Sonó la alarma a las 5 am, la apague y me levanté enseguida. No había podido conciliar el sueño, hoy era mi primer día en la preparatoria, hoy subía de nivel y eso me emocionaba. Salí de mi habitación directamente a bañarme, me aliste con el uniforme que había preparado un par de semanas antes, me puse un poco de labial rosado, un perfume con un suave olor a vainilla, tomé un desayuno ligero y para cuando dieron las 6:30 AM, le avise a mi madre que ya me iba.
Mi entusiasmo decayó un poco un momento antes de entrar al aula pero, me animé y esforcé por entrar con la mayor seguridad posible, debía causar una primera impresión buena. Tome un lugar y para pasar el tiempo mientras llegaba el primer profesor, opte por llevar mi libro favorito "Alicia en el país de las maravillas" y así, parecer indiferente a lo que ocurría en mi entorno, yo era introvertida pero espere mucho este momento, lo planee por el último ciclo escolar y no quería arruinarlo así que, cada segundo me recordaba la situación. El plan era sencillo: No debía mostrarme débil.
Aunque yo parecía enfocada en mi lectura, puse atención a lo que se oía a mi alrededor, empecé a analizar a mis nuevos compañeros, todos éramos nuevos y muy pocos eran los que se conocían entre sí, así que su primer comportamiento con los demás me era muy importante, de este modo podría catalogarlos en grupos y saber que clase de personas y actitudes tendrían en el futuro. Mi madre es psicoanálista y yo crecí aprendiendo en ese entorno, ella siempre me había dicho como era cada uno de los amigos que lleve a mi casa y siempre tenía razón, entonces tuve que enfocarme más en saber seleccionar a mis conocidos.
Primero oi a una chica presentarse con otra, su voz era dulce y amable, decidió romper el hielo preguntando: "¿De dónde vienes?" y con cada respuesta que recibía ella se mostraba interesada. "Me agrada", pensé.
Después había una voz fastidiosa hablando del dinero de sus padres, acaparando la atención y la conversación.
"Típico niño de papi, con complejo de superioridad, la clase de persona que menosprecia a los demás, debo tener la guardia en alto con él"
Estaba inmersa en mis pensamientos, cuando alguien me tocó el hombro. Voltee y la vi, tenía una enorme sonrisa, un cabello corto a los hombros rizado, una tez apiñonada y unos enormes ojos que le brillaban...
-Lo siento, es que me encanta la película, ¿el libro es mejor?- me preguntó.
-Depende de la opinión de cada quien- conteste.
-Mi nombre es María, ¿Tú cómo te llamas?
Reconocí su voz de inmediato, era la chica que estaba haciendo plática con los demás.
- Yo soy Victoria, mucho gusto, María.
Ella esbozo una gran sonrisa de nuevo.
- Entonces... ¿La película es mala?- me dijo
- Oh no, sucede que yo prefiero leer las obras impresas, sin embargo, hay quienes prefieran las adaptaciones en la pantalla- añadí
Sin borrar su sonrisa me dijo.
- Tendré que leerlo para ver qué prefiero. Oye, ¿Quieres almorzar con nosotros en el descanso?- agrego.
- Me parece bien- conteste
María me presento a los chicos con los que estaba hablando, había tenido oportunidad de escucharlos antes de mi breve conversación con ella y sabía cómo comportarme con cada uno.
El primero era Ivan, un chico muy agradable y tímido.
Después Susana, una chica de apariencia frágil pero era muy ruda en verdad y sumamente madura.
Le siguió Ingrid, quien tenía una personalidad entrometida y un tanto presumida pero, muy dedicada.
Y Yael, de él solo se puede decir una cosa, era el bufón de la clase.
El día paso rápido, coincidí con Iván para regresar juntos. En el camino me contó que tiene una hermana menor, deses entrar en el ejército y algún día casarse, eso me pareció tan afín a su personalidad que no me sorprendió en lo absoluto, él me llevo hasta la puerta de mi casa y se despidió de mi sacudiendo su mano, yo solo asentí y entre.
Subí corriendo las escaleras al primer nivel cuando, un sonido me detuvo justo antes de llegar al último escalón.
-Shht- me señaló con un dedo en los labios una mujer, esa mujer no me agrada. Ella es Irais, la asistente de mi madre, y se encontraba en la recepción del consultorio que hay en casa.
Mi casa, es lo suficientemente grande como para tener un piso completo solo para el consultorio de mamá, tiene un pasillo exterior para facilitar el acceso a la cocina y al siguiente piso que es donde vivo con mis padres desde hace un par de años.
Camine en silencio a la cocina, saludé a la señora Lupita, y me senté en el comedor a esperar que mi madre terminará la sesión.
