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Ámame

Por qué rompes mi corazón?

ESTA NOVELA PERTENECE A UNA SAGA SOBRE AMOR, VENGANZA Y MAFIA

Capítulo Uno

La noche era oscura debido a las nubes en el cielo. Al parecer Camila no era la única que sentía deseos de llorar. La joven de tan solo veintitrés años de edad estaba devastada luego de que su novio la hubiese dejado. Lo que la hacía sentirse peor era que lo hiciera el mismo día en el que ella pensaba que él le iba a proponer matrimonio.

Esa mañana, cuando salió del departamento y fue hacia su trabajo, encontró una nota en la que le deseaba buenos días. Era algo típico de Cristian dejarle notitas, costumbre de ambos en realidad. Ella era una abogada que acababa de recibirse y estaba trabajando como pasante en un estudio jurídico con gran reconocimiento en la ciudad. Aunque el trabajo lo había conseguido a través de un amigo de sus padres que vivía en el pueblo donde ella se había criado; se sentía muy orgullosa de sí misma, ya que la carrera era difícil y era una de las pocas en su curso que llegó a terminar la carrera sin tomarse un año sabático.

Aunque ella sabía que en parte era porque sus padres la habían criado de una manera amorosa, pero con bastantes expectativas. Por lo que todo el tiempo, desde muy pequeña, la hacían hacer actividades para enriquecer su mente. El ser derrotada no era una opción en la vida de Camila. Por lo que no quería decepcionarlos fracasando en su primer trabajo, aunque fuera de medio tiempo y solo lo hiciera para poder terminar su tesis.

Camila era de las personas que siempre trataba de dar lo mejor de sí, pero en este caso creía que su jefe era un hombre infame. ¿Cómo era él? No lo sabía, ya que en realidad lo había visto muy poco en el estudio jurídico. Aunque todos los abogados de la ciudad lo conocían. Él había formado un imperio en la industria. Además del bufete de abogados más grande de la ciudad, por otros negocios. Era prácticamente un CEO a la vista de muchos.

Camila se sentía normalmente orgullosa de trabajar para alguien como él. Sin embargo, ese día le había pedido, o mejor dicho, había hecho que uno de sus empleados le pidiera a Camila que se quedara hasta que la última persona se retirara, y se encargara de cerrar las puertas del bufete. Por lo que esta iba muy atrasada a su cita con su novio Cristian. Este le había escrito por mensaje durante el almuerzo y le había dicho que quería verla en un restorán conocido de la ciudad a las veinte horas para cenar juntos.

Camila había conocido a Cristian en primer año y él se le había pegado como chicle a un zapato. Ella no era una chica con una personalidad llamativa. Si bien había crecido en un pueblo pequeño, entre sus conocidos no le gustaba resaltar. Y hasta ahora en la ciudad solo tenía una persona a la que consideraba su amiga. Por lo que cuando él la invitó a salir, este suceso había dejado perpleja a Camila. Ya qué Cristian sí era muy popular, no solo con las chicas, las cuales siempre estaban invitándolo a salir, sino también con sus otros compañeros. Así que cuando aceptó ser su novia solo se dejó llevar; fue Cristian quien se encargó de todo siempre, para empezar, él fue quien decidió cuando sería la fecha de su noviazgo, ya que habían salido un tiempo a escondidas de sus amigos. Según le había dicho, era para que no hubiera malos entendidos con sus compañeros. Cosa que Camila no cuestionó en ningún momento pese a no estar de acuerdo. Él había sido quien le propuso irse a vivir juntos y seguramente él sería quien le propusiera matrimonio. Ya que hacía unos meses Cristian le había mencionado que quería que se mudaran a una casa con más habitaciones, puesto que su departamento era pequeño para que los dos trabajaran desde ahí.

Camila miró el reloj y se dio cuenta de que se le estaba haciendo tarde si quería prepararse para su cita. Aun así, sus compañeros seguían trabajando y no podía echarlos. Ella se aseguró de tener todo listo para que cuando ellos se fueran pudiera llamar un taxi y así irse directo a su departamento. Por fin, el último de sus compañeros se despidió de ella y Camila pidió un móvil de taxi por su app mientras cerraba todo. El taxista no paraba de hablar, algo común cuando ella subía sola. Siempre le estaban preguntando de donde era porque su acento no era parecido a las personas que vivían en esa ciudad.

