Hola lectores y lectoras, espero que se encuentren muy bien. Es el primer libro que me animó a publicar, espero que les guste y sea de su agrado, y como les dije es el primer libro que publico, así que me gustaría que me dieran todo tipo de opiniones, serán muy bien recibidas. Y gracias por darle una oportunidad a mi humilde historia, espero que se encariñen con los personajes.
Ahora sin más, espero que lo disfruten ❤️.
Ariadna:
Eran las 7:30 p.m y estaba por salir de mi trabajo, aliste mis cosas y me dirigí hasta el ascensor. Entre en el ascensor y seguido de mí entro mi jefe. Un hombre joven de un semblante serio, un hombre con el que solamente tenía una relación de trabajo. Mientras llegábamos al primer piso, todo estuvo en silencio y fue algo muy incómodo.
Llegamos a nuestro destino y salimos del ascensor.
—Buena noche, señorita González —me dijo mi jefe con una magnífica sonrisa.
—Buena noche, señor Gabbana —respondí con tranquilidad.
Me dirigí hasta mi auto, me subí en el y maneje camino a casa, donde me esperaba mi mejor amiga Carolina con una deliciosa cena, como siempre lo hacía.
Mientras conducía admiraba la calle a través del parabrisas. Las casas, las luces que iluminaban la grande calle y todo era fascinante. Si hubiera seguido viviendo con mis padres no habría tenido la oportunidad de vivir la vida que desde ha un año estaba viviendo; una vida normal, común y corriente. Trabajar, depender de mi misma y poder hacer lo que yo quisiera era genial y no pensaba dejar esta vida por nada.
Llegué al apartamento, pero antes de entrar eche un vistazo hacía el apartamento de Doña Anita, nuestra querida vecina, una señora de unos 55 años, que todos los fines de semana nos invitaba a pasar la tarde con ella para tomar una taza de café mientras hablábamos en el balcón de su apartamento. Pero note algo diferente; las luces estaban apagadas y el ambiente se sentía un poco extraño.
Pero tal vez eran cosas mías, de pronto ya se había dormido, por eso las luces estaban apagadas.
Entre al apartamento y vi a mi mejor amiga sentada en el sofá viendo una serie en la cual aparecía su actor favorito, Leo Caruso, un actor muy famoso.
—Oh, Ariadna, has llegado —dijo mientras se levantaba y se dirigía hacia mi para saludarme.— ¿Cómo te ha ido?
—Hola, Caro. Bien ¿y a ti? —ella me dió un fuerte abrazo.
—Me alegra. También me ha ido bien. ¿Quieres comer ya?
—Por supuesto que sí. Muero de hambre —me tire sobre el sofá para poder descansar.— Caro, ¿has visto a Doña Anita? —estaba dudosa y algo en mi me decía que pasaba algo, aunque solo fueran cosas mías quería salir de dudas y tal vez Caro sabía algo.— Las luces de su casa estaban apagadas y eso es raro.
—Ari, pues si te soy sincera, desde que llegué al apartamento no he visto a Doña Anita y fui a saludarla pero nadie abrió. —Me contó mientras ponía la mesa.— Ari, ¿y si le pasó algo a Doña Anita?
—Caro, no digas eso —le reproche.
Luego de un par de minutos mi celular sonó, se me hizo raro al ver un número desconocido, pero aún así contesté, nunca se sabía que podía ser.
—¿Hola? —dije.
—¿Hablo con la señora Ariadna González? —pregunto una voz femenina a través del celular.
—Sí, soy yo —respondí, no sé pero algo me decía que no era nada bueno.
—Era para informarle que la Señora Ana María Hernández, se encuentra hospitalizada en el hospital Santa Rosa.
—¡¿Qué?! —pregunte atónita ante lo que mis oídos acababan de escuchar, Caro vio mi expresión y se dirigió hacia mi rápidamente.— Ya voy para allá.
—Bueno señora.
Colgué.
—¿Qué sucede, Ariadna? —preguntó.
—Que Anita se encuentra hospitalizada en el hospital Santa Rosa.
—¡¿Por qué?!
—No lo sé, solo sé que tengo que ir a ver Doña Anita.
—Yo voy contigo Ariadna. —Se puso unos zapatos y nos dirigimos hasta el parqueadero donde estaba mi auto, nos subimos al auto y empezé a manejar, aún sin poderlo creer, Doña Anita estaba hospitalizada y no sabía el por qué.
Estaba nerviosa, pues lo que le estuviera pasando a Doña Anita me preocupaba. Acelere un poco.
