriría a causa de una enfermedad. Tenía que descubrir cuál era y buscar una cura, si existía.

—No puedo morir... no quiero despertar todavía —susurró para sí misma.

Además, algo la inquietaba: ¿por qué no podía ver los recuerdos de Azura? B. J., su verdadero yo, había leído muchos libros sobre reencarnación, y en todos ellos las personas podían acceder a la memoria del cuerpo que habitaban. Pero en su caso, no había ni un solo recuerdo, lo que la dejaba completamente desorientada.

La duda creció cuando escuchó a su doncella decir que su hermana la había golpeado. No podía ser posible; en la novela, la protagonista era descrita como un ángel bondadoso y amable. ¿Cómo podía ser?

—Saldré a conocer el Ducado —decidió.

Se puso un vestido azul que encontró y vagó sin rumbo por los jardines. Allí se encontró con su doncella, Ana.

—Ana, ¿cuántos años tengo? —preguntó.

—¿Mi señorita ha perdido la memoria? ¡No puede ser!

—Sólo estoy un poco confundida —mintió Azura.

—Bueno, no hay problema, le diré todo lo que necesita saber... Usted tiene dieciséis años. Hace un mes fue su cumpleaños. Además, es la tercera señorita del Ducado Windsor.

—Y otra cosa... ¿por qué dijiste que mi hermana me golpeó?

Ana bajó la mirada, temerosa.

—Eso fue lo que sucedió, señorita. Hace tres días, su hermana mayor la golpeó, y mientras usted intentaba llegar a su habitación, su prima Clara la empujó por las gradas. Yo fui la única que lo vio. Usted cayó inconsciente y estuvo dos días en cama. Perdóneme, señorita, por no haberla protegido... me asusté demasiado.

—Bien, gracias por recordármelo —respondió Azura, mientras pensaba: Esa protagonista y mi querida prima me las pagarán si intentan lastimarme de nuevo. No pienso quedarme de brazos cruzados.

Tras hablar con Ana, Azura regresó a su habitación.

En su mundo anterior, como B. J., había soportado maltratos de su hermanastra. Lo hacía, no porque fuera débil, sino porque sentía culpa: su padre había dañado a su madre y a su hermana, y soportar los abusos era su forma de pagar por ello. Además, sentía gratitud porque su hermanastra la había cuidado cuando era una niña.

—Pero ahora... —murmuró Azura—, si la hermana de este cuerpo quiere hacerme la vida imposible, no pienso tolerarlo. En el mundo real soporté humillaciones. Aquí, en mis sueños, tengo el control. ¡Nadie tiene derecho a tocarme!

Al mediodía, preguntó a Ana si había algo de comer. La respuesta fue brutal:

—Su hermana ordenó que no se le diera comida. Dice que está castigada por su mal comportamiento.

—No hay problema. Puedes retirarte —dijo Azura, pensando: Ni crean que moriré de hambre. La bruja de mi hermana espera que le ruegue para que me den de comer. No pienso darle ese gusto.

Esa tarde, mientras caminaba por el jardín, se cruzó con Kami y Clara, que tomaban el té. Al verla, ambas se quedaron en silencio, hasta que Kami habló con una sonrisa cruel.

—Pensé que ya estabas muerta. Vaya, tienes resistencia.

—Es bueno que estés bien —añadió Clara—. Mis padres llegarán en un mes. Espero que te comportes como una señorita.

—Además —agregó Kami—, deberías cubrir tu ojo derecho... pareces un monstruo.

Azura sintió que la ira le subía como una ola ardiente. Estas dos son insoportables. Tengo ganas de hacerlas desaparecer, pensó.

—Querida hermana y prima —dijo con una sonrisa fría—, ¿por qué no se miran al espejo y descubren quiénes son los verdaderos monstruos? Me hablan de modales cuando ni siquiera tienen un ápice de ellos.

Y sin esperar respuesta, se marchó, dejándolas pálidas de rabia. Esa noche, bajó a escondidas a la cocina, donde algunos sirvientes le dieron frutas a escondidas.

Una semana después de haber despertado en ese mundo, Azura decidió que no sería una víctima. En secreto, comenzó a entrenar con el comandante de la guardia del Ducado, el señor Albert, un apuesto hombre de cabello negro que rondaba los treinta años. Era el hijo mayor del mejor amigo de su difunto padre, el duque Feliciano de Windsor.

La primera vez que lo vio, Azura se quedó muda ante su atractivo.

Es demasiado guapo... creo que empezaré a coleccionar chicos lindos, pensó.

Le pidió a Albert que le enseñara a usar la espada y que mantuviera sus entrenamientos en secreto. Él aceptó, leal a su ama.

Un mes después, el duque Carlos de Windsor y su esposa Elena regresaron de un largo viaje de negocios. Administraban los viñedos del Ducado y de varios reinos vecinos, herencia del fallecido duque Feliciano hasta que Azura alcanzara la mayoría de edad.