Camila había sido muy meticulosa buscando en su closet ropa que sabía que era la favorita de su novio. Porque la ocasión lo ameritaba, según ella. Se maquilló en el baño de manera que no se notara que llevaba mucho maquillaje, lo hizo con tonos suaves que hacían relucir sus facciones, en eso era muy buena, ya que su madre era muy meticulosa con ella y desde muy joven le había enseñado los trucos para llamar la atención de manera positiva sin ser extremadamente bella. Aunque también era bastante crítica con respecto a su apariencia. Algo que en el fondo afectaba a Camila y las decisiones que esta tomaba a la hora de vestirse.

Cristian decidió que lo mejor era que se encontraran directamente en el restorán, por lo que los sentidos detectivescos de Camila se habían activado aún más. Hacía un tiempo ambos habían hablado que luego de recibirse lo mejor para ellos era tomar el siguiente paso. Y aunque formalmente ella aún no era licenciada, era como si lo fuera porque ya se encontraba trabajando. Al estar lista volvió a pedir un taxi desde su app y pagó anticipado con su tarjeta, porque la cartera que llevaría era pequeña y no podía estar llevando su billetera. Al llegar a la locación se dio cuenta de que el lugar era más hermoso de lo que recordaba. Estaba lleno de luces amarillas que le daban un toque íntimo al sitio. Había filas para entrar, por lo que estaba segura de que su novio había hecho la reserva con anticipación. Estaba un poco nerviosa con toda la situación. No estaba segura si aceptaría porque verdaderamente quería hacerlo o solo porque él se lo iba a pedir.

Sin embargo, al encontrarse con él lo notó muy distante para la ocasión. Entendía que por su trabajo estaba intranquilo e irritable, ya que muchas veces no volví a dormir a su casa. Aun así, esperaba que cuando la viera le dijera algo lindo acerca de su ropa o su cabello. Ella llevaba, lo llevaba muy largo por debajo de la cola, así como a él le gustaba. No se lo había cortado en casi seis años porque cada vez que se veían él siempre le decía lo bonita que se veía con el cabello suelto.

Ellos habían empezado a convivir hacía un par de años, lo que había causado unas cuantas discusiones. Él siempre que discutían se ponía tenso como ahora. Sin embargo, Camila no veía la razón para que él se encontrara así. La última vez había sido por los hijos. Él decía no estar listo para hijos, pero ella soñaba tener uno pronto. Sabía que eso pondría felices a sus padres porque los dos se habían jubilado recientemente y tenían tiempo de sobra para pasar con sus futuros nietos. No quería que sus hijos no conocieran a sus abuelos por esperar mucho. Pese a eso, Cristian había puesto el grito en el cielo cuando ella le comentó que deseaba tener hijos. Él le había dicho que era una locura imaginarse con un hijo si ni siquiera se habían casado y menos recibido. Después de unos días de estar peleados, por eso no habían vuelto a hablar del tema.

Camila le preguntó a Cristian que era lo que le había pasado para que estuviera con ese estado de ánimo. Para su sorpresa, él le dijo que era ella lo que lo incomodaba.

—Camila, estoy cansado de que siempre estés molestándome —dijo el joven como si la mera presencia de su novia hiciera que se irritara.

Ella nunca lo había visto tan encolerizado. Era como si fuera otra persona. Ya no se parecía a Cristian, ni en la peor de sus peleas él había sido tan cruel con Camila.

—Cris, no entiendo —respondió Camila al sentirse avasallada por las emociones que su novio le estaba transmitiendo en ese momento.

Él no era una persona agresiva ni con ella ni con otros. Nunca le había gritado y mucho menos le había faltado el respeto. Aun así, ahora lo estaba haciendo todo al mismo tiempo y delante de todos los presentes en el restaurante, quienes ante la voz de Cristian habían volteado a verlos. La vergüenza se apoderó de Camila.

—Cris, hablemos —le pidió ella para tratar de calmarlo. Ya que las personas no quitaban la vista de su mesa. Y ella ya tenía ganas de llorar por cómo se estaba presentando la noche.

Pero, a él no pareció importarle y siguió hasta que finalmente le dijo que todo se había terminado entre ellos. Que buscara dónde quedarse a dormir porque él estaba saliendo con otra chica y que la iba a llevar a vivir con él a partir de ese día.