Al cabo de unos quince minutos ya estábamos en el hospital Santa Rosa. Entramos rápidamente sin perder el tiempo y nos dirigimos a la ventanilla para preguntar por Anita. La enfermera que se encontraba allí atendiendo nos dió la información necesaria. Doña Anita se encontraba en la habitación 109, la estaban preparando para una cirugía que le harían en el estómago y no nos permitian verla, lo que nos había dicho la enfermera era que un hombre la había traído al hospital luego de verla retorcerse del dolor en la calle. Le preguntamos a la enfermera por el señor para darle las gracias pero dijo que ya se había ido.
Doña Anita entro a la cirugía y Caro y yo mientras tanto esperábamos en la sala de urgencias para escuchar noticias sobre Doña Anita. Estaba demasiado preocupada, las piernas me temblaban, tenía la piel de gallina, junto a mi estaba Caro y también podía sentir su desesperación.
Doña Anita me preocupaba mucho. Aunque para muchos solo era mi vecina, para mí se había convertido como en mi segunda mamá, en el año que llevaba lejos de casa Doña Anita se había encargado de ayudarme y lo había hecho sin ningún problema, gracias a ella tenía un trabajo estable.
Luego de dos horas de desesperación la operación había terminado y los médicos salieron, Caro y yo nos dirigiamos hasta un doctor para preguntarle sobre la operación.
—Doctor, ¿cómo salió todo?, ¿cómo está Doña Ana? —preguntamos Caro y yo.
—La operación ha sido todo un éxito, es una señora muy fuerte. —El doctor nos sonrió cálidamente y añadió.— Si no la hubieran traído a tiempo hubiese perdido la vida.
—Muchas gracias, doctor. —Le dijimos al unísono.— ¿Podemos pasar a verla?
—Me temo que no, la señora necesita descansar y tomar reposo. Les recomiendo que la dejen descansar. Ahora con su permiso me retiro —y con una cálida sonrisa se fue.
—Caro, ¿por qué no vas a descansar? —le sugerí.— Yo me quedo esta noche con Anita.
—Ariadna, deberías iré tú a descansar. Entre tú y yo quien está más cansada eres tú —era verdad que estaba cansada pero no quería dejar sola a Doña Anita.
—No, tranquila, yo estoy bien.
—Ariadna, te vas a ir a descansar, mañana tienes que trabajar. Además...—hizo una pausa— tenemos que pensar cómo pagar la cirugía de Anita. Por lo que acabo de averiguar Anita no tenía seguro.
La cirugía era lo de menos, bueno eso era lo que yo creía, pero luego de ver mis ahorros y los de Caro no alcanzaba ni para cubrir la mitad de la cirugía y llamar a mis padres a pedirles dinero no era una opción. Si los llamaba a pedirles dinero creerían que estaba derrotada y me dirían que ellos tenían la razón cuando me dijeron que no podía valerme por mi misma. Ya se me ocurriría algo.
Carolina no me dio otra opción y tuve que irme a descansar, pero no sin antes dejarle una carta a Doña Anita, donde le daba ánimos y le decía lo mucho que la quería.
Ariadna:
Eran las 8:30 a.m y yo ya estaba en el trabajo. Estaba cansada, estresada y con unas ojeras que se veían a leguas. Había pasado casi toda la noche pensando en una manera de pagar la deuda del hospital y la única que se me había ocurrido era pedir un préstamo a mi jefe.
Muchos dirían que no era de mi incumbencia pagar la deuda de Doña Anita. Pero ella me había ayudado en muchas ocasiones y sin ningún problema. Una vez que no tenía para pagar el arriendo del apartamento, ella amablemente se había ofrecido a ayudarme. Además, Doña Anita lo necesitaba y algo que me habían enseñado mis padres era ayudar a quien lo necesitará, sin esperar nada a cambio.
La única opción era mi jefe. Le pediría un préstamo y poco a poco se lo devolvería. Bueno, si me hacía el préstamo.
—Ariadna, es ahora o nunca —murmure para mí misma mientras miraba la oficina de mi jefe. Por mucha pena que me diera era mi única opción. Me levanté de mi silla y con paso lento me dirigí hasta su oficina.
Llegué a la puerta y toque dos veces.
"Toc, Toc"
—Siga, González —dijo mi jefe desde su oficina.
«¿Cómo ha sabido que era yo?» me pregunte.
Qué raro, había sabido que era yo y ni siquiera había tenido que decirlo. Entre tímidamente y cerré la puerta.