Azura se sintió feliz de verlos; sus tíos la trataban con un amor que jamás había sentido antes.

Pocos días después, Kami y Clara regresaron, inventando una excusa sobre obras de caridad en el Reino de Aquario. Sin embargo, el duque no creyó sus palabras y las castigó severamente por haber dejado sola a Azura en el Ducado.

Furiosa, Kami envió a su doncella para citar a Azura en el lago, que se encontraba a 100 kilómetros de distancia.

—Mi señorita —dijo la criada—, su tía la espera en el lago.

—Enseguida voy —respondió Azura, sospechando algo.

Cuando llegó, vio a su hermana mayor, Kami, con una sonrisa retorcida.

—Hermanita... ahora te enseñaré a respetarme

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Azura miró horrorizada cómo el agua del lago, antes calma, comenzaba a levantarse, formando un látigo enorme que Kami blandió con fuerza.

—Hermanita, ahora te enseñaré a respetarme —dijo Kami con una sonrisa fría.

Azura sintió un escalofrío recorrer su espalda. El látigo de agua se agitaba con un silbido mortal, y sin pensarlo dos veces, giró sobre sus talones.

—¡Patitas para qué las quiero! ¡Hora de una maratón! —se gritó a sí misma mientras echaba a correr.

Pero Kami no pensaba dejarla escapar fácilmente.

Con un movimiento de su mano, el agua volvió a agitarse, esta vez formando dos lobos enormes y furiosos, hechos enteramente de agua cristalina. Los lobos, con ojos brillantes como perlas, soltaron un rugido ensordecedor y comenzaron a perseguirla a gran velocidad.

—¡Atrápenla! ¡No la dejen escapar! —ordenó Kami, mientras también enviaba a varios de sus guardias tras ella.

Azura corría con todas sus fuerzas por el sendero que bordeaba el lago. Sentía la tierra resbalar bajo sus pies, su respiración se aceleraba, y su corazón latía tan fuerte que parecía querer salirse de su pecho.

Los lobos se acercaban, saltando de un lado a otro, salpicando el terreno. Cada vez que giraba la cabeza, podía ver cómo sus fauces hechas de agua amenazaban con alcanzarla.

—¡Maldita sea! ¡Estos monstruos son rápidos! —pensó, apretando los dientes mientras esquivaba ramas y raíces que salían del suelo.

El sonido de los cascos de los caballos de los guardias retumbaba tras ella. No podía enfrentarlos todavía. Necesitaba tiempo, necesitaba un plan.

Azura divisó entre los árboles un pequeño puente de piedra que cruzaba un arroyo. No lo dudó. Corrió hacia él, pensando que quizá podría ganarles algo de ventaja.

Cuando llegó al puente, improvisó. Tomó una rama gruesa del suelo y, justo antes de cruzarlo, la lanzó hacia el arroyo, provocando un gran chapoteo.

Los lobos de agua, confundiéndose con el movimiento, saltaron tras el ruido, deshaciendo su forma momentáneamente.

Aprovechando esa breve distracción, Azura cruzó el puente y se internó en el bosque más espeso, donde el terreno se volvía más complicado para los caballos.

—No pienso dejar que me atrapen. No esta vez —se prometió, mientras corría hacia la espesura, decidida a luchar por su vida y su libertad.

Desde lejos, los gritos furiosos de Kami resonaban en el aire.

—¡No podrás escapar para siempre, Azura! ¡Te encontraré!

Pero Azura, aún jadeando, solo sonrió para sí misma.

—Entonces ven y atrápame, si puedes.

Corrió a toda velocidad mientras Kami seguía creando lobos de agua y les ordenaba cazarla.

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Primer encuentro con mi destino

Azura se incorporó lentamente, sintiendo una punzada aguda en la cabeza. A su lado, un joven de cabellos negros y ojos intensos la observaba con mezcla de asombro y preocupación. Ambos parecían igualmente sorprendidos de encontrarse en esa situación.

ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

Poco antes, Azura había corrido a toda prisa a través del bosque. Sus pasos apresurados no la dejaron ver que, justo frente a ella, alguien venía en dirección contraria. El choque fue inevitable. La colisión fue tan fuerte que ambos rodaron cuesta abajo por una pequeña pendiente. Ella perdió la consciencia al sentir su cuerpo girar sin control.

ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

Días antes

Unos días atrás, el joven príncipe heredero Jayden viajaba de regreso a su reino. Lo acompañaba un pequeño grupo de cinco hombres leales, entre ellos Carlos, su fiel guardaespaldas y amigo de toda la vida.

Habían partido de la frontera tras recibir una carta urgente del emperador. En ella se informaba que el reino estaba en constante peligro: desapariciones misteriosas, secuestros de aldeanos y contrabando desenfrenado. La carta también hablaba de la emperatriz Sofía, su madre, quien, gravemente enferma, deseaba ver a su hijo una última vez.