Camila no lo podía creer. Su novio, y compañero por casi cinco años, no solo la estaba dejando, sino que le estaba contando que le había sido infiel. Y para ser más cruel, aún al mismo tiempo la estaba echando de su propio hogar. Sin que ella pudiera caer en la cuenta de lo que estaba pasando, él se apresuró y pidió la cuenta. Después de eso se levantó de la mesa con gran desdén. Le acababa de romper el corazón como si ella no hubiera sido nadie para él todo ese tiempo. Incluso menos que un cliente o un rival al que buscaba destruir. La había avergonzado ante todo el restorán.

—Toma, mi parte de la cena —le dijo Cristian mientras tiraba dinero sobre la mesa.

—Espera. No entiendo lo que está pasando aquí. Pensé que me querías —afirmó la joven con los ojos llenos de lágrimas.

Él, sin mirarla, tomó sus cosas y salió del lugar dejándola con la palabra en la boca. Camila no solo estaba destrozada, sino que su cabeza era un lío de preguntas. ¿Por qué no se dio cuenta de lo que pasaba? ¿Tan ciega había podido ser?

Para peor, la mesera que los había atendido acababa de ponerle la cuenta en la mano. Camila por un instante se quedó inmóvil. No deseaba ver a su alrededor ni caer en la realidad. Si bien había sido un día horrible, esperaba que todo fuera solo un sueño. De esos que parecen muy reales, pero que cuando despiertas te dan tranquilidad. Sin embargo, no lo era, no tenía tanta imaginación para soñar algo tan horrible.

—Yo no traje dinero ¬—dijo Camila, muy avergonzada.

A la mesera no le quedó más remedio que llamar al gerente para que hablara con Camila. Este, al no saber de qué se trataba la situación, había sido muy grosero con ella, ya que pensaba que Camila trataba de engañarlo. Por suerte la moza sintió pena por Camila, después de que su jefe le dijera que si no pagaba iba a llamar a la policía. Ella se acercó a Camila y le recomendó que llamara a alguien para que la ayudara a pagar la cuenta. Aún tenía su teléfono, podía ser que conociera a alguien que estuviera dispuesto a darle una mano.

—Escucha, mi jefe no es tan malo. Seguramente alguien puede hacerte una transferencia. Así podrás irte tranquila —le indicó la mesera.

Después de estas palabras de aliento por parte de la moza, Camila llamó a su única y mejor amiga. Le pidió que le hiciera el favor de transferirle dinero a su cuenta para poder pagar la cena. Guadalupe lo hizo sin entender que era lo que pasaba. Ya que no le había contado todavía lo ocurrido. Por un lado, porque le daba mucha vergüenza y por otro para que su amiga no saliera corriendo a querer matar a Cristian. Porque ese tipo nunca le había caído bien a Guadalupe. Y Camila no estaba ni de humor ni con la fuerza emocional para escuchar las palabras “te lo dije”.

—¿Pelearon con Cristian? —preguntó Guadalupe.

Camila ignoró lo que su amiga le preguntó y solo le dijo que necesitaba que la dejara dormir en su casa. A lo que su amiga accedió sin objeción. Guadalupe aún vivía con sus padres, por lo que no tenía mucho espacio para recibirla. Pero, aun así, sabía que, si Camila le pedía eso, era porque algo muy malo había pasado entre ella y Cristian.

Finalmente, Camila salió del restorán sintiéndose derrotada. Las personas habían visto todo lo ocurrido e incluso algunos hablaban cerca de ella. Aunque sabía que había podido usar un montón de argumentos frente al dueño del local, siendo que ella era abogada. Sin embargo, no había podido pensar. Su mente estaba en blanco. Su corazón destrozado y su piel erizada por el frío que sentía. Ni el clima se ponía a su favor esa noche. El cielo estaba nublado y había mucho viento. Las estrellas se habían refugiado detrás de las nubes. Algo que Camila deseaba hacer también. Quería llegar pronto a la casa de su amiga para poder hacer lo mismo en sus brazos.

Autora: Osaku

Bajo la lluvia

Capítulo dos

La noche cubría el cielo de nubes esperando desahogarse. Al igual que la joven que acababa de ser abandonada por el que esperaba, se convirtiera en su prometido esa misma noche. El mismo hombre que había roto a la pobre chica de cabello castaño claro en varios pedazos.

Aunque Camila sabía que iba a ser un poco de frío, ya que había buscado el pronóstico en su teléfono celular. A la hora de elegir su vestimenta se había puesto un vestido y sandalias altas; sabía que le costaría caminar. A ella no le importó, puesto que estaba segura de que su novio la llevaría de nuevo a casa en el coche. Normalmente, odiaba llevar tacos altos, más aún sabiendo que era un requisito de su trabajo. Por ese motivo ya tenía los pies llenos de callosidades y en otro momento habría evitado salir así vestida, pero por su cabeza no había pasado ni un instante la posibilidad de que la noche terminara de esa manera.