—Buen día, señor Gabbana —saludé cortésmente con una sonrisa.
—Buen día, González —dijo.— ¿Qué se le ofrece? —me preguntó mientras me miraba con su sería mirada habitual, su mirada hizo que se me erizara la piel. Jamás de lo jamases creí que le pediría un préstamo a mi jefe y menos a Harry Gabbana.
Aunque estaba nerviosa, decidí tranquilizarme.
—Señor Gabbana, no quiero incomodarlo... —respiré hondo y con tranquilidad dije—: Pero quería pedirle un favor.
—¿Un favor? —preguntó dudoso.— ¿Qué clase de favor sería, Gonzáles? —Ahora venía la parte más complicada.
—Que me hiciera un préstamo. —Solté rápidamente para evitar tanto rodeo.
—Un préstamo —murmuró para sí mismo.— ¿De cuánto estaríamos hablando?
—Cinco millones —dije.
—¿En efectivo? —eso era un, “sí señorita González, claro que le hago el préstamo”.
—No, a esta cuenta —saqué mi celular y le di la cuenta del hospital, donde se haría la transferencia. Solo fueron un par de minutos para que la transferencia estuviera hecha.
—Listo.
—Gracias, señor Gabbana, de verdad. —sonreí. Aquello era algo que me tranquilizaba.— En cuanto tenga el dinero se lo devolveré.
Él asintió con la cabeza.
—Tranquila.
El celular de mi jefe sonó, al ver la llamada que le entraba decidí retirarme.
—Con su permiso me retiro. —El asintió mientras cogía el celular. Salí de la oficina con una gran sonrisa.
Harry:
Cogí mi celular y conteste mientras veía que la señorita González salía de mi oficina con una sonrisa que hizo que me sintiera bien.
—Hola, mamá —saludé, serio.
—Hola, hijo, ¿cómo estás?
—Bien, y ¿tú?
—Bien. ¿Estás ocupado?
—Sí, un poco, ¿qué querías, mamá? —pregunté mientras revisaba unos archivos en el computador.
—Harry, iré directo al grano. Creo que ya estás en edad de que te cases y tengas hijos —dijo con un tono de voz serio. Sabía lo que diría a continuación—. Y por el momento ni novia tienes. Quiero que vengas a Gabbana House y pases este mes con nosotros —su tono de voz sonó autoritario. De seguro solo quería que fuera para presentarme a una de sus candidatas y hacer que me comprometiera con ella.
—Esta bien, mamá, iré. Y para que estés tranquila llevaré a mi prometida. —Pero qué carajos estaba diciendo, no tenía novia ahora mucho menos iba a tener prometida.
—¿Te has comprometido? —preguntó dudosa.
—Sí.
—Bien, este sábado te quiero aquí y a tu prometida.
—Bien. —Y sin decir más mi madre colgó.
¡Ahhhhh! ¡Por Dios! ¿Que acababa de decir? ¿Y en qué aprieto me acaba de meter?
No tenía novia y menos prometida. Ahora que haría, solo tenía tres días para conseguir a alguien que hiciera de mi prometida.
De repente, a mi mente se vino el nombre de Ariadna, una mujer valiente, amable, de un carácter fuerte, que jamás permitía que los problemas la dominarán. Ella. Ella era perfecta para este rol. Además, no creía que se fuera a negar, igual ella tenía una deuda conmigo y lo sabía. Aunque no era justo aprovecharme de ello, estaba en un aprieto y necesitaba ayuda femenina.
Ariadna:
El día había fluido demasiado bien. Con la deuda del hospital paga ya me sentía mejor y sabía que Doña Anita se sentiría más tranquila. Esta vez mi jefe me había sorprendido, no es que fuera una persona mala, simplemente que tenía un semblante serio y poco social. Pero jamás me imaginé que fuera a aceptar tan rápido. Pero se lo agradecía de verdad.
Eran las 7:45 p.m y estaba alistando mis cosas para salir de trabajar e irme al hospital a visitar a Doña Anita, que de seguro ya ansiaba por mi visita. De repente, mi jefe me llamo por el teléfono.
—Gónzales, pase a mi oficina, por favor —dijo con un tono serio.
—Bueno, señor Gabbana.
Me levanté de mi escritorio y me dirigí hasta la oficina de mi jefe. Tenía un mal presentimiento, el señor Gabbana nunca me llamababa a su oficina cuando estaba por salir de trabajar. ¿Qué querrá? Me preguntaba al dar un paso.
Llegué hasta la puerta de la oficina y toque.
"Toc Toc"
—Siga, González —acaté y entré.