Durante el trayecto, el escuadrón fue emboscado por diez espías enemigos. La pelea fue intensa pero breve.

Príncipe Jayden (ordenando con voz firme):

—¡No los maten! Solo déjenlos inconscientes.

Carlos (extrañado):

—¿Por qué, comandante?

Jayden (con una sonrisa irónica):

—Parece que el emperador quiso darme una bienvenida especial.

Tras vencer, reanudaron su viaje hacia la capital.

.......

En el Palacio, el emperador los recibió con los brazos abiertos.

Príncipe Jayden (inclinándose respetuosamente):

—Saludos, Emperador, señor del sol.

Emperador (sonriendo orgulloso):

—Hijo mío, regresaste más pronto de lo que esperaba.

Jayden (con tono desafiante):

—¿De verdad pensó que un puñado de hombres podría detenerme? No me subestime, padre.

Emperador (riendo):

—No era para detenerte, era una prueba. Y debo admitir que has mejorado mucho en estos años. Deberíamos batirnos en duelo algún día.

Jayden (serio):

—Será un honor, padre. Pero ahora, dígame: ¿cómo está mi madre?

La expresión del emperador cambió ligeramente.

Emperador:

—Será mejor que vayas a verla. Ella tiene una sorpresa para ti.

....................

Jayden, lleno de ansiedad, corrió al palacio de su madre. Al abrir la puerta de golpe, quedó estupefacto. Allí estaba la emperatriz Sofía, sana, sonriendo alegremente mientras se probaba vestidos.

Príncipe Jayden (gritando, furioso):

—¡Madre! ¡¿Qué está pasando?!

Emperatriz Sofía (frunciendo el ceño):

—¡Niño malcriado! ¡Esa no es forma de hablarle a tu madre!

Jayden (apenas conteniéndose):

—Perdóneme… sólo que estuve realmente preocupado.

Emperatriz (riendo con dulzura):

—Tranquilo, hijo mío. Solo quería que volvieras. Y ya que estás aquí, planeo encontrarte una prometida.

Jayden se llevó la mano a la frente, desesperado.

Jayden (en tono de broma):

—¿No sería mejor que ustedes fabricaran otro hermanito para mí?

Emperatriz (lanzándole una almohada):

—¡Impertinente! ¡Prepárate para conocer a las damas más virtuosas del reino!

Jayden intentó negarse, pero sabía que luchar contra su madre era inútil.

Emperatriz Sofía (decidida):

—¡Y no solo tú! También tu primo Alex tendrá que asistir.

Jayden (entre dientes):

—Esto será un desastre.

Encuentro con el primo Alex

Jayden cabalgó al ducado donde vivía su primo, el duque Alex, para advertirle.

Jayden (con tono burlón):

—Mañana, primo, tendremos una reunión muy... especial.

Alex (con resignación):

—¿Me vas a decir que nuestras madres conspiraron otra vez?

Ambos rieron, aunque sabían que la situación no era ninguna broma.

............

A la mañana siguiente, Jayden intentó escapar. Mientras se vestía, los guardias irrumpieron en su dormitorio, liderados por la emperatriz.

Emperatriz:

—¡Atrápenlo! ¡Que no escape!

Jayden saltó por la ventana, montó su caballo y huyó hacia el bosque.

Mientras galopaba, miró atrás y vio a los guardias acercándose. No tuvo más remedio que abandonar el caballo y perderse entre los árboles.

En su apresurado escape, chocó violentamente contra una joven.

............

De nuevo en el presente, Jayden contemplaba a la extraña joven de cabellos plateados y rostro angelical que, inconsciente, descansaba en sus brazos.

Cuando abrió los ojos, Azura lo miró confundida.

Azura (amablemente):

—Disculpe... ¿quién es usted?

Jayden, aún impactado, no pudo responder.

Azura (pensando):

—Debe estar asustado por mis ojos... olvidé ponerme el parche.

Al creer que Jayden no podía hablar, Azura decidió llevarlo a un lugar seguro. Tomó su mano, conduciéndolo a través del bosque hasta un paraíso oculto: un valle de cerezos en flor, donde el viento esparcía pétalos rosados como una lluvia mágica.

Jayden sonrió, maravillado, mientras caminaba junto a ella.

Jayden (pensando, sin atreverse a decirlo):

—Parece un ángel... Me he enamorado de este ángel.

Pasaron unos momentos en silencio, disfrutando de la belleza a su alrededor. Luego, Azura lo condujo de regreso al camino, donde Jayden pudo encontrar su caballo. Cuando quiso agradecerle y preguntarle su nombre, ella había desaparecido como un suspiro entre los árboles.

El príncipe, aún sintiendo la calidez de su mano, montó en su caballo. Aunque regresó al palacio, su corazón se había quedado en aquel rincón escondido entre cerezos... preguntándose cuándo volvería a verla.

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