Mientras que las nubes propiciaban lluvia. El viento se encargó de hacerle la vida imposible, levantándole la falda varias veces. ¿A caso todos estaban de acuerdo en hacer esa noche una mierda para ella? Camila trató de bajar su falda luchando contra el viento para que no se le vieran las bragas. Cuando de repente sintió cómo su cuerpo era empujado contra la pared en la esquina de una calle. Dos maleantes estaban a punto de asaltarla.

Ella no llevaba más que su móvil y su pequeña cartera de mano. Por lo que el episodio fue corto. La habían despojado de sus pertenencias y la habían terminado de humillar. Nada podía hacer que este día fuera peor, pensó para sus adentros. Sin embargo, la noche era joven, y mientras ella repasaba la discusión que había tenido a lo largo de estos cinco años con Cristian, comenzó a llover.

Maldecir en voz alta no era suficiente para descargar el malestar que había en su interior. Golpear a los maleantes tan vez la habría reconfortado, pero todo pasó tan rápido que no tuvo la oportunidad de hacerlo. Además, eran dos, si ella hacía algo seguro hubiera terminado peor la situación. Vivía en una ciudad que era considerada muy peligrosa. Solo podía compararse con ciudad gótica. Ella ahora se daba cuenta de que había tenido que pedirle más dinero prestado a su amiga para así tomarse un taxi. ¿Pero quién podría culpar a Camila por su reacción después de lo que estaba viviendo? Quienquiera que lo hiciera solo sería más ruin que; su ahora exnovio Cristian.

El mal nacido varias veces le había dicho que quería que tuvieran mayor intimidad, pero la familia de Camila era muy conservadora. Y ella había querido respetar a sus padres y el esfuerzo que estos habían hecho para mandarla a la universidad. Si quedaba embarazada antes de recibirse, no solo sería una decepción para ellos, sino que sus padres tendrían que soportar a los chismosos del pueblo. Por lo que ella había limitado la intimidad de ambos a jugueteo. Algo que él no había podido cambiar en estos cinco años por más que lo había intentado.

—¡Carajo! Me robaron. ¿Qué más me puede pasar esta maldita noche? —dijo llena de rabia, tratando de liberar un poco su malestar, pero sin éxito.

Había bebido de golpe el trago que Cristian había dejado en la mesa al irse. Algo a lo que no estaba acostumbrada, por lo que empezaba a marearse. Ella no era de las personas que bebían con frecuencia. No sabía cómo iba a hacer para comunicarse con Guadalupe. Su casa quedaba lejos de donde estaba y aunque tomara un taxi podía ser que ella estuviera durmiendo. Y ya que era un complejo de edificios, era muy probable que no pudiera comunicarse con ella ni accediendo al portero eléctrico. Por lo que tenía que buscar otra manera de llegar.

Recordó que tenía una compañera de la facultad que vivía más cerca de ahí, por lo que emprendió el viaje bajo la lluvia en su dirección. Cada vez llovía más fuerte, por lo que Camila maldijo una vez más en voz alta. Trató de caminar más rápido, pero no podía. Esos tacos no la dejaban hacerlo. En este momento ella ya había empezado a cuestionar la manera en la que había procedido no solo ese día, sino durante el tiempo que había salido con ese maldito.

Siempre tan sumisa y responsable, haciendo lo que él quería que fuera. Mostrándose como la chica perfecta, siendo que él no era un buen novio. Ahora se daba cuenta de que él no volvía porque estaba con otra. ¿Cuántas veces la habría engañado? ¿Con cuántas mujeres? Por qué seguramente no era la primera chica con la que la engañaba.

Camila se sentía tan tonta y desdichada, tan impotente. Si uno de sus compañeros apareciera se acostaría con él. Solo para dejar de ser virgen. Para poder dejar por un instante a la estúpida en la que se había convertido esos cinco años.

Un automóvil se detuvo al lado de Camila y ella pensó que tal vez sería uno de sus compañeros de trabajo o algún conocido. Su suerte por fin estaba cambiando, creyó, pero no. El tipo del automóvil era un desconocido que la confundió con una prostituta.

—Lo que me faltaba —dijo ella molesta con la situación—. Por qué no me haces el favor y te vas a la mierda.

