El imperio Leoveter está al centro, más a la izquierda están los límites de las tierras lejanas donde yacen otros reinos.  Y más a la derecha está la Ciudad libre de Dareinka. La ciudad se encuentra en el mismo continente que el imperio, pero está separada por dos tierras salvajes habitadas por monstruos: arriba Kiosef y abajo Kolmat.

Antiguamente, todo el continente estuvo lleno de varios reinos y castillos. Actualmente, las edificaciones que prevalecen de esa época son los castillos de los duques y el palacio imperial. El comercio es seguro y abundante, las montañas ofrecen minas que enriquecen a sus señores.

La Capital está compuesta de varias ciudades fortalecidas: Leit, Doril, Oldat, Genon, Answell, Linden, Nervar, Ilet, Jell, Kanet, Archen, Lenoz, Kanel y Biolkat. Es el territorio más extenso y está rodeado por los cuatro ducados. Debido a los mares de Simia y Elen, hay una variedad de ríos que enriquecen las cosechas y los bosques.

La villa Venesten es la ciudad más grande de la capital donde vive la familia imperial Cafder, su enorme ejército y más leales súbditos. La mayoría de los palacios de la villa se inspiraron en los castillos de los reinos antiguos. Y de esa mayoría, son pocos los que contienen reliquias del pasado para embellecer el ambiente. La villa está protegida por una gran muralla y el bosque de Lowen. De las montañas que tiene, el pico Deleir es la más alta. A su derecha se conecta con el desierto salvaje de Kolmat, lugar donde la orden del León Negro combate valientemente.

El ducado Raintras es el más rico de los cuatro por las minas de oro en sus Montañas Doradas. Está conformada por las ciudades de: Solen, Yoret, Yojan, Aldervan, Roida, Ilgat, Erin y Conrat. El castillo es llamado también el Fuerte Dorado. Su territorio tiene una de las Tres Hermanas, tres filas de montañas unidas. La belleza de esta familia siempre ha sido halagada, no es raro que se vean rodeados de rumores por sus intensos admiradores. Y a pesar de que su tierra también comparte fronteras con Kiosef, nunca enviaron a su ejército a las expediciones. Sin embargo, las cosas cambiaron con su nueva y primera duquesa, heroína de guerra y caballero mujer. Ella misma fue a las expediciones en Kiosef con su ejército para apoyar a la Orden del León Negro.

El ducado Arank es considerado el segundo más rico por la abundancia de sus cosechas. Está conformado por las ciudades de Olmet, Elent, Zioren, Armin, Karles y Nerial. Los duques de Arank han vivido en el famoso Castillo de las Rosas y cerca de su famoso Bosque Silbante donde innumerables y bellas aves viven. Hace muchos años, su castillo fue llamado el Castillo Sangriento, el nombre se debio al famoso rey cruel Lionert, “Corazon Negro”, derrotado por el 1° duque de Arank en nombre del 1° emperador de Leoveter, a quien le juro lealtad para acabar con el terror del mas famoso de los tiranos.

El ducado de Lershe es próspero gracias al comercio por sus conexiones con los reinos extranjeros. Las ciudades son: Lotel, Greney, Apel, Alasken, Must, Roze, Tilken e Iren.

El Bosque Velkan es el segundo más grande después de Lowen. Es el hogar de los caballos pura sangre y salvajes. Se rumorea que su hogar, el Castillo del Ciervo, está encantado, pues toda la familia comenzó a tener una larga vida desde que comenzaron a vivir ahí.

El ducado Verlur es la tierra con fuertes inviernos y raras primaveras, pero también el asentamiento del Templo. Sus ciudades son Silas, Renish, Belmot, Donovien, Alker, Odet, Osym, Lorens y la Ciudad Santa donde se alza el Templo principal: Shajdy. Más a su derecha, está la tierra helada de Kolmat, hogar de monstruos y donde los caballeros plateados de Verlur combaten junto a su señor. Para llegar, se debe cruzar el bosque blanco y usar el Sendero entre las Montañas Blancas.

Solo en las Colinas Verdes es posible cosechar, pero muchas veces los sembradíos no crecen. En las Montañas del Lobo se escuchan a los lobos aullando cada noche. Pero nada llama más la atención que su castillo: “La cueva del Lobo”, la fortaleza que ni el mismo gran invierno destruye.