Después de un rato, escuché a mi madre hablar, le pidió a Irais que despidiera al paciente y se dirigió de nuevo al consultorio, yo corrí para verla y avisarle que ya había vuelto.
-Mamá, estoy aqui- le dije entusiasmada, pero ella se limito a verme y cerrar la puerta.
Yo me di la vuelta y regrese a la cocina, me senté al comedor y me dispuse a hacer mi tarea, mientras estaba en ello, escuché unos pasitos subir corriendo las escaleras, yo sabía de quién se trataba así que me apresure a guardar mis cosas en la mochila y levantarme a recibirlo.
En cuanto ví al pequeño niño con su mochilita en la espalda, no dude en ir a ayudarlo.
-¡Hola!, ¿como estás, Emiliano?- pregunté.
- ¡Vic, fue increíble!- me respondió el niñito de apenas 5 años- en mi colegio hay columpios, y un tobogán enorme.
- ¡wow, que fantástico!- le dije mientras lo tomaba de la mano para que fuéramos a comer.
-Sí, tengo una maestra muy linda, ella me regaló una paleta por portarme bien.
- Oh mi niño, que emoción- agregue- recuerda cepillarte bien los dientes después de comer dulces.
- Si, tu siempre me lo dices- hizo un gesto muy tierno.
- Te lo digo porque no quiero que te dañes los dientes, Emi - le dije mientras ponía la mesa- ve a lavarte las manos.
El niño lo hizo sin alegar, escuché a mi madre decir:
- Emi, ten cuidado hijo, no te vayas a lastimar.
-Yo puedo solo mami, ya soy grande -comento el pequeño.
Mi madre entro a la cocina y tomo uno de los platos, mientras hacía una llamada. Emiliano se sentó en la mesa y empezó a hablar como si fuera un pequeño cotorro, mi madre reía con sus ocurrencias mientras intentaba una y otra vez que la llamada se enlazará. Volteó a verme y me preguntó:
- Victoria, ¿Te ha llamado tu padre?
Yo negué con la cabeza y continúe comiendo, ese día la comida era deliciosa, había enchiladas de mole y un arroz rojo que inundaba la cocina con su delicioso aroma, la señora Lupita, sabía que era mi comida favorita, y la había hecho para celebrar que yo había entrado a mi primera opción del examen a la preparatoria. Yo estaba tan concentrada disfrutando mi comida cuando todo se nublo por una discusión.
Mi madre había logrado contactar con mi padre, pero como siempre, sus conversaciones acababan en discusión.
Terminé lo más rápido posible y lave mi plato, enseguida tome mis útiles y subí a mi habitación, tras mío subió mi pequeño hermano, que necesitaba ayuda con la tarea.
Llegó la noche y me disponía a cenar, baje a la cocina y prendí la estufa, estaba preparándome un poco más de esa deliciosa comida, cuando mi padre entro por la puerta.
-¡papá!, Hola. -le dije un poco sorprendida.
-¿hora de cenar?-añadio mientras veía mi plato.
-Algo así, ¿quieres cenar conmigo?- le pregunté.
- Huele muy bien, claro que sí. -dijo con una sonrisa- ¿como te fue hoy en tu primer día?, ¿hiciste amigos?, ¿qué te pareció la escuela?, ¿y tus compañeros, como son?
Mi papá tenía muchas preguntas pero me apresure a contestarle con calma.
- Me pareció bien, ya veremos qué pasa.- agregue- ¿quieres queso y crema?
-Claro, claro - papá sonrío y me ayudó a pasar los platos.
Estábamos por terminar de comer, cuando me preguntó por mi madre y hermano.
-Fueron al centro comercial y a dejar a Irais a su casa. -dije sin dejar de ver mi plato.
Mi padre me observó por un momento y espero a que yo terminará mi cena, lavamos los platos juntos y yo me disponía a ir a mi habitación, cuando él me detuvo.
-Hija, acompáñame, olvide que debía comprar unas cosas.
Asentí y me puse un abrigo.
Caminando por la calle, tome del brazo a mi papá y el soltó una risita.
-¿De que te ríes?- pregunte.
-Nada, es solo que ya has crecido bastante.- dijo mientras se soltó de mi agarre para rodearme los hombros con el brazo, lo rodé por la cintura con mi brazo e íbamos riéndonos.
Nos detuvimos frente a una cafetería que se encontraba en la misma avenida de casa, él me volteo a ver y me dijo:
-Quiero una rebanada de pastel, ¿entramos?
-Papá, acabamos de cenar, ¿estás seguro?
Mi padre esbozo una enorme sonrisa y me tomo de la mano.
-Mi antojo es enorme, hasta me salió un grano en la lengua, mira- dijo mientras me mostraba su lengua.
Yo no pude evitar reírme y le contesté:
- está bien, papá, pero yo quiero un chocolate caliente con...