Al decir eso, el automóvil siguió de largo. Por suerte para ella el tipo no había sido insistente. Tal vez la cara de endemoniada que llevaba Camila, cuando le preguntó cuánto cobraba, lo había espantado. Aunque unas cuadras más adelante, otro automóvil bajó la velocidad y se puso cerca de ella como el anterior. Camila estaba cansada, le dolían los pies y tenía frío. Por lo que ni siquiera se volteó a verlo cuando bajaba la ventanilla del lado del pasajero.

—Ya terminé de trabajar por hoy. Así que vas a tener que buscarte a otra puta barata —dijo ella con ironía y sin más siguió caminando.

No iba a darle explicaciones a un maldito desgraciado que no era capaz de conquistar a una mujer de la manera habitual y tenía que acudir a una prostituta. Seguramente era un maldito, al igual que Cristián. Había muchos de esos por la calle. Tipos que engañaban a sus novias o a sus esposas con prostitutas. ¿Por qué? Porque seguramente eran tan poco hombre que solo se sentían a gusto pagando por eso. Ya que una prostituta jamás le diría lo horrible que eran en la cama. Como Cristian, que ni siquiera sabía cómo hacerla llegar con su boca. Un hombre así no se merecía su virginidad, ni su cuerpo. Por un instante se sintió feliz de no haber tenido relaciones con ese maldito. Puesto que era probable que en la cama fuera un desastre. Cinco años y ni un maldito orgasm* le había dado. ¿Qué sabia él de hacer feliz a una mujer? Camila salió de su burbuja al darse cuenta de que el maldito del automóvil todavía la seguía. Esperó unos metros más y terminó estallando de ira.

—¿A caso no puedo estar caminando sola bajo la lluvia sin que quieran romperme las malditas pelotas? —dijo ella susurrando, pero, aun así, el automóvil no se alejó de ella­—. ¡Maldita sea! ¿Una mujer no puede caminar sola en la calle sin que se la quieran meter? ¡No soy prostituta, déjeme en paz!

Después de decir eso miró furiosa en dirección al vehículo. ¿Podía ser este el peor día de su vida? Sí, claro que lo era. El hombre que estaba dentro del automóvil era ni más ni menos que su jefe. No era su supervisor, ni su coordinador. Era el jefe, del jefe, de su jefe. El dueño del bufete donde ella estaba haciendo la pasantía. Pensó que iba a desmayarse del impacto que esto les provocó a sus emociones. Esta noche definitivamente se había convertido en la peor de su corta vida y probablemente arruinaría su futuro como abogada.

Creyó en declararse incompetente, pero él sabría que sería solo una mentira. Ya que el doctor Cuartuco era experto en el tema. ¿Quién era mejor abogado que ese hombre al que le había gritado como una desquiciada? ¿A caso la despediría? ¿Qué haría ella si la dejaba sin trabajo antes de terminar su pasantía? ¿De dónde sacaría un nuevo bufete para poder concluir con su tesis? ¿Quién sería tan estúpido como para ir en contra de este hombre? En el país era uno de los mejores y todo el que estuviera en su contra tenía que tener con qué. Él la aplastaría como a una cucaracha, y no como esas que intentas aplastar y salen vivas. Si no como esas que quedan completamente despedazadas, esas a las que sientes crujir debajo de tu pie. Asquerosamente aplastada por el pie del hombre más intimidante de toda la ciudad.

Una nueva idea se cruzó en su mente. Tal vez aún él no la había reconocido, tenía una mínima posibilidad de salir de esta situación ilesa. Tal vez la apariencia de cenicienta pasada por agua podía hacer que él no la reconociera, o tal vez ni siquiera le había puesto atención en el trabajo y no recordaba su rostro o su nombre, tal vez… No. Camila no tenía esa suerte. Ya que su sueño se derrumbó al escuchar la voz del hombre en cuestión.

—Señorita Fernández —dijo él y ella supo que este era su fin—. ¿Se puede saber qué hace en medio de esta lluvia?

Las palabras del hombre parecían más de sorpresa que de enojo. Tenía una voz imponentemente grave y muy sensual para cualquier mujer que lo escuchara. Como si con cada una de sus palabras un pequeño conjunto de serotonina se liberara en la cabeza de la joven. Era tan profunda e imponente que siempre que lo había escuchado en su trabajo había causado que se estremeciera.