La familia Verlur es conocida por la gran fuerza con la que nacen. Y nunca hubo un hombre del ducado que no fuera a Kolmat. Es una tradición ir a las expediciones aunque sea una vez en la vida.

La ropa estaba completamente mojada, cada gota de lluvia empapaba todos los rincones de su cuerpo. Una neblina acomodaba el ambiente a su alrededor: una soledad más que familiar para ella. Su estado tan lamentable no le era tan penoso al recordar que son muy pocas las personas que están viviendo cómodas. Y si hay personas felices, al menos sabe que no conoció a la mayoría. Por lo menos, se reconfortaba al saber que todos los que la lastimaron están muertos. Incluso el Emperador, quien hizo de varios lugares un nido de ratas en lucha por comida y techo, estaba muerto desde hace años. Y a pesar de que muchos prometieron mejorar cada rincón del imperio, se les olvidó ciertos lugares como en el que ella vivía.

Sus sueños le habían dicho que moriría pronto y ahora sabia que ese momento llego. Sus huesos frágiles sentían el frío, temblaban sin descanso a pesar del agotamiento. Hoy era el día en que llegó la advertencia: estaba muriendo, sola, débil, en la calle, entre las ratas y la basura.

—Mejor… —se dijo a sí misma para volver a reconfortarse.

Para ella, morir era un regalo a pesar de que por años había evitado la muerte como si de un asesino fuese. Pero ahora se canso y morir le era tan insignificante como todo lo demás.

—Ahora lo entiendo… me odie tanto a mi misma que mi propia muerte no significa nada para mí. Pero ellos… solo pensé en esas personas hasta reírme cada día de sus destinos.

Su padre, sus medios hermanos, su esposo y sus súbditos. A todos ellos les deseo la peor muerte y ya lo estaban, desde hace años. Pero no por su mano, sino por la rebelión y el nuevo emperador de aquel entonces. Eso la hacía lamentarse todavía más, ella los amo a todos sin límites, hizo de todo para recibir aunque sea una mirada y vivir con ese pequeño afecto otro día más. Pero, ¿Qué obtuvo al final? Nada más que una miseria de vida, calumnias, odio, culpa y humillación. No tuvo opción más que huir y fingir ser otra bastarda entre los plebeyos.

Al principio, ella vivió con miedo de que la reconocieran, pero ese temor pasó hacia aquel terror común de las personas en su misma posición: discriminación. Siendo una bastarda, le fue peor entre los plebeyos. No le fue fácil encontrar trabajo, era empujada al suelo cada día como si de una rutina se tratase, si pasaba algo cerca de ella, inmediatamente era señalada como culpable y luego castigada.

En su posición, ser mesera era un regalo precioso que ningún bastardo se atrevería a rechazar. Daba igual los clientes y sus manoseos, los pagos tan miserables, la poca comida y el saco sucio para cubrirte del frío. Todo daba igual si había poco de la vida que la misma fe le negaba: poca comida, poco dinero, poco calor y nada de amor.

Y aun así, sin quejarse de tales condiciones, el dolor la persiguió más. Los manoseos de los horribles clientes aumentaron a extremos terroríficos que la marcaron peor y nadie la ayudó. Suplico a gritos a su jefa, corrió en busca de ayuda hacia los soldados, pagó para que los niños no la delataran en sus escondites y hasta se exhibió como una víctima al público para que le tuvieran lástima. Pero nada sirvió: le daban la espalda, le escupían, maldecían o golpeaban y otra vez era arrastrada por esos hombres.

Lo único bueno que le vio a la rebelión del nuevo emperador fue que dejó en tanto caos al imperio que abusar de una bastarda era lo menos importante. Pronto el hambre, el dinero y el trabajo escasearon. Todo el mundo mataba, robaba o mentía para vivir otro día más con algo de comida. Entonces, ella se unió a esa vida y noto la diferencia que había cuando tomaba un cuchillo antes de dejar que la tocaran. Golpeo y asesinó por las sobras en los suelos y sintió la satisfacción de ganar sobre otros.