-ah, ya se, y una rebanada de pastel de chocolate, con relleno de chocolate, cubierto de chocolate. -me interrumpió.
Me sorprendió que mi padre tomara una mesa, se suponía que iríamos a comprar algo que se le había olvidado y para cuando terminaramos nuestro pedido, ya sería demasiado tarde, así que me apresure a hacérselo saber a él.
- Ah, eso... Ya se lo encargue a alguien más, para que me lo entregue mañana en el trabajo. -dijo
Pasaron 10 minutos y el mesero puso nuestra orden en la mesa, yo estaba ansiosa, se veía delicioso todo lo que habíamos pedido. Me disponía a comer, cuando de pronto el teléfono de papá sonó, él solo vio el nombre en la pantalla y desvío la llamada, pero enseguida mi teléfono sonó, al ver quién era me apresure a contestar.
- Bueno, ¿mamá?- dije con el celular en el oído
Al otro lado la podía escuchar con un tono un poco ansioso.
-¿Dónde estás?- me contestó
-mamá, salí a comprar unas cosas con pa- no termine de explicar cuando fui interrumpida por una voz fuerte
-Victoria, ¡te quiero en la casa ahora mismo!- dijo un tanto alterada.
- Pe pero mamá- quise responder.
-... - colgó
Mi padre que estaba frente a mi, me aconsejaba que terminará mi pastel pero había algo que no permitía que yo lo pudiera escuchar. Tome los platos y fui directamente al mostrador, pedí que los pusieran para llevar. No podía evitar dar pasos largos, pero mi papá iba tan sereno que no pude evitar sentir ansiedad porque no apresuraba su paso, intenté jalarlo un poco del brazo pero no conseguí que se moviera más rápido, a pesar de mis esfuerzos sentía que no lograba avanzar, esas 3 cuadras de distancia se me hicieron eternas.
Llegué agitada del brazo de mi padre a casa, el esfuerzo por jalarlo aunque sea un poco me fatigó. Ya en casa, subí corriendo a ver a mamá, la encontré en la cocina, mirando por la ventana hacia la calle.
-Ya llegué, Mamá - dije mientras recuperaba el aliento
- Victoria, ¡te he dicho que no debes salir sin pedir permiso!- exclamó mi madre.
-Pero mamá, yo esta- quería aclararlo, pero la voz de mi padre tan tranquilo se adelantó.
-Estaba conmigo, Angela. -dijo mi padre de una vez.
Mi madre le lanzó una mirada de disgusto, volteo a verme y me recorrió con la mirada, sus ojos se posaron en mis manos y lo que estaban sonsteniendo y sin dejar de verlas, me dijo.
-Victoria, ¿que es eso que traes ahí?- pregunto.
-Mi papá me compro una rebanada de pastel- dije un poco entusiasmada al recordar lo delicioso que se veía el pastel en la vitrina de la cafetería- ¿quieres?- agregue mientras lleve la pequeña bolsa a la mesa y vacíe su contenido.
Mi mamá tomo una postura un poco más rígida y con un gesto de desaprobación miro a mi padre.
-Julián, ya hablamos de esto, ella se pondrá gorda si sigue comiendo de ese modo- espeto hacia mi padre, señalando el pastel en la mesa.
Al oír eso, mis ganas de probar la cobertura de chocolate instantáneamente desaparecieron, mi garganta se cerró y agache la cabeza.
Mi padre alegó, pero yo no oí nada de lo que estaban diciendo, tome los pasteles y los lleve al refrigerador. Me disculpé con mamá por hacerla preocuparse y me despedí de papá, para después subir a mi cuarto.
Al otro día, me levanté temprano, me aliste para la escuela y cuando me dispuse a bajar a desayunar, me sorprendió el ver a mi madre en la cocina. Estaba haciendo un licuado y cuando me escucho me dijo rápidamente:
- Victoria, ven, siéntate.
Yo obedecí y me senté. En la mesa había un vaso muy grande con un líquido verde, pensé que ella lo había hecho porque se pondría a hacer ejercicio, pero lo acerco a mi y me dió una mirada como diciendo que lo tomara, sostuve entre mis manos el gran vaso y comencé a tomarlo, tenía un sabor amargo pero no me disgusto del todo. Era mucho el contenido que aún quedaba en el recipiente, y yo me sentía satisfecha. Hice ademán de estar llena pero mi madre me insistió en que debía terminarlo. Con una dulce voz me dijo:
- Victoria, ya eres una señorita, ¿lo sabes, no?
Yo asentí mientras me forzaba a seguir tomando el jugo.
- Una señorita -continuó - debe portarse bien, tener modales, educación y ser bonita.
Yo sabía lo que ella me estaba diciendo, no era la primera vez que lo oía y no nada más de ella, sino de sus hermanas, mis tías y su madre, mi abuela.