El doctor Cuartuco era un hombre de esos que desbordaban elegancia. Muy atractivo teniendo en cuenta que, no parecía tener más de unos cuarenta y tantos. Los cuales llevaba de maravilla. Todas las chicas del bufete estaban locas por él. Y por lo que había escuchado era una persona con un trato muy agradable para ser que era uno de los más feroces en el juzgado.

Hasta cuando caminaba lo hacía con porte y una manera seductora. Parecía de esos modelos de pasarela mezclados con esos tipos de los gimnasios que hacían pesas. Como si su cuerpo le permitiera moverse, pero solo de una manera en la que imponía su porte.

—Doctor. Lamento lo que dije. Es que… Sé que no es una excusa, pero no he tenido una buena noche y… —dijo ella tratando de justificarse, pero fue interrumpida por esa voz grave y sensual a la que no estaba acostumbrada todavía.

—¿Le gustaría que la alcanzara a algún lugar? Aunque no deseo privarla de sus placeres nocturnos, de ir bajo la lluvia insultando a las personas —dijo él con una sonrisa que provocó que Camila se sonrojara —No es que quiera meterme en su vida; sin embargo, si sigue así se va a terminar enfermando.

¿A caso estaba loca o el hombre más conocido y prestigioso en la ciudad acababa de hacerle un chiste? El doctor Cuartuco estaba invitándola a entrar a su coche. Él, que había podido presidir de ayudarla con tan solo seguir de largo.

¿Qué era lo que estaba mal aquí? Se suponía que este debía ser el peor día de su vida, no podía pasar algo bueno. Se decía Camila en su mente. Tenía que haber una trampa, tal vez cuando quisiera subir al automóvil él arrancaría y se burlaría de ella como hacían los malos en las películas antiguas. Era la única respuesta que tenía lógica para la mente perturbada de la joven en ese momento.

Autora: Osaku

Un ángel

Capítulo tres

Después de una terrible noche en la cual Camila perdió no solo a su novio, el cual había resultado ser un maldito desgraciado. También había sido echada de su departamento por ese infeliz. Y como para finalizar, hasta se había quedado sin trabajo después de insultar al dueño del estudio jurídico donde se encontraba haciendo su pasantía. Ya que lo había tratado como si fuera de la clase de tipo que sucumbe al deseo de los servicios de una prostituta. Si Camila le contara eso a alguien, no había podido creer que todo ocurrió la misma noche y en menos de dos horas. Cosa que ni ella entendía, por qué encima de todo le habían robado el teléfono celular. Por lo que después de todo, era de esperarse que la joven no esperara que nada bueno le pasara. Ya que por cómo la lluvia había caído sobre ella parecía un palito estropeado.

—¿Le gustaría que la alcanzara a algún lugar? Aunque no deseo privarla de sus placeres nocturnos, de ir bajo la lluvia insultando a las personas —dijo él con una sonrisa que hizo que Camila se sonrojara —No es que quiera meterme en su vida, pero si sigue así se va a terminar enfermando.

Ese hombre no solo era increíblemente sexi, sino que también era demasiado atento, según la perspectiva de Camila. Para ella había resultado ser como su ángel salvador. Aunque después de cómo se había comportado le daba un poco de vergüenza aceptar su ayuda. Por lo que intentó decirle que no era necesario, aunque sabía que sin él las cosas malas que su suerte le habían propiciado continuarían. Pero ahora, después de años de ser solo un individuo modesto y humilde, se había vuelto una chica orgullosa.

—Gracias, pero no quiero causarle…—intentó decir ella; sin embargo, una ráfaga de viento la hizo comenzar a tiritar con más fuerza.

El doctor Cuartuco hizo caso omiso a las palabras de la joven y abrió la puerta del automóvil para que ella entrara. Camila se había resignado muy pronto. Había pasado por demasiadas cosas ya para una noche. Ella se acercó; sin embargo, cuando vio el asiento del coche se detuvo.

—¿Qué está esperando, señorita Fernández? —preguntó él con curiosidad, ya que la joven parecía estar pasándola muy mal.

—Es que estoy empapada. Voy a arruinar el asiento de su Mercedes Benz —dijo ella al notar que era un automóvil muy costoso, el de su jefe.

El doctor Cuartuco se quitó el cinturón de seguridad y se sacó su chaqueta para apoyarla en el asiento del acompañante. Para Camila esa no era una mejor opción porque esa chaqueta valía lo que ella ganaba en un año. Aun así, no quería que él se impacientara, por lo que finalmente se sentó.

—Dígame a donde quiere que la lleve —dijo él con tono amable mientras regulaba la temperatura del vehículo para ayudarla a que dejara de tiritar.