Mi jefe estaba parado frente a la grande ventana que había en su oficina. El señor Gabbana era joven y muy guapo, realmente siempre me preguntaba cómo era que podía estar soltero. Era un hombre de veintiséis años, con unas facciones asombrosas, su espeso y brillante cabello negro eran el marco perfecto para su perfecto rostro.
Lo vi por un instante, en aquella posición en la que se encontraba, parado y con las manos en los bolsillos se veía aún más guapo. Mi jefe me parecía guapo, pero jamás pasaría de ahí.
—¿Me necesitaba, señor Gabbana? —pregunté
—Sí, González —respondió mientras miraba a través de la ventana—. Parece que después de todo yo también necesito un favor.
No me exalte ni nada, pues él me había hecho un gran favor, de seguro lo que me pediría no sería nada comparado con el favor que yo le pedí.
—Dígame, señor Gabbana. Después de todo usted me hizo un favor a mí —respondí, me gustaba devolver favor por favor.
—Entonces... —hizo una pausa—. Sea mi prometida, González...
Ariadna:
—Sea mi prometida, González.
¡¿Qué?! ¡¿Acaso había escuchado mal?! No creo, antes de venir a trabajar me había lavado los oídos con agua y jabón. ¿Acaso estaba loco?
—¿Disculpe? —pregunté, atónita. Esto tenía que ser una broma, no podía estar hablando en serio.
—Como escucho. Sea mi prometida, González —volvió a repetir, le había escuchado bien, pero quería que me aclarara eso de ser su prometida.
—¡¿Ser su prometida?! —Él de seguro tenía que estar de broma.— ¿Pero por qué? —Necesitaba saber de donde había salido tal propuesta para poder entender.
—Sí. Vera, mi madre ha pedido, quizá ordenado sea la palabra correcta, que pase este mes en Gabbana House. —Era obvio que se estaba refiriendo a su casa o mejor dicho, casa de sus padres—. MI madre está obsesionada con que debo casarme y tener hijos, porque según ella ya estoy en edad y sospecho que pretende presentarme a una de sus candidatas durante mi estancia allí. —Se giro hacía mí y me miró con tanta tranquilidad, mientras que yo seguía atónita.
—¿Y yo qué tengo que ver ahí? —pregunté aún más confundida sin entender ni un carajo.
—Le he dicho que iría con mi prometida, pero... —me miró.
—¿Pero? —pregunté para que prosiguiera y no se detuviera.
—Pero ahí está el problema —hizo una pausa—. Que mi prometida no existe porque me la he inventado. —Aunque todo lo decía con tranquilidad pude ver en su mirada preocupación.
—Es una situación complicada, pero... sigo sin entender porqué me necesita. —No sabía porqué me necesitaba y mucho menos el por qué me pedía eso.
Sacó las manos de los bolsillos.
—Porque serás mi prometida. Vivirás conmigo un mes mientras estoy en Gabbana House. Mi madre te conocerá, nos verá juntos y luego yo podré regresar a mi vida y hacer que me deje en paz por un tiempo.
La forma tan tranquila en la que decía todo eso me pareció tan disparatada, como podía decirlo con un tono de voz así.
—¡No puedo ser su prometida! ¡No pienso serlo! —contesté decidida. Era cierto que me había ayudado y se lo agradecía, pero esto era algo muy disparatado y mentir era algo que no me gustaba.
—Gónzales, ¿qué opción te resulta más atractiva? —volvió a meter las manos en los bolsillos y se empezó a acercar a mí con un paso lento.— Saldar la deuda que tienes conmigo colaborandome para poder despistar a mi familia o... —vi que se acercaba cada vez más—, pagarla en cuatro días.
—¿Cuatro días? —No habíamos acordado eso—. Nosotros no acordamos eso. Yo le dije que le devolvería todo el dinero cuando lo tuviera todo.
—Umhm... —parecía que lo pensaba—. Pero, como quien prestó el dinero fui yo, yo decido cuándo y cómo me lo devuelven, y le estoy dando dos opciones.
Al verlo tan cerca de mí me recosté contra la puerta, pero él seguía acercándose, hasta que estuvo demasiado cerca, tan cerca que pude olerlo. Tenía un olor muy varonil y muy atrayente.
—Es su decisión, González —me susurró casi cerca al oído, haciendo que mi piel se erizara.
No, no, no, cuatro días era muy poco para pagarle. ¿Qué debía hacer? No debía rendirme, pero al ver las pocas opciones que tenía, la única era aceptar.