- Y para ser bonita, debes cuidar tu cuerpo, no puedes permitirte engordar, verte encorvada, y vulgar.
Yo estaba por terminar el jugo y ella agrego.
- Ya estás en edad de hacer una dieta. Si tú te descuidas, y descuidas tu apariencia, nadie se fijara en tí, y serás la burla de todos -añadió - te digo esto para cuidarte, mi niña. Si el día de mañana, no eres capaz de hacer algo por ti misma, cuando menos tendrás asegurado un futuro estable al lado de un buen esposo, pero para eso, tú debes ser un buen partido. - Acariciándome el cabello, me dió una leve sonrisa y me apresuró a irme a la escuela.
En la escuela, dió la hora del descanso y coincidió en que el profesor de la siguiente clase se había retirado por un asunto urgente, dejándonos un aproximado de 2 horas libres. Mis compañeros y yo salimos al jardín y se dispusieron a tomar sus alimentos. Yo siempre llevaba dinero suficiente para comprar comida, pero ese día me sentía satisfecha por el jugo de la mañana. María me invitó de su comida y enseguida los demás la copiaron, me costó rechazarlos pues eran muy insistentes, opte por aceptar un trozo de sandwich de Susana para quitarmelos de encima.
María me observó y me dijo:
- Ay, eres tan linda, tienes un cuerpo muy definido, que envidia- con su gran sonrisa agrego- pero es envidia de la buena.
Sentí mis mejillas sonrojarse y no pude evitar sonreír, era la primera vez que alguien me hacía un cumplido de ese tipo y me sentí muy bien al recibirlo.
-Gracias -conteste, y quise devolverle el cumplido- pero tú también eres hermosa, tienes una linda figura, un cabello y una sonrisa bellísimas.
- jajaja, basta de elogios -con un brillo en los ojos respondió.
El día había pasado rápido, cuando me di cuenta, ya iba de regreso a casa, en compañía de Iván. Ese día estuvimos hablando de las carreras que queríamos hacer.
-Yo quiero entrar el colegio militar, me gustaría ser ingeniero en sistemas. ¿y tú?- pregunto con su mirada fija en mi
- Yo... -lo pensé por unos segundos- estudiaré derecho.
-que bien, ¿que te gusta de esa carrera?- pregunto con interés.
- Yo ...- volví a pensar- creo que mis padres se sentirán orgullosos de mi si me convierto en una abogada exitosa. -dije mientras entrelace los dedos de mis manos.
- Esta bien, pero ... -dudo un poco y continuo- ¿tú qué quieres estudiar?
Sorprendida lo voltee a ver y le pregunté:
- ¿A que te refieres?
Él sonrío un poco y explicó.
- Tú quieres hacer sentir orgullosos a tus padres y eso está muy bien, elegiste la carrera que más se adapta a ellos, pero tú... si te dieran a escoger una carrera, la que fuera, sin importar nada, ¿cuál elegirás?
Entendí lo que él quería decir, pero me fue muy difícil externar mi respuesta. Pose mi mirada en el camino y me quedé en silencio por un buen rato, no sabía cómo contestar. Ivan, al notar que no tenía una respuesta para él, cambio de tema y prosiguió.
- ¿Tienes hermanos?
-Claro, uno de 5 años. - me puse de buen humor en cuanto lo dije
-Ah, que tierno, supongo que lo quieres mucho. -dijo mientras me observaba fijamente a la cara.
Asentí y me voltee a otro lado para evitar sentirme incómoda, por suerte, ya habíamos llegado a mi casa y me adelante a despedirme para entrar a casa enseguida.
Subí directamente a la cocina y al entrar saludé a la señora Lupita, pero me percate que mi madre e Irais estaban sentadas en el comedor. Las saludé y me disponía a subir a mi habitación cuando mi madre me llamo.
- Victoria.- dijo con voz firme.
- Dime, mamá - conteste automáticamente.
- Deja de estar de loca - se expresó mi madre.
Me sentí confundida. Esa es una expresión ofensiva, significa deja de andar de ofrecida con los hombres, pero no comprendía porque me lo decía. Me voltee hacia ella y le pregunté:
- ¿Por qué lo dices?
Ella solo se limito a verme y con un gesto de desaprobación me repitió:
- Deja de estar de loca- mientras se levantaba de su lugar para irse al consultorio.
Pude sentir la mirada apenada de la señora Lupita y la burla discreta de Irais. Me quedé parada por un par de minutos ahí y le pregunté a la señora Lupita.
- ¿Que hice, señora?
La señora rápidamente me consoló:
- Tú no hiciste nada, mi niña. Lo que pasa es que la señorita Irais te vio con un muchachito aquí abajo pero yo le dije a tu mami que seguro solo es un compañerito de la escuela.
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