Camila le dio la dirección de la compañera que vivía cerca de ahí. Ya que si le pedía que la llevara hasta la casa de su amiga Guadalupe no solo sería un abuso de su amabilidad, sino que también le daba tiempo para conversar y era algo que no tenía demasiadas ganas de hacer después de todo lo ocurrido.

El vehículo arrancó y ella sintió una puntada en su pecho. Tenía mucho frío y no había notado cuán pálida estaba hasta que se vio por el espejo retrovisor. Su cabello estaba pegado a su rostro y sus labios parecían tomar un tono levemente azulado. Su piel, la cual no era del todo clara, sino con un leve bronceado, se veía blanca, amarillenta. Toda ella se sentía horrible frente a ese hombre, en ese momento específico. Tal vez otro día, de otro modo, con otra ropa y en otras circunstancias, podría sentir que ella tenía la oportunidad de conquistarlo con sus curvas, pero no hoy.

—En realidad me han robado —dijo ella para evitar el silencio incómodo que se estaba formando, aunque también lo hacía para tratar de justificar un poco su comportamiento irracional.

Camila, al no recibir respuesta por parte de su jefe, lo miró con preocupación. ¿Tal vez no le creía o quizás se daba cuenta de que ella trataba de justificarse? Entre más atenta lo miraba, pudo darse cuenta de que aparecía un cosquilleo en el estómago; se volvía más y más incómodo, se ruborizó por estar en la mera presencia de ese hombre. Por lo que al sentir el calor en sus mejillas se sintió como una tonta. El rostro de su jefe era apolíneo. Sus rasgos eran masculinos pero delicados. Tenía el cabello un poco más oscuro que ella y estaba perfectamente rasurado, como si en ese perfecto rostro no creciera el vello facial.

¿Era posible que alguien en alguna parte del extenso universo hubiera pensado en eso? En crear a un espécimen de la raza humana con las características exactas para que las féminas a su alrededor se sintieran como Camila; atrapada por su belleza y su porte. Irremediablemente atraída por el aroma que ese macho alfa despedía. ¿Lo era? El doctor Cuartuco la sacó de la dulce burbuja en la que ella estaba sumergida para responder.

—Supuse que algo le había sucedido. ¿Le hicieron daño? ¿Se encuentra bien? —le preguntó él en tono de preocupación.

¿Sería real o parte de la formalidad que los humanos estaban acostumbrados a utilizar dentro de su hipocresía? Era una de las preguntas que cruzó por la mente de Camila. Era normal que se sintiera así, ya que uno de esos mismos machos alfa la había dejado a la deriva horas atrás. Ella cruzó los ojos con él y se dio cuenta de que estaba actuando como una tonta. Así que con su cabeza hizo un movimiento de afirmación, respondiendo a la última de sus preguntas. Fue lo único que pudo hacer frente a ese tipo de hombre que con solo un par de ojos grandes lograban intimidarla. Poco a poco su cuerpo recuperaba el calor gracias a su jefe, pero también al calor que el vehículo liberaba por sus pequeñas ventilaciones. Aunque la joven seguía empapada.

Sin darse cuenta ya habían llegado a su destino. Camila se entristeció, ya que estaba empezando a estar cómoda dentro del enorme coche y al lado de este hombre terriblemente encantador. Al llegar él detuvo el motor y ella se sintió en la obligación de darle las gracias por su amabilidad. Aunque su paseo fuera tan corto, si ella hubiera hecho el trayecto a pie, seguramente algo más habría terminado con la poca cordura que le quedaba.

Él solo sonrió con despreocupación mientras que ella bajaba del vehículo. Claro que sí, no era nada para él, creyó Camila; no era que él quisiera estar en su compañía, ni que ella llenara de agua su costoso coche, ni que arruinara su chaqueta tras sentarse en ella. Seguramente estaba yendo a una fiesta o tal vez se iba a encontrar con una mujer de verdad, no un trapito escurrido como ella.

Ella miró el suelo y estaba lleno de agua. Pensó en saltar los charcos, pero se sintió ridícula. Ya estaba empapada. Aunque le sorprendió que él no se fuera apenas ella había bajado del Mercedes. El doctor Cuartuco se quedó esperando a que ella entrara al departamento. Era un tierno. La joven se apresuró a tocar el timbre, sintiéndose muy ansiosa por ser observada por el hombre.