Con lágrimas en sus ojos y comiendo un pan mohoso, cerca de un cuerpo inmóvil y pequeño, ella se dio cuenta de la horrible verdad que nunca le dijeron: el débil es quien cae, sufre y muere primero. Ella fue testigo en carne y hueso de que arrastrarte por afecto no daba resultados, porque al final solo fue una broma, herramienta o mal adorno en la vida de los demás. Y siendo una anciana en sus últimos momentos, miro al cielo pensando en el nombre del Dios al que cada habitante del Imperio Leoveter le rezaba:

—Heitor… —extendió su mano al cielo grisáceo con la lluvia interminable— tu mundo es horrible… tus humanos son crueles y tontos… El templo dice que todos los bastardos nunca serán tus hijos o entrarán el cielo a la espera de una nueva vida, pero son mentirosos. Así que, querido Heitor… te veré pronto para burlarme de tu tonto sacrificio por este mundo.

Se contaba a todo niño en Leoveter sobre cómo su mundo pudo perecer ante los monstruos y el Reskemtrod. Entonces, Heitor, su creador, Dios y héroe, murió protegiéndolos. Ahora una anciana se reía de su sacrificio mientras la muerte la reclamaba. Se reía como si fuera lo más estúpido que hubiera hecho aquella deidad. Y tomándolo como un reto, Heitor quería demostrarle lo contrario a aquella anciana dándole otra oportunidad en su triste vida junto a un castigo.

Hace miles de años, no se sabe cuántos exactamente, los monstruos eran millares y se encontraban en cada parte del mundo como si fueran la especie dominante. Pero eran los humanos los que originalmente vivían arriba en el mundo, pero comenzaban a perecer por tal amenaza.

Los pocos humanos que sobrevivieron rezaron fiel y puramente hacia su creador. Tales rezos estaban libres de cualquier deseo oscuro o envidioso y no había mentiras ni un mal corazón. Eso conmovió al Dios Heitor, quien bajó al mundo terrenal y enfrentó a los monstruos hasta que salió el más maquiavélico de ellos: Reskemtrod, la Calamidad en persona. La batalla entre el Dios y la Calamidad ocasionó tanto daño que Heitor llevó la lucha al cielo para evitar más muertes. Entonces, luego de días con rayos terroríficos, sombras gigantes y rugidos como terremotos, el Reskemtrod cayó muerto. Heitor murio, pero su alma subió a los cielos ante los ojos de los humanos quienes, conmovidos por tal heroísmo, juraron creer únicamente en él.

Los años pasaron y las voces de los que eran tan fieles a Heitor se convirtieron en una sola voz  llamada el Templo. Entonces, más años pasaron, los reinos ascendieron y prosperaron hasta que la poderosa voz dejaba de ser escuchada y perdían ese poder con el que tanto se habían glorificado. Por tal motivo, los sacerdotes profetizaron el nacimiento de un héroe tan magnífico que recibiría la bendición del mismo Heitor. Los reinos no sabían que el mal, del que Templo hablaba, eran ellos por dejar de escucharlos.

Así que, el héroe profetizado avanzó hasta ser el Emperador Cafder. Apoyado por la voz del Templo, los unificó a todos bajo el nombre de Leoveter y de cuatro duques: Raintras, Verlur, Lershe y Arank. Sin embargo, una gran consecuencia apareció por tal guerra de conquista:

Dareinka nació, un refugio libre de la tiranía de la corona, la fe y el estatus. Y cuando el Emperador y el Templo no soportaron tal existencia, exigieron su rendición. Pero Dareinka prosperó gracias a que el camino hacia ellos es a través de tierras heladas infernales o desiertos ardientes. Lugares donde los monstruos aún existían escondidos y comiendo a los ingenuos que caminaban en tales tierras. Aun si no fuera por esas tierras, hubo otro detonante que dejó en claro al Emperador y al Templo que Dareinka estaba lejos de su alcance y poder.

Y así pasaron más años hasta llegar a la época donde Heitor revivió a la anciana que se burló de su sacrificio. La devolvió a sus primeros años de adultez, donde la única guerra de la que estuvo cerca ocurrió cuando no había nacido. Ahora solo quedan los relatos, cicatrices y héroes vivos o muertos de una rebelión de hace 25 años.

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Republicando los capitulos ya que corregi toda la primera parte y terminé la Guia para no perderse más en la historia. Espero que les guste, ahora si esta más corregido, con diálogos nuevos, mejores partes, sin nombres o fechas que se cambian.

Espero que les guste, bye bye