—Uff... —suspiré resignada—. Hombre, si lo pone así... —dije tratando de tranquilizarme. Al escucharme decir eso, él se apartó de mi rápidamente y se empezó a dirigir hacia su escritorio.
—Me alegra que este de a cuerdo conmigo —dijo mientras se sentaba en su escritorio—. De lo demás no se preocupe, mañana podemos dialogarlo con más calma. Puede ir a descansar.
—Con su permiso —dije con un tono de seriedad, me retractaba de lo que había dicho, mi jefe era el peor de los jefes.
—Ah, y González —su voz me detuvo en seco—, duerma bien, no es bueno que tenga ojeras.
Asentí y sin querer seguir prestándole atención me dispuse a salir de aquella oficina.
Harry:
En sus ojos pude ver la ira consumiendola. Si sus ojos tirarán balas, de seguro yo ya hubiese muerto. Sin pensar tanto en lo que había acabo de suceder decidí salir de mi oficina e irme para mi departamento, necesitaba descansar y pensar un poco.
Luego de salir de mi oficina me dirigí hasta el parqueadero donde estaba mi auto, un Lexus LFA negro, desde las llantas hasta sus ventanas. Empezé a manejar en dirección a mi departamento con los pensamientos al mil.
Cuando llegué a mi departamento me quité la chaqueta y la tire al sofá. Me solté un poco la corbata y me senté en el sofá.
Mi celular sonó.
—Hey, Harry —escuché la voz de mi amigo a través del celular—. ¿Cómo estás?
—Leo, estoy bien. ¿Qué quieres? —pregunté cortante.
—Amigo, pero ¿qué tienes?
—Nada. ¿Qué querías? —volví a preguntar mientras pasaba una mano por mi espeso cabello.
—Umhm, ya —su voz sonó dudosa, no me creía—. ¿Hoy vendrás a jugar basquetbol?
Tal vez estar entretenido en algo me ayudaría a olvidar lo sucedido con Ariadna.
—En media hora nos vemos.
—Bueno.
Colgué. Me levanté del sofá y me dirigí a mi habitación para cambiarme. Me puse una camiseta negra suelta de manga larga, una playera amarilla, unas pantalonetas amarillas y unos tenis negros.
Ariadna:
Los pensamientos y dudas no dejaban de llegar a mi mente, no sabía qué pensar, mi mente parecía una encrucijada con todos aquellos pensamientos que venían y no podía aclarar. Pero, sobre todo, estaba enojada, le había pedido un favor y él se había aprovechado de eso. Ufff.
Al llegar al hospital decidí dejar a un lado todo y saludar a Doña Anita. Entré a la habitación y vi a Doña Anita hablando felizmente con Caro. Al verla sonreí y me acerqué a ellas.
—¿Cómo están, damas? —les pregunté con una cálida sonrisa.
—Señorita —me dijo Doña Anita con una gran sonrisa de oreja a oreja—. Estoy muy bien ahora que la veo.
—Me alegro, Doña Anita. —Doña Anita extendió sus brazos para darme un abrazo, al cual accedí plácidamente.
—Doña Anita ya quería verte —agregó Caro.
—Gracias por todo, señorita —me susurró al oído.
—No fue nada, en serio.
El rato que nos permitieron ver a Doña Anita lo pasamos hablando y riendo a lo grande. Doña Anita hablaba y reí tan tranquila, que eso me hizo feliz. Jamás me arrepentiría de haber ayudado a Doña Anita.
Caro y yo salimos de la habitación y nos dirigimos a la cafetería del hospital.
—Bueno, Ariadna, dime qué tienes, ¿qué te pasa? —me preguntó Caro mientras me observaba.
—¿A mí? —Ella asintió con la cabeza.— Oh, nada, nada —me apresuré a responder—. ¿Por qué?
—Te vi un poco rara cuando estábamos con Doña Anita. Sé que te pasa algo, dímelo, sabes que puedes confiar en mí. Sabes, que seas valiente no significa que no puedas expresar lo que te afecta, es más, aquello te hace aún más valiente, porque no cualquiera tiene el valor de hacerlo. Si tienes un problema entre ambas buscaremos una solución —me dijo con un tono dulce y tranquilo.
Sí, sí me pasaba algo y ella tenía toda la razón, a veces no es bueno guardarse las cosas que nos afectan.
—Pero prométeme que no contarás nada, es un secreto y no lo puede saber Doña Anita. —La señalé con mi dedo índice, ella asintió con la cabeza—. Mi jefe me propuso ser su prometida.
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