Para su sorpresa, su compañera no contestó. Era algo con lo que Camila no contaba. ¿Ahora que iba a hacer? ¿Quedarse a esperarla? Había dejado de llover, pero, aun así, ella seguía mojada, por lo que iba a volver a sentir frío. Se puso más nerviosa, ya que él seguía ahí, mirándola. Tal vez habría sido mejor que no fuera tan amable y ya se hubiera ido. Camila volvió a tocar el timbre un par de veces más, pero sin éxito.

No importó a que dios le suplicara que su compañera le respondiera. Nadie escuchó sus ruegos desesperados. Una parte de ella habría sido capaz de ofrecer su alma si eso significaba sacarla de ese momento tan incómodo. Pero a esta altura consideraba que pocos querrían algo de ella. Después de unos minutos, su jefe le pidió que volviera al automóvil. Y como una niña obediente volvió a él.

—No creo que sea bueno para su salud, que siga así mojada. Va a terminar enfermando —dijo el doctor Cuartuco y luego hizo silencio por un minuto como si tratara de evaluar la situación con detenimiento —Si no le molesta, puede venir a mi casa, cambiarse y esperar a que la lluvia se detenga por completo —dijo él y le abrió la puerta para que ella volviera a entrar.

Camila no podía considerarlo. Este hombre estaba dispuesto a seguir compartiendo su valioso tiempo con ella. Ahora no solo se sentía incómoda, sino también decepcionada de sí misma. Si otra fuera la ocasión estaba segura de que saltaría de felicidad. Pero no así, viéndose hecha un desastre y menos sintiéndose tan mal consigo misma.

—Señor Cuartuco, es usted muy amable, pero no puedo abusar así de su generosidad —intentó decir la joven.

A diferencia de lo que Camila pudiera pensar, él se puso insistente. Así que no le quedó otra opción que volver a ceder y aceptar ir al domicilio de su jefe. Si alguien le hubiera leído su horóscopo y le hubiera dicho que Camila pasaría la noche en la casa de su reconocido jefe, ella habría sido capaz de apostar todos sus bienes en su contra. Algo en ella quería salir, permitirle relajarse un poco. Decirle que se lo merecía, pero le costaba aceptar que un hombre apuesto deseaba ayudarla. Que se merecía esa ayuda y que valía más que lo que su maldito ex la había hecho sentir.

Su jefe volvió a cambiar la calefacción para ayudar a que Camila no temblara de frío. Aunque a él ese calor le resultaba incómodo, para no decir molesto. Así que para contrarrestarlo un poco, él abrió levemente la ventanilla del conductor. Condujo casi una hora de la cual no hablaron de nada en particular. Ya que Camila se seguía sumergida en sus pensamientos.

Cuando llegaron a unos edificios muy altos y luminosos, Camila notó que estaban cerca de la costanera. Eran los departamentos más costosos de la ciudad. Y como era de esperarse, su jefe vivía en uno de ellos. El doctor Cuartuco vivía en uno de los dos edificios más caros de toda la ciudad y los alrededores. Con un automóvil así era de esperarse que no lo dejaría fuera de su departamento en cualquier lugar como lo hacía su ex, pensó Camila y levemente sonrió. Comparar a su ex con su jefe era una tontera. Aun así, la había hecho sentir mejor.

Por un momento ella se dedicó a mirar la majestuosa vista. Era un sitio artificial, pero, aun así, era muy hermoso. Se notaba que estaba hecho para decirte que si no vivías ahí seguramente eras pobre sin importar cuanto ganaras o cuanto tuvieras. Camila notó que cuando entraron por el estacionamiento un hombre uniformado se les acercó. Al parecer el sitio tenía no solo cámaras, sino que bastante seguridad, ya que este le dio un pase de invitado que debía usar mientras estuviera dentro del edificio.

Después de estacionar el automóvil, fueron hasta unas puertas metálicas que reflejaban sus cuerpos. Él era un poco más alto que ella. Las puertas resultaron ser el ascensor, por lo que ambos entraron. Tras cerrarse la puerta con ellos adentro. Camila sintió curiosidad por saber a qué piso irían. Sin embargo, al darse cuenta del botón que su jefe presionó, se quedó boquiabierta. Él era el residente del último piso más grande que ella jamás había visto. Al abrirse las puertas del ascensor pudo notar que no solo era grande, sino que también era muy moderno, lleno de ventanales, luces estratégicamente ubicadas, pisos brillosos en los que eras capaz de poder ver tu reflejo.

Autora: Osaku

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